Infovaticana,
30 enero, 2017
A continuación, puede leer el discurso completo de
Benedicto XVI a la Orden de Malta:
Queridos hermanos y hermanas
Me es grato recibirles y saludarles a todos,
Caballeros y Damas, Capellanes y voluntarios de la Soberana y Militar Orden de
Malta. Saludo de modo especial al Gran Maestro, Su Alteza Eminentísima Fray
Matthew Festing, agradeciendo las amables palabras que me ha dirigido en nombre
de todos vosotros; muchas gracias también por el donativo que me habéis
ofrecido, y que he destinado a una obra de caridad. Deseo expresar mi afecto a
los Cardenales y a los Hermanos en el episcopado y en el presbiterado, en
particular a mi Secretario de Estado, que hace poco ha presidido la Eucaristía,
así como al cardenal Paolo Sardi, patrono de la Orden, y al cual agradezco la
solicitud con que se dedica a consolidar el vínculo especial que os une a la
Iglesia Católica, y de una manera particular a la Santa Sede. Saludo con
reconocimiento a vuestro Prelado, el Señor Arzobispo Mons. Angelo Acerbi.
Saludo, en fin, a los diplomáticos, y también a las altas personalidades y
autoridades que están presentes.
El motivo de este encuentro lo ofrece el IX centenario
del solemne privilegio Pie postulatio voluntatis, del 15 de febrero de 1113,
con el cual el Papa Pascual II puso a la recién nacida «hermandad hospitalaria»
de Jerusalén, con el título de San Juan Bautista, bajo la tutela de la Iglesia,
haciéndola soberana, constituyéndola como una Orden de derecho eclesial, con el
derecho a elegir libremente a sus superiores sin interferencia por parte de
otras autoridades laicas o religiosas.
Esta importante conmemoración adquiere
un especial significado en el contexto del Año de la fe, durante el cual la
Iglesia está llamada a renovar la alegría y el compromiso de creer en
Jesucristo, único Salvador del mundo. En este sentido, también vosotros estáis
llamados a acoger este tiempo de gracia para profundizar en el conocimiento del
Señor y para hacer resplandecer la verdad y la belleza de la fe, mediante el
testimonio de vuestra vida y vuestro servicio en el hoy de nuestro tiempo.
Desde sus comienzos, vuestra Orden se ha distinguido
por la fidelidad a la Iglesia y al Sucesor de Pedro, así como por su
irrenunciable perfil espiritual, caracterizado por el elevado ideal religioso.
Seguid avanzado por este camino, dando testimonio de manera concreta de la
fuerza transformadora de la fe. Por la fe, los Apóstoles dejaron todo para
seguir a Jesús, y después fueron por el mundo entero, cumpliendo con el mandato
de llevar el evangelio a toda criatura; anunciaron a todos sin temor la fuerza
de la cruz y la alegría de la resurrección de Cristo, de la cual fueron
testigos directos. Por la fe, los mártires dieron su vida, mostrando la verdad
del evangelio que les había transformado y hecho capaces de llegar hasta la
entrega más grande, fruto del amor, perdonando a sus propios perseguidores. Y
por la fe, a través de los siglos, los miembros de vuestra Orden se han
prodigado primero en asistir a los enfermos en Jerusalén, y después en socorrer
a los peregrinos en Tierra Santa, expuestos a graves peligros, escribiendo así
páginas brillantes de caridad cristiana y defensa del cristianismo.
En el siglo
XIX, la Orden se abrió a nuevos y más amplios campos de actividad en el ámbito
asistencial y de servicio a los enfermos y los pobres, pero sin renunciar nunca
a los ideales originarios, especialmente el de la intensa vida espiritual de
cada uno de sus miembros. En esta dirección debe continuar vuestro compromiso,
con una atención muy especial a la consagración religiosa —la de los profesos—
que constituye el corazón de la Orden. Nunca debéis olvidar vuestras raíces,
cuando el Beato Gerardo y sus compañeros se consagraron con los votos para el
servicio a los pobres, y el privilegio Pie postulatio voluntatis corroboró su
vocación. Los miembros de la institución recién constituida se configuraban así
con los rasgos de la vida religiosa: el compromiso de alcanzar la perfección
cristiana mediante la profesión de los tres votos, el carisma al que se
consagran y la fraternidad entre los miembros. La vocación del profeso debe ser
objeto de gran atención también hoy, unida al cuidado de la vida espiritual de
todos.
En este sentido, respecto a otras organizaciones comprometidas
en el ámbito internacional en la asistencia a los enfermos, en la solidaridad y
la promoción humana, vuestra Orden se distingue por la inspiración cristiana
que debe orientar constantemente el compromiso social de sus miembros.
Conservad y cultivad este rasgo característico, y actuad con renovado ardor
apostólico, siempre con una actitud de profunda sintonía con el Magisterio de
la Iglesia. Vuestra preciosa obra benéfica, articulada en varios campos, y que
se lleva a cabo en diversas partes del mundo, concentrada principalmente en el
servicio al enfermo con estructuras hospitalarias y sanitarias, no es simple
filantropía, sino la expresión eficaz y el testimonio vivo del amor evangélico.
En la Sagrada Escritura, la llamada al amor del
prójimo está unida al mandamiento de amar a Dios con todo el corazón, con toda
el alma y con todas las fuerzas (cf. Mc 12,29-31). Por consiguiente, el amor al
prójimo responde al mandato y al ejemplo de Cristo si se funda en un verdadero
amor a Dios. Así es posible para el cristiano hacer experimentar a los demás a
través de su entrega la ternura providente del Padre celestial, gracias a una
configuración cada vez más profunda con Cristo. Para dar amor a los hermanos,
es necesario tomarlo del fuego de la caridad divina, mediante la oración, la
escucha asidua de la Palabra de Dios y una vida centrada en la Eucaristía.
Vuestra vida cotidiana ha de estar impregnada de la presencia de Jesús, ante
cuya mirada estáis llamados a poner también el sufrimiento de los enfermos, la
soledad de los ancianos o las dificultades de las personas con discapacidad.
Saliendo al encuentro de estas personas, servís a Cristo: «Os aseguro que cada
vez que lo hicisteis con uno de éstos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis» (Mt 25,40), dice el Señor.
Queridos amigos, seguid actuando en la sociedad y en
el mundo por las vías maestras indicadas por el evangelio: la fe y la caridad,
para reavivar la esperanza. La fe, como el testimonio de adhesión a Cristo y de
compromiso con la misión evangélica, que os impulsa a una presencia cada vez
más viva en la comunidad eclesial y a una pertenencia más consciente al Pueblo
de Dios; la caridad, como expresión de fraternidad en Cristo, mediante las
obras de misericordia con los enfermos, los pobres, los necesitados de amor, de
consuelo y ayuda, con los afligidos por la soledad, la desorientación y las
nuevas formas de pobreza material y espiritual. Estos ideales están bien
expresados en vuestro lema: «Tuitio fidei et Obsequium pauperum». Son palabras
que sintetizan bien el carisma de vuestra Orden, la cual, como sujeto de
derecho internacional, no aspira a ejercer poder e influencia de carácter
humano, sino que desea desarrollar con plena libertad su propia misión para el
bien integral del hombre, cuerpo y alma, con la atención puesta tanto en cada
persona como en la comunidad, y sobre todo en quienes están más necesitados de
esperanza y de amor.
Que la Santísima Virgen María —la bienaventurada
Virgen de Filermo— sustente con su materna protección vuestros propósitos y
proyectos; que vuestro celestial protector, san Juan Bautista, así como el
beato Gerardo y los Santos y Beatos de la Orden, os acompañen con su
intercesión. Por mi parte, os aseguro mis oraciones por los que estáis aquí,
por todos los miembros de la Orden, así como por los numerosos y beneméritos
voluntarios, incluido el nutrido grupo de niños, y por cuantos os apoyan en
vuestras actividades, a la vez que os imparto con afecto una especial Bendición
Apostólica, que complacido hago extensiva a vuestras familias. Gracias.