explica a Sorondo
por qué China no es el País de las Maravillas
Religión en Libertad, 8 febrero 2018
El obispo argentino Marcelo Sánchez Sorondo, desde
1998 Canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Academia
Pontificia de Ciencias Sociales, declaró recientemente en la versión española
del Vatican Insider del 2 de febrero, que “en este momento, los que mejor
realizan la doctrina social de la Iglesia son los chinos”.
Sánchez Sorondo acababa de volver de su primer viaje a
China y mostraba cierto entusiasmo. “Subordinan las cosas al bien común.
“Encontré una China extraordinaria: lo que la gente no entiende es que el principio
central chino es el trabajo, trabajo, trabajo. No hay otra cosa. En el fondo es
como decía San Pablo: quien no trabaja, no coma. No hay favelas, no tienen
droga, los jóvenes no usan droga. Hay como una conciencia nacional positiva,
ellos desean demostrar que cambiaron, que aceptan la propiedad privada”. Afirma
que así lo cree también el economista Stefano Zamagni, nacido en 1931. "Me
lo aseguró Stefano Zamagni, un economista tradicional, muy considerado en todas
las épocas, por todos los Papas", precisó.
Pero no está de acuerdo Bernardo Cervellera,
periodista, sacerdote y misionero, director de la agencia AsiaNews y antiguo
director de Agencia Fides. Cervellera ha vivido en Pequín, donde fue profesor
de Historia de la Civilización Occidental en la Universidad de Beida. Ha
escrito dos libros sobre el país: "Misión China, viaje en el imperio entre
el mercado y la represión" (de 2006) y "El reverso de la medalla: la
China y las Olimpiadas", de 2008.
En AsiaNews, Cervellera detalla todo lo que queda fuera
de la impresión apresurada de Sánchez Sorondo. Reproducimos su análisis.
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Monseñor Sánchez Sorondo en el País de las Maravillas
por Bernardo Cervellera, en AsiaNews
El canciller de la Pontificia Academia de Ciencias
exalta a China como el lugar donde se realiza mejor la doctrina social de la
Iglesia. El obispo parece no ver las barracas pobres de Beijing (Pequín) y
Shanghái, la expulsión de los migrantes, las opresiones sobre la libertad
religiosa. Muestra aprecio por los Acuerdos de París sobre clima, pero guarda
silencio sobre los lazos entre riqueza, corrupción y contaminación. Es un
abordaje ideológico que pone en ridículo a la Iglesia.
A mis amigos que viajan a China, siempre les he
recordado que no se detengan a visitar los centros comerciales, los hoteles de
ultra-lujo y los rascacielos, sino que vayan también a las periferias y al
campo, para tener un panorama realista de China.
Si se parte del desastre económico en el que se había
sumido después de la muerte de Mao, el país, sin lugar a dudas, ha dado pasos
gigantescos, sacando de la pobreza a millones de personas, modernizando las
industrias y convirtiéndose en la súper-potencia económica que ya le hace sombra
a los Estados Unidos.
Pero de ahí a presentar a China como el “País de las
Maravillas”, hay un abismo.
En la entrevista que él concedió después de un viaje a
Beijing, brinda un relato de una China que no existe, o, en todo caso, hay una
China que los diligentes acompañantes chinos no le hicieron ver.
“No hay barracas”, dice monseñor Sanchez Sorondo.
¿Acaso nuestro obispo probó ir al sur de la capital, donde, desde hace meses,
el gobierno de la ciudad está destruyendo edificios y casas, y expulsando a
decenas de miles de trabajadores migrantes? Por no hablar de las periferias de
Shanghái, o de las otras megalópolis chinas, donde se vislumbra una “limpieza”
y la expulsión de la población “más baja” e indefensa.
El obispo, canciller de la Pontificia Academia de las
Ciencias, llega a afirmar que los chinos son “quienes realizan mejor la
doctrina social de la Iglesia”. Pero tal vez no se refiera a esta expulsión de
personas, que, dicho sea de paso, se asemeja mucho a un fruto de la “cultura
del descarte”, tan criticada por el Papa Francisco.
“No hay droga”,
dice el obispo: ¿pero acaso ha ido a las prisiones chinas, donde
narcotraficantes y drogadictos son llevados arrestados e incluso conminados con
la condena a muerte? ¿Y a Shenzhen, que es la plaza de venta de la droga que
llega incluso a Hong Kong?
Luego, no hablemos de la libertad religiosa en China.
La libertad religiosa debiera ser un pilar de la doctrina social de Iglesia
católica. Quizás debiéramos proponer al obispo una lectura de las noticias
cotidianas sobre la violencia, los arrestos de cristianos, musulmanes,
budistas, los abusos perpetrados sobre las iglesias domésticas, los controles
sobre las iglesias oficiales.
El mismo camino accidentado de diálogos entre China y
el Vaticano testimonia la dificultad y la reticencia de Beijing para aceptar
una mínima libertad religiosa para los católicos.
Quizás alguien deba decirle a Mons. Sánchez Sorondo
que desde el primero de febrero, con la implementación de las nuevas
normativas, todas las iglesias no-oficiales fueron clausuradas y al menos 6
millones de fieles católicos no tienen un lugar donde reunirse: la amenaza del
régimen que “realiza mejor la doctrina social de la Iglesia” es el arresto,
multas estratosféricas, y la expropiación de los edificios donde se reúnan los
fieles.
Además, a partir de ahora las autoridades locales
prohibirán a los “menores de 18 años” el ingreso a las iglesias, incluso a las
oficiales. Como dijo un sacerdote, “China ha transformado la iglesia en un club
nocturno, sólo para adultos”.
No hablemos luego de la ingenuidad con la cual Sánchez
Sorondo habla del Imperio chino como del lugar donde se apunta al “bien común”,
donde la economía no domina la política. En efecto, él necesita saber que en
China, economía y política son lo mismo; que los multimillonarios ocupan los
escaños del parlamento chino y determinan la política de acuerdo a sus
intereses, que no son los del resto de la población.
Según los estudiosos, al menos un tercio de la
población china no goza de ningún fruto del desarrollo económico de China: son
los agricultores y los migrantes a los cuales no se les garantiza la propiedad
de la tierra (promesa dada en la época de Mao, que jamás fue mantenida); a los
cuales no se les brinda ningún derecho social y tal vez ni siquiera la paga,
tal como demuestran los reportes mensuales del China Labour Bulletin.
Es cierto, y en esto tiene razón el obispo, que China
–a diferencia de Trump, y de los Estados Unidos- ha decidido permanecer en los
Acuerdos de París sobre el clima. Sin embargo, por ahora, “ha prometido”
trabajar para detener la contaminación, y el país tiene el ambiente más
destruido y venenoso del mundo. Lo cual sin lugar a dudas es culpa de muchos
inversionistas occidentales que se aprovechan de una débil legislación china,
pero también de la avidez y la corrupción de miembros del Partido que
prefieren, al igual que muchos en el mundo, el beneficio inmediato a costas de
su misma población.
Podemos comprender que en la desesperación por buscar
acuerdos entre China y el Vaticano, se admire y exalte la cultura china, el
pueblo chino, la mentalidad china –como hace el Papa Francisco- pero ¿presentar
a China como modelo?
Sería necesario escuchar a los obispos africanos, que
ven destruida la economía de sus países, por la invasión de inversiones y de la
mano de obra china, y se ven despojados de sus riquezas, tal como ha ocurrido
alguna vez con los colonizadores occidentales.
Es verdad que en el mundo todos se ven presionados a
optar por Estados Unidos o China, entre un capitalismo liberal y un capitalismo
de Estado, pero idolatrar a China es una afirmación ideológica que pone en
ridículo a la Iglesia, y que le hace mal al mundo.