El
relativismo y el subjetivismo dominan en una especie de moral existencialista e
individualista, ajena a la dimensión social del ser humano. El favor oficial
promueve estas nuevas orientaciones culturales.
Monseñor Héctor Aguer
Infocatólica, 06/11/19
Uno de los datos
definitorios de la cultura que va imponiéndose globalmente es la negación del
concepto y la realidad de la naturaleza. Esta negación es de carácter
metafísico, con una proyección inmediata en la antropología, en la concepción
del hombre. El Diccionario de la Real Academia nos ilustra así: la naturaleza
es «la esencia y propiedad característica de cada ser». Según la nueva visión
de las cosas, no hay nada que sea dado, lo recibido, aquello que nosotros no
construimos y que constituye la identidad nativa de cuanto existe.
Precisamente, se llama constructivismo la teoría gnoseológica y sociológica que
afirma que la realidad -incluso el ser humano en su original bipolaridad de
varón y mujer- es producto de la evolución de la cultura, del ingenio y la
industria del hombre. En términos teológicos equivale a la negación de la
Creación, es una rebelión contra ella, no recibimos nada, ya que todo es fruto
del devenir histórico; lo hacemos nosotros.
El ejemplo más claro de esta
posición es la ideología de género, que altera íntimamente la realidad humana;
de acuerdo con esta ficción ideológica en la que culmina la revolución sexual
desarrollada en las últimas décadas y acelerada recientemente, no existe una
naturaleza de la persona varón y una naturaleza de la persona mujer. La famosa
feminista Simone de Beauvoir, en su libro «El segundo sexo», afirma que «mujer
no se nace, se hace»; más aún, según ella, la mujer sería un «producto
intermedio entre el macho y el castrado».
El reemplazo de «sexo» por
«género» se ha hecho corriente en el lenguaje, sobre todo por influjo de un
periodismo ignaro e ideologizado, y por quienes repiten como loros lo que se
pone de moda. Paradójicamente, en una época en la cual se diviniza al cuerpo y
se le rinde culto, también se lo desprecia y contradice; la realidad biológica
impresa en el cuerpo sería inconsistente. El género se elige según la
inclinación subjetiva y el cuerpo es acomodado a la percepción interior
mediante cirugía o ingesta de hormonas. Puede verse en internet un caso en el
cual la confusión llega a un extremo irrisorio -mueve más bien a llanto que a
risa- un hombre, que es en realidad una mujer, embarazado por una mujer, que en
realidad es un hombre. La exhibición filmada de conductas contra la naturaleza
alcanza un grado de perversión sorprendente para las personas normales en lo
que se llama «fisting»; por delicadeza me abstengo de explicar en qué consiste.
El «colectivo» que reúne a
personas cuyas conductas son hechas públicas y reivindicadas como derechos,
intenta que se reconozcan como naturales y legítimas múltiples combinaciones
caprichosas en nombre de la no discriminación. Cabe aquí una digresión sobre
este punto. El verbo «discriminar» tiene dos sentidos. El primero es positivo:
«separar, distinguir, diferenciar una cosa de otra»; al discriminar no se
infiere agravio ni trato de inferioridad a nadie; no es posible pensar ni
hablar sin discriminar. El segundo sentido designa una actitud inaceptable, ya
que todas las personas merecen ser respetadas, no deben ser víctimas de
desprecio y exclusión.
Los cristianos hemos de
rezar y hacer objeto de nuestro amor a quienes han sido absorbidos por la
manera de pensar y de vivir «contra naturam». Ahora bien, quienes niegan que
exista la categoría de lo natural, suelen acusar falazmente de discriminadores
a quienes afirman que existe una naturaleza humana de la cual se siguen
determinados comportamientos objetivos, que son los propiamente humanos. El
INADI funciona según este lamentable criterio. Quienes profesan la ideología de
género discriminan malamente a la única discriminación válida en este ámbito,
la que establece la distinción original recogida en las primeras páginas de la
Biblia: «Dios creó al ser humano a su imagen.. varón y mujer los creó» (Génesis
1, 27). La Sagrada Escritura asume un dato del sentido común: el varón, «ish»
en hebreo, es para la mujer, «ishshá», y viceversa (Génesis 2, 18. 21-25); sus
cuerpos ajustan el uno en el otro, y también sus almas.
Como ya se ha indicado, de
la naturaleza proceden los comportamientos acordes, que configuran un orden
propiamente humano, del que se siguen la ley natural y el derecho natural, que
ha sido expuesto por eminentes juristas. Que muchas personas incurran en comportamientos
antinaturales, no invalida la realidad objetiva. Para ser concretos, estas
afirmaciones que son -como se ha dicho- de dimensión metafísica, caben en un
argumento muy sencillo e irrefutable: el miembro viril no ha sido hecho para
introducirse en el ano de otro varón, y para ser succionado por este; si tal
cosa ocurre se frustra su finalidad, pues el semen, poblado de millones de
semillas de vida, tiene por destino la vagina de la mujer. Así puede juzgarse
de otras combinaciones antinaturales. Las conductas que encuentran sentido como
expresión física del amor se degradan en la búsqueda prevalente de un placer
egoísta, que Freud calificó acertadamente de perverso e impúdico.
La propaganda gay es
apabullante y va trastornando el cerebro de multitudes, de jóvenes
especialmente, que suelen razonar así: «yo no lo hago, personalmente no me
gusta, pero cada uno es libre de vivir como le parece; si les gusta, para ellos
es bueno». El relativismo y el subjetivismo dominan en una especie de moral
existencialista e individualista, ajena a la dimensión social del ser humano.
El favor oficial promueve estas nuevas orientaciones culturales. El presidente
de la Nación, hablando en una reunión de mujeres del G20 se jactó de haber
habilitado el debate sobre la legalización del aborto, y afirmó que en la
Argentina «rige transversalmente la perspectiva de género». Con todo respeto:
es probable que no sepa bien de qué se trata. La perspectiva es una manera de
ver o representarse las cosas desde un punto; en cambio, el discurso sobre el
género es una ideología, un conjunto completo de afirmaciones que pretende
interpretar reductivamente toda la realidad humana, y que reemplaza las
nociones de naturaleza y de sexo. No me pasó inadvertido este detalle: para la
reciente elección, la propaganda del partido o alianza oficial exhibía,
subrayando el nombre de la agrupación, una franja con los colores del arco
iris. ¿Un alarde de exquisitez estética, o un pícaro guiño al sector del
electorado que enarbola esos colores como bandera?.Otra ridiculez de la
política argentina: la izquierda asume las reivindicaciones de la burguesía,
¿sabrán qué piensan los pobres?.
Los medios de comunicación
son un factor principal en el intento de cambiar la mentalidad de la gente, a
pesar de que el uso anárquico de «las redes» altera un tanto el panorama, para
bien y para mal. Otras conductas destructivas son difundidas elogiosamente,
como si fueran lo normal, lo que ahora se acostumbra, lo natural. Por ejemplo,
se exponen a la curiosidad pública, con lujo de detalles y actualización
permanente, los amoríos fugaces de gente de la farándula. Basta desplegar la
Sección Espectáculos de algunos diarios, o conectarse con el demonio de la
mañana que anda suelto en un canal de televisión.
Otro de los principales
responsables: el showman con probables posibilidades políticas, que también
exhibe en el espectáculo la vida privada de sus bailarines, y promueve entre
ellos superficiales emparejamientos; que semejante engendro tenga buen «rating»
mide hasta qué nivel hemos caído. No voy a acudir, para explicar este amplio
fenómeno, a una teoría de la conspiración, pero -insisto- tales hechos revelan
la dimensión de la decadencia cultural en la que se ha precipitado nuestra
sociedad. Si argumentamos que también ocurre en otros lugares, podríamos
aplicarnos el refrán: «mal de muchos, consuelo de tontos».
Por fortuna, gracias a Dios,
queda gente que se sobrepone a semejante desmadre. La naturaleza vuelve por sus
fueros, como en algunos casos de hombres convertidos en mujeres, a fuerza de
aplicaciones hormonales; con el tiempo asoman pertinazmente rasgos de la
virilidad. Así también, no se podrá abolir totalmente la realidad; muchas
familias «normales» -padre, madre, hijos, matrimonios que duran para siempre-.
en silencio, no sin luchas, van edificando el futuro de una sociedad digna de
la condición humana.
Finalmente, remito a los
lectores a mi artículo «Su dios es el vientre», publicado en InfoCatólica el 22
de mayo pasado, del cual esta nota es continuación y complemento. Aunque
todavía queda mucho por decir.
+ Héctor Aguer, arzobispo
emérito de La Plata