52° Jornada Mundial de la Paz
Por INFOVATICANA, 18 diciembre, 2018
La
buena política está al servicio de la paz
1. “Paz a esta casa”
Jesús, al enviar a sus discípulos en misión, les dijo:
«Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay
gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros»
(Lc 10,5-6).
Dar la paz está en el centro de la misión de los
discípulos de Cristo. Y este ofrecimiento está dirigido a todos los hombres y
mujeres que esperan la paz en medio de las tragedias y la violencia de la
historia humana.[1] La “casa” mencionada por Jesús es cada familia, cada
comunidad, cada país, cada continente, con sus características propias y con su
historia; es sobre todo cada persona, sin distinción ni discriminación. También
es nuestra “casa común”: el planeta en el que Dios nos ha colocado para vivir y
al que estamos llamados a cuidar con interés.
Por tanto, este es también mi deseo al comienzo del
nuevo año: “Paz a esta casa”.
2. El desafío de una buena política
La paz es como la esperanza de la que habla el poeta
Charles Péguy; [2] es como una flor frágil que trata de florecer entre las
piedras de la violencia. Sabemos bien que la búsqueda de poder a cualquier
precio lleva al abuso y a la injusticia. La política es un vehículo fundamental
para edificar la ciudadanía y la actividad del hombre, pero cuando aquellos que
se dedican a ella no la viven como un servicio a la comunidad humana, puede
convertirse en un instrumento de opresión, marginación e incluso de
destrucción.
Dice Jesús: «Quien quiera ser el primero, que sea el
último de todos y el servidor de todos» (Mc 9,35). Como subrayaba el Papa san
Pablo VI: «Tomar en serio la política en sus diversos niveles ―local, regional,
nacional y mundial― es afirmar el deber de cada persona, de toda persona, de
conocer cuál es el contenido y el valor de la opción que se le presenta y según
la cual se busca realizar colectivamente el bien de la ciudad, de la nación, de
la humanidad». [3]
En efecto, la función y la responsabilidad política
constituyen un desafío permanente para todos los que reciben el mandato de
servir a su país, de proteger a cuantos viven en él y de trabajar a fin de
crear las condiciones para un futuro digno y justo. La política, si se lleva a
cabo en el respeto fundamental de la vida, la libertad y la dignidad de las
personas, puede convertirse verdaderamente en una forma eminente de la caridad.
3. Caridad y virtudes humanas para una política al
servicio de los derechos humanos y de la paz
El Papa Benedicto XVI recordaba que «todo cristiano
está llamado a esta caridad, según su vocación y sus posibilidades de incidir
en la polis. […] El compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la
caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y
político. […] La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y
sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios
universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana». [4]
Es un
programa con el que pueden estar de acuerdo todos los políticos, de cualquier
procedencia cultural o religiosa que deseen trabajar juntos por el bien de la
familia humana, practicando aquellas virtudes humanas que son la base de una
buena acción política: la justicia, la equidad, el respeto mutuo, la
sinceridad, la honestidad, la fidelidad.
A este respecto, merece la pena recordar las
“bienaventuranzas del político”, propuestas por el cardenal vietnamita
François-Xavier Nguyễn Vãn Thuận, fallecido en el año 2002, y que fue un fiel
testigo del Evangelio:
Bienaventurado el político que tiene una alta
consideración y una profunda conciencia de su papel.
Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien
común y no por su propio interés.
Bienaventurado el político que permanece fielmente
coherente.
Bienaventurado el político que realiza la unidad.
Bienaventurado el político que está comprometido en
llevar a cabo un cambio radical.
Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Bienaventurado el político que no tiene miedo. [5]
Cada renovación de las funciones electivas, cada cita
electoral, cada etapa de la vida pública es una oportunidad para volver a la
fuente y a los puntos de referencia que inspiran la justicia y el derecho.
Estamos convencidos de que la buena política está al servicio de la paz;
respeta y promueve los derechos humanos fundamentales, que son igualmente
deberes recíprocos, de modo que se cree entre las generaciones presentes y
futuras un vínculo de confianza y gratitud.
4. Los vicios de la política
En la política, desgraciadamente, junto a las virtudes
no faltan los vicios, debidos tanto a la ineptitud personal como a distorsiones
en el ambiente y en las instituciones. Es evidente para todos que los vicios de
la vida política restan credibilidad a los sistemas en los que ella se
ejercita, así como a la autoridad, a las decisiones y a las acciones de las
personas que se dedican a ella.
Estos vicios, que socavan el ideal de una
democracia auténtica, son la vergüenza de la vida pública y ponen en peligro la
paz social: la corrupción —en sus múltiples formas de apropiación indebida de
bienes públicos o de aprovechamiento de las personas—, la negación del derecho,
el incumplimiento de las normas comunitarias, el enriquecimiento ilegal, la
justificación del poder mediante la fuerza o con el pretexto arbitrario de la
“razón de Estado”, la tendencia a perpetuarse en el poder, la xenofobia y el
racismo, el rechazo al cuidado de la Tierra, la explotación ilimitada de los
recursos naturales por un beneficio inmediato, el desprecio de los que se han
visto obligados a ir al exilio.
5. La buena política promueve la participación de los
jóvenes y la confianza en el otro
Cuando el ejercicio del poder político apunta
únicamente a proteger los intereses de ciertos individuos privilegiados, el
futuro está en peligro y los jóvenes pueden sentirse tentados por la
desconfianza, porque se ven condenados a quedar al margen de la sociedad, sin
la posibilidad de participar en un proyecto para el futuro.
En cambio, cuando
la política se traduce, concretamente, en un estímulo de los jóvenes talentos y
de las vocaciones que quieren realizarse, la paz se propaga en las conciencias
y sobre los rostros. Se llega a una confianza dinámica, que significa “yo
confío en ti y creo contigo” en la posibilidad de trabajar juntos por el bien
común. La política favorece la paz si se realiza, por lo tanto, reconociendo
los carismas y las capacidades de cada persona. «¿Hay acaso algo más bello que
una mano tendida? Esta ha sido querida por Dios para dar y recibir. Dios no la
ha querido para que mate (cf. Gn 4,1ss) o haga sufrir, sino para que cuide y
ayude a vivir. Junto con el corazón y la mente, también la mano puede hacerse
un instrumento de diálogo». [6]
Cada uno puede aportar su propia piedra para la construcción
de la casa común. La auténtica vida política, fundada en el derecho y en un
diálogo leal entre los protagonistas, se renueva con la convicción de que cada
mujer, cada hombre y cada generación encierran en sí mismos una promesa que
puede liberar nuevas energías relacionales, intelectuales, culturales y
espirituales. Una confianza de ese tipo nunca es fácil de realizar porque las
relaciones humanas son complejas. En particular, vivimos en estos tiempos en un
clima de desconfianza que echa sus raíces en el miedo al otro o al extraño, en
la ansiedad de perder beneficios personales y, lamentablemente, se manifiesta
también a nivel político, a través de actitudes de clausura o nacionalismos que
ponen en cuestión la fraternidad que tanto necesita nuestro mundo globalizado.
Hoy más que nunca, nuestras sociedades necesitan “artesanos de la paz” que
puedan ser auténticos mensajeros y testigos de Dios Padre que quiere el bien y
la felicidad de la familia humana.
6. No a la guerra ni a la estrategia del miedo
Cien años después del fin de la Primera Guerra
Mundial, y con el recuerdo de los jóvenes caídos durante aquellos combates y
las poblaciones civiles devastadas, conocemos mejor que nunca la terrible
enseñanza de las guerras fratricidas, es decir que la paz jamás puede reducirse
al simple equilibrio de la fuerza y el miedo. Mantener al otro bajo amenaza
significa reducirlo al estado de objeto y negarle la dignidad. Es la razón por
la que reafirmamos que el incremento de la intimidación, así como la proliferación
incontrolada de las armas son contrarios a la moral y a la búsqueda de una
verdadera concordia.
El terror ejercido sobre las personas más vulnerables
contribuye al exilio de poblaciones enteras en busca de una tierra de paz. No
son aceptables los discursos políticos que tienden a culpabilizar a los
migrantes de todos los males y a privar a los pobres de la esperanza. En
cambio, cabe subrayar que la paz se basa en el respeto de cada persona,
independientemente de su historia, en el respeto del derecho y del bien común,
de la creación que nos ha sido confiada y de la riqueza moral transmitida por
las generaciones pasadas.
Asimismo, nuestro pensamiento se dirige de modo
particular a los niños que viven en las zonas de conflicto, y a todos los que
se esfuerzan para que sus vidas y sus derechos sean protegidos. En el mundo,
uno de cada seis niños sufre a causa de la violencia de la guerra y de sus
consecuencias, e incluso es reclutado para convertirse en soldado o rehén de
grupos armados. El testimonio de cuantos se comprometen en la defensa de la
dignidad y el respeto de los niños es sumamente precioso para el futuro de la
humanidad.
7. Un gran proyecto de paz
Celebramos en estos días los setenta años de la
Declaración Universal de los Derechos Humanos, que fue adoptada después del
segundo conflicto mundial. Recordamos a este respecto la observación del Papa
san Juan XXIII: «Cuando en un hombre surge la conciencia de los propios
derechos, es necesario que aflore también la de las propias obligaciones; de
forma que aquel que posee determinados derechos tiene asimismo, como expresión
de su dignidad, la obligación de exigirlos, mientras los demás tienen el deber
de reconocerlos y respetarlos». [7]
La paz, en efecto, es fruto de un gran proyecto
político que se funda en la responsabilidad recíproca y la interdependencia de
los seres humanos, pero es también un desafío que exige ser acogido día tras
día. La paz es una conversión del corazón y del alma, y es fácil reconocer tres
dimensiones inseparables de esta paz interior y comunitaria:
– la paz con nosotros mismos, rechazando la
intransigencia, la ira, la impaciencia y ―como aconsejaba san Francisco de
Sales― teniendo “un poco de dulzura consigo mismo”, para ofrecer “un poco de
dulzura a los demás”;
– la paz con el otro: el familiar, el amigo, el
extranjero, el pobre, el que sufre…; atreviéndose al encuentro y escuchando el
mensaje que lleva consigo;
– la paz con la creación, redescubriendo la grandeza
del don de Dios y la parte de responsabilidad que corresponde a cada uno de
nosotros, como habitantes del mundo, ciudadanos y artífices del futuro.
La política de la paz ―que conoce bien y se hace cargo
de las fragilidades humanas― puede recurrir siempre al espíritu del Magníficat
que María, Madre de Cristo salvador y Reina de la paz, canta en nombre de todos
los hombres: «Su misericordia llega a sus fieles de generación en generación.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes; […] acordándose de la
misericordia como lo había prometido a nuestros padres en favor de Abrahán y su
descendencia por siempre» (Lc 1,50-55).
Vaticano, 8 de diciembre de 2018
FRANCISCO
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[1] Cf. Lc 2,14: «Gloria a Dios en el cielo, y en la
tierra paz a los hombres de buena voluntad».
[2] Cf. Le Porche du mystère de la deuxième vertu,
París 1986.
[3] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971), 46.
[4] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009), 7.
[5] Cf. Discurso en la exposición-congreso “Civitas”
de Padua: “30giorni” (2002), 5.
[6] Benedicto XVI, Discurso a las Autoridades de Benín
(Cotonou, 19 noviembre 2011).
[7] Carta enc. Pacem in terris (11 abril 1963), 44.