CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» –
«Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico
nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual
compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus
brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual nos
sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y
hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño
que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que
Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm
8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio
cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da
el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta
indiferente
3. Hace más de cincuenta años,
cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa
Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una
guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje
Pacem in terris a todo el «mundo católico », pero agregaba «y a todos los
hombres de buena voluntad ». Ahora, frente al deterioro ambiental global,
quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi exhortación
Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un
proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento
especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in
terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica,
presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática » de la
actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una explotación
inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y
de ser a su vez víctima de esta degradación »[2].También habló a la FAO sobre
la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de
la civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de un
cambio radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos
científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el
crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de
este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que
el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural,
sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y
consumo»[4]. Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5]. Pero al mismo
tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las condiciones
morales de una auténtica ecología humana»[6]. La destrucción del ambiente
humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al ser
humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de diversas
formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo supone
cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y de
consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la sociedad»[7].El
auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a
la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo natural y «tener
en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un sistema ordenado»[8].
Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que tiene el ser humano
debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria de las cosas por
parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI
renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones
de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen
incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el
mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el
libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida,
la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la
degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela
la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el
ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento
irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas
se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen
verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana
no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él
se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad,
pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar
conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos
las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra
y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza
donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo
nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas
recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y
organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre
estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica,
otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han
desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas
que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero
recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé,
con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha
referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus
propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra
contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la
creación»[14]. Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera
firme y estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación:
«Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina;
que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus
zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire.
Todos estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé
llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas
ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino
en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los
síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la
generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que
«significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de
pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos,
además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como
modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra
humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño
detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en
el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta
encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre
como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma.
Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil
y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo
patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado
también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular
hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era
amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico
y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios,
con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué
punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los
pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra
también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que
trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con
la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona,
cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción
era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en
comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a
alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era
mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él
cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se
sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía
de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas
las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el
dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada como un
romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que
determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al
ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el
lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo,
nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero
explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos.
En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad
y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad de san
Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más radical: una
renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de dominio.
12. Por otra parte, san Francisco,
fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un espléndido
libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y de su
bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se conoce
por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se hacen
visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del
mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una
parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de
manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor
de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un
misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de
proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que
las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás en
su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún
posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo
reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados
sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección
de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con
vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en
las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio.
Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor
sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a
un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental
que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El
movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha
generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización.
Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis
ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino
también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los
caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a
la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones
técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos
de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar
el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[22]. Todos podemos
colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno
desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta
encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a
reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos
presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la
actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la
investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se
indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se
desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor
coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las
raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino
también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre
sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión
quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que
involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional.
Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración
humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee
su temática propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una
nueva óptica cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto
ocurre especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por
ejemplo: la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la
convicción de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo
paradigma y a las formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a
buscar otros modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de
cada criatura, el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates
sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la política internacional y
local, la cultura del descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos
temas no se cierran ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y
enriquecidos.
CAPÍTULO PRIMERO
LO QUE LE ESTÁ PASANDO A NUESTRA
CASA
17. Las reflexiones teológicas o
filosóficas sobre la situación de la humanidad y del mundo pueden sonar a
mensaje repetido y abstracto si no se presentan nuevamente a partir de una
confrontación con el contexto actual, en lo que tiene de inédito para la
historia de la humanidad. Por eso, antes de reconocer cómo la fe aporta nuevas
motivaciones y exigencias frente al mundo del cual formamos parte, propongo
detenernos brevemente a considerar lo que le está pasando a nuestra casa común.
18. A la continua aceleración de
los cambios de la humanidad y del planeta se une hoy la intensificación de
ritmos de vida y de trabajo, en eso que algunos llaman «rapidación». Si bien el
cambio es parte de la dinámica de los sistemas complejos, la velocidad que las
acciones humanas le imponen hoy contrasta con la natural lentitud de la evolución
biológica. A esto se suma el problema de que los objetivos de ese cambio veloz
y constante no necesariamente se orientan al bien común y a un desarrollo
humano, sostenible e integral. El cambio es algo deseable, pero se vuelve
preocupante cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida
de gran parte de la humanidad.
19. Después de un tiempo de
confianza irracional en el progreso y en la capacidad humana, una parte de la
sociedad está entrando en una etapa de mayor conciencia. Se advierte una
creciente sensibilidad con respecto al ambiente y al cuidado de la naturaleza,
y crece una sincera y dolorosa preocupación por lo que está ocurriendo con
nuestro planeta. Hagamos un recorrido, que será ciertamente incompleto, por
aquellas cuestiones que hoy nos provocan inquietud y que ya no podemos esconder
debajo de la alfombra. El objetivo no es recoger información o saciar nuestra
curiosidad, sino tomar dolorosa conciencia, atrevernos a convertir en
sufrimiento personal lo que le pasa al mundo, y así reconocer cuál es la
contribución que cada uno puede aportar.
I. Contaminación y cambio
climático
Contaminación, basura y cultura
del descarte
20. Existen formas de
contaminación que afectan cotidianamente a las personas. La exposición a los
contaminantes atmosféricos produce un amplio espectro de efectos sobre la
salud, especialmente de los más pobres, provocando millones de muertes
prematuras. Se enferman, por ejemplo, a causa de la inhalación de elevados
niveles de humo que procede de los combustibles que utilizan para cocinar o
para calentarse. A ello se suma la contaminación que afecta a todos, debida al
transporte, al humo de la industria, a los depósitos de sustancias que
contribuyen a la acidificación del suelo y del agua, a los fertilizantes,
insecticidas, fungicidas, controladores de malezas y agrotóxicos en general. La
tecnología que, ligada a las finanzas, pretende ser la única solución de los
problemas, de hecho suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples
relaciones que existen entre las cosas, y por eso a veces resuelve un problema
creando otros.
21. Hay que considerar también la
contaminación producida por los residuos, incluyendo los desechos peligrosos
presentes en distintos ambientes. Se producen cientos de millones de toneladas
de residuos por año, muchos de ellos no biodegradables: residuos domiciliarios
y comerciales, residuos de demolición, residuos clínicos, electrónicos e
industriales, residuos altamente tóxicos y radioactivos. La tierra, nuestra
casa, parece convertirse cada vez más en un inmenso depósito de porquería. En
muchos lugares del planeta, los ancianos añoran los paisajes de otros tiempos,
que ahora se ven inundados de basura. Tanto los residuos industriales como los
productos químicos utilizados en las ciudades y en el agro pueden producir un
efecto de bioacumulación en los organismos de los pobladores de zonas cercanas,
que ocurre aun cuando el nivel de presencia de un elemento tóxico en un lugar
sea bajo. Muchas veces se toman medidas sólo cuando se han producido efectos
irreversibles para la salud de las personas.
22. Estos problemas están
íntimamente ligados a la cultura del descarte, que afecta tanto a los seres
humanos excluidos como a las cosas que rápidamente se convierten en basura.
Advirtamos, por ejemplo, que la mayor parte del papel que se produce se
desperdicia y no se recicla. Nos cuesta reconocer que el funcionamiento de los
ecosistemas naturales es ejemplar: las plantas sintetizan nutrientes que
alimentan a los herbívoros; estos a su vez alimentan a los seres carnívoros,
que proporcionan importantes cantidades de residuos orgánicos, los cuales dan
lugar a una nueva generación de vegetales. En cambio, el sistema industrial, al
final del ciclo de producción y de consumo, no ha desarrollado la capacidad de
absorber y reutilizar residuos y desechos. Todavía no se ha logrado adoptar un
modelo circular de producción que asegure recursos para todos y para las
generaciones futuras, y que supone limitar al máximo el uso de los recursos no
renovables, moderar el consumo, maximizar la eficiencia del aprovechamiento,
reutilizar y reciclar. Abordar esta cuestión sería un modo de contrarrestar la
cultura del descarte, que termina afectando al planeta entero, pero observamos
que los avances en este sentido son todavía muy escasos.
El clima como bien común
23. El clima es un bien común, de
todos y para todos. A nivel global, es un sistema complejo relacionado con
muchas condiciones esenciales para la vida humana. Hay un consenso científico
muy consistente que indica que nos encontramos ante un preocupante
calentamiento del sistema climático. En las últimas décadas, este calentamiento
ha estado acompañado del constante crecimiento del nivel del mar, y además es
difícil no relacionarlo con el aumento de eventos meteorológicos extremos, más
allá de que no pueda atribuirse una causa científicamente determinable a cada
fenómeno particular. La humanidad está llamada a tomar conciencia de la
necesidad de realizar cambios de estilos de vida, de producción y de consumo,
para combatir este calentamiento o, al menos, las causas humanas que lo
producen o acentúan. Es verdad que hay otros factores (como el vulcanismo, las
variaciones de la órbita y del eje de la Tierra o el ciclo solar), pero
numerosos estudios científicos señalan que la mayor parte del calentamiento
global de las últimas décadas se debe a la gran concentración de gases de
efecto invernadero (anhídrido carbónico, metano, óxidos de nitrógeno y otros)
emitidos sobre todo a causa de la actividad humana. Al concentrarse en la
atmósfera, impiden que el calor de los rayos solares reflejados por la tierra
se disperse en el espacio. Esto se ve potenciado especialmente por el patrón de
desarrollo basado en el uso intensivo de combustibles fósiles, que hace al corazón
del sistema energético mundial. También ha incidido el aumento en la práctica
del cambio de usos del suelo, principalmente la deforestación para agricultura.
24. A su vez, el calentamiento
tiene efectos sobre el ciclo del carbono. Crea un círculo vicioso que agrava
aún más la situación, y que afectará la disponibilidad de recursos
imprescindibles como el agua potable, la energía y la producción agrícola de
las zonas más cálidas, y provocará la extinción de parte de la biodiversidad
del planeta. El derretimiento de los hielos polares y de planicies de altura
amenaza con una liberación de alto riesgo de gas metano, y la descomposición de
la materia orgánica congelada podría acentuar todavía más la emanación de
anhídrido carbónico. A su vez, la pérdida de selvas tropicales empeora las
cosas, ya que ayudan a mitigar el cambio climático. La contaminación que
produce el anhídrido carbónico aumenta la acidez de los océanos y compromete la
cadena alimentaria marina. Si la actual tendencia continúa, este siglo podría
ser testigo de cambios climáticos inauditos y de una destrucción sin
precedentes de los ecosistemas, con graves consecuencias para todos nosotros.
El crecimiento del nivel del mar, por ejemplo, puede crear situaciones de
extrema gravedad si se tiene en cuenta que la cuarta parte de la población
mundial vive junto al mar o muy cerca de él, y la mayor parte de las
megaciudades están situadas en zonas costeras.
25. El cambio climático es un
problema global con graves dimensiones ambientales, sociales, económicas,
distributivas y políticas, y plantea uno de los principales desafíos actuales
para la humanidad. Los peores impactos probablemente recaerán en las próximas
décadas sobre los países en desarrollo. Muchos pobres viven en lugares
particularmente afectados por fenómenos relacionados con el calentamiento, y
sus medios de subsistencia dependen fuertemente de las reservas naturales y de
los servicios ecosistémicos, como la agricultura, la pesca y los recursos
forestales. No tienen otras actividades financieras y otros recursos que les
permitan adaptarse a los impactos climáticos o hacer frente a situaciones
catastróficas, y poseen poco acceso a servicios sociales y a protección. Por
ejemplo, los cambios del clima originan migraciones de animales y vegetales que
no siempre pueden adaptarse, y esto a su vez afecta los recursos productivos de
los más pobres, quienes también se ven obligados a migrar con gran
incertidumbre por el futuro de sus vidas y de sus hijos. Es trágico el aumento
de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental,
que no son reconocidos como refugiados en las convenciones internacionales y
llevan el peso de sus vidas abandonadas sin protección normativa alguna.
Lamentablemente, hay una general indiferencia ante estas tragedias, que suceden
ahora mismo en distintas partes del mundo. La falta de reacciones ante estos
dramas de nuestros hermanos y hermanas es un signo de la pérdida de aquel
sentido de responsabilidad por nuestros semejantes sobre el cual se funda toda
sociedad civil.
26. Muchos de aquellos que tienen
más recursos y poder económico o político parecen concentrarse sobre todo en
enmascarar los problemas o en ocultar los síntomas, tratando sólo de reducir
algunos impactos negativos del cambio climático. Pero muchos síntomas indican
que esos efectos podrán ser cada vez peores si continuamos con los actuales
modelos de producción y de consumo. Por eso se ha vuelto urgente e imperioso el
desarrollo de políticas para que en los próximos años la emisión de anhídrido
carbónico y de otros gases altamente contaminantes sea reducida drásticamente,
por ejemplo, reemplazando la utilización de combustibles fósiles y
desarrollando fuentes de energía renovable. En el mundo hay un nivel exiguo de
acceso a energías limpias y renovables. Todavía es necesario desarrollar
tecnologías adecuadas de acumulación. Sin embargo, en algunos países se han
dado avances que comienzan a ser significativos, aunque estén lejos de lograr
una proporción importante. También ha habido algunas inversiones en formas de
producción y de transporte que consumen menos energía y requieren menos
cantidad de materia prima, así como en formas de construcción o de saneamiento
de edificios para mejorar su eficiencia energética. Pero estas buenas prácticas
están lejos de generalizarse.
II. La cuestión del agua
27. Otros indicadores de la
situación actual tienen que ver con el agotamiento de los recursos naturales.
Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los
países más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde
el hábito de gastar y tirar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado
ciertos límites máximos de explotación del planeta, sin que hayamos resuelto el
problema de la pobreza.
28. El agua potable y limpia
representa una cuestión de primera importancia, porque es indispensable para la
vida humana y para sustentar los ecosistemas terrestres y acuáticos. Las
fuentes de agua dulce abastecen a sectores sanitarios, agropecuarios e
industriales. La provisión de agua permaneció relativamente constante durante
mucho tiempo, pero ahora en muchos lugares la demanda supera a la oferta
sostenible, con graves consecuencias a corto y largo término. Grandes ciudades
que dependen de un importante nivel de almacenamiento de agua, sufren períodos
de disminución del recurso, que en los momentos críticos no se administra
siempre con una adecuada gobernanza y con imparcialidad. La pobreza del agua
social se da especialmente en África, donde grandes sectores de la población no
acceden al agua potable segura, o padecen sequías que dificultan la producción
de alimentos. En algunos países hay regiones con abundante agua y al mismo
tiempo otras que padecen grave escasez.
29. Un problema particularmente
serio es el de la calidad del agua disponible para los pobres, que provoca
muchas muertes todos los días. Entre los pobres son frecuentes enfermedades
relacionadas con el agua, incluidas las causadas por microorganismos y por
sustancias químicas. La diarrea y el cólera, que se relacionan con servicios
higiénicos y provisión de agua inadecuados, son un factor significativo de
sufrimiento y de mortalidad infantil. Las aguas subterráneas en muchos lugares
están amenazadas por la contaminación que producen algunas actividades
extractivas, agrícolas e industriales, sobre todo en países donde no hay una
reglamentación y controles suficientes. No pensemos solamente en los vertidos
de las fábricas. Los detergentes y productos químicos que utiliza la población
en muchos lugares del mundo siguen derramándose en ríos, lagos y mares.
30. Mientras se deteriora
constantemente la calidad del agua disponible, en algunos lugares avanza la
tendencia a privatizar este recurso escaso, convertido en mercancía que se
regula por las leyes del mercado. En realidad, el acceso al agua potable y
segura es un derecho humano básico, fundamental y universal, porque determina
la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el ejercicio
de los demás derechos humanos. Este mundo tiene una grave deuda social con los
pobres que no tienen acceso al agua potable, porque eso es negarles el derecho
a la vida radicado en su dignidad inalienable. Esa deuda se salda en parte con
más aportes económicos para proveer de agua limpia y saneamiento a los pueblos
más pobres. Pero se advierte un derroche de agua no sólo en países
desarrollados, sino también en aquellos menos desarrollados que poseen grandes
reservas. Esto muestra que el problema del agua es en parte una cuestión
educativa y cultural, porque no hay conciencia de la gravedad de estas
conductas en un contexto de gran inequidad.
31. Una mayor escasez de agua
provocará el aumento del costo de los alimentos y de distintos productos que
dependen de su uso. Algunos estudios han alertado sobre la posibilidad de
sufrir una escasez aguda de agua dentro de pocas décadas si no se actúa con
urgencia. Los impactos ambientales podrían afectar a miles de millones de
personas, pero es previsible que el control del agua por parte de grandes
empresas mundiales se convierta en una de las principales fuentes de conflictos
de este siglo[23].
III. Pérdida de biodiversidad
32. Los recursos de la tierra
también están siendo depredados a causa de formas inmediatistas de entender la
economía y la actividad comercial y productiva. La pérdida de selvas y bosques
implica al mismo tiempo la pérdida de especies que podrían significar en el
futuro recursos sumamente importantes, no sólo para la alimentación, sino
también para la curación de enfermedades y para múltiples servicios. Las
diversas especies contienen genes que pueden ser recursos claves para resolver
en el futuro alguna necesidad humana o para regular algún problema ambiental.
33. Pero no basta pensar en las
distintas especies sólo como eventuales « recursos » explotables, olvidando que
tienen un valor en sí mismas. Cada año desaparecen miles de especies vegetales
y animales que ya no podremos conocer, que nuestros hijos ya no podrán ver,
perdidas para siempre. La inmensa mayoría se extinguen por razones que tienen
que ver con alguna acción humana. Por nuestra causa, miles de especies ya no
darán gloria a Dios con su existencia ni podrán comunicarnos su propio mensaje.
No tenemos derecho.
34. Posiblemente nos inquieta
saber de la extinción de un mamífero o de un ave, por su mayor visibilidad.
Pero para el buen funcionamiento de los ecosistemas también son necesarios los
hongos, las algas, los gusanos, los insectos, los reptiles y la innumerable
variedad de microorganismos. Algunas especies poco numerosas, que suelen pasar
desapercibidas, juegan un rol crítico fundamental para estabilizar el
equilibrio de un lugar. Es verdad que el ser humano debe intervenir cuando un
geosistema entra en estado crítico, pero hoy el nivel de intervención humana en
una realidad tan compleja como la naturaleza es tal, que los constantes
desastres que el ser humano ocasiona provocan una nueva intervención suya, de
tal modo que la actividad humana se hace omnipresente, con todos los riesgos
que esto implica. Suele crearse un círculo vicioso donde la intervención del
ser humano para resolver una dificultad muchas veces agrava más la situación.
Por ejemplo, muchos pájaros e insectos que desaparecen a causa de los
agrotóxicos creados por la tecnología son útiles a la misma agricultura, y su
desaparición deberá ser sustituida con otra intervención tecnológica, que
posiblemente traerá nuevos efectos nocivos. Son loables y a veces admirables
los esfuerzos de científicos y técnicos que tratan de aportar soluciones a los
problemas creados por el ser humano. Pero mirando el mundo advertimos que este
nivel de intervención humana, frecuentemente al servicio de las finanzas y del
consumismo, hace que la tierra en que vivimos en realidad se vuelva menos rica
y bella, cada vez más limitada y gris, mientras al mismo tiempo el desarrollo
de la tecnología y de las ofertas de consumo sigue avanzando sin límite. De
este modo, parece que pretendiéramos sustituir una belleza irreemplazable e
irrecuperable, por otra creada por nosotros.
35. Cuando se analiza el impacto
ambiental de algún emprendimiento, se suele atender a los efectos en el suelo,
en el agua y en el aire, pero no siempre se incluye un estudio cuidadoso sobre
el impacto en la biodiversidad, como si la pérdida de algunas especies o de
grupos animales o vegetales fuera algo de poca relevancia. Las carreteras, los
nuevos cultivos, los alambrados, los embalses y otras construcciones van
tomando posesión de los hábitats y a veces los fragmentan de tal manera que las
poblaciones de animales ya no pueden migrar ni desplazarse libremente, de modo
que algunas especies entran en riesgo de extinción. Existen alternativas que al
menos mitigan el impacto de estas obras, como la creación de corredores
biológicos, pero en pocos países se advierte este cuidado y esta previsión.
Cuando se explotan comercialmente algunas especies, no siempre se estudia su
forma de crecimiento para evitar su disminución excesiva con el consiguiente
desequilibrio del ecosistema.
36. El cuidado de los ecosistemas
supone una mirada que vaya más allá de lo inmediato, porque cuando sólo se
busca un rédito económico rápido y fácil, a nadie le interesa realmente su
preservación. Pero el costo de los daños que se ocasionan por el descuido
egoísta es muchísimo más alto que el beneficio económico que se pueda obtener.
En el caso de la pérdida o el daño grave de algunas especies, estamos hablando
de valores que exceden todo cálculo. Por eso, podemos ser testigos mudos de
gravísimas inequidades cuando se pretende obtener importantes beneficios haciendo
pagar al resto de la humanidad, presente y futura, los altísimos costos de la
degradación ambiental.
37. Algunos países han avanzado
en la preservación eficaz de ciertos lugares y zonas –en la tierra y en los
océanos– donde se prohíbe toda intervención humana que pueda modificar su
fisonomía o alterar su constitución original. En el cuidado de la
biodiversidad, los especialistas insisten en la necesidad de poner especial
atención a las zonas más ricas en variedad de especies, en especies endémicas,
poco frecuentes o con menor grado de protección efectiva. Hay lugares que
requieren un cuidado particular por su enorme importancia para el ecosistema
mundial, o que constituyen importantes reservas de agua y así aseguran otras
formas de vida.
38. Mencionemos, por ejemplo,
esos pulmones del planeta repletos de biodiversidad que son la Amazonia y la
cuenca fluvial del Congo, o los grandes acuíferos y los glaciares. No se ignora
la importancia de esos lugares para la totalidad del planeta y para el futuro de
la humanidad. Los ecosistemas de las selvas tropicales tienen una biodiversidad
con una enorme complejidad, casi imposible de reconocer integralmente, pero
cuando esas selvas son quemadas o arrasadas para desarrollar cultivos, en pocos
años se pierden innumerables especies, cuando no se convierten en áridos
desiertos. Sin embargo, un delicado equilibrio se impone a la hora de hablar
sobre estos lugares, porque tampoco se pueden ignorar los enormes intereses
económicos internacionales que, bajo el pretexto de cuidarlos, pueden atentar
contra las soberanías nacionales. De hecho, existen «propuestas de
internacionalización de la Amazonia, que sólo sirven a los intereses económicos
de las corporaciones transnacionales»[24]. Es loable la tarea de organismos internacionales
y de organizaciones de la sociedad civil que sensibilizan a las poblaciones y
cooperan críticamente, también utilizando legítimos mecanismos de presión, para
que cada gobierno cumpla con su propio e indelegable deber de preservar el
ambiente y los recursos naturales de su país, sin venderse a intereses espurios
locales o internacionales.
39. El reemplazo de la flora
silvestre por áreas forestadas con árboles, que generalmente son monocultivos,
tampoco suele ser objeto de un adecuado análisis. Porque puede afectar
gravemente a una biodiversidad que no es albergada por las nuevas especies que
se implantan. También los humedales, que son transformados en terreno de
cultivo, pierden la enorme biodiversidad que acogían. En algunas zonas costeras,
es preocupante la desaparición de los ecosistemas constituidos por manglares.
40. Los océanos no sólo contienen
la mayor parte del agua del planeta, sino también la mayor parte de la vasta
variedad de seres vivientes, muchos de ellos todavía desconocidos para nosotros
y amenazados por diversas causas. Por otra parte, la vida en los ríos, lagos,
mares y océanos, que alimenta a gran parte de la población mundial, se ve
afectada por el descontrol en la extracción de los recursos pesqueros, que
provoca disminuciones drásticas de algunas especies. Todavía siguen
desarrollándose formas selectivas de pesca que desperdician gran parte de las
especies recogidas. Están especialmente amenazados organismos marinos que no
tenemos en cuenta, como ciertas formas de plancton que constituyen un
componente muy importante en la cadena alimentaria marina, y de las cuales
dependen, en definitiva, especies que utilizamos para alimentarnos.
41. Adentrándonos en los mares
tropicales y subtropicales, encontramos las barreras de coral, que equivalen a
las grandes selvas de la tierra, porque hospedan aproximadamente un millón de
especies, incluyendo peces, cangrejos, moluscos, esponjas, algas, etc. Muchas
de las barreras de coral del mundo hoy ya son estériles o están en un continuo
estado de declinación: «¿Quién ha convertido el maravilloso mundo marino en
cementerios subacuáticos despojados de vida y de color?»[25]. Este fenómeno se
debe en gran parte a la contaminación que llega al mar como resultado de la
deforestación, de los monocultivos agrícolas, de los vertidos industriales y de
métodos destructivos de pesca, especialmente los que utilizan cianuro y
dinamita. Se agrava por el aumento de la temperatura de los océanos. Todo esto
nos ayuda a darnos cuenta de que cualquier acción sobre la naturaleza puede
tener consecuencias que no advertimos a simple vista, y que ciertas formas de
explotación de recursos se hacen a costa de una degradación que finalmente
llega hasta el fondo de los océanos.
42. Es necesario invertir mucho
más en investigación para entender mejor el comportamiento de los ecosistemas y
analizar adecuadamente las diversas variables de impacto de cualquier
modificación importante del ambiente. Porque todas las criaturas están
conectadas, cada una debe ser valorada con afecto y admiración, y todos los
seres nos necesitamos unos a otros. Cada territorio tiene una responsabilidad
en el cuidado de esta familia, por lo cual debería hacer un cuidadoso
inventario de las especies que alberga en orden a desarrollar programas y
estrategias de protección, cuidando con especial preocupación a las especies en
vías de extinción.
IV. Deterioro de la calidad de la
vida humana y degradación social
43. Si tenemos en cuenta que el
ser humano también es una criatura de este mundo, que tiene derecho a vivir y a
ser feliz, y que además tiene una dignidad especialísima, no podemos dejar de
considerar los efectos de la degradación ambiental, del actual modelo de
desarrollo y de la cultura del descarte en la vida de las personas.
44. Hoy advertimos, por ejemplo,
el crecimiento desmedido y desordenado de muchas ciudades que se han hecho
insalubres para vivir, debido no solamente a la contaminación originada por las
emisiones tóxicas, sino también al caos urbano, a los problemas del transporte
y a la contaminación visual y acústica. Muchas ciudades son grandes estructuras
ineficientes que gastan energía y agua en exceso. Hay barrios que, aunque hayan
sido construidos recientemente, están congestionados y desordenados, sin
espacios verdes suficientes. No es propio de habitantes de este planeta vivir
cada vez más inundados de cemento, asfalto, vidrio y metales, privados del
contacto físico con la naturaleza.
45. En algunos lugares, rurales y
urbanos, la privatización de los espacios ha hecho que el acceso de los
ciudadanos a zonas de particular belleza se vuelva difícil. En otros, se crean
urbanizaciones « ecológicas » sólo al servicio de unos pocos, donde se procura
evitar que otros entren a molestar una tranquilidad artificial. Suele encontrarse
una ciudad bella y llena de espacios verdes bien cuidados en algunas áreas «
seguras », pero no tanto en zonas menos visibles, donde viven los descartables
de la sociedad.
46. Entre los componentes
sociales del cambio global se incluyen los efectos laborales de algunas
innovaciones tecnológicas, la exclusión social, la inequidad en la
disponibilidad y el consumo de energía y de otros servicios, la fragmentación
social, el crecimiento de la violencia y el surgimiento de nuevas formas de
agresividad social, el narcotráfico y el consumo creciente de drogas entre los
más jóvenes, la pérdida de identidad. Son signos, entre otros, que muestran que
el crecimiento de los últimos dos siglos no ha significado en todos sus
aspectos un verdadero progreso integral y una mejora de la calidad de vida.
Algunos de estos signos son al mismo tiempo síntomas de una verdadera
degradación social, de una silenciosa ruptura de los lazos de integración y de
comunión social.
47. A esto se agregan las
dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten en
omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente,
de pensar en profundidad, de amar con generosidad. Los grandes sabios del
pasado, en este contexto, correrían el riesgo de apagar su sabiduría en medio
del ruido dispersivo de la información. Esto nos exige un esfuerzo para que
esos medios se traduzcan en un nuevo desarrollo cultural de la humanidad y no
en un deterioro de su riqueza más profunda. La verdadera sabiduría, producto de
la reflexión, del diálogo y del encuentro generoso entre las personas, no se
consigue con una mera acumulación de datos que termina saturando y obnubilando,
en una especie de contaminación mental. Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse
las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por
un tipo de comunicación mediada por internet. Esto permite seleccionar o
eliminar las relaciones según nuestro arbitrio, y así suele generarse un nuevo
tipo de emociones artificiales, que tienen que ver más con dispositivos y
pantallas que con las personas y la naturaleza. Los medios actuales permiten
que nos comuniquemos y que compartamos conocimientos y afectos. Sin embargo, a
veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor,
con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal. Por
eso no debería llamar la atención que, junto con la abrumadora oferta de estos
productos, se desarrolle una profunda y melancólica insatisfacción en las
relaciones interpersonales, o un dañino aislamiento.
V. Inequidad planetaria
48. El ambiente humano y el
ambiente natural se degradan juntos, y no podremos afrontar adecuadamente la
degradación ambiental si no prestamos atención a causas que tienen que ver con
la degradación humana y social. De hecho, el deterioro del ambiente y el de la
sociedad afectan de un modo especial a los más débiles del planeta: «Tanto la
experiencia común de la vida ordinaria como la investigación científica
demuestran que los más graves efectos de todas las agresiones ambientales los
sufre la gente más pobre»[26]. Por ejemplo, el agotamiento de las reservas
ictícolas perjudica especialmente a quienes viven de la pesca artesanal y no
tienen cómo reemplazarla, la contaminación del agua afecta particularmente a
los más pobres que no tienen posibilidad de comprar agua envasada, y la
elevación del nivel del mar afecta principalmente a las poblaciones costeras
empobrecidas que no tienen a dónde trasladarse. El impacto de los desajustes
actuales se manifiesta también en la muerte prematura de muchos pobres, en los
conflictos generados por falta de recursos y en tantos otros problemas que no
tienen espacio suficiente en las agendas del mundo[27].
49. Quisiera advertir que no
suele haber conciencia clara de los problemas que afectan particularmente a los
excluidos. Ellos son la mayor parte del planeta, miles de millones de personas.
Hoy están presentes en los debates políticos y económicos internacionales, pero
frecuentemente parece que sus problemas se plantean como un apéndice, como una
cuestión que se añade casi por obligación o de manera periférica, si es que no
se los considera un mero daño colateral. De hecho, a la hora de la actuación
concreta, quedan frecuentemente en el último lugar. Ello se debe en parte a que
muchos profesionales, formadores de opinión, medios de comunicación y centros
de poder están ubicados lejos de ellos, en áreas urbanas aisladas, sin tomar
contacto directo con sus problemas. Viven y reflexionan desde la comodidad de
un desarrollo y de una calidad de vida que no están al alcance de la mayoría de
la población mundial. Esta falta de contacto físico y de encuentro, a veces
favorecida por la desintegración de nuestras ciudades, ayuda a cauterizar la
conciencia y a ignorar parte de la realidad en análisis sesgados. Esto a veces
convive con un discurso «verde». Pero hoy no podemos dejar de reconocer que un
verdadero planteo ecológico se convierte siempre en un planteo social, que debe
integrar la justicia en las discusiones sobre el ambiente, para escuchar tanto
el clamor de la tierra como el clamor de los pobres.
50. En lugar de resolver los
problemas de los pobres y de pensar en un mundo diferente, algunos atinan sólo
a proponer una reducción de la natalidad. No faltan presiones internacionales a
los países en desarrollo, condicionando ayudas económicas a ciertas políticas
de «salud reproductiva». Pero, «si bien es cierto que la desigual distribución
de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y
al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico
es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario»[28]. Culpar al
aumento de la población y no al consumismo extremo y selectivo de algunos es un
modo de no enfrentar los problemas. Se pretende legitimar así el modelo
distributivo actual, donde una minoría se cree con el derecho de consumir en
una proporción que sería imposible generalizar, porque el planeta no podría ni
siquiera contener los residuos de semejante consumo. Además, sabemos que se
desperdicia aproximadamente un tercio de los alimentos que se producen, y «el
alimento que se desecha es como si se robara de la mesa del pobre»[29]. De
cualquier manera, es cierto que hay que prestar atención al desequilibrio en la
distribución de la población sobre el territorio, tanto en el nivel nacional
como en el global, porque el aumento del consumo llevaría a situaciones
regionales complejas, por las combinaciones de problemas ligados a la
contaminación ambiental, al transporte, al tratamiento de residuos, a la
pérdida de recursos, a la calidad de vida.
51. La inequidad no afecta sólo a
individuos, sino a países enteros, y obliga a pensar en una ética de las
relaciones internacionales. Porque hay una verdadera « deuda ecológica »,
particularmente entre el Norte y el Sur, relacionada con desequilibrios
comerciales con consecuencias en el ámbito ecológico, así como con el uso
desproporcionado de los recursos naturales llevado a cabo históricamente por
algunos países. Las exportaciones de algunas materias primas para satisfacer
los mercados en el Norte industrializado han producido daños locales, como la
contaminación con mercurio en la minería del oro o con dióxido de azufre en la
del cobre. Especialmente hay que computar el uso del espacio ambiental de todo
el planeta para depositar residuos gaseosos que se han ido acumulando durante
dos siglos y han generado una situación que ahora afecta a todos los países del
mundo. El calentamiento originado por el enorme consumo de algunos países ricos
tiene repercusiones en los lugares más pobres de la tierra, especialmente en
África, donde el aumento de la temperatura unido a la sequía hace estragos en
el rendimiento de los cultivos. A esto se agregan los daños causados por la
exportación hacia los países en desarrollo de residuos sólidos y líquidos
tóxicos, y por la actividad contaminante de empresas que hacen en los países
menos desarrollados lo que no pueden hacer en los países que les aportan capital:
«Constatamos que con frecuencia las empresas que obran así son multinacionales,
que hacen aquí lo que no se les permite en países desarrollados o del llamado
primer mundo. Generalmente, al cesar sus actividades y al retirarse, dejan
grandes pasivos humanos y ambientales, como la desocupación, pueblos sin vida,
agotamiento de algunas reservas naturales, deforestación, empobrecimiento de la
agricultura y ganadería local, cráteres, cerros triturados, ríos contaminados y
algunas pocas obras sociales que ya no se pueden sostener»[30].
52. La deuda externa de los
países pobres se ha convertido en un instrumento de control, pero no ocurre lo
mismo con la deuda ecológica. De diversas maneras, los pueblos en vías de
desarrollo, donde se encuentran las más importantes reservas de la biosfera,
siguen alimentando el desarrollo de los países más ricos a costa de su presente
y de su futuro. La tierra de los pobres del Sur es rica y poco contaminada,
pero el acceso a la propiedad de los bienes y recursos para satisfacer sus
necesidades vitales les está vedado por un sistema de relaciones comerciales y
de propiedad estructuralmente perverso. Es necesario que los países
desarrollados contribuyan a resolver esta deuda limitando de manera importante
el consumo de energía no renovable y aportando recursos a los países más
necesitados para apoyar políticas y programas de desarrollo sostenible. Las
regiones y los países más pobres tienen menos posibilidades de adoptar nuevos
modelos en orden a reducir el impacto ambiental, porque no tienen la
capacitación para desarrollar los procesos necesarios y no pueden cubrir los
costos. Por eso, hay que mantener con claridad la conciencia de que en el
cambio climático hay responsabilidades diversificadas y, como dijeron los
Obispos de Estados Unidos, corresponde enfocarse «especialmente en las
necesidades de los pobres, débiles y vulnerables, en un debate a menudo
dominado por intereses más poderosos»[31]. Necesitamos fortalecer la conciencia
de que somos una sola familia humana. No hay fronteras ni barreras políticas o
sociales que nos permitan aislarnos, y por eso mismo tampoco hay espacio para
la globalización de la indiferencia.
VI. La debilidad de las
reacciones
53. Estas situaciones provocan el
gemido de la hermana tierra, que se une al gemido de los abandonados del mundo,
con un clamor que nos reclama otro rumbo. Nunca hemos maltratado y lastimado
nuestra casa común como en los últimos dos siglos. Pero estamos llamados a ser
los instrumentos del Padre Dios para que nuestro planeta sea lo que él soñó al
crearlo y responda a su proyecto de paz, belleza y plenitud. El problema es que
no disponemos todavía de la cultura necesaria para enfrentar esta crisis y hace
falta construir liderazgos que marquen caminos, buscando atender las necesidades
de las generaciones actuales incluyendo a todos, sin perjudicar a las
generaciones futuras. Se vuelve indispensable crear un sistema normativo que
incluya límites infranqueables y asegure la protección de los ecosistemas,
antes que las nuevas formas de poder derivadas del paradigma tecnoeconómico
terminen arrasando no sólo con la política sino también con la libertad y la
justicia.
54. Llama la atención la
debilidad de la reacción política internacional. El sometimiento de la política
ante la tecnología y las finanzas se muestra en el fracaso de las Cumbres
mundiales sobre medio ambiente. Hay demasiados intereses particulares y muy
fácilmente el interés económico llega a prevalecer sobre el bien común y a
manipular la información para no ver afectados sus proyectos. En esta línea, el
Documento de Aparecida reclama que «en las intervenciones sobre los recursos
naturales no predominen los intereses de grupos económicos que arrasan
irracionalmente las fuentes de vida»[32]. La alianza entre la economía y la
tecnología termina dejando afuera lo que no forme parte de sus intereses
inmediatos. Así sólo podrían esperarse algunas declamaciones superficiales,
acciones filantrópicas aisladas, y aun esfuerzos por mostrar sensibilidad hacia
el medio ambiente, cuando en la realidad cualquier intento de las
organizaciones sociales por modificar las cosas será visto como una molestia
provocada por ilusos románticos o como un obstáculo a sortear.
55. Poco a poco algunos países
pueden mostrar avances importantes, el desarrollo de controles más eficientes y
una lucha más sincera contra la corrupción. Hay más sensibilidad ecológica en
las poblaciones, aunque no alcanza para modificar los hábitos dañinos de
consumo, que no parecen ceder sino que se amplían y desarrollan. Es lo que
sucede, para dar sólo un sencillo ejemplo, con el creciente aumento del uso y
de la intensidad de los acondicionadores de aire. Los mercados, procurando un
beneficio inmediato, estimulan todavía más la demanda. Si alguien observara
desde afuera la sociedad planetaria, se asombraría ante semejante
comportamiento que a veces parece suicida.
56. Mientras tanto, los poderes
económicos continúan justificando el actual sistema mundial, donde priman una
especulación y una búsqueda de la renta financiera que tienden a ignorar todo
contexto y los efectos sobre la dignidad humana y el medio ambiente. Así se
manifiesta que la degradación ambiental y la degradación humana y ética están
íntimamente unidas. Muchos dirán que no tienen conciencia de realizar acciones
inmorales, porque la distracción constante nos quita la valentía de advertir la
realidad de un mundo limitado y finito. Por eso, hoy «cualquier cosa que sea
frágil, como el medio ambiente, queda indefensa ante los intereses del mercado
divinizado, convertidos en regla absoluta»[33].
57. Es previsible que, ante el
agotamiento de algunos recursos, se vaya creando un escenario favorable para
nuevas guerras, disfrazadas detrás de nobles reivindicaciones. La guerra
siempre produce daños graves al medio ambiente y a la riqueza cultural de las
poblaciones, y los riesgos se agigantan cuando se piensa en las armas nucleares
y en las armas biológicas. Porque, «a pesar de que determinados acuerdos
internacionales prohíban la guerra química, bacteriológica y biológica, de
hecho en los laboratorios se sigue investigando para el desarrollo de nuevas
armas ofensivas, capaces de alterar los equilibrios naturales»[34]. Se requiere
de la política una mayor atención para prevenir y resolver las causas que
puedan originar nuevos conflictos. Pero el poder conectado con las finanzas es
el que más se resiste a este esfuerzo, y los diseños políticos no suelen tener
amplitud de miras. ¿Para qué se quiere preservar hoy un poder que será
recordado por su incapacidad de intervenir cuando era urgente y necesario
hacerlo?
58. En algunos países hay
ejemplos positivos de logros en la mejora del ambiente, como la purificación de
algunos ríos que han estado contaminados durante muchas décadas, o la
recuperación de bosques autóctonos, o el embellecimiento de paisajes con obras
de saneamiento ambiental, o proyectos edilicios de gran valor estético, o
avances en la producción de energía no contaminante, en la mejora del
transporte público. Estas acciones no resuelven los problemas globales, pero
confirman que el ser humano todavía es capaz de intervenir positivamente. Como
ha sido creado para amar, en medio de sus límites brotan inevitablemente gestos
de generosidad, solidaridad y cuidado.
59. Al mismo tiempo, crece una
ecología superficial o aparente que consolida un cierto adormecimiento y una
alegre irresponsabilidad. Como suele suceder en épocas de profundas crisis, que
requieren decisiones valientes, tenemos la tentación de pensar que lo que está
ocurriendo no es cierto. Si miramos la superficie, más allá de algunos signos
visibles de contaminación y de degradación, parece que las cosas no fueran tan
graves y que el planeta podría persistir por mucho tiempo en las actuales
condiciones. Este comportamiento evasivo nos sirve para seguir con nuestros
estilos de vida, de producción y de consumo. Es el modo como el ser humano se
las arregla para alimentar todos los vicios autodestructivos: intentando no
verlos, luchando para no reconocerlos, postergando las decisiones importantes,
actuando como si nada ocurriera.
VII. Diversidad de opiniones
Finalmente, reconozcamos que se
han desarrollado diversas visiones y líneas de pensamiento acerca de la
situación y de las posibles soluciones. En un extremo, algunos sostienen a toda
costa el mito del progreso y afirman que los problemas ecológicos se resolverán
simplemente con nuevas aplicaciones técnicas, sin consideraciones éticas ni
cambios de fondo. En el otro extremo, otros entienden que el ser humano, con
cualquiera de sus intervenciones, sólo puede ser una amenaza y perjudicar al
ecosistema mundial, por lo cual conviene reducir su presencia en el planeta e
impedirle todo tipo de intervención. Entre estos extremos, la reflexión debería
identificar posibles escenarios futuros, porque no hay un solo camino de
solución. Esto daría lugar a diversos aportes que podrían entrar en diálogo
hacia respuestas integrales.
61. Sobre muchas cuestiones
concretas la Iglesia no tiene por qué proponer una palabra definitiva y
entiende que debe escuchar y promover el debate honesto entre los científicos,
respetando la diversidad de opiniones. Pero basta mirar la realidad con
sinceridad para ver que hay un gran deterioro de nuestra casa común. La
esperanza nos invita a reconocer que siempre hay una salida, que siempre podemos
reorientar el rumbo, que siempre podemos hacer algo para resolver los
problemas. Sin embargo, parecen advertirse síntomas de un punto de quiebre, a
causa de la gran velocidad de los cambios y de la degradación, que se
manifiestan tanto en catástrofes naturales regionales como en crisis sociales o
incluso financieras, dado que los problemas del mundo no pueden analizarse ni
explicarse de forma aislada. Hay regiones que ya están especialmente en riesgo
y, más allá de cualquier predicción catastrófica, lo cierto es que el actual
sistema mundial es insostenible desde diversos puntos de vista, porque hemos
dejado de pensar en los fines de la acción humana: «Si la mirada recorre las
regiones de nuestro planeta, enseguida nos damos cuenta de que la humanidad ha
defraudado las expectativas divinas»[35].
CAPÍTULO SEGUNDO
EL EVANGELIO DE LA CREACIÓN
62. ¿Por qué incluir en este
documento, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo
referido a convicciones creyentes? No ignoro que, en el campo de la política y
del pensamiento, algunos rechazan con fuerza la idea de un Creador, o la
consideran irrelevante, hasta el punto de relegar al ámbito de lo irracional la
riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para un
desarrollo pleno de la humanidad. Otras veces se supone que constituyen una
subcultura que simplemente debe ser tolerada. Sin embargo, la ciencia y la
religión, que aportan diferentes aproximaciones a la realidad, pueden entrar en
un diálogo intenso y productivo para ambas.
I. La luz que ofrece la fe
63. Si tenemos en cuenta la
complejidad de la crisis ecológica y sus múltiples causas, deberíamos reconocer
que las soluciones no pueden llegar desde un único modo de interpretar y
transformar la realidad. También es necesario acudir a las diversas riquezas
culturales de los pueblos, al arte y a la poesía, a la vida interior y a la
espiritualidad. Si de verdad queremos construir una ecología que nos permita
sanar todo lo que hemos destruido, entonces ninguna rama de las ciencias y
ninguna forma de sabiduría puede ser dejada de lado, tampoco la religiosa con
su propio lenguaje. Además, la Iglesia Católica está abierta al diálogo con el
pensamiento filosófico, y eso le permite producir diversas síntesis entre la fe
y la razón. En lo que respecta a las cuestiones sociales, esto se puede
constatar en el desarrollo de la doctrina social de la Iglesia, que está
llamada a enriquecerse cada vez más a partir de los nuevos desafíos.
64. Por otra parte, si bien esta
encíclica se abre a un diálogo con todos, para buscar juntos caminos de
liberación, quiero mostrar desde el comienzo cómo las convicciones de la fe
ofrecen a los cristianos, y en parte también a otros creyentes, grandes
motivaciones para el cuidado de la naturaleza y de los hermanos y hermanas más
frágiles. Si el solo hecho de ser humanos mueve a las personas a cuidar el
ambiente del cual forman parte, «los cristianos, en particular, descubren que
su cometido dentro de la creación, así como sus deberes con la naturaleza y el
Creador, forman parte de su fe»[36]. Por eso, es un bien para la humanidad y
para el mundo que los creyentes reconozcamos mejor los compromisos ecológicos
que brotan de nuestras convicciones.
II. La sabiduría de los relatos
bíblicos
65. Sin repetir aquí la entera
teología de la creación, nos preguntamos qué nos dicen los grandes relatos
bíblicos acerca de la relación del ser humano con el mundo. En la primera
narración de la obra creadora en el libro del Génesis, el plan de Dios incluye
la creación de la humanidad. Luego de la creación del ser humano, se dice que
«Dios vio todo lo que había hecho y era muy bueno» (Gn 1,31). La Biblia enseña
que cada ser humano es creado por amor, hecho a imagen y semejanza de Dios (cf.
Gn 1,26). Esta afirmación nos muestra la inmensa dignidad de cada persona
humana, que «no es solamente algo, sino alguien. Es capaz de conocerse, de
poseerse y de darse libremente y entrar en comunión con otras personas»[37].
San Juan Pablo II recordó que el amor especialísimo que el Creador tiene por
cada ser humano le confiere una dignidad infinita[38]. Quienes se empeñan en la
defensa de la dignidad de las personas pueden encontrar en la fe cristiana los
argumentos más profundos para ese compromiso. ¡Qué maravillosa certeza es que
la vida de cada persona no se pierde en un desesperante caos, en un mundo
regido por la pura casualidad o por ciclos que se repiten sin sentido! El
Creador puede decir a cada uno de nosotros: «Antes que te formaras en el seno
de tu madre, yo te conocía» ( Jr 1,5). Fuimos concebidos en el corazón de Dios,
y por eso «cada uno de nosotros es el fruto de un pensamiento de Dios. Cada uno
de nosotros es querido, cada uno es amado, cada uno es necesario»[39].
66. Los relatos de la creación en
el libro del Génesis contienen, en su lenguaje simbólico y narrativo, profundas
enseñanzas sobre la existencia humana y su realidad histórica. Estas
narraciones sugieren que la existencia humana se basa en tres relaciones
fundamentales estrechamente conectadas: la relación con Dios, con el prójimo y
con la tierra. Según la Biblia, las tres relaciones vitales se han roto, no
sólo externamente, sino también dentro de nosotros. Esta ruptura es el pecado.
La armonía entre el Creador, la humanidad y todo lo creado fue destruida por
haber pretendido ocupar el lugar de Dios, negándonos a reconocernos como
criaturas limitadas. Este hecho desnaturalizó también el mandato de « dominar »
la tierra (cf. Gn 1,28) y de «labrarla y cuidarla» (cf. Gn 2,15). Como
resultado, la relación originariamente armoniosa entre el ser humano y la
naturaleza se transformó en un conflicto (cf. Gn 3,17-19). Por eso es
significativo que la armonía que vivía san Francisco de Asís con todas las criaturas
haya sido interpretada como una sanación de aquella ruptura. Decía san
Buenaventura que, por la reconciliación universal con todas las criaturas, de
algún modo Francisco retornaba al estado de inocencia primitiva[40]. Lejos de
ese modelo, hoy el pecado se manifiesta con toda su fuerza de destrucción en
las guerras, las diversas formas de violencia y maltrato, el abandono de los
más frágiles, los ataques a la naturaleza.
67. No somos Dios. La tierra nos
precede y nos ha sido dada. Esto permite responder a una acusación lanzada al
pensamiento judío-cristiano: se ha dicho que, desde el relato del Génesis que
invita a « dominar » la tierra (cf. Gn 1,28), se favorecería la explotación
salvaje de la naturaleza presentando una imagen del ser humano como dominante y
destructivo. Esta no es una correcta interpretación de la Biblia como la
entiende la Iglesia. Si es verdad que algunas veces los cristianos hemos
interpretado incorrectamente las Escrituras, hoy debemos rechazar con fuerza
que, del hecho de ser creados a imagen de Dios y del mandato de dominar la
tierra, se deduzca un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante
leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y
recordar que nos invitan a «labrar y cuidar» el jardín del mundo (cf. Gn 2,15).
Mientras «labrar» significa cultivar, arar o trabajar, «cuidar» significa
proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de
reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. Cada comunidad
puede tomar de la bondad de la tierra lo que necesita para su supervivencia,
pero también tiene el deber de protegerla y de garantizar la continuidad de su
fertilidad para las generaciones futuras. Porque, en definitiva, «la tierra es
del Señor » (Sal 24,1), a él pertenece « la tierra y cuanto hay en ella » (Dt
10,14). Por eso, Dios niega toda pretensión de propiedad absoluta: « La tierra
no puede venderse a perpetuidad, porque la tierra es mía, y vosotros sois
forasteros y huéspedes en mi tierra » (Lv 25,23).
68. Esta responsabilidad ante una
tierra que es de Dios implica que el ser humano, dotado de inteligencia,
respete las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres
de este mundo, porque « él lo ordenó y fueron creados, él los fijó por siempre,
por los siglos, y les dio una ley que nunca pasará » (Sal 148,5b-6). De ahí que
la legislación bíblica se detenga a proponer al ser humano varias normas, no
sólo en relación con los demás seres humanos, sino también en relación con los demás
seres vivos: « Si ves caído en el camino el asno o el buey de tu hermano, no te
desentenderás de ellos […] Cuando encuentres en el camino un nido de ave en un
árbol o sobre la tierra, y esté la madre echada sobre los pichones o sobre los
huevos, no tomarás a la madre con los hijos » (Dt 22,4.6). En esta línea, el
descanso del séptimo día no se propone sólo para el ser humano, sino también «
para que reposen tu buey y tu asno » (Ex 23,12). De este modo advertimos que la
Biblia no da lugar a un antropocentrismo despótico que se desentienda de las
demás criaturas.
69. A la vez que podemos hacer un
uso responsable de las cosas, estamos llamados a reconocer que los demás seres
vivos tienen un valor propio ante Dios y, «por su simple existencia, lo
bendicen y le dan gloria»[41], porque el Señor se regocija en sus obras (cf.
Sal 104,31). Precisamente por su dignidad única y por estar dotado de
inteligencia, el ser humano está llamado a respetar lo creado con sus leyes
internas, ya que «por la sabiduría el Señor fundó la tierra» (Pr 3,19). Hoy la
Iglesia no dice simplemente que las demás criaturas están completamente
subordinadas al bien del ser humano, como si no tuvieran un valor en sí mismas
y nosotros pudiéramos disponer de ellas a voluntad. Por eso los Obispos de
Alemania enseñaron que en las demás criaturas «se podría hablar de la prioridad
del ser sobre el ser útiles»[42]. El Catecismo cuestiona de manera muy directa
e insistente lo que sería un antropocentrismo desviado: «Toda criatura posee su
bondad y su perfección propias […] Las distintas criaturas, queridas en su ser
propio, reflejan, cada una a su manera, un rayo de la sabiduría y de la bondad
infinitas de Dios. Por esto, el hombre debe respetar la bondad propia de cada
criatura para evitar un uso desordenado de las cosas»[43].
70. En la narración sobre Caín y
Abel, vemos que los celos condujeron a Caín a cometer la injusticia extrema con
su hermano. Esto a su vez provocó una ruptura de la relación entre Caín y Dios
y entre Caín y la tierra, de la cual fue exiliado. Este pasaje se resume en la
dramática conversación de Dios con Caín. Dios pregunta: «¿Dónde está Abel, tu
hermano?». Caín responde que no lo sabe y Dios le insiste: «¿Qué hiciste? ¡La
voz de la sangre de tu hermano clama a mí desde el suelo! Ahora serás maldito y
te alejarás de esta tierra» (Gn 4,9-11). El descuido en el empeño de cultivar y
mantener una relación adecuada con el vecino, hacia el cual tengo el deber del
cuidado y de la custodia, destruye mi relación interior conmigo mismo, con los
demás, con Dios y con la tierra. Cuando todas estas relaciones son descuidadas,
cuando la justicia ya no habita en la tierra, la Biblia nos dice que toda la
vida está en peligro. Esto es lo que nos enseña la narración sobre Noé, cuando
Dios amenaza con exterminar la humanidad por su constante incapacidad de vivir
a la altura de las exigencias de la justicia y de la paz: « He decidido acabar
con todos los seres humanos, porque la tierra, a causa de ellos, está llena de
violencia » (Gn 6,13). En estos relatos tan antiguos, cargados de profundo
simbolismo, ya estaba contenida una convicción actual: que todo está
relacionado, y que el auténtico cuidado de nuestra propia vida y de nuestras
relaciones con la naturaleza es inseparable de la fraternidad, la justicia y la
fidelidad a los demás.
71. Aunque «la maldad se extendía
sobre la faz de la tierra» (Gn 6,5) y a Dios «le pesó haber creado al hombre en
la tierra» (Gn 6,6), sin embargo, a través de Noé, que todavía se conservaba
íntegro y justo, decidió abrir un camino de salvación. Así dio a la humanidad
la posibilidad de un nuevo comienzo. ¡Basta un hombre bueno para que haya
esperanza! La tradición bíblica establece claramente que esta rehabilitación
implica el redescubrimiento y el respeto de los ritmos inscritos en la
naturaleza por la mano del Creador. Esto se muestra, por ejemplo, en la ley del
Shabbath. El séptimo día, Dios descansó de todas sus obras. Dios ordenó a
Israel que cada séptimo día debía celebrarse como un día de descanso, un
Shabbath (cf. Gn 2,2-3; Ex 16,23; 20,10). Por otra parte, también se instauró
un año sabático para Israel y su tierra, cada siete años (cf. Lv 25,1-4),
durante el cual se daba un completo descanso a la tierra, no se sembraba y sólo
se cosechaba lo indispensable para subsistir y brindar hospitalidad (cf. Lv
25,4-6). Finalmente, pasadas siete semanas de años, es decir, cuarenta y nueve
años, se celebraba el Jubileo, año de perdón universal y «de liberación para
todos los habitantes» (Lv 25,10). El desarrollo de esta legislación trató de
asegurar el equilibrio y la equidad en las relaciones del ser humano con los
demás y con la tierra donde vivía y trabajaba. Pero al mismo tiempo era un
reconocimiento de que el regalo de la tierra con sus frutos pertenece a todo el
pueblo. Aquellos que cultivaban y custodiaban el territorio tenían que
compartir sus frutos, especialmente con los pobres, las viudas, los huérfanos y
los extranjeros: «Cuando coseches la tierra, no llegues hasta la última orilla
de tu campo, ni trates de aprovechar los restos de tu mies. No rebusques en la
viña ni recojas los frutos caídos del huerto. Los dejarás para el pobre y el
forastero» (Lv 19,9-10).
72. Los Salmos con frecuencia
invitan al ser humano a alabar a Dios creador: «Al que asentó la tierra sobre las
aguas, porque es eterno su amor» (Sal 136,6). Pero también invitan a las demás
criaturas a alabarlo: «¡Alabadlo, sol y luna, alabadlo, estrellas lucientes,
alabadlo, cielos de los cielos, aguas que estáis sobre los cielos! Alaben ellos
el nombre del Señor, porque él lo ordenó y fueron creados» (Sal 148,3-5).
Existimos no sólo por el poder de Dios, sino frente a él y junto a él. Por eso
lo adoramos.
73. Los escritos de los profetas
invitan a recobrar la fortaleza en los momentos difíciles contemplando al Dios
poderoso que creó el universo. El poder infinito de Dios no nos lleva a escapar
de su ternura paterna, porque en él se conjugan el cariño y el vigor. De hecho,
toda sana espiritualidad implica al mismo tiempo acoger el amor divino y adorar
con confianza al Señor por su infinito poder. En la Biblia, el Dios que libera
y salva es el mismo que creó el universo, y esos dos modos divinos de actuar
están íntima e inseparablemente conectados: «¡Ay, mi Señor! Tú eres quien
hiciste los cielos y la tierra con tu gran poder y tenso brazo. Nada es
extraordinario para ti […] Y sacaste a tu pueblo Israel de Egipto con señales y
prodigios» ( Jr 32,17.21). «El Señor es un Dios eterno, creador de la tierra
hasta sus bordes, no se cansa ni fatiga. Es imposible escrutar su inteligencia.
Al cansado da vigor, y al que no tiene fuerzas le acrecienta la energía» (Is
40,28b-29).
74. La experiencia de la
cautividad en Babilonia engendró una crisis espiritual que provocó una
profundización de la fe en Dios, explicitando su omnipotencia creadora, para
exhortar al pueblo a recuperar la esperanza en medio de su situación
desdichada. Siglos después, en otro momento de prueba y persecución, cuando el
Imperio Romano buscaba imponer un dominio absoluto, los fieles volvían a
encontrar consuelo y esperanza acrecentando su confianza en el Dios
todopoderoso, y cantaban: «¡Grandes y maravillosas son tus obras, Señor Dios
omnipotente, justos y verdaderos tus caminos!» (Ap 15,3). Si pudo crear el
universo de la nada, puede también intervenir en este mundo y vencer cualquier
forma de mal. Entonces, la injusticia no es invencible.
75. No podemos sostener una
espiritualidad que olvide al Dios todopoderoso y creador. De ese modo,
terminaríamos adorando otros poderes del mundo, o nos colocaríamos en el lugar
del Señor, hasta pretender pisotear la realidad creada por él sin conocer
límites. La mejor manera de poner en su lugar al ser humano, y de acabar con su
pretensión de ser un dominador absoluto de la tierra, es volver a proponer la
figura de un Padre creador y único dueño del mundo, porque de otro modo el ser
humano tenderá siempre a querer imponer a la realidad sus propias leyes e
intereses.
III. El misterio del universo
76. Para la tradición
judío-cristiana, decir « creación » es más que decir naturaleza, porque tiene
que ver con un proyecto del amor de Dios donde cada criatura tiene un valor y
un significado. La naturaleza suele entenderse como un sistema que se analiza,
comprende y gestiona, pero la creación sólo puede ser entendida como un don que
surge de la mano abierta del Padre de todos, como una realidad iluminada por el
amor que nos convoca a una comunión universal.
77. «Por la palabra del Señor
fueron hechos los cielos» (Sal 33,6). Así se nos indica que el mundo procedió
de una decisión, no del caos o la casualidad, lo cual lo enaltece todavía más.
Hay una opción libre expresada en la palabra creadora. El universo no surgió
como resultado de una omnipotencia arbitraria, de una demostración de fuerza o
de un deseo de autoafirmación. La creación es del orden del amor. El amor de
Dios es el móvil fundamental de todo lo creado: « Amas a todos los seres y no
aborreces nada de lo que hiciste, porque, si algo odiaras, no lo habrías creado
» (Sb 11,24). Entonces, cada criatura es objeto de la ternura del Padre, que le
da un lugar en el mundo. Hasta la vida efímera del ser más insignificante es
objeto de su amor y, en esos pocos segundos de existencia, él lo rodea con su
cariño. Decía san Basilio Magno que el Creador es también «la bondad sin envidia»[44],
y Dante Alighieri hablaba del « amor que mueve el sol y las estrellas »[45].
Por eso, de las obras creadas se asciende «hasta su misericordia amorosa »[46].
78. Al mismo tiempo, el
pensamiento judío-cristiano desmitificó la naturaleza. Sin dejar de admirarla
por su esplendor y su inmensidad, ya no le atribuyó un carácter divino. De esa
manera se destaca todavía más nuestro compromiso ante ella. Un retorno a la
naturaleza no puede ser a costa de la libertad y la responsabilidad del ser
humano, que es parte del mundo con el deber de cultivar sus propias capacidades
para protegerlo y desarrollar sus potencialidades. Si reconocemos el valor y la
fragilidad de la naturaleza, y al mismo tiempo las capacidades que el Creador
nos otorgó, esto nos permite terminar hoy con el mito moderno del progreso
material sin límites. Un mundo frágil, con un ser humano a quien Dios le confía
su cuidado, interpela nuestra inteligencia para reconocer cómo deberíamos
orientar, cultivar y limitar nuestro poder.
79. En este universo, conformado
por sistemas abiertos que entran en comunicación unos con otros, podemos
descubrir innumerables formas de relación y participación. Esto lleva a pensar
también al conjunto como abierto a la trascendencia de Dios, dentro de la cual
se desarrolla. La fe nos permite interpretar el sentido y la belleza misteriosa
de lo que acontece. La libertad humana puede hacer su aporte inteligente hacia
una evolución positiva, pero también puede agregar nuevos males, nuevas causas
de sufrimiento y verdaderos retrocesos. Esto da lugar a la apasionante y
dramática historia humana, capaz de convertirse en un despliegue de liberación,
crecimiento, salvación y amor, o en un camino de decadencia y de mutua
destrucción. Por eso, la acción de la Iglesia no sólo intenta recordar el deber
de cuidar la naturaleza, sino que al mismo tiempo «debe proteger sobre todo al
hombre contra la destrucción de sí mismo»[47].
80. No obstante, Dios, que quiere
actuar con nosotros y contar con nuestra cooperación, también es capaz de sacar
algún bien de los males que nosotros realizamos, porque «el Espíritu Santo
posee una inventiva infinita, propia de la mente divina, que provee a desatar
los nudos de los sucesos humanos, incluso los más complejos e
impenetrables»[48]. Él, de algún modo,
quiso limitarse a sí mismo al crear un mundo necesitado de desarrollo, donde
muchas cosas que nosotros consideramos males, peligros o fuentes de
sufrimiento, en realidad son parte de los dolores de parto que nos estimulan a
colaborar con el Creador[49]. Él está presente en lo más íntimo de cada cosa
sin condicionar la autonomía de su criatura, y esto también da lugar a la
legítima autonomía de las realidades terrenas[50]. Esa presencia divina, que
asegura la permanencia y el desarrollo de cada ser, «es la continuación de la
acción creadora»[51]. El Espíritu de Dios llenó el universo con virtualidades
que permiten que del seno mismo de las cosas pueda brotar siempre algo nuevo:
«La naturaleza no es otra cosa sino la razón de cierto arte, concretamente el
arte divino, inscrito en las cosas, por el cual las cosas mismas se mueven
hacia un fin determinado. Como si el maestro constructor de barcos pudiera
otorgar a la madera que pudiera moverse a sí misma para tomar la forma del
barco»[52].
81. El ser humano, si bien supone
también procesos evolutivos, implica una novedad no explicable plenamente por
la evolución de otros sistemas abiertos. Cada uno de nosotros tiene en sí una
identidad personal, capaz de entrar en diálogo con los demás y con el mismo
Dios. La capacidad de reflexión, la argumentación, la creatividad, la
interpretación, la elaboración artística y otras capacidades inéditas muestran
una singularidad que trasciende el ámbito físico y biológico. La novedad
cualitativa que implica el surgimiento de un ser personal dentro del universo
material supone una acción directa de Dios, un llamado peculiar a la vida y a
la relación de un Tú a otro tú. A partir de los relatos bíblicos, consideramos
al ser humano como sujeto, que nunca puede ser reducido a la categoría de
objeto.
82. Pero también sería equivocado
pensar que los demás seres vivos deban ser considerados como meros objetos
sometidos a la arbitraria dominación humana. Cuando se propone una visión de la
naturaleza únicamente como objeto de provecho y de interés, esto también tiene
serias consecuencias en la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad
del más fuerte ha propiciado inmensas desigualdades, injusticias y violencia
para la mayoría de la humanidad, porque los recursos pasan a ser del primero
que llega o del que tiene más poder: el ganador se lleva todo. El ideal de
armonía, de justicia, de fraternidad y de paz que propone Jesús está en las
antípodas de semejante modelo, y así lo expresaba con respecto a los poderes de
su época: «Los poderosos de las naciones las dominan como señores absolutos, y
los grandes las oprimen con su poder. Que no sea así entre vosotros, sino que
el que quiera ser grande sea el servidor » (Mt 20,25-26).
83. El fin de la marcha del
universo está en la plenitud de Dios, que ya ha sido alcanzada por Cristo
resucitado, eje de la maduración universal[53]. Así agregamos un argumento más
para rechazar todo dominio despótico e irresponsable del ser humano sobre las
demás criaturas. El fin último de las demás criaturas no somos nosotros. Pero
todas avanzan, junto con nosotros y a través de nosotros, hacia el término
común, que es Dios, en una plenitud trascendente donde Cristo resucitado abraza
e ilumina todo. Porque el ser humano, dotado de inteligencia y de amor, y
atraído por la plenitud de Cristo, está llamado a reconducir todas las
criaturas a su Creador.
IV. El mensaje de cada criatura
en la armonía de todo lo creado
84. Cuando insistimos en decir
que el ser humano es imagen de Dios, eso no debería llevarnos a olvidar que
cada criatura tiene una función y ninguna es superflua. Todo el universo
material es un lenguaje del amor de Dios, de su desmesurado cariño hacia
nosotros. El suelo, el agua, las montañas, todo es caricia de Dios. La historia
de la propia amistad con Dios siempre se desarrolla en un espacio geográfico
que se convierte en un signo personalísimo, y cada uno de nosotros guarda en la
memoria lugares cuyo recuerdo le hace mucho bien. Quien ha crecido entre los
montes, o quien de niño se sentaba junto al arroyo a beber, o quien jugaba en
una plaza de su barrio, cuando vuelve a esos lugares, se siente llamado a
recuperar su propia identidad.
85. Dios ha escrito un libro
precioso, «cuyas letras son la multitud de criaturas presentes en el universo»[54].
Bien expresaron los Obispos de Canadá que ninguna criatura queda fuera de esta
manifestación de Dios: «Desde los panoramas más amplios a la forma de vida más
ínfima, la naturaleza es un continuo manantial de maravilla y de temor. Ella
es, además, una continua revelación de lo divino»[55]. Los Obispos de Japón,
por su parte, dijeron algo muy sugestivo: «Percibir a cada criatura cantando el
himno de su existencia es vivir gozosamente en el amor de Dios y en la
esperanza»[56]. Esta contemplación de lo creado nos permite descubrir a través
de cada cosa alguna enseñanza que Dios nos quiere transmitir, porque «para el
creyente contemplar lo creado es también escuchar un mensaje, oír una voz
paradójica y silenciosa»[57]. Podemos decir que, «junto a la Revelación
propiamente dicha, contenida en la sagrada Escritura, se da una manifestación
divina cuando brilla el sol y cuando cae la noche»[58]. Prestando atención a
esa manifestación, el ser humano aprende a reconocerse a sí mismo en la
relación con las demás criaturas: «Yo me autoexpreso al expresar el mundo; yo
exploro mi propia sacralidad al intentar descifrar la del mundo»[59].
86. El conjunto del universo, con
sus múltiples relaciones, muestra mejor la inagotable riqueza de Dios. Santo
Tomás de Aquino remarcaba sabiamente que la multiplicidad y la variedad
provienen «de la intención del primer agente», que quiso que «lo que falta a
cada cosa para representar la bondad divina fuera suplido por las otras»[60],
porque su bondad «no puede ser representada convenientemente por una sola
criatura»[61]. Por eso, nosotros necesitamos captar la variedad de las cosas en
sus múltiples relaciones[62]. Entonces, se entiende mejor la importancia y el
sentido de cualquier criatura si se la contempla en el conjunto del proyecto de
Dios. Así lo enseña el Catecismo: «La interdependencia de las criaturas es
querida por Dios. El sol y la luna, el cedro y la florecilla, el águila y el
gorrión, las innumerables diversidades y desigualdades significan que ninguna
criatura se basta a sí misma, que no existen sino en dependencia unas de otras,
para complementarse y servirse mutuamente»[63].
87. Cuando tomamos conciencia del
reflejo de Dios que hay en todo lo que existe, el corazón experimenta el deseo
de adorar al Señor por todas sus criaturas y junto con ellas, como se expresa
en el precioso himno de san Francisco de Asís:
«Alabado seas, mi Señor,
con todas tus criaturas,
especialmente el hermano sol,
por quien nos das el día y nos
iluminas.
Y es bello y radiante con gran
esplendor,
de ti, Altísimo, lleva
significación.
Alabado seas, mi Señor,
por la hermana luna y las
estrellas,
en el cielo las formaste claras y
preciosas, y bellas.
Alabado seas, mi Señor, por el
hermano viento
y por el aire, y la nube y el
cielo sereno,
y todo tiempo,
por todos ellos a tus criaturas
das sustento.
Alabado seas, mi Señor, por la
hermana agua,
la cual es muy humilde, y
preciosa y casta.
Alabado seas, mi Señor, por el
hermano fuego,
por el cual iluminas la noche,
y es bello, y alegre y vigoroso,
y fuerte»[64].
88. Los Obispos de Brasil han
remarcado que toda la naturaleza, además de manifestar a Dios, es lugar de su
presencia. En cada criatura habita su Espíritu vivificante que nos llama a una
relación con él[65]. El descubrimiento de esta presencia estimula en nosotros
el desarrollo de las «virtudes ecológicas»[66]. Pero cuando decimos esto, no
olvidamos que también existe una distancia infinita, que las cosas de este
mundo no poseen la plenitud de Dios. De otro modo, tampoco haríamos un bien a las
criaturas, porque no reconoceríamos su propio y verdadero lugar, y
terminaríamos exigiéndoles indebidamente lo que en su pequeñez no nos pueden
dar.
V. Una comunión universal
89. Las criaturas de este mundo
no pueden ser consideradas un bien sin dueño: «Son tuyas, Señor, que amas la
vida» (Sb 11,26). Esto provoca la convicción de que, siendo creados por el
mismo Padre, todos los seres del universo estamos unidos por lazos invisibles y
conformamos una especie de familia universal, una sublime comunión que nos
mueve a un respeto sagrado, cariñoso y humilde. Quiero recordar que «Dios nos
ha unido tan estrechamente al mundo que nos rodea, que la desertificación del
suelo es como una enfermedad para cada uno, y podemos lamentar la extinción de
una especie como si fuera una mutilación»[67].
90. Esto no significa igualar a
todos los seres vivos y quitarle al ser humano ese valor peculiar que implica
al mismo tiempo una tremenda responsabilidad. Tampoco supone una divinización
de la tierra que nos privaría del llamado a colaborar con ella y a proteger su
fragilidad. Estas concepciones terminarían creando nuevos desequilibrios por
escapar de la realidad que nos interpela[68]. A veces se advierte una obsesión
por negar toda preeminencia a la persona humana, y se lleva adelante una lucha
por otras especies que no desarrollamos para defender la igual dignidad entre
los seres humanos. Es verdad que debe preocuparnos que otros seres vivos no
sean tratados irresponsablemente. Pero especialmente deberían exasperarnos las
enormes inequidades que existen entre nosotros, porque seguimos tolerando que
unos se consideren más dignos que otros. Dejamos de advertir que algunos se
arrastran en una degradante miseria, sin posibilidades reales de superación,
mientras otros ni siquiera saben qué hacer con lo que poseen, ostentan
vanidosamente una supuesta superioridad y dejan tras de sí un nivel de
desperdicio que sería imposible generalizar sin destrozar el planeta. Seguimos
admitiendo en la práctica que unos se sientan más humanos que otros, como si
hubieran nacido con mayores derechos.
91. No puede ser real un
sentimiento de íntima unión con los demás seres de la naturaleza si al mismo
tiempo en el corazón no hay ternura, compasión y preocupación por los seres
humanos. Es evidente la incoherencia de quien lucha contra el tráfico de
animales en riesgo de extinción, pero permanece completamente indiferente ante
la trata de personas, se desentiende de los pobres o se empeña en destruir a
otro ser humano que le desagrada. Esto pone en riesgo el sentido de la lucha
por el ambiente. No es casual que, en el himno donde san Francisco alaba a Dios
por las criaturas, añada lo siguiente: «Alabado seas, mi Señor, por aquellos
que perdonan por tu amor». Todo está conectado. Por eso se requiere una
preocupación por el ambiente unida al amor sincero hacia los seres humanos y a
un constante compromiso ante los problemas de la sociedad.
92. Por otra parte, cuando el
corazón está auténticamente abierto a una comunión universal, nada ni nadie
está excluido de esa fraternidad. Por consiguiente, también es verdad que la
indiferencia o la crueldad ante las demás criaturas de este mundo siempre
terminan trasladándose de algún modo al trato que damos a otros seres humanos.
El corazón es uno solo, y la misma miseria que lleva a maltratar a un animal no
tarda en manifestarse en la relación con las demás personas. Todo ensañamiento
con cualquier criatura «es contrario a la dignidad humana»[69]. No podemos
considerarnos grandes amantes si excluimos de nuestros intereses alguna parte
de la realidad: «Paz, justicia y conservación de la creación son tres temas
absolutamente ligados, que no podrán apartarse para ser tratados
individualmente so pena de caer nuevamente en el reduccionismo»[70]. Todo está
relacionado, y todos los seres humanos estamos juntos como hermanos y hermanas
en una maravillosa peregrinación, entrelazados por el amor que Dios tiene a
cada una de sus criaturas y que nos une también, con tierno cariño, al hermano
sol, a la hermana luna, al hermano río y a la madre tierra.
VI. Destino común de los bienes
93. Hoy creyentes y no creyentes
estamos de acuerdo en que la tierra es esencialmente una herencia común, cuyos
frutos deben beneficiar a todos. Para los creyentes, esto se convierte en una
cuestión de fidelidad al Creador, porque Dios creó el mundo para todos. Por
consiguiente, todo planteo ecológico debe incorporar una perspectiva social que
tenga en cuenta los derechos fundamentales de los más postergados. El principio
de la subordinación de la propiedad privada al destino universal de los bienes
y, por tanto, el derecho universal a su uso es una «regla de oro» del
comportamiento social y el «primer principio de todo el ordenamiento
ético-social»[71]. La tradición cristiana nunca reconoció como absoluto o
intocable el derecho a la propiedad privada y subrayó la función social de
cualquier forma de propiedad privada. San Juan Pablo II recordó con mucho
énfasis esta doctrina, diciendo que «Dios ha dado la tierra a todo el género
humano para que ella sustente a todos sus habitantes, sin excluir a nadie ni
privilegiar a ninguno»[72]. Son palabras densas y fuertes. Remarcó que «no
sería verdaderamente digno del hombre un tipo de desarrollo que no respetara y
promoviera los derechos humanos, personales y sociales, económicos y políticos,
incluidos los derechos de las naciones y de los pueblos»[73]. Con toda claridad
explicó que «la Iglesia defiende, sí, el legítimo derecho a la propiedad
privada, pero enseña con no menor claridad que sobre toda propiedad privada
grava siempre una hipoteca social, para que los bienes sirvan a la destinación
general que Dios les ha dado»[74]. Por lo tanto afirmó que «no es conforme con
el designio de Dios usar este don de modo tal que sus beneficios favorezcan
sólo a unos pocos»[75]. Esto cuestiona seriamente los hábitos injustos de una
parte de la humanidad[76].
94. El rico y el pobre tienen
igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo
a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt
5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos
de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de
tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su
familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para
que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del
título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica,
créditos, seguros y comercialización»[77].
95. El medio ambiente es un bien
colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se
apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos,
cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por
eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento
«no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume
recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras
generaciones lo que necesitan para sobrevivir»[78].
VII. La mirada de Jesús
96. Jesús asume la fe bíblica en
el Dios creador y destaca un dato fundamental: Dios es Padre (cf. Mt 11,25). En
los diálogos con sus discípulos, Jesús los invitaba a reconocer la relación
paterna que Dios tiene con todas las criaturas, y les recordaba con una
conmovedora ternura cómo cada una de ellas es importante a sus ojos: «¿No se
venden cinco pajarillos por dos monedas? Pues bien, ninguno de ellos está
olvidado ante Dios» (Lc 12,6). «Mirad las aves del cielo, que no siembran ni
cosechan, y no tienen graneros. Pero el Padre celestial las alimenta» (Mt
6,26).
97. El Señor podía invitar a
otros a estar atentos a la belleza que hay en el mundo porque él mismo estaba
en contacto permanente con la naturaleza y le prestaba una atención llena de
cariño y asombro. Cuando recorría cada rincón de su tierra se detenía a
contemplar la hermosura sembrada por su Padre, e invitaba a sus discípulos a
reconocer en las cosas un mensaje divino: «Levantad los ojos y mirad los
campos, que ya están listos para la cosecha» (Jn 4,35). «El reino de los cielos
es como una semilla de mostaza que un hombre siembra en su campo. Es más
pequeña que cualquier semilla, pero cuando crece es mayor que las hortalizas y
se hace un árbol» (Mt 13,31-32).
98. Jesús vivía en armonía plena
con la creación, y los demás se asombraban: «¿Quién es este, que hasta el
viento y el mar le obedecen?» (Mt 8,27). No aparecía como un asceta separado
del mundo o enemigo de las cosas agradables de la vida. Refiriéndose a sí mismo
expresaba: «Vino el Hijo del hombre, que come y bebe, y dicen que es un comilón
y borracho» (Mt 11,19). Estaba lejos de las filosofías que despreciaban el
cuerpo, la materia y las cosas de este mundo. Sin embargo, esos dualismos
malsanos llegaron a tener una importante influencia en algunos pensadores
cristianos a lo largo de la historia y desfiguraron el Evangelio. Jesús
trabajaba con sus manos, tomando contacto cotidiano con la materia creada por
Dios para darle forma con su habilidad de artesano. Llama la atención que la
mayor parte de su vida fue consagrada a esa tarea, en una existencia sencilla
que no despertaba admiración alguna: «¿No es este el carpintero, el hijo de
María?» (Mc 6,3). Así santificó el trabajo y le otorgó un peculiar valor para
nuestra maduración. San Juan Pablo II enseñaba que, «soportando la fatiga del
trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en
cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad»[79].
99. Para la comprensión cristiana
de la realidad, el destino de toda la creación pasa por el misterio de Cristo,
que está presente desde el origen de todas las cosas: «Todo fue creado por él y
para él » (Col 1,16)[80]. El prólogo del Evangelio de Juan (1,1-18) muestra la
actividad creadora de Cristo como Palabra divina (Logos). Pero este prólogo
sorprende por su afirmación de que esta Palabra «se hizo carne» (Jn 1,14). Una
Persona de la Trinidad se insertó en el cosmos creado, corriendo su suerte con
él hasta la cruz. Desde el inicio del mundo, pero de modo peculiar a partir de
la encarnación, el misterio de Cristo opera de manera oculta en el conjunto de
la realidad natural, sin por ello afectar su autonomía.
100. El Nuevo Testamento no sólo
nos habla del Jesús terreno y de su relación tan concreta y amable con todo el
mundo. También lo muestra como resucitado y glorioso, presente en toda la
creación con su señorío universal: «Dios quiso que en él residiera toda la
Plenitud. Por él quiso reconciliar consigo todo lo que existe en la tierra y en
el cielo, restableciendo la paz por la sangre de su cruz» (Col 1,19-20). Esto
nos proyecta al final de los tiempos, cuando el Hijo entregue al Padre todas
las cosas y «Dios sea todo en todos» (1 Co 15,28). De ese modo, las criaturas
de este mundo ya no se nos presentan como una realidad meramente natural,
porque el Resucitado las envuelve misteriosamente y las orienta a un destino de
plenitud. Las mismas flores del campo y las aves que él contempló admirado con
sus ojos humanos, ahora están llenas de su presencia luminosa.
CAPÍTULO TERCERO
RAÍZ HUMANA DE LA CRISIS
ECOLÓGICA
101. No nos servirá describir los
síntomas, si no reconocemos la raíz humana de la crisis ecológica. Hay un modo
de entender la vida y la acción humana que se ha desviado y que contradice la
realidad hasta dañarla. ¿Por qué no podemos detenernos a pensarlo? En esta
reflexión propongo que nos concentremos en el paradigma tecnocrático dominante
y en el lugar del ser humano y de su acción en el mundo.
I. La tecnología: creatividad y
poder
102. La humanidad ha ingresado en
una nueva era en la que el poderío tecnológico nos pone en una encrucijada.
Somos los herederos de dos siglos de enormes olas de cambio: el motor a vapor,
el ferrocarril, el telégrafo, la electricidad, el automóvil, el avión, las
industrias químicas, la medicina moderna, la informática y, más recientemente,
la revolución digital, la robótica, las biotecnologías y las nanotecnologías.
Es justo alegrarse ante estos avances, y entusiasmarse frente a las amplias
posibilidades que nos abren estas constantes novedades, porque «la ciencia y la
tecnología son un maravilloso producto de la creatividad humana donada por
Dios»[81]. La modificación de la naturaleza con fines útiles es una
característica de la humanidad desde sus inicios, y así la técnica «expresa la
tensión del ánimo humano hacia la superación gradual de ciertos
condicionamientos materiales»[82]. La tecnología ha remediado innumerables
males que dañaban y limitaban al ser humano. No podemos dejar de valorar y de
agradecer el progreso técnico, especialmente en la medicina, la ingeniería y
las comunicaciones. ¿Y cómo no reconocer todos los esfuerzos de muchos
científicos y técnicos, que han aportado alternativas para un desarrollo
sostenible?
103. La tecnociencia bien
orientada no sólo puede producir cosas realmente valiosas para mejorar la
calidad de vida del ser humano, desde objetos domésticos útiles hasta grandes
medios de transporte, puentes, edificios, lugares públicos. También es capaz de
producir lo bello y de hacer « saltar » al ser humano inmerso en el mundo
material al ámbito de la belleza. ¿Se puede negar la belleza de un avión, o de
algunos rascacielos? Hay preciosas obras pictóricas y musicales logradas con la
utilización de nuevos instrumentos técnicos. Así, en la intención de belleza
del productor técnico y en el contemplador de tal belleza, se da el salto a una
cierta plenitud propiamente humana.
104. Pero no podemos ignorar que
la energía nuclear, la biotecnología, la informática, el conocimiento de
nuestro propio ADN y otras capacidades que hemos adquirido nos dan un tremendo
poder. Mejor dicho, dan a quienes tienen el conocimiento, y sobre todo el poder
económico para utilizarlo, un dominio impresionante sobre el conjunto de la
humanidad y del mundo entero. Nunca la humanidad tuvo tanto poder sobre sí
misma y nada garantiza que vaya a utilizarlo bien, sobre todo si se considera
el modo como lo está haciendo. Basta recordar las bombas atómicas lanzadas en
pleno siglo XX, como el gran despliegue tecnológico ostentado por el nazismo,
por el comunismo y por otros regímenes totalitarios al servicio de la matanza
de millones de personas, sin olvidar que hoy la guerra posee un instrumental
cada vez más mortífero. ¿En manos de quiénes está y puede llegar a estar tanto
poder? Es tremendamente riesgoso que resida en una pequeña parte de la
humanidad.
105. Se tiende a creer «que todo
incremento del poder constituye sin más un progreso, un aumento de seguridad,
de utilidad, de bienestar, de energía vital, de plenitud de los valores»[83],
como si la realidad, el bien y la verdad brotaran espontáneamente del mismo
poder tecnológico y económico. El hecho es que «el hombre moderno no está
preparado para utilizar el poder con acierto»[84], porque el inmenso
crecimiento tecnológico no estuvo acompañado de un desarrollo del ser humano en
responsabilidad, valores, conciencia. Cada época tiende a desarrollar una
escasa autoconciencia de sus propios límites. Por eso es posible que hoy la
humanidad no advierta la seriedad de los desafíos que se presentan, y «la
posibilidad de que el hombre utilice mal el poder crece constantemente » cuando
no está « sometido a norma alguna reguladora de la libertad, sino únicamente a
los supuestos imperativos de la utilidad y de la seguridad»[85]. El ser humano
no es plenamente autónomo. Su libertad se enferma cuando se entrega a las
fuerzas ciegas del inconsciente, de las necesidades inmediatas, del egoísmo, de
la violencia. En ese sentido, está desnudo y expuesto frente a su propio poder,
que sigue creciendo, sin tener los elementos para controlarlo. Puede disponer
de mecanismos superficiales, pero podemos sostener que le falta una ética
sólida, una cultura y una espiritualidad que realmente lo limiten y lo
contengan en una lúcida abnegación.
II. Globalización del paradigma
tecnocrático
106. El problema fundamental es
otro más profundo todavía: el modo como la humanidad de hecho ha asumido la
tecnología y su desarrollo junto con un paradigma homogéneo y unidimensional.
En él se destaca un concepto del sujeto que progresivamente, en el proceso
lógico-racional, abarca y así posee el objeto que se halla afuera. Ese sujeto
se despliega en el establecimiento del método científico con su
experimentación, que ya es explícitamente técnica de posesión, dominio y
transformación. Es como si el sujeto se hallara frente a lo informe totalmente
disponible para su manipulación. La intervención humana en la naturaleza siempre
ha acontecido, pero durante mucho tiempo tuvo la característica de acompañar,
de plegarse a las posibilidades que ofrecen las cosas mismas. Se trataba de
recibir lo que la realidad natural de suyo permite, como tendiendo la mano. En
cambio ahora lo que interesa es extraer todo lo posible de las cosas por la
imposición de la mano humana, que tiende a ignorar u olvidar la realidad misma
de lo que tiene delante. Por eso, el ser humano y las cosas han dejado de
tenderse amigablemente la mano para pasar a estar enfrentados. De aquí se pasa
fácilmente a la idea de un crecimiento infinito o ilimitado, que ha
entusiasmado tanto a economistas, financistas y tecnólogos. Supone la mentira
de la disponibilidad infinita de los bienes del planeta, que lleva a «estrujarlo»
hasta el límite y más allá del límite. Es el presupuesto falso de que «existe
una cantidad ilimitada de energía y de recursos utilizables, que su
regeneración inmediata es posible y que los efectos negativos de las
manipulaciones de la naturaleza pueden ser fácilmente absorbidos»[86].
107. Podemos decir entonces que,
en el origen de muchas dificultades del mundo actual, está ante todo la
tendencia, no siempre consciente, a constituir la metodología y los objetivos
de la tecnociencia en un paradigma de comprensión que condiciona la vida de las
personas y el funcionamiento de la sociedad. Los efectos de la aplicación de
este molde a toda la realidad, humana y social, se constatan en la degradación
del ambiente, pero este es solamente un signo del reduccionismo que afecta a la
vida humana y a la sociedad en todas sus dimensiones. Hay que reconocer que los
objetos producto de la técnica no son neutros, porque crean un entramado que
termina condicionando los estilos de vida y orientan las posibilidades sociales
en la línea de los intereses de determinados grupos de poder. Ciertas
elecciones, que parecen puramente instrumentales, en realidad son elecciones
acerca de la vida social que se quiere desarrollar.
108. No puede pensarse que sea
posible sostener otro paradigma cultural y servirse de la técnica como de un
mero instrumento, porque hoy el paradigma tecnocrático se ha vuelto tan
dominante que es muy difícil prescindir de sus recursos, y más difícil todavía
es utilizarlos sin ser dominados por su lógica. Se volvió contracultural elegir
un estilo de vida con objetivos que puedan ser al menos en parte independientes
de la técnica, de sus costos y de su poder globalizador y masificador. De
hecho, la técnica tiene una inclinación a buscar que nada quede fuera de su
férrea lógica, y «el hombre que posee la técnica sabe que, en el fondo, esta no
se dirige ni a la utilidad ni al bienestar, sino al dominio; el dominio, en el
sentido más extremo de la palabra»[87]. Por eso «intenta controlar tanto los
elementos de la naturaleza como los de la existencia humana»[88]. La capacidad
de decisión, la libertad más genuina y el espacio para la creatividad
alternativa de los individuos se ven reducidos.
109. El paradigma tecnocrático
también tiende a ejercer su dominio sobre la economía y la política. La
economía asume todo desarrollo tecnológico en función del rédito, sin prestar
atención a eventuales consecuencias negativas para el ser humano. Las finanzas
ahogan a la economía real. No se aprendieron las lecciones de la crisis
financiera mundial y con mucha lentitud se aprenden las lecciones del deterioro
ambiental. En algunos círculos se sostiene que la economía actual y la
tecnología resolverán todos los problemas ambientales, del mismo modo que se
afirma, con lenguajes no académicos, que los problemas del hambre y la miseria
en el mundo simplemente se resolverán con el crecimiento del mercado. No es una
cuestión de teorías económicas, que quizás nadie se atreve hoy a defender, sino
de su instalación en el desarrollo fáctico de la economía. Quienes no lo
afirman con palabras lo sostienen con los hechos, cuando no parece preocuparles
una justa dimensión de la producción, una mejor distribución de la riqueza, un
cuidado responsable del ambiente o los derechos de las generaciones futuras.
Con sus comportamientos expresan que el objetivo de maximizar los beneficios es
suficiente. Pero el mercado por sí mismo no garantiza el desarrollo humano
integral y la inclusión social[89]. Mientras tanto, tenemos un «superdesarrollo
derrochador y consumista, que contrasta de modo inaceptable con situaciones
persistentes de miseria deshumanizadora»[90], y no se elaboran con suficiente
celeridad instituciones económicas y cauces sociales que permitan a los más
pobres acceder de manera regular a los recursos básicos. No se termina de
advertir cuáles son las raíces más profundas de los actuales desajustes, que
tienen que ver con la orientación, los fines, el sentido y el contexto social
del crecimiento tecnológico y económico.
110. La especialización propia de
la tecnología implica una gran dificultad para mirar el conjunto. La
fragmentación de los saberes cumple su función a la hora de lograr aplicaciones
concretas, pero suele llevar a perder el sentido de la totalidad, de las
relaciones que existen entre las cosas, del horizonte amplio, que se vuelve
irrelevante. Esto mismo impide encontrar caminos adecuados para resolver los
problemas más complejos del mundo actual, sobre todo del ambiente y de los
pobres, que no se pueden abordar desde una sola mirada o desde un solo tipo de
intereses. Una ciencia que pretenda ofrecer soluciones a los grandes asuntos,
necesariamente debería sumar todo lo que ha generado el conocimiento en las
demás áreas del saber, incluyendo la filosofía y la ética social. Pero este es
un hábito difícil de desarrollar hoy. Por eso tampoco pueden reconocerse
verdaderos horizontes éticos de referencia. La vida pasa a ser un abandonarse a
las circunstancias condicionadas por la técnica, entendida como el principal
recurso para interpretar la existencia. En la realidad concreta que nos
interpela, aparecen diversos síntomas que muestran el error, como la
degradación del ambiente, la angustia, la pérdida del sentido de la vida y de
la convivencia. Así se muestra una vez más que «la realidad es superior a la
idea»[91].
111. La cultura ecológica no se
puede reducir a una serie de respuestas urgentes y parciales a los problemas
que van apareciendo en torno a la degradación del ambiente, al agotamiento de
las reservas naturales y a la contaminación. Debería ser una mirada distinta,
un pensamiento, una política, un programa educativo, un estilo de vida y una
espiritualidad que conformen una resistencia ante el avance del paradigma
tecnocrático. De otro modo, aun las mejores iniciativas ecologistas pueden
terminar encerradas en la misma lógica globalizada. Buscar sólo un remedio
técnico a cada problema ambiental que surja es aislar cosas que en la realidad
están entrelazadas y esconder los verdaderos y más profundos problemas del
sistema mundial.
112. Sin embargo, es posible
volver a ampliar la mirada, y la libertad humana es capaz de limitar la
técnica, orientarla y colocarla al servicio de otro tipo de progreso más sano,
más humano, más social, más integral. La liberación del paradigma tecnocrático
reinante se produce de hecho en algunas ocasiones. Por ejemplo, cuando
comunidades de pequeños productores optan por sistemas de producción menos
contaminantes, sosteniendo un modelo de vida, de gozo y de convivencia no
consumista. O cuando la técnica se orienta prioritariamente a resolver los
problemas concretos de los demás, con la pasión de ayudar a otros a vivir con
más dignidad y menos sufrimiento. También cuando la intención creadora de lo
bello y su contemplación logran superar el poder objetivante en una suerte de
salvación que acontece en lo bello y en la persona que lo contempla. La
auténtica humanidad, que invita a una nueva síntesis, parece habitar en medio
de la civilización tecnológica, casi imperceptiblemente, como la niebla que se
filtra bajo la puerta cerrada. ¿Será una promesa permanente, a pesar de todo,
brotando como una empecinada resistencia de lo auténtico?
113. Por otra parte, la gente ya
no parece creer en un futuro feliz, no confía ciegamente en un mañana mejor a
partir de las condiciones actuales del mundo y de las capacidades técnicas.
Toma conciencia de que el avance de la ciencia y de la técnica no equivale al
avance de la humanidad y de la historia, y vislumbra que son otros los caminos
fundamentales para un futuro feliz. No obstante, tampoco se imagina renunciando
a las posibilidades que ofrece la tecnología. La humanidad se ha modificado
profundamente, y la sumatoria de constantes novedades consagra una fugacidad
que nos arrastra por la superficie, en una única dirección. Se hace difícil
detenernos para recuperar la profundidad de la vida. Si la arquitectura refleja
el espíritu de una época, las megaestructuras y las casas en serie expresan el
espíritu de la técnica globalizada, donde la permanente novedad de los productos
se une a un pesado aburrimiento. No nos resignemos a ello y no renunciemos a
preguntarnos por los fines y por el sentido de todo. De otro modo, sólo
legitimaremos la situación vigente y necesitaremos más sucedáneos para soportar
el vacío.
114. Lo que está ocurriendo nos
pone ante la urgencia de avanzar en una valiente revolución cultural. La
ciencia y la tecnología no son neutrales, sino que pueden implicar desde el
comienzo hasta el final de un proceso diversas intenciones o posibilidades, y
pueden configurarse de distintas maneras. Nadie pretende volver a la época de
las cavernas, pero sí es indispensable aminorar la marcha para mirar la
realidad de otra manera, recoger los avances positivos y sostenibles, y a la
vez recuperar los valores y los grandes fines arrasados por un desenfreno
megalómano.
III. Crisis y consecuencias del
antropocentrismo moderno
115. El antropocentrismo moderno,
paradójicamente, ha terminado colocando la razón técnica sobre la realidad,
porque este ser humano «ni siente la naturaleza como norma válida, ni menos aún
como refugio viviente. La ve sin hacer hipótesis, prácticamente, como lugar y
objeto de una tarea en la que se encierra todo, siéndole indiferente lo que con
ello suceda»[92]. De ese modo, se debilita el valor que tiene el mundo en sí
mismo. Pero si el ser humano no redescubre su verdadero lugar, se entiende mal
a sí mismo y termina contradiciendo su propia realidad: «No sólo la tierra ha
sido dada por Dios al hombre, el cual debe usarla respetando la intención originaria
de que es un bien, según la cual le ha sido dada; incluso el hombre es para sí
mismo un don de Dios y, por tanto, debe respetar la estructura natural y moral
de la que ha sido dotado»[93].
116. En la modernidad hubo una
gran desmesura antropocéntrica que, con otro ropaje, hoy sigue dañando toda
referencia común y todo intento por fortalecer los lazos sociales. Por eso ha
llegado el momento de volver a prestar atención a la realidad con los límites
que ella impone, que a su vez son la posibilidad de un desarrollo humano y
social más sano y fecundo. Una presentación inadecuada de la antropología
cristiana pudo llegar a respaldar una concepción equivocada sobre la relación
del ser humano con el mundo. Se transmitió muchas veces un sueño prometeico de
dominio sobre el mundo que provocó la impresión de que el cuidado de la
naturaleza es cosa de débiles. En cambio, la forma correcta de interpretar el
concepto del ser humano como « señor » del universo consiste en entenderlo como
administrador responsable[94].
117. La falta de preocupación por
medir el daño a la naturaleza y el impacto ambiental de las decisiones es sólo
el reflejo muy visible de un desinterés por reconocer el mensaje que la
naturaleza lleva inscrito en sus mismas estructuras. Cuando no se reconoce en
la realidad misma el valor de un pobre, de un embrión humano, de una persona
con discapacidad –por poner sólo algunos ejemplos–, difícilmente se escucharán
los gritos de la misma naturaleza. Todo está conectado. Si el ser humano se
declara autónomo de la realidad y se constituye en dominador absoluto, la misma
base de su existencia se desmorona, porque, «en vez de desempeñar su papel de
colaborador de Dios en la obra de la creación, el hombre suplanta a Dios y con
ello provoca la rebelión de la naturaleza»[95].
118. Esta situación nos lleva a
una constante esquizofrenia, que va de la exaltación tecnocrática que no
reconoce a los demás seres un valor propio, hasta la reacción de negar todo
valor peculiar al ser humano. Pero no se puede prescindir de la humanidad. No
habrá una nueva relación con la naturaleza sin un nuevo ser humano. No hay
ecología sin una adecuada antropología. Cuando la persona humana es considerada
sólo un ser más entre otros, que procede de los juegos del azar o de un determinismo
físico, «se corre el riesgo de que disminuya en las personas la conciencia de
la responsabilidad»[96]. Un antropocentrismo desviado no necesariamente debe
dar paso a un «biocentrismo», porque eso implicaría incorporar un nuevo
desajuste que no sólo no resolverá los problemas sino que añadirá otros. No
puede exigirse al ser humano un compromiso con respecto al mundo si no se
reconocen y valoran al mismo tiempo sus capacidades peculiares de conocimiento,
voluntad, libertad y responsabilidad.
119. La crítica al
antropocentrismo desviado tampoco debería colocar en un segundo plano el valor
de las relaciones entre las personas. Si la crisis ecológica es una eclosión o
una manifestación externa de la crisis ética, cultural y espiritual de la
modernidad, no podemos pretender sanar nuestra relación con la naturaleza y el
ambiente sin sanar todas las relaciones básicas del ser humano. Cuando el
pensamiento cristiano reclama un valor peculiar para el ser humano por encima
de las demás criaturas, da lugar a la valoración de cada persona humana, y así
provoca el reconocimiento del otro. La apertura a un «tú» capaz de conocer,
amar y dialogar sigue siendo la gran nobleza de la persona humana. Por eso,
para una adecuada relación con el mundo creado no hace falta debilitar la
dimensión social del ser humano y tampoco su dimensión trascendente, su
apertura al «Tú» divino. Porque no se puede proponer una relación con el
ambiente aislada de la relación con las demás personas y con Dios. Sería un
individualismo romántico disfrazado de belleza ecológica y un asfixiante
encierro en la inmanencia.
120. Dado que todo está
relacionado, tampoco es compatible la defensa de la naturaleza con la
justificación del aborto. No parece factible un camino educativo para acoger a
los seres débiles que nos rodean, que a veces son molestos o inoportunos, si no
se protege a un embrión humano aunque su llegada sea causa de molestias y
dificultades: «Si se pierde la sensibilidad personal y social para acoger una
nueva vida, también se marchitan otras formas de acogida provechosas para la
vida social»[97].
121. Está pendiente el desarrollo
de una nueva síntesis que supere falsas dialécticas de los últimos siglos. El
mismo cristianismo, manteniéndose fiel a su identidad y al tesoro de verdad que
recibió de Jesucristo, siempre se repiensa y se reexpresa en el diálogo con las
nuevas situaciones históricas, dejando brotar así su eterna novedad[98].
El relativismo práctico
122. Un antropocentrismo desviado
da lugar a un estilo de vida desviado. En la Exhortación apostólica Evangelii
gaudium me referí al relativismo práctico que caracteriza nuestra época, y que
es «todavía más peligroso que el doctrinal»[99]. Cuando el ser humano se coloca
a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias
circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo. Por eso no debería llamar
la atención que, junto con la omnipresencia del paradigma tecnocrático y la
adoración del poder humano sin límites, se desarrolle en los sujetos este
relativismo donde todo se vuelve irrelevante si no sirve a los propios
intereses inmediatos. Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se
alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la
degradación ambiental y la degradación social.
123. La cultura del relativismo
es la misma patología que empuja a una persona a aprovecharse de otra y a
tratarla como mero objeto, obligándola a trabajos forzados, o convirtiéndola en
esclava a causa de una deuda. Es la misma lógica que lleva a la explotación
sexual de los niños, o al abandono de los ancianos que no sirven para los
propios intereses. Es también la lógica interna de quien dice: « Dejemos que
las fuerzas invisibles del mercado regulen la economía, porque sus impactos
sobre la sociedad y sobre la naturaleza son daños inevitables ». Si no hay
verdades objetivas ni principios sólidos, fuera de la satisfacción de los
propios proyectos y de las necesidades inmediatas, ¿qué límites pueden tener la
trata de seres humanos, la criminalidad organizada, el narcotráfico, el
comercio de diamantes ensangrentados y de pieles de animales en vías de
extinción? ¿No es la misma lógica relativista la que justifica la compra de
órganos a los pobres con el fin de venderlos o de utilizarlos para
experimentación, o el descarte de niños porque no responden al deseo de sus
padres? Es la misma lógica del «usa y tira», que genera tantos residuos sólo
por el deseo desordenado de consumir más de lo que realmente se necesita.
Entonces no podemos pensar que los proyectos políticos o la fuerza de la ley
serán suficientes para evitar los comportamientos que afectan al ambiente,
porque, cuando es la cultura la que se corrompe y ya no se reconoce alguna
verdad objetiva o unos principios universalmente válidos, las leyes sólo se entenderán
como imposiciones arbitrarias y como obstáculos a evitar.
Necesidad de preservar el trabajo
124. En cualquier planteo sobre
una ecología integral, que no excluya al ser humano, es indispensable
incorporar el valor del trabajo, tan sabiamente desarrollado por san Juan Pablo
II en su encíclica Laborem exercens. Recordemos que, según el relato bíblico de
la creación, Dios colocó al ser humano en el jardín recién creado (cf. Gn 2,15)
no sólo para preservar lo existente (cuidar), sino para trabajar sobre ello de
manera que produzca frutos (labrar). Así, los obreros y artesanos «aseguran la
creación eterna» (Si 38,34). En realidad, la intervención humana que procura el
prudente desarrollo de lo creado es la forma más adecuada de cuidarlo, porque
implica situarse como instrumento de Dios para ayudar a brotar las
potencialidades que él mismo colocó en las cosas: «Dios puso en la tierra
medicinas y el hombre prudente no las desprecia» (Si 38,4).
125. Si intentamos pensar cuáles
son las relaciones adecuadas del ser humano con el mundo que lo rodea, emerge
la necesidad de una correcta concepción del trabajo porque, si hablamos sobre
la relación del ser humano con las cosas, aparece la pregunta por el sentido y
la finalidad de la acción humana sobre la realidad. No hablamos sólo del
trabajo manual o del trabajo con la tierra, sino de cualquier actividad que
implique alguna transformación de lo existente, desde la elaboración de un
informe social hasta el diseño de un desarrollo tecnológico. Cualquier forma de
trabajo tiene detrás una idea sobre la relación que el ser humano puede o debe
establecer con lo otro de sí. La espiritualidad cristiana, junto con la
admiración contemplativa de las criaturas que encontramos en san Francisco de
Asís, ha desarrollado también una rica y sana comprensión sobre el trabajo,
como podemos encontrar, por ejemplo, en la vida del beato Carlos de Foucauld y
sus discípulos.
126. Recojamos también algo de la
larga tradición del monacato. Al comienzo favorecía en cierto modo la fuga del
mundo, intentando escapar de la decadencia urbana. Por eso, los monjes buscaban
el desierto, convencidos de que era el lugar adecuado para reconocer la
presencia de Dios. Posteriormente, san Benito de Nursia propuso que sus monjes
vivieran en comunidad combinando la oración y la lectura con el trabajo manual
(ora et labora). Esta introducción del trabajo manual impregnado de sentido
espiritual fue revolucionaria. Se aprendió a buscar la maduración y la
santificación en la compenetración entre el recogimiento y el trabajo. Esa
manera de vivir el trabajo nos vuelve más cuidadosos y respetuosos del
ambiente, impregna de sana sobriedad nuestra relación con el mundo.
127. Decimos que «el hombre es el
autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social»[100]. No obstante,
cuando en el ser humano se daña la capacidad de contemplar y de respetar, se
crean las condiciones para que el sentido del trabajo se desfigure[101].
Conviene recordar siempre que el ser humano es «capaz de ser por sí mismo
agente responsable de su mejora material, de su progreso moral y de su
desarrollo espiritual»[102]. El trabajo debería ser el ámbito de este múltiple
desarrollo personal, donde se ponen en juego muchas dimensiones de la vida: la
creatividad, la proyección del futuro, el desarrollo de capacidades, el
ejercicio de los valores, la comunicación con los demás, una actitud de
adoración. Por eso, en la actual realidad social mundial, más allá de los
intereses limitados de las empresas y de una cuestionable racionalidad económica,
es necesario que «se siga buscando como prioridad el objetivo del acceso al
trabajo por parte de todos»[103].
128. Estamos llamados al trabajo
desde nuestra creación. No debe buscarse que el progreso tecnológico reemplace
cada vez más el trabajo humano, con lo cual la humanidad se dañaría a sí misma.
El trabajo es una necesidad, parte del sentido de la vida en esta tierra,
camino de maduración, de desarrollo humano y de realización personal. En este
sentido, ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución
provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre
permitirles una vida digna a través del trabajo. Pero la orientación de la
economía ha propiciado un tipo de avance tecnológico para reducir costos de
producción en razón de la disminución de los puestos de trabajo, que se
reemplazan por máquinas. Es un modo más como la acción del ser humano puede
volverse en contra de él mismo. La disminución de los puestos de trabajo «tiene
también un impacto negativo en el plano económico por el progresivo desgaste
del “capital social”, es decir, del conjunto de relaciones de confianza,
fiabilidad, y respeto de las normas, que son indispensables en toda convivencia
civil»[104]. En definitiva, «los costes humanos son siempre también costes
económicos y las disfunciones económicas comportan igualmente costes
humanos»[105]. Dejar de invertir en las personas para obtener un mayor rédito
inmediato es muy mal negocio para la sociedad.
129. Para que siga siendo posible
dar empleo, es imperioso promover una economía que favorezca la diversidad
productiva y la creatividad empresarial. Por ejemplo, hay una gran variedad de
sistemas alimentarios campesinos y de pequeña escala que sigue alimentando a la
mayor parte de la población mundial, utilizando una baja proporción del
territorio y del agua, y produciendo menos residuos, sea en pequeñas parcelas
agrícolas, huertas, caza y recolección silvestre o pesca artesanal. Las
economías de escala, especialmente en el sector agrícola, terminan forzando a
los pequeños agricultores a vender sus tierras o a abandonar sus cultivos
tradicionales. Los intentos de algunos de ellos por avanzar en otras formas de
producción más diversificadas terminan siendo inútiles por la dificultad de
conectarse con los mercados regionales y globales o porque la infraestructura
de venta y de transporte está al servicio de las grandes empresas. Las
autoridades tienen el derecho y la responsabilidad de tomar medidas de claro y
firme apoyo a los pequeños productores y a la variedad productiva. Para que
haya una libertad económica de la que todos efectivamente se beneficien, a
veces puede ser necesario poner límites a quienes tienen mayores recursos y
poder financiero. Una libertad económica sólo declamada, pero donde las
condiciones reales impiden que muchos puedan acceder realmente a ella, y donde
se deteriora el acceso al trabajo, se convierte en un discurso contradictorio
que deshonra a la política. La actividad empresarial, que es una noble vocación
orientada a producir riqueza y a mejorar el mundo para todos, puede ser una
manera muy fecunda de promover la región donde instala sus emprendimientos,
sobre todo si entiende que la creación de puestos de trabajo es parte ineludible
de su servicio al bien común.
Innovación biológica a partir de
la investigación
130. En la visión filosófica y
teológica de la creación que he tratado de proponer, queda claro que la persona
humana, con la peculiaridad de su razón y de su ciencia, no es un factor
externo que deba ser totalmente excluido. No obstante, si bien el ser humano
puede intervenir en vegetales y animales, y hacer uso de ellos cuando es
necesario para su vida, el Catecismo enseña que las experimentaciones con
animales sólo son legítimas «si se mantienen en límites razonables y
contribuyen a cuidar o salvar vidas humanas»[106]. Recuerda con firmeza que el
poder humano tiene límites y que «es contrario a la dignidad humana hacer
sufrir inútilmente a los animales y sacrificar sin necesidad sus vidas»[107].
Todo uso y experimentación «exige un respeto religioso de la integridad de la
creación»[108].
131. Quiero recoger aquí la
equilibrada posición de san Juan Pablo II, quien resaltaba los beneficios de
los adelantos científicos y tecnológicos, que «manifiestan cuán noble es la
vocación del hombre a participar responsablemente en la acción creadora de
Dios», pero al mismo tiempo recordaba que «toda intervención en un área del
ecosistema debe considerar sus consecuencias en otras áreas»[109]. Expresaba
que la Iglesia valora el aporte «del estudio y de las aplicaciones de la
biología molecular, completada con otras disciplinas, como la genética, y su
aplicación tecnológica en la agricultura y en la industria»[110], aunque
también decía que esto no debe dar lugar a una «indiscriminada manipulación
genética»[111] que ignore los efectos negativos de estas intervenciones. No es
posible frenar la creatividad humana. Si no se puede prohibir a un artista el
despliegue de su capacidad creadora, tampoco se puede inhabilitar a quienes
tienen especiales dones para el desarrollo científico y tecnológico, cuyas
capacidades han sido donadas por Dios para el servicio a los demás. Al mismo
tiempo, no pueden dejar de replantearse los objetivos, los efectos, el contexto
y los límites éticos de esa actividad humana que es una forma de poder con
altos riesgos.
132. En este marco debería
situarse cualquier reflexión acerca de la intervención humana sobre los
vegetales y animales, que hoy implica mutaciones genéticas generadas por la
biotecnología, en orden a aprovechar las posibilidades presentes en la realidad
material. El respeto de la fe a la razón implica prestar atención a lo que la
misma ciencia biológica, desarrollada de manera independiente con respecto a los
intereses económicos, puede enseñar acerca de las estructuras biológicas y de
sus posibilidades y mutaciones. En todo caso, una intervención legítima es
aquella que actúa en la naturaleza «para ayudarla a desarrollarse en su línea,
la de la creación, la querida por Dios»[112].
133. Es difícil emitir un juicio
general sobre el desarrollo de organismos genéticamente modificados (OMG),
vegetales o animales, médicos o agropecuarios, ya que pueden ser muy diversos
entre sí y requerir distintas consideraciones. Por otra parte, los riesgos no
siempre se atribuyen a la técnica misma sino a su aplicación inadecuada o
excesiva. En realidad, las mutaciones genéticas muchas veces fueron y son
producidas por la misma naturaleza. Ni siquiera aquellas provocadas por la
intervención humana son un fenómeno moderno. La domesticación de animales, el
cruzamiento de especies y otras prácticas antiguas y universalmente aceptadas
pueden incluirse en estas consideraciones. Cabe recordar que el inicio de los
desarrollos científicos de cereales transgénicos estuvo en la observación de
una bacteria que natural y espontáneamente producía una modificación en el
genoma de un vegetal. Pero en la naturaleza estos procesos tienen un ritmo
lento, que no se compara con la velocidad que imponen los avances tecnológicos
actuales, aun cuando estos avances tengan detrás un desarrollo científico de
varios siglos.
134. Si bien no hay comprobación
contundente acerca del daño que podrían causar los cereales transgénicos a los
seres humanos, y en algunas regiones su utilización ha provocado un crecimiento
económico que ayudó a resolver problemas, hay dificultades importantes que no
deben ser relativizadas. En muchos lugares, tras la introducción de estos
cultivos, se constata una concentración de tierras productivas en manos de
pocos debido a «la progresiva desaparición de pequeños productores que, como
consecuencia de la pérdida de las tierras explotadas, se han visto obligados a
retirarse de la producción directa»[113].Los más frágiles se convierten en
trabajadores precarios, y muchos empleados rurales terminan migrando a
miserables asentamientos de las ciudades. La expansión de la frontera de estos
cultivos arrasa con el complejo entramado de los ecosistemas, disminuye la
diversidad productiva y afecta el presente y el futuro de las economías
regionales. En varios países se advierte una tendencia al desarrollo de
oligopolios en la producción de granos y de otros productos necesarios para su
cultivo, y la dependencia se agrava si se piensa en la producción de granos
estériles que terminaría obligando a los campesinos a comprarlos a las empresas
productoras.
135. Sin duda hace falta una
atención constante, que lleve a considerar todos los aspectos éticos
implicados. Para eso hay que asegurar una discusión científica y social que sea
responsable y amplia, capaz de considerar toda la información disponible y de
llamar a las cosas por su nombre. A veces no se pone sobre la mesa la totalidad
de la información, que se selecciona de acuerdo con los propios intereses, sean
políticos, económicos o ideológicos. Esto vuelve difícil desarrollar un juicio
equilibrado y prudente sobre las diversas cuestiones, considerando todas las
variables atinentes. Es preciso contar con espacios de discusión donde todos
aquellos que de algún modo se pudieran ver directa o indirectamente afectados
(agricultores, consumidores, autoridades, científicos, semilleras, poblaciones
vecinas a los campos fumigados y otros) puedan exponer sus problemáticas o
acceder a información amplia y fidedigna para tomar decisiones tendientes al
bien común presente y futuro. Es una cuestión ambiental de carácter complejo,
por lo cual su tratamiento exige una mirada integral de todos sus aspectos, y
esto requeriría al menos un mayor esfuerzo para financiar diversas líneas de
investigación libre e interdisciplinaria que puedan aportar nueva luz.
136. Por otra parte, es
preocupante que cuando algunos movimientos ecologistas defienden la integridad
del ambiente, y con razón reclaman ciertos límites a la investigación
científica, a veces no aplican estos mismos principios a la vida humana. Se
suele justificar que se traspasen todos los límites cuando se experimenta con
embriones humanos vivos. Se olvida que el valor inalienable de un ser humano va
más allá del grado de su desarrollo. De ese modo, cuando la técnica desconoce
los grandes principios éticos, termina considerando legítima cualquier
práctica. Como vimos en este capítulo, la técnica separada de la ética
difícilmente será capaz de autolimitar su poder.
CAPÍTULO CUARTO
UNA ECOLOGÍA INTEGRAL
137. Dado que todo está
íntimamente relacionado, y que los problemas actuales requieren una mirada que
tenga en cuenta todos los factores de la crisis mundial, propongo que nos
detengamos ahora a pensar en los distintos aspectos de una ecología integral,
que incorpore claramente las dimensiones humanas y sociales.
I. Ecología ambiental, económica
y social
138. La ecología estudia las
relaciones entre los organismos vivientes y el ambiente donde se desarrollan.
También exige sentarse a pensar y a discutir acerca de las condiciones de vida
y de supervivencia de una sociedad, con la honestidad para poner en duda
modelos de desarrollo, producción y consumo. No está de más insistir en que
todo está conectado. El tiempo y el espacio no son independientes entre sí, y
ni siquiera los átomos o las partículas subatómicas se pueden considerar por
separado. Así como los distintos componentes del planeta –físicos, químicos y
biológicos– están relacionados entre sí, también las especies vivas conforman
una red que nunca terminamos de reconocer y comprender. Buena parte de nuestra
información genética se comparte con muchos seres vivos. Por eso, los
conocimientos fragmentarios y aislados pueden convertirse en una forma de ignorancia
si se resisten a integrarse en una visión más amplia de la realidad.
139. Cuando se habla de «medio
ambiente», se indica particularmente una relación, la que existe entre la
naturaleza y la sociedad que la habita. Esto nos impide entender la naturaleza
como algo separado de nosotros o como un mero marco de nuestra vida. Estamos
incluidos en ella, somos parte de ella y estamos interpenetrados. Las razones
por las cuales un lugar se contamina exigen un análisis del funcionamiento de
la sociedad, de su economía, de su comportamiento, de sus maneras de entender
la realidad. Dada la magnitud de los cambios, ya no es posible encontrar una
respuesta específica e independiente para cada parte del problema. Es
fundamental buscar soluciones integrales que consideren las interacciones de
los sistemas naturales entre sí y con los sistemas sociales. No hay dos crisis
separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis
socio-ambiental. Las líneas para la solución requieren una aproximación integral
para combatir la pobreza, para devolver la dignidad a los excluidos y
simultáneamente para cuidar la naturaleza.
140. Debido a la cantidad y
variedad de elementos a tener en cuenta, a la hora de determinar el impacto
ambiental de un emprendimiento concreto, se vuelve indispensable dar a los
investigadores un lugar preponderante y facilitar su interacción, con amplia
libertad académica. Esta investigación constante debería permitir reconocer
también cómo las distintas criaturas se relacionan conformando esas unidades
mayores que hoy llamamos «ecosistemas». No los tenemos en cuenta sólo para
determinar cuál es su uso racional, sino porque poseen un valor intrínseco
independiente de ese uso. Así como cada organismo es bueno y admirable en sí
mismo por ser una criatura de Dios, lo mismo ocurre con el conjunto armonioso
de organismos en un espacio determinado, funcionando como un sistema. Aunque no
tengamos conciencia de ello, dependemos de ese conjunto para nuestra propia
existencia. Cabe recordar que los ecosistemas intervienen en el secuestro de
anhídrido carbónico, en la purificación del agua, en el control de enfermedades
y plagas, en la formación del suelo, en la descomposición de residuos y en
muchísimos otros servicios que olvidamos o ignoramos. Cuando advierten esto,
muchas personas vuelven a tomar conciencia de que vivimos y actuamos a partir
de una realidad que nos ha sido previamente regalada, que es anterior a
nuestras capacidades y a nuestra existencia. Por eso, cuando se habla de «uso
sostenible», siempre hay que incorporar una consideración sobre la capacidad de
regeneración de cada ecosistema en sus diversas áreas y aspectos.
141. Por otra parte, el
crecimiento económico tiende a producir automatismos y a homogeneizar, en orden
a simplificar procedimientos y a reducir costos. Por eso es necesaria una
ecología económica, capaz de obligar a considerar la realidad de manera más
amplia. Porque «la protección del medio ambiente deberá constituir parte
integrante del proceso de desarrollo y no podrá considerarse en forma
aislada»[114]. Pero al mismo tiempo se vuelve actual la necesidad imperiosa del
humanismo, que de por sí convoca a los distintos saberes, también al económico,
hacia una mirada más integral e integradora. Hoy el análisis de los problemas
ambientales es inseparable del análisis de los contextos humanos, familiares,
laborales, urbanos, y de la relación de cada persona consigo misma, que genera
un determinado modo de relacionarse con los demás y con el ambiente. Hay una
interacción entre los ecosistemas y entre los diversos mundos de referencia
social, y así se muestra una vez más que «el todo es superior a la parte»[115].
142. Si todo está relacionado,
también la salud de las instituciones de una sociedad tiene consecuencias en el
ambiente y en la calidad de vida humana: «Cualquier menoscabo de la solidaridad
y del civismo produce daños ambientales»[116]. En ese sentido, la ecología
social es necesariamente institucional, y alcanza progresivamente las distintas
dimensiones que van desde el grupo social primario, la familia, pasando por la
comunidad local y la nación, hasta la vida internacional. Dentro de cada uno de
los niveles sociales y entre ellos, se desarrollan las instituciones que
regulan las relaciones humanas. Todo lo que las dañe entraña efectos nocivos,
como la perdida de la libertad, la injusticia y la violencia. Varios países se
rigen con un nivel institucional precario, a costa del sufrimiento de las
poblaciones y en beneficio de quienes se lucran con ese estado de cosas. Tanto
en la administración del Estado, como en las distintas expresiones de la
sociedad civil, o en las relaciones de los habitantes entre sí, se registran
con excesiva frecuencia conductas alejadas de las leyes. Estas pueden ser
dictadas en forma correcta, pero suelen quedar como letra muerta. ¿Puede
esperarse entonces que la legislación y las normas relacionadas con el medio
ambiente sean realmente eficaces? Sabemos, por ejemplo, que países poseedores
de una legislación clara para la protección de bosques siguen siendo testigos
mudos de la frecuente violación de estas leyes. Además, lo que sucede en una
región ejerce, directa o indirectamente, influencias en las demás regiones.
Así, por ejemplo, el consumo de narcóticos en las sociedades opulentas provoca
una constante y creciente demanda de productos originados en regiones
empobrecidas, donde se corrompen conductas, se destruyen vidas y se termina
degradando el ambiente.
II. Ecología cultural
143. Junto con el patrimonio
natural, hay un patrimonio histórico, artístico y cultural, igualmente
amenazado. Es parte de la identidad común de un lugar y una base para construir
una ciudad habitable. No se trata de destruir y de crear nuevas ciudades
supuestamente más ecológicas, donde no siempre se vuelve deseable vivir. Hace
falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar,
manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone el
cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De
manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora
de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo
el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular. Es la cultura no sólo
en el sentido de los monumentos del pasado, sino especialmente en su sentido
vivo, dinámico y participativo, que no puede excluirse a la hora de repensar la
relación del ser humano con el ambiente.
144. La visión consumista del ser
humano, alentada por los engranajes de la actual economía globalizada, tiende a
homogeneizar las culturas y a debilitar la inmensa variedad cultural, que es un
tesoro de la humanidad. Por eso, pretender resolver todas las dificultades a
través de normativas uniformes o de intervenciones técnicas lleva a desatender
la complejidad de las problemáticas locales, que requieren la intervención
activa de los habitantes. Los nuevos procesos que se van gestando no siempre
pueden ser incorporados en esquemas establecidos desde afuera, sino que deben
partir de la misma cultura local. Así como la vida y el mundo son dinámicos, el
cuidado del mundo debe ser flexible y dinámico. Las soluciones meramente
técnicas corren el riesgo de atender a síntomas que no responden a las
problemáticas más profundas. Hace falta incorporar la perspectiva de los
derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de un
grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y
requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su
propia cultura. Ni siquiera la noción de calidad de vida puede imponerse, sino
que debe entenderse dentro del mundo de símbolos y hábitos propios de cada
grupo humano.
145. Muchas formas altamente
concentradas de explotación y degradación del medio ambiente no sólo pueden
acabar con los recursos de subsistencia locales, sino también con capacidades
sociales que han permitido un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado
identidad cultural y un sentido de la existencia y de la convivencia. La
desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de
una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo hegemónico de vida
ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la alteración de los
ecosistemas.
146. En este sentido, es indispensable
prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones
culturales. No son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse
en los principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes
proyectos que afecten a sus espacios. Para ellos, la tierra no es un bien
económico, sino don de Dios y de los antepasados que descansan en ella, un
espacio sagrado con el cual necesitan interactuar para sostener su identidad y
sus valores. Cuando permanecen en sus territorios, son precisamente ellos
quienes mejor los cuidan. Sin embargo, en diversas partes del mundo, son objeto
de presiones para que abandonen sus tierras a fin de dejarlas libres para
proyectos extractivos y agropecuarios que no prestan atención a la degradación
de la naturaleza y de la cultura.
III. Ecología de la vida
cotidiana
146. Para que pueda hablarse de
un auténtico desarrollo, habrá que asegurar que se produzca una mejora integral
en la calidad de vida humana, y esto implica analizar el espacio donde
transcurre la existencia de las personas. Los escenarios que nos rodean
influyen en nuestro modo de ver la vida, de sentir y de actuar. A la vez, en
nuestra habitación, en nuestra casa, en nuestro lugar de trabajo y en nuestro
barrio, usamos el ambiente para expresar nuestra identidad. Nos esforzamos para
adaptarnos al medio y, cuando un ambiente es desordenado, caótico o cargado de
contaminación visual y acústica, el exceso de estímulos nos desafía a intentar
configurar una identidad integrada y feliz.
148. Es admirable la creatividad
y la generosidad de personas y grupos que son capaces de revertir los límites
del ambiente, modificando los efectos adversos de los condicionamientos y
aprendiendo a orientar su vida en medio del desorden y la precariedad. Por
ejemplo, en algunos lugares, donde las fachadas de los edificios están muy
deterioradas, hay personas que cuidan con mucha dignidad el interior de sus
viviendas, o se sienten cómodas por la cordialidad y la amistad de la gente. La
vida social positiva y benéfica de los habitantes derrama luz sobre un ambiente
aparentemente desfavorable. A veces es encomiable la ecología humana que pueden
desarrollar los pobres en medio de tantas limitaciones. La sensación de asfixia
producida por la aglomeración en residencias y espacios con alta densidad
poblacional se contrarresta si se desarrollan relaciones humanas cercanas y
cálidas, si se crean comunidades, si los límites del ambiente se compensan en
el interior de cada persona, que se siente contenida por una red de comunión y
de pertenencia. De ese modo, cualquier lugar deja de ser un infierno y se
convierte en el contexto de una vida digna.
149. También es cierto que la
carencia extrema que se vive en algunos ambientes que no poseen armonía,
amplitud y posibilidades de integración facilita la aparición de
comportamientos inhumanos y la manipulación de las personas por parte de
organizaciones criminales. Para los habitantes de barrios muy precarios, el
paso cotidiano del hacinamiento al anonimato social que se vive en las grandes
ciudades puede provocar una sensación de desarraigo que favorece las conductas
antisociales y la violencia. Sin embargo, quiero insistir en que el amor puede
más. Muchas personas en estas condiciones son capaces de tejer lazos de
pertenencia y de convivencia que convierten el hacinamiento en una experiencia
comunitaria donde se rompen las paredes del yo y se superan las barreras del
egoísmo. Esta experiencia de salvación comunitaria es lo que suele provocar
reacciones creativas para mejorar un edificio o un barrio[117].
150. Dada la interrelación entre
el espacio y la conducta humana, quienes diseñan edificios, barrios, espacios
públicos y ciudades necesitan del aporte de diversas disciplinas que permitan
entender los procesos, el simbolismo y los comportamientos de las personas. No
basta la búsqueda de la belleza en el diseño, porque más valioso todavía es el
servicio a otra belleza: la calidad de vida de las personas, su adaptación al
ambiente, el encuentro y la ayuda mutua. También por eso es tan importante que
las perspectivas de los pobladores siempre completen el análisis del
planeamiento urbano.
151. Hace falta cuidar los
lugares comunes, los marcos visuales y los hitos urbanos que acrecientan
nuestro sentido de pertenencia, nuestra sensación de arraigo, nuestro
sentimiento de «estar en casa» dentro de la ciudad que nos contiene y nos une.
Es importante que las diferentes partes de una ciudad estén bien integradas y
que los habitantes puedan tener una visión de conjunto, en lugar de encerrarse
en un barrio privándose de vivir la ciudad entera como un espacio propio
compartido con los demás. Toda intervención en el paisaje urbano o rural
debería considerar cómo los distintos elementos del lugar conforman un todo que
es percibido por los habitantes como un cuadro coherente con su riqueza de
significados. Así los otros dejan de ser extraños, y se los puede sentir como
parte de un « nosotros » que construimos juntos. Por esta misma razón, tanto en
el ambiente urbano como en el rural, conviene preservar algunos lugares donde
se eviten intervenciones humanas que los modifiquen constantemente.
152. La falta de viviendas es
grave en muchas partes del mundo, tanto en las zonas rurales como en las
grandes ciudades, porque los presupuestos estatales sólo suelen cubrir una
pequeña parte de la demanda. No sólo los pobres, sino una gran parte de la
sociedad sufre serias dificultades para acceder a una vivienda propia. La
posesión de una vivienda tiene mucho que ver con la dignidad de las personas y
con el desarrollo de las familias. Es una cuestión central de la ecología
humana. Si en un lugar ya se han desarrollado conglomerados caóticos de casas
precarias, se trata sobre todo de urbanizar esos barrios, no de erradicar y
expulsar. Cuando los pobres viven en suburbios contaminados o en conglomerados
peligrosos, «en el caso que se deba proceder a su traslado, y para no añadir
más sufrimiento al que ya padecen, es necesario proporcionar una información
adecuada y previa, ofrecer alternativas de alojamientos dignos e implicar
directamente a los interesados»[118]. Al mismo tiempo, la creatividad debería
llevar a integrar los barrios precarios en una ciudad acogedora: «¡Qué hermosas
son las ciudades que superan la desconfianza enfermiza e integran a los
diferentes, y que hacen de esa integración un nuevo factor de desarrollo! ¡Qué
lindas son las ciudades que, aun en su diseño arquitectónico, están llenas de
espacios que conectan, relacionan, favorecen el reconocimiento del otro![119]».
153. La calidad de vida en las
ciudades tiene mucho que ver con el transporte, que suele ser causa de grandes
sufrimientos para los habitantes. En las ciudades circulan muchos automóviles
utilizados por una o dos personas, con lo cual el tránsito se hace complicado,
el nivel de contaminación es alto, se consumen cantidades enormes de energía no
renovable y se vuelve necesaria la construcción de más autopistas y lugares de
estacionamiento que perjudican la trama urbana. Muchos especialistas coinciden
en la necesidad de priorizar el transporte público. Pero algunas medidas
necesarias difícilmente serán pacíficamente aceptadas por la sociedad sin una
mejora sustancial de ese transporte, que en muchas ciudades significa un trato
indigno a las personas debido a la aglomeración, a la incomodidad o a la baja
frecuencia de los servicios y a la inseguridad.
154. El reconocimiento de la
dignidad peculiar del ser humano muchas veces contrasta con la vida caótica que
deben llevar las personas en nuestras ciudades. Pero esto no debería hacer
perder de vista el estado de abandono y olvido que sufren también algunos
habitantes de zonas rurales, donde no llegan los servicios esenciales, y hay
trabajadores reducidos a situaciones de esclavitud, sin derechos ni
expectativas de una vida más digna.
155. La ecología humana implica
también algo muy hondo: la necesaria relación de la vida del ser humano con la
ley moral escrita en su propia naturaleza, necesaria para poder crear un
ambiente más digno. Decía Benedicto XVI que existe una «ecología del hombre»
porque «también el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no
puede manipular a su antojo»[120]. En esta línea, cabe reconocer que nuestro
propio cuerpo nos sitúa en una relación directa con el ambiente y con los demás
seres vivientes. La aceptación del propio cuerpo como don de Dios es necesaria
para acoger y aceptar el mundo entero como regalo del Padre y casa común,
mientras una lógica de dominio sobre el propio cuerpo se transforma en una
lógica a veces sutil de dominio sobre la creación. Aprender a recibir el propio
cuerpo, a cuidarlo y a respetar sus significados, es esencial para una
verdadera ecología humana. También la valoración del propio cuerpo en su
femineidad o masculinidad es necesaria para reconocerse a sí mismo en el
encuentro con el diferente. De este modo es posible aceptar gozosamente el don
específico del otro o de la otra, obra del Dios creador, y enriquecerse
recíprocamente. Por lo tanto, no es sana una actitud que pretenda «cancelar la
diferencia sexual porque ya no sabe confrontarse con la misma»[121].
IV. El principio del bien común
156. La ecología humana es
inseparable de la noción de bien común, un principio que cumple un rol central
y unificador en la ética social. Es «el conjunto de condiciones de la vida
social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el
logro más pleno y más fácil de la propia perfección»[122].
157. El bien común presupone el
respeto a la persona humana en cuanto tal, con derechos básicos e inalienables
ordenados a su desarrollo integral. También reclama el bienestar social y el
desarrollo de los diversos grupos intermedios, aplicando el principio de la
subsidiariedad. Entre ellos destaca especialmente la familia, como la célula
básica de la sociedad. Finalmente, el bien común requiere la paz social, es
decir, la estabilidad y seguridad de un cierto orden, que no se produce sin una
atención particular a la justicia distributiva, cuya violación siempre genera
violencia. Toda la sociedad –y en ella, de manera especial el Estado– tiene la
obligación de defender y promover el bien común.
158. En las condiciones actuales
de la sociedad mundial, donde hay tantas inequidades y cada vez son más las
personas descartables, privadas de derechos humanos básicos, el principio del
bien común se convierte inmediatamente, como lógica e ineludible consecuencia,
en un llamado a la solidaridad y en una opción preferencial por los más pobres.
Esta opción implica sacar las consecuencias del destino común de los bienes de
la tierra, pero, como he intentado expresar en la Exhortación apostólica
Evangelii gaudium[123], exige contemplar ante todo la inmensa dignidad del
pobre a la luz de las más hondas convicciones creyentes. Basta mirar la
realidad para entender que esta opción hoy es una exigencia ética fundamental
para la realización efectiva del bien común.
V. Justicia entre las
generaciones
159. La noción de bien común
incorpora también a las generaciones futuras. Las crisis económicas
internacionales han mostrado con crudeza los efectos dañinos que trae aparejado
el desconocimiento de un destino común, del cual no pueden ser excluidos
quienes vienen detrás de nosotros. Ya no puede hablarse de desarrollo
sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la
situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en
otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos
es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de
eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de
una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra
que recibimos pertenece también a los que vendrán. Los Obispos de Portugal han
exhortado a asumir este deber de justicia: «El ambiente se sitúa en la lógica
de la recepción. Es un préstamo que cada generación recibe y debe transmitir a
la generación siguiente»[124]. Una ecología integral posee esa mirada amplia.
160. ¿Qué tipo de mundo queremos
dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo? Esta pregunta no
afecta sólo al ambiente de manera aislada, porque no se puede plantear la
cuestión de modo fragmentario. Cuando nos interrogamos por el mundo que queremos
dejar, entendemos sobre todo su orientación general, su sentido, sus valores.
Si no está latiendo esta pregunta de fondo, no creo que nuestras preocupaciones
ecológicas puedan lograr efectos importantes. Pero si esta pregunta se plantea
con valentía, nos lleva inexorablemente a otros cuestionamientos muy directos:
¿Para qué pasamos por este mundo? ¿para qué vinimos a esta vida? ¿para qué
trabajamos y luchamos? ¿para qué nos necesita esta tierra? Por eso, ya no basta
decir que debemos preocuparnos por las futuras generaciones. Se requiere
advertir que lo que está en juego es nuestra propia dignidad. Somos nosotros
los primeros interesados en dejar un planeta habitable para la humanidad que
nos sucederá. Es un drama para nosotros mismos, porque esto pone en crisis el
sentido del propio paso por esta tierra.
161. Las predicciones
catastróficas ya no pueden ser miradas con desprecio e ironía. A las próximas
generaciones podríamos dejarles demasiados escombros, desiertos y suciedad. El
ritmo de consumo, de desperdicio y de alteración del medio ambiente ha superado
las posibilidades del planeta, de tal manera que el estilo de vida actual, por
ser insostenible, sólo puede terminar en catástrofes, como de hecho ya está
ocurriendo periódicamente en diversas regiones. La atenuación de los efectos
del actual desequilibrio depende de lo que hagamos ahora mismo, sobre todo si
pensamos en la responsabilidad que nos atribuirán los que deberán soportar las
peores consecuencias.
162. La dificultad para tomar en
serio este desafío tiene que ver con un deterioro ético y cultural, que
acompaña al deterioro ecológico. El hombre y la mujer del mundo posmoderno
corren el riesgo permanente de volverse profundamente individualistas, y muchos
problemas sociales se relacionan con el inmediatismo egoísta actual, con las
crisis de los lazos familiares y sociales, con las dificultades para el
reconocimiento del otro. Muchas veces hay un consumo inmediatista y excesivo de
los padres que afecta a los propios hijos, quienes tienen cada vez más
dificultades para adquirir una casa propia y fundar una familia. Además,
nuestra incapacidad para pensar seriamente en las futuras generaciones está
ligada a nuestra incapacidad para ampliar los intereses actuales y pensar en
quienes quedan excluidos del desarrollo. No imaginemos solamente a los pobres
del futuro, basta que recordemos a los pobres de hoy, que tienen pocos años de
vida en esta tierra y no pueden seguir esperando. Por eso, «además de la leal
solidaridad intergeneracional, se ha de reiterar la urgente necesidad moral de
una renovada solidaridad intrageneracional»[125].
CAPÍTULO QUINTO
ALGUNAS LÍNEAS DE ORIENTACIÓN Y
ACCIÓN
163. He intentado analizar la
situación actual de la humanidad, tanto en las grietas que se observan en el
planeta que habitamos, como en las causas más profundamente humanas de la
degradación ambiental. Si bien esa contemplación de la realidad en sí misma ya
nos indica la necesidad de un cambio de rumbo y nos sugiere algunas acciones,
intentemos ahora delinear grandes caminos de diálogo que nos ayuden a salir de
la espiral de autodestrucción en la que nos estamos sumergiendo.
I. Diálogo sobre el medio
ambiente en la política internacional
164. Desde mediados del siglo
pasado, y superando muchas dificultades, se ha ido afirmando la tendencia a
concebir el planeta como patria y la humanidad como pueblo que habita una casa
de todos. Un mundo interdependiente no significa únicamente entender que las
consecuencias perjudiciales de los estilos de vida, producción y consumo
afectan a todos, sino principalmente procurar que las soluciones se propongan
desde una perspectiva global y no sólo en defensa de los intereses de algunos
países. La interdependencia nos obliga a pensar en un solo mundo, en un
proyecto común. Pero la misma inteligencia que se utilizó para un enorme
desarrollo tecnológico no logra encontrar formas eficientes de gestión
internacional en orden a resolver las graves dificultades ambientales y
sociales. Para afrontar los problemas de fondo, que no pueden ser resueltos por
acciones de países aislados, es indispensable un consenso mundial que lleve,
por ejemplo, a programar una agricultura sostenible y diversificada, a
desarrollar formas renovables y poco contaminantes de energía, a fomentar una
mayor eficiencia energética, a promover una gestión más adecuada de los
recursos forestales y marinos, a asegurar a todos el acceso al agua potable.
165. Sabemos que la tecnología
basada en combustibles fósiles muy contaminantes –sobre todo el carbón, pero
aun el petróleo y, en menor medida, el gas– necesita ser reemplazada
progresivamente y sin demora. Mientras no haya un amplio desarrollo de energías
renovables, que debería estar ya en marcha, es legítimo optar por lo menos malo
o acudir a soluciones transitorias. Sin embargo, en la comunidad internacional
no se logran acuerdos suficientes sobre la responsabilidad de quienes deben
soportar los costos de la transición energética. En las últimas décadas, las
cuestiones ambientales han generado un gran debate público que ha hecho crecer
en la sociedad civil espacios de mucho compromiso y de entrega generosa. La
política y la empresa reaccionan con lentitud, lejos de estar a la altura de
los desafíos mundiales. En este sentido se puede decir que, mientras la
humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más
irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del
siglo XXI pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves
responsabilidades.
166. El movimiento ecológico
mundial ha hecho ya un largo recorrido, enriquecido por el esfuerzo de muchas
organizaciones de la sociedad civil. No sería posible aquí mencionarlas a todas
ni recorrer la historia de sus aportes. Pero, gracias a tanta entrega, las
cuestiones ambientales han estado cada vez más presentes en la agenda pública y
se han convertido en una invitación constante a pensar a largo plazo. No
obstante, las Cumbres mundiales sobre el ambiente de los últimos años no
respondieron a las expectativas porque, por falta de decisión política, no
alcanzaron acuerdos ambientales globales realmente significativos y eficaces.
167. Cabe destacar la Cumbre de
la Tierra, celebrada en 1992 en Río de Janeiro. Allí se proclamó que «los seres
humanos constituyen el centro de las preocupaciones relacionadas con el
desarrollo sostenible»[126]. Retomando contenidos de la Declaración de
Estocolmo (1972), consagró la cooperación internacional para cuidar el
ecosistema de toda la tierra, la obligación por parte de quien contamina de hacerse
cargo económicamente de ello, el deber de evaluar el impacto ambiental de toda
obra o proyecto. Propuso el objetivo de estabilizar las concentraciones de
gases de efecto invernadero en la atmósfera para revertir el calentamiento
global. También elaboró una agenda con un programa de acción y un convenio
sobre diversidad biológica, declaró principios en materia forestal. Si bien
aquella cumbre fue verdaderamente superadora y profética para su época, los
acuerdos han tenido un bajo nivel de implementación porque no se establecieron
adecuados mecanismos de control, de revisión periódica y de sanción de los
incumplimientos. Los principios enunciados siguen reclamando caminos eficaces y
ágiles de ejecución práctica.
168. Como experiencias positivas
se pueden mencionar, por ejemplo, el Convenio de Basilea sobre los desechos
peligrosos, con un sistema de notificación, estándares y controles; también la
Convención vinculante que regula el comercio internacional de especies
amenazadas de fauna y flora silvestre, que incluye misiones de verificación del
cumplimiento efectivo. Gracias a la Convención de Viena para la protección de
la capa de ozono y a su implementación mediante el Protocolo de Montreal y sus
enmiendas, el problema del adelgazamiento de esa capa parece haber entrado en
una fase de solución.
169. En el cuidado de la
diversidad biológica y en lo relacionado con la desertificación, los avances
han sido mucho menos significativos. En lo relacionado con el cambio climático,
los avances son lamentablemente muy escasos. La reducción de gases de efecto
invernadero requiere honestidad, valentía y responsabilidad, sobre todo de los
países más poderosos y más contaminantes. La Conferencia de las Naciones Unidas
sobre el desarrollo sostenible denominada Rio+20 (Río de Janeiro 2012) emitió
una extensa e ineficaz Declaración final. Las negociaciones internacionales no
pueden avanzar significativamente por las posiciones de los países que
privilegian sus intereses nacionales sobre el bien común global. Quienes sufrirán
las consecuencias que nosotros intentamos disimular recordarán esta falta de
conciencia y de responsabilidad. Mientras se elaboraba esta Encíclica, el
debate ha adquirido una particular intensidad. Los creyentes no podemos dejar
de pedirle a Dios por el avance positivo en las discusiones actuales, de manera
que las generaciones futuras no sufran las consecuencias de imprudentes
retardos.
170. Algunas de las estrategias
de baja emisión de gases contaminantes buscan la internacionalización de los
costos ambientales, con el peligro de imponer a los países de menores recursos
pesados compromisos de reducción de emisiones comparables a los de los países
más industrializados. La imposición de estas medidas perjudica a los países más
necesitados de desarrollo. De este modo, se agrega una nueva injusticia
envuelta en el ropaje del cuidado del ambiente. Como siempre, el hilo se corta
por lo más débil. Dado que los efectos del cambio climático se harán sentir
durante mucho tiempo, aun cuando ahora se tomen medidas estrictas, algunos
países con escasos recursos necesitarán ayuda para adaptarse a efectos que ya
se están produciendo y que afectan sus economías. Sigue siendo cierto que hay
responsabilidades comunes pero diferenciadas, sencillamente porque, como han
dicho los Obispos de Bolivia, «los países que se han beneficiado por un alto
grado de industrialización, a costa de una enorme emisión de gases
invernaderos, tienen mayor responsabilidad en aportar a la solución de los
problemas que han causado»[127].
171. La estrategia de compraventa
de « bonos de carbono » puede dar lugar a una nueva forma de especulación, y no
servir para reducir la emisión global de gases contaminantes. Este sistema
parece ser una solución rápida y fácil, con la apariencia de cierto compromiso
con el medio ambiente, pero que de ninguna manera implica un cambio radical a
la altura de las circunstancias. Más bien puede convertirse en un recurso
diversivo que permita sostener el sobreconsumo de algunos países y sectores.
172. Los países pobres necesitan
tener como prioridad la erradicación de la miseria y el desarrollo social de
sus habitantes, aunque deban analizar el nivel escandaloso de consumo de
algunos sectores privilegiados de su población y controlar mejor la corrupción.
También es verdad que deben desarrollar formas menos contaminantes de
producción de energía, pero para ello requieren contar con la ayuda de los
países que han crecido mucho a costa de la contaminación actual del planeta. El
aprovechamiento directo de la abundante energía solar requiere que se
establezcan mecanismos y subsidios de modo que los países en desarrollo puedan
acceder a transferencia de tecnologías, asistencia técnica y recursos
financieros, pero siempre prestando atención a las condiciones concretas, ya
que «no siempre es adecuadamente evaluada la compatibilidad de los sistemas con
el contexto para el cual fueron diseñados»[128].Los costos serían bajos si se
los compara con los riesgos del cambio climático. De todos modos, es ante todo
una decisión ética, fundada en la solidaridad de todos los pueblos.
173. Urgen acuerdos
internacionales que se cumplan, dada la fragilidad de las instancias locales
para intervenir de modo eficaz. Las relaciones entre Estados deben resguardar
la soberanía de cada uno, pero también establecer caminos consensuados para
evitar catástrofes locales que terminarían afectando a todos. Hacen falta
marcos regulatorios globales que impongan obligaciones y que impidan acciones
intolerables, como el hecho de que países poderosos expulsen a otros países
residuos e industrias altamente contaminantes.
174. Mencionemos también el
sistema de gobernanza de los océanos. Pues, si bien hubo diversas convenciones
internacionales y regionales, la fragmentación y la ausencia de severos mecanismos
de reglamentación, control y sanción terminan minando todos los esfuerzos. El
creciente problema de los residuos marinos y la protección de las áreas marinas
más allá de las fronteras nacionales continúa planteando un desafío especial.
En definitiva, necesitamos un acuerdo sobre los regímenes de gobernanza para
toda la gama de los llamados «bienes comunes globales».
175. La misma lógica que
dificulta tomar decisiones drásticas para invertir la tendencia al
calentamiento global es la que no permite cumplir con el objetivo de erradicar
la pobreza. Necesitamos una reacción global más responsable, que implica
encarar al mismo tiempo la reducción de la contaminación y el desarrollo de los
países y regiones pobres. El siglo XXI, mientras mantiene un sistema de
gobernanza propio de épocas pasadas, es escenario de un debilitamiento de poder
de los Estados nacionales, sobre todo porque la dimensión económico-financiera,
de características transnacionales, tiende a predominar sobre la política. En
este contexto, se vuelve indispensable la maduración de instituciones
internacionales más fuertes y eficazmente organizadas, con autoridades
designadas equitativamente por acuerdo entre los gobiernos nacionales, y
dotadas de poder para sancionar. Como afirmaba Benedicto XVI en la línea ya
desarrollada por la doctrina social de la Iglesia, «para gobernar la economía
mundial, para sanear las economías afectadas por la crisis, para prevenir su
empeoramiento y mayores desequilibrios consiguientes, para lograr un oportuno
desarme integral, la seguridad alimenticia y la paz, para garantizar la
salvaguardia del ambiente y regular los flujos migratorios, urge la presencia
de una verdadera Autoridad política mundial, como fue ya esbozada por mi
Predecesor, [san] Juan XXIII»[129]. En esta perspectiva, la diplomacia adquiere
una importancia inédita, en orden a promover estrategias internacionales que se
anticipen a los problemas más graves que terminan afectando a todos.
II. Diálogo hacia nuevas
políticas nacionales y locales
176. No sólo hay ganadores y
perdedores entre los países, sino también dentro de los países pobres, donde
deben identificarse diversas responsabilidades. Por eso, las cuestiones
relacionadas con el ambiente y con el desarrollo económico ya no se pueden plantear
sólo desde las diferencias entre los países, sino que requieren prestar
atención a las políticas nacionales y locales.
177. Ante la posibilidad de una
utilización irresponsable de las capacidades humanas, son funciones
impostergables de cada Estado planificar, coordinar, vigilar y sancionar dentro
de su propio territorio. La sociedad, ¿cómo ordena y custodia su devenir en un
contexto de constantes innovaciones tecnológicas? Un factor que actúa como
moderador ejecutivo es el derecho, que establece las reglas para las conductas
admitidas a la luz del bien común. Los límites que debe imponer una sociedad
sana, madura y soberana se asocian con: previsión y precaución, regulaciones
adecuadas, vigilancia de la aplicación de las normas, control de la corrupción,
acciones de control operativo sobre los efectos emergentes no deseados de los
procesos productivos, e intervención oportuna ante riesgos inciertos o
potenciales. Hay una creciente jurisprudencia orientada a disminuir los efectos
contaminantes de los emprendimientos empresariales. Pero el marco político e
institucional no existe sólo para evitar malas prácticas, sino también para
alentar las mejores prácticas, para estimular la creatividad que busca nuevos
caminos, para facilitar las iniciativas personales y colectivas.
178. El drama del inmediatismo
político, sostenido también por poblaciones consumistas, provoca la necesidad
de producir crecimiento a corto plazo. Respondiendo a intereses electorales,
los gobiernos no se exponen fácilmente a irritar a la población con medidas que
puedan afectar al nivel de consumo o poner en riesgo inversiones extranjeras.
La miopía de la construcción de poder detiene la integración de la agenda
ambiental con mirada amplia en la agenda pública de los gobiernos. Se olvida
así que «el tiempo es superior al espacio»[130],que siempre somos más fecundos
cuando nos preocupamos por generar procesos más que por dominar espacios de
poder. La grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra
por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder
político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación.
179. En algunos lugares, se están
desarrollando cooperativas para la explotación de energías renovables que
permiten el autoabastecimiento local e incluso la venta de excedentes. Este
sencillo ejemplo indica que, mientras el orden mundial existente se muestra
impotente para asumir responsabilidades, la instancia local puede hacer una
diferencia. Pues allí se puede generar una mayor responsabilidad, un fuerte
sentido comunitario, una especial capacidad de cuidado y una creatividad más
generosa, un entrañable amor a la propia tierra, así como se piensa en lo que
se deja a los hijos y a los nietos. Estos valores tienen un arraigo muy hondo
en las poblaciones aborígenes. Dado que el derecho a veces se muestra
insuficiente debido a la corrupción, se requiere una decisión política
presionada por la población. La sociedad, a través de organismos no
gubernamentales y asociaciones intermedias, debe obligar a los gobiernos a
desarrollar normativas, procedimientos y controles más rigurosos. Si los
ciudadanos no controlan al poder político –nacional, regional y municipal–,
tampoco es posible un control de los daños ambientales. Por otra parte, las legislaciones
de los municipios pueden ser más eficaces si hay acuerdos entre poblaciones
vecinas para sostener las mismas políticas ambientales.
180. No se puede pensar en
recetas uniformes, porque hay problemas y límites específicos de cada país o
región. También es verdad que el realismo político puede exigir medidas y
tecnologías de transición, siempre que estén acompañadas del diseño y la
aceptación de compromisos graduales vinculantes. Pero en los ámbitos nacionales
y locales siempre hay mucho por hacer, como promover las formas de ahorro de
energía. Esto implica favorecer formas de producción industrial con máxima
eficiencia energética y menos cantidad de materia prima, quitando del mercado
los productos que son poco eficaces desde el punto de vista energético o que
son más contaminantes. También podemos mencionar una buena gestión del
transporte o formas de construcción y de saneamiento de edificios que reduzcan
su consumo energético y su nivel de contaminación. Por otra parte, la acción
política local puede orientarse a la modificación del consumo, al desarrollo de
una economía de residuos y de reciclaje, a la protección de especies y a la
programación de una agricultura diversificada con rotación de cultivos. Es
posible alentar el mejoramiento agrícola de regiones pobres mediante
inversiones en infraestructuras rurales, en la organización del mercado local o
nacional, en sistemas de riego, en el desarrollo de técnicas agrícolas
sostenibles. Se pueden facilitar formas de cooperación o de organización comunitaria
que defiendan los intereses de los pequeños productores y preserven los
ecosistemas locales de la depredación. ¡Es tanto lo que sí se puede hacer!
181. Es indispensable la
continuidad, porque no se pueden modificar las políticas relacionadas con el
cambio climático y la protección del ambiente cada vez que cambia un gobierno.
Los resultados requieren mucho tiempo, y suponen costos inmediatos con efectos
que no podrán ser mostrados dentro del actual período de gobierno. Por eso, sin
la presión de la población y de las instituciones siempre habrá resistencia a
intervenir, más aún cuando haya urgencias que resolver. Que un político asuma
estas responsabilidades con los costos que implican, no responde a la lógica
eficientista e inmediatista de la economía y de la política actual, pero si se
atreve a hacerlo, volverá a reconocer la dignidad que Dios le ha dado como
humano y dejará tras su paso por esta historia un testimonio de generosa
responsabilidad. Hay que conceder un lugar preponderante a una sana política,
capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores
prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. Sin embargo, hay
que agregar que los mejores mecanismos terminan sucumbiendo cuando faltan los
grandes fines, los valores, una comprensión humanista y rica de sentido que
otorguen a cada sociedad una orientación noble y generosa.
III. Diálogo y transparencia en
los procesos decisionales
182. La previsión del impacto
ambiental de los emprendimientos y proyectos requiere procesos políticos
transparentes y sujetos al diálogo, mientras la corrupción, que esconde el
verdadero impacto ambiental de un proyecto a cambio de favores, suele llevar a
acuerdos espurios que evitan informar y debatir ampliamente.
183. Un estudio del impacto
ambiental no debería ser posterior a la elaboración de un proyecto productivo o
de cualquier política, plan o programa a desarrollarse. Tiene que insertarse
desde el principio y elaborarse de modo interdisciplinario, transparente e
independiente de toda presión económica o política. Debe conectarse con el
análisis de las condiciones de trabajo y de los posibles efectos en la salud
física y mental de las personas, en la economía local, en la seguridad. Los
resultados económicos podrán así deducirse de manera más realista, teniendo en
cuenta los escenarios posibles y eventualmente previendo la necesidad de una
inversión mayor para resolver efectos indeseables que puedan ser corregidos. Siempre
es necesario alcanzar consensos entre los distintos actores sociales, que
pueden aportar diferentes perspectivas, soluciones y alternativas. Pero en la
mesa de discusión deben tener un lugar privilegiado los habitantes locales,
quienes se preguntan por lo que quieren para ellos y para sus hijos, y pueden
considerar los fines que trascienden el interés económico inmediato. Hay que
dejar de pensar en «intervenciones» sobre el ambiente para dar lugar a
políticas pensadas y discutidas por todas las partes interesadas. La
participación requiere que todos sean adecuadamente informados de los diversos
aspectos y de los diferentes riesgos y posibilidades, y no se reduce a la
decisión inicial sobre un proyecto, sino que implica también acciones de
seguimiento o monitorización constante. Hace falta sinceridad y verdad en las
discusiones científicas y políticas, sin reducirse a considerar qué está
permitido o no por la legislación.
184. Cuando aparecen eventuales
riesgos para el ambiente que afecten al bien común presente y futuro, esta
situación exige «que las decisiones se basen en una comparación entre los
riesgos y los beneficios hipotéticos que comporta cada decisión alternativa
posible»[131]. Esto vale sobre todo si un proyecto puede producir un incremento
de utilización de recursos naturales, de emisiones o vertidos, de generación de
residuos, o una modificación significativa en el paisaje, en el hábitat de
especies protegidas o en un espacio público. Algunos proyectos, no
suficientemente analizados, pueden afectar profundamente la calidad de vida de
un lugar debido a cuestiones tan diversas entre sí como una contaminación
acústica no prevista, la reducción de la amplitud visual, la pérdida de valores
culturales, los efectos del uso de energía nuclear. La cultura consumista, que
da prioridad al corto plazo y al interés privado, puede alentar trámites
demasiado rápidos o consentir el ocultamiento de información.
185. En toda discusión acerca de
un emprendimiento, una serie de preguntas deberían plantearse en orden a
discernir si aportará a un verdadero desarrollo integral: ¿Para qué? ¿Por qué?
¿Dónde? ¿Cuándo? ¿De qué manera? ¿Para quién? ¿Cuáles son los riesgos? ¿A qué
costo? ¿Quién paga los costos y cómo lo hará? En este examen hay cuestiones que
deben tener prioridad. Por ejemplo, sabemos que el agua es un recurso escaso e
indispensable y es un derecho fundamental que condiciona el ejercicio de otros
derechos humanos. Eso es indudable y supera todo análisis de impacto ambiental
de una región.
186. En la Declaración de Río de
1992, se sostiene que, «cuando haya peligro de daño grave o irreversible, la
falta de certeza científica absoluta no deberá utilizarse como razón para
postergar la adopción de medidas eficaces»[132] que impidan la degradación del
medio ambiente. Este principio precautorio permite la protección de los más
débiles, que disponen de pocos medios para defenderse y para aportar pruebas
irrefutables. Si la información objetiva lleva a prever un daño grave e
irreversible, aunque no haya una comprobación indiscutible, cualquier proyecto
debería detenerse o modificarse. Así se invierte el peso de la prueba, ya que
en estos casos hay que aportar una demostración objetiva y contundente de que
la actividad propuesta no va a generar daños graves al ambiente o a quienes lo
habitan.
187. Esto no implica oponerse a
cualquier innovación tecnológica que permita mejorar la calidad de vida de una
población. Pero en todo caso debe quedar en pie que la rentabilidad no puede
ser el único criterio a tener en cuenta y que, en el momento en que aparezcan
nuevos elementos de juicio a partir de la evolución de la información, debería
haber una nueva evaluación con participación de todas las partes interesadas.
El resultado de la discusión podría ser la decisión de no avanzar en un
proyecto, pero también podría ser su modificación o el desarrollo de propuestas
alternativas.
188. Hay discusiones sobre
cuestiones relacionadas con el ambiente donde es difícil alcanzar consensos.
Una vez más expreso que la Iglesia no pretende definir las cuestiones
científicas ni sustituir a la política, pero invito a un debate honesto y
transparente, para que las necesidades particulares o las ideologías no afecten
al bien común.
IV. Política y economía en
diálogo para la plenitud humana
La política no debe someterse a
la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma
eficientista de la tecnocracia. Hoy, pensando en el bien común, necesitamos
imperiosamente que la política y la economía, en diálogo, se coloquen decididamente
al servicio de la vida, especialmente de la vida humana. La salvación de los
bancos a toda costa, haciendo pagar el precio a la población, sin la firme
decisión de revisar y reformar el entero sistema, reafirma un dominio absoluto
de las finanzas que no tiene futuro y que sólo podrá generar nuevas crisis
después de una larga, costosa y aparente curación. La crisis financiera de
2007-2008 era la ocasión para el desarrollo de una nueva economía más atenta a
los principios éticos y para una nueva regulación de la actividad financiera
especulativa y de la riqueza ficticia. Pero no hubo una reacción que llevara a
repensar los criterios obsoletos que siguen rigiendo al mundo. La producción no
es siempre racional, y suele estar atada a variables económicas que fijan a los
productos un valor que no coincide con su valor real. Eso lleva muchas veces a
una sobreproducción de algunas mercancías, con un impacto ambiental
innecesario, que al mismo tiempo perjudica a muchas economías regionales[133].
La burbuja financiera también suele ser una burbuja productiva. En definitiva,
lo que no se afronta con energía es el problema de la economía real, la que
hace posible que se diversifique y mejore la producción, que las empresas
funcionen adecuadamente, que las pequeñas y medianas empresas se desarrollen y
creen empleo.
190. En este contexto, siempre
hay que recordar que «la protección ambiental no puede asegurarse sólo en base
al cálculo financiero de costos y beneficios. El ambiente es uno de esos bienes
que los mecanismos del mercado no son capaces de defender o de promover
adecuadamente»[134]. Una vez más, conviene evitar una concepción mágica del
mercado, que tiende a pensar que los problemas se resuelven sólo con el
crecimiento de los beneficios de las empresas o de los individuos. ¿Es realista
esperar que quien se obsesiona por el máximo beneficio se detenga a pensar en
los efectos ambientales que dejará a las próximas generaciones? Dentro del
esquema del rédito no hay lugar para pensar en los ritmos de la naturaleza, en
sus tiempos de degradación y de regeneración, y en la complejidad de los
ecosistemas, que pueden ser gravemente alterados por la intervención humana.
Además, cuando se habla de biodiversidad, a lo sumo se piensa en ella como un
depósito de recursos económicos que podría ser explotado, pero no se considera
seriamente el valor real de las cosas, su significado para las personas y las
culturas, los intereses y necesidades de los pobres.
191. Cuando se plantean estas
cuestiones, algunos reaccionan acusando a los demás de pretender detener
irracionalmente el progreso y el desarrollo humano. Pero tenemos que
convencernos de que desacelerar un determinado ritmo de producción y de consumo
puede dar lugar a otro modo de progreso y desarrollo. Los esfuerzos para un uso
sostenible de los recursos naturales no son un gasto inútil, sino una inversión
que podrá ofrecer otros beneficios económicos a medio plazo. Si no tenemos
estrechez de miras, podemos descubrir que la diversificación de una producción
más innovativa y con menor impacto ambiental, puede ser muy rentable. Se trata
de abrir camino a oportunidades diferentes, que no implican detener la
creatividad humana y su sueño de progreso, sino orientar esa energía con cauces
nuevos.
192. Por ejemplo, un camino de desarrollo
productivo más creativo y mejor orientado podría corregir el hecho de que haya
una inversión tecnológica excesiva para el consumo y poca para resolver
problemas pendientes de la humanidad; podría generar formas inteligentes y
rentables de reutilización, refuncionalización y reciclado; podría mejorar la
eficiencia energética de las ciudades. La diversificación productiva da
amplísimas posibilidades a la inteligencia humana para crear e innovar, a la
vez que protege el ambiente y crea más fuentes de trabajo. Esta sería una
creatividad capaz de hacer florecer nuevamente la nobleza del ser humano,
porque es más digno usar la inteligencia, con audacia y responsabilidad, para
encontrar formas de desarrollo sostenible y equitativo, en el marco de una noción
más amplia de lo que es la calidad de vida. En cambio, es más indigno,
superficial y menos creativo insistir en crear formas de expolio de la
naturaleza sólo para ofrecer nuevas posibilidades de consumo y de rédito
inmediato.
193. De todos modos, si en
algunos casos el desarrollo sostenible implicará nuevas formas de crecer, en
otros casos, frente al crecimiento voraz e irresponsable que se produjo durante
muchas décadas, hay que pensar también en detener un poco la marcha, en poner
algunos límites racionales e incluso en volver atrás antes que sea tarde.
Sabemos que es insostenible el comportamiento de aquellos que consumen y
destruyen más y más, mientras otros todavía no pueden vivir de acuerdo con su
dignidad humana. Por eso ha llegado la hora de aceptar cierto decrecimiento en
algunas partes del mundo aportando recursos para que se pueda crecer sanamente
en otras partes. Decía Benedicto XVI que «es necesario que las sociedades
tecnológicamente avanzadas estén dispuestas a favorecer comportamientos caracterizados
por la sobriedad, disminuyendo el propio consumo de energía y mejorando las
condiciones de su uso»[135].
194. Para que surjan nuevos
modelos de progreso, necesitamos «cambiar el modelo de desarrollo global»[136],
lo cual implica reflexionar responsablemente «sobre el sentido de la economía y
su finalidad, para corregir sus disfunciones y distorsiones»[137]. No basta
conciliar, en un término medio, el cuidado de la naturaleza con la renta
financiera, o la preservación del ambiente con el progreso. En este tema los
términos medios son sólo una pequeña demora en el derrumbe. Simplemente se
trata de redefinir el progreso. Un desarrollo tecnológico y económico que no
deja un mundo mejor y una calidad de vida integralmente superior no puede
considerarse progreso. Por otra parte, muchas veces la calidad real de la vida
de las personas disminuye –por el deterioro del ambiente, la baja calidad de
los mismos productos alimenticios o el agotamiento de algunos recursos– en el
contexto de un crecimiento de la economía. En este marco, el discurso del
crecimiento sostenible suele convertirse en un recurso diversivo y exculpatorio
que absorbe valores del discurso ecologista dentro de la lógica de las finanzas
y de la tecnocracia, y la responsabilidad social y ambiental de las empresas
suele reducirse a una serie de acciones de marketing e imagen.
195. El principio de maximización
de la ganancia, que tiende a aislarse de toda otra consideración, es una
distorsión conceptual de la economía: si aumenta la producción, interesa poco
que se produzca a costa de los recursos futuros o de la salud del ambiente; si
la tala de un bosque aumenta la producción, nadie mide en ese cálculo la
pérdida que implica desertificar un territorio, dañar la biodiversidad o
aumentar la contaminación. Es decir, las empresas obtienen ganancias calculando
y pagando una parte ínfima de los costos. Sólo podría considerarse ético un
comportamiento en el cual «los costes económicos y sociales que se derivan del
uso de los recursos ambientales comunes se reconozcan de manera transparente y
sean sufragados totalmente por aquellos que se benefician, y no por otros o por
las futuras generaciones»[138].La racionalidad instrumental, que sólo aporta un
análisis estático de la realidad en función de necesidades actuales, está
presente tanto cuando quien asigna los recursos es el mercado como cuando lo
hace un Estado planificador.
196. ¿Qué ocurre con la política?
Recordemos el principio de subsidiariedad, que otorga libertad para el
desarrollo de las capacidades presentes en todos los niveles, pero al mismo
tiempo exige más responsabilidad por el bien común a quien tiene más poder. Es
verdad que hoy algunos sectores económicos ejercen más poder que los mismos
Estados. Pero no se puede justificar una economía sin política, que sería
incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis
actual. La lógica que no permite prever una preocupación sincera por el
ambiente es la misma que vuelve imprevisible una preocupación por integrar a
los más frágiles, porque «en el vigente modelo “exitista” y “privatista” no
parece tener sentido invertir para que los lentos, débiles o menos dotados
puedan abrirse camino en la vida»[139].
197. Necesitamos una política que
piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral,
incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la
crisis. Muchas veces la misma política es responsable de su propio descrédito,
por la corrupción y por la falta de buenas políticas públicas. Si el Estado no
cumple su rol en una región, algunos grupos económicos pueden aparecer como
benefactores y detentar el poder real, sintiéndose autorizados a no cumplir
ciertas normas, hasta dar lugar a diversas formas de criminalidad organizada,
trata de personas, narcotráfico y violencia muy difíciles de erradicar. Si la
política no es capaz de romper una lógica perversa, y también queda subsumida
en discursos empobrecidos, seguiremos sin afrontar los grandes problemas de la
humanidad. Una estrategia de cambio real exige repensar la totalidad de los
procesos, ya que no basta con incluir consideraciones ecológicas superficiales
mientras no se cuestione la lógica subyacente en la cultura actual. Una sana
política debería ser capaz de asumir este desafío.
198. La política y la economía
tienden a culparse mutuamente por lo que se refiere a la pobreza y a la
degradación del ambiente. Pero lo que se espera es que reconozcan sus propios
errores y encuentren formas de interacción orientadas al bien común. Mientras
unos se desesperan sólo por el rédito económico y otros se obsesionan sólo por
conservar o acrecentar el poder, lo que tenemos son guerras o acuerdos espurios
donde lo que menos interesa a las dos partes es preservar el ambiente y cuidar
a los más débiles. Aquí también vale que «la unidad es superior al
conflicto»[140].
V. Las religiones en el diálogo
con las ciencias
199. No se puede sostener que las
ciencias empíricas explican completamente la vida, el entramado de todas las
criaturas y el conjunto de la realidad. Eso sería sobrepasar indebidamente sus
confines metodológicos limitados. Si se reflexiona con ese marco cerrado,
desaparecen la sensibilidad estética, la poesía, y aun la capacidad de la razón
para percibir el sentido y la finalidad de las cosas[141]. Quiero recordar que
«los textos religiosos clásicos pueden ofrecer un significado para todas las
épocas, tienen una fuerza motivadora que abre siempre nuevos horizontes […] ¿Es
razonable y culto relegarlos a la oscuridad, sólo por haber surgido en el
contexto de una creencia religiosa?»[142]. En realidad, es ingenuo pensar que
los principios éticos puedan presentarse de un modo puramente abstracto,
desligados de todo contexto, y el hecho de que aparezcan con un lenguaje
religioso no les quita valor alguno en el debate público. Los principios éticos
que la razón es capaz de percibir pueden reaparecer siempre bajo distintos
ropajes y expresados con lenguajes diversos, incluso religiosos.
200. Por otra parte, cualquier solución
técnica que pretendan aportar las ciencias será impotente para resolver los
graves problemas del mundo si la humanidad pierde su rumbo, si se olvidan las
grandes motivaciones que hacen posible la convivencia, el sacrificio, la
bondad. En todo caso, habrá que interpelar a los creyentes a ser coherentes con
su propia fe y a no contradecirla con sus acciones, habrá que reclamarles que
vuelvan a abrirse a la gracia de Dios y a beber en lo más hondo de sus propias
convicciones sobre el amor, la justicia y la paz. Si una mala comprensión de
nuestros propios principios a veces nos ha llevado a justificar el maltrato a
la naturaleza o el dominio despótico del ser humano sobre lo creado o las
guerras, la injusticia y la violencia, los creyentes podemos reconocer que de
esa manera hemos sido infieles al tesoro de sabiduría que debíamos custodiar.
Muchas veces los límites culturales de diversas épocas han condicionado esa
conciencia del propio acervo ético y espiritual, pero es precisamente el
regreso a sus fuentes lo que permite a las religiones responder mejor a las
necesidades actuales.
201. La mayor parte de los
habitantes del planeta se declaran creyentes, y esto debería provocar a las
religiones a entrar en un diálogo entre ellas orientado al cuidado de la
naturaleza, a la defensa de los pobres, a la construcción de redes de respeto y
de fraternidad. Es imperioso también un diálogo entre las ciencias mismas,
porque cada una suele encerrarse en los límites de su propio lenguaje, y la
especialización tiende a convertirse en aislamiento y en absolutización del
propio saber. Esto impide afrontar adecuadamente los problemas del medio
ambiente. También se vuelve necesario un diálogo abierto y amable entre los
diferentes movimientos ecologistas, donde no faltan las luchas ideológicas. La
gravedad de la crisis ecológica nos exige a todos pensar en el bien común y
avanzar en un camino de diálogo que requiere paciencia, ascesis y generosidad,
recordando siempre que «la realidad es superior a la idea»[143].
CAPÍTULO SEXTO
EDUCACIÓN Y ESPIRITUALIDAD
ECOLÓGICA
202. Muchas cosas tienen que
reorientar su rumbo, pero ante todo la humanidad necesita cambiar. Hace falta
la conciencia de un origen común, de una pertenencia mutua y de un futuro
compartido por todos. Esta conciencia básica permitiría el desarrollo de nuevas
convicciones, actitudes y formas de vida. Se destaca así un gran desafío
cultural, espiritual y educativo que supondrá largos procesos de regeneración.
I. Apostar por otro estilo de
vida
203. Dado que el mercado tiende a
crear un mecanismo consumista compulsivo para colocar sus productos, las
personas terminan sumergidas en la vorágine de las compras y los gastos
innecesarios. El consumismo obsesivo es el reflejo subjetivo del paradigma tecnoeconómico.
Ocurre lo que ya señalaba Romano Guardini: el ser humano «acepta los objetos y
las formas de vida, tal como le son impuestos por la planificación y por los
productos fabricados en serie y, después de todo, actúa así con el sentimiento
de que eso es lo racional y lo acertado»[144]. Tal paradigma hace creer a todos
que son libres mientras tengan una supuesta libertad para consumir, cuando
quienes en realidad poseen la libertad son los que integran la minoría que
detenta el poder económico y financiero. En esta confusión, la humanidad
posmoderna no encontró una nueva comprensión de sí misma que pueda orientarla,
y esta falta de identidad se vive con angustia. Tenemos demasiados medios para
unos escasos y raquíticos fines.
204. La situación actual del
mundo «provoca una sensación de inestabilidad e inseguridad que a su vez
favorece formas de egoísmo colectivo»[145]. Cuando las personas se vuelven
autorreferenciales y se aíslan en su propia conciencia, acrecientan su
voracidad. Mientras más vacío está el corazón de la persona, más necesita
objetos para comprar, poseer y consumir. En este contexto, no parece posible
que alguien acepte que la realidad le marque límites. Tampoco existe en ese
horizonte un verdadero bien común. Si tal tipo de sujeto es el que tiende a
predominar en una sociedad, las normas sólo serán respetadas en la medida en
que no contradigan las propias necesidades. Por eso, no pensemos sólo en la
posibilidad de terribles fenómenos climáticos o en grandes desastres naturales,
sino también en catástrofes derivadas de crisis sociales, porque la obsesión
por un estilo de vida consumista, sobre todo cuando sólo unos pocos puedan
sostenerlo, sólo podrá provocar violencia y destrucción recíproca.
205. Sin embargo, no todo está
perdido, porque los seres humanos, capaces de degradarse hasta el extremo,
también pueden sobreponerse, volver a optar por el bien y regenerarse, más allá
de todos los condicionamientos mentales y sociales que les impongan. Son
capaces de mirarse a sí mismos con honestidad, de sacar a la luz su propio
hastío y de iniciar caminos nuevos hacia la verdadera libertad. No hay sistemas
que anulen por completo la apertura al bien, a la verdad y a la belleza, ni la
capacidad de reacción que Dios sigue alentando desde lo profundo de los
corazones humanos. A cada persona de este mundo le pido que no olvide esa
dignidad suya que nadie tiene derecho a quitarle.
206. Un cambio en los estilos de
vida podría llegar a ejercer una sana presión sobre los que tienen poder
político, económico y social. Es lo que ocurre cuando los movimientos de
consumidores logran que dejen de adquirirse ciertos productos y así se vuelven
efectivos para modificar el comportamiento de las empresas, forzándolas a
considerar el impacto ambiental y los patrones de producción. Es un hecho que,
cuando los hábitos de la sociedad afectan el rédito de las empresas, estas se
ven presionadas a producir de otra manera. Ello nos recuerda la responsabilidad
social de los consumidores. «Comprar es siempre un acto moral, y no sólo
económico»[146]. Por eso, hoy «el tema del deterioro ambiental cuestiona los
comportamientos de cada uno de nosotros»[147].
207. La Carta de la Tierra nos
invitaba a todos a dejar atrás una etapa de autodestrucción y a comenzar de
nuevo, pero todavía no hemos desarrollado una conciencia universal que lo haga
posible. Por eso me atrevo a proponer nuevamente aquel precioso desafío: «Como
nunca antes en la historia, el destino común nos hace un llamado a buscar un
nuevo comienzo […] Que el nuestro sea un tiempo que se recuerde por el
despertar de una nueva reverencia ante la vida; por la firme resolución de
alcanzar la sostenibilidad; por el aceleramiento en la lucha por la justicia y
la paz y por la alegre celebración de la vida»[148].
208. Siempre es posible volver a
desarrollar la capacidad de salir de sí hacia el otro. Sin ella no se reconoce
a las demás criaturas en su propio valor, no interesa cuidar algo para los
demás, no hay capacidad de ponerse límites para evitar el sufrimiento o el
deterioro de lo que nos rodea. La actitud básica de autotrascenderse, rompiendo
la conciencia aislada y la autorreferencialidad, es la raíz que hace posible
todo cuidado de los demás y del medio ambiente, y que hace brotar la reacción
moral de considerar el impacto que provoca cada acción y cada decisión personal
fuera de uno mismo. Cuando somos capaces de superar el individualismo,
realmente se puede desarrollar un estilo de vida alternativo y se vuelve
posible un cambio importante en la sociedad.
II. Educación para la alianza
entre la humanidad y el ambiente
209. La conciencia de la gravedad
de la crisis cultural y ecológica necesita traducirse en nuevos hábitos. Muchos
saben que el progreso actual y la mera sumatoria de objetos o placeres no
bastan para darle sentido y gozo al corazón humano, pero no se sienten capaces
de renunciar a lo que el mercado les ofrece. En los países que deberían
producir los mayores cambios de hábitos de consumo, los jóvenes tienen una
nueva sensibilidad ecológica y un espíritu generoso, y algunos de ellos luchan
admirablemente por la defensa del ambiente, pero han crecido en un contexto de
altísimo consumo y bienestar que vuelve difícil el desarrollo de otros hábitos.
Por eso estamos ante un desafío educativo.
210. La educación ambiental ha
ido ampliando sus objetivos. Si al comienzo estaba muy centrada en la
información científica y en la concientización y prevención de riesgos
ambientales, ahora tiende a incluir una crítica de los «mitos» de la modernidad
basados en la razón instrumental (individualismo, progreso indefinido,
competencia, consumismo, mercado sin reglas) y también a recuperar los
distintos niveles del equilibrio ecológico: el interno con uno mismo, el
solidario con los demás, el natural con todos los seres vivos, el espiritual
con Dios. La educación ambiental debería disponernos a dar ese salto hacia el
Misterio, desde donde una ética ecológica adquiere su sentido más hondo. Por
otra parte, hay educadores capaces de replantear los itinerarios pedagógicos de
una ética ecológica, de manera que ayuden efectivamente a crecer en la
solidaridad, la responsabilidad y el cuidado basado en la compasión.
211. Sin embargo, esta educación,
llamada a crear una «ciudadanía ecológica», a veces se limita a informar y no
logra desarrollar hábitos. La existencia de leyes y normas no es suficiente a
largo plazo para limitar los malos comportamientos, aun cuando exista un
control efectivo. Para que la norma jurídica produzca efectos importantes y
duraderos, es necesario que la mayor parte de los miembros de la sociedad la
haya aceptado a partir de motivaciones adecuadas, y que reaccione desde una
transformación personal. Sólo a partir del cultivo de sólidas virtudes es
posible la donación de sí en un compromiso ecológico. Si una persona, aunque la
propia economía le permita consumir y gastar más, habitualmente se abriga un
poco en lugar de encender la calefacción, se supone que ha incorporado
convicciones y sentimientos favorables al cuidado del ambiente. Es muy noble
asumir el deber de cuidar la creación con pequeñas acciones cotidianas, y es
maravilloso que la educación sea capaz de motivarlas hasta conformar un estilo
de vida. La educación en la responsabilidad ambiental puede alentar diversos
comportamientos que tienen una incidencia directa e importante en el cuidado
del ambiente, como evitar el uso de material plástico y de papel, reducir el
consumo de agua, separar los residuos, cocinar sólo lo que razonablemente se
podrá comer, tratar con cuidado a los demás seres vivos, utilizar transporte
público o compartir un mismo vehículo entre varias personas, plantar árboles,
apagar las luces innecesarias. Todo esto es parte de una generosa y digna
creatividad, que muestra lo mejor del ser humano. El hecho de reutilizar algo
en lugar de desecharlo rápidamente, a partir de profundas motivaciones, puede
ser un acto de amor que exprese nuestra propia dignidad.
212. No hay que pensar que esos
esfuerzos no van a cambiar el mundo. Esas acciones derraman un bien en la
sociedad que siempre produce frutos más allá de lo que se pueda constatar,
porque provocan en el seno de esta tierra un bien que siempre tiende a
difundirse, a veces invisiblemente.
Además, el desarrollo de estos comportamientos nos devuelve el sentimiento
de la propia dignidad, nos lleva a una mayor profundidad vital, nos permite
experimentar que vale la pena pasar por este mundo.
213. Los ámbitos educativos son
diversos: la escuela, la familia, los medios de comunicación, la catequesis,
etc. Una buena educación escolar en la temprana edad coloca semillas que pueden
producir efectos a lo largo de toda una vida. Pero quiero destacar la
importancia central de la familia, porque «es el ámbito donde la vida, don de
Dios, puede ser acogida y protegida de manera adecuada contra los múltiples ataques
a que está expuesta, y puede desarrollarse según las exigencias de un auténtico
crecimiento humano. Contra la llamada cultura de la muerte, la familia
constituye la sede de la cultura de la vida»[149]. En la familia se cultivan
los primeros hábitos de amor y cuidado de la vida, como por ejemplo el uso
correcto de las cosas, el orden y la limpieza, el respeto al ecosistema local y
la protección de todos los seres creados. La familia es el lugar de la
formación integral, donde se desenvuelven los distintos aspectos, íntimamente
relacionados entre sí, de la maduración personal. En la familia se aprende a
pedir permiso sin avasallar, a decir « gracias » como expresión de una sentida
valoración de las cosas que recibimos, a dominar la agresividad o la voracidad,
y a pedir perdón cuando hacemos algún daño. Estos pequeños gestos de sincera
cortesía ayudan a construir una cultura de la vida compartida y del respeto a
lo que nos rodea.
214. A la política y a las
diversas asociaciones les compete un esfuerzo de concientización de la
población. También a la Iglesia. Todas las comunidades cristianas tienen un rol
importante que cumplir en esta educación. Espero también que en nuestros
seminarios y casas religiosas de formación se eduque para una austeridad
responsable, para la contemplación agradecida del mundo, para el cuidado de la
fragilidad de los pobres y del ambiente. Dado que es mucho lo que está en
juego, así como se necesitan instituciones dotadas de poder para sancionar los
ataques al medio ambiente, también necesitamos controlarnos y educarnos unos a
otros.
215. En este contexto, «no debe
descuidarse la relación que hay entre una adecuada educación estética y la
preservación de un ambiente sano»[150]. Prestar atención a la belleza y amarla
nos ayuda a salir del pragmatismo utilitarista. Cuando alguien no aprende a
detenerse para percibir y valorar lo bello, no es extraño que todo se convierta
para él en objeto de uso y abuso inescrupuloso. Al mismo tiempo, si se quiere
conseguir cambios profundos, hay que tener presente que los paradigmas de
pensamiento realmente influyen en los comportamientos. La educación será
ineficaz y sus esfuerzos serán estériles si no procura también difundir un
nuevo paradigma acerca del ser humano, la vida, la sociedad y la relación con
la naturaleza. De otro modo, seguirá avanzando el paradigma consumista que se
transmite por los medios de comunicación y a través de los eficaces engranajes
del mercado.
III. Conversión ecológica
216. La gran riqueza de la
espiritualidad cristiana, generada por veinte siglos de experiencias personales
y comunitarias, ofrece un bello aporte al intento de renovar la humanidad.
Quiero proponer a los cristianos algunas líneas de espiritualidad ecológica que
nacen de las convicciones de nuestra fe, porque lo que el Evangelio nos enseña
tiene consecuencias en nuestra forma de pensar, sentir y vivir. No se trata de
hablar tanto de ideas, sino sobre todo de las motivaciones que surgen de la
espiritualidad para alimentar una pasión por el cuidado del mundo. Porque no
será posible comprometerse en cosas grandes sólo con doctrinas sin una mística
que nos anime, sin «unos móviles interiores que impulsan, motivan, alientan y
dan sentido a la acción personal y comunitaria»[151]. Tenemos que reconocer que
no siempre los cristianos hemos recogido y desarrollado las riquezas que Dios
ha dado a la Iglesia, donde la espiritualidad no está desconectada del propio
cuerpo ni de la naturaleza o de las realidades de este mundo, sino que se vive
con ellas y en ellas, en comunión con todo lo que nos rodea.
217. Si «los desiertos exteriores
se multiplican en el mundo porque se han extendido los desiertos
interiores»[152], la crisis ecológica es un llamado a una profunda conversión
interior. Pero también tenemos que reconocer que algunos cristianos
comprometidos y orantes, bajo una excusa de realismo y pragmatismo, suelen
burlarse de las preocupaciones por el medio ambiente. Otros son pasivos, no se
deciden a cambiar sus hábitos y se vuelven incoherentes. Les hace falta
entonces una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las
consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que
los rodea. Vivir la vocación de ser protectores de la obra de Dios es parte esencial
de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en un aspecto
secundario de la experiencia cristiana.
218. Recordemos el modelo de san
Francisco de Asís, para proponer una sana relación con lo creado como una
dimensión de la conversión íntegra de la persona. Esto implica también
reconocer los propios errores, pecados, vicios o negligencias, y arrepentirse
de corazón, cambiar desde adentro. Los Obispos australianos supieron expresar
la conversión en términos de reconciliación con la creación: «Para realizar
esta reconciliación debemos examinar nuestras vidas y reconocer de qué modo
ofendemos a la creación de Dios con nuestras acciones y nuestra incapacidad de
actuar. Debemos hacer la experiencia de una conversión, de un cambio del corazón»[153].
219. Sin embargo, no basta que
cada uno sea mejor para resolver una situación tan compleja como la que afronta
el mundo actual. Los individuos aislados pueden perder su capacidad y su
libertad para superar la lógica de la razón instrumental y terminan a merced de
un consumismo sin ética y sin sentido social y ambiental. A problemas sociales
se responde con redes comunitarias, no con la mera suma de bienes individuales:
«Las exigencias de esta tarea van a ser tan enormes, que no hay forma de satisfacerlas
con las posibilidades de la iniciativa individual y de la unión de particulares
formados en el individualismo. Se requerirán una reunión de fuerzas y una
unidad de realización»[154]. La conversión ecológica que se requiere para crear
un dinamismo de cambio duradero es también una conversión comunitaria.
220. Esta conversión supone
diversas actitudes que se conjugan para movilizar un cuidado generoso y lleno
de ternura. En primer lugar implica gratitud y gratuidad, es decir, un
reconocimiento del mundo como un don recibido del amor del Padre, que provoca
como consecuencia actitudes gratuitas de renuncia y gestos generosos aunque
nadie los vea o los reconozca: «Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la
derecha […] y tu Padre que ve en lo secreto te recompensará» (Mt 6,3-4).
También implica la amorosa conciencia de no estar desconectados de las demás
criaturas, de formar con los demás seres del universo una preciosa comunión
universal. Para el creyente, el mundo no se contempla desde fuera sino desde
dentro, reconociendo los lazos con los que el Padre nos ha unido a todos los
seres. Además, haciendo crecer las capacidades peculiares que Dios le ha dado,
la conversión ecológica lleva al creyente a desarrollar su creatividad y su
entusiasmo, para resolver los dramas del mundo, ofreciéndose a Dios «como un
sacrificio vivo, santo y agradable» (Rm 12,1). No entiende su superioridad como
motivo de gloria personal o de dominio irresponsable, sino como una capacidad
diferente, que a su vez le impone una grave responsabilidad que brota de su fe.
221. Diversas convicciones de
nuestra fe, desarrolladas al comienzo de esta Encíclica, ayudan a enriquecer el
sentido de esta conversión, como la conciencia de que cada criatura refleja
algo de Dios y tiene un mensaje que enseñarnos, o la seguridad de que Cristo ha
asumido en sí este mundo material y ahora, resucitado, habita en lo íntimo de
cada ser, rodeándolo con su cariño y penetrándolo con su luz. También el
reconocimiento de que Dios ha creado el mundo inscribiendo en él un orden y un
dinamismo que el ser humano no tiene derecho a ignorar. Cuando uno lee en el
Evangelio que Jesús habla de los pájaros, y dice que « ninguno de ellos está
olvidado ante Dios » (Lc 12,6), ¿será capaz de maltratarlos o de hacerles daño?
Invito a todos los cristianos a explicitar esta dimensión de su conversión,
permitiendo que la fuerza y la luz de la gracia recibida se explayen también en
su relación con las demás criaturas y con el mundo que los rodea, y provoque
esa sublime fraternidad con todo lo creado que tan luminosamente vivió san
Francisco de Asís.
IV. Gozo y paz
La espiritualidad cristiana
propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo
de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin
obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza,
presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata
de la convicción de que « menos es más ». La constante acumulación de
posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y
cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad,
por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de
realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con
sobriedad y una capacidad de gozar con poco. Es un retorno a la simplicidad que
nos permite detenernos a valorar lo pequeño, agradecer las posibilidades que
ofrece la vida sin apegarnos a lo que tenemos ni entristecernos por lo que no
poseemos. Esto supone evitar la dinámica del dominio y de la mera acumulación
de placeres.
223. La sobriedad que se vive con
libertad y conciencia es liberadora. No es menos vida, no es una baja
intensidad sino todo lo contrario. En realidad, quienes disfrutan más y viven
mejor cada momento son los que dejan de picotear aquí y allá, buscando siempre
lo que no tienen, y experimentan lo que es valorar cada persona y cada cosa,
aprenden a tomar contacto y saben gozar con lo más simple. Así son capaces de disminuir
las necesidades insatisfechas y reducen el cansancio y la obsesión. Se puede
necesitar poco y vivir mucho, sobre todo cuando se es capaz de desarrollar
otros placeres y se encuentra satisfacción en los encuentros fraternos, en el
servicio, en el despliegue de los carismas, en la música y el arte, en el
contacto con la naturaleza, en la oración. La felicidad requiere saber limitar
algunas necesidades que nos atontan, quedando así disponibles para las
múltiples posibilidades que ofrece la vida.
224. La sobriedad y la humildad
no han gozado de una valoración positiva en el último siglo. Pero cuando se
debilita de manera generalizada el ejercicio de alguna virtud en la vida
personal y social, ello termina provocando múltiples desequilibrios, también ambientales.
Por eso, ya no basta hablar sólo de la integridad de los ecosistemas. Hay que
atreverse a hablar de la integridad de la vida humana, de la necesidad de
alentar y conjugar todos los grandes valores. La desaparición de la humildad,
en un ser humano desaforadamente entusiasmado con la posibilidad de dominarlo
todo sin límite alguno, sólo puede terminar dañando a la sociedad y al
ambiente. No es fácil desarrollar esta sana humildad y una feliz sobriedad si
nos volvemos autónomos, si excluimos de nuestra vida a Dios y nuestro yo ocupa
su lugar, si creemos que es nuestra propia subjetividad la que determina lo que
está bien o lo que está mal.
225. Por otro lado, ninguna
persona puede madurar en una feliz sobriedad si no está en paz consigo mismo.
Parte de una adecuada comprensión de la espiritualidad consiste en ampliar lo
que entendemos por paz, que es mucho más que la ausencia de guerra. La paz
interior de las personas tiene mucho que ver con el cuidado de la ecología y
con el bien común, porque, auténticamente vivida, se refleja en un estilo de
vida equilibrado unido a una capacidad de admiración que lleva a la profundidad
de la vida. La naturaleza está llena de palabras de amor, pero ¿cómo podremos
escucharlas en medio del ruido constante, de la distracción permanente y
ansiosa, o del culto a la apariencia? Muchas personas experimentan un profundo
desequilibrio que las mueve a hacer las cosas a toda velocidad para sentirse
ocupadas, en una prisa constante que a su vez las lleva a atropellar todo lo que
tienen a su alrededor. Esto tiene un impacto en el modo como se trata al
ambiente. Una ecología integral implica dedicar algo de tiempo para recuperar
la serena armonía con la creación, para reflexionar acerca de nuestro estilo de
vida y nuestros ideales, para contemplar al Creador, que vive entre nosotros y
en lo que nos rodea, cuya presencia «no debe ser fabricada sino descubierta,
develada»[155].
226. Estamos hablando de una
actitud del corazón, que vive todo con serena atención, que sabe estar
plenamente presente ante alguien sin estar pensando en lo que viene después,
que se entrega a cada momento como don divino que debe ser plenamente vivido.
Jesús nos enseñaba esta actitud cuando nos invitaba a mirar los lirios del
campo y las aves del cielo, o cuando, ante la presencia de un hombre inquieto,
« detuvo en él su mirada, y lo amó » (Mc 10,21). Él sí que estaba plenamente
presente ante cada ser humano y ante cada criatura, y así nos mostró un camino
para superar la ansiedad enfermiza que nos vuelve superficiales, agresivos y
consumistas desenfrenados.
227. Una expresión de esta
actitud es detenerse a dar gracias a Dios antes y después de las comidas.
Propongo a los creyentes que retomen este valioso hábito y lo vivan con profundidad.
Ese momento de la bendición, aunque sea muy breve, nos recuerda nuestra
dependencia de Dios para la vida, fortalece nuestro sentido de gratitud por los
dones de la creación, reconoce a aquellos que con su trabajo proporcionan estos
bienes y refuerza la solidaridad con los más necesitados.
V. Amor civil y político
228. El cuidado de la naturaleza
es parte de un estilo de vida que implica capacidad de convivencia y de
comunión. Jesús nos recordó que tenemos a Dios como nuestro Padre común y que
eso nos hace hermanos. El amor fraterno sólo puede ser gratuito, nunca puede
ser un pago por lo que otro realice ni un anticipo por lo que esperamos que
haga. Por eso es posible amar a los enemigos. Esta misma gratuidad nos lleva a
amar y aceptar el viento, el sol o las nubes, aunque no se sometan a nuestro
control. Por eso podemos hablar de una fraternidad universal.
229. Hace falta volver a sentir
que nos necesitamos unos a otros, que tenemos una responsabilidad por los demás
y por el mundo, que vale la pena ser buenos y honestos. Ya hemos tenido mucho
tiempo de degradación moral, burlándonos de la ética, de la bondad, de la fe,
de la honestidad, y llegó la hora de advertir que esa alegre superficialidad
nos ha servido de poco. Esa destrucción de todo fundamento de la vida social
termina enfrentándonos unos con otros para preservar los propios intereses,
provoca el surgimiento de nuevas formas de violencia y crueldad e impide el
desarrollo de una verdadera cultura del cuidado del ambiente.
230. El ejemplo de santa Teresa
de Lisieux nos invita a la práctica del pequeño camino del amor, a no perder la
oportunidad de una palabra amable, de una sonrisa, de cualquier pequeño gesto
que siembre paz y amistad. Una ecología integral también está hecha de simples
gestos cotidianos donde rompemos la lógica de la violencia, del
aprovechamiento, del egoísmo. Mientras tanto, el mundo del consumo exacerbado
es al mismo tiempo el mundo del maltrato de la vida en todas sus formas.
231. El amor, lleno de pequeños
gestos de cuidado mutuo, es también civil y político, y se manifiesta en todas
las acciones que procuran construir un mundo mejor. El amor a la sociedad y el
compromiso por el bien común son una forma excelente de la caridad, que no sólo
afecta a las relaciones entre los individuos, sino a «las macro-relaciones,
como las relaciones sociales, económicas y políticas»[156]. Por eso, la Iglesia
propuso al mundo el ideal de una «civilización del amor»[157]. El amor social
es la clave de un auténtico desarrollo: «Para plasmar una sociedad más humana,
más digna de la persona, es necesario revalorizar el amor en la vida social –a
nivel político, económico, cultural–, haciéndolo la norma constante y suprema
de la acción»[158]. En este marco, junto con la importancia de los pequeños gestos
cotidianos, el amor social nos mueve a pensar en grandes estrategias que
detengan eficazmente la degradación ambiental y alienten una cultura del
cuidado que impregne toda la sociedad. Cuando alguien reconoce el llamado de
Dios a intervenir junto con los demás en estas dinámicas sociales, debe
recordar que eso es parte de su espiritualidad, que es ejercicio de la caridad
y que de ese modo madura y se santifica.
232. No todos están llamados a
trabajar de manera directa en la política, pero en el seno de la sociedad
germina una innumerable variedad de asociaciones que intervienen a favor del
bien común preservando el ambiente natural y urbano. Por ejemplo, se preocupan
por un lugar común (un edificio, una fuente, un monumento abandonado, un
paisaje, una plaza), para proteger, sanear, mejorar o embellecer algo que es de
todos. A su alrededor se desarrollan o se recuperan vínculos y surge un nuevo
tejido social local. Así una comunidad se libera de la indiferencia consumista.
Esto incluye el cultivo de una identidad común, de una historia que se conserva
y se transmite. De esa manera se cuida el mundo y la calidad de vida de los más
pobres, con un sentido solidario que es al mismo tiempo conciencia de habitar
una casa común que Dios nos ha prestado. Estas acciones comunitarias, cuando
expresan un amor que se entrega, pueden convertirse en intensas experiencias
espirituales.
VI. Signos sacramentales y
descanso celebrativo
233. El universo se desarrolla en
Dios, que lo llena todo. Entonces hay mística en una hoja, en un camino, en el
rocío, en el rostro del pobre[159]. El ideal no es sólo pasar de lo exterior a
lo interior para descubrir la acción de Dios en el alma, sino también llegar a
encontrarlo en todas las cosas, como enseñaba san Buenaventura: «La contemplación
es tanto más eminente cuanto más siente en sí el hombre el efecto de la divina
gracia o también cuanto mejor sabe encontrar a Dios en las criaturas
exteriores»[160].
234. San Juan de la Cruz enseñaba
que todo lo bueno que hay en las cosas y experiencias del mundo «está en Dios
eminentemente en infinita manera, o, por mejor decir, cada una de estas
grandezas que se dicen es Dios»[161]. No es porque las cosas limitadas del
mundo sean realmente divinas, sino porque el místico experimenta la íntima
conexión que hay entre Dios y todos los seres, y así «siente ser todas las
cosas Dios»[162]. Si le admira la grandeza de una montaña, no puede separar eso
de Dios, y percibe que esa admiración interior que él vive debe depositarse en
el Señor: «Las montañas tienen alturas, son abundantes, anchas, y hermosas, o
graciosas, floridas y olorosas. Estas montañas es mi Amado para mí. Los valles
solitarios son quietos, amenos, frescos, umbrosos, de dulces aguas llenos, y en
la variedad de sus arboledas y en el suave canto de aves hacen gran recreación
y deleite al sentido, dan refrigerio y descanso en su soledad y silencio. Estos
valles es mi Amado para mí»[163].
235. Los Sacramentos son un modo
privilegiado de cómo la naturaleza es asumida por Dios y se convierte en
mediación de la vida sobrenatural. A través del culto somos invitados a abrazar
el mundo en un nivel distinto. El agua, el aceite, el fuego y los colores son
asumidos con toda su fuerza simbólica y se incorporan en la alabanza. La mano
que bendice es instrumento del amor de Dios y reflejo de la cercanía de
Jesucristo que vino a acompañarnos en el camino de la vida. El agua que se
derrama sobre el cuerpo del niño que se bautiza es signo de vida nueva. No
escapamos del mundo ni negamos la naturaleza cuando queremos encontrarnos con
Dios. Esto se puede percibir particularmente en la espiritualidad cristiana
oriental: «La belleza, que en Oriente es uno de los nombres con que más
frecuentemente se suele expresar la divina armonía y el modelo de la humanidad
transfigurada, se muestra por doquier: en las formas del templo, en los
sonidos, en los colores, en las luces y en los perfumes»[164]. Para la
experiencia cristiana, todas las criaturas del universo material encuentran su
verdadero sentido en el Verbo encarnado, porque el Hijo de Dios ha incorporado
en su persona parte del universo material, donde ha introducido un germen de
transformación definitiva: «el Cristianismo no rechaza la materia, la
corporeidad; al contrario, la valoriza plenamente en el acto litúrgico, en el
que el cuerpo humano muestra su naturaleza íntima de templo del Espíritu y
llega a unirse al Señor Jesús, hecho también él cuerpo para la salvación del
mundo»[165].
236. En la Eucaristía lo creado
encuentra su mayor elevación. La gracia, que tiende a manifestarse de modo
sensible, logra una expresión asombrosa cuando Dios mismo, hecho hombre, llega
a hacerse comer por su criatura. El Señor, en el colmo del misterio de la
Encarnación, quiso llegar a nuestra intimidad a través de un pedazo de materia.
No desde arriba, sino desde adentro, para que en nuestro propio mundo
pudiéramos encontrarlo a él. En la Eucaristía ya está realizada la plenitud, y
es el centro vital del universo, el foco desbordante de amor y de vida
inagotable. Unido al Hijo encarnado, presente en la Eucaristía, todo el cosmos
da gracias a Dios. En efecto, la Eucaristía es de por sí un acto de amor
cósmico: «¡Sí, cósmico! Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar
de una iglesia en el campo, la Eucaristía se celebra, en cierto sentido, sobre
el altar del mundo»[166]. La Eucaristía une el cielo y la tierra, abraza y
penetra todo lo creado. El mundo que salió de las manos de Dios vuelve a él en
feliz y plena adoración. En el Pan eucarístico, «la creación está orientada hacia
la divinización, hacia las santas bodas, hacia la unificación con el Creador
mismo»[167]. Por eso, la Eucaristía es también fuente de luz y de motivación
para nuestras preocupaciones por el ambiente, y nos orienta a ser custodios de
todo lo creado.
237. El domingo, la participación
en la Eucaristía tiene una importancia especial. Ese día, así como el sábado
judío, se ofrece como día de la sanación de las relaciones del ser humano con
Dios, consigo mismo, con los demás y con el mundo. El domingo es el día de la
Resurrección, el «primer día» de la nueva creación, cuya primicia es la
humanidad resucitada del Señor, garantía de la transfiguración final de toda la
realidad creada. Además, ese día anuncia «el descanso eterno del hombre en
Dios»[168]. De este modo, la espiritualidad cristiana incorpora el valor del
descanso y de la fiesta. El ser humano tiende a reducir el descanso
contemplativo al ámbito de lo infecundo o innecesario, olvidando que así se
quita a la obra que se realiza lo más importante: su sentido. Estamos llamados
a incluir en nuestro obrar una dimensión receptiva y gratuita, que es algo
diferente de un mero no hacer. Se trata de otra manera de obrar que forma parte
de nuestra esencia. De ese modo, la acción humana es preservada no únicamente
del activismo vacío, sino también del desenfreno voraz y de la conciencia
aislada que lleva a perseguir sólo el beneficio personal. La ley del descanso
semanal imponía abstenerse del trabajo el séptimo día «para que reposen tu buey
y tu asno y puedan respirar el hijo de tu esclava y el emigrante» (Ex 23,12).
El descanso es una ampliación de la mirada que permite volver a reconocer los
derechos de los demás. Así, el día de descanso, cuyo centro es la Eucaristía,
derrama su luz sobre la semana entera y nos motiva a incorporar el cuidado de
la naturaleza y de los pobres.
VII. La Trinidad y la relación
entre las criaturas
238. El Padre es la fuente última
de todo, fundamento amoroso y comunicativo de cuanto existe. El Hijo, que lo
refleja, y a través del cual todo ha sido creado, se unió a esta tierra cuando
se formó en el seno de María. El Espíritu, lazo infinito de amor, está
íntimamente presente en el corazón del universo animando y suscitando nuevos
caminos. El mundo fue creado por las tres Personas como un único principio
divino, pero cada una de ellas realiza esta obra común según su propiedad
personal. Por eso, «cuando contemplamos con admiración el universo en su
grandeza y belleza, debemos alabar a toda la Trinidad»[169].
239. Para los cristianos, creer
en un solo Dios que es comunión trinitaria lleva a pensar que toda la realidad
contiene en su seno una marca propiamente trinitaria. San Buenaventura llegó a
decir que el ser humano, antes del pecado, podía descubrir cómo cada criatura
«testifica que Dios es trino». El reflejo de la Trinidad se podía reconocer en
la naturaleza «cuando ni ese libro era oscuro para el hombre ni el ojo del
hombre se había enturbiado»[170]. El santo franciscano nos enseña que toda
criatura lleva en sí una estructura propiamente trinitaria, tan real que podría
ser espontáneamente contemplada si la mirada del ser humano no fuera limitada,
oscura y frágil. Así nos indica el desafío de tratar de leer la realidad en
clave trinitaria.
240. Las Personas divinas son
relaciones subsistentes, y el mundo, creado según el modelo divino, es una
trama de relaciones. Las criaturas tienden hacia Dios, y a su vez es propio de
todo ser viviente tender hacia otra cosa, de tal modo que en el seno del
universo podemos encontrar un sinnúmero de constantes relaciones que se
entrelazan secretamente[171].Esto no sólo nos invita a admirar las múltiples
conexiones que existen entre las criaturas, sino que nos lleva a descubrir una
clave de nuestra propia realización. Porque la persona humana más crece, más
madura y más se santifica a medida que entra en relación, cuando sale de sí
misma para vivir en comunión con Dios, con los demás y con todas las criaturas.
Así asume en su propia existencia ese dinamismo trinitario que Dios ha impreso
en ella desde su creación. Todo está conectado, y eso nos invita a madurar una
espiritualidad de la solidaridad global que brota del misterio de la Trinidad.
VIII. Reina de todo lo creado
241. María, la madre que cuidó a
Jesús, ahora cuida con afecto y dolor materno este mundo herido. Así como lloró
con el corazón traspasado la muerte de Jesús, ahora se compadece del
sufrimiento de los pobres crucificados y de las criaturas de este mundo
arrasadas por el poder humano. Ella vive con Jesús completamente transfigurada,
y todas las criaturas cantan su belleza. Es la Mujer « vestida de sol, con la
luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza » (Ap 12,1).
Elevada al cielo, es Madre y Reina de todo lo creado. En su cuerpo glorificado,
junto con Cristo resucitado, parte de la creación alcanzó toda la plenitud de
su hermosura. Ella no sólo guarda en su corazón toda la vida de Jesús, que
«conservaba» cuidadosamente (cf Lc 2,19.51), sino que también comprende ahora
el sentido de todas las cosas. Por eso podemos pedirle que nos ayude a mirar
este mundo con ojos más sabios.
242. Junto con ella, en la
familia santa de Nazaret, se destaca la figura de san José. Él cuidó y defendió
a María y a Jesús con su trabajo y su presencia generosa, y los liberó de la violencia
de los injustos llevándolos a Egipto. En el Evangelio aparece como un hombre
justo, trabajador, fuerte. Pero de su figura emerge también una gran ternura,
que no es propia de los débiles sino de los verdaderamente fuertes, atentos a
la realidad para amar y servir humildemente. Por eso fue declarado custodio de
la Iglesia universal. Él también puede enseñarnos a cuidar, puede motivarnos a
trabajar con generosidad y ternura para proteger este mundo que Dios nos ha
confiado.
IX. Más allá del sol
243. Al final nos encontraremos
cara a cara frente a la infinita belleza de Dios (cf. 1 Co 13,12) y podremos
leer con feliz admiración el misterio del universo, que participará con
nosotros de la plenitud sin fin. Sí, estamos viajando hacia el sábado de la eternidad,
hacia la nueva Jerusalén, hacia la casa común del cielo. Jesús nos dice: «Yo
hago nuevas todas las cosas» (Ap 21,5). La vida eterna será un asombro
compartido, donde cada criatura, luminosamente transformada, ocupará su lugar y
tendrá algo para aportar a los pobres definitivamente liberados.
244. Mientras tanto, nos unimos
para hacernos cargo de esta casa que se nos confió, sabiendo que todo lo bueno
que hay en ella será asumido en la fiesta celestial. Junto con todas las
criaturas, caminamos por esta tierra buscando a Dios, porque, «si el mundo
tiene un principio y ha sido creado, busca al que lo ha creado, busca al que le
ha dado inicio, al que es su Creador»[172]. Caminemos cantando. Que nuestras
luchas y nuestra preocupación por este planeta no nos quiten el gozo de la
esperanza.
245. Dios, que nos convoca a la
entrega generosa y a darlo todo, nos ofrece las fuerzas y la luz que
necesitamos para salir adelante. En el corazón de este mundo sigue presente el
Señor de la vida que nos ama tanto. Él no nos abandona, no nos deja solos,
porque se ha unido definitivamente a nuestra tierra, y su amor siempre nos
lleva a encontrar nuevos caminos. Alabado sea.
* * *
246. Después de esta prolongada
reflexión, gozosa y dramática a la vez, propongo dos oraciones, una que podamos
compartir todos los que creemos en un Dios creador omnipotente, y otra para que
los cristianos sepamos asumir los compromisos con la creación que nos plantea
el Evangelio de Jesús.
Oración por nuestra tierra
Dios omnipotente,
que estás presente en todo el
universo
y en la más pequeña de tus
criaturas,
Tú, que rodeas con tu ternura
todo lo que existe,
derrama en nosotros la fuerza de
tu amor
para que cuidemos la vida y la
belleza.
Inúndanos de paz, para que
vivamos como hermanos y hermanas
sin dañar a nadie.
Dios de los pobres,
ayúdanos a rescatar
a los abandonados y olvidados de
esta tierra
que tanto valen a tus ojos.
Sana nuestras vidas,
para que seamos protectores del
mundo
y no depredadores,
para que sembremos hermosura
y no contaminación y destrucción.
Toca los corazones
de los que buscan sólo beneficios
a costa de los pobres y de la
tierra.
Enséñanos a descubrir el valor de
cada cosa,
a contemplar admirados,
a reconocer que estamos
profundamente unidos
con todas las criaturas
en nuestro camino hacia tu luz
infinita.
Gracias porque estás con nosotros
todos los días.
Aliéntanos, por favor, en nuestra
lucha
por la justicia, el amor y la
paz.
Oración cristiana con la creación
Te alabamos, Padre, con todas tus
criaturas,
que salieron de tu mano poderosa.
Son tuyas,
y están llenas de tu presencia y
de tu ternura.
Alabado seas.
Hijo de Dios, Jesús,
por ti fueron creadas todas las
cosas.
Te formaste en el seno materno de
María,
te hiciste parte de esta tierra,
y miraste este mundo con ojos
humanos.
Hoy estás vivo en cada criatura
con tu gloria de resucitado.
Alabado seas.
Espíritu Santo, que con tu luz
orientas este mundo hacia el amor
del Padre
y acompañas el gemido de la creación,
tú vives también en nuestros
corazones
para impulsarnos al bien.
Alabado seas.
Señor Uno y Trino,
comunidad preciosa de amor
infinito,
enséñanos a contemplarte
en la belleza del universo,
donde todo nos habla de ti.
Despierta nuestra alabanza y
nuestra gratitud
por cada ser que has creado.
Danos la gracia de sentirnos
íntimamente unidos
con todo lo que existe.
Dios de amor,
muéstranos nuestro lugar en este
mundo
como instrumentos de tu cariño
por todos los seres de esta
tierra,
porque ninguno de ellos está
olvidado ante ti.
Ilumina a los dueños del poder y
del dinero
para que se guarden del pecado de
la indiferencia,
amen el bien común, promuevan a
los débiles,
y cuiden este mundo que
habitamos.
Los pobres y la tierra están
clamando:
Señor, tómanos a nosotros con tu
poder y tu luz,
para proteger toda vida,
para preparar un futuro mejor,
para que venga tu Reino
de justicia, de paz, de amor y de
hermosura.
Alabado seas.
Amén.
Dado en Roma, junto a San Pedro,
el 24 de mayo, Solemnidad de Pentecostés, del año 2015, tercero de mi
Pontificado.
Franciscus
[1] Cántico de las criaturas: Fonti Francescane (FF)
263.
[2] Carta ap. Octogesima adveniens (14 mayo 1971),
21: AAS 63 (1971), 416-417
[3] Discurso a la FAO en su 25 aniversario (16
noviembre 1970): AAS 62 (1970), 833.
[4] Carta enc. Redemptor hominis (4 marzo 1979), 15:
AAS 71 (1979), 287.
[5] Cf. Catequesis (17 enero 2001), 4: L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[6] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 38:
AAS 83 (1991), 841.
[7] Ibíd., 58, p. 863.
[8] Juan Pablo II, Carta enc. Sollicitudo rei
socialis (30 diciembre 1987), 34: AAS 80 (1988), 559.
[9] Cf. Id., Carta enc. Centesimus annus (1 mayo
1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[10] Discurso al Cuerpo diplomático acreditado ante
la Santa Sede (8 enero 2007): AAS 99 (2007), 73.
[11] Carta enc. Caritas in veritate (29 junio 2009),
51: AAS 101 (2009), 687
[12] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22
septiembre 2011): AAS 103 (2011), 664.
[13] Discurso al clero de la Diócesis de
Bolzano-Bressanone (6 agosto 2008): AAS 100 (2008), 634.
[14] Mensaje para el día de oración por la
protección de la creación (1 septiembre 2012).
[15]
Discurso en Santa Bárbara, California (8 noviembre 1997); cf. John Chryssavgis,
On Earth as in Heaven: Ecological Vision and Initiatives of Ecumenical
Patriarch Bartholomew, Bronx, New York 2012.
[16] Ibíd.9.
[17] Conferencia en el Monasterio de Utstein,
Noruega (23 junio 2003).
[18] Discurso « Global Responsibility and Ecological
Sustainability: Closing Remarks », I Vértice de Halki, Estambul (20 junio
2012).
[19] Tomás de Celano, Vida primera de San Francisco,
XXIX, 81: FF 460.
[20] Legenda maior, VIII, 6: FF 1145.
[21] Cf. Tomás de Celano, Vida segunda de San
Francisco, CXXIV, 165: FF 750.
[22]Conferencia de los Obispos Católicos del Sur de
África, Pastoral Statement on the Environmental Crisis (5 septiembre 1999).
[23] Cf. Saludo al personal de la FAO (20 noviembre
2014): AAS 106 (2014), 985.
[24] V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 86.
[25] Conferencia de los Obispos Católicos de
Filipinas, Carta pastoral What is Happening to our Beautiful Land? (29 enero
1988).
[26] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta pastoral
sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo, don de Dios
para la vida(2012), 17.
[27] Cf. Conferencia Episcopal Alemana. Comisión
para Asuntos Sociales, Der Klimawandel: Brennpunkt globaler,
intergenerationeller und ökologischer Gerechtigkeit (septiembre 2006), 28-30.
[28] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de
la Doctrina Social de la Iglesia, 483.
[29] Catequesis (5 junio 2013): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (7 junio 2013), p. 12.
[30] Obispos de la región de Patagonia-Comahue
(Argentina), Mensaje de Navidad (diciembre 2009), 2.
[31] Conferencia de los Obispos Católicos de los
Estados Unidos, Global Climate Change: A Plea for Dialogue, Prudence and the
Common Good (15 junio 2001).
[32] V Conferencia General del Episcopado
Latinoamericano y del Caribe, Documento de Aparecida (29 junio 2007), 471.
[33] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 56: AAS 105 (2013), 1043.
[34] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 1990, 12: AAS 82 (1990), 154.
[35] Id., Catequesis (17 enero 2001), 3:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (19 enero 2001), p. 12.
[36] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 1990, 15: AAS 82 (1990), 156.
[37] Catecismo de la Iglesia Católica, 357.
[38] Cf. Angelus (16 noviembre 1980): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (23 noviembre 1980), p. 9.
[39] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio del
ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 711.
[40] Cf.
Legenda maior, VIII, 1: FF 1134.
[41] Catecismo de la Iglesia Católica, 2416.
[42] Conferencia Episcopal Alemana, Zukunft der
Schöpfung – Zukunft der Menschheit. Erklärung der Deutschen Bischofskonferenz
zu Fragen der Umwelt und der Energieversorgung (1980), II, 2.
[43] Catecismo de la Iglesia Católica, 339.
[44] Hom.
in Hexaemeron, 1, 2, 10: PG 29, 9.
[45]
Divina Comedia. Paraíso,
Canto XXXIII, 145.
[46] Benedicto XVI, Catequesis (9 noviembre 2005),
3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (11 noviembre 2005), p.
20.
[47] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[48] Juan Pablo II, Catequesis (24 abril 1991), 6:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (26 abril 1991), p. 6.
[49] El Catecismo explica que Dios quiso crear un
mundo en camino hacia su perfección última y que esto implica la presencia de
la imperfección ydel mal físico; cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 310.
[50] Cf.
Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 36.
[51]
Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 104, art. 1, ad 4.
[52] Id., In octo libros Physicorum Aristotelis
expositio, lib. II, lectio 14.
[53] En esta perspectiva se sitúa la aportación del
P. Teilhard de Chardin; cf. Pablo VI, Discurso en un establecimiento
químico-farmacéutico (24 febrero 1966): Insegnamenti 4 (1966), 992-993; Juan
Pablo II, Carta al reverendo P. George V. Coyne (1 junio 1988): Insegnamenti
5/2 (2009), 60; Benedicto XVI, Homilía para la celebración de las Vísperas en
Aosta (24 julio 2009): L’Osservatore romano, ed. semanal en lengua española (31
julio 2009), p. 3s.
[54] Juan Pablo II, Catequesis (30 enero 2002), 6:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (1 febrero 2002), p. 12.
[55] Conferencia de los Obispos Católicos de Canadá.
Comisión para los Ąsuntos Sociales, Carta pastoral You
love all that exists... all things are yours, God, Lover of Life (4 octubre
2003), 1.
[56] Conferencia de los Obispos Católicos de Japón,
Reverence for Life. A Message for the Twenty-First Century (1 enero 2001), n.
89.
[57] Juan Pablo II, Catequesis (26 enero 2000), 5:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (28 enero 2000), p. 3.
[58] Id., Catequesis (2 agosto 2000), 3:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[59] Paul Ricoeur, Philosophie de la volonté II.
Finitude et culpabilité, Paris 2009, 2016 (ed. esp.: Finitud y culpabilidad,
Madrid 1967, 249).
[60]
Summa Theologiae I, q. 47, art. 1.
[61]
Ibíd.
[62] Cf.
ibíd., art. 2, ad 1; art. 3.
[63]Catecismo de la Iglesia Católica, 340.
[64] Cántico de las criaturas: FF 263.
[65] Cf. Conferencia Nacional de los Obispos de
Brasil, A Igreja e a questão ecológica (1992), 53-54.
[66] Ibíd., 61.
[67] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre 2013),
215: AAS 105 (2013), 1109.
[68] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 14: AAS 101 (2009), 650.
[69] Catecismo de la Iglesia Católica, 2418.
[70] Conferencia del Episcopado Dominicano, Carta
pastoral Sobre la relación del hombre con la naturaleza (21 enero1987).
[71] Juan Pablo II, Carta enc. Laborem exercens (14
septiembre 1981), 19: AAS 73 (1981), 626.
[72] Carta enc. Centesimus annus (1 mayo 1991), 31:
AAS 83 (1991), 831.
[73] Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre
1987), 33: AAS 80 (1988), 557.
[74] Discurso a los indígenas y campesinos de
México, Cuilapán (29 enero 1979), 6: AAS 71 (1979), 209.
[75] Homilía durante la Misa celebrada para los
agricultores en Recife, Brasil (7 julio 1980), 4: AAS 72 (1980), 926.
[76] Cf. Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1990, 8: AAS 82 (1990), 152.
[77] Conferencia Episcopal Paraguaya, Carta pastoral
El campesino paraguayo y la tierra (12 junio 1983), 2, 4, d.
[78] Conferencia Episcopal de Nueva Zelanda,
Statement on Environmental Issues, Wellington (1 septiembre 2006).
[79] Carta enc. Laborem exercens (14 septiembre
1981), 27: AAS 73 (1981), 645.
[80] Por eso san Justino podía hablar de «semillas
del Verbo» en el mundo; cf. II Apología 8, 1-2; 13, 3-6: PG 6, 457-458; 467.
[81] Juan Pablo II, Discurso a los representantes de
la ciencia, de la cultura y de los altos estudios en la Universidad de las
Naciones Unidas, Hiroshima (25 febrero 1981), 3: AAS 73 (1981), 422.
[82] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate
(29 junio 2009), 69: AAS 101 (2009), 702.
[83] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, Würzburg
19659, 87 (ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 111-112).
[84] Ibíd. (ed. esp.: 112).
[85] Ibíd., 87-88 (ed. esp.: 112).
[86] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio de
la Doctrina Social de la Iglesia, 462.
[87] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63s (ed.
esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83-84).
[88] Ibíd., 64 (ed. esp.: 84).
[89] Cf. Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in
veritate (29 junio 2009), 35: AAS 101 (2009), 671.
[90] Ibíd., 22: p. 657.
[91] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 231: AAS 105 (2013), 1114.
[92] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 63 (ed.
esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 83).
[93] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 38: AAS 83 (1991), 841.
[94] Cf. Declaración Love for Creation. An Asian
Response to the Ecological Crisis, Coloquio promovido por la Federación de las
Conferencias Episcopales de Asia (Tagaytay 31 enero – 5 febrero 1993), 3.3.2.
[95] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[96] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 2010, 2: AAS 102 (2010), 41.
[97] Id., Carta enc. Caritas in veritate (29 junio
2009), 28: AAS 101 (2009), 663.
[98] Cf.
Vicente de Lerins, Commonitorium primum, cap. 23: PL 50, 668 : « Ut annis
scilicet consolidetur, dilatetur tempore, sublimetur aetate ».
[99] N. 80: AAS 105 (2013), 1053.
[100] Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et
spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 63.
[101]Cf. Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus
(1 mayo 1991), 37: AAS 83 (1991), 840.
[102] Pablo VI, Carta enc. Populorum progressio (26
marzo 1967), 34: AAS 59 (1967), 274.
[103]Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate
(29 junio 2009), 32: AAS 101 (2009), 666.
[104] Ibíd.
[105] Ibíd.101.
[106] Catecismo de la Iglesia Católica, 2417.
[107] Ibíd., 2418.
[108] Ibíd., 2415.
[109] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1990, 6: AAS 82 (1990), 150.
[110] Discurso a la Pontificia Academia de las
Ciencias (3 octubre 1981), 3: L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española
(8 noviembre 1981), p. 7.
[111] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1990, 7: AAS 82 (1990), 151.
[112] Juan Pablo II, Discurso a la 35 Asamblea
General de la Asociación Médica Mundial (29 octubre 1983), 6: AAS 76 (1984),
394.
[113] Comisión Episcopal de Pastoral social de
Argentina, Una tierra para todos (junio 2005), 19.
[114] Declaración de Río sobre el medio ambiente y
el desarrollo (14 junio 1992), Principio 4.
[115] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 237: AAS 105 (2013), 1116.
[116] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate
(29 junio 2009), 51: AAS 101 (2009), 687.
[117] Algunos autores han mostrado los valores que
suelen vivirse, por ejemplo, en las « villas », chabolas o favelas de América
Latina: cf. Juan Carlos Scannone, S.J., «La irrupción del pobre y la lógica de
la gratuidad», en Juan Carlos Scannone y Marcelo Perine (eds.), Irrupción del
pobre y quehacer filosófico. Hacia una nueva racionalidad, Buenos Aires 1993,
225-230.
[118] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 482.
[119] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 210: AAS 105 (2013), 1107.
[120] Discurso al Deutscher Bundestag, Berlín (22
septiembre 2011): AAS 103 (2011), 668.
[121] Catequesis (15 abril 2015): L’Osservatore
Romano, ed. semanal en lengua española (17 abril 2015), p. 2.
[122]
Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium
et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 26.
[123] Cf. n. 186-201: AAS 105 (2013), 1098-1105.
[124] Conferencia Episcopal Portuguesa, Carta
pastoral Responsabilidade solidária pelo bem comum (15 septiembre 2003), 20.
[125] Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 2010, 8: AAS 102 (2010), 45.
[126] Declaración de Río sobre el medio ambiente y
el desarrollo (14 junio 1992), Principio 1.
[127] Conferencia Episcopal Boliviana, Carta
pastoral sobre medio ambiente y desarrollo humano en Bolivia El universo, don
de Dios para la vida (2012), 86.
[128] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Energía,
justicia y paz, IV, 1, Ciudad del Vaticano 2013, 57.
[129] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate
(29 junio 2009), 67: AAS 101 (2009), 700.
[130] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 222: AAS 105 (2013), 1111.
[131] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 469.
[132] Declaración de Río sobre el medio ambiente y
el desarrollo (14 junio 1992), Principio 15.
[133] Cf. Conferencia del Episcopado Mexicano.
Comisión Episcopal para la Pastoral Social, Jesucristo, vida y esperanza de los
indígenas y campesinos (14 enero 2008).
[134] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 470.
[135] Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
2010, 9: AAS 102 (2010), 46.
[136] Ibíd.
[137] Ibíd., 5: p. 43.
[138] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas
in veritate (29 junio 2009), 50: AAS 101 (2009), 686.
[139]
Exhort. ap. Evangelii
gaudium (24 noviembre 2013), 209: AAS 105 (2013), 1107.
[140] Ibíd., 228: p. 1113.
[141] Cf. Carta enc. Lumen fidei (29 junio 2013),
34: AAS 105 (2013), 577: «La luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es
ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la
luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús.
Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre
un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la
ciencia se beneficia así de la fe: esta invita al científico a estar abierto a
la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico,
en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la
ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a
maravillarse ante el misterio de la creación, la fe ensancha los horizontes de
la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la
ciencia».
[142] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 256: AAS 105 (2013), 1123.
[143] Ibíd., 231: p. 1114.
[144] Das Ende der Neuzeit, Würzburg 19659, 66-67
(ed. esp.: El ocaso de la Edad Moderna, Madrid 1958, 87).
[145] Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial
de la Paz 1990, 1: AAS 82 (1990), 147.
[146] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate
(29 junio 2009), 66: AAS 101 (2009), 699.
[147] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
2010, 11: AAS 102 (2010), 48.
[148] Carta de la Tierra, La Haya (29 junio 2000).
[149] Juan Pablo II, Carta enc. Centesimus annus (1
mayo 1991), 39: AAS 83 (1991), 842.
[150] Id., Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz
1990, 14: AAS 82 (1990), 155.
[151] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 261: AAS 105 (2013), 1124.
[152] Benedicto XVI, Homilía en el solemne inicio
del ministerio petrino (24 abril 2005): AAS 97 (2005), 710.
[153] Conferencia de los Obispos católicos de
Australia, A New Earth – The Environmental Challenge (2002).
[154] Romano Guardini, Das Ende der Neuzeit, 72 (ed.
esp.: El ocaso de la Edad Moderna, 93).
[155] Exhort. ap. Evangelii gaudium (24 noviembre
2013), 71: AAS 105 (2013), 1050.
[156] Benedicto XVI, Carta enc. Caritas in veritate
(29 junio 2009), 2: AAS 101 (2009), 642.
[157] Pablo VI, Mensaje para la Jornada Mundial de
la Paz 1977: AAS 68 (1976), 709.
[158] Consejo Pontificio Justicia y Paz, Compendio
de la Doctrina Social de la Iglesia, 582.
[159] Un maestro espiritual, Ali Al-Kawwas, desde su
propia experiencia, también destacaba la necesidad de no separar demasiado las
criaturas del mundo de la experiencia de Dios en el interior. Decía: «No hace
falta criticar prejuiciosamente a los que buscan el éxtasis en la música o en
la poesía. Hay un secreto sutil en cada uno de los movimientos y sonidos de
este mundo. Los iniciados llegan a captar lo que dicen el viento que sopla, los
árboles que se doblan, el agua que corre, las moscas que zumban, las puertas
que crujen, el canto de los pájaros, el sonido de las cuerdas o las flautas, el
suspiro de los enfermos, el gemido de los afligidos…» (Eva De
Vitray-Meyerovitch [ed.], Anthologie du soufisme, Paris 1978, 200).
[160] In
II Sent., 23, 2, 3.
[161] Cántico espiritual, XIV-XV, 5.
[162] Ibíd.
[163] Ibíd., XIV-XV, 6-7.
[164] Juan Pablo II, Carta ap. Orientale lumen (2
mayo 1995), 11: AAS 87 (1995), 757.
[165] Ibíd.
[166] Id., Carta enc. Ecclesia de Eucharistia (17
abril 2003), 8: AAS 95 (2003), 438.
[167] Benedicto XVI, Homilía en la Misa del Corpus
Christi (15 junio 2006): AAS 98 (2006), 513.
[168] Catecismo de la Iglesia Católica, 2175.
[169]Juan Pablo II, Catequesis (2 agosto 2000), 4:
L’Osservatore Romano, ed. semanal en lengua española (4 agosto 2000), p. 8.
[170]
Quaest. disp. de Myst. Trinitatis, 1, 2, concl.
[171] Cf.
Tomás de Aquino, Summa Theologiae I, q. 11, art. 3; q. 21, art. 1, ad 3; q. 47,
art. 3.
[172]
Basilio Magno, Hom. in Hexaemeron, 1, 2, 6: PG 29, 8.