las lecciones de la historia
(Card. Walter Brandmüller)
Infocatolica,
30.11.18
“…recordar estos acontecimientos en este contexto es
útil, porque aún hoy es posible reconocer algunas de esas desviaciones, cuando
la gente está demasiado empeñada en rebelarse contra sacerdotes y obispos.”
“Se ha visto al lobo venir y se ha permanecido mirando
como irrumpía a través de la grey.”
(Card. W. Brandmüller)
A principios de noviembre, el Card. Walter Brandmüller
-presidente emérito de la Comisión Pontificia de Ciencias Históricas- ha
brindado una serie de reflexiones sobre la grave crisis moral de la Iglesia,
señalando la fuerte incidencia que en ella ha tenido la falta de vigilancia
sobre heterodoxias y herejías en los seminarios teológicos.
Afrontar la Crisis: las lecciones de la historia
Card. Walter Brandmüller
(traducción para InfoCatólica)
Saber que la homosexualidad y el abuso sexual se han
extendido de manera casi epidérmica entre el clero y aun en la jerarquía de la
Iglesia en Estados Unidos, Australia y Europa, sacude la Iglesia actual desde
sus fundamentos, por no decir que la ha hecho caer incluso en una especie de
shock.
Se trata de un fenómeno que, aunque presente también
en el pasado, hasta mitad del siglo XX era desconocido en las terribles
dimensiones actuales. Se plantea entonces la pregunta sobre cómo se ha podido
llegar a este punto.
En busca de una respuesta, la mirada cae
inmediatamente no sólo sobre la sociedad actual caracterizada por un
liberalismo extremo, sino también sobre la
teología moral de las últimas décadas y sobre sus representantes.
Entre ellos, algunos líderes de opinión han abandonado
el fundamento clásico de la ley natural y la teología de la revelación y han
proclamado nuevas teorías. Una moral autónoma, que no quiere reconocer las
normas comúnmente vinculantes; un consecuencialismo, que juzga la calidad ética
de una acción según sus consecuencias, o la ética situacional, que hace
depender lo bueno o lo malo de un acto de las relativas circunstancias
concretas de las actividades humanas: todos estos nuevos planteamientos en
teología moral han sido defendidos por los profesores de teología en incluso en
los seminarios y por supuesto también aplicados a la moral sexual. Allí,
entonces, también se ha podido delinear la homosexualidad como moralmente
aceptable y su clara condena por parte de las Sagradas Escrituras como algo
superado en el tiempo.
En el fondo estaba operando la vieja convicción
típicamente modernista –siguiendo el patrón de la “evolución"– de la
dinámica del desarrollo de la humanidad hacia un mayor nivel cultural que
comprendiese también la religión y la moralidad. Por lo tanto, alcanzado el
nivel más elevado de conciencia, lo que ayer todavía estaba prohibido, hoy
podría permitirse. Los nombres que deben ser mencionados aquí son famosos;
algunos de ellos incluso han enseñado en las universidades Pontificias sin ser
relevados de su cargo. Las consecuencias de esto han emergido tempranamente
cuando algunos seminarios, particularmente en los Estados Unidos, se
convirtieron en incubadoras de la homosexualidad. El ex sacerdote jesuita
Malachi Martin en su novela cifrada “La casa azotada por el viento” de 1996,
presentó en su escenario un retrato que hoy resulta tremendamente real.
Cuando esta degeneración se ha hecho evidente, los
católicos, tan espantados como indignados, han reaccionado en gran escala, como
se muestra de manera impresionante en diversos portales de internet.
Como consecuencia, el flujo de dinero -por lo general
abundante- de las donaciones provenientes de las organizaciones seculares
católicas a las arcas vaticanas comenzó a disminuir: quien tomó las riendas del
asunto no fue el episcopado, sino los laicos. El hecho de negar las ricas
ofrendas habituales se ve, no erróneamente, como una protesta contra las
carencias de Roma en la crisis actual. Y de esta manera siguieron-probablemente
sin saber-un ejemplo histórico de la Alta Edad Media.
En efecto, la situación es comparable a la de la
Iglesia italiana en el siglo XI-XII. El hecho de que durante el primer milenio
el papado, las oficinas episcopales -hasta incluso las más sencillas funciones
eclesiales- debido a los ingresos que se aseguraban, hayan sido cada vez más
apetecibles, tuvo como consecuencia las luchas y combates, mercantilizando el
acomodamiento en ellas. Este mal se llamaba simonía: Simón el Mago había
ofrecido dinero al apóstol Pedro para que le confiriese los dones del Espíritu
Santo.
A esto se agregaba la pretensión de los gobernantes
temporales de interferir en la atribución de altos cargos en la Iglesia -la
investidura secular- y por supuesto también el concubinato de muchos
sacerdotes.
Lo mismo valía para el papado, que en los siglos IX y
X se había convertido incluso en la cumbre de la discordia entre las familias
nobles de Crescenzi y Tuscolo. Éstos, por lo tanto, ponían – no importa cómo –
a uno de sus respectivos hijos o parientes como Papa. Entre ellos también había
hombres muy jóvenes y moralmente disolutos, que se sentían más dueños de la
herencia de Pedro que pastores supremos de la Iglesia.
A raíz de estos acontecimientos también creció la
homosexualidad entre el clero. Y esto sucedió a tal punto que San Pedro Damián
en 1049 entregó al recién electo Papa León IX su “Liber Antigomorrhianus“,
escrito en forma epistolar, en el que exponía este peligro para la Iglesia y
para la salvación del alma de muchos. El título del tratado se refiere a la
ciudad de Gomorra que, según Gén. 18, debido a sus pecados había sido condenada
por Dios a la destrucción juntamente con Sodoma.
S. Pedro Damián esperaba de ese Papa, conocido como
reformador celoso, una intervención eficaz contra el pecado tan difundido.
Escribió: “la inmundicia sodomítica se propaga como un cáncer en el orden
eclesiástico, de hecho, como una bestia sedienta de sangre que ruge en el redil
de Cristo con libre audacia, para que la salvación de las almas de muchos esté
más segura bajo el yugo de la servidumbre de los laicos, que con el acceso
voluntario al servicio de Dios bajo la ley férrea de la tiranía de
Satanás", que reinaba entre el clero.
Es muy notable que casi al mismo tiempo se haya
constituido un movimiento secular, no sólo contra la inmoralidad del clero y el
concubinato de los sacerdotes, sino también contra el apoderamiento de las
oficinas eclesiásticas por parte de los laicos, o la oportunidad de
adquirirlos. Fue justamente así que entre el clero se insinuaron elementos que
no tenían ni la capacidad ni la voluntad de llevar una vida conforme al estado
clerical. Para los señores laicos, tener vasallos leales en las sillas
episcopales era a menudo más importante que el bien de la iglesia.
Contra todo esto surgió el vasto movimiento popular
conocido como “Pataria” (o movimiento patarino), dirigido por miembros de la
nobleza de Milán y también por algunos miembros del clero, pero apoyado por el
pueblo. Colaborando estrechamente con el pueblo reformista cercano a S. Pedro
Damián y luego con Gregorio VII, con el obispo Anselmo de Lucca -importante
canonista luego convertido en el Papa Alejandro II-, y con otros, los
“patarinos” solicitaron, recurriendo también al uso de la violencia, la
realización de la reforma que posteriormente tomó -por Gregorio VII- el nombre
de “Gregoriana“: por un celibato del clero vivido fielmente, contra la
ocupación de diócesis por poderes seculares y contra la simonía.
Lo interesante es que el movimiento reformador estalló
casi simultáneamente en los máximos entornos jerárquicos de Roma y entre la
vasta población secular de Lombardía, en respuesta a una situación considerada
insostenible.
Pero sin embargo esta unión de intereses no duró
mucho. De hecho, cuando más adelante se formaron las diversas ramificaciones
del movimiento pauperístico, aunque sin
retomar el impulso eclesiástico y jerárquico de los primeros franciscanos, con
la predicación espontánea y no autorizada desafió la resistencia de una
jerarquía que no comprendía los signos de los tiempos. No pocos de los “pobres
de Cristo", con su rechazo a la jerarquía fundada en el sacramento, se
deslizaron a la herejía y la desobediencia. Así nacieron los movimientos
empobrecidos ramificados, que sólo gracias a la longanimidad y acción pastoral
de Inocencio III podrían ser reintegrados en gran parte a la iglesia.
Recordar estos acontecimientos en este contexto es
útil, porque aún hoy es posible reconocer algunas de esas desviaciones, cuando
la gente secular está demasiado empeñada en rebelarse contra sacerdotes y
obispos.
Hoy, como entonces, ante los conflictos surgen
reacciones entre un episcopado enredado en las instituciones y la burocracia
-incluyendo la curia romana- y los movimientos laicos que se sienten
abandonados, si no traicionados, por los pastores y maestros de la iglesia, por
los sucesores Apóstoles. Para superar la pérdida de confianza que se crea entre
los fieles, servirá de mucho un esfuerzo por parte de la jerarquía y del clero.
Es verdad que la Congregación para la Doctrina de la Fe ha publicado documentos
de teología moral, por ejemplo “Persona humana” (1975). Además, a dos
profesores les ha sido revocada respectivamente en 1972 y 1986, la licencia de
enseñanza debido a errores teológicos, y algunos libros sobre moralidad sexual
fueron condenados.
Pero los herejes realmente importantes, como el jesuita
Josef Fuchs (1), que desde 1954 a 1982 fue profesor en la Pontificia
Universidad Gregoriana, y Bernhard Häring (2), que ha enseñado en el Instituto
de redentoristas de Roma, y el muy influyente teólogo moral de Bonn, Franz
Böckle (3) o el de Tubinga Alfons Auer (4), han podido seguir dispersando
imperturbados, bajo los ojos de Roma y de los obispos, la semilla del error.
La actitud de la Congregación para la Doctrina de la
Fe y de los obispos en estos casos es, en retrospectiva, sencillamente
incomprensible. Se ha visto al lobo venir y se ha permanecido mirando como
irrumpía a través de la grey. La encíclica “Veritatis Splendor” de 1993 de Juan
Pablo II – la contribución a ella de Joseph Ratzinger aún no ha sido
debidamente reconocida – ha indicado claramente los fundamentos de la enseñanza
moral de la Iglesia, pero se ha enfrentado con el amplio rechazo de los
teólogos. Tal vez porque se publicó sólo cuando la decadencia teológico-moral
estaba ya demasiado avanzada.
Por lo tanto, hay que decir que por un lado, el
fracaso de la jerarquía es incomprensible y lamentable y, por otra parte,
necesario y loable el compromiso de los laicos en la situación actual, aunque
entre sus actitudes y comportamientos, es posible identificar elementos
significativos de riesgo. Si el comportamiento ilustrado por encima de la
llamada “Iglesia institucional", que se preocupa más por las finanzas y la
administración, causa el creciente abandono de la Iglesia por poblaciones que
alguna vez fueron católicas, un laicado demasiado seguro de sí mismo corre el
peligro de no reconocer la naturaleza fundada en el orden sagrado de la iglesia
y de deslizarse, en protesta contra el fracaso de la jerarquía, en un
cristianismo comunitario de tipo evangélico.
Por tanto, al laicado conscientemente católico que se
está formando sobre todo en el catolicismo norteamericano, a quien se reconoce
y alienta en su protesta contra la degeneración sexual entre sacerdotes,
obispos e incluso cardenales, sin embargo se le advierte que no puede perderse
de vista el significado constitutivo del ministerio sacerdotal, fundado en el
sacramento del orden, y mucho menos el hecho de que la mayoría de los
sacerdotes viven fielmente de acuerdo a su propia vocación.
Mientras tanto, la tensión entre los dos polos podría
ser útil para superar la crisis actual.
Sin embargo habrá que tener cuidado de evitar una
nueva edición del conflicto entre los obispos y los “fideicomisos” laicos en
los Estados Unidos relativos a la soberanía de las finanzas eclesiásticas,
surgidas a mediados del siglo XIX, y que se mantuvieron virulentas.
Más bien, sería bueno recordar al Beato John Henry
Newman, quien ha rendido
newmanmaravillosamente homenaje al importante papel de los fieles ” en
materia de doctrina". Lo que escribió en 1859 debe aplicarse hoy también a
los asuntos económicos y morales, justo ahora que – como en las luchas
cristológicas del siglo IV – el episcopado permanece inactivo por largos
períodos. El hecho de que podamos ver esto también en la crisis actual de los
abusos puede depender del hecho de que la iniciativa personal y la conciencia
de la propia responsabilidad como pastor del obispo local se hace más difícil
por las estructuras y aparatos de las Conferencias Episcopales, con el pretexto
de la colegialidad o la sinodalidad.
Sin embargo, cuanto más los obispos lleguen a sentirse
apoyados por la firme voluntad de los fieles de renovar y reavivar la iglesia,
más fácil será para ellos poner sus manos a la obra de una reforma auténtica de
la Iglesia.
Es en la colaboración entre obispos, sacerdotes y fieles,
con el poder del Espíritu Santo, que la crisis actual puede y debe convertirse
en el punto de partida para la renovación espiritual – y por lo tanto también
de la nueva evangelización – de una sociedad post-cristiana.
———————————————-
(1) Josef Fuchs S.J. (1912 – 2005) teólogo jesuita
alemán, que enseñó en la Universidad Gregoriana de Roma durante más de 30 años.
Fue miembro de la Comisión Pontificia de Población, Familia y Natalidad. Asumió la antropología teológica de Karl
Rahner. Presidió el informe de mayoría de la comisión que rechazó la Humanae
Vitae de Pablo VI. Se centró principalmente en la crítica de la objetividad
moral.
(2) Bernhard Häring, redentorista, fue una de las
columnas del Concilio Vaticano II, y se califica a sí mismo de “moderado",
estimado por los papas Juan XXIII y Pablo VI, quienes habían elogiado sus
obras, fue sostenido siempre por sus superiores, aunque, al mismo tiempo, ha
sufrido durante años los según él “ataques y humillaciones” de la Inquisición
teológica de Roma y de la Congregación para la Enseñanza Católica, a los que
califica como “terroristas” de la fe. Fue uno de los más fervientes disidentes
de la encíclica Humanae Vitae. Al publicarse la Veritatis Splendor, siendo
rector de la Universidad San Alfonso, de Roma, dirigió al Papa una carta
pidiéndole que se retractase de dicha encíclica.
(3) Franz Böckle catedrático de Teología Moral de la
Facultad de Teología Católica de la Universidad de Bonn, fue ordenado sacerdote
en 1945, y vicario episcopal en Zurich, donde conoció a Urs von Balthasar, con
quien él se interesó por la teología protestante moderna de Karl Barth. La misión de la moral fundamental es para
Bockle “reconstruir los fundamentos de una teoría ético-teológica en el marco
de la situación histórico-cultural". Insistió en la autonomía moral,
incompatible con el concepto de “moral heterónoma de los mandamientos",
considerando que después de los descubrimientos del pensamiento moderno, el
acceso y la relación del hombre con Dios han de tomar siempre como punto de
partida la autonomía de la subjetividad.
(4) Alfons Auer (1915-2005) fue profesor de Teología
Moral en las universidades de Wurzburgo y Tubinga. Aboga por una ética autónoma
y una “ética del ambiente” . Considera que la indiferencia, orgullo y temeridad
son consecuencias de la ciencia moderna, que resultó en la destrucción del
hábitat del hombre. Altamente crítico del progreso científico y tecnológico,
que considera el mundo natural sólo en
términos de utilidad y extiende su crítica hacia un cuestionamiento de la
tradición cristiana por considerar la superioridad del hombre sobre la
naturaleza.
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