obispo de
Posadas, para el undécimo domingo durante el año
(14 de junio de 2015)
En este domingo el Evangelio (Mc. 4,26-34), nos
presenta al Señor en su ministerio público en Galilea anunciando el Reino de
Dios, aquello que era su pasión y misión. Ese anuncio lo realizaba con
parábolas como las semillas que crecen por sí solas o el grano de mostaza. En
realidad el texto nos sirve para que nosotros tanto en lo personal, como en lo
comunitario y eclesial nos preguntemos si tenemos pasión por anunciar en
nuestra tarea evangelizadora ese Reino de Dios, que es la misión y razón de ser
de la Iglesia. También es nuestro servicio al mundo de hoy, evangelizar y
ayudar a humanizar nuestra cultura.
Nuestro tiempo requiere que para “servir” a generar
una sociedad, un País y una Provincia mejor, tengamos que ser varones y mujeres
con convicciones de trabajar por el bien común, y que sobre todo el laicado que
está en tareas como la educación, la política, los medios de comunicación, en
lo cotidiano, tengan un sentido de la ética social que permitan pensar una
sociedad con “valores”. Esto es bueno decirlo en un año tan político.
En este tiempo, y con la gracia del acontecimiento y el
documento de Aparecida, vamos acentuando la necesidad de asumir como cristianos
un camino discipular para la misión. Es cierto que esto es difícil en un
contexto que a veces es hasta agresivo con las propuestas del Evangelio, e
incluso con los valores y la visión del hombre que la revelación cristiana nos
propone. Hay que señalar que los malos ejemplos que puedan dar quienes se
apartan de la fe cristiana, así como nuestras propias fragilidades, no
invalidan el “Don de Dios” del encuentro con Jesucristo y su revelación,
ratificado en el testimonio de tantísimos hombres y mujeres que viven con
fidelidad y entrega este regalo maravilloso de ser cristianos.
Por esta misma razón en este tiempo deberemos acentuar
este discipulado y misión, en todos pero especialmente en nuestro laicos que
son la mayoría del pueblo de Dios, para humanizar y evangelizar nuestra cultura
habitualmente bombardeada por ideologías materialistas que consideran a la
persona como objeto de consumo, potenciando solo sus instintos, y eliminando su
espiritualidad que implican la inteligencia, voluntad, libertad y la capacidad
de trascendencia.
En relación a la necesidad de humanizar y evangelizar
la cultura, Aparecida señala: “Son los laicos de nuestro continente,
conscientes de su llamados a la santidad en virtud de su vocación bautismal,
los que tienen que actuar a manera de fermento en la masa para construir una
ciudad temporal que esté de acuerdo con el proyecto de Dios. La coherencia
entre fe y vida en el ámbito político, económico y social exige la formación de
la conciencia, que se traduce en un conocimiento de la Doctrina Social de la
Iglesia. Para una adecuada formación de la misma, será de mucha utilidad el
compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. La V Conferencia se compromete a
llevar a cabo una catequesis social incisiva, porque “la vida cristiana no se
expresa solamente en las virtudes personales, sino también en las virtudes
sociales y políticas”.
El discípulo y misionero de Cristo que se desempeña en
los ámbitos de la política, de la economía y en los centros de decisiones sufre
el influjo de una cultura frecuentemente dominada por el materialismo, los
intereses egoístas y una concepción del hombre contraria a la visión cristiana.
Por eso, es imprescindible que el discípulo se cimiente en su seguimiento del
Señor, que le dé la fuerza necesaria no solo para no sucumbir ante las insidias
del materialismo y del egoísmo, sino para construir en torno a él un consenso
moral sobre valores fundamentales que hacen posible la construcción de una
sociedad justa” (505-506).
Como Jesucristo, el Señor, la Iglesia está llamada a
anunciar el Reino. Los cristianos somos parte de esa Iglesia y estamos llamados
a anunciarlo, con el testimonio de nuestra vida.
Mons. Juan Rubén Martínez, obispo de Posadas
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