pietista, onegero y sincretista
Eulogio López
Hispanidad,
28/08/22
En esta etapa fin
de ciclo, la Iglesia no afronta un reto, sino varios. Si no supiéramos que
resistirá hasta el fin del mundo y más allá, deberíamos concluir que en
cualquiera de ellos se juega el ser o no ser.
La Iglesia
pietista es la que menos me preocupa, aunque sea la que más titulares genera.
La sociedad de la imagen tiene esas bromas: la imaginación se convierte en
poder, y con ella llega la exaltación del sentimiento. Es una tónica donde
confluyen progresistas y conservadores, sea lo que sea lo que eso suponga.
Hay otro pietismo
más preocupante. Es el que palparán en ese amante del arte, enamorado, por
ejemplo, de las procesiones de Semana Santa. Es decir, aquel que pretende
convertir la fe en arte, o en cultura y que, sin entender una miaja del
sacrificio redentor, se conoce todas las cofradías de la ciudad, en especial
aquellas carentes de vida sacramental alguna.
El cristianismo
pietista, no obstante, me parece escasamente peligroso.
El segundo tipo de
cristianismo, representado en la Iglesia onegera, me preocupa bastante más.
Primero porque es un cristianismo ateo, que considera a la fe como un medio
para mejorar el nivel de vida. Segundo, porque el Cuerpo Místico utilizado para
mejorar la justicia social no suele resultar especialmente eficaz. ¿Quiero
decir con esto que la doctrina social de la Iglesia (DSI) es un mero apéndice
teórico del catecismo? No, desde luego que no. La DSI resulta muy eficaz pero
recuerden que Cristo odia las multitudes. Es más, sospecho que la raza humana
le importa un pimiento -y el planeta no te digo-. Mañana mismo, Dios puede
crear de la nada un nuevo planeta, una nueva Vía Láctea, un nuevo universo,
todo entero... o una nueva humanidad.
En cualquier caso,
como ONG, la Iglesia no tiene media torta y no deja de ser un memorial de una
de las frases más terribles de todo el Evangelio: "Cuando vuelva el Hijo
del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?".
Y a pesar de lo
anterior, es el tercer bando de cristianos al uso en el siglo XXI el que me
resulta más preocupante que los dos anteriores. Hablo de la Iglesia
sincretista, que engloba a las otros dos. Los inventores del eclecticismo
fueron los romanos: habían conquistado el mundo y las creencias, incluso las
más absurdas de aquella macedonia de pueblos, suponían un problema
administrativo: para el buen romano, el único Dios al que adorar era el
Emperador. Y los dioses romanos no eran sino una imitación del hombre, casi
siempre de los especímenes más canallas. Así que el Imperio tenía dos opciones:
o negar el pan y la sal a todas o normalizarlas todas, en el mismo nivel de
igualdad y de indiferencia.
Optaron por esto
último que, no en vano fue Roma quien inventó el Estado de Derecho. Eso sí, los
buenos emperadores se dieron cuenta de que el Credo cristiano se situaba fuera
del Estado de Derecho, por ejemplo, no rendía culto la emperador. Así que una
religión de apariencia pacífica resultaba convulsivamente revolucionaria: sería
el fin del Estado. Y claro, eso no podía ser. Los mejores emperadores romanos,
pongamos un Diocleciano, fueron aquellos que con más saña persiguieron a los
cristianos... por la misma razón que Lenin insistía en que los malos curas eran
los mejores aliados de la revolución mientras que a los buenos curas había que
exterminarlos. Era un tipo listo, este Lenin.
Ahora bien, Roma
cayó pero el espíritu sincretista no y ha rebotado con fuerza en el siglo XXI.
En cuanto oigan hablar a alguien de que todas las religiones son ciertas,
buenas y aceptables, mientras no nieguen la Constitución o no pretendan pasar
por única, la religión será aplaudida desde el poder.
Ahora bien, esto
no es puede ser admitido por ningún católico por dos razones, una teológica y
la otra filosófica:
1.Las leyes del
Estado de Derecho también pueden ser injustas... por muy Estado de Derecho que
sea.
2.Más importante:
el sincretismo es una contradicción en origen. Sencillo: si Alá es dios, Cristo
no puede serlo. Y como Cristo es Dios, resulta que Alá no puede serlo. En
plata: el sincretismo eleva la incoherencia a principio. Y eso no es bueno para
construir nadie.
El remedio está
donde siempre: el amor a Cristo y el amor de Cristo. Ni lo uno ni lo otro
soporta estos tres tipos de cristianismo falsos. Y todos ellos tienen en común
que los cristianos no adoramos a un qué, a una obra de arte, a una profunda
filantropía o loable pluralismo: los cristianos adoramos a un quién. Se encarnó
2.000 años atrás.
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