Refutación a Caponnetto por el P. José María
Iraburu
InfoCatólica, 25-3-13
La
elección del Papa Francisco ha ocasionado en el pueblo cristiano reacciones muy
diversas. Aunque predominando ampliamente la alegría y la aceptación, la
gratitud hacia Dios y el abandono confiado en su providencia, no han faltado
reacciones hostiles, especialmente en el mundo católico más extremadamente
«tradicionalista».
Y
digo tradicionalista, en un contexto exclusivamente eclesial, no político,
distinguiendo esta palabra de otra semejante, tradicional. Porque si todos los
católicos vivimos la fe apoyándonos en sus tres fuentes fundamentales, Biblia,
Tradición y Magisterio (Vat. II, Dei Verbum 10), todos los católicos somos
bíblicos, tradicionales y dóciles al magisterio apostólico. De tal modo que
quien no es tradicional, no es católico.
Internet,
como siempre, ha sido el medio de comunicación más rápido a la hora de expresar
esta diversidad de reacciones ante la elección del Cardenal Jorge Mario
Bergoglio como Papa Francisco. Concretamente, al día siguiente de la elección,
o a los dos o tres días, junto a las manifestaciones de gozo y confianza que se
produjeron, ya no pocos tradicionalistas se expresaron públicamente con
acentuada reticencia o con franco rechazo. Y sus escritos, como he podido
comprobar, han causado en no pocos católicos una perplejidad y angustia muy
graves.
Traté
del problema en este blog, en mi artículo Dios proteja al Papa de los ataques
de Satanás y de todos sus otros enemigos (16-III-2013). Pero veo la necesidad
de insistir sobre lo mismo, procurando, con el favor de Dios, confirmar en la
fe y en la paz a mis hermanos católicos perturbados. Para ello, en primer
lugar, resumiré un texto que, en seguida de la elección del Papa (13-III-2013),
fue escrito por Antonio Caponnetto (15-III-2013), católico argentino (1951-)
que, como dice, se vió «obligado a mantener con el Cardenal Bergoglio un
doloroso y sistemático disenso» en estos años pasados. Nos vale aquí como
ejemplo y síntesis de los argumentos contrarios a la elección del nuevo Papa. Y
en segundo lugar, trataré de analizarlo y contestarlo a la luz de la fe.
Recitencias o rechazos ante la elección del Papa Francisco
1.
Una elección problemática. El Autor aludido, escribiendo a propósito del Nuevo
Pontificado, afirma que «será tarea de los teólogos de la historia más
eminentes, discernir con solvencia si el Cónclave que eligió al Papa Francisco
estuvo iluminado y movido por la inspiración del Espíritu Santo, como la fe nos
lo señala; o si por alguna razón que ahora ignoramos, los Cardenales electores
fueron engañados, resultaron objeto de alguna extraña manipulación, o cerraron
su entendimiento a la lumbre del Paráclito». Así pues, los cristianos no
tenemos hoy conocimiento cierto sobre la elección del Papa Francisco, en tanto
«los teólogos de la historia más eminentes» dictaminen sobre tan gravísimo
asunto.
2.
Un grave dilema nos enfrenta a dos posibilidades. «Una la presencia [en el
Cónclave] del Espíritu Santo, que no osaríamos negar. Otra la recepción del
mismo por parte de los electores, que pudo haber estado parcialmente eclipsada,
por los motivos que la misma Escritura advierte». Este «eclipse», de suyo, es
posible, ya que «las deliberaciones de los hombres son indecisas y sus
resoluciones precarias» (Sab 9,14).
La
duda que presenta el Autor no se refiere a la asistencia del Espíritu Santo en
el Cónclave, ni tampoco a «la valía moral de quienes se aprontaban a ser
movidos por Él, sino [que está] en la incertidumbre sobre la ciencia, la
serenidad y la prudencia de este específico Cardenalato para signar a la
persona indicada».
3.
Es posible que la elección haya sido funesta. No cabe excluir esta posibilidad.
«Es imposible omitir o ignorar que el hombre que acaba de llegar a la silla
petrina arrastra concretos, abultados y probadísimos antecedentes que lo
sindican como un enemigo de la Tradición Católica, un propulsor obsesivo de la
herejía judeocristiana, un perseguidor de la ortodoxia y un adherente activo a
todas las formas de sincretismo, irenismo y pseudoecumenismo crecidas al calor
de la llamada mentalidad conciliar».
Y
no debemos ignorar tampoco las adhesiones que su nuevo Pontificado ha suscitado
en los guías del Modernismo actual, como Küng y Boff, en las sinagogas judías,
en la masonería argentina. «Rabinos, cabalistas y masones están de parabienes».
Son indicios muy negros.
4.
Es posible, sin embargo, por milagro de Dios, que Bergoglio cambie al ser
constituido Papa Francisco: «Como se ha repetido en estos días, el Cardenal
Bergoglio ha muerto para dar paso al Vicario de Cristo; si Dios opera el
milagro de sacar agua de las piedras y de convertir a Mastai Ferreti en el
insigne Pío IX», aún hay esperanza. «Todo esto lo creemos, esperamos y
rogamos».
No
parece, sin embargo, que el Autor crea probable este cambio. Más bien da a
entender que, al menos por ahora, Francisco sigue siendo Bergoglio. Prueba de
ello, nos dice, es que cuando llamó por teléfono a su secretaria de Buenos
Aires, ella le preguntó azorada cómo tenía que llamarle: «“Llámeme Padre
Bergoglio”, fue la respuesta». Y el Autor comenta esta anécdota diciendo: «El
primero que debe creer y aceptar que Bergoglio ha muerto para dar lugar al
Santo Padre Francisco, es el mismo Cardenal Jorge Mario Bergoglio».
5.
No cabe excluir tampoco la posibilidad de que el nuevo Papa sea introductor del
Anticristo. «También es católico leer el Libro del Apocalipsis. Y en el
capítulo trece se describe a dos fieras, del mar la una, de la tierra la otra,
que a su turno, y desde ámbitos distintos aunque complementarios, coadyuvan al
triunfo del Anticristo. Contestes están los hermeneutas, y citamos por lo
pronto a Straubinger –quien a su vez remite a los Padres– en que esta fiera
terrena tiene mucha semejanza con el pastor insensato del que habla Zacarías
(Zac.11,15); en que podría tratarse de “un gran impostor que aparece con la
mansedumbre de un cordero”; en que no sería otra cosa, al fin, más que un falso
profeta al servicio de la Bestia».
6.
Las dos posibilidades han de ser consideradas. «No estamos diciendo ni
sugiriendo que el Papa Francisco sea la Fierra Terrena que columbró San Juan.
Estamos diciendo que tan católico es confiar en que la Divina Providencia puede
hacer de un heterodoxo al Papa del Syllabus, como tener en cuenta que, alguna
vez, un Falso Profeta puede acarrear a la perdición desde un alto sitial
religioso. Y que ese “alguna vez” no puede excluir nuestro presente, sólo
porque nos aterre la sola idea de protagonizar el final». El Autor, a los dos
días de la elección del Papa Francisco, estima lícito creer en el Papa, pero
también nos permite sospechar que el Papa Francisco sea el Falso Profeta, la
Fiera Terrena que se apodera de la Santa Sede, la de Pedro, la del Vicario de
Cristo.
Esta
terrible posibilidad ya había sido anticipada por Mons. Lefebvre, cuando dijo:
«Como la Sede de Pedro y los puestos de autoridad de Roma están ocupados por
anticristos, le destrucción del Reino de Nuestro Señor avanza aceleradamente»
(29-VIII-1987, Ob. Tissier de Mallerais, Marcel Lefebvre, une vie, Clovis 2002,
pg. 578). Y hace poco (11-XI-2012), el Ob. Bernard Fellay, Superior General de
la FSSPX, volvía a la misma idea: «Las apariciones bellas, magníficas, de
Notre-Dame de la Salette, de Nuestra Señora de Fátima, anuncian esta época,
dolorosa, terrible. Roma vendrá a ser la sede del Anti-Cristo, Roma perderá la
fe… se dice en La Salette. La Iglesia se verá eclipsada. Y no son palabras sin
importancia. Dan la impresión de que es lo que ahora se está viviendo».
7.
¿Estamos en sede vacante? El Autor no lo afirma, pero sugiere la posibilidad.
Si realmente la Iglesia pasa por ese misterioso «Eclipse» que señala como
posible, si la Sede de Pedro ha caído bajo el poder del Anticristo, eso
significa que la Cátedra romana está sede vacante, pues un Papa hereje no es
verdaderamente el Papa.
El
aludido Mons. Lefebvre ya muy pronto puso en duda la verdadera identidad de
Pablo VI como Papa: «¿Cómo un sucesor de Pedro ha podido en tan poco tiempo
causar más destrozos en la Iglesia que la Revolución del 89?… ¿Tenemos
verdaderamente un papa o un intruso sentado en la sede de Pedro?» (8-XI-1979;
Tissier 533).
8.
Hacerse hoy esta pregunta es un deber de conciencia de cualquier católico
responsable. «Tanto se peca contra la mirada sub specie aeternitatis si nos
negamos a considerar que la gracia de estado puede hacer prodigios, aún en un
hombre contrahecho; como si nos negamos a considerar que la revelación divina
contenida en el Apocalipsis es tema que no nos compete aquí y ahora». Así pues,
piense el pueblo católico con toda piedad y responsabilidad: ¿Será el Papa
Francisco el verdadero Papa, puesto por Dios a través de la decisión del
Cónclave, o será «la Fiera Terrena, que columbró San Juan» en el Apocalipsis,
aquel Pastor falso que por el mysterium iniquitatis llega a apoderarse de la
Sede de Pedro?
9.
Los primeros gestos del Papa Francisco son muy alarmantes. Al considerar al
Papa Francisco, sigue diciendo el Autor, no sólo hemos de tener en cuenta sus
antecedentes bergoglianos, que lo muestran como propulsor de herejías y enemigo
de la ortodoxia, sino también las palabras y gestos que en estos dos días (en
estos dos días) primeros de su Pontificado confirman las sospechas negativas.
Es
cierto que la presentación primera del Papa Francisco parece humilde y
sencilla. Pero «no debe confundirse la virtud de la humildad con su parodia».
No ayuda la elevación de las almas realizar «ademanes gratos a las tribunas
aplaudidoras». «En nada se analogan el abajamiento ascético y el plebeyismo
gestual». Por ejemplo, «calzar por humildad zapatos ordinarios de calle, cuando
hasta ayer se usaron otros en consonancia con los colores litúrgicos y la
dignidad del Divino Peregrino a quien esos pies representan en la tierra, es
ofender, o al menos poner en duda, precisamente por contraste, la humildad de
quien hasta hace instantes calzó de ese modo». Simplificar el necesario
homenaje de Cardenales y fieles en la investidura es también «suprimir el
ceremonial tradicional y digno, con sus signos, sus gestos, sus pasos
demarcados y significativos, porque dicha supresión no comporta incremento de
la humildad sino abolición de los ritos y de los símbolos. La Iglesia no es la
limusina ni los uniformes de los guardas suizos. Pero bien ha explicado
Guardini la pervivencia del espíritu eclesial en los signos sagrados. Si en
nombre de la austeridad quedasen abolidas o relegadas todas aquellas
hierofanías que comporta el canto, la museta, la estola o la bendición
melismática [cantada en gregoriano], el Papado no habrá ganado en pobreza
evangélica.
Se
habrá vaciado de mytos […], se habrá inmanentizado y rebajado, para hablar sin
metáforas». El Papa desaconsejó a los argentinos viajar a su entronización en
la Sede pontificia. Pero «querer viajar a la Ciudad Eterna para postrarse ante
el Vicario de Cristo, no es un dolo que deba reprimirse, dando el monto del
pasaje a los pobres, sino una virtud llamada magnificencia»; y alude la escena
de María ungiendo a Jesús con un costoso perfume, y el comentario de Judas (Jn
12,1-11).
10.
Es inevitable una cierta bicefalía en la Iglesia. Éstos y otros gestos
igualmente lamentables justifican el dolor y la sospecha que ya tuvo el Autor
cuando Benedicto XVI anunció su dimisión: «guste o no guste, la Iglesia, en la
práctica, quedará sujeta a una bicefalía. Tanto más si, como está a la vista,
el heredero del Cardenal Ratzinger parece querer diferenciarse de él, y de sus
predecesores».
11.
No faltan, sin embargo, fundamentos para la esperanza. Dice el Autor: «En esa
espera tensa nos acompaña una promesa, un pedido y un ejemplo. La promesa es de
Nuestro Señor Jesucristo. “Yo rezaré por tí para que no desfallezca tu fe”, le
dijo a su primer vicario, y en él a todos sus sucesores […] Recemos
recíprocamente para sostenernos en estos tiempos, tal vez apocalípticos, sin el
uso hiperbólico sino estricto de la palabra; y elevemos en común la plegaria a
la Trinidad Santa para que nos permita discernir […] Si fuera la hora de la
luz, que nos dejemos envolver por ella, olvidándonos de las tenebrosidades del
pasado. Si en cambio éstas persistieran, que no desertemos de la luz».
Hasta
aquí el Autor.
Aceptación católica del Papa Francisco
1.
Escritos como éste, a propósito del Nuevo Pontificado, están causando graves
daños entre sus lectores. Repito lo que dije en mi anterior artículo glosando
el texto de un lefebvriano: con textos como éste se procura «el siniestro objetivo
de dificultar al máximo a los fieles católicos tradicionales y a los
tradicionalistas la aceptación del nuevo Papa Francisco en fe y confianza,
caridad y obediencia». Y aunque sea en contra de la intención de sus Autores,
de hecho, «colaboran con el Enemigo, que disfruta destruyendo el amor al Papa y
a la Iglesia en el corazón de los fieles».
2.
Es inadmisible afirmar que el Cardenal Bergoglio era un promotor de herejías, y
que hará falta un milagro para que sea un buen Papa Francisco. Aunque el Autor,
en varias ocasiones, afirma su fe en la acción del Espíritu Santo en el
Cónclave, difunde públicamente su convicción de que hará falta un milagro para
hacer del Papa Francisco un auténtico Sucesor de Pedro, fiel Vicario de Cristo.
Y eso es una falsedad intolerable.
Hago
notar de paso que los tradicionalistas más extremos han de dar muchas gracias a
Dios porque hoy la Iglesia no mantiene algunas sanciones que durante muchos
siglos, es decir, tradicionalmente, se aplicaron con frecuencia, como las
excomuniones. Si esa tradición concreta hoy se mantuviera, muchos de ellos
habrían sido ya fulminantemente excomulgados. Si el que «atenta físicamente»
contra el Papa queda automáticamente excomulgado (Código c.1370,1), considérese
la sanción que merece quien «atenta espiritualmente» contra él, denigrándolo
públicamente y difundiendo su personal convicción de que es un amigo de herejes
y un perseguidor de la ortodoxia.
3.
La Iglesia no pasa por un eclipse. No hace falta ningún milagro para que el
Papa Francisco sea un fiel Vicario de Cristo en la tierra, pues éste es
justamente el don de gracia que Simón recibió de Jesús hace unos días para
venir a ser Pedro: «Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
el poder del infierno no la derrotará» (Mt 16,18). Y vinculada a esa promesa de
Jesús va esta otra: «Yo estaré con vosotros siempre, hasta la consumaciónde los
siglos» (Mt 28,20). Dentro de la economía normal de la gracia está que Cristo,
eligiendo a Simón como cabeza del colegio apostólico, lo transforme en Pedro.
Por
eso mismo, no se necesita tampoco que el pueblo cristiano haga un
discernimiento acerca de la autenticidad del Papa Francisco. Es bastante que lo
reciba simplemente con fe y esperanza, con amor y obediencia. Cuando el Autor
dice que «será tarea de los teólogos de la historia más eminentes, discernir si
el Cónclave» acertó o erró, está afirmando una gran falsedad. Si fuera ésta una
exigencia verdadera, tendría que decirnos cuántos años habrá de esperar el
pueblo cristiano a que se produzca ese discernimiento «histórico» fidedigno. Y
qué debe hacer mientras tanto.
4.
La oración de Cristo y de su Iglesia Esposa tiene un poder irresistible. El
Papa está «sujeto» a la verdad y al bien por la oración de Cristo y de toda la
Iglesia celestial y militante. Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, sentado a la
derecha del Padre, «vive siempre para interceder por nosotros» (Heb 7,25), los
cristianos, y su intercesión es especialísima en favor del Sucesor de Pedro:
«Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para cribaros como trigo. Pero yo he
pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te hayas convertido,
confirma a tus hermanos» (Lc 22,32). Simón, por sí mismo, es impulsivo, carnal,
temeroso: no quiere en absoluto la cruz para Cristo, piensa como los hombres,
no como Dios, y niega tres veces a Jesús. Es Cristo quien transforma a Simón al
elegirle y establecerle como Primado del colegio apostólico. Es su gracia la
que cambia a Simón en Pedro, en la Roca sobre la que edificará su Iglesia. El
Papa, al ser investido como Vicario de Cristo y Sucesor de Pedro, recibe «una
gracia de estado» permanente que, por supuesto, no lo exime de todo error o
pecado, ni lo hace infalible en todos y cada uno de sus actos y palabras, pero
que sí opera en él cambios muy profundos.
Y
con Cristo orante, toda la Iglesia ora por el Papa Francisco: los ángeles y los
santos del cielo, las parroquias y capillas de la tierra, los conventos y
monasterios, los hogares cristianos. Toda la Iglesia está orando continuamente
por el Papa, por el Papa Francisco. Cuando Pedro fue encarcelado, «la Iglesia
oraba insistentemente por él» (Hch 12,5). Y ahora, en el año 2013, toda la
Iglesia, todos los días, en todas los cientos de miles de Misas, en todo el
mundo, ora continuamente «por el Papa Francisco». En la Misa, en la oración de
los fieles, al final de Rosario, pide «por el Papa y sus intenciones».
Bien
hace el Papa Francisco en decir con frecuencia «rezad por mí». Pero lo haríamos
igual sin su ruego. La oración por el Papa y los Obispos está situada en el
centro de la Eucaristía y del corazón del pueblo cristiano. Y estamos
absolutamente seguros –sin necesidad de hacer discernimiento prudencial alguno–
de que el Señor nos escucha y nos concede lo que le pedimos, porque así lo ha
prometido: «lo que pidiereis [al Padre] en mi nombre, eso haré, para que el
Padre sea glorificado en el Hijo» (Jn 14,13).
5.
El Autor considera con gran dureza, haciendo no pocos juicios temerarios, los
gestos iniciales del Papa Francisco (9). Pero en cuestiones prudenciales, el
Papa puede perfectamente modificar o eliminar tradiciones pontificias con la
suprema Autoridad apostólica de que está revestido. Y siempre se han producido
esos cambios, en mayor o menor medida, al paso de los siglos. Si miramos, por
ejemplo, la evolución de la indumentaria de los Papas en los últimos cien o
doscientos años, podríamos comprobar muy numerosos cambios. Entre San Pío X y
Pío XII, entre Juan XXIII y Juan Pablo II, entre Benedicto XVI y el Papa
Francisco, los ha habido, como todos sabemos, y seguirá habiéndolos sin que por
eso se desmorone la Roca de Pedro. Incluso en un mismo Papa, como Benedicto
XVI, algunos intentos de cambio –la recuperación del gorro «camauro» o del
sombrero «saturno»– no prosperaron, y renunció a ellos. El Papa Francisco
tiene, pues, perfectísimo derecho a presentarse por primera vez en la loggia de
la Basílica de San Pedro sin muceta y sin estola, para recibir luego ésta, a la
hora de bendecir los fieles. Y aunque no se sirva de otras «hierofanías», como
dice el Autor, en nada disminuye ante el pueblo católico su excelsa dignidad de
Romano Pontífice. Las críticas hechas por el Autor sobre estas cuestiones son
crueles y falsas, y sólo sirven para denigrar al Papa Francisco gratuitamente.
Cuando
Pío XII, en un momento de la II Guerra Mundial, para detener el peligro
inminente en que se veía la Ciudad Eterna, se pone a orar en medio de la
muchedumbre con los brazos en cruz y mirando al cielo, no está haciendo ningún
gesto teatral, sino expresando su oración al modo que le es más propio. Y el
Papa Francisco, realizando entre los fieles algunos gestos que podrían parecer
populistas, no está haciendo ejercicios de campechanía para ganar el aplauso del
pueblo, sino que está expresando con toda sinceridad su modo de ser. Alvaro
d’Ors decía que «cuando el enfático habla con énfasis, está hablando con
naturalidad». Ni Pío XII ni el Papa Francisco están haciendo teatro.
6.
La dignidad sagrada del Romano Pontífice puede expresarse y se ha expresado
históricamente en modos muy diversos. Hace poco precisamente escribía yo en
este blog sobre el valor y la necesidad de los signos sagrados (210) y
lamentaba grandemente las pésimas consecuencias que trae la secularización del
sacerdocio ministerial, también en su apariencia exterior (212). Pero con la
misma convicción hay que afirmar la licitud, y la necesidad incluso, de una
cierta evolución en la forma concreta de los signos sagrados. La tiara, la
silla gestatoria, acompañada de flabelos, la capa magna con una cola de cuatro
o cinco metros, sostenida por un caudatario, el besapiés del Papa, y tantos y
tantos otros modos y gestos tradicionales en la vida de la Iglesia pueden y
deben cambiar o eliminarse en el tiempo histórico oportuno. Interpretar esos
cambios como atropellos a la majestad de la liturgia o del Papa es un abuso
inadmisible.
En
ocasiones, por otra parte, formas relativamente modernas, como las casullas en
forma de guitarra, son exigidas por los tradicionalistas como signo de
fidelidad a la tradición; cuando lo cierto es que ese estilo de casulla, la que
deja los brazos descubiertos, fue desconocida antes del XVI, y es por tanto
relativamente moderna. Mucha más tradicional es la casulla antigua y medieval,
que cubre al sacerdote completamente como una casita (casula) o una capa
(casubla). De modo semejante, las mitras episcopales altisimas, a veces hoy
usadas, no son en absoluto tradicionales, aunque algunos las exijan como si lo
fueran. Las mitras usadas en la antigüedad y en la Edad Media, según se nos
representan en mosaicos, sepulcros, imágenes y capiteles, eran bastante más
bajas.
7.
El Papa Francisco, como bastantes Papas lo han hecho, puede introducir en
cuestiones formales cambios considerables, quitando y poniendo, según la
Iglesia y las circunstancias del mundo se lo aconsejen. Asistido por el
Espíritu Santo y por toda la Iglesia, permanecerá absolutamente en la doctrina
católica de fe y costumbres, e incluso mantendrá también en cuestiones menores
una continuidad espiritual con las mejores tradiciones de la Iglesia. Pero los
cambios que estime convenientes de ningún modo han de producir la «bicefalía»
profetizada por el Autor.
Puede
el Papa cambiar el lugar tradicional para el Cónclave, saliéndose de la Capilla
Sixtina, si es que llegara a considerarla como una explosión grandiosa del
espíritu sensual y neopagano del Renacimiento, y si es que prefiriese para el
Cónclave la inmensa majestad de las sobrias Basílicas romanas. Puede el Papa
suprimir las Jornadas Mundiales de la Juventud, o puede transformarlas en
Continentales, o incluso Nacionales, evitando que cientos de miles de jóvenes
tengan que viajar periódicamente a sitios lejanísimos –¡a Australia!–, gastando
en ello mucho trabajo, tiempo y dinero. Puede restablecer la muy venerable
tradición de los diezmos, para que el pueblo cristiano exprese mejor el amor de
la Iglesia a las misiones y a los misioneros, a los templos y a los sacerdotes,
a los pobres y a los países pobres. Puede ordenar que se niegue el sacramento
del matrimonio a parejas de bautizados no practicantes, para evitar una
previsible profanación habitual del vínculo conyugal. Y todas éstas y tantas
otras determinaciones posibles, en el caso de que las decidiera, las tomará
asistido por la Iglesia, especialmente por el Colegio apostólico de los Obispos
y por las propias Congregaciones de la Santa Sede por él constituidas, y con
una asistencia especial, aunque no infalible, del Espíritu Santo.
Yo,
acerca de la conveniencia o inoportunidad de los ejemplos aludidos, no tengo ni
la menor idea. Lo mismo que mis lectores, podré tener ciertas opiniones –y a
veces ni eso–, pero careceré de ideas que sean probablemente prudentes. Pero el
Romano Pontífice sí tiene esa gracia como Pastor universal de la Iglesia.
Nadie, pues, cuando el Papa Francisco realice los cambios que estime prudentes,
venga a calificarlos de atropellos a la Tradición o de ofensivos
distanciamientos de su predecesores. Y menos lo haga a priori, antes de que
inicie su guía pastoral de la Santa Iglesia. «La Primera Sede por nadie puede
ser juzgada» (Código c.1404).
8.
Recibamos al Papa Francisco como un don de Dios providente. El Obispo brasileño
Mons. Fernando Arêas Rifan, en carta a sus sacerdotes, exhorta después del Cónclave
con una doctrina que, ésta sí, es verdaderamente tradicional: «Hago mías las
palabras de Dom Antonio de Castro Meyer, cuando era Obispo diocesano de Campos,
refiriéndose al Beato Juan Pablo II: “Como fieles católicos, en nuestras
relaciones con el Papa debemos dejarnos guiar por un vivo espíritu de fe. Y ver
siempre en el Papa al Vicario de Cristo en la tierra. Sus palabras, en el
ejercicio de su ministerio, deben ser recibidas como palabras del mismo Señor.
Por eso debemos al Papa respeto, veneración y dócil obediencia, evitando todo
espíritu de crítica destructiva. Es necesario que nuestro proceder refleje la
convicción de nuestra fe, que muestra al Papa como Vicario del mismo
Jesucristo” (Veritas, abril-maio de 1980)».
En
el salmo interleccional de la misa de hoy, sábado de la V semana de Cuaresma,
toda la Iglesia, unánimemente, con la absoluta firmeza de la esperanza, hemos
confesado una y otra vez:
«El
Señor nos guardará como pastor a su rebaño» (Jer 31,10).
José
María Iraburu, sacerdote