Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 6-11-15
Ortega y Gasset, analizando lo que sucedía en la
España de su época, decía: “Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa”.
No se refería a que no hubiera información suficiente, sino a que se ignoraban
cuáles eran las causas que provocaban los acontecimientos. Sin saber el porqué
de las cosas, la mera narración de lo que sucede no es más que un ejercicio
memorístico con un interés limitado. Incluso, como sucede con frecuencia, puede
ser una trampa, un cebo con el que el hábil pescador atrapa al ingenuo
pececillo.
Lo que está pasando está a la vista. Nuevos documentos
internos del Vaticano han llegado a los medios de comunicación, a través de
personas que han traicionado la confianza del Papa, y que están siendo
publicados para mayor disfrute de los enemigos de la Iglesia y mayor vergüenza
de los que la amamos. Basta con leer los titulares de algunos medios italianos
para darse cuenta de lo que digo. Por ejemplo, el diario “Libero” lo hacía así:
“En el Vaticano han robado incluso el dinero de las misas”. “La Reppublica” se
decantaba por este otro titular: “Las cuentas secretas del Vaticano. Gastos
fantasmas por millones”. “Il Giornale”: “Las cartas del Papa. Riqueza,
inmundicia y juegos de poder”. Estamos, no cabe duda, ante un segundo
“vatileaks”.
Esto es lo que pasa, pero ¿por qué pasa? Quizá algunos
datos pueden ayudarnos a entenderlo. En el primer “vatileaks” el objetivo
primero no era hacer daño a la Iglesia (ese es siempre el objetivo final, el
más importante), sino deteriorar la imagen de Benedicto XVI. Se trataba de
presentarle ante la opinión pública como alguien incapaz de gobernar la
institución, de hacer frente a la corrupción interna, de poner freno a todo
tipo de abusos. Y no sólo eso, se trataba de que él mismo llegara al
convencimiento de que por el bien de la Iglesia debía dimitir. Si su posterior
dimisión estuvo motivada por estos ataques, es un asunto que sólo saben Dios y
él.
Ahora, en cambio, no parece ser el Papa el objeto de
las críticas. Al contrario, se insiste en que el Pontífice no sólo es inocente
sino víctima de un complot. Y los que están detrás del mismo –aunque sean
personas puestas por él en los cargos de confianza desde los que han accedido a
los documentos filtrados- son calificados como la “vieja guardia” e
identificados sutilmente como los miembros de la Curia que se han opuesto al
Pontífice en el recién clausurado Sínodo. Por ejemplo, se destaca el hecho de que
el Papa viva en un pequeño apartamento, mientras que los cardenales viven en
otros mucho más grandes y se dan los metros cuadrados de dichos apartamentos,
pero citando sólo los de los cardenales conservadores y nunca los de los
progresistas, aunque unos sean vecinos de otros y aunque se sepa que los
cardenales viven allí porque ese es el lugar que el Vaticano les ha asignado,
sin que ellos lo hayan pedido.
Debemos preguntarnos, pues, cuál es el objetivo del
nuevo “vatileaks”. ¿No será un intento de erosionar la imagen de aquellos que
han defendido la ortodoxia de la Iglesia y la fidelidad a la Palabra de Dios y
a la tradición? El resultado, de momento, es evidente: se está haciendo un
enorme daño a la Iglesia, cuya imagen queda una vez más enfangada. Pero éste
es, como decía antes, el objetivo último, el objetivo final. De momento, lo que
se busca podría ser calificar de corrupta a la supuesta oposición que el Papa
estaría encontrando en la Curia y esto no sólo en cuestiones económicas sino
dogmáticas.
En España, cuando uno elogia a otro de forma desmedida, se hace
esta pregunta: “¿Contra quién va el elogio?”. Creo que ahora debemos
preguntarnos, ¿contra quién va el ataque?
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