Católicos on
line, 22 de Junio de 2019
Autor: Santiago
MARTÍN, sacerdote FM
Estamos ya
acostumbrados, por desgracia, a que los “Instrumentum laboris” de los Sínodos
sean polémicos, aunque luego lo que se apruebe no sea tan malo como se
prometía. Quizá sea una estrategia bien planeada: se amaga con lo peor y así es
más fácil que la oposición acepte cosas que no hubiera aceptado, conformándose
con que el desastre no haya sido tan grande.
En este caso, lo
que ha llamado más la atención es la posibilidad de ordenar hombres casados
para atender a las comunidades que viven en sitios alejados y que, según indica
el “Instrumentum”, reciben la visita del sacerdote cada dos o tres años. El
hecho de que existan en la Iglesia católica ritos donde hay este tipo de
sacerdotes -el rito oriental y el de los ex sacerdotes anglicanos- significa
que eso es posible, con las debidas condiciones y limitaciones. Pero el
problema no es ése y a nadie se le hubiera ocurrido alarmarse si sólo se
tratara de eso. El problema es que se sospecha que esa aceptación de los
sacerdotes casados en casos excepcionales y en lugares muy concretos, se
generalice a otros países y a otras culturas. Los alemanes ya han anunciado que
procederán a ello, diga lo que diga el Papa. Por lo tanto, se estaría
utilizando como excusa para favorecer a los alemanes, la grave dificultad que
tienen algunas zonas de la Amazonía para ser evangelizadas. Es, como sucedió
con el aborto, la apertura de un resquicio en la puerta, que servirá para que
ésta se abra de par en par más tarde.
Sin embargo, con
ser esto preocupante, hay cosas aún peores en el “Instrumentum laboris”. Para
entenderlas hay que remontarse a 1989, a la caída del Muro de Berlín y al
posterior desmoronamiento de la Unión Soviética. Los grandes promotores de la
Teología de la Liberación de inspiración marxista se quedaron, de repente, sin
paradigma, sin modelo, sin “paraíso en la tierra”. No es que no supieran que
todo aquello era una farsa y una dictadura, sino que ahora ya lo sabía todo el
mundo. No podían seguir promoviendo el servilismo de la Iglesia a la causa
marxista, porque ésta ya estaba desprestigiada. Entonces se reciclaron e
inventaron un nuevo paraíso terrenal, con los mismos tintes marxistas, pero con
otro lenguaje. Ese nuevo paradigma era la “pacha mama”, la “madre tierra”, y
sus agentes era los pueblos indígenas, que por el hecho de serlo ya estaban
libres de todo pecado, como antes lo estaban los obreros simplemente por serlo.
Dejaron de hablar de la sociedad sin clases como utopía -para llegar a la cual
había que pasar por la dictadura sangrienta del proletariado como un mal menor
e inevitable-, para hablar del paraíso terrenal que era el mundo americano antes
de la llegada de los torturadores españoles, primero, y de los explotadores
norteamericanos, después. Por eso se incrementó tanto el rechazo a los actos
del V Centenario del descubrimiento de América. Hay que volver a ese paraíso
terrenal, que es la nueva sociedad sin clases. Por eso, un personaje tan
significativo como Leonardo Boff empezó a publicar, uno tras otro, libros
ecologistas-revolucionarios (“Ecología, grito de la tierra, grito de los
pobres”, “Ética planetaria desde el Gran Sur” o “La voz del arco iris”, son
sólo tres ejemplos). El actual “Instrumentum laboris” está impregnado de esta
visión idealista de las sociedades primitivas, a las que les compete el papel
histórico de fuerzas revolucionarias. Ahora resulta que el paleolítico es el
paraíso en la tierra.
En este
desvarío, se llega incluso a afirmar que la Amazonía, el territorio, es “un
lugar teológico desde el que se vive la fe y también es una fuente especial de
la revelación de Dios”. Surge así una tercera fuente de revelación divina, junto
a la Escritura y la Tradición, que estaría incluso por encima de ambas en caso
de colisión, puesto que “los pueblos amazónicos tienen mucho que enseñarnos”.
La Iglesia en su conjunto debe adquirir un “rostro amazónico”, que implica
“abandonar una tradición colonial monocultural, clerical e impositiva y saber
discernir y asumir sin miedo las diversas expresiones culturales de los
pueblos”. Y detrás de esto viene ya todo lo que se nos quiere imponer desde
lugares tan alejados del Amazonas como es Alemania. Porque ser amazónicos
significa que en un país se pueda dar la comunión a los protestantes u ordenar
mujeres, en otro que se niegue la presencia real del Señor en la Eucaristía, en
otro que se acepte la convivencia sin casarse, en otro que se permitan la eutanasia
y el aborto y en otro -por ejemplo, Alemania-, todo eso junto. Para los
promotores de estos cambios, ser amazónicos no es andar por la calle con un
taparrabos y una pluma en la cabeza, sino entregarse de lleno al mundo y
renunciar a todo lo que enseña el Evangelio, cuando está en contradicción con
el mundo.
Por eso es tan
importante lo que se apruebe en ese Sínodo, porque en realidad lo que menos
importa es si se puede facilitar la evangelización a los indígenas que viven en
lugares remotos; esa es la excusa, porque lo que de verdad interesa es preparar
el camino para el Sínodo de Alemania, que es donde se van a proponer todas las
reformas enunciadas, con la amenaza de llegar al cisma si no se las aprueban en
Roma. Al final no sabemos si estamos hablando de los problemas de los nativos
brasileños, colombianos o peruanos, o si estamos hablando de los problemas de
los nativos alemanes, porque parece que de lo que se trata es de contentar a
éstos usando a aquellos como excusa, lo cual es un claro abuso colonialista
sobre aquellos a los que se dice querer respetar y ayudar. Ahora resulta que el
Amazonas desemboca en Alemania y que los antiguos teólogos marxistas de la
liberación se han puesto al servicio de la Iglesia más aburguesada que existe,
una Iglesia que si no pagas un impuesto no te permite ni bautizarte ni celebrar
un funeral por el alma de tu padre. A lo que hemos llegado.