SOBRE LA PERSECUCIÓN
DE LA IGLESIA DE MÉJICO
PIO PP. XI
A NUESTROS VENERABLES
HERMANOS DE MÉXICO, ARZOBISPOS, OBISPOS, Y ORDINARIOS, EN PAZ Y COMUNIÓN CON LA
SEDE APOSTÓLICA
1.-Preferente
preocupación por Méjico.
La acerba angustia
espiritual que Nos oprime el ánimo por la tristísima situación de la Humanidad
en las presentes circunstancias, no debilita la especial preocupación que en
gran manera sentimos ora por los queridos hijos de la nación mejicana, ora
principalmente por vosotros, Venerables Hermanos, dignísimos de Nuestros
cuidados paternales, puesto que hace tanto tiempo sois víctimas de tan
acérrimas persecuciones.
2.-Recuerdo del
pasado.
De ahí que desde que
comenzó Nuestro Pontificado, siguiendo las huellas de Nuestro inmediato
Predecesor, por todos los medios y con todo interés Nos hemos esforzado a fin
de que los que llaman preceptos, "constitucionales" no se llevaren
funestamente a la práctica; los cuales preceptos, puesto que atacaban a los
derechos primarios e inmutables de la Iglesia, no pudimos menos de condenarlos
y reprobarlos repetidas veces, cuando la ocasión se presentaba, y precisamente
por ello Nos placía que no dejara de haber un Legado Nuestro en vuestra
República.
Agravios a la Santa
Sede.
Y si últimamente a la
mayoría de los jefes de los demás Estados se les ha visto reanudar con nuevo
interés amistosas relaciones diplomáticas con la Sede Apostólica, en cambio,
los gobernantes de la República Mejicana no sólo se han empleado en cerrar toda
vía de transacción para una conciliación mutua, sino que, aún infringiendo y
violando las promesas dadas hacía poco por escrito, contra lo que todos
esperaban y demostrando, por tanto, suficientemente cuáles eran sus opiniones y
propósitos con la Iglesia, más de una vez expulsaron a Nuestros Legados. ¡De
este modo, pues, se llegó a aplicar durísimamente el capítulo 130 de la ley a
que dan el nombre de "Constitución"; ley contra la cual, detestándola
y lamentándola, reclamamos solemnemente en la Carta Encíclica "Iniquis
afflictisque", de 18 de Noviembre de 1926, como sumamente contraria a la
Religión Católica.
Restricción para los
sacerdotes.
Asimismo se han
promulgado gravísimas penas contra aquellos que infringieron ese capítulo de
tal ley, y con nueva e injusta ofensa a la Jerarquía eclesiástica se ha
procurado que los sacerdotes que particularmente tuviesen permiso para ejercer
públicamente su sagrado ministerio, en modo alguno pasen de un determinado
número que señalarán los legisladores de cada uno de los Estados.
Firmeza de los
obispos y su expatriación.
Al crearse injusta e
intolerantemente esta situación, que somete a la Iglesia de Méjico a la
autoridad civil y al arbitrio de unos gobernantes hostiles a la Religión
Católica, Vosotros, Venerables Hermanos, decretasteis que se interrumpieran
públicamente los servicios del culto divino; y al mismo tiempo obligasteis en
cierto modo a todos los fieles cristianos para que eficazmente reclamasen
contra semejantes incalificables disposiciones. Mas por vuestra apostólica
fortaleza de ánimo y constancia, expatriados casi todos vosotros, habéis
admirado desterrados, y como si lo contemplaseis de lejos, las santas luchas y
martirio de vuestro clero y grey; y en cuanto a aquellos de vosotros
—poquísimos en número— que pudieron casi prodigiosamente permanecer ocultos en
sus respectivas diócesis, no poco consuelo y esfuerzo han dado al pueblo
cristiano con el ejemplo de su nobilísima firmeza.
Elogio anterior y
exhortación presente a la firmeza.
Sobre estas cosas Nos
hemos hablado en alocuciones y discursos pronunciados, y más detenida y
claramente en la Carta Encíclica "Iniquis afflictisque" (Pío XI
Encíclica Iniquis Afflictisque, 18-XI-1926; AAS. 18, (1926) 465-477) que antes
citamos, congratulándonos principalmente de que la egregia conducta del clero
—cuando administraba los Sacramentos a los fieles no sin peligro de la propia
vida— y los hechos heroicos de muchos seglares —cuando con increíbles y nunca
oídos trabajos sufridos con fortaleza, y cuando con gran detrimento de sus
bienes, gustosamente han acudido en auxilio de los sagrados ministros con
esplendidez— han producido profunda admiración en todo el orbe de la tierra.
Y entre tanto, no
hemos querido faltar a Nuestro deber dejando de excitar con consejos verbales y
escritos a los sacerdotes y fieles de Cristo, a fin de que con proceder
cristiano resistan según sus fuerzas a las leyes inicuas, exhortándoles
asimismo para que de tal modo aplaquen con oraciones y penitencias la justicia
de la sempiterna Deidad, que cuanto antes el providentísimo y
misericordiosísimo Dios se sirva benignamente dar alivio y fin a estas
persecuciones.
La acción papal:
Oraciones, colectas y buenos oficios.
Ni hemos dejado de
procurar que Nuestros hijos de todo el mundo, uniendo con Nos sus oraciones,
pidan por sus hermanos mejicanos tan indignamente tratados; a la cual
invitación Nuestra respondieron con admirable entusiasmo.
Es más, ni hemos
descuidado los procedimientos humanos que en Nuestra mano han estado para poder
proporcionar algún alivio a Nuestros queridos hijos, puesto que ora hemos
exhortado instantemente a todo el orbe católico para que a los afligidos
hermanos de la Iglesia mejicana se les auxiliase aun con una colecta; ora hemos
conjurado una y otra vez a los mismos jefes supremos de las Naciones con las
que Nos unen lazos de amistad para que no se negasen a considerar la anormal y
gravísima situación de tantos, fieles cristianos.
Gestiones de
pacificación y levantamiento del entredicho. Las razones.
Ahora bien: los que
gobiernan el Estado mejicano, como tan gran muchedumbre de ciudadanos
perseguidos no desistiese de resistir valerosa y generosamente, para de algún
modo salir de la peligrosa situación, que no podían según sus deseos dominar y
vencer, manifestaron claramente que no se oponían al propósito de llegar a un
arreglo de todo el asunto, después de oír las opiniones de una y otra parte.
Así, pues, aunque desgraciadamente Nos conocíamos por experiencia que no había
seguridad en dar fe a semejantes promesas, sin embargo juzgamos que debíamos
considerar' si era o no oportuno que públicamente continuase la suspensión de
los sagrados ritos religiosos. La cual suspensión, si resultaba una eficacísima
reclamación contra el capricho de los gobernantes de la República, sin embargo,
prolongada por más tiempo, hubiese podido perjudicar a la esfera de todo lo
civil y religioso; además, lo que es más importante, esta suspensión, según Nos
habían hecho presente no pocos autores de la mayor autoridad, causaba no poco
daño a los fieles cristianos, los cuales privados de muchos auxilios
espirituales necesarios para la vida cristiana y obligados con frecuencia a
abandonar el cumplimiento de sus propios deberes religiosos, en este trance
poco a poco eran llevados a apartarse del sacerdocio católico, y por tanto a
separarse de sus beneficios sobrenaturales. Añádase a esto que, como los
Obispos se hallaban hacía tanto tiempo alejados de sus respectivas diócesis, no
podía esto menos de contribuir a la relajación y debilitación de la disciplina
eclesiástica; lo cual era tanto más doloroso, cuanto que en tan gran
disgregación de la Iglesia mejicana el pueblo cristiano y los sacerdotes
necesitaban en sumo grado de la dirección y gobierno de los que el Espíritu
Santo puso como Obispos para regir a la Iglesia de Dios (Act 20, 28).
3. Esperanzas
fallidas.
Por consiguiente,
cuando en el año 1929 el presidente de la República mejicana declaró públicamente
que no era su propósito destruir la "identidad de la Iglesia" con la
aplicación de las citadas leyes, ni menospreciar la Jerarquía Eclesiástica,
Nos, teniendo en cuenta solamente la salvación de las almas, juzgamos que de
ningún modo se había de renunciar a este o cualquier otro medio de reintegrar a
su dignidad la Jerarquía. Es más, aún consideramos que debíamos pensar si sería
oportuno, puesto que brillaba alguna esperanza de remediar males más graves y
puesto que parecían alejarse aquellas causas principales que movieron a los
Obispos a juzgar que los servicios públicos del culto divino debían
suspenderse, renovarlos por el momento. Con lo cual no era ciertamente Nuestra
intención ni aprobar las leyes mejicanas contra la Religión, ni de tal modo retractarnos
de las reclamaciones hechas en contra de las mismas, que decretásemos no haber
ya por qué se resistiese y atacase a dichas leyes todo lo posible. Se trataba
solamente de lo siguiente: de que puesto que los gobernantes de la República
daban a entender que abrazaban propósitos distintos, parecía esto exigir el que
se suspendieran aquellos procedimientos de resistencia que más bien pudieran
resultar perjudiciales al pueblo cristiano, y que se adoptasen otros en
realidad más oportunos.
Viola el Estado
mejicano las estipulaciones.
Más, de todos es
sabido que la tan esperada paz y conciliación no respondió a Nuestros deseos y
votos. Porque, violadas palpablemente las condiciones estipuladas en la
conciliación, de nuevo se encarnizaron con los Obispos, sacerdotes y fieles
cristianos, castigándolos con penas y cárceles; y con la mayor tristeza vimos
que no sólo no se llamaba del destierro a todos los Obispos, sino que más bien
aun de aquellos que gozaban del beneficio de seguir en la patria, algunos, con
desprecio de las cláusulas legales, eran expulsados de sus confines; que en no
pocas diócesis los templos, los seminarios, los palacios episcopales y demás
edificios sagrados no habían sido en modo alguno dedicados de nuevo a su uso
propio; finalmente, que, con desprecio de las indubitables promesas hechas,
muchos clérigos y seglares que habían defendido valientemente la fe de sus
mayores eran entregados a la envidia y odio disimulado de sus enemigos.
Calumnias.
Además, no bien cesó
la suspensión pública del culto divino, sobrevino y se generalizó una acérrima
campaña de calumnias por parte de los editores contra los sagrados ministros,
contra la Iglesia y contra el mismo Dios, y todos saben que la Sede Apostólica
creyó era deber suyo reprobar y proscribir una de esas publicaciones que por su
más criminal impiedad y por su manifiesto propósito de concitar por medio de
calumnias el odio contra la Religión, había radicalmente sobrepasado toda clase
de límites.
Escuelas y la
enseñanza religiosa.
Únese a esto que no
sólo en las escuelas donde se enseñan los elementos del saber prohíbe la ley
que se expliquen los preceptos de la doctrina católica, sino que aun a menudo
se incita en ellas a los que tienen el cargo de educar a la niñez a que se
esfuercen en formar las almas de los jóvenes en los errores y disolventes
costumbres de la impiedad; lo que causa no pequeño perjuicio a los padres
cristianos si quieren poner buen recaudo la inocencia completa de su respectiva
prole. Sobre lo cual, así como bendecimos desde el fondo del alma a estos
padres y madres de familia e igualmente a los profesores y maestros que
celosamente los auxilian en este asunto, así también exhortamos insistentemente
en el Señor a vosotros, Venerables Hermanos, a uno y otro clero y a todos los
fieles cristianos para que no dejéis de preocuparos, según sea posible, de la
cuestión de las escuelas y de la educación de la juventud, teniendo
principalmente presente a la masa del pueblo, la cual, estando más en contacto
con la doctrina tan amplísimamente propagada de los ateos, masones y
comunistas, necesita más de vuestro celo apostólico. Y estad persuadidos de que
vuestra patria será sin duda, en lo futuro, tal como, educando debidamente a
los jóvenes, la hayáis hecho vosotros.
Lucha contra el
clero. El número clauso. "Modus vivendi".
Y se ha luchado
rudísimamente contra el punto de mayor importancia del que dimana la vida misma
de toda la Iglesia, a saber: contra el Clero, contra la Jerarquía católica, con
el designio precisamente de que poco a poco desaparezca del seno de la
República. Pues aunque proclame la Constitución del Estado mejicano que los
ciudadanos tienen la libre facultad de opinar lo que quieran, de pensar y creer
lo que gusten; sin embargo —como frecuentemente, cuando la ocasión se ha
presentado, lo hemos lamentado—, con manifiesta discrepancia y contradicción
dispone que cada uno de los Estados federados de la República señalen y
designen un número fijo de sacerdotes, a los que se permita ejercer su
ministerio y administrarlo al pueblo, no sólo en los templos, sino a domicilio
y en el recinto de las casas. Lo cual resulta tanto más gravemente un enorme
crimen por los procedimientos y maneras como se está aplicando esta ley. Porque
si la Constitución manda que los sacerdotes no pasen de cierto número, prevé,
sin embargo, que no vayan a ser insuficientes en cada región para las
necesidades del pueblo católico; y en modo alguno prescribe que en éste asunto
se desprecie a la Jerarquía eclesiástica; lo cual, por lo demás, se reconoce y
comprueba paladina e indiscutiblemente en el Pacto que se llama "modus
vivendi". Ahora bien, en el Estado de Michoacán se ha decretado que sólo
haya un sacerdote para 33.000 fieles cristianos; en el de Chihuahua, uno para
45.000; en el de Chiapa, uno para 60.000, y finalmente, en el de Veracruz uno
sólo para 100.000. Con todo, no hay quien no vea que de ningún modo se puede,
con semejantes restricciones, administrar los Sacramentos al pueblo cristiano,
que de ordinario vive en dilatadísimas regiones. Y sin embargo, los
perseguidores, como arrepentidos de su excesiva condescendencia, han impuesto
cada vez más restricciones: no pocos seminarios cerrados por algunas
autoridades de los Estados, casas parroquiales nacionalizadas y en muchos lugares
se han señalado los templos en los que únicamente, ni más allá de los límites
del territorio que se determina, puedan los sacerdotes, aprobados por la
autoridad civil, celebrar el culto divino.
Persecución de la
Jerarquía.
Ahora bien, lo que
las autoridades de algunos Estados han ordenado: que cuando los eclesiásticos
usen de su facultad de ejercer su ministerio no tienen los empleados públicos
que guardar respeto alguno a ninguna Jerarquía; es más: que a todos los
Prelados, esto es, a los Obispos y aun a los que ostenten el cargo de Delegado
Apostólico se les prohíbe completamente esa facultad, pone patentemente de
manifiesto que quieren destruir y arrasar la Iglesia católica.
Brevemente hemos
querido hasta aquí recordar, recorriendo sus principales aspectos, la durísima
situación de la Iglesia mejicana, para que todos aquellos que se interesan por
el buen régimen y paz de los pueblos, considerando que esta persecución, en
absoluto incalificable, no se diferencia mucho, sobre todo en algunos Estados,
dé la que se ensaña en las horribilísimas regiones de Rusia, reciban de esta
abominable conjura nuevo entusiasmo con que se opongan como dique a ese fuego
devastador de todo orden social.
4. Reglas prácticas
que se dieron anteriormente por la Secretaría de Estado.
Así también deseamos
daros testimonio una vez más a vosotros, Venerables Hermanos, y a los hijos
queridos de la nación mejicana, de Nuestro paternal interés, con el que os
seguimos con la vista a vosotros todos aquejados con penas; de este interés
Nuestro precisamente emanaron aquellas normas que dimos por conducto de Nuestro
querido Hijo el Cardenal Secretario de Estado, en el pasado mes de enero, y que
igualmente os comunicamos por medio de Nuestro Delegado Apostólico. Porque como
se trata de un asunto íntimo relacionado con la Religión, tenemos ciertamente
el derecho y el deber de decretar unos procedimientos y normas más adecuadas,
que todos quienes se glorían del nombre de católicos no pueden menos de
obedecer.
Sanciones eclesiásticas
mitigadas.
Y justo es que aquí
Nos declaremos claramente que con atención penetrante y quieta inteligencia
hemos meditado todos aquellos avisos y consejos que ya la Jerarquía
eclesiástica, ya los seglares Nos habían enviado; todos, decimos, aun aquellos
que parecían pedir se volviera, como antes, en año 1926, a un sistema más
severo de resistencia, suspendiendo públicamente de nuevo en toda la República
los actos del culto divino.
En lo que se refiere,
pues, al modo de proceder, como los sacerdotes no se hallan tan coartados en
todos los Estados, ni en todas partes se halla tan abatida la autoridad y
dignidad de la Jerarquía eclesiástica, dedúcese de ello que, así como de
distinto modo se llevan a la práctica estos infaustos decretos, no debe ser, en
manera alguna, semejante la manera de proceder de los fieles de la Iglesia de
Cristo.
Elogio de la
prudencia.
En lo cual estimamos
ser realmente de justicia el honrar con especiales alabanzas a aquellos Obispos
mejicanos que, como sabemos por noticias llegadas a Nos, han expuesto con la
mayor diligencia las normas repetidamente dadas por Nos, lo que Nos place
declarar abiertamente aquí porque si algunos —impulsados por el deseo de
defender su propia fe más que por una exquisita prudencia en estos difíciles
asuntos— por las diversas maneras de proceder de los Obispos, según las
distintas circunstancias locales, han sospechado que había en ellos designios
contrarios a los suyos, estén completamente persuadidos de que semejante
censura está completamente desprovista de todo fundamento.
Mayor clamor y
reclamaciones contra las leyes injustas.
Mas porque cualquiera
limitación del número de sacerdotes no puede menos de ser una grave violación
de los derechos divinos, es necesario que los Obispos y el grupo restante de
clérigos y seglares reclamen combatiendo y reprobando por todos los medios
legítimos esta reclamación contra las autoridades públicas, ello, no obstante,
convencerá por completo a los cristianos, en especial a los ignorantes, de que
las autoridades civiles, con su actuación, pisotean la libertad de la Iglesia,
de la que Nos, aunque arrecien los perseguidores no podemos sin duda alguna
abdicar.
Por lo cual, así como
con gran consuelo espiritual hemos leído varias reclamaciones que han formulado
los Obispos y sacerdotes de diócesis, víctimas de estas leyes inicuas, así Nos
hemos añadido la Nuestra ante todo el orbe de la tierra, y de un modo especial
ante aquellos que llevan los timones de los Estados, para que alguna vez por
fin consideren que esta laceración del pueblo mejicano no sólo injuria
gravemente a la eterna Deidad —oprimiendo a su Iglesia y a los fieles
cristianos vulnerando su fe y conciencia religiosa— sino que aun es una
peligrosa causa de esa revolución social por la que con todas sus fuerzas
luchan los que niegan y odian a Dios.
Pídase autorización a
los poderes públicos para celebrar Misa.
Entre tanto, para que
podamos aliviar y según nuestras facultades, poner remedio a estas calamitosas
circunstancias, valiéndonos de todos los medios que aún se hallen a mano, es
necesario que —conservando en todas partes en cuanto sea posible la celebración
del culto divino— no se extinga en el pueblo la luz de la fe y el fuego de la
caridad cristiana. Porque, aunque, como dijimos, se trate de impíos decretos
que, puesto que se oponen a los santísimos derechos de Dios y de la Iglesia, ha
de reprobarlos por tanto la ley divina, sin embargo, no hay duda de que es vano
el miedo del que piense que va a colaborar con las autoridades en una acción injusta,
si, sufriendo sus vejámenes, les pide autorización para ejercer el sagrado
ministerio. Esta errónea opinión y modo de obrar, como de ellas se seguirá en
todas partes la suspensión del culto religioso, acarrearía gran perjuicio a
toda la grey de fieles cristianos.
Ciertamente hay que
advertir que sin duda alguna es ilícito y completamente inmoral aprobar esta
ley inicua o espontáneamente prestarle ayuda, lo cual, sin embargo, difiere
grandemente de aquel modo de proceder con el que uno se somete contra su
voluntad y agrado a estas órdenes indignas, es más, aún se comporta de modo que
según sus fuerzas, lucha por disminuir en tal efecto de esos decretos.
Ahora bien, el
sacerdote, cuando obligadamente pide a las autoridades públicas el permiso para
ejercer los sagrados ministerios —sin el cual no puede celebrar el culto divino
—tolera esto sólo a la fuerza para lograr evitar un daño mayor; y realmente no
procede de modo distinto del que, despojado de sus bienes, se ve obligado a
pedir al que le ha robado autorización para siquiera usar de lo que es suyo.
Esto no constituye la
cooperación formal, sino solo material.
Y aparte de esto,
cualquier apariencia de "cooperar", como se dice,
"formalmente", y de aprobar la ley, se disipa ante las solemnes y
enérgicas reclamaciones hechas no sólo por la Sede Apostólica, sino aun por los
Obispos y pueblo de la República mejicana. Añádase a esto la prudente costumbre
seguida por los sacerdotes, garantizada con oportunas cautelas, de pedir,
aunque forzadamente, a las autoridades del Estado permiso para ejercer
libremente su sagrado ministerio, a pesar de que se hallan canónicamente
instituidos para ello por mandato de los Obispos; porque en estas
circunstancias no aprueban la ley, no prestan su asentimiento a lo mandado,
sino que se someten a los inicuos decretos tan sólo "materialmente",
como se dice, con el fin de suprimir el obstáculo que les impide celebrar el
culto sagrado, sin quitar el cual se prohibirá el culto divino, con grandísimo
daño a las almas. Enteramente del mismo modo los sagrados ministros, como es
sabido, en los primeros tiempos de la Iglesia católica, pedían, aun pagando por
ello una exacción, permiso para visitar a los mártires presos en las cárceles a
fin de administrarles los Sacramentos; con lo cual, sin embargo, nadie que
estuviese en su sano juicio pensó jamás que ellos cohonestaban y aprobaban de
alguna manera la conducta de los perseguidores.
Doctrina segura.
Esta es la doctrina
completamente cierta y segura de la Iglesia Católica, la cual si, al aplicarla
en la práctica, indujere a algunos a cierto equivocado escándalo, tendréis la
obligación, Venerables Hermanos, de explicarles cuidadosa y ampliamente la
solución que hemos propuesto. Y si alguien, aun después de que fuese explicada
por vosotros Nuestra intención, perseverare pertinazmente aún en esa falsa
opinión, sepa, pues, que no evitará la nota de contumacia y obstinación.
5. Valentía y
caridad.
Procedan, pues, todos
bien animados con este freno de la obediencia y unanimidad de opiniones, lo que
Nos más de una vez con íntima satisfacción del alma hemos alabado en el clero;
y, depuestas las dudas y vacilaciones que surgieron inquietantemente desde el
comienzo de la persecución, desarrollen los sacerdotes su más eficaz labor
apostólica propia, después de pesar su decisión de sufrir valientemente
cualquier cosa, sobre todo con los jóvenes y las clases populares. Igualmente
esfuércense en infundir sentimientos de equidad, concordia y caridad a los que
atacan a la Iglesia porque no la conocen suficientemente.
Recomendación de la
Acción Católica.
Sobre lo cual no
podemos dejar de recomendar lo que, como sabéis, llevamos en las niñas de los
ojos, a saber: que en todas partes se funde y cada día tenga mayor incremento
la Acción Católica, conforme a aquellas normas que dimos por conducto de
nuestro Delegado Apostólico. Sabemos que el comenzarla es dificilísimo, sobre
todo el principio, y en estas circunstancias; sabemos que no siempre se
alcanzan los frutos deseados rápidamente; pero sabemos que esto es necesario y
más eficaz que toda otra manera de proceder, según ha dado a conocer la
experiencia de aquellas naciones que salieron de la crisis de semejantes
calamidades.
Unión a la Jerarquía
y la Iglesia.
Además, aconsejamos
insistentemente a los hijos queridos del pueblo mejicano aquella estrechísima
unión en el Señor en que se distinguen con la Madre Iglesia, e igualmente con
su Jerarquía, fuentes de la gracia divina y de la virtud cristiana; aprendan
diligentemente la doctrina de la Religión; imploren del Padre de las
misericordias paz y prosperidad para su desgraciada patria, y consideren como
un honor y un deber personal el prestar su ayuda a los sagrados ministros en
las filas de la Acción Católica.
Elogio al heroísmo demostrado.
Con amplísimas
alabanzas honramos, pues, a aquellos, tanto de uno y otro clero como seglares,
que movidos de un encendido amor a la Religión y obedientes a esta Sede
Apostólica, realizaron actos dignísimos de ser recordados, que habrían de inscribirse
en los fastos modernos de la Iglesia mejicana, y los conjuramos instantemente
en el Señor para que no desistan de dedicarse a defender con todas sus fuerzas
los sacrosantos derechos de la Iglesia, con aquella paciencia que han tenido en
los sufrimientos y trabajos de la que hasta ahora han dado nobilísimos
ejemplos.
Expresión de simpatía
a los obispos que sufren.
Pero no podemos
terminar esta Carta Encíclica sin que dirijamos Nuestros pensamientos de un
modo especial a vosotros, Venerables Hermanos, fieles intérpretes de Nuestra
mente, y os confesamos que tanto más unidos estamos con vosotros y lo
experimentamos, cuanto más duras calamidades sufrís en el ejercicio del
ministerio apostólico; y tenemos por cierto, que puesto que sabéis que estáis
unidos espiritualmente al Vicario de Jesucristo, sacáis de ello consuelo y
ánimo, para que con mayor alegría perseveréis en la tan ardua y santísima labor
con la que llevéis a la grey que se os ha confiado al puerto de la eterna
salvación.
Bendición Apostólica.
Mas para que os
acompañe siempre el auxilio de la divina gracia y os aliente la divina
misericordia, con pródigo amor paterno os damos, Venerables Hermanos y queridos
Hijos, la Bendición Apostólica, prenda de dones celestiales.
Fechado en Roma, en
San Pedro, el día 29 del mes de Septiembre, Dedicación del Arcángel San Miguel,
del año 1932, decimoprimero de Nuestro Pontificado.
PIO PAPA XI
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