viernes, 21 de diciembre de 2012

Pablo VI es Venerable




Ecclesia, 20-12-12
 
El Papa Benedicto XVI ha promulgado en el día de hoy, jueves 20 de diciembre de 2012, el decreto por el que reconoce las virtudes heroicas del siervo de Dios Giovanni Battista Montini (1897-1978), Papa de la Iglesia católica, con el nombre de Pablo VI, desde el 21 de junio de 1963 al 6 de agosto de 1978.


Con el reconocimiento de sus virtudes heroicas, la beatificación de Pablo VI se producirá cuando se reconozca un milagro obrado por su intercesión. Al respecto, va muy avanzado el estudio la curación de un feto ocurrida hace 16 años en California (EEUU).

¿Cuándo será? Al tiempo. No obstante, todo parece indicar que Pablo VI será beatificado antes de la clausura del Año de la Fe. Y ello obedecería a muchos significados: el cincuentenario del Vaticano II y el mismo hecho de que el anterior Año de la Fe fuera promulgado en 1967 por Pablo VI.



A continuación reproducimos un artículo de nuestro director sobre el Papa Montini.



Pablo VI, Papa  para un compleja modernidad

En la tarde del domingo 6 de agosto de 1978, en Castelgandolfo y casi por sorpresa, fallecía el Papa Pablo VI, tras algo más de quince años de abnegado, espléndido, complejo y debatido ministerio apostólico petrino. Cuarenta días después habría cumplido 81 años.

Nacido el 26 de septiembre de 1896 en la localidad de Concesio, junto a Brescia, en la región norteña de Italia de la Lombardía, era sacerdote desde 1920, obispo desde 1954 y cardenal desde 1958. Durante más de treinta años sirvió en la Curia Romana en altas responsabilidades, a la par que atendía a los jóvenes universitarios de la FUCI. Trabajó también en el cuerpo diplomático de la Santa Sede y durante nueve años fue arzobispo de Milán, donde se le conocía como “el arzobispo de los obreros”. Renunció en 1952 a púrpura cardenalicia y fue “papabile” antes incluso de ser cardenal. Fue bautizado en las aguas del bautismo con los nombres de Giovanni Battista Enrico Antonio Maria Montini Alghisi. Es siervo de Dios y ojalá pronto que la Iglesia lo tenga entre sus beatos y santos.

Nacido para ser Papa

Pocas personas como él habían sido “pensadas” y preparadas a lo largo de su vida para asumir este servicio, habían nacido para ello, ya desde su cuna, con su padre abogado, periodista y político democristiano, con su madre moderna, culta y católica cabal. Desde años antes a su elección pontificia, Montini ofrecía ya el perfil del Sucesor de Pedro, al que le capacitaban, sin duda, hasta su mismo porte y elegancia externa e interna, con aquella mirada honda, pensativa y bondadosa. Y, sobre todo, le capacitaban  su espléndida formación eclesiástica y humana; su fina y serena inteligencia; su cultura amplia, abierta y cosmopolita, de impronta francesa, moderna y fiel; su honda piedad y vida interior; o sus muchos años de quehacer en la Curia Romana, completados con nueve magníficos y emprendedores años como arzobispo de Milán, la más poblada diócesis de toda la Iglesia Occidental.

De él se podía decir, sí, que había nacido para ser Papa. Y lo fue en tiempos esperanzadores y turbulentos. Fue el Papa para una modernidad compleja, cambiante y hasta imprevisible y contradictoria, tan amada y esperada en demasía por unos como temida y denostada en exceso por otros. Fue el Papa del Concilio Vaticano II y de toda su carga de renovación y de reforma. Fue el Papa del primer postconcilio, tantas veces hermoso, tantas veces traumático. Fue el Papa del diálogo. Fue el Papa del hombre, siempre en su escucha y a su servicio, siempre atento a los signos de los tiempos y a los problemas e inquietudes que se abatían sobre una humanidad magnífica y atormentada, que ya empezaba a mostrar inequívocos síntomas de fragmentación, de cambio y ruptura.

“Vocabor Paulus”  (“Me llamaré Pablo”)

Fue el Papa Pablo –nombre elegido por Montini al calzar las sandalias del Pescador, bien sabedor de lo que este nombre significaba en honor y memoria de San Pablo, el apóstol de las gentes y de los gentiles, el heraldo de Jesucristo- , el Papa evangelizador, consciente de la necesidad de recorrer todos los caminos del hombre y de la Iglesia, todos los caminos de un mundo que ya no era  ni mucho menos uniforme, consciente de la necesidad de hacerse presente él y con él toda la Iglesia en sus distintos areópagos. Fue un Papa amado y también criticado, dolorosa e injustamente criticado tantas veces. Como aquella campaña que lo presentaba en nuestro país como antiespañol cuando lo cierto es que la historia le reserva un puesto de honor entre los grandes artífices de nuestra transición a la democracia.

La historia lo ha situado entre dos gigantes, los dos ya beatificados: el profeta, el carismático, el popular Juan XXIII –todavía y ya para siempre el Papa bueno- y él no menos carismático y popular Juan Pablo II el Grande, el atleta de Dios, el Papa más mediático de la historia, el Papa de los récord, el Papa de las excepcionalidades, el Papa del pueblo. Y entre estos gigantes, Pablo VI no palidece –no puede palidecer-, sino que conserva su puesto y su identidad.

Timonel audaz y prudente

Treinta años después de su muerte, la memoria de Pablo VI obliga al reconocimiento y a la gratitud porque supo ser, en medio de bonanzas y de tempestades, el timonel audaz y prudente que la nave de la Iglesia requería. Porque supo ser el Papa atento y siempre en escucha y en diálogo. Porque supo combinar renovación con fidelidad, aunque tantos le urgieran pisar más el freno o pisar más el acelerador. Porque, en suma, supo pastorear al rebaño confiado siguiendo la estela del Buen Pastor, buscando a las ovejas pérdidas sin descuidar a las que permanecían junto a la grey, aun cuando otros pensaran y actuaran de otra manera. Porque supo amar a Jesucristo y seguirle con la cruz a cuestas en quince vertiginosos y arduos años en que fue su Vicario en la tierra, en que fue el Dulce Cristo entre los hombres.

¿Progresista o conservador? ¿Firme o dubitativo? ¿Entusiasta del Vaticano II o atrapado por su legado? Pablo VI fue, ante todo, un hombre de Iglesia, un hijo fiel de la Iglesia y un padre para todos desde la fidelidad y la renovación, los dos quicios permanentes e inexcusables de la verdadera Iglesia. La gracia de Dios –nos recordaba el pasado domingo el Papa Benedicto XVI- no fue vana en él. Y  así supo hacer prestar su aguda inteligencia al servicio de la altísima misión encomendada, amando apasionadamente a Jesucristo y a los hombres de su tiempo.

Un magisterio vivo e interpelador

Siete encíclicas, diecisiete constituciones apostólicas, diez exhortaciones apostólicas, sesenta y una cartas apostólicas, cuarenta y dos motu proprio y nueve viajes internacionales son, junto a su estilo y talante, el legado vivo e interpelador del Papa Montini. “Gaudete in Domino”, “Marialis cultus”, “Octogesima adveniens”, “Humanae vitae”, “Sacerdotalis coelibatus”, “Mysterium fidei”, “El Credo del Pueblo de Dios” y, sobre todo, “Ecclesiam suam”, “Populorum progressio” y “Evangelii nuntiandi” siguen siendo documentos imprescindibles no solo para conocer y entender su pontificado y la vida de la Iglesia en estas últimas cuatro décadas, sino también para que la Iglesia del alba del siglo XXI siga ofreciendo su genuino servicio evangelizador y de búsqueda del hombre –de todo hombre- y de la cultura de su tiempo.

Junto a ello, Pablo VI desplegó una intensa actividad reformadora en la liturgia, en el seno de la Curia Romana y del Colegio Cardenalicio, en la puesta en marcha de algunas propuestas del Vaticano II en pro de la colegialidad y la comunión –los Sínodos, las Conferencias Episcopales…-, en el inquebrantable compromiso ecuménico, de sus acciones y de sus gestos, en la catequesis…

Al hacer memoria de sus viajes apostólicos –el fue el primer Papa peregrino, el primer Papa itinerante y viajero-, llama la atención comprobar sus destinos, marcados por tres prioridades: la misión (India, Colombia, Uganda, Filipinas, Oceanía), la unidad de los cristianos y el diálogo interreligioso (Tierra Santa, Turquía, Ginebra) y la paz y la justicia social (la sede de la ONU, Uganda, Asia Oriental).

La Iglesia y el hombre, sus pasiones

Desde Jesucristo y en Jesucristo -“In nomine Domini” (“En el nombre del Señor”), como rezaba su lema episcopal y pontificio- , la Iglesia y el hombre fueron sus dos grandes amores, sus dos pasiones: “Ruego al Señor –escribía en las vísperas de su muerte- hacer de mi próxima muerte un don de amor a la Iglesia. Podría decir que la he amado siempre”. Y ampliaba su discurso y sus sentimientos con estas otras palabras: “Oh hombres, comprendedme, os amo a todos en la efusión del Espíritu… Así os miro, os saludo, así os bendigo. A todos”. Por ello, con palabras de su sucesor, el Papa Juan Pablo II, vaya nuestro reconocimiento: “Por el inestimable legado de magisterio y de virtud que Pablo VI ha dejado a los creyentes y a toda la humanidad, alabemos al Señor con sincera gratitud. A nosotros nos toca ahora atesorar tan sabia herencia”.

Y es que, más allá de tópicos, estereotipos, simpatías o antipatías, más de tres décadas después de su muerte, tampoco su legado cabe en una sepultura, como él mismo dijera de la herencia recibida de Juan XXIII.

Jesús de las Heras Muela

jueves, 20 de diciembre de 2012

Benedicto XVI beatificó al cura Brochero





20/12/2012, 10:14 , por Redacción LAVOZ


Benedicto XVI firmó hoy el decreto de beatificación del cura  José Gabriel del Rosario Brochero, con lo que culmina el segundo paso hacia la santidad del sacerdote más popular de Córdoba.
Minutos antes de las 10, en Villa Cura Brochero, Traslasierra, estalló el júbilo mientras sonaban las campanas anunciando la buena nueva.
En el boletín del Vaticano se lee "el milagro atribuido a la intercesión del Venerable Siervo de Dios Giuseppe Gabriele del Rosario Brochero, sacerdote diocesano, natural de Santa Rosa de Río Primero (Argentina) 16 de marzo de 1840 y muerto en Villa del Tránsito, Córdoba (Argentina) 26 de enero de 1914".



La esperada llegada de Brochero al altar

Es la culminación del segundo paso hacia la santidad del sacerdote más popular de Córdoba. Nació en Santa Rosa de Río Primero el 16 de marzo de 1840 y falleció en Villa Tránsito (hoy Villa Cura Brochero) el 26 de enero de 1914, a los 73 años.
El proceso de canonización se inició en la década de 1960. Precisamente, según investigó la escritora Liliana de Denaro, el 21 de noviembre de 1963, al cumplirse 50 años de la muerte de Brochero, los obispos cordobeses escribían desde el Vaticano: “Brochero no es un sacerdote ignorado, se lo conoce en toda la Nación... Hemos de pedir al Señor con toda humildad y constancia que, si tales son los designios providenciales, veamos pronto en la gloria de los altares a este siervo bueno y fiel, a este párroco inolvidable que supo abrir surcos tan hondos en la vida religiosa de Córdoba”.

La certeza de la beatificación quedó definitivamente sellada luego de que una junta médica convocada por el Vaticano llegara a la conclusión que la recuperación de un niño tras un accidente de tránsito excedió la explicación científica.
Aquello ocurrió en mayo de este año. Y el 7 de julio pasado los teólogos de la Santa Sede no formularon ninguna objeción al presunto milagro: todos votaron en forma positiva. Así, la Congregación de las Causas de los Santos entregó su veredicto al Papa, para la firma del decreto de beatificación.

La localidad de Villa Cura Brochero esperaba anoche con ansiedad esta nominación. El sacerdote es ampliamente venerado en Traslasierra, región por la que Brochero dejó su vida y, además, fue el promotor de su desarrollo. Uno de los mentores de la causa de canonización de Brochero, Santiago Olivera (obispo de Cruz del Eje), llegó ayer a Villa Cura Brochero para recibir a los feligreses y celebrar la beatificación.
Paralelamente, hoy a las 10.30, el Arzobispado de Córdoba ofrecerá una conferencia de prensa en la que presentará detalles sobre el milagro atribuido a Brochero.

Una larga espera.
La beatificación tuvo una larga espera. Es que la canonización es un proceso muy complejo y reúne las características de una verdadera instrucción judicial.
En el caso de Brochero, el 3 de febrero de 2004 los consultores históricos en causas de canonización, tras examinar la biografía documentada del cura de Traslasierra, la aprobaron por unanimidad y el papa Juan Pablo II le otorgó el título de “venerable”.

El paso siguiente para lograr la beatificación era presentar un milagro por intercesión de Brochero.
Este presunto acto milagroso comenzó a ser investigado en la sede del Arzobispado de Córdoba. Las conclusiones fueron presentadas en abril de 2009 a la Congregación de las Causas de los Santos. El encargado de presentar la investigación fue el obispo Olivera.
El caso remite a la recuperación “asombrosa” de un pequeño de menos de 1 año de vida, quien sufrió un terrible accidente en el camino de las Altas Cumbres. El niño en cuestión tiene hoy 13 años, ampliamente recuperado de aquel trance. En el momento del accidente, según fuentes del Arzobispado de Córdoba, el padre del niño rezó y pidió a Brochero que salvara a su hijo.

El 10 de mayo de este año, una junta médica (con siete especialistas en distintas ramas de la medicina) convocada por el Vaticano estudió la documentación aportada por el Arzobispado de Córdoba y concluyó que la recuperación “no tenía explicación científica”.
En esa ocasión, el neurocirujano cordobés Vicente Montenegro viajó a Roma, a instancias de la Iglesia cordobesa, para ofrecer su testimonio científico de la recuperación del niño.

Celebración. La ceremonia oficial de entronización de José Brochero en los altares católicos será en febrero del año que viene, en el paraje Alto Grande, en la Pampa de Pocho, en Traslasierra.
La Iglesia Católica espera una gran concurrencia de fieles de todos los rincones del país, para rendir tributo a un cura humilde y emprendedor, que dedicó su vida a ayudar a los más pobres.

Beatos locales

Laura Vicuña. Laica, alumna del Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, nacida en Santiago de Chile el 5 de abril de 1891 y muerta en Junín de los Andes (Neuquén) el 22 de enero de 1904. Beatificada el 3 de noviembre de 1988.

Nazaria Ignacia March Mesa. Religiosa, fundadora de la Congregación de las Misioneras Cruzadas de la Iglesia, nacida en Madrid (España) el 10 de enero de 1889 y muerta en Buenos Aires el 6 de julio de 1943. Beatificada el 27 de noviembre de 1992.

Artémides Zatti. Coadjutor salesiano, nacido en Boretto (Italia) el 12 de octubre de 1880 y muerto en Viedma el 15 de marzo de 1951. Beatificado el 14 de abril de 2002.

María del Tránsito Cabanillas. Religiosa, fundadora de las Hermanas Terciarias Misioneras Franciscanas, nacida en Villa Carlos Paz (Córdoba) y muerta en la ciudad de Córdoba el 25 de agosto de 1885. Beatificada el 14 de abril de 2002.

María Ludovica De Angelis. Religiosa de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, nacida en San Gregorio (Italia) el 24 de octubre de 1880 y muerta en La Plata el 25 de febrero de 1965. Beatificada el 3 de octubre de 2004.

Ceferino Namuncurá. Laico, aspirante al sacerdocio en la congregación salesiana, nacido en Chimpay, provincia de Río Negro, el 26 de agosto de 1886 y muerto en Roma, Italia, el 11 de noviembre de 1905. Fue beatificado el 11 de noviembre de 2007, en Chimpay, su ciudad natal.

La Voz del Interior, 20-12-12


martes, 18 de diciembre de 2012

Conversión de Alfred Kitchcock




El sacerdote jesuita Mark Henninger recordó el tiempo que pasó junto al famoso director de cine Alfred Hitchcock, al final de su vida.

En un artículo publicado el 6 de diciembre en el diario estadounidense The Wall Street Journal, el sacerdote recordó que en 1980 fue invitado por su amigo, el P. Tom Sullivan, a visitar una tarde la casa de Hitchcock en Bel Air (Estados Unidos) y celebrar Misa ahí.

Al recordar cómo conoció al famoso director de cine, el P. Henninger dijo que “Hitchcock despertó, miró hacia arriba y besó la mano de (el Padre) Tom y le agradeció”.

El sacerdote indicó que ver los libretos de las películas de Hitchcock, tales como “Con la muerte en los talones”, le significó una distracción al celebrar Misa en el estudio.

“Hitchcock había estado alejado de la Iglesia por algún tiempo, y decía las respuestas en latín, a la antigua usanza”, recordó.

“Pero lo más notable fue que después de recibir la comunión, lloró en silencio, con lágrimas rodando por sus mejillas enormes”.

El P. Henninger continuó visitando a Hitchcock hasta su muerte, el 29 de abril de ese año. El sacerdote reflexionó sobre cuán extraordinario fue que Hitchcock se dejara guiar por Dios al final de su vida.

Algo le “suspiraba en su corazón”, escribió el sacerdote, “y las visitas respondieron un profundo deseo humano, una real necesidad humana”.

La historia del P. Henninger en The Wall Street Journal se publicó a raíz de que se estrenó un relato biográfico, titulado “Hitchcock”, en algunas salas de cine en Estados Unidos, el 23 de noviembre.

Hitchcock fue criado católico en Londres (Reino Unido), y asistió a una escuela salesiana para la primeria y jesuita en secundaria. La carrera de Hitchcock como director duró de 1925 hasta 1976.

La película “Yo confieso” [mi secreto me condena], de 1953, fue la única producción de Hitchcock referente a un sacerdote.

El personaje principal en la película es un sacerdote, que termina siendo investigado por un asesinato que no cometió. Más aún, él escuchó la confesión del asesino, y por eso no puede defenderse a sí mismo.

En declaraciones a ACI Prensa, Ben Akers, director de la Escuela Bíblica Católica de Denver, dijo que “Hitchcock trata de ponerle una cruz a cada escena en esa película, porque la cruz cuelga sobre la decisión que este sacerdote tiene que hacer”.

“En una de las escenas claves donde está tomando la decisión de limpiar o no su nombre, lo que significaría romper el secreto de confesión y dejar el sacerdocio, ñel está caminando las calles de Quebec, y ves a Cristo cargando su cruz, y bajo de los brazos de la cruz ves al sacerdote caminando por el centro”.

El diácono Scott Bailey, que está estudiando para ser un sacerdote en la Arquidiócesis de Denver, es también un fanático de Hitchcock y de “Yo confieso”, en particular.

“Es un increíble retrato de un sacerdote, y creo que realmente da en el clavo del significado, la realidad, del secreto de confesión”.

“Terminó siendo una película realmente impresionante, y muy católica. El sacerdote realmente pone su vida en el borde por no decir nada”.

El retrato de un sacerdote tan comprometido con la santidad del sacramento de la confesión ha ayudado al diácono Bailey a reflexionar sobre su próxima ordenación al sacerdocio, y el rol que tendrá como confesor.

“Encuentro en ello una inmensa responsabilidad, más que nada. Emocionante y aterradora, todo al mismo tiempo”.

WASHINGTON D.C., 16 Dic. 12 / 08:02 pm (ACI/EWTN Noticias).-

lunes, 17 de diciembre de 2012

10 secretos de la Navidad, para una sociedad posmoderna




Autor: P. Alejandro Ortega Trillo, L.C.
Fuente: Catholic.net

La Navidad es inagotable. Después de dos mil años, sigue ilusionando a los niños, inspirando a los artistas, arrobando a los místicos y movilizando al mundo entero. Basta recorrer las principales avenidas y comercios del orbe a partir de noviembre para sentir la fuerza del fenómeno. Y esto en una cultura que es llamada ya por muchos "post-moderna"; es decir, que dejó atrás la modernidad y se ha vuelto "ultramoderna", sobre todo por su dominio técnico y científico, su estructuración geopolítica y social y su configuración global.

En esta nueva edad de la humanidad, contrasta cada vez más la celebración de la Navidad con la tradición de la Navidad. Las tradiciones, en general, están muy devaluadas. Se ha difundido la idea de que son algo que se hace sólo por costumbre, inercia o imposición social o religiosa. Muy al contrario, las tradiciones son como las mejores prácticas de la humanidad, amasadas en forma de costumbre o recurrencia, precisamente para que no se pierdan. Las tradiciones tienen un núcleo interior, un sentido profundo que inspira y da significado a la celebración exterior.

La celebración de la Navidad, sin embargo, está siendo cada vez más superficial y material. Y a medida que se va imponiendo un modelo pagano y comercial de celebrarla, se va perdiendo su riqueza profunda y su encanto. Hacen falta nuevos puentes entre tradición y postmodernidad. Sin duda, hay muchos elementos que depurar en ciertas tradiciones. Pero es preciso redescubrir el valor de las sanas tradiciones, si no queremos perder irresponsablemente riquezas atesoradas por la humanidad a lo largo de siglos y milenios.

La Navidad es la tradición por excelencia. Aunque inmediatamente hay que aclarar que la Navidad es mucho más que una tradición. Es un acontecimiento. Un evento histórico o, mejor, "metahistórico", en el sentido de que rebasa, desborda y envuelve la historia misma, iluminándola y dándole su pleno significado. Por eso, la Navidad jamás será obsoleta. Y por eso también hoy tiene tanto que decirle a nuestra cultura postmoderna. Las siguientes reflexiones son sólo un botón de muestra.


1.         El secreto del burro y el buey: la calma

La nuestra es una sociedad apresurada. No tenemos tiempo para nada. Parecemos "malabaristas" de la existencia: sentimos la presión de mantener muchos roles y responsabilidades en el aire y la limitación de contar sólo con "dos manos".
Y se nos nota: la prisa nos apremia; y también nos maltrata. Más allá de los estragos del stress, tan bien documentados, a veces cometemos errores muy básicos por no dedicarle a cada cosa su tiempo. No hace mucho, al bajar del coche, por la prisa, cerré la puerta sin estar "completamente fuera". ¿El resultado? Un dedo "machucado" y algunas estrellas.

El burro y el buey, siempre presentes en los nacimientos, tienen un secreto que ofrecernos: la calma. La tradición de colocar estos dos animales junto al pesebre del Niño Jesús no es ornamental. Tiene fundamento bíblico: "Conoce el buey a su dueño, y el asno el pesebre de su amo", escribe el profeta Isaías (1, 3).

Recuerdo el gesto sereno y apacible del burro y del buey del nacimiento que poníamos en casa. Dos modelos humanos difícilmente hubieran podido expresar tanta calma. El burro y el buey simplemente "están". No se mueven. No caminan. No se marchan. No tienen ninguna prisa.

La calma supone saber estar donde se debe estar en cada momento. Claro, supone también una buena organización personal y claridad de prioridades. Si quieres calma -parecen decirnos estos animales- dale prioridad a Dios. Ellos reconocieron en el Niño Jesús a su "dueño y amo". En otras palabras, no tenían otro lugar mejor donde estar en ese momento. Si Dios fuera siempre nuestra prioridad, y le dedicáramos tiempo a la oración, al trato con Él, seguramente tendríamos más calma. No por tener menos cosas que hacer, sino por hacer las que realmente importan. Por lo demás, el tiempo no existe ni importa cuando estamos con aquellos que amamos.

"Ustedes tienen el reloj; nosotros tenemos el tiempo", decía un viejo beduino del desierto a un turista. Aprendamos del burro y el buey a no dejarnos presionar tanto por las manecillas. Y menos cuando estemos en oración. Nunca como entonces se puede saborear la serena alegría de estar junto a Dios en plena calma.


2.         El secreto de José: la providencia

Nuestra sociedad se ha vuelto demasiado racional. El concepto viene del latín "reor, ratum", que significa calcular. En otras palabras, hemos aprendido a ser calculadores. Ponderamos demasiado ciertas decisiones que podrían ser más diligentes y valientes si no miráramos tanto su precio en sacrificio o generosidad. En el fondo, además de mezquindad, el ser calculadores supone poca confianza en Dios. Lo prevemos y lo programamos todo para no poner en riesgo nuestra comodidad o conveniencia.

También José habrá hecho sus cálculos y previsiones. "Será Hijo del Altísimo", le dijo María. Y Él concluyó en su imaginación: "Nacerá en un palacio, con los mejores médicos. Viviremos con él en Jerusalén, la capital. Nos darán como casa el Templo de Salomón. Y vendrán reyes y reinas de todas partes a visitarnos. Ya no tendré que trabajar de carpintero".

Pero, ¡qué realidad tan distinta! Un inesperado censo en Belén, el nacimiento en una cueva y la huida a Egipto dieron al traste con sus ilusiones. Y después el regreso a Nazaret y una larga estancia ahí, sin pena ni gloria, para terminar muriendo carpintero. La Navidad es una profunda lección sobre la providencia de Dios, que lleva muchas veces nuestra vida muy al margen de nuestros cálculos y previsiones.

Confiar en la providencia es la actitud más realista. Nadie tiene el control total de su destino personal, matrimonial, familiar, profesional, etc. No lo tuvo José; menos lo tendremos nosotros. Y es mejor que así sea. La apertura a la providencia divina nos ubica en nuestra realidad de creaturas de un Dios que ve y actúa más allá de las circunstancias prósperas y adversas, llevando siempre las cosas en el modo que más nos conviene. Fue el caso de José; y puede ser también el nuestro si aprendemos, como él, a confiar en la Providencia.


3.         El secreto de los ángeles: la espiritualidad

Nuestra sociedad se ha vuelto cada vez más física. No en el sentido científico, sino corporal. Está obsesionada por el fitness, por la "buena forma". Los gimnasios están cerca de llegar a ser el negocio del siglo. Ahora bien, cultivar el cuerpo no tiene nada de malo. El cuerpo es una dimensión esencial de nuestro ser. Como dijo el filósofo Gabriel Marcel, propiamente no tenemos un cuerpo; somos nuestro cuerpo.
Posee, por tanto, una altísima dignidad, y merece todo cuidado y atención. Cada uno es responsable del cuerpo que Dios le dio a modo de talento para dar fruto en esta vida. Baste pensar que todos nuestros actos, los ordinarios y los sublimes, entran en escena a través de nuestra corporeidad; incluso el pensar y el amar.

Pero una cosa es cultivar el cuerpo y otra muy diferente es dar culto al cuerpo. El cuerpo nunca ha de ser idolatrado. Porque nadie debe idolatrarse a sí mismo. Hoy cabría hablar de un cierto narcisismo corporal. Narcisismo condenado de raíz, como en el caso de la fábula, a una profunda frustración. El tiempo pasa y deja su indeleble huella de desgaste y debilitamiento sobre el cuerpo, por más que uno se afane en conservarlo intacto. Ninguna cirugía, ningún procedimiento, ninguna técnica -por mucho avance que haya en la materia- es capaz de evitar el envejecimiento. Y quienes van más allá de lo razonable en este campo, en lugar de envejecer con naturalidad -que es la manera "bella" de envejecer- envejecen como monstruos.

Contra esta tendencia "idolátrica" del cuerpo, los ángeles de la Navidad nos revelan su secreto: el de la espiritualidad. Ellos, que son espíritus puros, nos enseñan a valorar y a gozar la vida espiritual. A buscar no sólo una buena "condición física"; también espiritual. Después de todo, el espíritu nunca envejece. "Cada uno tiene la edad de su corazón", solía repetir el beato Juan Pablo II. Y tal vez por eso, a pesar de los achaques de su vejez corporal, mantuvo siempre un espíritu joven. Basta ver con qué facilidad conectaba con los jóvenes en las Jornadas Mundiales que él mismo protagonizaba.

A veces podemos sentir que la vida espiritual es aburrida, monótona. El canto de los ángeles en Navidad nos recuerda que la vida espiritual es siempre bella, emocionante minuto a minuto, cualquiera que sea la condición del cuerpo. No está mal cultivar la buena forma, cuidar la salud del cuerpo. Pero también -y con mayor razón- hay que cultivar el alma. Después de todo, como dice una antigua frase latina, "los rasgos del alma siempre serán más bellos que los del cuerpo".


4.         El secreto de María: el silencio

Dos necesidades básicas nos definen: hablar y ser escuchados. Con el añadido hoy de la tecnología -celulares, redes sociales, blogs, chateo, etc.- la ecuación queda así: tendencia natural a hablar + tecnología = sociedad hiperparlante. Supongo que más de alguno habrá ya querido gritar desde algún punto del planeta: "¡Basta; cállense todos!".

María tiene un secreto para nuestra ruidosa sociedad: su silencio. Ella, la gran coprotagonista de la Navidad; la que tendría tanto que decir, tanto que contar, guarda silencio, medita. Según la narración evangélica del nacimiento de Jesús, en esos momentos María no dijo una sola palabra. Su silencio fue el mejor modo de acompañar el acontecimiento más grande de la historia. Ningún sonido, ninguna melodía hubiera estado a la altura del momento. Por eso, bien se ha dicho, nada es más solemne que el silencio.

Ahora bien, el silencio de María no fue estéril ni superficial. Fue el espacio fecundo para reflexionar, profundizar y contemplar: "María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón" (Lc. 2, 19). Ella entendió por anticipado lo que un psiquiatra español diría siglos más tarde: en ciertas ocasiones "la palabra es plata y el silencio es oro".

El silencio tiene capas. Hay un silencio "exterior". Importantísimo. Consiste en saber "apagar" los estímulos sensoriales. Cuánto bien nos haría a todos tener al menos 30 minutos de este silencio al día. No siempre es posible. Pero habría que saber encontrar algún remanso así a lo largo del día. Los silencios más profundos son los de la memoria, para evitar malos recuerdos y purificar el pasado; los de la imaginación, para no anticipar desgracias; los de la susceptibilidad, para no "atar demasiados cabos" y sentirnos víctimas de todo mundo, etc., etc. Adquirir la disciplina del silencio no es fácil, pero el fruto bien vale la pena. El silencio es, en cualquier caso, un guardián del alma.


5.         El secreto del pueblo judío: la esperanza

Nuestra sociedad tiende al pesimismo. No sin razón. Basta hojear cualquier periódico para lamentar lo mal que están las cosas. Y así, a fuerza de tragedias y decepciones, han bajado mucho nuestras reservas de optimismo.

En el fondo, hemos perdido esperanza. Y tal vez por eso nos hemos vuelto más superficiales. La superficialidad es la enfermedad de los que no esperan nada. De los que viven en un mundo sin profundidad, sin relieve, sin montañas que conquistar ni misterios que penetrar. J.P. Sartre escribió: "La vida es una derrota, nadie sale victorioso, todo el mundo resulta vencido; todo ha ocurrido para mal siempre y la mayor locura del mundo es la esperanza". Pues precisamente, esa locura del mundo, la esperanza, fue por siglos el gran secreto del mundo antes de Cristo; el que lo puso en una sana tensión, en una espera de Dios que no fue defraudada.

Cuando esperamos algo nos polarizamos, nos cargamos de ilusión. La esperanza mete un centro de gravedad en nuestra vida, y así nos saca de la superficialidad. La espera de Cristo ha sido la más grande que el mundo ha tenido y tiene, pues ahora esperamos su segunda venida. La Navidad nos lo recuerda cada año. S. Grygiel definió la esperanza como la memoria del futuro. Conviene recordar siempre que lo mejor está por venir; que Cristo está por venir. Es el núcleo del mensaje del Adviento litúrgico.

El optimismo cristiano no es una vana ilusión; es una educación del alma. El optimista es quien ha sabido educar su mirada para descubrir lo positivo que se asoma a su alrededor. Y si la crónica del mundo no camina por donde quisiéramos, no es más que una invitación a mirar más alto. Después de todo, como diría Lacordaire, la adversidad descubre al alma luces que la prosperidad no llega a percibir.


6.         El secreto de las estrellas: la humildad

El glamur, según el Diccionario de la Real Academia Española, es un "encanto sensual que fascina". En nuestra sociedad equivale a una preocupación excesiva por la buena apariencia, por el look más llamativo. En un sentido más amplio, el glamur está presente en casi todos los sectores. Hay un glamur de los negocios, del deporte, del espectáculo, de la vida social. En todos los casos, el objetivo es brillar, impresionar, ser el centro de atención.

A esta sociedad glamurosa, las estrellas de la noche de Navidad tienen un secreto que ofrecerle: el de la humildad. Las estrellas sólo brillan en la oscuridad. Cada una brilla con su tamaño y su fulgor propio, sin complejos ni tontas comparaciones. Las estrellas brillan siempre, independientemente de si las miramos o no. Las mira Dios, y eso les basta. "No eres más porque te alaben, ni eres menos porque te desprecien; lo que eres a los ojos de Dios, eso eres", escribía Tomás de Kempis en el siglo XV.

Aquella noche de Navidad, las estrellas debieron brillar maravillosas, sin envidia de la gran estrella posada sobre la cueva de Belén. Cada una brilló lo mejor que pudo, sin sentirse menos. De haberla mirado con envidia, se habrían opacado. Porque la envidia es la polilla del talento (Campoamor). Ellas, en cambio, por su humildad preservaron su talento. Y por eso hoy, sobre una sociedad ávida de reflectores, de relumbrón y de flashazos, ellas siguen siendo, sin pretenderlo, las verdaderas estrellas.


7.         El secreto del pesebre: la pobreza

Una nota novedosa de nuestra sociedad postmoderna es la ambición. Sin duda, ciertas ambiciones son legítimas. El problema es la ambición que se torna insaciable. El gran secreto del pesebre fue la pobreza espiritual, el desprendimiento interior.

Siempre he tratado de imaginar la historia del pesebre; una historia que, sin duda, fue de más a menos. Empezó siendo un tambo limpísimo, idóneo para almacenar agua, aceite o vino. Más tarde fue contenedor de combustible o de lejía. Después lo destaparon para llenarlo de grano trigo, garbanzo o maíz. Un poco más rodado y abollado, se convirtió en tambo de basura. Muchos golpes después, picado y maltratado, cuando ya no servía para otra cosa, lo pasaron por la sierra y, partido por la mitad, dejó de ser tambo y empezó a ser pesebre, en el que colocaron paja para vacas y bueyes.

Quizá nunca imaginó, rodando por la pendiente de la humillación, que llegaría a ser el primer sagrario de la historia, después de María. El pesebre nos recuerda que muchas veces se es más feliz y afortunado siendo menos que más; que el camino de la ambición no lleva a ninguna parte; y que las predilecciones de Dios tienen muy poco que ver con nuestros méritos.


8.         El secreto de los Reyes Magos: la docilidad

Nuestra sociedad presume, con razón, de independencia. Pero una mal entendida libertad puede llegar a ser una falsa autonomía, que raya en la ilusión, en la pérdida de referentes morales y de criterios rectos y claros. Ciertas corrientes de pensamiento han postulado un falso humanismo, que consiste en borrar a Dios del horizonte para que el hombre pueda ser plenamente hombre. Su tesis, en resumen, podría enunciarse así: "Si Dios es, el hombre no puede ser".

Esta postura, sin embargo, constituye un verdadero drama, que inspiró el título de un libro del teólogo Henri de Lubac: El drama del humanismo ateo. Años más tarde, el Concilio Vaticano II resumía admirablemente su esencia: "La criatura sin el Creador desaparece... Más aún, por el olvido de Dios la propia criatura queda oscurecida" (Gaudium et spes, 36).

En otras palabras, cuando el hombre deja de tener por referente a Dios, se extravía en un laberinto sin salida. Es aquí donde los Reyes Magos tienen un secreto maravilloso que ofrecernos: el de la docilidad a Dios. Ellos se dejaron guiar. Fueron verdaderamente sabios al no fiarse de sí mismos, de su autonomía; al buscar fuera de sí mismos, en el cielo, la verdadera razón de su vida y el camino a seguir. Cierto, el camino fue largo y muchas veces oscuro. Pero en premio a su docilidad, encontraron al mismísimo Dios, que se hizo carne para ser hallado.

Su docilidad es una lección de sensibilidad a los auténticos valores y a las inspiraciones de lo alto. Dios nos manda señales; nos sugiere, nos invita, nos muestra estrellas que seguir. El corazón rebelde se ciega y endurece; se enferma de lo que la Biblia llama "esclerocardía" -dureza de corazón-. En cambio, el corazón sensible tiene ojos; y el dócil, pies. Así puede descubrir las "señales de arriba" y seguirlas con paciencia, sabiendo que tarde o temprano le llevarán al mejor de los hallazgos: Dios mismo.


9.         El secreto de los pastores: la fe

A nuestra sociedad cada día le cuesta más creer. Es cierto, muchas certezas se han derrumbado; muchas confianzas han sido defraudadas, sobre todo en los últimos años. Por eso, más de alguno me ha dicho: "Ya no sé en qué creer".

El secreto de los pastores fue su fe. Una fe sencilla, pero viva, operante y alegre. Ellos eran, muy probablemente, hombres sin educación, sin formación, sin grandes lecturas. Pero aquella noche de Navidad fueron los hombres más iluminados de la historia. Dice el Evangelio: "Había en la misma comarca unos pastores, que dormían al raso y vigilaban por turno durante la noche su rebaño. Se les presentó el Angel del Señor, y la gloria del Señor los envolvió en su luz" (Lc. 2, 8 - 9). Eso es la fe: una luz envolvente, que todo lo ilumina: no sólo la noche, también la vida; no sólo el entorno, también el corazón.

La suya fue una fe sin cuestionamientos. Inmediatamente, sin mayor deliberación, los pastores se levantaron y se pusieron en camino. "Y sucedió que cuando los ángeles, dejándoles, se fueron al cielo, los pastores se decían unos a otros: Vayamos, pues, hasta Belén y veamos lo que ha sucedido y el Señor nos ha manifestado" (Lc. 2, 15).

La fe no es sólo "creer" con la mente. Es un dinamismo interior que nos pone "en movimiento". La fe cambia la vida. Nunca es estática. Porque nuestro corazón tampoco lo es; siempre busca un horizonte ilimitado. Las solas expectativas de esta vida le quedan chicas; y sus motivaciones, también.

La fe de los pastores, por lo demás, tampoco contradijo su razón. Sólo la iluminó. La llevó mucho más lejos. La abrió a una revelación que venía de lo alto. Porque, en definitiva, la fe es más una respuesta que una búsqueda. Los pastores no buscaron a Dios; sólo se dejaron encontrar por Él.

La fe desemboca en un gran sentido de lo esencial. Aquella noche, los pastores descubrieron que ya nada importaba, que sólo una cosa era necesaria: estar junto al Recién Nacido. Quien posee el sentido de lo esencial capta lo importante, busca lo único necesario, y así simplifica muchísimo su vida. Fue lo que años después diría Cristo a Marta: "Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada" (Lc. 10, 41-42).


10.      El secreto de la noche de Navidad: la paz

Se diría que éste último secreto de la Navidad es la síntesis de todos los anteriores: la paz. San Agustín la definió como la "tranquilidad del orden". Según los historiadores, durante la noche de Navidad cesaron las guerras, se hermanaron los pueblos, se reunieron las familias, y parece que todo el cosmos se puso en paz. El Martirologio romano subraya este hecho cuando dice que Cristo nació "mientras reinaba la paz en toda la Tierra".

La paz es un resultado. Algo que encontramos al final del esfuerzo. Quien renuncia a la prisa, confía en la Providencia, se ejercita en la espiritualidad, vive el silencio, madura su esperanza, forja su humildad y pobreza, su docilidad y su fe, seguramente hallará paz.

Parecen demasiados pasos. En realidad, el camino no es tan largo. Porque todos estos esfuerzos son vasos comunicantes. Quien trabaja en un aspecto, termina por crecer también en los demás. No hay hombre que ore sin ejercitar su fe, su abandono en Dios, su pobreza y humildad. Por eso, más que ver una lista de tareas, tomemos al menos un secreto de la Navidad y empecemos a vivirlo con empeño e interés. Cualquiera de ellos tiene toda la virtualidad para cambiarnos la vida y mejorarla notablemente.

Y no olvidemos que el verdadero centro de la Navidad es Jesús mismo. Él es el Príncipe de la Paz, como lo llama la Iglesia. En Él y sólo en Él encontraremos la paz. En Él posemos nuestra mirada, confiada y segura. Quizá el "mundo feliz" que algunos han profetizado no es tan utópico como pareciera. Porque en realidad no se necesita quién sabe qué nivel de desarrollo científico y técnico para clonar a la gente y diseñar una perfecta ingeniería social. Si queremos una sociedad postmoderna "feliz" -hasta donde es posible en esta vida-, sólo hay que redescubrir algunos secretos esenciales, poner a Cristo al centro de cada familia y dejarlo reinar.

Después de todo, Dios sigue siendo el Señor de la vida y de la historia, aunque no lo parezca. Su victoria sobre el mal -en cualquiera de sus formas- es ya una realidad. Y, si lo acogemos, su victoria será también nuestra. O para decirlo de forma más poética, con un himno de la Liturgia de las Horas, "derrotados la muerte y el pecado, es de Dios toda historia y su final; esperad con confianza su venida; no temáis, con vosotros él está. Volverán encrespadas tempestades para hundir vuestra fe y vuestra verdad, es más fuerte que el mal y que su embate el poder del Señor, que os salvará".

viernes, 14 de diciembre de 2012

Actividades programadas para 2013



CÁTEDRA JUAN PABLO MAGNO



1. Continuar el Programa de Perfeccionamiento Catequético. En el 2013 se efectuará el primer sábado de cada mes, entre marzo y noviembre.

2. Programa de difusión de la Doctrina Social de la Iglesia:

  2. 1. Análisis de  “Los Principios del Orden Social Católico”: en dos conferencias en el mes de marzo.

  2. 2.  Se estudiarán 15 documentos políticos pontificios, el cuarto sábado de cada mes, entre marzo y noviembre.

3.Mantener actualizado el blog de la Cátedra, que ya superó las 5.000 visitas: 

En todas las actividades presenciales, la entrada es libre, y se realizarán en nuestra sede:
Parroquia María Auxiliadora, Av. Colón 1067