miércoles, 30 de diciembre de 2015

Apariciones marianas

catolicos-on-line.org, 30-12-15

De 2.500 posibles apariciones marianas, la Iglesia reconoce 28

En la edición del mes de diciembre de 2015, la revista National Geographic ha puesto en portada y como reportaje principal la devoción y la intercesión de la Virgen María como un fenómeno global, haciendo de la madre de Jesús “la mujer más poderosa del mundo.”
La apuesta editorial de la revista, recientemente adquirida por la 21th Century Fox del magnate australiano nacionalizado estadunidense Rupert Murdoch, es importante, toda vez que en el cuerpo de la nota se señala que María es más nombrada en el Corán que en la Biblia y que para católicos y musulmanes, es la mujer más santa de la historia.
Hay que recordar que National Geographic se publica mensualmente en más de 30 idiomas y que cuenta con 7.5 millones de suscriptores en todo el planeta
El cazador de milagros
Buena parte del reportaje, firmado por la periodista Maureen Orth, está basada en las investigaciones de Michael O’Neill, impulsor del sitio webwww.MiracleHunter.com y que presenta la historia, las estadísticas, las frecuencias y las apariciones marianas, tanto las de la fe popular como las aprobadas por los obispos locales y por el Vaticano.
En el sitio web se describe que la aparición más antigua de la que se tiene datos es la de la Virgen del Pilar a Santiago el Mayor, a las orillas del río Ebro, en Zaragoza (España), en el año 40 después de Cristo.
Las apariciones de la Virgen se han hecho mucho más frecuentes en las últimas décadas. Algunos estudiosos –-cita O’Neill en su página web—estiman que a lo largo de la historia después de Jesucristo, han ocurrido unas 2.500 apariciones marianas, de las cuales tan solo en el siglo XX se dieron cerca de 500
De acuerdo al Diccionario de Apariciones de la Virgen María, del sacerdote mariólogo René Laurentin, a lo largo de la historia, 308 de estas apariciones han sido a futuros santos o beatos. Generalmente estas apariciones no son reconocidas oficialmente por la Iglesia y solo se registra a siete papas (de los 266 que ha habido, desde san Pedro a Francisco) que han sido testigos de apariciones marianas.
Para este sitio web, las apariciones más famosas de la Virgen María son las de Guadalupe, en México (1531), Rue de Bac, Francia (1830), Lourdes, Francia (1858), Fátima, Portugal (1917) y Medjugorje, Bosnia-Herzegovina (a partir de 1981, aunque esta última todavía se encuentra pendiente el proceso vaticano de aprobación)
Proceso muy cauteloso
La aparición reconocida por el Vaticano en fecha más reciente es la de Laus, Francia, ocurrida en 1664 (y autorizada bajo Benedicto XVI, en 2008). Por otra parte, las más recientes apariciones con reconocimiento del Vaticano son las de Kibeho, en Ruanda, que terminaron en 1989.
Las apariciones en Itapirange, Brasil (especialmente las de 1994-1998) fueron declaradas como hechos sobrenaturales por el obispo local en 2009.
Las apariciones de 1859 en Champion (Wisconsin) son las primeras y únicas que han obtenido aprobación episcopal en la historia de Estados Unidos (diciembre 8 de 2010)
Por su parte, el obispo de Lipa, en Filipinas, monseñor Raymond C. Argüelles, declaró, apenas el 12 de septiembre de este mismo año 2015, como hechos sobrenaturales dignos de creerse las apariciones de esa jurisdicción en 1948. Esto las hace las apariciones aprobadas por un obispo local en fecha más reciente en todo el mundo.
De las 2.500 apariciones marianas registradas por el portal web, solamente 28 de ellas han recibido aprobación de los obispos locales y 16 han sido reconocidas por el Vaticano.
Adicionalmente, ha habido cuatro apariciones en Egipto, aprobadas por la Iglesia Ortodoxa Copta en los últimos 50 años.

martes, 29 de diciembre de 2015

La familia es para la persona el lugar de la búsqueda y el encuentro definitivo con Dios



En la primera oración de esta misa  exponíamos a Dios nuestro Padre que “en la Sagrada Familia nos ofreces un verdadero  modelo de vida”. Si es “modelo”, significa que es digno de ser imitado, “de vida” porque su ejemplo le da sentido y encuadre a nuestro propio existir,  ya que aspiramos a nacer, vivir y morir en el seno de una familia.
Cada día nos encontramos con distintas formas de coexistir por parte del ser humano, como “grupos” humanos a los que se denomina también familia.

Desde la fe, en cambio,  somos invitados a contemplar  a este único modelo de vida como digno de ser imitado desde la vivencia de la fe.
Precisamente los textos bíblicos, ya sea el libro de Samuel (I Sam. 1,20-22.24-28), como el evangelio (Lc. 2, 41-52), nos presentan a dos matrimonios constituidos por un varón –Elcaná y José- y una mujer –Ana y María-, respondiendo así a la voluntad de Dios que en la creación del ser humano nos hizo varón y mujer, llamados a la complementación como modo de perfección humana, según el designio divino, y a la prolongación por medio de los hijos que del matrimonio tienen su origen.

Es mucho lo que podemos referir acerca del matrimonio y de la familia creyente, convocados a imitar en “nuestros hogares las mismas virtudes” de la Sagrada Familia, pero nos centraremos en lo que prevalece en las familias que menciona la liturgia de hoy, el éxodo de sí y el encuentro con Dios.
Ana, que era estéril, pide a Dios el don del hijo, caminando ella en la esperanza,  saliendo de sí misma, hasta recibir el regalo de Samuel.
Nacido el hijo se lo entrega a Dios como lo había prometido, caminando en la caridad cada año al visitarlo en el templo, llevándole una manta como signo de amor maternal, mientras Dios, que no se deja ganar en generosidad, le concede tres hijos y dos hijas más.

El texto deja en claro que Dios escucha la súplica de quien desea un hijo, en medio de la esterilidad, prometiéndoselo si se le concede lo pedido, manifestando de esa manera que los padres no son dueños de sus hijos, ni éstos,  propiedad de los padres, sino son del Señor a quien han de buscar.
Es habitual que los padres piensen que los hijos son su propiedad, con frecuencia en nuestros días se habla del “derecho al hijo”, como si éste fuera una cosa a la que es posible apropiarse.

No pocas veces se piensa en los hijos como aquellos que deben “brindar satisfacción” a sus padres, ya sea en los estudios, en las justas deportivas, en su futuro buen pasar, reduciendo la paternidad o maternidad a un plano puramente mundano,  donde las relaciones padres e hijos no van más allá del horizonte temporal, del tiempo que dura nuestro paso por este mundo.
No es que esta mirada sobre los hijos sea estrictamente mala o incorrecta, pero sí es incompleta, ya que no vela por lo más valioso, la relación con Dios.
¡Cuántos niños son bautizados y no se los acompaña después a crecer en la fe! ¡Cuántos niños son “enviados” a la catequesis  de comunión y confirmación para quedar luego solos, sin que reciban una mirada sobrenatural de la vida en sus familias!

¿Se preocupan los padres por la salud espiritual de sus hijos? ¿Sufren cuando los ven viviendo en pecado, o sólo interesa la salud corporal?
Para ser objetivos no podemos generalizar ya que hay de todo en la viña del Señor, aunque sí comprobamos que lo más frecuente es la falta de fe, es decir, se carece del convencimiento que los hijos son del Señor, y a Él deben ser ofrecidos siempre en primer lugar.
¡Qué diferentes son los hijos, niños, adolescentes y jóvenes que son educados en la primacía de la fe, de la esperanza y de la caridad en sus vidas! Se cumple en ellos lo que afirma de Jesús el evangelio del día: “Iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia delante de Dios y de los hombres”.

En el texto del evangelio proclamado (Lc. 2, 41-52) se capta enseguida la primacía de Dios para los integrantes de la Sagrada Familia, de manera que todos los años se dirigían para Pascua a Jerusalén.
Además, María y José son conscientes que han sido depositarios de una misión especial, ser custodios del Mesías y, colaborar con su crecimiento en todos los aspectos, hasta que comenzara su vida pública. Por lo tanto, el gozo de ambos se centraba sobre todo en contemplar la piedad del Niño para con su Padre Dios, aunque en sus días mortales la divinidad se escondiera.

Inexplicablemente Jesús se queda ex profeso en Jerusalén, sin avisar a María y José que lo buscan angustiadamente tres días, y lo encuentran en el templo.
A unos padres asombrados les dirá que debía ocuparse de los asuntos de su Padre, señalando así la supremacía de su relación divina, aunque al mismo tiempo cuando regresa a Nazaret vivía sujeto a ellos.
¡Qué hermoso ejemplo, sin olvidar sus obligaciones con los padres de la tierra, dejará en claro la superioridad del amor depositado en el Padre!

Frente a estos ejemplos, alguien podría preguntarse acerca del por qué de esta escala de valores donde Dios tiene la mejor parte en el corazón humano.
La respuesta es muy sencilla, nos la da la misma Palabra inspirada a san Juan (I Jn. 3, 1-2.21-24) “¡Miren cómo nos amó el Padre! Quiso que nos llamáramos hijos de Dios, y nosotros lo somos realmente”.
Si somos hijos de Dios, a Él debemos amarle por sobre todas las cosas y a Él debemos tener presente en primer lugar en todo momento de nuestra vida ya que es el fin último de nuestra existencia como personas, y aunque “lo que seremos no se ha manifestado todavía” tenemos la certeza “que cuando se manifieste seremos semejantes  a Él, porque lo veremos tal cual es”.

Queridos hermanos: como don de Dios que es cada uno de nosotros peregrinemos por este mundo unidos a su divinidad haciendo el bien a todos y atrayendo a cuantos podamos para orientarnos siempre a su encuentro definitivo en la gloria que no pasa jamás.

Padre Ricardo B. Mazza. Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en la Fiesta de la Sagrada Familia. 27 de diciembre  de 2015. ribamazza@gmail.com; http://ricardomazza.blogspot.com.





lunes, 21 de diciembre de 2015

Las dos partes de la misericordia divina



 Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 21-12-15

Uno de los mejores ejemplos de la misericordia divina es la escena de la adúltera narrada en Jn 8, 3-11. No se trata de una parábola, como la del Hijo Pródigo o la del Buen Samaritano, sino de un hecho real y que, además, estaba preparado por sus enemigos para tenderle al Señor una trampa.

Sabían, porque era notorio, que Jesús era misericordioso y que le resultaba imposible matar o permitir que mataran a un pecador; a la vez sabían que era respetuoso de la Ley, aunque no dudara en incumplirla cuando estaban en juego bienes mayores, como hacía cuando debía curar a alguien en sábado. Por eso sus enemigos eligieron la “tormenta perfecta”; incumplir la ley por curar a un enfermo era una cosa, pero incumplirla por proteger a un pecador era otra; si en el primer caso podía contar con la simpatía popular, en el segundo no. Sabemos cómo resolvió Jesús el problema: puso de manifiesto que los acusadores también eran pecadores y les advirtió, discretamente, que la medida que usaran la usarían con ellos, con lo cual salvaba la vida a la adúltera. Pero no terminó la cosa ahí; el relato concluye con el diálogo entre Jesús y la mujer y la última frase del mismo es: “Vete y no peques más”. Sin este final, Cristo habría estado convirtiéndose en un protector no sólo de los adúlteros sino también del adulterio.

Hay, pues, un reconocimiento por parte del Señor de que el adulterio es un pecado –y así se lo recuerda a la mujer, por si ella lo ha olvidado- y hay un rechazo del mismo. Es decir, sí hay en este pasaje evangélico una condena, pero ésta recae sobre el pecado y no sobre el pecador. A éste se le abre la puerta del arrepentimiento, se le da la oportunidad de volver a empezar, se le pide que cambie, que se corrija, que luche y que mejore. La escena narrada por San Juan es como una instantánea que tuvo una continuación que no conocemos. ¿Qué fue de la adúltera? ¿Siguió pecando o se convirtió en una santa? No lo sabemos. Sí sabemos, en cambio, que el Señor no es un aliado del pecado, al que condena, sino que es misericordioso con el pecador y lo es tanto porque le hace ver que lo que ha hecho está mal –la verdad es el primer acto de misericordia para con la adúltera- como porque le da la oportunidad de arrepentirse y cambiar de vida.

¿Dónde se lleva a cabo todo esto ahora? En el confesonario. Allí acudimos ante el juicio del Dios de la Misericordia con humildad, sabiendo que no tenemos derecho a su perdón porque éste es un don, pero suplicándole que nos lo conceda. Pero también acudimos con un propósito de enmienda, tan importante como el arrepentimiento, pues sin él la propia confesión es incompleta. Acudimos al confesonario porque alguien tuvo la caridad de enseñarnos la verdad y gracias a eso podemos reconocer que hemos obrado mal. Pero sobre todo acudimos porque tenemos necesidad de que Dios nos perdone y tenemos también esperanza en que, con su gracia, podremos evitar cometer de nuevo ese pecado. Verdad y misericordia se unen en la confesión. Sin la primera, no pediríamos perdón porque creeríamos que no tenemos nada de que arrepentirnos; sin pedir perdón no lo recibiríamos y además no haríamos ningún esfuerzo por cambiar, lo cual nos haría muchísimo daño. Claro que la verdad no basta, pues no es suficiente un buen diagnóstico si no hay luego una buena terapia, pero lo mismo que ésta no puede existir sin aquel, no puede haber misericordia sin verdad. O, lo que es lo mismo, la misericordia tiene dos fases y la primera de ellas es enseñar a distinguir el bien del mal, reavivar la conciencia de pecado.

Todo esto lo sabe bien el Papa Francisco. Por eso esta semana ha animado a confesarse, porque allí, ha dicho, “recibimos directamente la misericordia divina”. En realidad, lo que se recibe en el confesonario es la segunda parte de la misericordia. La primera ya se recibió cuando alguien enseñó al penitente que lo que había hecho estaba mal.

miércoles, 16 de diciembre de 2015

Adviento, ante las elecciones



 Antonio CAÑIZARES, cardenal arzobispo de Valencia

catolicos-on-line, 16-12-15

Cuando escribo este artículo semanal, los españoles estarán pensando y decidiendo cuál será el sentido del voto que depositarán en las urnas el próximo domingo, 20 de diciembre.

Todos tenemos la responsabilidad de votar, es un deber y un derecho, y una responsabilidad que todos tenemos. Todos anhelamos y deseamos lo mejor para nuestra querida España. No puedo olvidar, por lo demás,que nos encontramos en Adviento. Mi reflexión, por ello, sin desentenderme de los acontecimientos, se centra en el tiempo de Adviento. 
En él, la Iglesia pide que se rasguen los cielos, que se abran, y venga a nosotros la salvación, el Salvador, que tantísimo necesitamos. Me centro en el Adviento porque los cristianos podemos y debemos hacer mucho, en cuanto cristianos, en la hora crucial y crítica que vivimos. Somos muchos en España, la mayoría.

Como cristianos, somos invitados a cruzar con el Adviento el umbral de la esperanza, máxime con las puertas abiertas del Año de la Misericordia: tenemos una responsabilidad muy especial, que surge de la fe y la esperanza que anuncia el Adviento, y nos impele a ser consecuentes con lo que somos y esperamos. El cristianismo no es una ideología más o menos duradera. Es la presencia de un hecho único, irrevocable, sin parangón en la historia de los hombres. Este hecho es una Persona: Cristo, que nos ha traído a Dios y nos ha revelado que Dios es Amor, lo ha apostado todo por el hombre y no se reserva ni escatima nada. En medio de signos sombríos, para muchos resultará difícil la esperanza y confiar en palabras proféticas tales como las que escuchamos en el Adviento: «De las espadas se forjarán arados, y de las lanzas podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo».

¿Confiar acaso en ellas cuando vemos cómo las armas de la injusticia originantes de falta de trabajo, hambre, tantas calamidades, se ceban dramáticamente sobre los que padecen esta situación? Por eso, los cristianos escuchamos una llamada para dirigir nuestra mirada a Cristo, abrir de par en par nuestras puertas a Él, dejar pasar la luz y caminar en la luz que viene de Él. La llamada que escuchamos los cristianos esa caminara la luz de Jesucristo, a dejar las obras de las tinieblas y de la oscuridad, es decir, a dejar de una vez: el egoísmo, el rencor, el medro personal por encima de todo, el afán y ambición de poder, la pasión de acumular para sí por encima de los otros, el olvido del bien común y la falta del respeto debido a la dignidad personal e inalienable que tiene todo ser humano, la búsqueda de bienestar a costa que de lo que sea y de quien sea, la mentira, el engaño, el relativismo, la injusticia, el cerrar las entrañas ante la necesidad y miseria del hermano necesitado, del inmigrante o del refugiado, la destrucción de la familia o de la vida, el vivir de espaldas a Dios, etc. Este año el Adviento llama con apremio a los cristianos a pertrecharnos de la misericordia.

Por encima de todo está Dios y el hombre, está la familia, está la verdad, está el bien común, está sencillamente el bien, está el amor al hombre que sólo de Dios podemos aprender para amar con ese amor: total, sin medida, desinteresado, gratuito, hasta el extremo, indefectible, que no nos deja solos ni en la estacada, cuya predilección son los pobres y los últimos, siempre perdona y disculpa, ese amor que tantísimo todos estamos necesitando. Sin ese amor por el hombre nada va a cambiar, nada puede cambiar. El Adviento interpela a los cristianos a que abramos de par en par las puertas al amor de Dios. El Adviento este año en los cristianos, sobre todo, debería resaltar/reavivar la caridad y elamor, en su doble einseparable faceta de amor a Dios y a los hermanos, que tiene en Dios-con-nosotros (Emmanuel) su hontanar y su meta.

En realidad, la certeza y experiencia viva de lo que Dios ha hecho por los hombres lleva a los cristianos, en la situación actual, a desear apasionadamente y a trabajar por que la forma de vida de todos sea la caridad, la misericordia, la justicia, la amistad que colabora y no se echa atrás en la  búsqueda y la aportación de soluciones al bien común y de la persona, por encima de barreras, de intereses, de aspiraciones individuales, de miedos o temores. Este amor es una realidad posible, se abre y se extiende sin cesar, reconoce la verdad y el bien de que es portadora o reclama toda persona, aprecia la razón y la libertad detodos, facilita la búsqueda libre y honesta del bien común, y la cooperación de todos a ese bien. Ese amor, que es amistad, solidaridad, más aún que es caridad,más imperativo todavía que la justicia y la solidaridad, es posible si nos acercamosmása Dios.

Esto, especialmente para los cristianos, se traduce ahora en colaborar decididamente en «políticas sociales y económicas responsables y promotoras de la dignidad de las personas, que propicien el trabajo para todos», para tantas familias y jóvenes singularmente afectados; en estar en primera fila de compromiso con «políticas que favorezcan la iniciativa social en la producción y que incentiven el trabajo bien hecho, así como la justa distribución de las rentas», corrijan errores y atiendan a las necesidades de los más vulnerables.


El momento reclama también de los cristianos estar en primera fila en la tutela, promoción y testimonio de la familia y de su verdad, en la defensa y promoción de la vida, y de cuanto haya que hacer ante la emergencia educativa que padeceremos y ante la urgencia de una cultura fiel a sus raíces, en un proyecto común. Todo ello entra dentro de la caridad, con su dimensión social y política. El Adviento pide estar vigilantes y despiertos, no cruzados de brazos como espectadores: exige preparar los caminos al Señor que llega, lo cual también comporta cooperar decididamente en la regeneración humana, moral, social, política y cultural de nuestro pueblo. Con Dios, ¡manos a la obra!

lunes, 14 de diciembre de 2015

La misericordia se ríe del juicio


Santiago MARTÍN, sacerdote

catolicos-on-line, 14-12-15

El Año santo de la Misericordia ha comenzado. Es, como ha dicho el Papa, un tiempo de gracia en el que la Iglesia quiere mirar hacia Dios para verle como modelo de ternura y compasión. Un modelo que después tenemos que aplicar en nuestra vida. Por eso el Santo Padre, el inaugurar esta semana este gran acontecimiento ha puesto como referente a la figura del Buen Samaritano, aquella maravillosa parábola en la que Cristo expone las características de la caridad que quería que tuvieran sus seguidores. También ha expresado el Papa su deseo de que en este Año Santo la misericordia se imponga sobre el juicio.

Estas palabras del vicario de Cristo me han hecho recordar aquellas que escribió el apóstol Santiago en su carta. El versículo 2,13 dice: “El que no tiene misericordia será juzgado sin misericordia. La misericordia se ríe del juicio”.

La frase es tan contundente, tan clara, que parecería que el apóstol que fuera obispo de Jerusalén y pariente próximo del Señor está queriendo indicar con ella que no va a haber juicio o que, si lo hay, todo el mundo va a ser absuelto en él, nadie va a ser condenado. 
Sin embargo, la carta de Santiago es un texto que se escribe en un contexto de polémica teológica, la que este apóstol y el sector de la Iglesia que él representaba mantenía contra San Pablo y sus seguidores. El tema de fondo era la necesidad de las buenas obras que, aparentemente, había sido relativizada por Pablo en su carta a los Romanos, a lo que Santiago le contesta que la fe sin obras es una fe muerta. 
Es decir, que el texto en el que se inscribe la frase “la misericordia se ríe del juicio” no es el de un documento que invita a minimizar la necesidad de las buenas obras, sino todo lo contrario. Santiago, el que escribe esa frase, es el gran defensor de que el juicio será precisamente sobre el comportamiento que hayamos tenido en la tierra y que no va a haber igual trato para todos.

Entonces, ¿qué es lo que quiere decir este apóstol con esa frase? Para entenderlo, quizá hay que aclarar bien lo que significaba la misericordia para la primera comunidad cristiana, hija espiritual de lo mejor del Antiguo Testamento. Ante todo, la misericordia no era para un judío creyente algo inmediato, algo que pudiéramos calificar de “derecho”, sino que era un don inmerecido que Dios daba a su pueblo cuando éste se arrepentía de su mal comportamiento. Es decir, la misericordia divina era siempre inmerecida, era gratuita, pero el que se beneficiaba de ella lo hacía porque reconocía su pecado y pedía perdón, prometiendo no volver a pecar. Este es el significado que Santiago da a la frase: “La misericordia se ríe del juicio”. 

Es decir, aunque el juicio fuera de condenación, si el pecador pedía perdón la misericordia de Dios actuaba eliminando el justo castigo que las malas acciones cometidas merecían. Pero siempre, absolutamente siempre, era requisito imprescindible para esa actuación generosa del Dios de la misericordia que el pecador reconociera su pecado, pidiera perdón y tuviera propósito de enmienda.

Esta enseñanza del Antiguo Testamento, incorporada al Nuevo no sólo a través de textos como el de Santiago, es la que ha mantenido la Iglesia hasta nuestros días. Ahora, sin embargo, nos encontramos con una nueva interpretación del concepto de misericordia. Ya no haría falta para que ésta actuara la petición de perdón por parte del pecador, ni su arrepentimiento y propósito de enmienda. Más aún, ni siquiera sería necesario que el pecador fuera consciente de que lo que hace está mal hecho. 

La nueva visión de la misericordia divina la presenta como una anulación total y de raíz de las consecuencias del pecado para el pecador, sin reclamarle a éste nada a cambio. Sería algo así como decirle: puedes pecar lo que quieras y no te va a pasar nada, ni siquiera si insistes en tu pecado o incluso si niegas que lo que haces mal es pecado; sea lo que sea lo que hagas, como Dios es tan bueno te lo va a consentir todo –incluso el concepto de “perdón” estaría mal visto en esta nueva visión de la misericordia y sería sustituido por el de “tolerancia” o el de “consentimiento”-.

La cuestión no sólo es si este cambio en el concepto de misericordia es fiel a las enseñanzas de Cristo, sino también si esto es bueno para el propio hombre. La tolerancia ante el pecado, la desaparición incluso del concepto de pecado, la narcotización de la conciencia, ¿de verdad beneficia al hombre? Y me refiero no sólo a la víctima del pecador, que ni siquiera recibe el consuelo de que los hombres y Dios digan que quien le ha herido ha obrado mal; me refiero también al propio pecador, al cual se le anula radicalmente la conciencia y se le invita a seguir haciendo el mal sin ningún tipo de remordimiento.


La misericordia se ríe del juicio, efectivamente. Pero no se ríe ni de Dios ni de la realidad. La misericordia de Dios, que es infinita y que no nos la merecemos, llega a nosotros cuando pedimos perdón por nuestros pecados y sólo entonces. Y lo hace no sólo como un elemento básico de otra característica de Dios, su justicia, sino también porque es lo mejor para el propio hombre. Una misericordia que no esté precedida por la conversión y seguida por el agradecimiento nos destruiría. Sólo nos salvará aquella que tenga un antes y un después. El antes es el arrepentimiento y el después la acción de gracias, la Eucaristía.

El Papa crea nueva Comisión

 para las actividades de la Iglesia en el sector sanitario
           
           
VATICANO, 12 Dic. 15 / 09:06 am (ACI).-

 El Papa Francisco ha creado una nueva comisión que controlará las diversas actividades de la Iglesia en el sector sanitario. Se trata de la “Pontificia Comisión para las actividades del sector sanitario de las personas jurídicas públicas de la Iglesia” y ha sido anunciado hoy mediante un comunicado del Vaticano.

Según el texto, “el Pontífice, en la audiencia concedida al Subsecretario de Estado el pasado 7 de diciembre, recibió oportunas informaciones relativas a las particulares dificultades de las personas jurídicas públicas de la Iglesia que operan en el sector sanitario”. Por ello, “a fin de contribuir a una gestión más eficaz de las actividades y a la conservación de los bienes, manteniendo y promoviendo el carisma de los Fundadores y hasta que no sea dispuesto de otra manera, ha otorgado el mandato al Secretario de Estado de instituir una Comisión Especial, llamada “Pontificia Comisión para las actividades del sector sanitario de las personas jurídicas públicas de la Iglesia”.

La Comisión se regirá por una serie de normas dispuestas por el Secretario de Estado, el Cardenal Pietro Parolin:

– Le serán aplicados los principios y las normas establecidas en la Constitución Apostólica Pastor Bonus y en la Regulación General de la Curia Romana, en cuanto son aplicables y no incompatibles. La Comisión está dotada de una Regulación Propia.



– La Comisión será compuesta por un Presidente y seis expertos en las disciplinas sanitarias, inmobiliarias, de gestión, económico-administrativas y financieras. La Comisión podrá delegar parte de las propias funciones de uno o más miembros y será asistida por una Secretaría.

– Por cuanto concierne al nombramiento y la duración del mandato de los miembros y expertos de la Comisión, serán aplicadas las normas que regulan los Dicasterios de la Curia Romana.

– La Comisión, que hará referencia directa al Secretario de Estado, podrá cumplir cada acción jurídica y financiera finalizada en el valido y adecuado de las tareas encomendadas.

– La Comisión deja a las Congregaciones de la Curia Romana, de cuyas personas jurídicas públicas interesadas dependen, el consenso necesario, vinculante para la concesión de las autorizaciones canónicas en orden a la destitución o reorganización de las actividades y/o de los inmuebles relativos al sector sanitario. La Comisión está dotada de poderes de acceso a los hechos de recursos para el desarrollo de la propia actividad. La Comisión puede asignar encargos a sociedades, profesionales y consultores.

A la Comisión le es confiado:

– El estudio general sobre la sostenibilidad del sistema sanitario de las personas jurídicas públicas de la Iglesia (presupuestos, características, vínculos, modalidades operativas y de gestión, actualidad de los objetivos del sistema sanitario de las personas jurídicas públicas en fidelidad a la propia naturaleza, a la propia misión y al propio carisma, para definir así una posible estrategia operativa de largo periodo también en relación a los principios de la Doctrina Social de la Iglesia.

– La propuesta para la resolución de las situaciones de crisis en función de los resultados del estudio más general y activando todos los recursos posibles en colaboración con los Responsables de las personas jurídicas públicas interesadas.


– El estudio y la propuesta de nuevos modelos operativos para las personas jurídicas públicas operantes en el sector sanitario, en grado de llevar a cabo el carisma originario en el contexto actual. 

viernes, 11 de diciembre de 2015

La Inmaculada Concepción de María

 nos asegura  la victoria de la gracia sobre el pecado


Padre Ricardo B. Mazza.

Nos hemos congregado en este día para celebrar  a la madre de Jesús en esta fiesta,  la de su Inmaculada Concepción, cuando Ella es engendrada sin la culpa del pecado original, porque había sido elegida como Madre del Salvador.
María es el instrumento apto para  la entrada de Jesús en la vida cotidiana del hombre, y por su acción de Mediador, recuperamos la vida divina perdida por el pecado de los orígenes, del que nos habla el libro del Génesis (3, 9-15.20).
San Pablo (Ef. 1,3-6.11-12) nos da la clave de todo esto diciendo que Dios Padre “nos ha bendecido en Cristo con toda clase de bienes espirituales en el cielo, y nos ha elegido en Él, antes de la creación del mundo, para que fuéramos santos e irreprochables en su presencia, por el amor”. De esta manera queda claro que nuestra vocación mira a vivir en santidad, como hijos adoptivos de Dios que somos, estamos llamados a vivir la grandeza propia de las criaturas más perfectas del Creador.

El pecado nos lleva siempre a la lejanía de Dios, a la denigración de la misma persona humana, mientras que la gracia de Dios eleva al ser humano  y le permite entrar de lleno en esta vida  de amor que siempre Dios ofrece.
En el día de hoy en Roma el papa Francisco comenzó el Año de la Misericordia, abriendo la llamada puerta santa,  signo a través del  cual el creyente es llamado en todo el mundo, a animarse a ingresar en este camino misericordioso que el Padre nos ha mostrado por medio de su Hijo.
Precisamente la fiesta que hoy celebramos es todo un indicio de lo que celebraremos en el Año de la misericordia, ya que la Inmaculada Concepción de María es la victoria de la gracia sobre el pecado.

Es un anuncio de que Dios quiere otorgarnos su gracia, es decir, desbordar en el ser humano su favor  para hacernos agradables ante su presencia.
El papa Francisco al entrar por la puerta santa nos invita a encaminarnos a la misericordia divina ofrecida, con la seguridad de obtenerla, si arrepentidos estamos de habernos separado del Amor misericordioso.
Precisamente al elegir a María como morada digna del Hijo de Dios hecho hombre, se manifiesta de manera elocuente que en Ella estamos llamados a ingresar a la misericordia divina ofrecida por el Salvador del mundo, sustraídos de esa manera de las miserias del pecado, para vivir en la grandeza de los hijos de Dios.

Estamos celebrando esta Eucaristía parroquial durante la cual un grupo de niños de la catequesis recibirán por vez primera a Jesús el Buen Pastor.
Para estos niños, es un modo concreto de ingresar a la misericordia del Padre traída por Jesús, porque ¿quién puede invocar que es digno de recibir a Cristo como alimento y bebida de salvación?
Nosotros los adultos, ¿podemos decir que somos tan santos que merecemos la Eucaristía, el Pan vivo bajado del cielo?
Es posible que nos hayamos acostumbrado tanto a comulgar cada domingo, que no prestemos atención para considerar si realmente estamos preparados, es decir, sin pecado grave, para recibir dignamente al Señor.

Recibir a Jesús en el pan y vino consagrados, supone abrir el corazón de cada uno para decirle  “yo quiero estar contigo, deseo comprometerme con tu Persona y tus enseñanzas, quiero vivir según la verdad y el bien”.
Ingresar en el campo de la misericordia divina  debiera expresar siempre nuestra decisión de entrar en comunión con Dios Hijo.
Queridos niños: Jesús entrará en el corazón de ustedes por primera vez hoy, que esto signifique no meramente la realización de una etapa  más en el itinerario  de fe, sino el inicio de un compromiso más profundo con Jesús.
Que este encuentro signifique el ingreso de la misericordia divina en la vida de ustedes con la abundancia de los dones divinos que Él quiere entregar siempre al hombre de buena voluntad.

Queridos niños: a medida que pase el tiempo, ustedes irán creciendo y madurando como varones y mujeres, en los distintos ámbitos de la vida.
No olviden crecer también en la fe que los lleve a unirse más a Cristo, en la vivencia de la esperanza por la que deseen siempre el encuentro definitivo con quien nos quita los pecados y nos introduce en el mundo nuevo del favor divino, no olviden crecer en la experiencia de una caridad cada vez más comprometida  con Dios  y con los demás.
Todos nosotros, niños, jóvenes y adultos, estamos llamados en este Año de la Misericordia, a trabajar para alejarnos de todo lo que impida una entrega mayor con Dios y a nuestros hermanos, creyentes o no.

Descubramos que Dios no se deja ganar en generosidad, de modo que cuanto más nos entreguemos a Él, más recibiremos de su bondad.  
Si por el contrario cerramos nuestro corazón a Cristo, o no consideramos importante el tenerlo en primer lugar en nuestra vida, iremos perdiendo la felicidad propia de los hijos de Dios hasta llegar a no verle sentido alguno a la existencia humana.
Pero como el hombre no puede vivir sin orientarse a la felicidad que todos apetecemos, se buscan otros bienes y realidades que sustituyan al Dios verdadero, agudizándose  así más y más el vacío interior, situación frecuente en nuestros días, aunque se pretenda vivir en la ilusión de una plenitud que nunca llega realmente.

Hermanos: aprovechemos el tiempo de Adviento para descubrir la misericordia de Dios anunciada y alcanzada por nosotros el día del nacimiento de Jesús. Caminemos en esperanza por este mundo sediento de la ternura de Dios, hasta que lo encontremos  en su segunda venida.
Aprovecho la ocasión para pedirles a los padres de estos niños, que no descuiden la transmisión de la fe a sus hijos, que se dispongan en este Año de la Misericordia a dejar entrar en sus vidas a Jesús, y también en la familia, de modo que por la docilidad al llamado de Dios, seamos plenos de los favores divinos, como lo fue María Santísima, a la que se le concedió la  gracia particular de nacer sin la mancha del pecado original.



Padre Ricardo B. Mazza.
Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina. Homilía en el Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María Santísima. 08 de diciembre  de 2015. http://ricardomazza.blogspot.com; ribamazza@gmail.com.-



jueves, 10 de diciembre de 2015

Una reflexión sobre cuestiones teológicas en torno a las relaciones entre católicos y judíos en el 50 ° aniversario de Nostra Aetate

COMISIÓN PARA LAS RELACIONES RELIGIOSAS CON EL JUDAÍSMO

"LOS DONES Y LA LLAMADA DE DIOS SON IRREVOCABLES" (Rm 11:29)


 ÍNDICE
1. Breve historia sobre el impacto de "Nostra Aetate" (Nº.4) en los últimos 50 años
2. El estatuto teológico especial del diálogo Judío-Católico
3. La revelación en la historia como "Palabra de Dios" en el Judaísmo y en el Cristianismo
4. La relación entre Antiguo y Nuevo Testamento, Antigua y Nueva Alianza
5. La universalidad de la salvación en Jesucristo y la Alianza irrevocable de Dios con Israel
6. El mandato de la Iglesia de evangelizar en relación al Judaísmo
7. Las metas del diálogo con el Judaísmo

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