viernes, 19 de diciembre de 2014

La mujer en la revolución. La revolución de la mujer


VI Informe sobre la DSI en el mundo.



Síntesis introductoria

LA MUJER EN LA REVOLUCIÓN. LA REVOLUCIÓN DE LA MUJER

Stefano Fontana (1)

       

Son muchos los temas que han surgido en el mundo en el año 2013, que es el año de referencia de este Informe, pero hay uno ­--realmente muy progresivo y poco perceptible por la opinión pública-- que tiene las características de una verdadera revolución. Se trata de las transformaciones provocadas sobre la “mujer”, la cual es tomada cada vez más como objeto de experimentación, de intervención cultural y tecnológica, de re-diseño e incluso de re-creación.

Este fenómeno tiene signos exteriores y síntomas muy evidentes, pero es menos notorio el diseño completo, la intención de quien lo maniobra, el objetivo hacia el que se dirige.

En cuanto a los síntomas, este Informe presenta muchos casos, y lo hace unido a los Informes anteriores y en continuidad con ellos, en particular los relativos a los años 2011 y 2012. Por eso veremos que todas las referencias sobre biopolítica afectan en primer lugar a la mujer, ya que se orientan a replantear por completo la procreación y, por tanto, la maternidad.

Este fenómeno ha madurado en estos años, también en países de larga tradición católica como los latinoamericanos, gracias a la onda larga del nuevo código femenino lanzado en las Cumbres de la ONU del Cairo (1994) y Pekín (1995). Véase como un ejemplo, la sección de este Informe dedicada a América Latina, para darse cuenta de esto de manera documentada. En muchos casos algunos países latinoamericanos, como Argentina, están superando, en el reconocimiento de los llamados “nuevos derechos”, a los propios países europeos, notoriamente más avanzados en el ámbito de la secularización de la vida sexual, de la procreación y de la familia. Hasta hace pocos años, los temas de batalla sobre la mujer eran el divorcio, la contracepción y el aborto. Este frente continúa, como se puede leer en este Informe, y enormes fuerzas económicas y organizativas todavía se están utilizando para la esterilización masiva de mujeres en países pobres o para el aborto forzado. Pero hoy estos límites parecen pertenecer al pasado, porque se ha avanzado más allá de la línea del frente de esta “guerra mundial” sobre la mujer. El signo radical de este cambio se ha dado con el perfeccionamiento de las técnicas de fecundación artificial. A partir de ese momento la procreación se ha separado del cuerpo femenino, atendiendo las demandas del reivindicacionismo y del igualitarismo feminista de los primeros tiempos, cumpliendo así las expectativas incluso más allá de lo previsto. La mujer pudo liberarse de la maternidad y finalmente llegar a ser como el hombre. Si ya con la contracepción y el aborto la mujer podía “decidir” sobre algunos aspectos fundamentales de su maternidad, ahora ella decide de manera mucho más radical: la fecundación, la gestación y la procreación pueden realizarse “en otro lugar”. La fecundación artificial es, de hecho, un preludio del vientre de alquiler y del útero artificial.

Este Informe documenta ampliamente y examina estos signos, en los cuales se concentra el estudio de Eugenia Roccella en el capítulo sobre “El problema del año”, pero además intentamos comprender el diseño que está detrás y la finalidad última que, quien gobierna estos procesos, pretende alcanzar. Con la contracepción y el aborto comenzó la separación de la naturaleza, pero ello aún no había ocurrido completamente. La mujer era el ámbito privilegiado para realizar esta separación, de una forma ni siquiera vagamente comparable al hombre, aunque, también los efectos de estas dinámicas repercuten en la pareja, en el hombre y en las relaciones como tales. Sin embargo, la verdadera revolución, todavía no había ocurrido. Hoy ya está sucediendo. La mujer ha sido elegida como campo de experimentación avanzada y violenta de la completa separación de la naturaleza, con la sustitución de lo objetivo por lo subjetivo, de lo natural por lo artificial, de lo dado por lo producido, del derecho por el deseo y la Biopolítica se convierte en el lugar del replanteamiento de la política misma, donde el poder es el garante de los deseos individuales e inconmensurables.

Dicho en otros términos, para comprender mejor el desafío: la mujer es elegida como campo de experimentación de una humanidad nueva y posthumana. El posthumanismo pasa por el cambio de lo que hasta ahora habíamos considerado como “mujer”. El hijo debería ser consecuencia de la relación natural mujer-maternidad, pero el derecho al hijo lo convertirá en una “cosa”; el niño será programado, diseñado y seleccionado también en sentido eugenésico y racista, será un contrato y será cada vez más un objeto de controversia jurídica; el aborto se convertirá en “natural” y se realizará como un simple acto debido para cuando se desee, como ya lo han demostrado las mujeres que se hacen tomar un video mientras abortan, porque ya no lo perciben --o al menos eso parece-- como un suceso trágico por los efectos traumáticos, sino que ahora lo ven como algo normal y cotidiano, además las nuevas tecnologías farmacológicas han convertido el aborto en un acto invisible; la disociación del “yo” seguirá porque la procreación separa otros aspectos como el amor, la estabilidad, la pareja, la familia, el parentesco. Estamos a pocos pasos de un futuro que comenzó siendo postnatural para convertirse en posthumano.

No se comprenderá el significado completo de esta revolución de la mujer y de la mujer en la revolución si no lo consideramos como un proceso mesiánico y puesto completamente en manos de la técnica, como un mesianismo de la técnica abandonada a sí misma. La negación de la mujer es también la negación del hombre, y la negación de la pareja que es complementaria y abierta a la vida. En consecuencia el objetivo es la creación de individuos indiferenciados, unisexuales y plurisexuales al mismo tiempo, intercambiables, funcionales, utilizables, en un poliamor diverso que tiene toda la apariencia de un autoerotismo colectivo. La sociedad de la técnica es hoy la única ideología existente o, si queremos, es una nueva manifestación de los tantos sustitutos religiosos de la modernidad tardía. También podría ser su última su versión.

Considerar los movimientos alrededor de la mujer sólo desde el punto de vista sociológico o moral, como se ha hecho, es insuficiente. De la re-creación de la mujer se está pasando a la re-creación de lo humano en lo posthumano. El desafío es metafísico y teológico. Si no se aborda en este nivel, él ya habrá obtenido una victoria. Por este motivo tenemos la necesidad de valorar los muchos casos de resistencia y de contracorriente de los que las propias mujeres son protagonistas hoy en todo el mundo. Las mujeres que se oponen a ser utilizadas como campo de experimentación de lo posthumano, las que rechazan algunas técnicas de investigación prenatales porque ellas están abiertas a la vida tal como se presente después del parto; las mujeres que hacen objeción de conciencia en su trabajo; las mujeres que se organizan en nuevos movimientos para combatir la penetración de la ideología de género en las escuelas, las mujeres que siguen realizando la labor de cuidadoras, que es una expresión típica del genio femenino, en la familia y en la sociedad; las mujeres de los países pobres que apoyan a sus familias trabajando en actividades económicas informales para alimentar a sus hogares; las mujeres que en los Tribunales de justicia o en los Organismos internacionales defienden las leyes respetuosas de la feminidad; las mujeres que siguen realizándose como esposas y madres fieles. Estas mujeres que son muchas, son un gran recurso para continuar la creación que en parte Dios también ha confiado al género humano, y para oponerse a la re-creación que los poderosos han diseñado y que están llevando a cabo en todo el mundo.

Las mujeres, y las mujeres cristianas en particular, cuentan en esta tarea con la protección de María Inmaculada, recurriendo a ella pueden encontrar las energías para contrarrestar este fenómeno en su propio nivel. Dijimos que la revolución de la mujer es un proceso de relevancia metafísica y religiosa. Esto significa que también la respuesta debe ser de orden metafísico y religioso. María es la base que hace posible esto. Ella, Madre del Creador y Salvador, es la Mediadora para que las mujeres y los hombres invoquen la ayuda y encuentren la fuerza para no descuidar el proyecto creador de Dios que pasa también a través de la mujer, y para convertirlo en una re-creación verdadera, que es aquella que nos abrió el Hijo de Dios en la Cruz y en el Sepulcro vacío.



(1) Director del Observatorio Cardenal Van Thuân sobre la Doctrina Social de la Iglesia. Suscriben la Síntesis Introductoria: 
Fernando Fuentes Alcántara, Director de la Fundación Pablo VI, Madrid; 
Daniel Passaniti, Director Ejecutivo de CIES-Fundación Aletheia, Buenos Aires; 
Manuel Ugarte Cornejo, Director del Centro de Pensamiento Social Católico de la Universidad Católica San Pablo de Arequipa, Perú.



Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 19-12-14

El diálogo y sus enemigos


Por Gianfranco Ravasi

*Cardenal, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura

La Voz del Interior, 19-12-14

“No cantes victoria por atacar y vituperar un culto y una doctrina que no te parecen bien. Si te fías de mí, harás esto: deja de acusar a otros y enseña la ver­dad de manera que sea irrefutable cuanto diga... Por lo que yo recuerdo, nunca entablé polémica ni contra los griegos ni contra algún otro, pues pienso que es suficiente para los hombres honestos poder conocer y exponer la verdad en sí misma... Cada quien se jacta de poseer la moneda real, pero en realidad tiene apenas la imagen engañosa de una partecita de verdad”.

Mil doscientos años antes
de que Voltaire entonase su himno a la tolerancia (por lo demás, dirigido en forma orante al “Dios de todos los seres, de todos los mundos y de todos los tiempos”), entre el siglo V y VI, un oscuro monje escondido
bajo el seudónimo de Dionisio Areopagita entretejía este programa de diálogo desde el horizonte en que estaba inmerso; un programa concretado en sus escritos, que se revelaban como una original reformulación de la doctrina cristiana usando la instrumentación del pensamiento neoplatónico.

Comenzamos con una cita tan antigua para proponer un te­ma –el del diálogo– ins­cripto en el ADN del cristianismo, aun cuando a menudo se hayan asumido vigorosos anticuerpos para extenuar su energía.

En efecto, ya el apóstol Pedro amonestaba así a sus interlocutores del Asia Menor en la primera de las dos Cartas que nos han llegado bajo su patronato: “Estén siempre dispuestos a responder a cualquiera que les pida razón de la esperanza que ustedes tienen, pero háganlo con suavidad y respeto, y con tranquilidad de conciencia” (1 Pedro 3, 15-16).

Los enemigos del diálogo
son múltiples y a menudo antagónicos entre ellos mismos. Por un lado, el fundamentalismo integrista que de inmediato echa mano a la espada para el duelo; por el otro, el sincretismo que gorjea en un dueto confuso y sin color.

Por una parte, la rigidez intelectual confundida con el rigor; por otra, la aproximación vaga que impide la progresión de las argumentaciones, puesto que sobre los platos de la balanza se deposita sólo niebla o mucílago ideológico.

Un camino fatigoso

Por cierto, el diálogo es fatigoso, algunas veces arduo, sobre todo porque –como sugiere el étimo mismo del vocablo– es el cruce ( dià ) de un logos , es decir, de un discurso, descomponiendo todos sus segmentos argumentativos. Y, si se quiere, es también el entrecruzarse ( dià ) de dos logos de diversa matriz, cuando no incluso opuesta.

En nuestros días, se toma con frecuencia el camino cuesta abajo del desencuentro inmediato, sin escuchar o verificar el pensamiento del otro, en la típica agresividad incoherente y pirotécnica del talk-show televisivo. La fuerza demostrativa más alta está en el insulto o también en la tranquila afir­mación del estatista victoriano Disraeli: “Mi concepto de persona agradable es el de una ­persona que está de acuerdo conmigo”.

La dificultad del diálogo alcanza su cumbre cuando en medio están las religiones, con sus concepciones dogmáticas y sus concreciones seculares: existen volúmenes y volúmenes de documentos que atestiguan el constante e infructuoso esfuerzo de un insomne diálogo interreligioso y ecuménico.

Se puede hablar, además, de confrontación dentro de cada confesión religiosa, en parti­cular allí donde los conserva­dores lanzan anatemas contra quien, en su opinión, cabalga más allá de las fronteras de la ortodoxia, y estos últimos se mofan y escandalizan a los ­trasnochados que no arriban
a nada.

Sería necesario, por lo tanto, regresar al encuentro dialógico, pues la fuente misma de la fe cristiana se halla, precisamente, en un diálogo divino que, destrozando el silencio de la ­nada, tiene como interlocutor privilegiado a la criatura ­humana.

La certeza y la esperanza son, al final, las que el poeta surrealista francés Paul Eluard expresaba muy bien en algunos de sus versos: “No iremos hasta el final de uno en uno, sino de dos en dos./ Conociéndonos de dos en dos, nos conoceremos todos./ Nos amaremos todos y nuestros hijos se reirán/ de la leyenda negra donde llora un solitario”.

Iglesia y mundo externo

La Iglesia es, en efecto, asamblea convocada por Dios mismo, como lo sugiere el vocablo griego ekklesía (del verbo kaléo , convocar) y no una muchedumbre de soledades. De su unidad en la pluralidad, como un cuerpo único pero con diversos miembros –por usar la célebre imagen paulina (1 Corintios 12)– derivan algunas de sus caracte­rísticas que ahora queremos
sólo evocar y que constituyen el perfil con el que ella debería presentarse a la cita del diálogo y del encuentro con el mundo externo.

La Iglesia Católica es convocada, nutrida y liberada por la Palabra de Dios. Ella tiene como centro vital a la Eucaristía, “un solo pan” que hace que “nosotros, incluso siendo muchos, seamos un único cuerpo” (1 Corintios 10, 17).

La Iglesia está atenta a los signos de los tiempos y, por ­tanto, dialoga con la cultura y la sociedad contemporánea, ­“capaz siempre de responder
a cualquiera que pregunte las razones de la esperanza” que ella tiene, “haciéndolo con dulzura, respeto y recta conciencia”, en un diálogo sereno y firme, no arrogante e integrista, como antes nos amonestaba San Pedro.

La Iglesia no teme, pues, adoptar estructuras y medios humanos, cuidando de no dejarse aprisionar por ellos, sino usándolos como instrumentos para ir al encuentro de la sociedad y la cultura contemporáneas, que tienen categorías y lenguajes lejanos, pero que pueden ser interceptados por el mensaje evangélico.

Y esto lo debe hacer con finura y discreción, sin opciones de poder, sino con el testimonio de la vida, a ejemplo del Mesías que “no grita, no alza el tono, no hace oír en las plazas su voz” (Isaías 42,2).

La Iglesia dialoga antes que nada con los sufrimientos, con las preguntas y las esperas de muchas personas, en especial de los últimos y los pequeños. Como escribía el cardenal Carlo María Martini, es “una Iglesia consciente del camino arduo y difícil para mucha gente, de
los sufrimientos casi insoportables de gran parte de la humanidad, sinceramente partícipe de las penas de todos y deseosa de consolar”.

Sin exclusiones

La Iglesia, sin embargo, no privilegia ni excluye ninguna categoría social y, por lo tanto,
no vacila en confrontarse con los ricos y con los poderosos,
no por acuerdos ventajosos y maniobras de reparto de poder, sino para hacer brillar en sus mentes y sus corazones, con ­frecuencia opacados por el ­bienestar, el sentido de la
moral, de la justicia, de la solidaridad.

Trata, por eso, con respeto las instituciones, también en las obligaciones cívicas y fiscales (léase Romanos 13, 1-7), “dando a César lo que es del César”, pero tiene fijo ante sí el principio formulado por Pedro de frente al Sanedrín: “Hay que obedecer a Dios antes que a los hom­bres” (Hechos 5, 29).

Una Iglesia humilde, pero fuerte; con múltiples carismas, pero unida en la fe; misericordiosa con los pecadores, pero firme en los principios; una comunidad de personas libres, de apóstoles y de fieles, de sacerdotes y de laicos que reconocen el primado de su único Dios y Señor.

Sólo con esta clara identidad teológica y moral, la Iglesia podrá dialogar de manera eficaz con el mundo secularizado, a menudo indiferente e inerte, relativista y escéptico, pero hecho siempre de hombres y mujeres que aman, sufren, gozan, esperan.


*Cardenal, presidente del Consejo Pontificio para la Cultura

viernes, 12 de diciembre de 2014

Lineamenta



SÍNODO DE LOS OBISPOS


XIV ASAMBLEA GENERAL ORDINARIA

La vocación y la misión de la familia
en la Iglesia y en el mundo contemporáneo

LINEAMENTA



Ciudad del Vaticano
2014


ÍNDICE



Prefacio

Relatio Synodi de la III Asamblea General Extraordinaria

Introducción

I Parte
La escucha: el contexto y los desafíos de la familia

El contexto sociocultural
La importancia de la vida afectiva
El desafío para la pastoral

II Parte
La mirada fija en Cristo: el Evangelio de la familia

La mirada fija en Jesús y la pedagogía divina en la historia de la salvación
La familia en el designio salvífico de Dios
La familia en los documentos de la Iglesia
La indisolubilidad del matrimonio y el gozo de vivir juntos
Verdad y belleza de la familia
y misericordia para con las familias heridas y frágiles

III Parte
La confrontación: perspectivas pastorales

Anunciar el Evangelio de la familia hoy, en los diversos contextos
Guiar a los prometidos en el camino de preparación al matrimonio
Acompañar en los primeros años de la vida matrimonial
Solicitud pastoral por quienes viven en el matrimonio civil o en convivencias
Cuidar de las familias heridas (separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados vueltos a casar, familias monoparentales)
La atención pastoral por las personas con orientación homosexual
La transmisión de la vida y el desafío de la disminución de la natalidad
El desafío de la educación y el rol de la familia en la evangelización

Conclusión

Preguntas sobre la recepción y La profundización de la Relatio Synodi

Pregunta previa referida a todas las secciones de la Relatio Synodi

Preguntas sobre la I parte
La escucha: el contexto y los desafíos de la familia

El contexto sociocultural
La importancia de la vida afectiva
El desafío para la pastoral

Preguntas sobre la II parte
La mirada fija en Cristo: el Evangelio de la familia

La mirada fija en Jesús y la pedagogía divina en la historia de la salvación
La familia en el designio salvífico de Dios
La familia en los documentos de la Iglesia
La indisolubilidad del matrimonio y el gozo de vivir juntos
Verdad y belleza de la familia y misericordia para con las familias heridas y frágiles

Preguntas sobre la III parte
La confrontación: perspectivas pastorales

Anunciar el Evangelio de la familia hoy, en los diversos contextos
Guiar a los prometidos en el camino de preparación al matrimonio
Acompañar en los primeros años de la vida matrimonial
Solicitud pastoral por quienes viven en el matrimonio civil o en convivencias
Cuidar de las familias heridas (separados, divorciados no vueltos a casar, divorciados vueltos a casar, familias monoparentales)
La atención pastoral por las personas con tendencia homosexual
La transmisión de la vida y el desafío de la disminución de la natalidad
El desafío de la educación y el rol de la familia en la evangelización
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Texto completo (29 páginas) en:



domingo, 7 de diciembre de 2014

Reportaje al Papa



Elisabetta Piqué
La Nación, 7-12-14

(párrafos seleccionados)



-Un reciente sondeo en la región [del Pew Research Center] certificó que, más allá del "efecto Francisco", hay católicos que siguen abandonando la Iglesia.

-Conozco la estadística que dieron en Aparecida, es el único dato que tengo. Evidentemente, hay varios factores que intervienen en eso, externos a la Iglesia. Por ejemplo, la teología de la prosperidad inspira muchas propuestas religiosas que atraen gente. Pero luego la gente queda a mitad de camino. Pero dejando afuera lo externo a la Iglesia, me pregunto: ¿cuáles son las cosas nuestras, dentro de la Iglesia, que hacen que los fieles no se sientan satisfechos? Y es la falta de cercanía y el clericalismo. La proximidad es el llamado hoy al católico, a salir y hacernos próximos de la gente, de sus problemas, de sus realidades. El clericalismo, se lo dije a los obispos del Celam en Río de Janeiro, frenó la madurez laical en América latina. Donde los laicos son más maduros en América latina es precisamente en la expresión de la piedad popular. Pero organizaciones laicales siempre estuvieron con el problema del clericalismo. Yo hablé de esto en la "Evangelii Gaudium" [la primera exhortación apostólica del Papa].

-¿La renovación de la Iglesia a la que usted llama apunta también a buscar a estas "ovejas perdidas" y a frenar esa sangría de fieles?

-No me gusta usar esa imagen de la "sangría" porque es una imagen muy ligada al proselitismo. No me gusta usar términos ligados al proselitismo porque no es la verdad. Me gusta usar la imagen de hospital de campaña: hay gente muy herida que está esperando que vayamos a curarle las heridas, heridas por mil motivos. Y hay que salir a curar heridas.

-¿Ésa es la estrategia entonces para recuperar a los que se van?

-No me gusta la palabra "estrategia", sino que hablaría del llamado pastoral del Señor, porque si no, parece todo una ONG... Es el llamado del Señor, lo que hoy le pide a la Iglesia, no como estrategia, porque la Iglesia no hace proselitismo. La Iglesia no quiere hacer proselitismo porque la Iglesia no crece por proselitismo, sino por atracción, como dijo Benedicto. La Iglesia tiene que ser un hospital de campaña y salir a curar heridas, como el buen samaritano. Hay gente herida por desatención, por abandono de la Iglesia misma, gente que está sufriendo horrores...

-Usted es un papa que suele hablar de manera directa, lo que le ayuda a dejar en claro el rumbo de su pontificado. ¿Por qué cree que hay sectores que están desorientados, que dicen que la "barca está sin timón", sobre todo después del reciente sínodo sobre la familia?

-Me extrañan esas expresiones. No me consta que las hayan dicho. En los medios, aparece como que las hubieran dicho. Pero, hasta que no le pregunte al interesado: "¿Usted ha dicho esto?", mantengo la duda fraternal. Pero, generalmente, es porque no leen las cosas. Uno sí me dijo una vez: "Sí, claro, esto del discernimiento qué bien que hace, pero necesitamos cosas más claras". Y yo le dije: "Mire, yo escribí una encíclica, es verdad, a cuatro manos, y una exhortación apostólica. C ontinuamente estoy haciendo declaraciones, dando homilías y eso es magisterio. Eso que está ahí es lo que yo pienso, no lo que los medios dicen que yo pienso. Vaya ahí y lo va a encontrar y está bien claro; «Evangelii Gaudium» es muy clara".

-En los medios, algunos hablaron del "fin de la luna de miel" por la división que salió a la luz en el sínodo...

-No fue una división tipo estrella contra el Papa; o sea, al Papa de referente no lo tenían. Porque ahí el Papa procuró abrir el juego y escuchar a todos. El hecho de que, al final, mi discurso haya sido aceptado tan entusiastamente por los padres sinodales indica que el problema no era con el Papa, sino que era entre diversas posturas pastorales.

-Siempre que hay un cambio de statu quo, como significó su llegada al Vaticano, es normal que haya resistencias. Después de poco más de 20 meses, esta resistencia, silenciosa al principio, parece ser más evidente...

-La palabra la dijo usted. Las resistencias ahora se evidencian, pero para mí es un buen signo, que las ventilen, que no las digan a escondidas cuando uno no está de acuerdo. Es sano ventilar las cosas; es muy sano.

-¿La resistencia tiene que ver con la limpieza que usted está haciendo, con la reestructuración interna de la curia romana?

-Considero a las resistencias como puntos de vista distintos, no como cosa sucia. Tiene que ver con decisiones que por ahí tomo, eso sí. Claro, hay decisiones que tocan algunas cosas económicas, otras más pastorales...

-¿Está preocupado?

-No, no estoy preocupado, me parece todo normal, porque sería anormal que no existieran puntos divergentes. Sería anormal que no saliera nada.

-¿Terminó el trabajo de limpieza o sigue?

-No me gusta hablar de "limpieza". Diría de hacer marchar la curia en la dirección que las congregaciones generales [las reuniones que anteceden al cónclave] pidieron. No, para eso falta mucho todavía. Falta, falta. Porque, en las congregaciones generales precónclave, los cardenales pedimos muchas cosas y hay que seguir adelante en todo eso...

-¿Lo que se encontró haciendo limpieza es peor de lo que se esperaba?

-Primero, no me esperaba nada. Esperaba volverme a Buenos Aires [risas]. Y después creo que, no sé, Dios en eso es bueno conmigo, me da una sana dosis de inconsciencia. Voy haciendo lo que tengo que hacer.

-Pero ¿cómo anda el trabajo en curso?

-Bueno, es todo público, se sabe. El IOR [Instituto para las Obras de Religión] está funcionando fenómeno y se hizo bastante bien eso. Lo de la economía está yendo bien. Y la reforma espiritual es lo que en este momento me preocupa más, la reforma del corazón. Estoy preparando la alocución de Navidad para los miembros de la curia; voy a tener dos saludos navideños, uno con los prelados de la curia y otro con todo el personal del Vaticano, con todos los dependientes, en el Aula Pablo VI con sus familias, porque ellos también llevan adelante las cosas. Los ejercicios espirituales para prefectos y secretarios son un paso adelante. Es un paso adelante que estemos seis días encerrados, rezando y, como el año pasado, lo vamos a volver a hacer en la primera semana de Cuaresma. Vamos a la misma casa.

-La semana que viene vuelve a juntarse el G-9 [el grupo de 9 cardenales consultores que lo ayudan en el proceso de reforma de la curia y en el gobierno universal de la Iglesia]. ¿Para 2015 va a estar lista la famosa reforma de la curia?

-No, el proceso es lento. El otro día tuvimos una reunión con los jefes de dicasterios y se presentó la propuesta que hicieron de juntar los dicasterios de Laicos, Familia, Justicia y Paz. Y hubo discusión ahí, cada uno expresó lo que le parecía, y ahora esto vuelve al G-9. Es decir, la reforma de la curia lleva mucho tiempo, es la parte más compleja...

-¿Es decir que no va a estar lista en 2015?

-No, se va haciendo de a pasitos.

-Un sector conservador en Estados Unidos cree que usted lo echó al cardenal tradicionalista norteamericano Raymond Leo Burke del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica por ser el líder de un grupo de resistencia a cualquier tipo de cambio en el sínodo de obispos... ¿Es verdad?

-El cardenal Burke un día me preguntó qué iba a hacer, ya que aún no había sido confirmado en su cargo, en la parte jurídica, y estaba con la fórmula de donec alitur provideatur ("hasta que se disponga otra cosa"). Y le dije: "Deme un poco de tiempo porque se está pensando en una reestructuración jurídica en el G-9", y le expliqué que todavía no había nada hecho y que se estaba pensando. Y después surgió lo de la Orden de Malta y ahí hacía falta un americano vivo, que se pudiera mover en ese ámbito y se me ocurrió él para ese cargo. Y se lo propuse mucho antes del sínodo. Y le dije: "Esto va a ser después del sínodo porque quiero que usted participe en el sínodo como jefe de dicasterio", porque como capellán de Malta no podía. Y bueno, me agradeció mucho, en buenos términos y lo aceptó, hasta le gustó me parece. Porque él es un hombre de moverse mucho, de viajar y ahí va a tener trabajo. O sea que no es cierto que lo eché por cómo se había portado en el sínodo.




viernes, 5 de diciembre de 2014

Homilía de Mons. Hesayne

obispo emérito de Viedma

Título inquietante


Aica, 5-12-14

…el que he leído en primera página y con letras destacadas en un importante diario capitalino. El título: “PLATO LLENO”. “El programa que va al rescate de la comida que sobra” En el primer instante me llené de gozo… ¡En la Argentina no se ha perdido el espíritu solidario!, pensé… y sigo felicitando a los organizadores de ese programa.

A poco de leer el artículo y reflexionar sobre “comida tirada” y “familias argentinas tienen que alimentarse” –quitar el hambre– con la comida que tiran otras familias argentinas… sentí indignación (no bronca). Es decir, una honda pena, en mi corazón cristiano y argentino, ante el quiebre del tejido social argentino. El abismo que se ha abierto en la sociedad argentina entre los que comen hasta hartarse y que otros tengan que comer las sobras…, es un escándalo argentino y de la Iglesia en sus comunidades parroquiales. 

En donde no pocos de los bien satisfechos en comida y bebida asisten a Misa dominical. Y pensé: ¡qué bochorno para la Iglesia en la Argentina! Mientras unos comen hasta tirar comida, otros mueren de hambre... Y recordé la Parábola de Jesús sobre el rico Epulón y el mendigo Lázaro. Recomiendo releerla. Lucas 16, 19 Los cristianos… los que en las encuestas se anotan como “católicos”… o van a misa el Domingo la tienen que asumir en todo su mensaje para no escuchar lo que escuchó el rico Epulón demasiado tarde. La brecha entre el rico Epulón que banqueteaba y el pordiosero Lázaro después de la muerte de los dos se había transformado en un abismo infranqueable para el rico Epulón que lamentaba irremediablemente su suerte desgraciada y no alcanzar un alivio de parte de Lázaro que gozaba en el Cielo en la medida que había sufrido en las puertas del Palacio del rico. 

Es que el rico Epulón ocupado en sus placeres no había querido escuchar que el más allá se prepara en el más acá. En esta historia ganamos la felicidad eterna o la perdemos para siempre. Dios se hizo hombre para transformar la historia humana en historia de felicidad eterna. Dios que es Amor no condena a nadie. Se autocondena el que pretende vivir su vida según propios gustos sin interesarle la vida de los demás.

La solidaridad real y efectiva con los que sufren es camino de felicidad eterna. Y también nosotros pastores -obispos y presbíteros- tenemos que hacer lectura orante con esta Parábola para trazar líneas pastorales a nuestras comunidades de Iglesia. Al leer la noticia del matutino capitalino y releer la Parábola del rico Epulón y el pobre Lázaro, pienso que en la Iglesia se ha perdido el Evangelio social y político. Hago esta afirmación a ciencia y conciencia. Con mi experiencia pastoral de varias décadas llego a la conclusión que para la mayoría de católicos de clase media hacia arriba, unir el Evangelio a la Política es casi una herejía…

Y sin embargo, si el Evangelio de Jesús no llega a ser Buena Noticia en nuestros foros políticos, la brecha entre ricos y pobres se irá ahondando por falta de justicia social y en forma silenciosa, pero, progresiva la muerte por falta de alimentación irá diezmando vidas, nuevas generaciones nacerán débiles, mental y físicamente atrofiados. Pienso que los obispos y sacerdotes hemos de despertar a nuestras comunidades de la indiferencia social política. Es laudable el esfuerzo de muchas y muchos en ayudar como el caso publicado en el matutino de referencia. Pero no alcanza a solucionar la catástrofe social de la hambruna argentina. 

La ayuda por laudable que fuere es un calmante pero no erradica el mal social. Sólo una política humana y humanizante devolverá al país la igualdad fraternal de familia social. Es hora que los que tengamos Fe Cristiana nos ayudemos para encontrar caminos de solución en vista a recuperar la fraternidad social- política en la Argentina. 

Que cada uno no espere que otros lo hagan sino que cada uno se diga: si no Yo, ¿quién? Si no es ahora ¿cuándo? Encaremos la vida como Dios la ha proyectado con infinito amor de Padre. Por eso, hasta nos da el placer de una buena mesa, fruto del trabajo. Por eso una sociedad humana jamás será feliz sin justicia social, como lo afirmó Juan Pablo II cerrando un Congreso Mundial de la Familia haciéndose eco bíblico (Eclesiástico 2,42)

Mons. Miguel Esteban Hesayne, obispo emérito de Viedma


martes, 2 de diciembre de 2014

Carta Apostólica del Papa Francisco


 a todos los consagrados, con ocasión del Año de la Vida Consagrada

Ecclesia, 1-12-14

Amadísimas consagradas y amadísimos consagrados:

Os escribo como Sucesor de Pedro, al que el Señor encomendó la tarea de  confirmar la fe de los hermanos (cf. Lc 22, 32), y os escribo como hermano vuestro, consagrado a Dios como vosotros.
Juntos demos gracias al Padre, que nos ha llamado a seguir a Jesús en la adhesión plena a su Evangelio y en el servicio de la Iglesia, y ha derramado en nuestros corazones el Espíritu Santo que nos da la alegría y que hace que rindamos testimonio al mundo entero de su amor y de su misericordia.
Haciéndome eco del pensamiento de muchos de vosotros y de la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, con ocasión del L aniversario de la Constitución dogmática Lumen gentium –que en su capítulo VI trata de los religiosos­– y del Decreto Perfectæ caritatis sobre la renovación de la vida religiosa, he decidido convocar un Año de la Vida Consagrada, que se iniciará el 30 del corriente mes de noviembre, I Domingo de Adviento, y que se clausurará con la fiesta de la Presentación de Jesús al Templo el 2 de febrero de 2016.
Tras escuchar a la Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica, he indicado como objetivos para este Año los mismos que San Juan Pablo II había propuesto a la Iglesia al inicio del tercer milenio retomando, en cierto modo, lo que ya había indicado en la Exhortación postsinodal Vita consecrata: «¡Vosotros no solamente tenéis una historia gloriosa para recordar y contar, sino una gran historia que construir! Poned los ojos en el futuro, hacia el que el Espíritu os impulsa para seguir haciendo con vosotros cosas grandes» (n. 110).

I
Objetivos del Año de la Vida Consagrada

1. El primer objetivo es mirar al pasado con gratitud. Cada uno de nuestros institutos procede de una rica historia carismática. En sus orígenes está presente la acción de Dios, que, en su Espíritu, llama a algunas personas a seguir de cerca a Cristo, a traducir el Evangelio a una particular forma de vida, a leer con los ojos de la fe los signos de los tiempos, a responder con creatividad a las necesidades de la Iglesia. Después, la experiencia inicial ha crecido y se ha desarrollado, implicando a otros miembros en nuevos contextos geográficos y culturales, dando vida a nuevos modos de realizar el carisma, a nuevas iniciativas y expresiones de caridad apostólica. Es como la semilla que se convierte en árbol extendiendo sus ramas.
Durante este Año será oportuno que cada familia carismática recuerde sus inicios y su desarrollo histórico, para dar gracias a Dios, que ha ofrecido a la Iglesia tan gran cantidad de dones que la embellecen y la disponen para toda obra buena (cf. Lumen  gentium, n. 12).
Contar la propia historia resulta indispensable para mantener viva la identidad, así como para consolidar la unidad de la familia y el sentido de pertenencia de sus miembros. No se trata de hacer arqueología o de cultivar inútiles nostalgias, sino, más bien, de volver a recorrer el camino de las generaciones pasadas para captar en él la chispa inspiradora, las idealidades, los proyectos, los valores que las impulsaron, empezando por los fundadores, por las fundadoras y por las primeras comunidades. Se trata también de una forma de tomar conciencia de cómo se ha vivido el carisma a lo largo de la historia, de qué creatividad ha irradiado, de a qué dificultades ha tenido que enfrentarse y de cómo se han superado. Podrán descubrirse incoherencias, fruto de las debilidades humanas, y a veces incluso el olvido de algunos aspectos esenciales del carisma, pero todo es instructivo y se convierte al mismo tiempo en llamamiento a la conversión. Narrar la propia historia significa alabar a Dios y darle gracias por todos sus dones.
Le damos gracias de especial manera por estos últimos 50 años tras el Concilio Vaticano II, que constituyó una «bocanada» de Espíritu Santo para toda la Iglesia. Gracias a él, la vida consagrada ha recorrido un fecundo camino de renovación que, con sus luces y sombras, ha sido un tiempo de gracia, marcado por la presencia del Espíritu.
Que este Año de la Vida Consagrada sea también ocasión para confesar con humildad, y al mismo tiempo con gran confianza en Dios Amor (cf. 1 Jn 4, 8), la propia fragilidad, y para vivirla como experiencia del amor misericordioso del Señor; una ocasión para gritar al mundo con fuerza y para testimoniar con alegría la santidad y la vitalidad presentes en la mayor parte de quienes han sido llamados a seguir a Cristo en la vida consagrada.

2. Este Año nos llama también a vivir el presente con pasión. Manteniéndonos en atenta escucha de lo que el Espíritu dice hoy a la Iglesia, la memoria agradecida del pasado nos impulsa a hacer realidad, de manera cada vez más profunda, los aspectos constitutivos de nuestra vida consagrada.
Desde los inicios del primer monaquismo hasta las «nuevas comunidades» actuales, toda forma de vida consagrada nace de la llamada del Espíritu a seguir a Cristo, tal como enseña el Evangelio (cf. Perfectæ caritatis, n. 2). Para los fundadores y las fundadoras, la regla en absoluto fue el Evangelio; toda otra regla solo pretendía ser expresión del Evangelio e instrumento para vivirlo en plenitud. Su ideal era Cristo, adherirse a él íntegramente, hasta poder decir con Pablo: «Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21); los votos solo tenían sentido con vistas a realizar este amor suyo apasionado.
La pregunta que estamos llamados a hacernos durante este Año es si –y hasta qué punto– nosotros también nos dejamos interpelar por el Evangelio; si este es realmente el «vademécum» de nuestra vida diaria y de las decisiones que estamos llamados a tomar. El Evangelio es exigente, y pide ser vivido con radicalidad y sinceridad. No basta con leerlo (aunque su lectura y estudio no dejan de ser extremadamente importantes); no basta con meditarlo (lo que hacemos con júbilo cada día): Jesús nos pide que lo hagamos realidad, que vivamos sus palabras.
Hemos de preguntarnos también: ¿Jesús es realmente nuestro primer y único amor, como nos propusimos cuando profesamos nuestros votos? Solo si es así podemos y debemos amar en la verdad y en la misericordia a cada persona que nos encontramos por el camino, porque habremos aprendido de él qué es el amor y cómo amar: sabremos amar porque tendremos su mismo corazón.
Nuestros fundadores y fundadoras sintieron en sí la compasión que embargaba a Jesús cuando veía a las multitudes como ovejas dispersas sin pastor. Tal como Jesús, impulsado por esa compasión, dio su palabra, curó a los enfermos, dio pan para comer, entregó su propia vida, así también los fundadores se pusieron al servicio de esa humanidad a la que el Espíritu los mandaba, en las más diferentes formas: la intercesión, la predicación del Evangelio, la catequesis, la instrucción, el servicio a los pobres, a los enfermos… La fantasía de la caridad no ha conocido límites, y ha sabido abrir innumerables caminos para llevar el soplo del Evangelio a las culturas y a los más variados ambientes sociales.
El Año de la Vida Consagrada nos interroga sobre nuestra fidelidad a la misión que nos ha sido encomendada. Nuestros ministerios, nuestras obras, nuestras presencias, ¿responden a lo que el Espíritu pidió a nuestros fundadores? ¿Son adecuados para perseguir sus finalidades en la sociedad y en la Iglesia de hoy? ¿Hay algo que debemos cambiar? ¿Tenemos la misma pasión por nuestra gente? ¿Estamos tan cerca de ella como para compartir sus alegrías y sus dolores, de forma que comprendamos realmente sus necesidades y que podamos aportar nuestra contribución para responder a ellas? «La misma generosidad y abnegación que impulsaron a los Fundadores –pedía ya San Juan Pablo II– deben moveros a vosotros, sus hijos espirituales, a mantener vivos sus carismas que, con la misma fuerza del Espíritu que los ha suscitado, siguen enriqueciéndose y adaptándose, sin perder su carácter genuino, para ponerse al servicio de la Iglesia y llevar a plenitud la implantación de su Reino» (1).
Al hacer memoria de los orígenes viene a la luz otro componente del proyecto de vida consagrada. Fundadores y fundadoras estaban fascinados por la unidad de los Doce alrededor de Jesús, por la comunión que caracterizaba a la primera comunidad de Jerusalén. Al dar vida a su propia comunidad, cada uno de ellos pretendía reproducir aquellos modelos evangélicos, ser un solo corazón y una sola alma, gozar de la presencia del Señor (cf. Perfectæ caritatis, n. 15).
Vivir el presente con pasión significa volverse «expertos en comunión», «testigos y artífices de ese “proyecto de comunión” que culmina la historia del hombre según Dios» (2). En una sociedad del enfrentamiento, de la difícil convivencia entre culturas diferentes, del atropello contra los más débiles, de las desigualdades, estamos llamados a ofrecer un modelo concreto de comunidad que, mediante el reconocimiento de la dignidad de cada persona y de la compartición del don del que cada uno es portador, permita vivir relaciones fraternas.
Sed, pues, hombres y mujeres de comunión; haceos presentes con valentía allí donde haya diferencias y tensiones, y sed signo creíble de la presencia del Espíritu, que infunde en los corazones la pasión para que todos sean uno (cf. Jn 17, 21). Vivid la mística del encuentro: «La capacidad de oír, de escuchar a las demás personas. La capacidad de buscar juntos el camino, el método» (3), dejando que os ilumine la relación de amor existente entre las tres Personas divinas (cf. 1 Jn 4, 8) como modelo de toda relación interpersonal.

3. Abrazar el futuro con esperanza pretende ser el tercer objetivo de este Año. Conocemos las dificultades a las que se enfrenta la vida consagrada en sus diferentes formas: la disminución de las vocaciones y el envejecimiento, sobre todo en el mundo occidental; los problemas económicos a raíz de la crisis financiera mundial; los desafíos de la internacionalidad y de la globalización; las asechanzas del relativismo; la marginación y la irrelevancia social… Precisamente en estas incertidumbres, que compartimos con tantos contemporáneos nuestros, se hace realidad nuestra esperanza, fruto de la fe en el Señor de la historia, que sigue repitiéndonos: «No […] tengas miedo, que yo estoy contigo» (Jer 1, 8).
La esperanza de la que hablamos no se basa en los números o en las obras, sino en Aquel de quien nos hemos fiado (cf. 2 Tim 1, 12) y para el cual «nada hay imposible» (Lc 1, 37). Esta es la esperanza que no defrauda y que permitirá que la vida consagrada siga escribiendo una gran historia en el futuro; un futuro en el que debemos tener puesta la mirada, conscientes de que hacia él nos impulsa el Espíritu Santo para seguir haciendo grandes cosas con nosotros.
No cedáis a la tentación de los números y de la eficiencia, y menos aún a la de confiar en vuestras propias fuerzas. Escrutad los horizontes de vuestra vida y del momento actual «en vigilante vela». Con Benedicto XVI os repito: «No os unáis a los profetas de desdichas que proclaman el final o el sinsentido de la vida consagrada en la Iglesia de nuestros días; revestíos más bien de Jesucristo y poneos las armas de la luz –como exhorta a hacer San Pablo (cf. Rom 13, 11-14)–, permaneciendo atentos y vigilantes» (4). Sigamos nuestro camino y retomémoslo siempre confiando en el Señor.
Me dirijo sobre todo a vosotros, los jóvenes. Sois el presente porque vivís ya activamente en el seno de vuestros institutos, aportando una contribución determinante con la frescura y la generosidad de vuestra elección. Al mismo tiempo, sois su futuro, ya que pronto seréis llamados a tomar en vuestras manos las riendas de la animación, de la formación, del servicio, de la misión. Este Año os verá protagonistas del diálogo con la generación que os precede. En comunión fraterna, podréis enriqueceros de su experiencia y sabiduría, y al mismo tiempo podréis volver a proponerle la idealidad que conoció en sus inicios, aportar el impulso y la frescura de vuestro entusiasmo, con vistas a elaborar nuevas formas de vivir el Evangelio y respuestas cada vez más adecuadas a las exigencias de testimonio y de anuncio.
Me alegra saber que tendréis ocasiones para reuniros entre los jóvenes de diferentes institutos. Que el encuentro se convierta en camino habitual de comunión, de apoyo mutuo, de unidad.

II
Expectativas del Año de la Vida Consagrada

¿Qué espero, en especial, de este Año de gracia de la vida consagrada?

1. Que siempre sea verdad lo que dije en una ocasión: «Donde hay religiosos, hay alegría». Estamos llamados a experimentar y a mostrar que Dios es capaz de colmar nuestro corazón y de hacernos felices, sin necesidad de que busquemos en otro lado nuestra felicidad; que la fraternidad auténtica que vivimos en nuestras comunidades alimenta nuestra alegría; que nuestra entrega total al servicio de la Iglesia, de las familias, de los jóvenes, de los ancianos, de los pobres, nos realiza como personas y da plenitud a nuestra vida.
Que entre nosotros no se vean caras tristes, personas descontentas e insatisfechas, porque «un seguimiento triste es un triste seguimiento». Nosotros también, como todos los demás hombres y mujeres, sufrimos dificultades, noches del espíritu, desilusiones, enfermedades, declive de las fuerzas debido a la vejez. Precisamente en ello deberíamos hallar la «perfecta leticia», aprender a reconocer el rostro de Cristo –que se hizo en todo semejante a nosotros– y, por lo tanto, sentir la alegría de sabernos semejantes a él, que, por amor nuestro, no rehusó sufrir la cruz.
En una sociedad que ostenta el culto a la eficiencia, a la propia salud como valor absoluto, al éxito, y que margina a los pobres y excluye a los «perdedores», podemos testimoniar, a través de nuestra vida, la verdad de las palabras de la Escritura: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte» (2 Cor 12, 10).
Bien podemos aplicar a la vida consagrada lo que he escrito en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, citando una homilía de Benedicto XVI: «La Iglesia no crece por proselitismo sino por atracción» (n. 14). ¡Sí: la vida consagrada no crece simplemente porque organicemos preciosas campañas vocacionales, sino si las jóvenes y los jóvenes que se encuentran con nosotros se sienten atraídos por nosotros, si nos ven hombres y mujeres felices! Igualmente, su eficacia apostólica no depende de la eficiencia y del poder de sus medios. Es vuestra vida la que debe hablar: una vida de la que se trasluzcan la alegría y la belleza de vivir el Evangelio y de seguir a Cristo.
Os repito a vosotros también lo que dije en la Vigilia de Pentecostés del año pasado a los Movimientos eclesiales: «El valor de la Iglesia, fundamentalmente, es vivir el Evangelio y dar testimonio de nuestra fe. La Iglesia es sal de la tierra, es luz del mundo; está llamada a hacer presente en la sociedad el fermento del Reino de Dios, y esto lo hace, ante todo, con su testimonio: el testimonio del amor fraterno, de la solidaridad, de la compartición» (18-5-2013).

2. Espero que «despertéis al mundo», porque la característica propia de la vida consagrada es la profecía. Como dije a los superiores generales, «la radicalidad evangélica no es solo de los religiosos: se exige a todos. Pero los religiosos siguen al Señor de manera especial, de manera profética». Esta es la prioridad que ahora se requiere: «Ser profetas que testimonien cómo vivió Jesús en esta tierra […]. Un religioso jamás debe renunciar a la profecía» (29-11-2013).
El profeta recibe de Dios la capacidad de escrutar la historia en la que vive y de interpretar los acontecimientos: es como un centinela que vela durante la noche y sabe cuándo llega la aurora (cf. Is 21, 11-12). Conoce a Dios y conoce a los hombres y a las mujeres, sus hermanos y hermanas. Es capaz de discernimiento, y también de denunciar el mal del pecado y las injusticias, porque es libre: no debe responder a más amo que a Dios; no tiene más intereses que los de Dios. El profeta se pone habitualmente de parte de los pobres y de los indefensos, porque sabe que Dios mismo se pone de parte de ellos.
Espero, pues, no ya que mantengáis vivas unas «utopías», sino que sepáis crear «otros lugares» donde se viva la lógica evangélica de la entrega, de la fraternidad, de la acogida de la diversidad, del amor recíproco. Monasterios, comunidades, centros de espiritualidad, pequeñas ciudades, escuelas, hospitales, casas-familia y todos esos lugares que la caridad y la creatividad carismática han dado a luz –y que seguirán dando a luz con creatividad adicional– deben convertirse cada vez más en fermento para una sociedad que se inspire en el Evangelio: en la «ciudad en el monte», que dice la verdad y el poder de las palabras de Jesús.
A veces, como les sucedió a Elías y a Jonás, puede venir la tentación de huir, de sustraerse al cometido de profeta, por ser este demasiado exigente, por encontrarse uno cansado, decepcionado ante los resultados. Pero el profeta sabe que nunca está solo. Como a Jeremías, también a nosotros Dios nos asegura: «No […] tengas miedo, que yo estoy contigo para librarte» (Jer 1, 8).

3. Los religiosos y las religiosas, al igual que todas las demás personas consagradas, han sido definidos, como acabo de recordar, «expertos en comunión». Espero, por lo tanto, que la «espiritualidad de la comunión», señalada por San Juan Pablo II, se haga realidad, y que vosotros estéis en primera línea a la hora de asumir «el gran desafío que tenemos ante nosotros» en este nuevo milenio: «Hacer de la Iglesia la casa y la escuela de la comunión» (5). Tengo la seguridad de que durante este Año trabajaréis con seriedad para que el ideal de fraternidad que persiguieron los fundadores y las fundadoras crezca en los más diferentes niveles, como trazando círculos concéntricos.
La comunión se ejerce, ante todo, en el seno de las respectivas comunidades del instituto. A este respecto, os invito a releer mis frecuentes intervenciones en las que nunca me canso de repetir que críticas, cotilleos, envidias, celos, antagonismos, son actitudes que no tienen derecho de residencia en nuestras casas. Pero, una vez planteada esta premisa, el camino de la caridad que se abre ante nosotros es, prácticamente, infinito, ya que se trata de procurar la acogida y la atención recíprocas, de practicar la comunión de los bienes materiales y espirituales, la corrección fraterna, el respeto a las personas más débiles… Se trata de «la mística de vivir juntos», que hace de nuestra vida «una santa peregrinación» (6). Debemos interrogarnos también sobre la relación entre personas de culturas distintas, considerando que nuestras comunidades se vuelven cada vez más internacionales. ¿Cómo posibilitar que cada uno se exprese, que sea acogido con sus dones específicos, que se vuelva plenamente corresponsable?
Espero, además, que crezca la comunión entre los miembros de los diferentes institutos. ¿No podría ser este Año la ocasión de salir con más valentía de los confines del propio instituto para elaborar juntos, en el ámbito local y en el global, proyectos comunes de formación, de evangelización, de acciones sociales? De esta manera, podrá prestarse con mayor eficacia un testimonio profético real. La comunión y el encuentro entre diferentes carismas y vocaciones es un camino de esperanza. Nadie construye el futuro aislándose, ni solo con sus propias fuerzas, sino reconociéndose en la verdad de una comunión que siempre se abre al encuentro, al diálogo, a la escucha, a la ayuda recíproca, y que nos preserva de la enfermedad de la autorreferencialidad.
Al mismo tiempo, la vida consagrada está llamada a perseguir una sincera sinergia entre todas las vocaciones en la Iglesia, empezando por los presbíteros y los laicos, con vistas a «fomentar la espiritualidad de la comunión, ante todo en su interior y, además, en la comunidad eclesial misma y más allá aún de sus confines» (7).

4. Espero también de vosotros lo que pido a todos los miembros de la Iglesia: salir de sí mismos para acudir a las periferias existenciales. «Id al mundo entero» fue la última palabra que Jesús dirigió a los suyos y que sigue dirigiendo hoy a todos nosotros (cf. Mc 16, 15). Hay una humanidad entera que aguarda: personas que han perdido toda esperanza, familias en dificultad, niños abandonados, jóvenes que se ven cerrado todo futuro, enfermos y ancianos abandonados, ricos ahítos de bienes y con un vacío en el corazón, hombres y mujeres en busca del sentido de la vida, sedientos de lo divino…
No os repleguéis en vosotros mismos, no dejéis que os asfixien las pequeñas grescas caseras, no permanezcáis prisioneros de vuestros problemas. Estos se resolverán si salís a ayudar a los demás a resolver los suyos y a anunciarles la Buena Nueva. Hallaréis la vida dando la vida, la esperanza dando esperanza, el amor amando.
Espero de vosotros gestos concretos de acogida de los refugiados, de cercanía a los pobres, de creatividad en la catequesis, en el anuncio del Evangelio, en la iniciación a la vida de oración. Por consiguiente, deseo un adelgazamiento de las estructuras, la reutilización de las grandes casas con vistas a obras que respondan en mayor medida a las exigencias actuales de la evangelización y de la caridad, la adecuación de las obras a las nuevas necesidades.

5. Espero que toda forma de vida consagrada se interrogue acerca de lo que Dios y la humanidad de hoy demandan.
Los monasterios y los grupos de orientación contemplativa podrían reunirse unos con otros, o bien conectarse de las más variadas maneras para intercambiar sus experiencias de la vida de oración, de cómo crecer en la comunión con toda la Iglesia, de cómo apoyar a los cristianos perseguidos, de cómo acoger y acompañar a cuantos van en busca de una vida espiritual más intensa o necesitan un apoyo moral o material.
Lo mismo podrán hacer los institutos caritativos; los dedicados a la enseñanza, a la promoción de la cultura;  los que se lanzan al anuncio del Evangelio o desempeñan particulares ministerios pastorales; los institutos seculares, con su penetrante presencia en las estructuras sociales. La fantasía del Espíritu ha generado formas de vida y obras tan diferentes que no podemos catalogarlas fácilmente o insertarlas en esquemas prefabricados. No me resulta posible, por lo tanto, referirme a cada una de las formas carismáticas. No obstante, en este Año,  ninguna de ellas debería soslayar una comprobación seria de su presencia en la vida de la Iglesia y de su manera  de responder a las continuas y nuevas demandas que se elevan a nuestro alrededor, al grito de los pobres.
Solo con esta atención a las necesidades del mundo y con la docilidad a los impulsos del Espíritu, este Año de la Vida Consagrada se convertirá en un auténtico kairós, en un tiempo de Dios rico en gracias y en transformación.

III
Horizontes
del Año de la Vida Consagrada

1. Con esta Carta mía me dirijo, además de a las personas consagradas, a los laicos que con ellas comparten ideales, espíritu, misión. Algunos institutos religiosos cuentan con una antigua tradición al respecto; otros, con una experiencia más reciente. En efecto, alrededor de cada familia religiosa –al igual que en torno a cada sociedad de vida apostólica y a los mismos institutos seculares– está presente una familia más grande, la «familia carismática», que incluye varios institutos que se reconocen en el mismo carisma, y, sobre todo, a cristianos laicos que se sienten llamados, precisamente en su condición seglar, a participar de esa misma realidad carismática.
Os animo a vosotros también, a los laicos, a vivir este Año de la Vida Consagrada como una gracia que puede haceros más conscientes del don recibido. Celebradlo junto con toda la «familia», para crecer y responder juntos a las llamadas del Espíritu en la sociedad actual. En algunas ocasiones, cuando los consagrados de varios institutos se reúnan entre sí durante este Año, intentad estar presentes vosotros también como expresión del único don de Dios, con el fin de conocer las experiencias de las demás familias carismáticas y de los demás grupos laicales, y con el de enriqueceros y apoyaros mutuamente.

2. El Año de la Vida Consagrada no  concierne tan solo a las personas consagradas, sino a toda la Iglesia. Me dirijo, pues, a todo el pueblo cristiano para que tome cada vez más conciencia del don que constituye la presencia de tantas consagradas y consagrados, herederos de grandes santos que hicieron la historia del cristianismo. ¿Qué sería la Iglesia sin San Benedicto y San Basilio, sin San Agustín y San Bernardo, sin San Francisco y Santo Domingo, sin San Ignacio de Loyola y Santa Teresa de Jesús, sin Santa Ángela Merici y San Vicente de Paúl? La lista se volvería casi infinita, hasta San Juan Bosco y la beata Teresa de Calcuta. El beato Pablo VI afirmaba: «Sin este signo concreto, la caridad que anima a la Iglesia entera correría el peligro de enfriarse, la paradoja salvífica del Evangelio el de perder penetración, la sal de la fe el de disolverse en un mundo en proceso de secularización» (Evangelica testificatio, n. 3).
Invito, por lo tanto, a todas las comunidades cristianas a vivir este Año ante todo para dar gracias al Señor y hacer memoria agradecida de los dones recibidos y que seguimos recibiendo por medio de la santidad de los fundadores y de las fundadores y de la fidelidad de tantos consagrados a su propio carisma. Os invito a todos a estrecharos alrededor de las personas consagradas, a alegraros con ellas, a compartir sus dificultades; a colaborar con ellas, en la medida de lo posible, en el perseguimiento de su ministerio y de su obra, que son, a fin de cuentas, los de toda la Iglesia. Hacedles sentir el afecto y el calor de todo el pueblo cristiano.
Bendigo al Señor por la feliz coincidencia del Año de la Vida Consagrada con el Sínodo sobre la Familia. Familia y vida consagrada son vocaciones portadoras de riqueza y de gracia para todos, espacios de humanización en la construcción de relaciones vitales, lugares de evangelización. Unos y otros pueden ayudarse recíprocamente.

3. Con esta Carta mía me atrevo a dirigirme también a las personas consagradas y a los miembros de fraternidades y de comunidades pertenecientes a Iglesias de tradición diferente de la católica. El monaquismo es un patrimonio de la Iglesia indivisa, que permanece muy vivo tanto en las Iglesias ortodoxas como en la católica. En él, como en otras experiencias sucesivas del tiempo en el que la Iglesia de Occidente aún estaba unida, se inspiran iniciativas análogas surgidas en el ámbito de las Comunidades eclesiales de la Reforma, las cuales siguieron después generando en su seno nuevas expresiones de comunidades fraternas y de servicio.
La Congregación para los Institutos de Vida Consagrada y las Sociedades de Vida Apostólica ha programado iniciativas para favorecer el encuentro entre miembros pertenecientes a experiencias de vida consagrada y fraterna de las diferentes Iglesias. Aliento  calurosamente estos encuentros, para que crezca el conocimiento mutuo, la estima, la colaboración recíproca, de manera que el ecumenismo de la vida consagrada sirva de ayuda al más amplio camino hacia la unidad de todas las Iglesias.

4. Tampoco debemos olvidar que el fenómeno del monaquismo y de otras expresiones de fraternidad religiosa está presente en todas las grandes religiones. No faltan experiencias, incluso consolidadas, de diálogo intermonástico entre la Iglesia católica y algunas grandes tradiciones religiosas. Deseo que el Año de la Vida Consagrada brinde la ocasión para evaluar el camino recorrido, para sensibilizar a las personas consagradas acerca de este ámbito, para preguntarnos qué nuevos pasos dar hacia un conocimiento recíproco cada vez más profundo y con vistas a una colaboración en tantos campos comunes del servicio a la vida humana.
Caminar juntos es siempre un enriquecimiento, y puede abrir nuevos caminos a unas relaciones entre pueblos y culturas que en la actualidad se presentan plagadas de dificultades.

5. Me dirijo, por último, de especial manera a mis hermanos en el episcopado. Que este Año constituya una oportunidad para acoger cordialmente y con alegría la vida consagrada como un capital espiritual que contribuye al bien de todo el cuerpo de Cristo (cf. Lumen gentium, n. 43), y no solo de las familias religiosas. «La vida consagrada es don hecho a la Iglesia, nace en la Iglesia, crece en la Iglesia, está totalmente orientada hacia la Iglesia» (8). Por eso, al ser don a la Iglesia, no es una realidad aislada o marginal, sino que pertenece íntimamente a ella; está en el corazón mismo de la Iglesia como elemento decisivo de su misión, ya que expresa la íntima naturaleza de la vocación cristiana y la tensión de toda la Iglesia Esposa hacia la unión con su único Esposo, por lo que «pertenece […], de manera indiscutible, a su vida y santidad» (ibíd., n. 44).
En este contexto, os invito, a los pastores de las Iglesias particulares, a un desvelo especial en la promoción, en el seno de vuestras comunidades, de los diferentes carismas –tanto de los históricos como de los nuevos–, sosteniendo, animando, ayudando en el discernimiento, acercándoos con ternura y amor a las situaciones de sufrimiento y de debilidad en las que pueden hallarse algunos consagrados, y sobre todo iluminando con vuestra enseñanza al Pueblo de Dios acerca del valor de la vida consagrada, con vistas a que su belleza y su santidad resplandezcan en la Iglesia.
Encomiendo a María, la Virgen de la escucha y de la contemplación, primera discípula de su amado Hijo, este Año de la Vida Consagrada. Hija predilecta del Padre y adornada de todos los dones de gracia, la contemplamos como modelo insuperable de seguimiento en el amor a Dios y en el servicio al prójimo.
Dando gracias desde ahora, junto con vosotros, por los dones de gracia y de luz con los que el Señor se servirá enriquecernos, os acompaño a todos con la bendición apostólica.

Vaticano, 21 de noviembre de 2014, fiesta de la Presentación de la Bienaventurada Virgen María.

FRANCISCO

NOTAS

(1) Carta ap. Los caminos del Evangelio, a los religiosos y a las religiosas de Latinoamérica con ocasión del V centenario de la evangelización del Nuevo Mundo, 29-6-1990, n. 26.
(2) Sagrada Congregación para los Religiosos y los Institutos Seculares, Religiosos y promoción humana, 12-8-1980, n. 24.
(3) Discurso a los rectores y a los alumnos de los Pontificios Colegios y Pensionados de Roma, 12-5-2014.
(4) Homilía en la fiesta de la Presentación de Jesús al Templo, 2-2-2013.
(5) Carta ap. Novo millennio ineunte, 6-1-2001, n. 43.
(6) Exhort. ap. Evangelii gaudium, 24-11-2013, n. 87.
(7) Juan Pablo II, Exhort. ap. post.  Vita consecrata, 25-3-1996, n. 51.
(8) S. E. Mons. J. M. Bergoglio, Intervención en el Sínodo sobre la vida consagrada y su misión en la Iglesia y en el mundo, XVI Congregación General, 13-10-1994.

(Original italiano procedente del

archivo informático de la Santa Sede; traducción de ECCLESIA)