sábado, 28 de noviembre de 2015

Terrorismo islámico, mucho más que pobreza


Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 28-11-15

El Papa está en África, visitando no unos países cualesquiera ni en un momento cualquiera. Algunos de esos países, como Kenia o república Centroafricana, son de los más golpeados por el terrorismo islámico. En cuanto al momento, no hay día sin atentados o sin amenazas gravísimas para la paz mundial, como el derribo del avión ruso por los turcos, por ejemplo. Por eso tiene un gran mérito por parte del Pontífice haber querido llevar a cabo este viaje; no se trata de un viaje suicida, como bien ha dicho el secretario de Estado cardenal Parolín, pero a la vez el Vaticano no podía permitir que la agenda del Papa se la dictasen los terroristas; la anulación de la visita ya habría sido un triunfo para ellos.

Las primeras palabras del Pontífice en la primera escala de su visita, Kenia -las palabras más escuchadas por el mundo, porque la expectación era mayor-, han sido para condenar tanto el terrorismo como la pobreza, relacionando ambas cosas. No cabe duda de que el Papa tiene razón: habrá menos terrorismo cuando haya menos pobreza, del mismo modo que si hubiera una distribución más justa de la riqueza habría menos revoluciones violentas en el mundo. El “arriba parias de la tierra” de los marxistas se canta precisamente porque hay “famélica legión”. Ahora bien, considero un error –y un grave error- unir pobreza con terrorismo como si una fuera la única causa o al menos la principal causa del otro. Relación, sí; relación simplista de causa y efecto, no.

Marx era ateo, lo mismo que Lenin y Stalin. Pero también lo era Feuerbach. Y Freud. Y Nietzsche. Y lo eran los padres de la Ilustración –o por lo menos estos eran “deístas” anticatólicos-, desde Danton a Voltaire pasando por Robespierre. Si los “ilustrados” creían en la “diosa razón” y los hegelianos creían en la “diosa idea” (que para los de izquierda como Marx era creer en el “ideal” de la liberación de los oprimidos mediante la dictadura del proletariado, y para los de derecha como Nietzsche era creer en el “ideal” del superhombre que dio lugar al nazismo) ambos tenían en común un concepto exclusivamente animal del ser humano. 

El hombre no tiene alma. El hombre es, como un cerdo, una vaca, un caballo –animales domesticados- o como un tigre, un león o un lobo –animales regidos por la ley de la selva-, un mero animal que se mueve sólo por instintos, aunque estos estén relativamente controlados por su razón, por ideales o, simplemente, por interés y miedo. Este concepto ateo del hombre, que marca la cultura –y por lo tanto la economía y la política- de los dos últimos siglos en el mundo, ha sido heredado por los que impulsan el nuevo orden mundial. Para ellos, como para los “padres de la sospecha” que los precedieron, el hombre será feliz cuando vea satisfechas sus necesidades instintivas –comida, casa, sexo- y, como mucho, las culturales –diversión, estética, esparcimiento-. Todo es economía para ellos. Por eso han minusvalorado la capacidad revolucionaria violenta del Islam. 

Fracasaron en Irán, que fue el inicio, cuando el Sha fue expulsado del país por los clérigos radicales. Fracasaron en Iraq, cuando pensaron que derribando a Sadam ya estaba todo hecho. Han fracasado en Afganistán y ahora lo están haciendo en Libia, en Túnez, en Siria y en buena parte de ese África que visita el Papa. Han fracasado porque, desde su miopía atea, han creído que el radicalismo islámico desaparecería cuando la gente fuera menos piadosa y que eso ocurriría cuando tuvieran más dinero. He oído muchas veces decir: lo que el Islam necesita es una Ilustración; es decir, lo que el Islam necesita es perder la fe. Justo porque creen en eso es por lo que los clérigos musulmanes más radicales animan a sus fieles a rechazar un modelo occidental que consideran como el principal enemigo de su religión.


El nuevo orden mundial ateo está fracasando y lo está haciendo no sólo en Siria o Irak, sino en los barrios de París, de Londres, de Bruselas, de Colonia, de Estocolmo. Allí hay muchos jóvenes que económicamente están más o menos bien –otros, ciertamente, están mal- y que ponen bombas o se inmolan llevándose a unos cuantos por delante. Ellos son los que demuestran que la ecuación: “pobreza igual a terrorismo” no es cierta y que ahí las matemáticas fallan. 

Si lo que buscas es dinero, robas un banco o creas un partido político para llegar al poder o haces un golpe de Estado, pero no te suicidas. La pobreza influye en el terrorismo, pero en este tipo de terrorismo hay algo más, hay mucho más. Esta revolución es diferente a la que llevó a la multitud hambrienta de Rusia a asaltar el palacio de invierno. 

El terrorismo islámico es la protesta brutal e injustificada de unos creyentes que experimentan al Occidente del nuevo orden mundial como unos agresores contra lo que ellos más quieren: su religión, su Dios, su alma. El mundo sin Dios choca contra un mundo creyente que –al menos en los casos más radicales- justifica la violencia. Identificar pobreza con terrorismo es seguir ciegos ante las causas del problema y sin ir a la raíz no se solucionará la violencia.

La web de los obispos alemanes insulta a los católicos africanos



Jorge SOLEY, economista
catolicos-on-line, 28-11-15

No hace falta recordar los desagradables comentarios del cardenal Kasper durante el Sínodo extraordinario celebrado hace ahora algo más de un año, despreciando a los africanos y sus tabúes y afirmando que no nos pueden dar lecciones a nosotros, ilustrados europeos. El escándalo que se formó no dejó en muy buen lugar al cardenal alemán, que vio como caían como una avalancha sobre él las acusaciones de soberbia y racismo apenas encubierto.

Uno pensaba que estas cosas no se repetirían, si no por un sincero propósito de la enmienda, al menos por un mínimo de prudencia táctica. Pero es lo que tiene la soberbia, que vuelve a aflorar a la que te relajas. Y sí, lo han vuelto a hacer. Ante la visita del papa a tres países africanos esta semana, un artículo en la página web de la Conferencia Episcopal Alemana, Katolisch.de, vuelve a atacar a los ignorantes y atrasados africanos.
Allí, en un artículo titulado “La Iglesia Pobre y Romántica”, un tal Björn Odendahl escribe lo que sigue:

“Por supuesto la Iglesia está creciendo en África. Crece porque la gente es socialmente dependiente y a menudo no tiene nada más que su fe. Crece porque la situación educativa allí está, en promedio, en un nivel bastante bajo y la gente acepta respuestas sencillas a preguntas difíciles de fe [sic]. Respuestas como las del Cardenal Sarah de Guinea. E incluso el creciente número de sacerdotes son el resultado no sólo del ímpetu misionero, sino también el resultado del hecho que el sacerdocio es una de las pocas posibilidades para tener seguridad social en el continente negro”.

Vamos, que los negros de África son católicos porque son tan pobres que así se consuelan en su miseria, no como los alemanes que, en su opulencia, pueden tirar a la basura algo tan ridículo como la fe. Bueno, no todos. También algunos son católicos porque son tan ignorantes y necios que se tragan las respuestas simplonas de sus obispos y cardenales (Sarah, Arinze, Napier, todos negros, carcas e infinitamente menos sofisticados que los purpurados alemanes) ¿Y qué decir de los sacerdotes? Ni gracia de Dios que suscita vocaciones, ni generosidad para acogerla, el boom de jóvenes sacerdotes africanos se debe a que al menos así tienen algo que llevarse a la boca y pueden ir a un hospital cuando les muerde una pitón o un león. La verdad, parece difícil superar esta muestra de paternalismo despectivo con tintes racistas.

Y esto lo publica la web de una Conferencia Episcopal que, hace pocos días tenía que escuchar de boca del Papa Francisco que la fe católica estaba sufriendo una fuerte erosión en Alemania, un “fuerte descenso en la asistencia a la misa dominical y de la vida sacramental” y donde “el sacramento de la Penitencia con frecuencia ha desaparecido. Cada vez menos católicos reciben la Confirmación o contraen un matrimonio católico. El número de vocaciones al ministerio sacerdotal y a la vida consagrada ha disminuido notablemente”. Menudo panorama para dar lecciones.
Los consejos del Papa para revitalizar la Iglesia católica en Alemania eran la promoción de la confesión: “Confío en que se dará mayor atención a este sacramento, tan importante para una renovación espiritual, en los planes pastorales diocesanos y parroquiales durante el Año Santo y después”, la defensa de la vida: “la Iglesia no debe cansarse nunca de ser abogada de la vida y no debe retroceder en el anuncio de que la vida humana debe protegerse incondicionalmente desde el momento de la concepción hasta la muerte natural” y el no atarse a la rica burocracia que la Iglesia en Alemania ha desarrollado: “se inauguran estructuras siempre nuevas para las cuales al final faltan los fieles. Se trata de una suerte de nuevo pelagianismo que nos lleva a volver a poner la confianza en las estructuras administrativas, en las organizaciones perfectas”. 

Después de leer lo que publica la web de la Conferencia Episcopal Alemana parece que estos consejos han entrado por un oído y han salido por el otro. ¿Confesión? Ni que fuéramos unos ignorantes africanos que aún creen en la magia ¿Defensa de la vida? Que poco sofisticado, con la de matices que hay en esto del inicio y del final de la vida. ¿No estar atados a nuestra burocracia? ¡Con lo bien que vivimos! ¿Acaso no querrá el Papa que nos convirtamos en unos pobretones miserables como los africanos?


Por suerte los africanos no leen Katolisch.de, lo que es una gran ventaja. Son pobres, simples, ignorantes y comen cosas impronunciables. También son fieles al Evangelio, al Magisterio y a la Tradición. Y no se tragan la cháchara modernista. Quizás por eso hay más 200 millones de católicos africanos, tres veces más que hace 30 años, se ha triplicado el número de seminaristas en los últimos 25 años o hay un 40% más de sacerdotes que hace 15 años. Quizás por eso son una iglesia viva, dinámica y floreciente.

viernes, 27 de noviembre de 2015

La Iglesia y las religiones no cristianas


Antonio CAÑIZARES
 cardenal arzobispo de Valencia

catolicos-on-line, 26-11-15

Hace unos días se cumplieron 50 años de la breve, pero muy importante, Declaración Nostra Aetate del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia y las religiones no cristianas. Sólo comprende cinco puntos. En el primero relaciona la religión con la respuesta al enigma del hombre formulado en una serie de preguntas sobre el problema humano, semejantes a las que aparecen en Gaudium st Spes, 10: «Los hombres esperan de las religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana que hoy como ayer conmueven íntimamente su corazón» (Nostra Aetate1).

La religión, en consecuencia, se debe situar en la línea de las respuestas que el hombre busca a sus interrogantes más profundos; así pues, las religiones «tratan de responder a la inquietud de corazón humano proponiendo caminos, es decir, doctrinas normas de vida y rito sagrado» (NAe2). El Concilio afirma que «la Iglesia católica no rechaza nada de lo que en otras religiones hay de santo y de verdadero. Considera con sincero corazón los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo que es ‘‘el Camino, la Verdad y la Vida’’ (Jn. 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (NAe 2, par. 2).

A continuación, en fidelidad a estos principios, añade que la Iglesia «exhorta a sus hijos a que, con prudencia y caridad, mediante el diálogo y la colaboración con los seguidores de otras religiones, dando testimonio de fe y vida cristiana, reconozcan, guarden y promuevan aquellos bienes espirituales y morales, así como los valores socio-culturales que se encuentren en ellos» (NAe 2, par. 3). 
Seguidamente la Declaración se refiere, en concreto, a algunas religiones, comenzando por el islam, del que dice: «La Iglesia mira también con aprecio a los musulmanes que adoran al único Dios vivo y subsistente, misericordioso y omnipotente. Creador del Cielo y de la tierra, que habló a los hombres, a cuyos ocultos designios procuran someterse por entero, como se sometió a Dios Abraham, a quien la fe islámica se refi ere de buen grado» (NA e, 3). 

La referencia conciliar a la religión judía (n. 4) es la más extensa y detenida. El Concilio quiso cortar de base toda raíz religiosa al antisemitismo que tan trágicamente se había manifestado en la primera mitad de siglo. La Declaración conciliar afirma que «la Iglesia de Cristo reconoce que los comienzos de su fe y de su elección se encuentran ya en los Patriarcas, en Moisés y los Profetas». Confiesa que todos los fieles cristianos, hijos de Abraham según la  fe, están incluidos en la vocación del mismo patriarca y que la salvación de la Iglesia está místicamente prefigurada en la salida del pueblo elegido de la tierra de la esclavitud. La Iglesia católica deplora los odios, persecuciones y manifestaciones de antisemitismo de cualquier tiempo y persona, desea fomentar el mutuo conocimiento y aprecio entre ellos, que se consigue, entre otras cosas, por medio de los estudios bíblicos y teológicos y con el diálogo fraterno. 

En la esfera cristiana, asumir la Shoah fue sin duda uno de los motivos que llevó a elaborar Nostra Aetate, pero no el único. Esta Declaración conciliar abrió nuevas perspectivas para las relaciones del cristianismo con otras religiones, en particular para las relaciones hebreos-cristianos; su mensaje permanece vivo y actual como una brújula decisiva de todos los esfuerzos hacia un diálogo, encuentro, respeto y colaboración de la Iglesia con las religiones. Ante Dios, los hombres tienen la misma dignidad, sea cual sea el pueblo, la cultura o la religión.

La Declaración conciliar Nostra Aetate habla con gran estima de los musulmanes y de los que pertenecen a otras religiones. Después de 50 años, podemos decir con gratitud que ha producido numerosos frutos. Sobre la base en que se asienta, la Iglesia rechaza como contraria a la voluntad de Dios cualquier discriminación o persecución perpetrada por motivos de raza o color, de condición social o de religión. Sobre esa base los fieles de todas las religiones alentaron y alientan la esperanza que pueden tener en la Iglesia católica una aliada confiable en la lucha a favor del encuentro, conocimiento, respeto y valoración positiva de todas las religiones; y, particularmente, los judíos sobre las bases de esta Declaración pueden ver en la Iglesia, como corresponde a su entraña más profunda, garantía y aliada segura contra el antisemitismo, y, también, contra la islamofobia, tentación tan actual en nuestros días. 

La Declaración conciliar constituye una vigorosa invitación al diálogo sincero y confiado entre cristianos y fieles de otras religiones, en particular entre cristianos y hebreos y también musulmanes –las tres grandes religiones monoteístas–: sólo así será posible dar pasos adelante en la valoración mutua, desde el punto de vista teológico de la relación de la fe cristiana y otras religiones, singularmente entre cristianismo y hebraísmo e islam.


Este diálogo de cristianos y hebreos y musulmanes –los tres hijos y herederos de la fe de Abraham–, si quiere ser sincero, no debe dejar en silencio las diferencias existentes o minimizarlas para caer en el relativismo religioso de que todas son iguales. También en las cosas que, a causa de nuestra íntima convicción de fe, nos distinguen a unos de otros, aun en el ser, debemos respetarnos y amarnos mutuamente.

La apostasía de la sociedad



Pedro TREVIJANO, sacerdote
catolicos-on-line, 26-11-15



En el primer libro de los Macabeos 1,15-16 leemos: «El rey los autorizó a adoptar la legislación gentil; y entonces, acomodándose a las costumbres de los gentiles, construyeron en Jerusalén un gimnasio, disimularon la circuncisión, apostataron de la alianza santa, se juntaron con los gentiles y se vendieron para hacer el mal».

Actualmente, ¿sucede algo parecido en nuestra Sociedad? Aunque hay muchas cosas buenas en ella, y estos días hemos celebrado el Día de la Iglesia Diocesana, con la ingente labor que la Iglesia está haciendo a favor de los demás en el plano social, de salud, educativo y de catequesis, con miles y miles de personas que dan su tiempo gratis y no se preocupan en salir en los medios de comunicación, sino que tan solo lo que desean es aportar su granito de arena a las tareas de evangelización, sin embargo, junto a esta realidad consoladora, hay otra realidad que es mucho más preocupante y que podemos sintetizar en la pregunta: ¿está apostatando nuestra Sociedad?

Hoy, en efecto, hay muchísima gente que está volviendo la espalda a Dios, sea porque no quiere saber nada de Él, sea porque lo rechaza, cometiendo a veces barbaridades como la de la exposición de Pamplona, sea porque el mensaje evangélico no ha llegado a ellos de una manera audible.

Cuando se habla de Europa y de sus raíces y fundamentos se habla de Atenas, Roma y Jerusalén, Atenas es la Filosofía, Roma el Derecho y Jerusalén la Espiritualidad Se puede añadir la Ilustración, aunque ésta tuvo y tiene muchos puntos negros, como su escasa simpatía hacia las raíces cristianas de Europa, que le llevó en ocasiones a la intolerancia. Un ejemplo de ello fue que, en la afortunadamente fracasada Constitución Europea, el Sr. Giscard d´Estaing, pretendió suprimir la mención a las raíces cristianas de Europa, aunque, casi siempre, el edificio más importante de cualquier ciudad europea, es la catedral o la iglesia principal de la ciudad. 
Por el contrario los políticos fundadores de Europa, tres grandes estadistas, Adenauer, De Gasperi, Schumann, eran profundamente católicos. De su catolicismo surgió la bandera de Europa, esa bandera azul con doce estrellas, inspirada en la vidriera de la Virgen de la catedral de Estrasburgo, y de la que por tanto podemos decir que es una bandera mariana. 
La fe es invisible, pero sus obras no. Por ello no es posible negar las raíces cristianas de Europa, pues negarlas es negar la evidencia, una evidencia ante la cual los creyentes, viendo lo que han supuesto las obras de la fe, tenemos el derecho de sentirnos legítimamente orgullosos.

Pero hoy se intenta marginar a Dios y al Catolicismo. Lo característico de una ideología sectaria es que mientras los filósofos medievales tenían la gran frase. «contra el hecho no valen argumentos», aquí por el contrario para quienes niegan el Derecho Natural, como marxistas, laicistas, relativistas y nazis, que coinciden con los otros plenamente en asuntos como la educación y el no respeto para la vida humana, con su aprobación del aborto y dentro de no mucho de la eutanasia, ya legal en varios países, es decir para todas las corrientes que desconocen la existencia de un campo de derechos propios del ser humano anteriores y superiores al Estado mismo, es la realidad la que tiene que acomodarse a la ideología. 

En consecuencia no saben distinguir la Verdad de la Mentira, el Bien del Mal. En efecto, no hay una Verdad objetiva, el Bien y el Mal son intercambiables, lo que hoy es un derecho mañana es un crimen y al revés, porque la Verdad objetiva simplemente no existe. Con ello es fácil, al no haber un orden moral objetivo, el caer en las mayores aberraciones, como muestra la Historia del siglo pasado. Así nos hacemos egoístas y hedonistas y el sentido de nuestra vida deja de ser la búsqueda de la verdad y del entendimiento racional entre los hombres.


Las consecuencias para la Sociedad son desastrosas. La ideología de género, triunfante hoy en día e hija del marxismo y del relativismo, carece del más mínimo sentido común, está inspirada en el odio y es propia de idiotas. Por ejemplo, el Instituto de la Mujer y para la Igualdad de Oportunidades, organismo oficial dependiente del Ministerio de Sanidad, recomienda que, en nuestro país, en nuestras escuelas e Institutos los baños sean mixtos con cabinas individuales, se promocione el orgullo gay y se evite hablar en la educación afectivo sexual del padre y de la madre. Otra cosa común de estas ideologías, es que como todo termina con la muerte, nuestra vida no tiene sentido y la felicidad eterna es inalcanzable. Pero los que permanecemos fieles a Dios, buscamos el Bien y la Verdad, sabemos que Cristo nos ha prometido la felicidad eterna, y esperamos alcanzarla. 

Aquí recuerdo la frase de Santo Tomás Moro, cuando le dijeron aceptase la boda de Enrique VIII con Ana Bolena: «¿Voy a cambiar la eternidad por veinte años de mi vida? Ni hablar».

jueves, 26 de noviembre de 2015

El derecho a la guerra




Ecclesia, 25-11-15

El pasado día 13 de octubre, el Estado Islámico,  sito en lugares y comarcas de Irak y de Siria, ha declarado la yihad, llamada guerra santa, a la civilización cristiana y a la cultura humana occidental, asesinando en Paris a ciento veintinueve personas y a más de doscientas personas heridas por considerarlos infieles a la fe islámica. Ahora bien, dichos actos terroristas y bárbaros en nombre de Alá son  una  injuria grave, cierta e injusta a la cultura  francesa, a la humanidad y a la cristiandad. En vista de  lo cual, la República de Francia con sus aliados ha respondido defensivamente declarándole la guerra a dicho Estado Islámico.

 Francisco de Vitoria, uno de los fundadores del Derecho Internacional, enseña al respeto lo siguiente en su tratado, De Jure Belli, escrito en 1539, e inserto en su obra, Relectiones theológicae:

El Príncipe, que tiene autoridad para hacer la guerra, debe ir a ella por necesidad, como obligado y contra  su propia voluntad. La única y sola causa  de  hacer la guerra es la injuria. Ninguna guerra es justa, si consta que se sostiene con mayor mal que bien por más que  sobren títulos y razones para una guerra justa. Las guerras han de hacerse para el bien común de la humanidad y de la cristiandad.

Si al súbdito le consta la injusticia de la guerra, no puede ir a ella, aun por mandato del Príncipe, porque en virtud de ninguna autoridad es lícito matar a un inocente. En  caso dudoso, tiene obligación de seguirle en la guerra. Es necesario precaver que de la guerra no se sigan mayores males, que los que por ella se pretenden evitar. Es inicuo entregar al saqueo una ciudad sin causa grave y gran necesidad.

 Por costumbre y por usos de la guerra, los cautivos, una vez conseguida la victoria y pasado el peligro, no deben ser muertos, a no ser que sean  prófugos. Declarada la guerra con justa causa debe seguirse para conseguir la paz y la seguridad.

 Obtenida la victoria y terminada la guerra, es necesario utilizar el triunfo con moderación y con modestia cristiana, y que el vencedor se considere como  juez entre dos repúblicas, una que fue vencida y otra que recibió la injuria, para que de esta manera profiera su sentencia no como acusador, sino como juez, satisfaciendo así a la nación vencida. Basta que sean castigados los culpables en lo que sea debido.

    Francisco de Vitoria nace en Burgos en 1486 y muere en 1546 en Salamanca.  Religioso dominico, famoso teólogo y jurista, catedrático de Prima en la universidad de Salamanca por oposición, desde 1526 hasta su muerte. Está considerado como el fundador del derecho internacional, restaurador de la teología tomista y maestro de numerosos egregios discípulos.

José Barros Guede


A Coruña, 25 de noviembre del 2015

miércoles, 25 de noviembre de 2015

La familia en la enseñanza del Papa Francisco


 Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuan,  2015-11-24


El Papa Francisco habla de la familia con frecuencia. Todos nosotros recordamos las grandes enseñanzas de Juan Pablo II sobre la familia. Se le llamaba "El Papa de la familia". Fueron memorables, en particular, las catequesis que dedicó en las audiencias generales al amor humano. También el Papa Francisco hace intervenciones sobre la familia con un magisterio orgánico y profundo. Ha hablado de ella al presidente Obama, durante su visita a los Estados Unidos. Ha hablado de ella en Cuba: «donde la familia es reducida, las personas se transforman en individuos aislados y, por lo tanto, fáciles de manipular y de gobernar». También al presidente Mattarella el 18 de abril de 2015 y durante el viaje a Filipinas en enero de 2014. Y ha hablado de ella, precisamente como hizo Juan Pablo II, en las audiencias del miércoles, dedicadas durante un largo periodo -concretamente desde diciembre de 2014 a septiembre de 2015- a este tema. Un gran patrimonio de enseñanzas.

He citado a los dos Pontífices no porque desee hacer comparaciones superficiales, sino para subrayar la continuidad de una única enseñanza, aunque con lenguajes distintos y formas comunicativas diferentes. Juan Pablo II usaba un lenguaje más circular; el Papa Francisco usa uno más directo. Pero también San Juan Pablo II formuló expresiones de gran eficacia comunicativa. Recordemos, por ejemplo, la afortunada referencia al “genio femenino” contenido en la Carta a las mujeres o la feliz expresión “ecología humana” lanzada en la Centesimus annus para decir después que su primera y principal estructura es la familia. Pero en conjunto su expresión era corposa, circular, sostenida, de amplios giro. El lenguaje del Papa Francisco es distinto, más ágil y rico en imágenes. Tomemos por ejemplo las expresiones «la familia es la carta constitucional de la Iglesia» (17 de octubre de 2015), o «para los enfermos la familia es el primer hospital» (10 de junio de 2015), o la familia «es un gimnasio que entrena al perdón». Una carta constitucional, un hospital, un gimnasio: son imágenes simples y eficaces. No se trata de definiciones estrictamente teológicas o doctrinales, sino de expresiones de predicación capaces de transmitir de forma viva un contenido humano y cristiano. No podemos tampoco olvidarnos de que el Papa Francisco, cuando habla de la familia, utiliza muchas imágenes de la vida, también de su vida personal, como cuando hablando de las madres, habló de la suya:: «éramos cinco hijos y mientras uno hacia una travesura, el otro pensaba en hacer otra y la pobre mamá iba de una parte a la otra, pero era feliz. Nos dio mucho» (7 de enero de 2015).

Por último, recuerdo algunas expresiones muy acertadas del Papa Francisco sobre algunos temas de espinosa actualidad, respecto a los cuales ha sido injustamente acusado de mantenerse en silencio. Ha llamado a la ideología de género «un error de la mente humana» (22 de marzo de 2015 en Nápoles) y ha dicho que es «una forma de colonización ideológica de la familia». De nuevo, un modo de expresarse plástico y eficaz.

Las cuestiones de lenguaje no son sólo tales, pues responden a un posicionamiento y expresan una visión teórica y una estrategia. Desearía aventurar, en este punto, algunas hipótesis interpretativas.

La situación actual de la familia es tal vez de las más problemáticas que se han tenido que constatar. Los datos correspondientes a la disminución de los matrimonios, al aumento de las convivencias, a los nacimientos fuera del matrimonio, a la disminución de la natalidad, a las separaciones y a los divorcios, al uso de anticonceptivos con posibles efectos abortivos, etc., documentan -también en el último Informe del Censis (Centro Studi Investimenti Sociali)- una fuerte crisis de la familia. Mientras tanto, las legislaciones de todo el mundo, al considerarla una estructura no natural sino convencional y multiforme, la debilitan, obsequio de una antropología líquida que rechaza cualquier identidad dada.

En las intervenciones del Papa Francisco sobre la familia se observa que es muy consciente de esta grave crisis cultural y social de la familia, a la que el Papa quiere enfrentarse con una nueva actitud en las respuestas.

Lo primero es reconstruir desde el abecé el léxico familiar. En una época en la que se corre el riesgo de perder el significado de las palabras "mamá" o "abuelo", es urgente volver a dar significado a estas palabras. En una época en la que las relaciones familiares se resquebrajan, los padres ven a sus hijos sólo por la noche, las relaciones generacionales implosionan y los instrumentos tecnológicos suplen a los roles familiares, es necesario volver a explicar qué significa el que los componentes de una familia hablen entre ellos. Por ello el Papa Francisco explica la importancia de las palabras "gracias", "perdón", "permiso" en la micro vida familiar de todos los días. Como ha hecho recientemente (el 11 de noviembre de 2015), cuando ha explicado a padres e hijos que cuando se está en familia hay que dejar de lado los smartphone y las televisiones para hablar alrededor de la mesa, cenando. En los primeros meses de 2015, el Papa ha dedicado las audiencias de los miércoles para explicar qué significan los términos mamá, papá, abuelos, hermanos y hermanas.

Algunos pueden sorprenderse de que un Papa hable de estas pequeñas cosas; y que en lugar de discursos de teología profunda, explique que es necesario apagar el móvil cuando se está sentado a la mesa. Pero yo creo que así el Papa está llevando a cabo un deber indispensable de reeducación a lo esencial, en el intento de indicar el peligro de una degeneración familiar que ciertamente parte de los ataques ideológicos y legislativos -que el Papa no deja de denunciar-, pero que se concretiza también en los pequeños abismos de las relaciones humanas de todos los días.

Por otra parte, me pregunto si verdaderamente se trata sólo de indicaciones pobres y elementales o si con esta forma coloquial y doméstica -como estar sentado en un sillón de nuestro salón-, el Papa no está intentando hacer entender contenidos mucho más profundos. Para responder a esta pregunta quisiera proponer algunas observaciones sobre la base de la Doctrina Social de la Iglesia.

El Papa Francisco no usa mucho la expresión Doctrina Social de la Iglesia. Es verdad que en la exhortación apostólica Evangelii gaudium cita muchas veces el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia. Es verdad también que en muchas circunstancias, sobre todo en los discursos a los Dicasterios y a las Academias Pontificias, el Papa ha usado la expresión. Una vez reconocido esto, tengo que decir que él usa la Doctrina Social de la Iglesia de manera más implícita que explícita, indirecta que directa. Esto es particularmente evidente cuando se refiere a la familia. Leyendo sus intervenciones sobre la familia se constata la presencia de todos los grandes temas de la Doctrina Social de la Iglesia inherentes a la familia sin que ello sea evidente, y con un lenguaje, como decíamos antes, que no es doctoral sino llano y cotidiano. Podría también decir que la Doctrina Social de la Iglesia está presupuesta dentro de sus intervenciones, sin haber sido formalmente retomada o redefinida,

Es bastante fácil señalar algún ejemplo.

En la Audiencia General del 2 de septiembre pasado, el Papa ha hablado de la familia como antídoto a la actual desertificación de la sociedad. Con esta expresión metafórica -el desierto-, el Papa ha confirmado la doctrina tradicional de la familia como fuente de la sociedad, de acogida y como lugar de la experiencia del don que encontramos en la Caritas in veritate de Benedicto XVI o en la Familiaris consortio de Juan Pablo II. En la Audiencia del 18 de febrero de 2015 ha insistido sobre el hecho de que la experiencia de ser hermanos y hermanas se hace en la familia; y sólo porque se hace en la familia se puede hacer también luego en la Iglesia y en la sociedad.  Así es también en lo que concierne a la ayuda a los más débiles: es en la familia dónde nos acostumbramos a hacerlo, no por motivos ideológicos, sino por amor.

En la catequesis del 19 de agosto pasado, el Papa Francisco ha hablado de la familia como escuela de trabajo, advirtiendo que si se quiere salvar el trabajo hay que salvar a la familia, recordando con ello las enseñanzas de la Rerum novarum de León XIII y de la Laborem exercens de Juan Pablo II.

En las audiencias del 22 y 29 de abril de este año ha hablado de la reciprocidad complementaria entre el hombre y la mujer, valorando negativamente las ideologías que hoy pretenden negarla; y ha pedido, a continuación, la igualdad de trato en el trabajo entre hombre y mujer. En el primer caso ha retomado y actualizado las enseñanzas de Benedicto XVI sobre la ideología de género, contenidos sobre todo en el discurso a la Curia romana de diciembre de 2012. En el segundo, ha retomado las consideraciones de Juan Pablo II sobre la conciliación entre trabajo y vida familiar y la adecuada valorización del “genio femenino” en la sociedad contenidas en sus textos Familiaris consortio y Mulieris dignitatem. 

En la audiencia del 11 de febrero de 2015, el Papa Francisco ha hablado durante mucho tiempo de los hijos como un don: «Los hijos son un don, son un regalo, ¿habéis entendido? Los hijos son un don. Cada uno es único e irrepetible y, al mismo tiempo, está inconfundiblemente unido a sus raíces. De hecho, ser hijo e hija, según el designio de Dios, significa llevar en sí la memoria y la esperanza de un amor que se ha realizado precisamente dando la vida a otro ser humano, original y nuevo». De este modo y con este lenguaje directo ha transmitido los contenidos de la bioética y de la biopolítica católicas, desde la Humanae vitae de Pablo VI a la Evangelium vitae de Juan Pablo II, hasta los sucesivos documentos de la Santa Sede.

He citado aquí muchos documentos magisteriales cuyos contenidos se reflejan en las intervenciones del Papa Francisco, pero sin ser manifestados. Podríamos tal vez definirlos contenidos "ligeros", no gravados por la forma académica de las citaciones, sino incluidos en el flujo de la vida.

He citado estos cuatro ejemplos para explicar cómo las intervenciones del Papa Francisco sobre la familia manifiestan, ciertamente, un lenguaje doméstico que se concentra en imágenes y frases particularmente evocadoras -"quien no vive para servir no sirve para vivir"-, pero sin dejar por ello de transmitir contenidos muy elevados. Aquí me he ocupado de temas vinculados a la Doctrina Social de la Iglesia, pero el mismo discurso se podría hacer para otros ámbitos de la enseñanza de la Iglesia.

Antes de concluir quisiera volver al método que, como hemos visto, no es nunca sólo un problema de método. A mí me parece que el Papa Francisco desea indicarnos un camino caracterizado por dos elementos: el primero es partir de nuevo del abecé de la humanización y de la evangelización, también a propósito de la familia. Obsérvese que no he hablado sólo de evangelización, sino también de humanización. En los discursos del Papa sobre la familia los dos elementos se entrelazan siempre y, por otra parte, todos constatamos la necesidad de recuperar, junto al cristianismo y a través del mismo, las elementales condiciones humanas de vida. El segundo elemento es que es necesario trabajar sobre todo en lo que concierne a las relaciones, porque no sólo la familia es ante todo relación, sino porque toda la sociedad se juega precisamente en ella, hoy, su existencia. Esto no significa en absoluto no situarse correctamente ante las instituciones, las leyes, las políticas, pero es necesario recordar que estas tres realidades no son estáticas, sino que responden a las solicitudes que llegan desde abajo, en la trama de las relaciones familiares y sociales. Aquí los modelos verdaderamente ganadores son los que dan vida a comportamientos, actitudes, prácticas de vida, relaciones. Este puede ser el motivo de una cierta reluctancia o parsimonia del Papa a dar definiciones y, al contrario, de su propensión a indicar los comportamientos que hay que asumir, la praxis que hay que promover, las dimensiones de vida que hay que valorizar o, como él ama decir, los procesos que hay que iniciar.


En esta dimensión de relaciones y de vida hay que colocar ante todo, obviamente, la vida de fe. El 25 de marzo de 2015, el Papa ha propuesto una oración para la Familia en vista del entonces cercano Sínodo ordinario sobre la familia. Les invito a que no la olviden, ahora que el Sínodo ha concluido, porque creo que el Papa Francisco nos quiere enseñar que el cristianismo es vida vivida, carne encarnada. En el fondo, la familia se salvará si en nuestras familias dejaremos que penetre la vida de la Familia de Nazaret.

jueves, 19 de noviembre de 2015

Cuatro objeciones, cuatro respuestas y una conclusión


 Robert SARAH
cardenal prefecto de la Congregación para el Culto Divino

A continuación presentamos el anticipo – gentilmente autorizado por "L'Homme Nouveau" – de una parte del dossier, en el que se advierte cómo, para responder a sus objetores sobre las cuestiones discutidas en el sínodo, el cardenal Sarah debe ante todo refrescar en ellos los datos elementales de la doctrina, incluidas las Constituciones dogmáticas del Concilio Vaticano II tan citadas pero poco conocidas por lo que dicen realmente. El dossier será publicado en la revista francesa, en el número fechado el 21 de noviembre de 2015.


1. LA DOCTRINA, VOTÉMOSLA POR MAYORÍA

P. – Según uno de mis objetores, la Iglesia Católica "no es sólo la jerarquía de los obispos, incluído el de Roma, sino que es el conjunto de los bautizados. ¿Para decir cuál es la "posición de la Iglesia' sería entonces legítimo asumir la opinión de esta mayoría?".

R. – La primera afirmación es exacta. Pero el pensamiento de los fieles no representa la "posición de la Iglesia" si el mismo no está de acuerdo con el cuerpo de los obispos.

Concilio Vaticano II, Constitución dogmática "Dei Verbum", n. 10: "El oficio de interpretar auténticamente la palabra de Dios escrita o transmitida ha sido confiado únicamente al Magisterio vivo de la Iglesia, cuya autoridad se ejerce en el nombre de Jesucristo".

Además, no se trata de la mayoría, sino de la unanimidad. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática "Lumen gentium", n. 12:

"La totalidad de los fieles, que tienen la unción del Santo (cf. 1 Jn 2,20 y 27), no puede equivocarse cuando cree, y esta prerrogativa peculiar suya la manifiesta mediante el sentido sobrenatural de la fe de todo el pueblo cuando, desde los Obispos hasta los últimos fieles laicos, presta su consentimiento universal en las cosas de fe y costumbres. Con este sentido de la fe, que el Espíritu de verdad suscita y mantiene, el Pueblo de Dios se adhiere indefectiblemente 'a la fe confiada de una vez para siempre a los santos' (Judas 3), penetra más profundamente en ella con juicio certero y le da más plena aplicación en la vida, guiado en todo por el sagrado Magisterio, sometiéndose al cual no acepta ya una palabra de hombres, sino la verdadera palabra de Dios (cf. 1 Ts 2,13)".

Por último, esta unanimidad es una condición suficiente para declarar que una aserción está en el depósito revelado por Dios (como en el caso de la Asunción de María), pero no es una condición necesaria, pues puede acontecer que el magisterio defina solemnemente una doctrina de fe antes que se alcance la unanimidad (como es el caso de la infalibilidad pontificia, en el Concilio Vaticano I).

2. LA COMUNIÓN A TODOS, SIN DISCRIMINACIONES

P. – Según un objetor de quien admiro su fidelidad al sacerdocio, miles de sacerdotes no dudan en dar la comunión a todos.

R. – En primer lugar, advirtamos la ausencia de autoridad doctrinal de esta miríada de ministros sagrados, en otros aspectos seguramente respetables. Además, cualquiera sea la autenticidad de esta "estadística", esta posición mezcla, entre las personas que viven en un estado notorio y habitual de pecado (por ejemplo, adulterio e infidelidad permanente al propio cónyuge, robos frecuentes y graves en los negocios):

a) a un fiel que finalmente se arrepiente con el firme propósito de evitar caer en el futuro, recibe entonces la santa absolución y, en consecuencia, puede acercarse a la santa Eucaristía, y

b) al fiel que no quiere cesar en el futuro de llevar a cabo actos de una culpabilidad objetiva grave, contradiciendo la Palabra de Dios y la alianza significada precisamente por la Eucaristía.

Este último caso excluye el "firme propósito" definido por el Concilio de Trento como necesario para ser perdonados por Dios. Precisemos que este firme propósito no consiste en saber que no se pecará más, sino en tomar con la propia voluntad la decisión de emplear los medios aptos para evitar el pecado. Sin el firme propósito (y salvo una ignorancia total no culpable), ese cristiano permanecería en un estado de pecado mortal y cometería un pecado grave si comulgara.

En la hipótesis que su estado es conocido públicamente, los ministros de la Iglesia, por su parte, no tienen ningún derecho para darle la comunión. Si lo hacen, su pecado será más grave delante del Señor. Sería inequívocamente una complicidad y una profanación premeditada del Santísimo Sacramento del Cuerpo y de la Sangre de Jesús.

3. CASADA DE NUEVO Y ACTIVA EN LA PARROQUIA. ¿POR QUÉ DE NINGUNA MANERA LA COMUNIÓN?

P. – Una persona que me escribe y cuya edad inspira el respeto más grande evoca el caso de una católica, divorciada a causa de violencias conyugales, que vive como "casada de nuevo" pero participa intensamente en la vida de su parroquia. ¿Esto no debería incitarnos a dar la santa Comunión a esta persona?

R. – Reconozco la generosidad de corazón que subyace en la objeción, pero ésta mezcla u olvida varios aspectos. Son éstos:

1. Si se sufren violencias conyugales, se tiene el derecho de dejar al propio cónyuge (Código de Derecho Canónico, canon 1153).

2. La Iglesia permite pedir con el divorcio los efectos civiles de una separación legítima (Juan Pablo II, 21 de enero de 2002, discurso a la Rota Romana). El simple divorcio no excluye de los sacramentos.

3. Un cónyuge que se abandona en forma habitual a las violencias conyugales sufre probablemente una enfermedad psíquica, que quizás es causa de nulidad del mencionado matrimonio desde el comienzo (Código de Derecho Canónico, canon 1095 § 3).

4. Si la Iglesia declara la nulidad del primer matrimonio, la víctima podría contraer otro, puesto que son otras condiciones las de este sacramento.

5. Puedo comprender que un divorciado, por razones importantes, por ejemplo la educación de los hijos, no pueda dejar su segunda unión. En este caso, para poder ser absuelto y acceder a la santa Comunión, la persona debe comprometerse a no realizar más en esta segunda unión los actos que, según la ley divina, están reservados a los verdaderos esposos ("Familiaris consortio", n. 84). Ahora bien, la experiencia de numerosas parejas muestra que si esto es con frecuencia muy difícil, sin embargo es posible con la ayuda de la gracia de Dios, una dirección espiritual y la práctica frecuente del sacramento de la reconciliación. En efecto, ésta última permite, en caso de caídas, recomenzar firmemente por la buena senda, progresando gradualmente hacia la castidad.

6. La participación en la vida parroquial de un divorciado que se ha vuelto a casar y no listo todavía para prometer la castidad dispone precisamente a abrir el propio corazón a la gracia de hacer esta promesa necesaria ("Familiaris consortio", n. 84).

4. LA FAMILIA AFRICANA NO ES LA QUE DECIMOS

P. – Según otro sacerdote que se apoya en su experiencia de misionero "Fidei donum" en África, la familia africana no correspondería a la descripción que he dado.

R. – No sé de qué país y diócesis africana habla este sacerdote. Pero en África occidental, a pesar de la presencia masiva del Islam, en la tradición pura de de nuestros antepasados el matrimonio es monogámico e indisoluble. Hablo de esto en mi libro "Dio o niente" [Dios o nada]. He afirmado en él que "hasta la fecha la familia en África permanece estable, sólida y tradicional".

De ninguna manera quise decir que la familia africana no-cristiana sería un modelo, porque ella sufre evidentemente la impronta del pecado y conoce también sus dificultades. Simplemente quería decir que en la cultura africana en general :

1. la familia permanece fundada sobre una unión heterosexual;

2. el matrimonio es visto sin el divorcio, a pesar del paradigma de la poligamia simultánea;

3. está abierto a la procreación;

4. los vínculos familiares son vistos como sagrados.

¿No es precisamente esto lo que ha querido subrayar mi interlocutor misionero? (subrayo aquí la generosidad de los "Fidei donum", es decir, de los sacerdotes diocesanos occidentales que voluntariamente se hacen evangelizadores en países de misión).

Por otra parte, la cuestión que él plantea es otra: es la de la eventual progresividad gradual de la pastoral de la evangelización de las familias no-cristianas, todavía embebidas de desviaciones provocadas por el pecado, pero de las que algunas tradiciones pueden ser evangelizadas y servir de punto de partida para el anuncio de Cristo.

En todo caso, si mi corresponsal parece acusarme implícitamente de haber reducido "la familia africana" a la que vive el ideal cristiano, ni siquiera se puede reducirla en sentido inverso a la tipología poligámica, sea de religión "tradicional" o musulmana.

CONCLUSIÓN. EL DESCONOCIDO MAGISTERIO DE LA IGLESIA

Para concluir, me siento herido en mi corazón de obispo, al constatar tal incomprensión de la enseñanza definitiva de la Iglesia por parte de hermanos sacerdotes.

No puedo permitirme imaginar como causa de una confusión así más que la insuficiencia de la formación de mis hermanos. Y en cuanto responsable para toda la Iglesia latina de la disciplina de los sacramentos, estoy obligado en conciencia a recordar que Cristo restableció el designio originario del Creador de un matrimonio monogámico, indisoluble, ordenado al bien de los esposos, como también a la generación y a la educación de los hijos. Él elevó además el matrimonio entre bautizados al rango de sacramento, significando la alianza de Dios con su pueblo, precisamente como la Eucaristía.

A pesar de esto, existe también un matrimonio que la Iglesia llama "legítimo". La dimensión sagrada de este matrimonio "natural" constituye un elemento de espera del sacramento, a condición que respete la heterosexualidad y la paridad de los dos esposos en cuanto a sus derechos y deberes específicos, y que el consenso no excluya la monogamia, la indisolubilidad, la perpetuidad y la apertura a la vida.

Por el contrario, la Iglesia estigmatiza las deformaciones introducidas en el amor humano: la homosexualidad, la poligamia, el machismo, la unión libre, el divorcio, la anticoncepción, etc. En todo caso, ella jamás condena a las personas, pero no las deja en su pecado. Al igual que su Maestro, tiene la valentía y la caridad de decirles: vete y desde ahora en adelante no peques más.


La Iglesia no sólo acoge con misericordia, respeto y delicadeza. Invita firmemente a la conversión. Siguiendo sus pasos, promuevo la misericordia hacia los pecadores – todos lo somos – pero también la firmeza frente a los pecados incompatibles con el amor a Dios, profesada con la comunión sacramental. ¿Esto no es otra cosa que imitar la actitud del Hijo de Dios, quien se dirige a la mujer adúltera: "Ni siquiera yo te condeno. Vete y desde ahora en adelante no peques más" (Jn 8, 11)?