Carta de S.S. Pío XI al
Episcopado Mejicano
1. Nos es muy
conocida, Venerables Hermanos, y para Nuestro corazón paternal gran motivo de
consuelo, vuestra constancia, la de vuestros sacerdotes y la de la mayor parte
de los fieles mejicanos en profesar ardientemente la fe católica y en resistir
a las imposiciones de aquellos que, ignorando la divina excelencia de la
religión de Jesucristo y conociéndola sólo a través de las calumnias de sus
enemigos, se engañan creyendo no poder hacer reformas favorables al pueblo si
no es combatiendo la religión de la gran mayoría.
2. Pero, por
desgracia, los enemigos de Dios y de Jesucristo han logrado atraer aun a muchos
tibios o tímidos, los cuales, si bien adoran a Dios en lo íntimo de sus
conciencias, sin embargo, sea por respeto humano, sea por temor de males
terrenos, se hacen, al menos materialmente, cooperadores de la descristianización
de un pueblo que debe a la religión sus mayores glorias.
3. Contrastando con
tales apostasías o debilidades, que Nos afligen profundamente, se Nos hace
todavía más laudable y meritoria la resistencia al mal, la práctica de la vida
cristiana y la franca profesión de fe de aquellos numerosísimos fieles que
vosotros, Venerables Hermanos, y con vosotros vuestro clero, ilumináis y
guiáis, dirigiéndolos con la potestad pastoral y precediéndolos con el
espléndido ejemplo de vuestra vida. Esto Nos consuela en medio de Nuestras
amarguras, y engendra en Nos la esperanza de días mejores para la Iglesia
mejicana, la cual, reanimada con tanto heroísmo y sostenida por las oraciones y
sacrificios de tantas almas escogidas, no puede perecer, antes bien, florecerá
más vigorosa y lozana.
4. Y precisamente
para reavivar vuestra confianza en el auxilio divino y para animaros a
continuar en la práctica de una vida cristiana y fervorosa os dirigimos esta
carta, y Nos valemos de esta ocasión para recordaros cómo en las actuales
difíciles circunstancias los medios más eficaces para una restauración
cristiana son, también entre vosotros, antes de todo, la santidad de los
sacerdotes y, en segundo lugar, una formación de los seglares tan apta y
cuidadosa que los haga capaces de cooperar fructuosamente al apostolado
jerárquico, cosa tanto más necesaria en Méjico cuanto más lo exige la extensión
de su territorio y las demás circunstancias del país por todos conocidas.
5. Por eso Nuestro
pensamiento se fija en primer lugar en aquellos que deben ser luz que ilumina,
salva y conserva, fermento bueno que penetra en toda la masa de los fieles: es
decir, en vuestros sacerdotes.
6. En verdad, Nos
sabemos con cuánta tenacidad y a costa de cuántos sacrificios procuráis la
selección y el desarrollo de las vocaciones sacerdotales, en medio de toda
clase de dificultades, íntimamente persuadidos de que así resolvéis un problema
vital, mejor dicho, el más vital de todos los problemas relativos al porvenir
de esa Iglesia. En vista de la imposibilidad casi absoluta de tener actualmente
en vuestra patria seminarios bien organizados y tranquilos, habéis encontrado
en esta alma Ciudad, para vuestros clérigos, un refugio amplio y afectuoso en
el Colegio Pío Latino Americano, el cual ha formado, y sigue formando, en
ciencia y virtud a tantos beneméritos sacerdotes, y que por su labor
inapreciable Nos es particularmente querido. Pero, siendo casi imposible en
muchísimos casos enviar vuestros alumnos a Roma, habéis trabajado solícitamente
para hallar un asilo en la hospitalidad de una gran nación vecina.
Al felicitaros a
vosotros por esa tan laudable iniciativa, que está ya convirtiéndose en
consoladora realidad, expresamos de nuevo Nuestra gratitud a todos aquellos que
tan generosamente os han brindado hospitalidad y ayuda.
7. Y con esta ocasión
recordamos con paternal insistencia Nuestra voluntad expresa de que se dé a
conocer y se explique convenientemente, no sólo a los clérigos, sino a todos
los sacerdotes, Nuestra encíclica Ad catholici sacerdotii, la cual expone
Nuestro pensamiento en esta materia, que es la más grave y trascendental entre
todas las materias graves y trascendentales por Nos tratadas.
8. Formados así los
sacerdotes mejicanos según el Corazón de Jesucristo, sentirán que en las actuales
condiciones de su patria (de las cuales ya hablamos en Nuestra carta apostólica
Paterna sane sollicitudo, del 2 de febrero de 1926), que son tan semejantes a
las de los primeros tiempos de la Iglesia -cuando los apóstoles recurrían a la
colaboración de los seglares-, sería muy difícil reconquistar para Dios tantas
almas extraviadas sin el auxilio providencial que prestan los seglares mediante
la Acción Católica. Tanto más cuanto que entre éstos a veces la gracia prepara
almas generosas, prontas a desarrollar la más fructuosa actividad, si
encuentran un clero docto y santo que sepa comprenderlas y guiarlas.
9. Así que a los
sacerdotes mejicanos, que han dedicado toda su vida al servicio de Jesucristo,
de la Iglesia y de las almas, es a quienes dirigimos este primer y más caluroso
llamamiento, para que se decidan a secundar Nuestra solicitud y la vuestra por
el desarrollo de la Acción Católica, dedicando a ella las mejores energías y la
más oportuna diligencia.
Los métodos de una
eficaz colaboración de los seglares a vuestra acción en el apostolado no
saldrán fallidos si los sacerdotes se emplean con esmero en cultivar el pueblo
cristiano con una sabia dirección espiritual y con una cuidadosa instrucción
religiosa, no diluida en discursos vanos, sino nutrida de sana doctrina de las
Sagradas Escrituras y llena de unción y de fuerza.
Es verdad que no
todos comprenden de lleno la necesidad de este santo apostolado de los
seglares, a pesar de que, desde Nuestra primera encíclica Ubi arcano Dei, Nos
declaramos que indudablemente pertenece al ministerio pastoral y a la vida
cristiana. Pero ya que, como hemos indicado, Nos dirigimos a pastores que deben
reconquistar una grey tan vejada y en cierto modo dispersa, hoy más que nunca
os recomendamos que os sirváis de aquellos seglares a los cuales, como a
piedras vivas de la santa Casa de Dios, San Pedro atribuía una recóndita
dignidad que los hace en cierto modo partícipes de un sacerdocio santo y real 1
.
10. En efecto, todo
cristiano consciente de su dignidad y de su responsabilidad como hijo de la
Iglesia y miembro del Cuerpo Místico de Jesucristo -multi unum corpus sumus in
Christo, singuli autem alter alterius membra 2 -, no puede menos de reconocer
que entre todos los miembros de este Cuerpo debe existir una comunicación
recíproca de vida y solidaridad de intereses.
De aquí las
obligaciones de cada uno en orden a la vida y al desarrollo de todo el
organismo in aedificationem corporis Christi: de aquí también la eficaz
contribución de cada miembro a la glorificación de la Cabeza y de su Cuerpo
Místico 3 .
De estos principios
claros y sencillos, ¡qué consecuencias tan consoladoras! ¡Qué orientaciones tan
luminosas brotan para muchas almas, indecisas todavía y vacilantes, pero deseosas
de orientar sus ardorosas actividades! ¡Qué impulsos para contribuir a la
difusión del reino de Cristo y a la salvación de las almas!
11. Por otra parte,
es evidente que el apostolado así entendido no proviene de una tendencia
puramente natural a la acción, sino que es fruto de una sólida formación
interior, es la expansión necesaria de un amor intenso a Jesucristo y a las
almas redimidas con su preciosa sangre, que le lleva a imitar su vida de
oración, de sacrificio y de celo inextinguible.
Esta imitación de
Jesucristo suscitará multiplicidad de formas de apostolado en los diversos
campos donde las almas están en peligro o se hallan comprometidos los derechos
del Divino Rey; se extenderá a todas las obras de apostolado que de cualquier
manera caigan dentro de la divina misión de la Iglesia, y, por consiguiente,
penetrará, no solamente en el ánimo de cada uno de los individuos, sino también
en el santuario de la familia, en la escuela y aun en la vida pública.
12. Pero la magnitud
de la obra no debe hacer que os preocupéis más del número que de la calidad de
los colaboradores. Conforme al ejemplo del Divino Maestro, que quiso precediera
a unos pocos años de su labor apostólica una larga preparación, y se limitó a
formar en el Colegio Apostólico no muchos, pero sí escogidos instrumentos para
la futura conquista del mundo, así también vosotros, Venerables Hermanos,
procuraréis, en primer lugar, que los directivos y propagandistas de la Acción
Católica se formen por completo en lo sobrenatural; y sin preocuparos ni
afligiros demasiado porque al principio sean un pusillus grex 4 .
Y, pues sabemos que
ya estáis trabajando en este sentido, os expresamos Nuestra complacencia por
haber ya escogido escrupulosamente y formado con diligencia buenos
colaboradores que, juntamente con la palabra y con el ejemplo, llevarán el
fervor de la vida y del apostolado cristiano a las diócesis y a las parroquias.
13. Este trabajo
vuestro ha de ser sólido y profundo, ajeno a la notoriedad y al aparato,
enemigo de métodos ruidosos; trabajo, que sepa desarrollar su actividad en
silencio, aunque el fruto se haga esperar y no sea de mucho brillo, a manera de
la semilla, que, soterrada, prepara con un aparente reposo la nueva planta
vigorosa.
14. Por otra parte,
la formación espiritual y la vida interior que fomentéis en estos vuestros
colaboradores les pondrán en guardia contra los peligros y posibles extravíos.
Teniendo presente el fin último de la Acción Católica que es la santificación
de las almas, según el precepto evangélico: Quaerite primum regnum Dei 5 , no
se correrá el peligro de satisfacer los principios a fines inmediatos o
secundarios y no se olvidará jamás que a ese fin último se deben subordinar las
obras sociales y económicas y las iniciativas de caridad.
15. Nuestro Señor
Jesucristo nos lo enseñó con su ejemplo, pues aún, cuando en la inefable
ternura de su Divino Corazón que le hacía exclamar: Misereor super turbam...,
nolo eos remittere ieiunos, ne forte deficiant in via 6 , curaba las
enfermedades del cuerpo y remediaba las necesidades temporales, nunca perdía de
vista el fin último de su misión, es decir, la gloria de su Padre y la salud
eterna de las almas.
16. Por consiguiente,
no caen fuera de la actividad de la Acción Católica las llamadas obras sociales
en cuanto miran a la realización de los principios de la justicia y de la
carida y en cuanto son medios para ganar las muchedumbres, pues muchas veces no
se llega a las almas sino a través del alivio de las miserias corporales y de
las necesidades de orden económico, por lo que Nos mismo así como también
Nuestro Predecesor, de s. m., León XIII, las hemos recomendado muchas veces.
Pero aun cuando la Acción Católica tiene el deber de preparar personas aptas
para dirigir tales obras, de señalar los principios que deben orientarlas y de
dar normas directivas sacándolas de las genuinas enseñanzas de Nuestras
encíclicas, sin embargo, no debe tomar la responsabilidad en la parte puramente
técnica, financiera o económica, que está fuera de su incumbencia y finalidad.
17. En oposición a
las frecuentes acusaciones que se hacen a la Iglesia de descuidar los problemas
sociales o ser incapaz de resolverlos, no ceséis de proclamar que solamente la
doctrina y la obra de la Iglesia, que está asistida por su Divino Fundador,
pueden dar el remedio para los gravísimos males que afligen a la humanidad.
18. A vosotros, por
consiguiente, compete el emplear (como os esforzáis ya en hacerlo) estos
principios fecundos, para resolver las graves cuestiones sociales que hoy
perturban a vuestra patria, como por ejemplo, el problema agrario, la reducción
de los latifundios, el mejoramiento de las condiciones de vida de los
trabajadores y de sus familias.
Recordaréis que,
quedando siempre a salvo la esencia de los derechos primarios y fundamentales,
como el de la propiedad, algunas veces el bien común impone restricciones a
estos derechos y un recurso más frecuente que en tiempos pasados a la
aplicación de la justicia social. En algunas circunstancias, para proteger la
dignidad de la persona humana, puede hacer falta el denunciar con entereza las
condiciones de vida injustas e indignas, pero al mismo tiempo será necesario
evitar tanto el legitimar la violencia que se escuda con el pretexto de poner
remedio a los males de las masas, como el admitir y favorecer cambios de
maneras de ser seculares en la economía social, hechos sin tener en cuenta la
equidad y la moderación, de manera que vengan a causar resultados más funestos
que el mal mismo al cual se quería poner remedio.
Esta intervención en
la cuestión social os dará oportunidad de ocuparos con celo particular de la
suerte de tantos pobres obreros, que tan fácilmente caen presa de la propaganda
descristianizadora, engañados por el espejismo de las ventajas económicas que
se les presentan ante los ojos, como precio de su apostasía de Dios y de la
Santa Iglesia.
19. Si amáis
verdaderamente al obrero (y debéis amarlo, porque su condición se asemeja más
que ninguna otra a la del Divino Maestro), debéis prestarle asistencia material
y religiosa. Asistencia material, procurando que se cumpla en su favor no sólo
la justicia conmutativa, sino también la justicia social, es decir, todas
aquellas providencias que miran a mejorar la condición del proletario; y
asistencia religiosa, prestándole los auxilios de la religión, sin los cuales
vivirá hundido en un materialismo que lo embrutece y lo degrada.
20. No menos grave ni
menos urgente es otro deber, el de la asistencia religiosa y económica a los
campesinos, y, en general, a aquella no pequeña parte de mejicanos, hijos
vuestros, en su mayor parte agricultores, que forman la población indígena. Son
millones de almas redimidas por Cristo, confiadas por El a vuestro cuidado, y
de las cuales un día os pedirá cuenta; son millones de seres humanos que
frecuentemente viven en condición tan triste y miserable, que no gozan ni
siquiera de aquel mínimo de bienestar indispensable para conservar la dignidad
humana. Os conjuramos, Venerables Hermanos, por las entrañas de Jesucristo, que
tengáis cuidado particular de estos hijos, que exhortéis a vuestro clero para
que se dedique a su cuidado con celo siempre más ardiente, y que hagáis que
toda la Acción Católica mejicana se interese por esta obra de redención moral y
material.
21. No podemos dejar
de recordar aquí un deber cuya importancia va siempre creciendo en estos
últimos años: el cuidado de los mejicanos emigrados, los cuales, arrancados de
su tierra y de sus tradiciones, muy fácilmente quedan envueltos entre las
insidiosas redes de aquellos emisarios que pretenden inducirlos a apostatar de
su fe.
Un convenio con
vuestros celosos hermanos de los Estados Unidos de América os daría por
resultado una asistencia más diligente y organizada por parte del clero local,
y aseguraría para los emigrados mejicanos los beneficios de tantas
instituciones económicas y sociales que tan gran desarrollo han alcanzado ya
entre los católicos de los Estados Unidos.
22. La Acción
Católica no puede dejar de preocuparse de las clases más humildes y
necesitadas, de los obreros, de los campesinos, de los emigrados; pero en otros
campos tiene también deberes no menos imprescindibles: entre otros, debe
ocuparse con solicitud muy particular de los estudiantes que un día, terminada
su carrera, ejercerán influencia grande en la sociedad y quizá ocuparán también
cargos públicos. A la práctica de la religión cristiana, a la formación del
carácter, que son principios fundamentales para los fieles, debéis añadir, para
los estudiantes, una especial y cuidadosa educación y preparación intelectual,
basada en la filosofía cristiana, es decir, en la filosofía que con tanta
verdad lleva el nombre de "filosofía perenne". Pues hoy día -dada la
tendencia cada vez más generalizada de la vida moderna hacia las exterioridades,
la repugnancia y la dificultad para la reflexión y el recogimiento, y la
propensión, en la misma vida espiritual, a dejarse guiar por el sentimiento más
bien que por la razón- se hace mucho más necesaria que en otros tiempos una
instrucción religiosa sólida y esmerada.
23. Deseamos
ardientemente que se haga entre vosotros, a lo menos en el grado que os sea
posible, y adaptando la instrucción a las condiciones particulares, a las
necesidades y posibilidades de vuestra patria, lo que tan laudablemente hace la
Acción Católica en otros países por la formación cultural y para lograr que la
instrucción religiosa tenga la primacía intelectual entre los estudiantes y
profesores católicos.
Gran esperanza de
algún porvenir mejor en Méjico Nos hacen concebir los jóvenes universitarios
que trabajan en la Acción Católica, y estamos seguros de que no defraudarán
Nuestras esperanzas. Es evidente que ellos forman parte, y parte importante, de
esta Acción Católica, que tan dentro está de Nuestro corazón, sean cuales fueren
las formas de su organización, ya que éstas dependen en gran parte de las
condiciones y circunstancias locales y varían de región a región. Estos
universitarios no solamente forman, como acabamos de decir, la más firme
esperanza de un mañana mejor, sino que ya ahora mismo pueden ofrecer efectivo
servicio a la Iglesia y a la patria, ya sea por el apostolado que ejerciten
entre sus compañeros, ya sea dando a las diferentes ramas de la Acción Católica
directivos capaces y bien formados.
24. Las singulares
condiciones de vuestra patria Nos obligan a llamar vuestra atención sobre el
necesario, imperioso e imprescindible cuidado de los niños, a cuya inocencia se
tienden asechanzas, y cuya educación y formación cristiana están sometidas a
una prueba tan dura. A todos los católicos mejicanos se les imponen estos dos
graves preceptos: el primero, negativo, de alejar, en cuanto sea posible, a los
niños de la escuela impía y corruptora; el segundo, positivo, de darles una
esmerada instrucción religiosa y la debida asistencia para mantener su vida
espiritual. Sobre el primer punto, tan grave y delicado, recientemente tuvimos
ocasión de manifestaros Nuestro pensamiento. Por lo que hace a la instrucción
religiosa, aunque sabemos con cuánta insistencia vosotros mismos la habéis
recomendado a vuestros sacerdotes y a vuestros fieles, a pesar de todo, os
repetimos que, siendo éste en la actualidad uno de los más importantes y
capitales problemas para la Iglesia mejicana, es necesario que lo que tan
laudablemente se practica en algunas diócesis se extienda a todas las demás, de
manera que los sacerdotes y miembros de la Acción Católica se apliquen con todo
ardor, y sin aterrarse de ningún sacrificio, a conservar para Dios y para la
Iglesia estos pequeñuelos, por los cuales el Divino Salvador mostró
predilección tan grande.
25. El porvenir de
las nuevas generaciones (os lo repetimos con toda la angustia de Nuestro
corazón paterno) despierta en Nos la más apremiante solicitud y la ansiedad más
viva. Sabemos a cuántos peligros se halla expuesta, hoy más que nunca, la niñez
y la juventud en todas partes, pero de un modo particular en Méjico, donde una
prensa inmoral y antirreligiosa pone en sus corazones la semilla de la
apostasía. Para remediar mal tan grave y para defender vuestra juventud de esos
peligros, es necesario que se pongan en movimiento todos los medios legales y
todas las formas de organización, como, por ejemplo, las Ligas de los padres de
familia, las Comisiones de moralidad y de vigilancia sobre las publicaciones y
las de censura de los cinematógrafos.
26. Acerca de la
defensa individual de los niños y jóvenes, sabemos por los testimonios que Nos
llegan de todo el mundo que el militar en las filas de la Acción Católica
constituye la mejor tutela contra las asechanzas del mal, la más bella escuela
de virtud y de pureza, la palestra más eficaz de fortaleza cristiana. Estos
jóvenes, entusiasmados con la belleza del ideal cristiano, sostenidos con la
ayuda divina que alcanzan por medio de la oración y de los sacramentos, se
dedicarán con amor y alegría a la conquista de las almas de sus compañeros,
recogiendo una consoladora cosecha de grandes bienes.
27. Esta misma razón
constituye una nueva prueba de que, ante los graves problemas de Méjico, no
puede decirse que la Acción Católica ocupe un lugar de secundaria importancia;
y, por lo tanto, si esta institución, que es educadora de las conciencias y
formadora de las cualidades morales, fuese de algún modo pospuesta a otra obra
extrínseca de cualquier especie, aunque se tratase de defender la necesaria
libertad religiosa y civil, se incurriría en una dolorosa ofuscación, porque la
salvación de Méjico, como la de toda sociedad humana, está, ante todo, en la
eterna e inmutable doctrina evangélica y en la práctica sincera de la moral
cristiana.
28. Por lo demás, una
vez establecida esta gradación de valores y actividades, hay que admitir que la
vida cristiana necesita apoyarse, para su desenvolvimiento, en medios externos
y sensibles; que la Iglesia, por ser una sociedad de hombres, no puede existir
ni desarrollarse si no goza de libertad de acción, y que sus hijos tienen
derecho a encontrar en la sociedad civil posibilidades de vivir en conformidad
con los dictámenes de sus conciencias.
Por consiguiente es
muy natural que, cuando se atacan aun las más elementales libertades religiosas
y cívicas, los ciudadanos católicos no se resignen pasivamente a renunciar a
tales libertades. Aunque la reivindicación de estos derechos y libertades puede
ser, según las circunstancias, más o menos oportuna, más o menos enérgica.
29. Vosotros habéis
recordado a vuestros hijos más de una vez que la Iglesia fomenta la paz y el
orden, aun a costa de graves sacrificios, y que condena toda insurrección
violenta, que sea injusta, contra los poderes constituidos. Por otra parte,
también vosotros habéis afirmado que, cuando llegara el caso de que esos
poderes constituidos se levantasen contra la justicia y la verdad hasta
destruir aun los fundamentos mismos de la autoridad, no se ve cómo se podría
entonces condenar el que los ciudadanos se unieran para defender la nación y
defenderse a sí mismos con medios lícitos y apropiados contra los que se valen
del poder público para arrastrarla a la ruina.
30. Si bien es verdad
que la solución práctica depende de las circunstancias concretas, con todo es
deber Nuestro recordaros algunos principios generales que hay que tener siempre
presentes, y son:
1) Que estas
reivindicaciones tienen razón de medio o de fin relativo, no de fin último y
absoluto.
2) Que, en su razón
de medio, deben ser acciones lícitas y no intrínsecamente malas.
3) Que si han de ser
medios proporcionados al fin, hay que usar de ellos solamente en la medida en
que sirven para conseguirlo o hacerlo posible en todo o en parte, y en tal
modo, que no proporcionen a la comunidad daños mayores que aquellos que se
quieran reparar.
4) Que el uso de
tales medios y el ejercicio de los derechos cívicos y políticos en toda su
amplitud, incluyendo también los problemas de orden puramente material y
técnico o de defensa violenta, no es manera alguna de la incumbencia del clero
ni de la Acción Católica como tales instituciones; aunque también, por otra
parte, a uno y a otra pertenece el preparar a los católicos para hacer uso de sus
derechos y defenderlos con todos los medios legítimos, según lo exige el bien
común.
5) El clero y la
Acción Católica, estando, por su misión de paz y de amor, consagrados a unir a
todos los hombres in vinculo pacis 7 , deben contribuir a la prosperidad de la
nación principalmente fomentando la unión de los ciudadanos y de las clases
sociales y colaborando en todas aquellas iniciativas sociales que no se opongan
al dogma o a las leyes de la moral cristiana.
31. Por lo demás, la
actividad cívica de los católicos mejicanos, desarrollada con un espíritu noble
y levantado, obtendrá resultaos tanto más eficaces cuanto en mayor grado posean
los católicos aquella visión sobrenatural de la vida, aquella educación
religiosa y moral y aquel celo ardiente por la dilatación del reino de Nuestro
Señor Jesucristo, que la Acción Católica se esfuerza en dar a sus miembros.
Frente a una feliz
coalición de conciencias que no están dispuestas a renunciar a la libertad que
Cristo les reconquistó 8 , ¿qué poder o fuerza humana podrá subyugarlas al
pecado? ¿Qué peligros ni qué persecuciones podrán separar a las almas, así
templadas, de la caridad de Cristo? 9 .
Esta recta formación
del precepto cristiano y ciudadano, cuyas cualidades y acciones todas quedan
ennoblecidas y sublimadas por el elemento sobrenatural, encierra en sí también,
como no podía menos de ser, el cumplimiento de los deberes cívicos y sociales.
San Agustín, encarándose con los enemigos de la Iglesia, les dirigía este
desafío, que es un encomio de sus fieles, diciendo: Los que dicen que la
doctrina de la Iglesia daña al Estado, que me den tales ciudadanos, tales
maridos, tales esposos, tales padres, tales hijos, tales amos, tales criados,
tales reyes y tales jueces... cuales manda la religión católica que sean; y
atrévanse entonces a decir de ella que es enemiga del Estado: antes bien habrán
de reconocer que, si tal doctrina se siguiera, ella sería la salvación del
Estado 10 . Siendo esto así, un católico se guardará bien de descuidar, por ejemplo,
el ejercicio del derecho de votar cuando entran en juego el bien de la Iglesia
o de la patria; ni habrá peligro de que los católicos, para el ejercicio de las
actividades cívicas y políticas, se organicen en grupos parciales, tal vez en
pugna los unos contra los otros, o contrarios a las normas directivas de la
autoridad eclesiástica: eso serviría para aumentar la confusión y desperdiciar
energías, con detrimento del desarrollo de la Acción Católica y de la misma
causa que se quiere defender.
32. Ya hemos indicado
algunas actividades que, aunque no le son contrarias, caen fuera del campo de
la Acción Católica, como serían las actividades de partidos políticos y las de
orden puramente económico-social. Pero existen otras muchas actividades
benéficas que se pueden agrupar en torno al núcleo central de la Acción
Católica, cuales son las Asociaciones de Padres de Familia para la defensa de
las libertades escolares y de la enseñanza religiosa, la Unión de Ciudadanos
para la defensa de la familia, de la santidad del matrimonio y de la moralidad
pública; pues la Acción Católica no cristaliza rígidamente en esquemas fijos,
sino que sabe coordinar, como en derredor de un centro irradiador de luz y de
calor, otras iniciativas e instituciones auxiliares, que, aun conservando una
justa autonomía y conveniente libertad de acción, necesarias para lograr sus
fines específicos, sienten la necesidad de seguir las reglas generales y las
comunes normas programáticas de la Acción Católica.
Esto tiene una
aplicación especial en el extenso territorio de vuestra nación, donde la
variedad de necesidades y condiciones locales puede exigir que, conservando una
base de principios comunes, se empleen métodos diferentes de organización y se
den también soluciones prácticas, diversas entre sí, pero igualmente rectas y
aptas para resolver un mismo problema.
33. A vosotros os
tocará, Venerables Hermanos, puestos por el Espíritu Santo para gobernar la
Iglesia de Dios, dar la última decisión práctica en estos casos, a la cual
obedecerán los fieles con docilidad y exactitud. Cosa que deseamos con todo
Nuestro corazón, porque la recta intención y la obediencia, siempre y en todas
partes, son condiciones indispensables para atraer las bendiciones divinas
sobre el ministerio pastoral y sobre la Acción Católica y para fijar aquella
unidad de dirección y aquella fusión de energías que son requisito
indispensable para la fecundidad del apostolado. Conjuramos, por lo tanto, con
toda Nuestra alma a los buenos católicos mejicanos a que tengan en grande
estima y amen la obediencia y disciplina: Oboedite praepositis vestris et
subiacete eis. Ipsi enim pervigilant, quasi rationem pro animabus vestris
reddituri. Y que sea obediencia llena de gozo y estimuladora de las mejores
energías, ut cum gaudio hoc faciant et non gementes 11 . El que no obedece sino
con desgana y como a la fuerza, desfogando su resentimiento interno en críticas
amargas contra sus superiores y compañeros de trabajo, contra todo lo que no es
según el propio parecer y juicio, aleja las bendiciones divinas, debilita el
nervio de la disciplina y destruye donde se debiera edificar.
34. Junto con la
obediencia y la disciplina Nos place traer a la memoria los otros deberes de
caridad universal que Nos sugiere San Pablo en ese mismo capítulo IV de la
epístola a los Efesios, que ya hemos citado y que debería ser la norma
fundamental para todos los que trabajan en la Acción Católica: Obsecro itaque
vos ego vinctus in Domino, ut digne ambuletis... cum omni humilitate et
mansuetudine, cum patientia, supportantes invicem in caritate, solliciti
servare unitatem Spiritus in vinculo pacis. Unum corpus et unus spiritus 12 .
35. A Nuestros
carísimos hijos mejicanos, a quienes parte tan grande cabe en los cuidados y en
las afectuosas solicitudes de Nuestro Pontificado, les renovamos la exhortación
a la unidad, a la caridad, a la paz en el trabajo apostólico de la Acción
Católica, llamado a devolver a Cristo a Méjico y a restituiros la paz y aun la
prosperidad temporal.
36. Ponemos Nuestros
votos y oraciones a los pies de vuestra celestial patrona, Nuestra Señora de
Guadalupe, que en su santuario excita siempre el amor y la devoción de todos
los mejicanos. A Ella, honrada y bendecida bajo ese título también en esta alma
Ciudad, donde Nos erigimos una parroquia dedicada a su honor, rogamos
ardientemente quiera oír Nuestros deseos y los vuestros -para la futura
prosperidad de Méjico- de la paz de Cristo en el Reino de Cristo. Con estos
votos y sentimientos os damos de todo corazón a vosotros, a vuestros sacerdotes,
a la Acción Católica mejicana, a todos los queridos hijos de Méjico y a toda la
noble nación mejicana, una especialísima Bendición Apostólica.
37. Que esta carta
Nuestra, que hemos querido enviaros en la festividad de la Pascua de
Resurrección, sea asimismo para vuestro país una prenda de resurrección
espiritual, pues no es otro el anhelo de Vuestro Padre, sino que, así como
habéis participado tan íntimamente de los sufrimientos de Cristo, igualmente
participéis de la gloria de su Resurrección.
Dado en Roma, junto a
San Pedro, en la fiesta de la Pascua de Resurrección, el 28 de marzo de 1937,
año décimosexto de Nuestro Pontificado.
1
1 Pet. 2, 9.
2
Rom. 12, 5.
3
Cf. Eph. 3, 12-16.
4
Luc. 12, 32.
5
Luc. 12, 31.
6
Marc. 8, 2-3.
7
Eph. 4, 3.
8
Gal. 4, 31.
9
Cf. Rom. 8, 35.
10
Ep. 138 ad
Marcellinum 2, 15.
11
Hebr. 13, 17.
12
Eph. 4, 1-4.