CARTA
ENCÍCLICA
MATER
ET MAGISTRA
DE
SU SANTIDAD
JUAN
XXIII
SOBRE
EL RECIENTE DESARROLLO DE LA CUESTIÓN SOCIAL
A
LA LUZ DE LA DOCTRINA CRISTIANA
A LOS VENERABLES
HERMANOS PATRIARCAS, PRIMADOS,
ARZOBISPOS, OBISPOS Y
DEMÁS ORDINARIOS DE LUGAR
EN PAZ Y COMUNIÓN CON
ESTA SEDE APOSTÓLICA,
A TODOS LOS
SACERDOTES Y FIELES DEL ORBE CATÓLICO
Venerables hermanos y
queridos hijos, salud y bendición apostólica
INTRODUCCIÓN
1. Madre y Maestra de
pueblos, la Iglesia católica fue fundada como tal por Jesucristo para que, en
el transcurso de los siglos, encontraran su salvación, con la plenitud de una
vida más excelente, todos cuantos habían de entrar en el seno de aquélla y
recibir su abrazo. A esta Iglesia, columna y fundamente de la verdad (1Tim
3,15), confió su divino fundador una doble misión, la de engendrar hijos para
sí, y la de educarlos y dirigirlos, velando con maternal solicitud por la vida
de los individuos y de los pueblos, cuya superior dignidad miró siempre la
Iglesia con el máximo respeto y defendió con la mayor vigilancia.
2. La doctrina de
Cristo une, en efecto, la tierra con el cielo, ya que considera al hombre
completo, alma y cuerpo, inteligencia y voluntad, y le ordena elevar su mente
desde las condiciones transitorias de esta vida terrena hasta las alturas de la
vida eterna, donde un día ha de gozar de felicidad y de paz imperecederas.
3. Por tanto, la
santa Iglesia, aunque tiene como misión principal santificar las almas y hacerlas
partícipes de los bienes sobrenaturales, se preocupa, sin embargo, de las
necesidades que la vida diaria plantea a los hombres, no sólo de las que
afectan a su decoroso sustento, sino de las relativas a su interés y
prosperidad, sin exceptuar bien alguno y a lo largo de las diferentes épocas.
4. Al realizar esta
misión, la Iglesia cumple el mandato de su fundador, Cristo, quien, si bien
atendió principalmente a la salvación eterna del hombre, cuando dijo en una
ocasión : «Yo soy el camino, la verdad y la vida» (Jn 14,6); y en otra: «Yo soy
la luz del mundo» (Jn 8,12), al contemplar la multitud hambrienta, exclamó
conmovido: «Siento compasión de esta muchedumbre» (Mc 8,2), demostrando que se
preocupaba también de las necesidades materiales de los pueblos. El Redentor
manifestó este cuidado no sólo con palabras, sino con hechos, y así, para
calmar el hambre de las multitudes, multiplicó más de una vez el pan
milagrosamente.
5. Con este pan dado
como alimento del cuerpo, quiso significar de antemano aquel alimento celestial
de las almas que había de entregar a los hombres en la víspera de su pasión.
6. Nada, pues, tiene
de extraño que la Iglesia católica, siguiendo el ejemplo y cumpliendo el
mandato de Cristo, haya mantenido constantemente en alto la antorcha de la
caridad durante dos milenios, es decir, desde la institución del antiguo
diaconado hasta nuestros días, así con la enseñanza de sus preceptos como con
sus ejemplos innumerables; caridad que, uniendo armoniosamente las enseñanzas y
la práctica del mutuo amor, realiza de modo admirable el mandato de ese doble
dar que compendia por entero la doctrina y la acción social de la Iglesia.
7. Ahora bien, el
testimonio más insigne de esta doctrina y acción social, desarrolladas por la
Iglesia a lo largo de los siglos, ha sido y es, sin duda, la luminosa encíclica
Rerum novarum, promulgada hace setenta años por nuestro predecesor de inmortal
memoria León XIII para definir los principios que habían de resolver el
problema de la situación de los trabajadores en armonía con las normas de la
doctrina cristiana (Acta Leonis XIII, XI, 1891, pp. 97-144).
8. Pocas veces la
palabra de un Pontífice ha obtenido como entonces resonancia tan universal por
el peso y alcance de su argumentación y la fuerza expresiva de sus
afirmaciones. En realidad, las normas y llamamientos de León XIII adquirieron
tanta importancia que de ningún modo podrán olvidarse ya en los sucesivo.
Se abrió con ellos un
camino más amplio a la acción de la Iglesia católica, cuyo Pastor supremo,
sintiendo como propios los daños, los dolores y las aspiraciones de los
humildes y de los oprimidos, se consagró entonces completamente a vindicar y
rehabilitar sus derechos.
9. No obstante el
largo período transcurrido desde la publicación de la admirable encíclica Rerum
novarum, su influencia se mantiene vigorosa aun en nuestros días. Primero,. en
los documentos de los Sumos Pontífices que han sucedido a León XIII, todos los
cuales, cuando abordan materias económicas y sociales, toman siempre algo de la
encíclica leoniana para aclarar su verdadero significado o para añadir nuevo
estímulo a la voluntad de los católicos.
Pero, además, la
Rerum novarum mantiene su influjo en la organización pública de no pocas
naciones. Tales hechos constituyen evidente prueba de que tanto los principios
cuidadosamente analizados como las normas prácticas y las advertencias dadas
con paternal cariño en la gran encíclica de nuestro predecesor conservan
también en nuestros días su primitiva autoridad.
Más aún, pueden
proporcionar a los hombres de nuestra época nuevos y saludables criterios para
comprender realmente las proporciones concretas de la cuestión social, como hoy
se presenta, y para decidirlos a asumir las responsabilidades necesarias.
I. Enseñanzas de la
encíclica Rerum novarum
y su desarrollo
posterior en el magisterio de Pío XI y Pío XII
10. Las enseñanzas
que aquel sapientísimo Pontífice dio a la humanidad brillaron con una luz tanto
más clara cuanto más espesas eran las tinieblas de aquella época de profundas
transformaciones en lo económico y en lo político y de terribles convulsiones
en lo social.
Situación económica y
social
11. Como es sabido,
por aquel entonces la concepción del mundo económico que mayo difusión teórica
y vigencia práctica había alcanzado era una concepción que lo atribuía
absolutamente todo a las fuerzas necesarias de la naturaleza y negaba, por
tanto, la relación entre las leyes morales y las leyes económicas.
Motivo único de la
actividad económica, se afirmaba, es el exclusivo provecho individual. La única
ley suprema reguladora de las relaciones económicas entre los hombres es la
libre e ilimitada competencia. Intereses del capital, precios de las mercancías
y de los servicios, beneficios y salarios han de determinarse necesariamente,
de modo casi mecánico, por virtud exclusiva de las leyes del mercado.
El poder público debe
abstenerse sobre todo de cualquier intervención en el campo económico. El
tratamiento jurídico de las asociaciones obreras variaba según las naciones: en
unas estaban prohibidas, en otras se toleraban o se las reconocía simplemente
como entidades de derecho privado.
12. En el mundo
económico de aquel entonces se consideraba legítimo el imperio del más fuerte y
dominaba completamente en el terreno de las relaciones comerciales. De este
modo, el orden económico quedó radicalmente perturbado.
13. Porque mientras
las riquezas se acumulaban con exceso en manos de unos pocos, las masas
trabajadoras quedaban sometidas a una miseria cada día más dura. Los salarios
eran insuficientes e incluso de hambre; los proletarios se veían obligados a
trabajar en condiciones tales que amenazaban su salud, su integridad moral y su
fe religiosa.
Inhumanas sobre todo
resultaban las condiciones de trabajo a las que eran sometidos con excesiva
frecuencia los niños y las mujeres. Siempre amenazador se cernía ante los ojos
de los asalariados el espectro del paro. la familia vivía sujeta a un proceso
paulatino de desintegración.
14. Como
consecuencia, ocurría, naturalmente, que los trabajadores, indignados de su
propia suerte, pensaban rechazar públicamente esta injusta situación; y cundían
de igual modo entre ellos con mayor amplitud los designios de los
revolucionarios, quienes les proponían remedios muchos peores qué los males que
había que remediar.
La Rerum novarum ,
suma de la doctrina social católica
15. Llegada la
situación a este punto, publicó León XIII, con la Rerum novarum, su mensaje
social fundado en las exigencias de la propia naturaleza humana e inspirado en
los principios y en el espíritu del Evangelio, mensaje que, si bien suscitó,
como es frecuente, algunas discrepancias, obtuvo, sin embargo, universal
admiración y general aplauso.
En realidad, no era
la primera vez que la Sede Apostólica, en lo relativo a intereses temporales,
acudía a la defensa de los necesitados. Otros documentos de nuestro predecesor
León XIII, de feliz memoria, habían ya abierto camino al que acabamos de mencionar.
Fue, sin embargo, la
encíclica Rerum novarum, la que formuló, pro primera vez, una construcción
sistemática de los principios y una perspectiva de aplicaciones para el futuro.
Por lo cual, con toda razón juzgamos que hay que considerarla como verdadera
suma de la doctrina católica en el campo económico y social.
16. Se ha de
reconocer que la publicación de esta encíclica demostró no poca audacia. Porque
mientras algunos no tenían reparos en acusar a la Iglesia católica, como si
ésta, ante la cuestión social, se limitase a predicar a los pobres la
resignación y a los ricos la generosidad, León XIII no vaciló en proclamar y
defender abiertamente los sagrados derechos de los trabajadores.
Al iniciar la
exposición de los principios de la doctrina católica en materia social, declaró
paladinamente: «Confiados y con pleno derecho nuestro iniciamos el tratamiento
de esta cuestión, ya que se trata de un problema cuya solución viable será
absolutamente nula si no se busca bajo los auspicios de la religión y de la
Iglesia» (cf. Acta Leonis XIII, XI, 1891, p. 107).
17. Os son
perfectamente conocidos, venerables hermanos, los principios básicos expuestos
por aquel eximio Pontífice con tanta claridad como autoridad, a tenor de los
cuales debe reconstruirse, por completo la convivencia humana en lo que se
refiere a las realidades económicas y sociales.
18. Primeramente, con
relación al trabajo, enseña que éste de ninguna manera puede considerarse como
una mercancía cualquiera, porque procede directamente de la persona humana.
Para la gran mayoría de los hombres, el trabajo es, en efecto, la única fuente
de su decoroso sustento.
Por esto no puede
determinar su retribución la mera práctica del mercado, sino qué han de fijarla
las leyes de la justicia y de la equidad; en caso contrario, la justicia
quedaría lesionada por completo en los contratos de trabajo, aun cuando éstos
se hubiesen estipulado libremente por ambas partes.
19. A lo dicho ha de
añadirse que el derecho de poseer privadamente bienes, incluidos los de
carácter instrumental, lo confiere a cada hombre la naturaleza, y el Estado no
es dueño en modo alguno de abolirlo.
Y como la propiedad
privada lleva naturalmente intrínseca una función social, por eso quien
disfruta de tal derecho debe necesariamente ejercitarlo para beneficio propio y
utilidad de los demás.
20. Por lo que toca
al Estado, cuyo fin es proveer al bien común en el orden temporal, no puede en
modo alguno permanecer al margen de las actividades económicas de los
ciudadanos, sino que, por el contrario, la de intervenir a tiempo, primero,
para que aquéllos contribuyan a producir la abundancia de bienes materiales,
«cuyo uso es necesario para el ejercicio de la virtud» (Santo Tomás de Aquino,
De regimine principum, I, 15), y, segundo, para tutelar los derechos de todos
los ciudadanos, sobre todo de los más débiles, cuales son los trabajadores, las
mujeres y los niños.
Por otra parte, el
Estado nunca puede eximirse de la responsabilidad que le incumbe de mejorar con
todo empeño las condiciones de vida de los trabajadores.
21. Además,
constituye una obligación del Estado vigilar que los contratos de trabajo se
regulen de acuerdo con la justicia y la equidad, y que, al mismo tiempo, en los
ambientes laborales no sufra mengua, ni en el cuerpo ni en el espíritu, la
dignidad de la persona humana.
A este respecto, en
la encíclica de León XIII se exponen las bases fundamentales del orden justo y
verdadero de la convivencia humana, que han servido para estructura, de una u
otra manera, la legislación social de los Estados en la época contemporánea,
bases que, como ya observaba Pío XI, nuestro predecesor de inmortal memoria, en
la encíclica Quadragesimo anno, han contribuido no poco al nacimiento y
desarrollo de una nueva disciplina jurídica, el llamado derecho laboral.
22. Se afirma, por
otra parte, en la misma encíclica que los trabajadores tienen el derecho
natural no sólo de formar asociaciones propias o mixtas de obreros y patronos,
con la estructura que consideren más adecuada al carácter de su profesión,
sino, además, para moverse sin obstáculo alguno, libremente y por propia
iniciativa, en el seno de dichas asociaciones, según lo exijan sus intereses.
23. Por último,
trabajadores y empresarios deben regular sus relaciones mutuas inspirándose en
los principios de solidaridad humana y cristiana fraternidad, ya qué tanto la
libre competencia ilimitada que el liberalismo propugna como la lucha de clases
que el marxismo predica son totalmente contrarias a la naturaleza humana y a la
concepción cristiana de la vida.
24. He aquí,
venerables hermanos, los principios fundamentales que deben servir de base a un
sano orden económico y social.
25. No ha de extrañarnos,
por tanto, que los católicos más cualificados, sensibles al llamamiento de la
encíclica, hayan dado vida a múltiples obras para convertir en realidad
prácticas el contenido de aquellos principios. En la misma línea se han movido
también, impulsados por exigencias objetivas de la naturaleza, hombres
eminentes de todos los países del mundo.
26. Con toda razón,
pues, ha sido y es reconocida hasta hoy la encíclica Rerum novarum como la
Carta Magna de la instauración del nuevo orden económico y social.
La encíclica
Quadragesimo anno
27. Pío XI, nuestro
predecesor de feliz memoria, al cumplirse los cuarenta años de la publicación
de aquel insigne código, conmemoró esta solemnidad con la encíclica
Quadragesimo anno.
28. En este
documento, el Sumo Pontífice confirma, ante todo, el derecho y el deber de la
Iglesia católica de contribuir primordialmente a la adecuada solución de los
gravísimos problemas sociales que tanto angustian a la humanidad; corrobora
después los principios y criterios prácticos de la encíclica de León XIII,
inculcando normas ajustadas a los nuevos tiempos; y aprovecha, en fin, la
ocasión para aclarar ciertos puntos doctrinales sobre los qué dudaban incluso
algunos católicos y para enseñar cómo había de aplicarse la doctrina católica
en el campo social, en consonancia con los cambios de la época.
29. Dudaban algunos
entonces sobre el criterio que debían sostener realmente los católicos acerca
de la propiedad privada, la retribución obligatoria de la mano de obra y,
finalmente, la tendencia moderada del socialismo.
30. En lo que toca al
primer punto, nuestro predecesor reitera el origen natural del derecho de
propiedad privada, analizando y aclarando, además, el fundamento de su función
social.
31. En cuanto al
régimen del salariado, rechaza primero el augusto Pontífice la tesis de los que
lo consideran esencialmente injusto; reprueba a continuación las formas
inhumanas o injustas con que no pocas veces se ha llevado a la práctica, y
expone, por ultimo, los criterios y condiciones que han de observarse para que
dicho régimen no se aparte de la justicia y de la equidad.
32. Enseña de forma
clara, en esta materia, nuestro predecesor que en las presentes circunstancias
conviene suavizar el contrato de trabajo con algunos elementos tomados del
contrato de sociedad, de tal manera que los obreros y los empleados compartan
el dominio y la administración o participen en cierta medida de los beneficios
obtenidos (cf. Acta Apostolicae Sedis 23 (1931) p. 199).
33. Es asimismo de
suma importancia doctrinal y práctica la afirmación de Pío XI de que el trabajo
no se puede valorar justamente ni retribuir con equidad si no se tiene en
cuanto su doble naturaleza, social e individual (Ibíd., p. 200). Por
consiguiente, al determinar la remuneración del trabajo, la justicia exige que
se consideren las necesidades de los propios trabajadores y de sus respectivas
familias, pero también la situación real de la empresa en que trabajan y las
exigencias del bien común económico (Ibíd., p.201).
34. El Sumo Pontífice
manifiesta además que la oposición entre el comunismo y el cristianismo es
radical. Y añade qué los católicos no pueden aprobar en modo alguno la doctrina
del socialismo moderado. En primer lugar, porque la concepción socialista del
mundo limita la vida social del hombre dentro del marco temporal, y considera,
pro tanto, como supremo objetivo de la sociedad civil el bienestar puramente
material; y en segundo término, porque, al proponer como meta exclusiva de la
organización social de la convivencia humana la producción de bienes
materiales, limita extraordinariamente la libertad, olvidando la genuina noción
de autoridad social.
Cambio histórico
35. No olvidó, sin
embargo, Pío XI que, a lo largo de los cuarenta años transcurridos desde la
publicación de la encíclica de León XIII, la realidad de la época había
experimentado profundo cambio. Varios hechos lo probaba, entre ellos la libre
competencia, la cual, arrastrada por su dinamismo intrínseco, había terminado
por casi destruirse y por acumular enorme masa de riquezas y el consiguiente
poder económico en manos de unos pocos, «los cuales, la mayoría de las veces,
nos son dueños, sino sólo depositarios y administradores de bienes, que manejan
al arbitrio de su voluntad» (Ibíd., p.201ss).
36. Por tanto, como
advierte con acierto el Sumo Pontífice, «la dictadura económica ha suplantado
al mercado libre; al deseo de lucro ha sucedido la desenfrenada ambición del
poder; la economía toda se ha hecho horriblemente dura, inexorable, cruel»
(Ibíd., p.211). De aquí se seguía lógicamente que hasta las funciones públicas
se pusieran al servicio de los económicamente poderosos; y de esta manera las
riquezas acumuladas tiranizaban en cierto modo a todas las naciones.
37. Para remediar de
modo eficaz esta decadencia de la vida pública, el Sumo Pontífice señala como
criterios prácticos fundamentales la reinserción del mundo económico en el
orden moral y la subordinación plena de los intereses individuales y de grupo a
los generales del bien común.
Esto exige, en primer
lugar, según las enseñanzas de nuestro predecesor, la reconstrucción del orden
social mediante la creación de organismos intermedios de carácter económico y
profesional, no impuestos por el poder del Estado, sino autónomos; exige,
además, que las autoridades, restableciendo su función, atiendan cuidadosamente
al bien común de todos, y exige, por último, en el plano mundial, la
colaboración mutua y el intercambio frecuente entre las diversas comunidades
políticas para garantizar el bienestar de los pueblos en el campo económico.
38. Mas los
principios fundamentales que caracterizan la encíclica de Pío XI pueden
reducirse a dos. Primer principio: prohibición absoluta de que en materia
económica se establezca como ley suprema el interés individual o de grupo, o la
libre competencia ilimitada, o el predominio abusivo de los económicamente
poderosos, o el prestigio de la nación, o el afán de dominio, u otros criterios
similares.
39. Por el contrario,
en materia económica es indispensable que toda actividad sea regida por la
justicia y la caridad como leyes supremas del orden social.
40. El segundo
principio de la encíclica de Pío XI manda que se establezca un orden jurídico,
tanto nacional como internacional, qué, bajo en influjo rector de la justicia
social y por medio de un cuadro de instituciones públicas y privadas, permita a
los hombres dedicados a las tareas económicas armonizar adecuadamente su propio
interés particular con el bien común.
El radiomensaje
"La Solennità"
41. También ha
contribuido no poco nuestro predecesor de inmortal memoria Pío XI a esta labor
de definir los derechos y obligaciones de la vida social. El 1 de junio de
1941, en la fiesta de Pentecostés, dirigió un radiomensaje al orbe entero «para
llamar la atención del mundo católico sobre un acontecimiento digno de ser
esculpido con caracteres de oro en los fastos de la Iglesia; el quincuagésimo
aniversario de la publicación de la trascendental encíclica "Rerum
novarum", de León XIII» (cf Acta Apostolicae Sedis 33 (1941) p. 196); y
para rendir humildes gracias a Dios omnipotente por el don que, hace cincuenta
años, ofrendó a la Iglesia con aquella encíclica de su Vicario en la tierra, y
para alabarle por el aliento del Espíritu renovador que por ella, desde
entonces en manera siempre creciente, derramó sobre todo el género humano (Ibíd.,
p. 197).
42. En este
radiomensaje, aquel gran Pontífice reivindica «para la Iglesia la indiscutible
competencia de juzgar si las bases de un orden social existente están de
acuerdo con el orden inmutable que Dios, Creador y Redentor, ha promulgado por
medio del derecho natural y de la revelación» ((Ibíd., p. 196); confirma la
vitalidad perenne y fecundidad inagotable de las enseñanzas de la encíclica de
León XIII, y aprovecha la ocasión para explicar más profundamente las
enseñanzas de la Iglesia católica «sobre tres cuestiones fundamentales de la
vida social y de la realidad económica, a saber: el uso de los bienes
materiales, el trabajo y la familia, cuestiones todas que, por estar mutuamente
entrelazadas y unidas, se apoyan unas a otras» (Ibíd., p. 198s.).
43. Por lo que se
refiere a la primera cuestión, nuestro predecesor enseña que el derecho de todo
hombre a usar de los bienes materiales para su decoroso sustento tiene que ser
estimado como superior a cualquier otro derecho de contenido económico y, por
consiguiente, superior también al derecho de propiedad privada.
Es cierto, como
advierte nuestro predecesor, que el derecho de propiedad privada sobre los
bienes se basa en el propio derecho natural; pero, según el orden establecido
por Dios, el derecho de propiedad privada no puede en modo alguno constituir un
obstáculo «para que sea satisfecha la indestructible exigencia de que los
bienes creados por Dios para provecho de todos los hombres lleguen con equidad
a todos, de acuerdo con los principios de la justicia y de la caridad» (Ibíd.,
p. 199).
44. En orden al
trabajo, Pío XII, reiterando un principio que se encuentra en la encíclica de
León XIII, enseña que ha de ser considerado como un deber y un derecho de todos
y cada uno de los hombres. En consecuencia, corresponde a ellos, en primer
término, regular sus mutuas relaciones de trabajo: Sólo en el caso de que los
interesados no quieran o no puedan cumplir esta función, «es deber del Estado
intervenir en la división y distribución del trabajo, según la forma y medida
que requiera el bien común, rectamente entendido» (cf Acta Apostolicae Sedis 33
(1941) p. 201).
45. Por lo que toca a
la familia, el Sumo Pontífice afirma claramente que la propiedad privada de los
bienes materiales contribuye en sumo grado a garantizar y fomentar la vida
familiar, «ya que asegura oportunamente al padre la genuina libertad qué
necesita para poder cumplir los deberes qué le ha impuesto Dios en lo relativo
al bienestar físico, espiritual y religioso de la familia» (Ibíd., p. 202). De
aquí nace precisamente el derecho de la familia a emigrar, punto sobre el cual
nuestro predecesor advierte a los gobernantes, lo mismo a los de los países que
permiten la emigración que a los que aceptan la inmigración, «que rechacen
cuanto disminuya o menoscabe la mutua y sincera confianza entre sus naciones»
(Ibíd., p. 203). Si unos y otros ponen en práctica esta política, se seguirán
necesariamente grandes beneficios para todos, con el aumento de los bienes
temporales y el progreso de la cultura humana.
Ulteriores cambios
46. El Estado de
cosas, que, al tiempo de la conmemoración de Pío XII, había ya cambiado mucho
con relación a la época inmediatamente anterior, en estos últimos veinte años
ha sufrido profundas transformaciones en el interior de los países y en la
esfera de sus relaciones mutuas.
47 En el campo
científico, técnico y económico se registran en nuestros días las siguientes
innovaciones: el descubrimiento de la energía atómica y sus progresivas
aplicaciones, primero en la esfera militar y después en el campo civil; las
casi ilimitadas posibilidades descubiertas por la química en el área de las
producciones sintéticas; la extensión de la automatización, sobre todo en los
sectores de la industria y de los servicios; la modernización progresiva de la
agricultura; la casi desaparición de las distancias entre los pueblos, sobre
todo por obra de la radio y de la televisión; la velocidad creciente de los
transportes de toda clase y, por último, la conquista ya iniciada de los
espacios interplanetarios.
48 En el campo
social, ha aquí los avances de última hora: se han desarrollado los seguros
sociales; en algunas naciones económicamente más ricas, la previsión social ha
cubierto todos los riesgos posibles de los ciudadanos; en los movimientos
sindicales se ha acentuado la conciencia de responsabilidad del obrero ante los
problemas económicos y sociales mas importantes.
Asimismo se registran
la elevación de la instrucción básica de la inmensa mayoría de los ciudadanos;
el auge, cada vez más extendido, del nivel de vida; la creciente frecuencia con
que actualmente pasan los hombres de un sector de la industria a otro y la
consiguiente reducción de separaciones entre las distintas clases sociales; el
mayor interés del hombre de cultura media por conocer los hechos de actualidad
mundial.
Pero,
simultáneamente, cualquiera puede advertir que el gran incremento económico y
social experimentado por un creciente número de naciones ha acentuado cada día
más los evidentes desequilibrios que existe, primero entre la agricultura y la
industria y los servicio generales; luego, entre zonas de diferente prosperidad
económica en el interior de cada país, y, por último, en el plano mundial,
entre los países de distinto desarrollo económico.
49 En el campo
político son igualmente numerosas las innovaciones recientes: en muchos países
todas las clases sociales tienen acceso en la actualidad a los cargos públicos;
la intervención de los gobernantes en el campo económico y social es cada día
más amplia; los pueblos afroasiáticos, después de rechazar el régimen
administrativo propio del colonialismo, han obtenido su independencia política;
las relaciones internacionales han experimentado un notable incremento, y la interdependencia
de los pueblos se está acentuando cada días más; han surgido con mayor amplitud
organismos de dimensiones mundiales que, superando un criterioestrictamente
nacional, atienden a la utilidad colectiva de todos los pueblos en el campo
económico, social, cultural, científico o político.
Motivos de esta nueva
encíclica
50 Nos, por tanto, a
la vista de lo anteriormente expuesto, sentimos el deber de mantener encendida
la antorcha levantada por nuestros grandes predecesores y de exhortar a todos a
que acepten como luz y estímulo las enseñanzas de sus encíclicas, si quieren
resolver la cuestión social por los caminos más ajustados a las circunstancias
de nuestro tiempo.
Juzgamos, por tanto,
necesaria la publicación de esta nuestra encíclica, no ya sólo para conmemorar
justamente la Rerum novarum, sino también para que, de acuerdo con los cambios
de la época, subrayemos y aclaremos con mayor detalle, por una parte, las
enseñanzas de nuestros predecesores, y por otra, expongamos con claridad el pensamiento
de la Iglesia sobre los nuevos y más importantes problemas del momento.
II. Puntualización y
desarrollo de las enseñanzas sociales
de los Pontífices
anteriores
Iniciativa privada
e intervención de los
poderes públicos en el campo económico
51. Como tesis
inicial, hay que establecer que la economía debe ser obra, ante todo, de la
iniciativa privada de los individuos, ya actúen éstos por sí solos, ya se
asocien entre sí de múltiples maneras para procurar sus intereses comunes.
52. Sin embargo, por
las razones que ya adujeron nuestros predecesores, es necesaria también la
presencia activa del poder civil en esta materia, a fin de garantizar, como es
debido, una producción creciente que promueva el progreso social y redunde en beneficio
de todos los ciudadanos.
53. Esta acción del
Estado, que fomenta, estimula, ordena, suple y completa, está fundamentada en
el principio de la función subsidiaria (cf. Acta Apostolicae Sedis 23 (1931) p.
203), formulado por Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: «Sigue en pie en
la filosofía social un gravísimo principio, inamovible e inmutable: así como no
es lícito quitar a los individuos y traspasar a la comunidad lo que ellos
pueden realizar con su propio esfuerzo e iniciativa, así tampoco es justo,
porque daña y perturba gravemente el recto orden social, quitar a las
comunidades menores e inferiores lo que ellas pueden realizar y ofrecer por sí
mismas, y atribuirlo a una comunidad mayor y más elevada, ya que toda acción de
la sociedad, en virtud de su propia naturaleza, debe prestar ayuda a los
miembros del cuerpo social, pero nunca destruirlos ni absorberlos» (Ibíd., p.
203).
54. Fácil es
comprobar, ciertamente, hasta qué punto los actuales progresos científicos y
los avances de las técnicas de producción ofrecen hoy día al poder público
mayores posibilidades concretas para reducir el desnivel entre los diversos
sectores de la producción, entre las distintas zonas de un mismo país y entre
las diferentes naciones en el plano mundial; para frenar, dentro de ciertos
límites, las perturbaciones que suelen surgir en el incierto curso de la
economía y para remediar, en fin, con eficacia los fenómenos del paro masivo.
Por todo lo cual, a
los gobernantes, cuya misión es garantizar el bien común, se les pide con
insistencia que ejerzan en el campo económico una acción multiforme mucho más
amplia y más ordenada que antes y ajusten de modo adecuado a este propósito las
instituciones, los cargos públicos, los medios y los métodos de actuación.
55. Pero manténgase
siempre a salvo el principio de que la intervención de las autoridades públicas
en el campo económico, por dilatada y profunda que sea, no sólo no debe coartar
la libre iniciativa de los particulares, sino que, por el contrario, ha de garantizar
la expansión de esa libre iniciativa, salvaguardando, sin embargo, incólumes
los derechos esenciales de la persona humana.
Entre éstos hay que
incluir el derecho y la obligación que a cada persona corresponde de ser
normalmente el primer responsable de su propia manutención y de la de su
familia, lo cual implica que los sistemas económicos permitan y faciliten a
cada ciudadano el libre y provechoso ejercicio de las actividades de
producción.
56. Por lo demás, la
misma evolución histórica pone de relieve, cada vez con mayor claridad, que es
imposible una convivencia fecunda y bien ordenada sin la colaboración, en el
campo económico, de los particulares y de los poderes públicos, colaboración
que debe prestarse con un esfuerzo común y concorde, y en la cual ambas partes
han de ajustar ese esfuerzo a las exigencias del bien común en armonía con los
cambios que el tiempo y las costumbres imponen.
57. La experiencia
diaria, prueba, en efecto, que cuando falta la actividad de la iniciativa
particular surge la tiranía política. No sólo esto. Se produce, además, un
estancamiento general en determinados campos de la economía, echándose de
menos, en consecuencia, muchos bienes de consumo y múltiples servicios que se
refieren no sólo a las necesidades materiales, sino también, y principalmente,
a las exigencias del espíritu; bienes y servicios cuya obtención ejercita y
estimula de modo extraordinario la capacidad creadora del individuo.
58. Pero cuando en la
economía falta totalmente, o es defectuosa, la debida intervención del Estado,
los pueblos caen inmediatamente en desórdenes irreparables y surgen al punto
los abusos del débil por parte del fuerte moralmente despreocupado. Raza esta
de hombres que, por desgracia, arraiga en todas las tierras y en todos los
tiempos, como la cizaña entre el trigo.
La socialización
Definición,
naturaleza y causas
59. Una de las notas
más características de nuestra época es el incremento de las relaciones
sociales, o se la progresiva multiplicación de las relaciones de convivencia,
con la formación consiguiente de muchas formas de vida y de actividad asociada,
que han sido recogidas, la mayoría de las veces, por el derecho público o por
el derecho privado.
Entre los numerosos
factores que han contribuido actualmente a la existencia de este hecho deben
enumerarse el progreso científico y técnico, el aumento de la productividad
económica y el auge del nivel de vida del ciudadano.
60. Este progreso de
la vida social es indicio y causa, al mismo tiempo, de la creciente
intervención de los poderes públicos, aun en materias que, por pertenecer a la
esfera más íntima de la persona humana, son de indudable importancia y no
carecen de peligros.
Tales son, por ejemplo,
el cuidado de la salud, la instrucción, y educación de las nuevas generaciones,
la orientación profesional, los métodos para la reeducación y readaptación de
los sujetos inhabilitados física o mentalmente.
Pero es también fruto
y expresión de una tendencia natural, casi incoercible, de los hombres, que los
lleva a asociarse espontáneamente para la consecución de los objetivos que cada
cual se propone y superan la capacidad y los medios de que puede disponer el
individuo aislado.
Esta tendencia ha
suscitado por doquiera, sobre todo en los últimos años, una serie numerosa de
grupos, de asociaciones y de instituciones para fines económicos, sociales,
culturales, recreativos, deportivos, profesionales y políticos, tanto dentro de
cada una de las naciones como en el plano mundial.
Valoración
61. Es indudable que
este progreso de las realciones sociales acarrea numerosas ventajas y
beneficios. En efecto, permite que se satisfagan mejor muchos derechos de la
persona humana, sobre todo los llamados económico-sociales, los cuales atienden
fundamentalmente a las exigencias de la vida humana: el cuidado de la salud,
una instrucción básica más profunda y extensa, una formación profesional más
completa, la vivienda, el trabajo, el descanso conveniente y una honesta
recreación.
Además, gracias a los
incesantes avances de los modernos medios de comunicación —prensa, cine, radio,
televisión—, el hombre de hoy puede en todas partes, a pesar de las distancias,
estar casi presente en cualquier acontecimiento.
62. Pero,
simultáneamente con la multiplicación y el desarrollo casi diario de estas
nuevas formas de asociación, sucede que, en muchos sectores de la actividad
humana, se detallan cada vez más la regulación y la definición jurídicas de las
diversas relaciones sociales.
Consiguientemente,
queda reducido el radio de acción de la libertad individual. Se utilizan, en
efecto, técnicas, se siguen métodos y se crean situaciones que hacen
extremadamente difícil pensar por sí mismo, con independencia de los influjos
externos, obrar por iniciativa propia, asumir convenientemente las
responsabilidades personales y afirmar y consolidar con plenitud la riqueza
espiritual humana.
¿Habrá que deducir de
esto que el continuo aumento de las realciones sociales hará necesariamente de
los hombres meros autómatas sin libertad propia? He aquí una pregunta a la que
hay que dar respuesta negativa.
63. El actual
incremento de la vida social no es, en realidad, producto de un impulso ciego
de la naturaleza, sino, como ya hemos dicho, obra del hombre, se libre,
dinámico y naturalmente responsable de su acción, que está obligado, sin
embargo, a reconocer y respetar las leyes del progreso de la civilización y del
desarrollo económico, y no puede eludir del todo la presión del ambiente.
64. Por lo cual, el
progreso de las relaciones sociales puede y, por lo mismo, debe verificarse de
forma que proporcione a los ciudadanos el mayor número de ventajas y evite, o a
lo menos aminore, los inconvenientes.
65. Para dar cima a
esta tarea con mayor facilidad, se requiere, sin embargo, que los gobernantes
profesen un sano concepto del bien común. Este concepto abarca todo un conjunto
de condiciones sociales que permitan a los ciudadanos el desarrollo expedito y
pleno de su propia perfección.
Juzgamos además
necesario que los organismos o cuerpos y las múltiples asociaciones privadas,
que integran principalmente este incremento de las relaciones sociales, sean en
realidad autónomos y tiendan a sus fines específicos con relaciones de leal
colaboración mutua y de subordinación a las exigencias del bien común.
Es igualmente
necesario que dichos organismos tengan la forma externa y la sustancia interna
de auténticas comunidades, lo cual sólo podrá lograrse cuando sus respectivos
miembros sean considerados en ellos como personas y llamados a participar
activamente en las tareas comunes.
66. En el progreso
creciente que las relaciones sociales presentan en nuestros días, el recto
orden del Estado se conseguirá con tanta mayor facilidad cuanto mayor sea el
equilibrio que se observe entre estos dos elementos: de una parte, el poder de
que están dotados así los ciudadanos como los grupos privados para regirse con
autonomía, salvando la colaboración mutua de todos en las obras; y de otra
parte, la acción del Estado que coordine y fomente a tiempo la iniciativa
privada.
67. Si las relaciones
sociales se mueven en el ámbito del orden moral y de acuerdo con los criterios
señalados, no implicarán, por su propia naturaleza, peligros graves o excesivas
cargas sobre los ciudadanos: todo lo contrario, contribuirán no sólo a fomentar
en éstos la afirmación y el desarrollo de la personalidad humana, sino también
a realizar satisfactoriamente aquella deseable trabazón de la convivencia entre
los hombres, que, como advierte nuestro predecesor Pío XI, de grata memoria, en
la encíclica Quadragesimo anno, es absolutamente necesaria para satisfacer los
derechos y las obligaciones de la vida social.
La remuneración del
trabajo
Situación actual
68. Una profunda
amargura embarga nuestro espíritu ante el espectáculo inmensamente doloroso de
innumerables trabajadores de muchas naciones y de continentes enteros a los que
se remunera con salario tan bajo, que quedan sometidos ellos y sus familias a
condiciones de vida totalmente infrahumana. Hay que atribuir esta lamentable
situación al hecho de que, en aquellas naciones y en aquellos continentes, el
proceso de la industrialización está en sus comienzos o se halla todavía en
fase no suficientemente desarrollada.
69. En algunas de
estas naciones, sin embargo, frente a la extrema pobreza de la mayoría, la
abundancia y el lujo desenfrenado de unos pocos contrastan de manera abierta e
insolente con la situación de los necesitados; en otras se grava a la actual
generación con cargas excesivas para aumentar la productividad de la economía
nacional, de acuerdo con ritmos acelerados que sobrepasan por entero los
límites que la justicia y la equidad imponen; finalmente, en otras naciones un
elevado tanto por ciento de la renta nacional se gasta en robustecer más de lo
justo el prestigio nacional o se destinan presupuestos enormes a la carrera de
armamentos.
70. Hay que añadir a
esto que en las naciones económicas más desarrolladas no raras veces se observa
el contraste de que mientras se fijan retribuciones altas, e incluso altísimas,
por prestaciones de poca importancia o de valor discutible, al trabajo, en
cambio, asiduo y provechoso de categorías enteras de ciudadanos honrados y
diligentes se le retribuye con salarios demasiado bajos, insuficientes para las
necesidades de la vida, o, en todo caso, inferiores a lo que la justicia exige,
si se tienen en la debida cuenta su contribución al bien de la comunidad, a las
ganancias de la empresa en que trabajan y a la renta total del país.
71. En esta materia,
juzgamos deber nuestro advertir una vez más que, así como no es lícito
abandonar completamente la determinación del salario a la libre competencia del
mercado, así tampoco es lícito que su fijación quede al arbitrio de los
poderosos, sino que en esta materia deben guardarse a toda costa las normas de
la justicia y de la equidad.
Esto exige que los
trabajadores cobren un salario cuyo importe les permita mantener un nivel de
vida verdaderamente humano y hacer frente con dignidad a sus obligaciones
familiares. Pero es necesario, además, que al determinar la remuneración justa
del trabajo se tengan en cuenta los siguientes puntos: primero, la efectiva
aportación de cada trabajador a la producción económica; segundo, la situación
financiera de la empresa en que se trabaja; tercero, las exigencias del bien
común de la respectiva comunidad política, principalmente en orden a obtener el
máximo empleo de la mano de obra en toda la nación; y, por último, las
exigencias del bien común universal, o sea de las comunidades internacionales,
diferentes entre sí en cuanto a su extensión y a los recursos naturales de que
disponen.
72. Es evidente que
los criterios expuestos tienen un valor permanente y universal; pero su grado
de aplicación a las situaciones concretas no puede determinarse si no se
atiende como es debido a la riqueza disponible; riqueza que, en cantidad y
calidad, puede variar, y de hecho varía, de nación a nación y, dentro de una
misma nación, de un tiempo a otro.
Necesidad de
adaptación entre el desarrollo económico y el progreso social
73. Dado que en
nuestra época las economías nacionales evolucionan rápidamente, y con ritmo aún
más acentuado después de la segunda guerra mundial, consideramos oportuno
llamar la atención de todos sobre un precepto gravísimo de la justicia social,
a saber: que el desarrollo económico y el progreso social deben ir juntos y
acomodarse mutuamente, de forma que todas las categorías sociales tengan
participación adecuada en el aumento de la riqueza de la nación.
En orden a lo cual
hay que vigilar y procurar, por todos los medios posibles, que las
discrepancias que existen entre las clases sociales por la desigualdad de la
riqueza no aumenten, sino que, por el contrario, se atenúen lo más posible.
74. «La economía
nacional —como justamente enseña nuestro predecesor, de feliz memoria Pío XII—,
de la misma manera que es fruto de la actividad de los hombres que trabajan
unidos en la comunidad del Estado, así también no tiene otro fin que el de
asegurar, sin interrupción, las condiciones externas que permitan a cada
ciudadano desarrollar plenamente su vida individual. Donde esto se consiga de
modo estable, se dirá con verdad que el pueblo es económicamente rico, porque
el bienestar general y, por consiguiente, el derecho personal de todos al uso
de los bienes terrenos se ajusta por completo a las normas establecidas por Dios
Creador» (cf. Acta Apostolicae Sedis 33 (1941) p. 200).
De aquí se sigue que
la prosperidad económica de un pueblo consiste, más que en el número total de
los bienes disponibles, en la justa distribución de los mismos, de forma que
quede garantizado el perfeccionamiento de los ciudadanos, fin al cual se ordena
por su propia naturaleza todo el sistema de la economía nacional.
75 En este punto hay
que hacer una advertencia: hoy en muchos Estados las estructuras económicas
nacionales permiten realizar no pocas veces a las empresas de grandes o
medianas proporciones rápidos e ingentes aumentos productivos, a través del
autofinanciamiento, que renueva y completa su equipo industrial. Cuando esto
ocurra, juzgamos puede establecerse que las empresas reconozcan por la misma
razón, a sus trabajadores un título de crédito, especialmente si les pagan una
remuneración que no exceda la cifra del salario mínimo vital.
76 En tales casos
conviene recordar el principio propuesto por nuestro predecesor, de feliz
memoria, Pío XI en la encíclica Quadragesimo anno: «Es completamente falso
atribuir sólo al capital, o sólo al trabajo, lo que es resultado conjunto de la
eficaz cooperación de ambos; y es totalmente injusto que el capital o el
trabajo, negando todo derecho a la otra parte, se apropie la totalidad del
beneficio económico».
77. Este deber de
justicia puede cumplirse de diversas maneras, como la experiencia demuestra.
Una de ellas, y de las más deseables en la actualidad, consiste en hacer que
los trabajadores, en la forma y el grado que parezcan más oportunos, puedan
llegar a participar poco a poco en la propiedad de la empresa donde trabajan,
puesto que hoy, más aún, que en los tiempos de nuestro predecesor, «con todo el
empeño posible se ha de procurar que, al manos para el futuro, se modere
equitativamente la acumulación de las riquezas en manos de los ricos, y se
repartan también con la suficiente profusión entre los trabajadores» (Ibíd.,
p.198).
Exigencias del bien
común nacional e internacional
78. Pero hay que
advertir, además, que la proporción entre la retribución del trabajo y los
beneficios de la empresa debe fijarse de acuerdo con las exigencias del bien
común, tanto de la propia comunidad política como de la entera familia humana.
79. Por lo que
concierne al primer aspecto, han de considerarse como exigencias del bien común
nacional: facilitar trabajo al mayor número posible de obreros; evitar que se
constituyan, dentro de la nación e incluso entre los propios trabajadores,
categorías sociales privilegiadas; mantener una adecuada proporción entre
salario y precios; hacer accesibles al mayor número de ciudadanos los bienes
materiales y los beneficios de la cultura; suprimir o limitar al menos las
desigualdades entre los distintos sectores de la economía —agricultura,
industria y servicios—; equilibrar adecuadamente el incremento económico con el
aumento de los servicios generales necesarios, principalmente por obra de la
autoridad pública; ajustar, dentro de lo posible, las estructuras de la
producción a los progresos de las ciencias y de la técnica; lograr, en fin, que
el mejoramiento en el nivel de vida no sólo sirva a la generación presente,
sino que prepare también un mejor porvenir a las futuras generaciones.
80. Son, por otra
parte, exigencias del bien común internacional: evitar toda forma de
competencia desleal entre los diversos países en materia de expansión
económica; favorecer la concordia y la colaboración amistosa y eficaz entre las
distintas economías nacionales, y, por último, cooperar eficazmente al
desarrollo económico de las comunidades políticas más pobres.
81. Estas exigencias
del bien común, tanto en el plano nacional como en el mundial, han de tenerse
en cuanta también cuando se trata de determinar la parte de beneficios que
corresponde asignar, en forma de retribución, a los dirigentes de empresas, y
en forma de intereses o dividendos, a los que aportan el capital.
Estructuras
económicas
Deben ajustarse a la
dignidad del hombre
82. Los deberes de la
justicia han de respetarse no solamente en la distribución de los bienes que el
trabajo produce, sino también en cuanto afecta a las condiciones generales en
que se desenvuelve la actividad laboral.
Porque en la
naturaleza humana está arraigada la exigencia de que, en el ejercicio de la
actividad económica, le sea posible al hombre sumir la responsabilidad de lo
que hace y perfeccionarse a sí mismo.
83. De donde se sigue
que si el funcionamiento y las estructuras económicas de un sistema productivo
ponen en peligro la dignidad humana del trabajador, o debilitan su sentido de
responsabilidad, o le impiden la libre expresión de su iniciativa propia, hay
que afirmar que este orden económico es injusto, aun en el caso de que, por
hipótesis, la riqueza producida en él alcance un alto nivel y se distribuya
según criterios de justicia y equidad.
84. No es posible
definir de manera genérica en materia económica las estructuras más acordes con
la dignidad del hombre y más idóneas para estimular en el trabajador el sentido
de su responsabilidad. Esto no obstante, nuestro predecesor, de feliz memoria,
Pío XII trazó con acierto tales normas prácticas: «La pequeña y la mediana
propiedad en la agricultura, en el artesanado, en el comercio y en la industria
deben protegerse y fomentarse; las uniones cooperativas han de asegurar a estas
formas de propiedad las ventajas de la gran empresa; y por lo que a las grandes
empresas se refiere, ha de lograrse que el contrato de trabajo se suavice con
algunos elementos del contrato de sociedad» (Radiomensaje del 1 de sept. de
1944; cf Acta Apostolicae Sedis 36 81944) p. 254).
La empresa artesana y
la empresa cooperativa
85. Deben, pues,
asegurarse y promoverse, de acuerdo con las exigencias del bien común y las
posibilidades del progreso técnico, las empresas artesanas, y las agrícolas de
dimensión familiar, y las cooperativas, las cuales pueden servir también para
completar y perfeccionar las anteriores.
86. Más adelante
hablaremos de la empresa agrícola. Aquí creemos oportuno hacer algunas
indicaciones sobre la empresa artesana y la empresa cooperativa.
87. Ante todo, hay
que advertir que ambas empresas, si quieren alcanzar una situación económica
próspera, han de ajustarse incesantemente, en su estructura, funcionamiento y
métodos de producción, a las nuevas situaciones que el progreso de las ciencias
y de la técnica y las mudables necesidades y preferencias de los consumidores plantean
conjuntamente: acción de ajuste que principalmente han de realizar los propios
artesanos y los miembros de las cooperativas.
88. De aquí la gran
conveniencia de dar a unos y otros formación idónea, tanto en el aspecto
puramente técnico como en el cultural, y de que ellos mismos se agrupen en
organización de tipo profesional. Es asimismo indispensable que por parte del
Estado se lleve a cabo una adecuada política económica en los capítulos
referentes a la enseñanza, la imposición fiscal, el crédito, la seguridad y los
seguros sociales.
89. Por lo demás,
esta acción del Estado en favor del artesanado y del movimiento cooperativo
halla también su justificación en el hecho de que estas categorías laborales
son creadoras de auténticos bienes y contribuyen eficazmente al progreso de la
cultura.
90. Invitamos, por
ello, con paternal amor a nuestros queridísimos hijos del artesanado y del
cooperativismo, esparcidos por todo el mundo, a que sientan claramente la
nobilísima función social que se les ha confiado en la sociedad, ya que con su
trabajo pueden despertar cada día más en todas las clases sociales el sentido
de la responsabilidad y el espíritu de activa colaboración y encender en todos
el entusiasmo por la originalidad, la elegancia y la perfección del trabajo.
Presencia activa de
los trabajadores en las empresas grandes y medianas
91. Además, siguiendo
en esto la dirección trazada por nuestros predecesores, Nos estamos convencido
de la razón que asiste a los trabajadores en la vida de las empresas donde
trabajan. No es posible fijar con normas ciertas y definidas las
características de esta participación, dado que han de establecerse, más bien,
teniendo en cuanta la situación de cada empresa; situación que varía de unas a
otras y que, aun dentro de cada una, está sujeta muchas veces a cambios
radicales y rapidísimos.
No dudamos, sin
embargo, en afirmar que a los trabajadores hay que darles una participación
activa en los asuntos de la empresa donde trabajan, tanto en las privadas como
en las públicas; participación que, en todo caso, debe tender a que la empresa
sea una auténtica comunidad humana, cuya influencia bienhechora se deje sentir
en las relaciones de todos sus miembros y en la variada gama de sus funciones y
obligaciones.
92. Esto exige que
las relaciones mutuas entre empresarios y dirigentes, por una parte, y los
trabajadores por otra, lleven el sello del respeto mutuo, de la estima, de la
comprensión y, además, de la leal y activa colaboración e interés de todos en
la obra común; y que el trabajo, además de ser concebido como fuente de
ingresos personales, lo realicen también todos los miembros de la empresa como
cumplimiento de un deber y prestación de un servicio para la utilidad general.
Todo ello implica la
conveniencia de que los obreros puedan hacer oír su voz y aporten su
colaboración para el eficiente funcionamiento y desarrollo de la empresa.
Observaba nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII que «la función
económica y social que todo hombre aspira a cumplir exige que no esté sometido
totalmente a una voluntad ajena el despliegue de la iniciativa individual»
(Alocución del 8 de oct. de 1956; cf Acta Apostolicae Sedis 48 (1956) p.
799-800).
Una concepción de la
empresa que quiere salvaguardar la dignidad humana debe, sin duda alguna,
garantizar la necesaria unidad de una dirección eficiente; pero de aquí no se
sigue que pueda reducir a sus colaboradores diarios a la condición de meros
ejecutores silenciosos, sin posibilidad alguna de hacer valer su experiencia, y
enteramente pasivos en cuanto afecta a las decisiones que contratan y regulan
su trabajo.
93. Hay que hacer
notar, por último, que el ejercicio de esta responsabilidad creciente por parte
de los trabajadores en las empresas no solamente responde a las legítimas
exigencias propias de la naturaleza humana, sino que está de perfecto acuerdo
con el desarrollo económico, social y político de la época contemporánea.
94. Aunque son
grandes los desequilibrios económicos y sociales que en la época moderna
contradicen a la justicia y a la humanidad, y profundos errores se deslizan en
toda la economía, perturbando gravemente sus actividades, fines, estructura y
funcionamiento, es innegable, sin embargo, que los modernos sistemas de
producción, impulsados por el progreso científico y técnico han avanzado
extraordinariamente y su ritmo de crecimiento es mucho más rápido que en épocas
anteriores.
Esto exige de los
trabajadores una aptitud y unas cualidades profesionales más elevadas. Como
consecuencia, es necesario poner a su disposición mayores medios y más amplios
márgenes de tiempo para que puedan alcanzar una instrucción más perfecta y una
cultura religiosa, moral y profana más adecuada.
95. Se hace así
también posible un aumento de los años destinados a la instrucción básica y a
la formación profesional de las nuevas generaciones.
96. Con la
implantación de estas medidas se irá creando un ambiente que permitirá a los
trabajadores tomar sobre sí las mayores responsabilidades aun dentro de sus
empresas. Por lo que al Estado toca, es de sumo interés que los ciudadanos, en
todos los sectores de la convivencia, se sientan responsables de la defensa del
bien común.
Presencia activa de
los trabajadores en todos los niveles
97. Es una realidad
evidente que, en nuestra época, las asociaciones de trabajadores han adquirido
un amplio desarrollo, y, generalmente han sido reconocidas como instituciones
jurídicas en los diversos países e incluso en el plano internacional. Su
finalidad no es ya la de movilizar al trabajador para la lucha de clases, sino
la de estimular más bien la colaboración, lo cual se verifica principalmente
por medio de acuerdos establecidos entre las asociaciones de trabajadores y de
empresarios.
Hay que advertir,
además, que es necesario, o al manos muy conveniente, que a los trabajadores se
les dé la posibilidad de expresar su parecer e interponer su influencia fuera
del ámbito de su empresa, y concretamente en todos los órdenes de la comunidad
política.
98. La razón de esta
presencia obedece a que las empresas particulares, aunque sobresalgan en el
país por sus dimensiones, eficiencia e importancia, están, sin embargo,
estrechamente vinculadas a la situación general económica y social de cada
nación, ya que de esta situación depende su propia prosperidad.
99. Ahora bien,
ordenar las disposiciones que más favorezcan la situación general de la
economía no es asunto de las empresas particulares, sino función propia de los
gobernantes del Estado y de aquellas instituciones que, operando en un plano
nacional o supranacional, actúan en los diversos sectores de la economía.
De aquí se sigue la
conveniencia o la necesidad de que en tales autoridades e instituciones, además
de los empresarios o de quienes les representan, se hallen presentes también
los trabajadores o quienes por virtud de su cargo defienden los derechos, las
necesidades y las aspiraciones de los mismos.
100. Es natural, por
tanto, que nuestro pensamiento y nuestro paterno afecto se dirijan de modo
principal a las asociaciones que abarcan profesiones diversas y a los
movimientos sindicales que, de acuerdo con los principios de la doctrina
cristiana, están trabajando en casi todos los continentes del mundo.
Conocemos las muchas
y graves dificultades en medio de las cuales estos queridos hijos nuestros han
procurado con eficacia y siguen procurando con energía la reivindicación de los
derecho del trabajador, así como su elevación material y moral, tanto en el
ámbito nacional como en el plano mundial.
101. Pero, además,
queremos tributar a la labor de estos hijos nuestros la alabanza que merece,
porque no se limita a los resultados inmediatos y visibles que obtiene, sino
que repercute también en todo el inmenso mundo del trabajo humano, con la
propagación general de un recto modo de obrar y de pensar y con el aliento
vivificador de la religión cristiana.
102. Idéntica
alabanza paternal queremos rendir asimismo a aquellos de nuestros amados hijos
que, imbuidos en las enseñanzas cristianas, prestan un admirable concurso en
otras asociaciones profesionales y movimientos sindicales que siguen las leyes
de la naturaleza y respetan la libertad personal en materia de religión y
moral.
103. No podemos dejar
de felicitar aquí y de manifestar nuestro cordial aprecio por la Organización
Internacional del Trabajo —conocida comúnmente con las siglas O.L.L., I.L.O u
O.I.T.—, la cual, desde hace ya muchos años, viene prestando eficaz y valiosa
contribución para instaurar en todo el mundo un orden económico y social
inspirado en los principios de justicia y de humanidad, dentro del
cualencuentran reconocimiento y garantía los legítimos derechos de los
trabajadores.
La propiedad
Nuevos aspectos de la
economía moderna
104. En estos últimos
años, como es sabido, en las empresas económicas de mayor importancia se ha ido
acentuando cada vez más la separación entre la función que corresponde a los
propietarios de los bienes de producción y la responsabilidad que incumbe a los
directores de la empresa.
Esta situación crea
grandes dificultades a las autoridades del Estado, las cuales han de vigilar
cuidadosamente para que los objetivos que pretenden los dirigentes de las
grandes organizaciones, sobre todo de aquellas de mayor influencia ejercen en
la vida económica de todo el país, no se desvíen en modo alguno de las
exigencias del bien común.
Son dificultades que,
como la experiencia demuestra, se plantean igualmente tanto si los capitales
necesarios para las grandes empresas son la propiedad privada como si
pertenecen a entidades públicas.
105. Es cosa también
sabida que, en la actualidad, son cada día más lo que ponen en los modernos
seguros sociales y en los múltiples sistemas de la seguridad social la razón de
mirar tranquilamente el futuro, la cual en otros tiempos se basaba en la
propiedad de un patrimonio, aunque fuera modesto.
106. Por último, es
igualmente un hecho de nuestro días que el hombre prefiere el dominio de una
profesión determinada a la propiedad de los bienes y antepone el ingreso cuya
fuente es el trabajo, o derechos derivados de éste, al ingreso que proviene del
capital o de derechos derivados del mismo.
107. Esta nueva
actitud coincide plenamente con el carácter natural del trabajo, el cual, por
su procedencia inmediata de la persona humana, debe anteponerse a la posesión
de los bienes exteriores, que por su misma naturaleza son de carácter
instrumental; y ha de ser considerada, por tanto, como una prueba del progreso
de la humanidad.
108. Tales nuevos
aspectos de la economía moderna han contribuido a divulgar, la duda sobre si,
en la actualidad, ha dejado de ser válido, o ha perdido, al menos, importancia,
un principio de orden económico y social enseñado y propugnado firmemente por
nuestros predecesores; esto es, el principio que establece que los hombres
tienen un derecho natural a la propiedad privada de bienes, incluidos los de
producción.
Reafirmación del
carácter natural del derecho de propiedad
109. Esta duda carece
en absoluto de fundamento. Porque el derecho de propiedad privada, aún en lo
tocante a bienes de producción, tiene un valor permanente, ya que es un derecho
contenido en la misma naturaleza, la cual nos enseña la prioridad del hombre
individual sobre la sociedad civil, y , por consiguiente, la necesaria
subordinación teológica de la sociedad civil al hombre.
Por otra parte, en
vano se reconocería al ciudadano el derecho de actuar con libertad en el campo económico
si no le fuese dada al mismo tiempo la facultad de elegir y emplear libremente
las cosas indispensables para el ejercicio de dicho derecho.
Además, la historia y
la experiencia demuestran que en los regímenes políticos que no reconocen a los
particulares la propiedad, incluida la de los bienes de producción, se viola o
suprime totalmente el ejercicio de la libertad humana en las cosas más
fundamentales, lo cual demuestra con evidencia que el ejercicio de la libertad
tiene su garantía y al mismo tiempo su estímulo en el derecho de propiedad.
110. Esto es lo que
explica el hecho de que ciertos movimientos políticos y sociales que quieren
conciliar la libertad con la justicia, y que eran, hasta ahora, contrarios al
derecho de propiedad privada de los bienes de producción, hoy, aleccionados más
ampliamente por la evolución social, han rectificado algo sus propias opiniones
y mantienen respecto de aquel derecho una actitud positiva.
111. Nos es grato,
por tanto, repetir las observaciones que en esta materia hizo nuestro
predecesor, de feliz memoria, Pío XII: «Al defender la Iglesia el principio de
la propiedad privada, persigue un alto fin ético-social. No pretende sostener
pura y simplemente el actual estado de cosas, como si viera en él la expresión
de la voluntad divina; ni proteger por principio al rico y al plutócrata contra
el pobre e indigente. Todo lo contrario: La Iglesia mira sobre todo a lograr
que la institución de la propiedad privada sea lo que debe ser, de acuerdo con
los designios de la divina Sabiduría y con lo dispuesto por la naturaleza»
(Radiomensaje del 1 de sept. de 1944; cf Acta Apostolicae Sedis 36 (1944) p.
253). Es decir, la propiedad privada debe asegurar los derechos que la libertad
concede a la persona humana y, al mismo tiempo, prestar su necesaria
colaboración para restablecer elrecto orden de la sociedad.
112. Como ya hemos
dicho, en no pocas naciones los sistemas económicos más recientes progresan con
rapidez y consiguen una producción de bienes cada día más eficaz. En tal
situación, la justicia y la equidad exigen que, manteniendo a salvo el bien
común, se incremente también la retribución del trabajo, lo cual permitirá a
los trabajadores ahorrar con mayor facilidad y formarse así un patrimonio.
Resulta, por tanto,
extraña la negación que algunos hacen del carácter natural del derecho de
propiedad, que halla en la fecundidad del trabajo la fuente perpetua de la
eficacia; constituye, además, un medio eficiente para garantizar la dignidad de
la persona humana y el ejercicio libre de la propia misión en todos los campos
de la actividad económica; y es, finalmente, un elemento de tranquilidad y de
consolidación para la vida familiar, con el consiguiente aumento de paz y
prosperidad en el Estado.
La difusión de la
propiedad privada es necesaria
113. No basta, sin
embargo, afirmar que el hombre tiene un derecho natural a la propiedad privada,
de los bienes, incluidos los de producción, si, al mismo tiempo, no se procura,
con toda energía, que se extienda a todas las clases sociales el ejercicio de
este derecho.
114. Como
acertadamente afirma nuestro predecesor, de feliz memoria, Pío XII, por una
parte, la dignidad de la persona humana «exige necesariamente, como fundamento
natural para vivir, el derecho al uso de los bienes de la tierra, al cual
corresponde la obligación fundamental de otorgar una propiedad privada, en
cuanto sea posible, a todos» (Radiomensaje de Navidad, 24 de diciembre de 1942;
cf. Acta Apostolicae Sedis 34 (1942) p. 17), y, por otra parte, la nobleza
intrínseca del trabajo exige, además de otras cosas, la conservación y el
perfeccionamiento de un orden social que haga posible una propiedad segura,
aunque sea modesta, a todas las clases del pueblo (Ibíd., p.20).
115. Hoy, más que nunca,
hay que defender la necesidad de difundir la propiedad privada, porque, en
nuestros tiempos, como ya hemos recordado, los sistemas económicos de un
creciente número de países están experimentando un rápido desarrollo.
Por lo cual, con el
uso prudente de los recursos técnicos, que la experiencia aconseje, no
resultará difícil realizar una política económica y social, que facilite y
amplíe lo más posible el acceso a la propiedad privada de los siguientes
bienes: bienes de consumo duradero; vivienda; pequeña propiedad agraria;
utillaje necesario para la empresa artesana y para la empresa agrícola
familiar; acciones de empresas grandes o medianas; todo lo cual se está ya
practicando con pleno éxito en algunas naciones, económicamente desarrolladas y
socialmente avanzadas.
Propiedad pública
116. Lo que hasta
aquí hemos expuesto no excluye, como es obvio, que también el Estado y las
demás instituciones públicas posean legítimamente bienes de producción, de modo
especial cuanto éstos «llevan consigo tal poder económico, que no es posible
dejarlo en manos de personas privadas sin peligro del bien común» (Quadragesimo
anno).
117. Nuestra época
registra una progresiva ampliación de la propiedad del Estado y de las demás
instituciones públicas. La causa de esta ampliación hay que buscarla en que el
bien común exige hoy de la autoridad pública el cumplimiento de una serie
creciente de funciones.
Sin embargo, también
en esta materia ha de observarse íntegramente el principio de la función
subsidiaria, ya antes mencionado, según el cual la ampliación de la propiedad
del Estado y de las demás instituciones públicas sólo es lícita cuando la exige
una manifiesta y objetiva necesidad del bien común y se excluye el peligro de
que la propiedad privada se reduzca en exceso, o, lo que sería aún peor, se la
suprima completamente.
118. Hay que afirmar,
por último, que las empresas económicas del Estado o de las instituciones
públicas deben ser confiadas a aquellos ciudadanos que sobresalgan por su
competencia técnica y su probada honradez y que cumplan con suma fidelidad sus
deberes con el país.
Más aún, la labor de
estos hombres debe quedar sometida a un ciudadano y asiduo control, a fin de
evitar que, en el seno de la administración del propio Estado, el poder
económico quede en manos de unos pocos, lo cual sería totalmente contrario al
bien supremo de la nación.
Función social de la
propiedad
119. Pero neutros
predecesores han enseñado también de modo constante el principio de que al
derecho de propiedad privada le es intrínsecamente inherente una función
social. En realidad, dentro del plan de Dios Creador, todos los bienes de la
tierra están destinados, en primer lugar, al decoroso sustento de todos los
hombres, como sabiamente enseña nuestro predecesor de feliz memoria León XIII
en la encíclica Rerum novarum: «Los que han recibido de Dios mayor abundancia
de bienes, ya sean corporales o externos, ya internos y espirituales, los han
recibido para que con ellos atiendan a su propia perfección y, al mismo tiempo,
como ministros de la divina Providencia, al provecho de los demás. "Por lo
tanto, el que tenga aliento, cuide de no callar; el que abunde en bienes, cuide
de no ser demasiado duro en el ejercicio de la misericordia; quien posee un
oficio de qué vivir, afánese por compartir su uso y utilidad con el
prójimo"».
120. Aunque, en
nuestro tiempo, tanto el Estado como las instituciones públicas han extendido y
siguen extendiendo el campo de su intervención, no se debe concluir en modo
alguno que ha desaparecido, como algunos erróneamente opinan, la función social
de la propiedad privada, ya que esta función toma su fuerza del propio derecho
de propiedad.
Añádase a esto el
hecho complementario de que hay siempre una amplia gama de situaciones
angustiosas, de necesidades ocultas y al mismo tiempo graves, a las cuales no
llegan las múltiples formas de la acción del Estado, y para cuyo remedio se
halla ésta totalmente incapacitada; por lo cual, siempre quedará abierto un
vasto campo para el ejercicio de la misericordia y de la caridad cristiana por
parte de los particulares. Por último, es evidente que para el fomento y
estímulo de los valores del espíritu resulta más fecunda la iniciativa de los
particulares o de los grupos privados que la acción de los poderes públicos.
121. En ésta ocasión
oportuna para recordar, finalmente, cómo la autoridad del sagrado Evangelio
sanciona, sin duda, el derecho de propiedad privada de los bienes, pero , al
mismo tiempo, presenta, con frecuencia, a Jesucristo ordenando a los ricos que
cambien en bienes espirituales los bienes materiales que poseen y los den a los
necesitados: «No alleguéis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín los
corroen y donde los ladrones horadan y roban. Atesorad tesoros en el cielo,
donde ni la polilla ni el orín corroen y donde los ladrones no horadan ni
roban» (Mt 6, 19-20). Y el Divino Maestro declara que considera como hecha o
negada a sí mismo la caridad hecha o negada a los necesitados: «Cuantas veces
hicisteis eso a uno de estos mis hermanos menores, a mí me lo hicisteis» (Mt
25, 40).
III. Los aspectos
recientes más importantes de la cuestión social
122. El desarrollo
histórico de la época actual demuestra, con evidencia cada vez mayor, que los
preceptos de la justicia y de la equidad no deben regular solamente las
relaciones entre los trabajadores y los empresarios, sino además las que median
entre los distintos sectores de laeconomía, entre las zonas de diverso nivel de
riqueza en el interior de cada nación y, dentro del plano mundial, entre los
países que se encuentran en diferente grado de desarrollo económico y social.
Relaciones entre los
distintos sectores de la economía
La agricultura,
sector deprimido
123. Comenzaremos
exponiendo algunos puntos sobre la agricultura. Advertimos, ante todo, que la
población rural, en cifras absolutas, no parece haber disminuido. Sin embargo,
indudablemente son muchos los campesinos que abandonan el campo para dirigirse
a poblaciones mayores e incluso centros urbanos. Este éxodo rural, por
verificarse en casi todos los países y adquirir a veces proporciones
multitudinarias, crea problemas de difícil solución por lo que toca a nivel de vida
digno de los ciudadanos.
124. A la vista de
todos está el hecho de que, a medida que progresa la economía, disminuye la
mano de obra dedicada a la agricultura, mientras crece el porcentaje de la
consagrada a la industria y al sector de los servicios. Juzgamos, sin embargo,
que el éxodo de la población agrícola hacia otros sectores de la producción se
debe frecuentemente a motivos derivados del propio desarrollo económico. Pero
en el inmensa mayoría de los casos responde a una serie de estímulos, entre los
que han de contarse como principales el ansia de huir de un ambiente estrecho
sin perspectivas de vida más cómoda; el prurito de novedades y aventuras de que
tan poseída está nuestra época; el afán por un rápido enriquecimiento; la
ilusión de vivir con mayor libertad, gozando de los medios y facilidades que
brindan las poblaciones más populosas y los centros urbanos. Pero también es
indudable que el éxodo del campo se debe al hecho de que el sector agrícola es,
en casi todas partes, un sector deprimido, tanto por lo que toca al índice de
productividad del trabajo como por lo que respecta al nivel de vida de las
poblaciones rurales.
125. Por ello, ante
un problema de tanta importancia que afecta a casi todos los países, es
necesario investigar, primeramente, los procedimientos más idóneos para reducir
las enormes diferencias que en materia de productividad se registran entre el
sector agrícola y los sectores de la industrial y de los servicios; hay que
buscar, en segundo término, los medios más adecuados para que el nivel de vida
de la población agrícola se distancie lo menos posible del nivel de vida de los
ciudadanos que obtienen sus ingresos trabajando en los otros sectores aludidos;
hay que realizar, por último, los esfuerzos indispensables para que los
agricultores no padezcan un complejo de inferioridad frente a los demás grupos
sociales, antes, pro el contrario, vivan persuadidos de que también dentro del
ambiente rural pueden no solamente consolidar y perfeccionar su propia
personalidad mediante el trabajo del campo, sino además mirar tranquilamente el
provenir.
126. Nos parece, por
lo mismo, muy oportuno indicar en esta materia algunas normas de valor
permanente, a condición de que se apliquen, como es obvio, en consonancia con
lo que las circunstancias concretas de tiempo y de lugar permitan, aconsejen o
absolutamente exijan.
Desarrollo adecuado
de los servicios públicos más fundamentales
127 En primer lugar,
es necesario que todos, y de modo especial las autoridades públicas, procuren
con eficacia que en el campo adquieran el conveniente grado de desarrollo los
servicios públicos más fundamentales, como, por ejemplo, caminos, transportes,
comunicaciones, agua potable, vivienda, asistencia médica y farmacéutica,
enseñanza elemental y enseñanza técnica y profesional, condiciones idóneas para
la vida religiosa y para un sano esparcimiento y, finalmente, todo el conjunto
de productos que permitan al hogar del agricultor estar acondicionado y
funcionar de acuerdo con los progresos de la época moderna.
Cuando en los medios
agrícolas faltan estos servicios, necesarios hoy para alcanzar un nivel de vida
digno, el desarrollo económico y el progreso social vienen a ser en aquéllos o
totalmente nulos o excesivamente lentos, lo que origina como consecuencia la
imposibilidad de frenar el éxodo rural y la dificultad de controlar
numéricamente la población que huye del campo.
Desarrollo gradual y
armónico de todo el sistema económico
128 Es indispensable,
en segundo lugar, que el desarrollo económico de los Estados se verifique de
manera gradual, observando la debida proporción entre los diversos sectores
productivos. Hay que procurar así con especial insistencia que, en la medida
permitida o exigida por el conjunto de la economía, tengan aplicación también
en la agricultura los adelantos más recientes en lo que atañe a las técnicas de
producción, la variedad de los cultivos y la estructura de la empresa agrícola,
aplicación que ha de efectuarse manteniendo en lo posible la proporción
adecuada con los sectores de la industria y de los servicios.
129 La agricultura,
en consecuencia, no sólo consumirá una mayor cantidad de productos de la
industria, sino que exigirá una más cualificada prestación de servicios
generales. En justa reciprocidad, la agricultura ofrecerá a la industria, a los
servicios y a toda la nación una serie de productos que en cantidad y calidad
responderán mejor a las exigencias del consumo, contribuyendo así a la
estabilidad del poder adquisitivo de la moneda, la cual es uno de los elementos
más valiosos para lograr un desarrollo ordenado de todo el conjunto de la
economía.
130 Con estas medidas
se obtendrá, entre otras, las siguientes ventajas: la primera, la de controlar
con mayor facilidad, tanto en la zona de salida como en la de llegada, el
movimiento de las fuerzas laborales que abandonan el campo a consecuencia de la
progresiva modernización de la agricultura; la segunda, la de proporcionarles
una formación profesional adecuada para su provechosa incorporación a otros
sectores productivos, y la tercera, la de brindarles ayuda económica y
asistencia espiritual para su mejor integración en los nuevos grupos sociales.
Necesidad de una
adecuada política económica agraria
131. Ahora bien, para
conseguir un desarrollo proporcionado entre los distintos sectores de la
economía es también absolutamente imprescindible una cuidadosa política
económica en materia agrícola por parte de las autoridades públicas, política
económica que ha de atender a los siguientes capítulos: Imposición fiscal,
crédito, seguros sociales, precios, promoción de industrias complementarias y,
por último, el perfeccionamiento de la estructura de la empresa agrícola.
1.° Imposición fiscal
132. Por los que se
refiere a los impuestos, la exigencia fundamental de todo sistema tributario
justo y equitativo es que las cargas se adapten a la capacidad económica de los
ciudadanos.
133. Ahora bien, en
la regulación de los tributos de los agricultores, el bien común exige que las
autoridades tengan muy presente el hecho de que los ingresos económicos del
sector agrícola se realizan con mayor lentitud y mayores riesgos, y , por
tanto, es más difícil obtener los capitales indispensables para el aumento de
estos ingresos.
2.° Capitales a
conveniente interés
134. De lo dicho se
deriva una consecuencia: la de que los propietarios del capital prefieren
colocarlo en otros negocios antes que en la agricultura. Por esta razón., los
agricultores no pueden pagar intereses elevados. Más aún, ni siquiera pueden
pagar, por lo regular, los intereses normales del mercado para procurarse los
capitales que necesitan el desarrollo y funcionamiento normal de sus empresas.
Se precisa, por tanto, por razones de bien común, establecer una particular
política, crediticia para la agricultura y crear además instituciones de
crédito que aseguren a los agricultores los capitales a un tipo de interés
asequible.
3.° Seguros sociales
y seguridad social
135. Es necesario
también que en la agricultura se implanten dos sistemas de seguros: el primero,
relativo a los productos agrícolas, y el segundo, referente a los propios
agricultores y a sus respectivas familias. Porque, como es sabido, la renta per
capita del sector agrícola es generalmente inferior a la renta per capita de
los sectores de la industria y de los servicios, y, por esto, no parece
ajustado plenamente a las normas de la justicia social y de la equidad
implantar sistemas de seguros sociales o de seguridad social en los que el
trato dado a los agricultores sea substancialmente inferior al que se garantiza
a los trabajadores de la industria y de los servicios. Las garantías
aseguradoras que la política social establece en general, no deben presentar
diferencias notables entre sí, sea el que sea el sector económico donde el
ciudadano trabaja o de cuyos ingresos vive.
136. Por otra parte,
como los sistemas de los seguros sociales y de seguridad social, pueden
contribuir eficazmente a una justa y equitativa redistribución de la renta
total de la comunidad política, deben, por ello mismo, considerarse como vía
adecuada para reducir las diferencias entre las distintas categorías de los
ciudadanos.
4.° Tutela de los
precios
137. Dada la peculiar
naturaleza de los productos agrícolas, resulta indispensable garantizar la
seguridad de sus precios, utilizando para ello los múltiples recursos que
tienen hoy a su alcance los economistas. En este punto, aunque es sumamente
eficaz que los propios interesados ejerzan esta tutela, imponiéndose a sí
mismos las normas oportunas,no debe, sin embargo, faltar la acción moderadora
de los poderes públicos.
138. No ha de
olvidarse tampoco que el precio de los productos agrícolas constituye
generalmente una retribución del trabajo, más bien que una remuneración del
capital empleado.
139. Por esto observa
con razón nuestro predecesor de feliz memoria Pío XI, en la encíclica
Quadragesimo anno, que a la realización del bien de la comunidad «contribuye en
gran manera la justa proporción entre los salarios»; pero añade a renglón
seguido: »Con ello se relaciona a su vez estrechamente la justa proporción de
los precios de venta de los productos obtenidos por los distintos sectores de
la economía, cuales son la agricultura, la industria y otros semejantes».
140. Y como los
productos del campo están ordenados principalmente a satisfacer las necesidades
humanas más fundamentales, es necesario que sus precios se determinen de tal
forma que se hagan asequibles a la totalidad de los consumidores. De lo cual,
sin embargo, se deduce evidentemente que sería sin duda injusto forzar a toda
una categoría de ciudadanos, la de los agricultores, aun estado permanente de
inferioridad económica y social, privándoles de un poder de compra
imprescindible para mantener un decoroso nivel de vida, lo cual evidentemente
está en abierta contradicción con el bien común.
5.° Completar los
ingresos de la familia agrícola
141. Es oportuno
también promover, en las zonas campesinas, las industrias y los servicios
relacionados con la conservación, transformación y transporte de los productos
agrícolas. A lo cual hay que añadir necesariamente en dichas zonas la creación
de actividades relacionadas con otros sectores de la economía y de las
profesiones. Con la implantación de estas medidas se da a la familia agrícola
la posibilidad de completar sus ingresos en los mismos ambientes en que vive y
trabaja.
6.° Reforma de la
empresa agrícola
142. Por último,
nadie puede establecer en términos genéricos las líneas fundamentales a que
debe ajustarse la empresa agrícola, dada la extremada variedad que en este
sector de la economía presentan las distintas zonas agrarias de una misma
nación y, sobre todo, los diversos países del mundo. Esto no obstante, quienes
tienen una concepción natural y, sobre todo, cristiana de la dignidad del
hombre y de la familia, consideran a la empresa agrícola, y principalmente a la
familiar, como una comunidad de personas en la cual las relaciones internas de
los diferentes miembros y la estructura funcional de la misma han de ajustarse
a los criterios de la justicia y al espíritu cristiano, y procuran, por todos
los medios, que esta concepción de la empresa agrícola llegue a ser pronto una
realidad, según las circunstancias concretas de lugar y de tiempo.
143. La firmeza y la
estabilidad de la empresa familiar dependen, sin embargo, de que puedan
obtenerse de ella ingresos suficientes para mantener un decoroso nivel de vida
en la respectiva familiar. Para lo cual es de todo punto preciso que los
agricultores estén perfectamente instruidos en cuanto concierne a sus trabajos,
puedan conocer los nuevos inventos y se hallen asistidos técnicamente en el
ejercicio de su profesión. Es indispensable, además, que los hombres del campo
establezcan una extensa red de empresas cooperativas, constituyan asociaciones
profesionales e intervengan con eficacia en la vida pública, tanto en los
organismos de naturaleza administrativa como en las actividades de carácter
político..
Los agricultores
deben ser los protagonistas de su elevación económica y social
144. Estamos
persuadidos, sin embargo, de que los autores principales del desarrollo
económico, de la elevación cultural y del progreso social del campo deben ser
los mismo interesados, es decir, los propios agricultores. Estos deben poseer
una conciencia clara y profunda de la nobleza de su profesión. Trabajan, en
efecto, en el templo majestuoso de la Creación, y realizan su labor,
generalmente, entre árboles y animales, cuya vida, inagotable en su capacidad
expresiva e inflexible en sus leyes, es rica en recuerdos del Dios creador y
providente. Además, la agricultura no sólo produce la rica gama de alimentos
con que se nutre la familia humana, sino proporciona también un número cada vez
mayor de materias primas a la industria.
145. Más aún, el
trabajo del campo está dotado de una específica dignidad, ya que utiliza y pone
a su servicio una serie de productos elaborados por la mecánica, la química y
la biología, productos que han de ponerse al día, sin interrupción alguna, de
acuerdo con las necesidades de la época, dada la repercusión que en la
agricultura alcanzan los progresos científicos y técnicos.
Y no es esto todo. Es
un trabajo que se caracteriza también por una intrínseca nobleza, ya que exige
del agricultor conocimiento certero del curso del tiempo, capacidad de fácil
adaptación al mismo, paciente espera del futuro, sentido de la responsabilidad
y espíritu perseverante y emprendedor.
Solidaridad y
colaboración
146. Hay que advertir
también que en el sector agrícola, como en los demás sectores de la producción,
es muy conveniente que los agricultores se asocien, sobre todo si se trata de
empresas agrícolas de carácter familiar. Los cultivadores del campo deben
sentirse solidarios los unos de los otros y colaborar todos a una en la
creación de empresas cooperativas y asociaciones profesionales, de todo punto
necesarias, porque facilitan al agricultor las ventajas de los progresos
científicos y técnicos y contribuyen de modo decisivo a la defensa de los
precios de los productos del campo.
Con la adopción de estas
medidas, los agricultores quedarán situados en un plano de igualdad respecto a
las categorías económicas profesionales, generalmente organizadas, de los otros
sectores productivos, y podrán hacer sentir todo el peso de su importancia
económica en la vida política y en la gestión administrativa. Porque, como con
razón se ha dicho, en nuestra época las voces aisladas son como voces dadas al
viento.
Subordinación a las
exigencias del bien común
147. Con todo, los
trabajadores agrícolas, de la misma manera que los de los restantes sectores de
la producción, al hacer sentir todo el peso de su importancia económica deben
proceder necesariamente sin quebranto alguno del orden moral y del derecho
establecido, procurando armonizar sus derechos y sus intereses con los derechos
y los intereses de las demás categorías económicas profesionales, y subordinar
los unos y los otros a las exigencias del bien común.
Más aún, los
agricultores que viven consagrados a elevar la riqueza del campo, pueden pedir
con todo derecho que los gobernantes ayuden y completen sus esfuerzos, con tal
que ellos, por su parte, se muestren sensibles a las exigencias del bien común
y contribuyan a su realización efectiva.
148. Por esta razón,
nos es grato expresar nuestra complacencia a aquellos hijos nuestros que, en
diversas partes del mundo, se esfuerzan por crear y consolidar empresas
cooperativas y asociaciones profesionales para que todos los que cultivan la
tierra, al igual que los demás ciudadanos, disfruten del debido nivel de vida
económico y de una justa dignidad social.
Nobleza del trabajo
agrícola
149. En el trabajo
del campo encuentra el hombre todo cuanto contribuye al perfeccionamiento
decoroso de su propia dignidad. Por eso, el agricultor debe concebir su trabajo
como un mandato de Dios y una misión excelsa. Es preciso, además, que consagre
esta tarea a Dios providente, que dirige la historia hacia la salvación eterna
del hombre. Finalmente, ha de tomar sobre sí la tarea de contribuir con su
personal esfuerzo a la elevación de sí mismo y de los demás, como una
aportación a la civilización humana.
Relaciones entre las
zonas de desigual desarrollo de un país
Servicios públicos
fundamentales y política económica adecuada
150. Con mucha
frecuencia, en el seno de una misma nación se observan diferencias económicas y
sociales entre las distintas clases de ciudadanos, debidas, principalmente, al
hecho de que unos y otros viven y trabajan en zonas de desigual desarrollo
económico. En situaciones como ésta, la justicia y la equidad piden que los
gobernantes procuren suprimir del todo, o a lo menos disminuir, tales
diferencias. A este fin se debe intentar que en las zonas económicamente menos
desarrolladas se garanticen los servicios públicos fundamentales más adecuados
a las circunstancias del tiempo y lugar y de acuerdo, en lo posible, con la
común manera de vida. Para ello, es absolutamente imprescindible que se
emprenda la política apropiada, que atienda con diligencia a la ordenación de
los siguientes puntos: la contratación laboral, la emigración interior, los
salarios, los impuestos, los créditos y las inversiones industriales destinadas
principalmente a favorecer el desarrollo de otras actividades. Todas estas
medidas son plenamente idóneas, no sólo para promover el empleo rentable de la
mano de obra y estimular la iniciativa empresarial, sino para explotar también
los recursos locales de cada zona.
Iniciativa privada e
intervención del Estado
151. Sin embargo, es
preciso que los gobernantes se limiten a adoptar tan sólo aquellas medidas que
parezcan ajustadas al bien común de los ciudadanos. Las autoridades deben
cuidar asiduamente, con la mira puesta en la utilidad de todo el país, de que
el desarrollo económico de los tres sectores de la producción —agricultura,
industria y servicios— sea, en lo posible, simultáneo y proporcionado; con el
propósito constante de que los ciudadanos de las zonas menos desarrolladas se
sientan protagonistas de su propia elevación económica, social y cultural.
Porque el ciudadano tiene siempre el derecho de ser el autor principal de su
propio progreso.
152. Por
consiguiente, es indispensable que también la iniciativa privada contribuya, en
cuanto está de su parte, a establecer una regulación equitativa de la economía
del país. Más aún, las autoridades, en virtud del principio de la función
subsidiaria, tienen que favorecer y auxiliar a la iniciativa privada de tal
manera, que sea ésta, en la medida que la realidad permita, la que continúe y
concluya el desarrollo económico por ella iniciado.
Eliminar o disminuir
la desproporción entre tierra y población
153. Es ésta ocasión
oportuna para advertir que no son pocas las naciones en las cuales existe una
manifiesta desproporción entre el terreno cultivable y la población agrícola.
Efectivamente, en algunas naciones hay escasez de brazos y abundancia de tierra
laborables, mientras que en otras abunda la mano de obra y escasean las tierras
de cultivo.
154. Más aún, hay
naciones en las cuales, a pesar de la riqueza potencial de su suelo, el estado
rudimentario y anticuado de sus sistemas de cultivo no permite producir la
cantidad de bienes suficientes para satisfacer las necesidades más elementales
de las respectivas poblaciones; en otros países, por el contrario, el alto
grado de modernización alcanzado por la agricultura determina una
superproducción de bienes agrícolas que provoca efectos negativos en las
respectivas economías nacionales.
155. Es evidente, por
tanto, que así la universal solidaridad humana como el sentimiento de la
fraternidad cristiana exigen, de manera absoluta, que los pueblos se presten
activa y variada ayuda mutua, de la cual se seguirá no sólo un más fácil
intercambio de bienes, capitales y hombres, sino además una reducción de las
desigualdades que existen entre las diversas naciones. Pero de este problema
hablaremos luego con mayor atención.
156. Queremos, sin
embargo, expresar aquí nuestra gran estima por la obra que la F.A.O. viene
realizando para alimentar a los pueblos y estimular el desarrollo de la
agricultura. Las finalidades específicas de este organismo son fomentar las
relaciones mutuas entre los pueblos, promover la modernización del campo en las
naciones poco desarrolladas y ayudar a los países que sufren el azote del
hambre.
Relaciones entre los
países de desigual desarrollo económico
Es el problema mayor
de nuestros días
157. Pero el problema
tal vez mayor de nuestros días es el que atañe a las relaciones que deben darse
entre las naciones económicamente desarrolladas y los países que están aún en
vías de desarrollo económico: las primeras gozan de una vida cómoda; los
segundos, en cambio, padecen durísima escasez. La solidaridad social que hoy
día agrupa a todos los hombres en una única y sola familia impone a las
naciones que disfrutan de abundante riqueza económica la obligación de no
permanecer indiferentes ante los países cuyos miembros, oprimidos por innumerables
dificultades interiores, se ven extenuados por la miseria y el hambre y no
disfrutan, como es debido, de los derechos fundamentales del hombre. Esta
obligación se ve aumentada por el hecho de que, dada la interdependencia
progresiva que actualmente sienten los pueblos, no es ya posible que reine
entre ellos una paz duradera y fecunda si las diferencias económicas y sociales
entre ellos resultan excesivas.
158. Nos, por tanto,
que amamos a todos los hombres como hijos, juzgamos deber nuestro repetir en
forma solemne la afirmación manifestada otras veces: «Todos somos
solidariamente responsables de las poblaciones subalimentadas (Alocución del 3
de mayo de 1960; cf. Acta Apostolicae Sedis 52 (1960) p. 465)... «(Por lo cual)
es necesario despertar la conciencia de esta grave obligación en todos y en
cada uno y de modo muy principal en los económicamente poderosos» (Ibíd.).
159. Como es
evidente, el grave deber, que la Iglesia siempre ha proclamado, de ayudar a los
que sufren la indigencia y la miseria, lo han de sentir de modo muy principal
los católicos, por ser miembros del Cuerpo místico de Cristo. «En esto
—proclama Juan el apóstol— hemos conocido la caridad de Dios, en que dio El su
vida por nosotros, y así nosotros debemos estar prontos a dar la vida por
nuestros hermanos. Quien tiene bienes de este mundo y viendo a su hermano en
necesidad le cierra las entrañas, ¿cómo es posible que habite en él la caridad
de Dios?» (1Jn 3, 16-17).
160. Vemos, pues, con
agrado cómo las naciones que disponen de más avanzados sistemas económicos
prestan ayuda a los países subdesarrollados para facilitarles el mejoramiento
de su situación actual.
Las ayudas de
emergencia son obligatorias
161. Como es sabido,
hay naciones que tienen sobreabundancia de bienes de consumo,y particularmente
de productos agrícolas. Existen otras, en cambio, en las cuales grandes masas
de población luchan contra la miseria y el hambre. Por ello, tanto la justicia
como la humanidad exigen que las naciones ricas presten su ayuda a las naciones
pobres. Por lo cual, destruir por completo o malgastar bienes que son
indispensables para la vida de los hombres en tan contrario a los deberes de la
justicia como a los que impone la humanidad.
162 Sabemos bien que
la producción de excedentes, particularmente de los agrícolas, en un país,
puede perjudicar a determinadas categorías de ciudadanos. Pero de esto no se
sigue en modo alguno que las naciones que tienen exceso de bienes queden
dispensadas del deber de ayudar a las víctimas de la miseria y del hambre
cuando surge una especial necesidad; sino que, pro el contrario, hay que
procurar con toda diligencia que esas dificultades nacidas de la
superproducción de bienes se disminuyan y las soporten de manera equitativa
todos y cada uno de los ciudadanos.
Pero es también
necesaria la cooperación científica, técnica y financiera
163. Con todo, estas
ayudas no pueden eliminar de modo inmediato en muchos países las causas
permanentes de la miseria o del hambre. Generalmente, la causa reside en el
retraso que acusan los sistemas económicos de esos países. Para remediar este
atraso hay que movilizar todos los medios posibles, de suerte que, por una
parte, los ciudadanos de estas naciones se instruyan perfectamente en el
ejercicio de las técnicas y en el cumplimiento de sus oficios, y, por otra,
puedan poseer los capitales que les permitan realizar por sí mismos el
desarrollo económico, con los criterios y métodos propios de nuestra época.
164. Sabemos
perfectamente cómo en estos últimos años ha ido profundizándose en muchos
hombres la conciencia de la obligación que tienen de ayudar a los países
pobres, que se hallan todavía en situación de subdesarrollo, a fin de lograr
que en éstos se faciliten los avances del desarrollo económico y del progreso
social.
165. Con objeto de
alcanzar tan anhelados fines, vemos cómo organismos supranacionales y
estatales, fundaciones particulares y sociedades privadas ofrecen a diario con
creciente liberalidad a dichos países ayuda técnica para aumentar su
producción. Por ello, se dan facilidades a muchísimos jóvenes para que, estudiando
en las grandes universidades de las naciones más desarrolladas, adquieran una
formación científica y técnica al nivel exigido por nuestro tiempo. Hay que
añadir que determinadas instituciones bancarias mundiales, algunos Estados por
separado y la misma iniciativa privada facilitan con frecuencia préstamos de
capitales a los países subdesarrollados, para montar en ellos una amplia serie
de instituciones cuya finalidad es la producción económica. Nos complace
aprovechar la ocasión para expresar nuestro sincero aprecio por tan excelente
obra. Es de desear, sin embargo, que en adelante las naciones más ricas
mantengan con ritmo creciente su esfuerzo por ayudar a los países que están
iniciando su desarrollo, para promover así el progreso científico, técnico y
económico de estos últimos.
Hay que evitar los
errores del pasado
166. En este punto
juzgamos oportunas algunas advertencias.
167. La primera es
que las naciones que todavía no han iniciado o acaban de iniciar su desarrollo
económico, obrarán prudentemente si examinan la trayectoria general que han
recorrido las naciones económicamente ya desarrolladas.
168. Producir mayor
número de bienes, y producirlo por el procedimiento más idóneo, son exigencias
de un planeamiento razonable y de las muchas necesidades que existen. Sin
embargo, tanto las necesidades existentes como lajusticia exigen que las
riquezas producidas se repartan equitativamente entre todos los ciudadanos del
país. Por lo cual, hay que esforzarse para que el desarrollo económico y el
progreso social avancen simultáneamente. Este proceso, a su vez, debe
efectuarse de manera similar en los diferentes sectores de la agricultura, la
industria y los servicios de toda clase.
Respetar las
características de cada pueblo
169. Es también un
hecho de todos conocido que las naciones cuyo desarrollo económico está en
curso presentan ciertas notas características, nacidas del medio natural en que
viven, de tradiciones nacionales de auténtico valor humano y del carácter
peculiar de sus propios miembros.
170. Las naciones
económicamente desarrolladas, al prestar su ayuda, deben reconocer y respetar
el legado tradicional de cada pueblo, evitando con esmero utilizar su
cooperación para imponer a dichos países una imitación de su propia manera de
vida.
Ayudar sin incurrir
en un nuevo colonialismo
171. Es necesario,
asimismo, que las naciones económicamente avanzadas eviten con especial cuidado
la tentación de prestar su ayuda a los países pobres con el propósito de orientar
en su propio provecho la situación política de dichos países y realizar así sus
planes de hegemonía mundial.
172. Si en alguna
ocasión se pretende llevar a cabo este propósito, débese denunciar abiertamente
que lo que se pretende, en realidad, es instaurar una nueva forma de
colonialismo, que, aunque cubierto con honesto nombre, constituye una visión
más del antiguo y anacrónico dominio colonial, del que se acaban de despojar
recientemente muchas naciones; lo cual, por ser contrario a las relaciones que
normalmente unen a los pueblos entre sí, crearía una grave amenaza para la
tranquilidad de todos los países.
173. Razones de
necesidad y de justicia exigen, por consiguiente, que los Estados que prestan
ayuda técnica y financiera a las naciones poco desarrolladas lo hagan sin
intención alguna de dominio político y con el solo propósito de ponerlas en
condiciones de realizar por sí mismas su propia elevación económica y social.
174. Si se procede de
esta manera, se contribuirá no poco a formar una especie de comunidad de todos
los pueblos, dentro de la cual cada Estado, consciente de sus deberes y de sus
derechos, colaborará, en plano de igualdad, en pro de la prosperidad de todos
los demás países.
Salvaguardar el
sentido moral de los pueblos subdesarrollados
175. No hay duda de
que, si en una nación los progresos de la ciencia, de la técnica, de la
economía y de la prosperidad de los ciudadanos avanzan a la par, se da un paso
gigantesco en cuanto se refiere a la cultura y a la civilización humana. Mas
todos deben estar convencidos de que estos bienes no son los bienes supremos,
sino solamente medios instrumentales para alcanzar estos últimos.
176. Por esta razón,
observamos con dolorosa amargura cómo en las naciones económicamente
desarrolladas son pocos los hombres que vives despreocupados en absoluto de la
justa ordenación de los bienes, despreciando sin escrúpulos, olvidando por
completo o negando con pertinacia los bienes del espíritu, mientras apetecen
ardientemente el progreso científico, técnico y económico, y sobrestiman de tal
manera el bienestar material, que lo consideran, por lo común, como el supremo
bien de su vida. Esta desordenada apreciación acarrea como consecuencia que la ayuda
prestada a los pueblos subdesarrollados no esté exenta de perniciosos peligros,
ya que en los ciudadanos de estos países, por efecto de una antigua tradición,
tiene vigencia general todavía e influjo práctico en la conducta la conciencia
de los bienes fundamentales en que se basa la moral humana.
177 Por consiguiente,
quienes intentan destruir, de la manera que sea, la integridad del sentido
moral de estos pueblos, realizan, sin duda, una obra inmoral. Por el contrario,
este sentido moral, además de ser honrado dignamente, debe cultivarse y
perfeccionarse porque constituye el fudamento de la verdadera civilización.
La aportación de la
Iglesia
178. La Iglesia
pertenece por derecho divino a todas las naciones. Su universalidad está
probada en realidad por el hecho de su presencia actual en todo el mundo y por
su voluntad a acoger a todos los pueblos.
179. Ahora bien, la
Iglesia, al ganar a los pueblos para Cristo, contribuye necesariamente a su
bienestar temporal, así en el orden económico como en el campo de las
relaciones sociales. La historia de los tiempos pasados y de nuestra propia
época demuestran con plenitud esta eficacia. Todos los que profesan en público
el cristianismo aceptan y prometen contribuir personalmente al perfeccionamiento
de las instituciones civiles y esforzarse por todos los medios posibles para
que no sólo no sufra deformación alguna la dignidad humana, sino que además se
superen los obstáculos de toda clase y se promuevan aquellos medios que
conducen y estimulan a la bondad moral y a la virtud.
180. Más aún, la
Iglesia, una vez que ha inyectado en las venas de un pueblo su propia
vitalidad, no es ni se siente como una institución impuesta desde fuera a dicho
pueblo. Esto se debe al hecho de que su presencia se manifiesta en el renacer o
resucitar de cada hombre en Cristo; ahora bien, quien renace o resucita en
Cristo no se siente coaccionado jamás por presión exterior alguna; todo lo
contrario, al sentir que ha logrado la libertad perfecta, se encamina hacia Dios
con el ímpetu de su libertad, y de esta manera se consolida y ennoblece cuanto
en él hay de auténtico bien moral.
181. «La Iglesia de
Jesucristo —enseña acertadamente nuestro predecesor Pío XII—, como fidelísima
depositaria de la vivificante sabiduría divina, no pretende menoscabar o
menospreciar las características particulares que constituyen el modo de ser de
cada pueblo; características que con razón defienden los pueblos religiosa y
celosamente como sagrada herencia. La Iglesia busca la profunda unidad,
configurada por un amor sobrenatural, en el que todos los pueblos se ejerciten
intensamente; no busca una uniformidad absoluta, exclusivamente externa, que
debilite las propias fuerzas naturales. todas las normas y disposiciones que
sirven para el desenvolvimiento prudente y para el aumento equilibrado de las
propias energías y facultades —que nacen de las más recónditas entrañas de toda
estirpe—, la Iglesia las aprueba y favorece con amor de madre, con tal que no
se opongan a las obligaciones que impone el origen común y el común destino de
todos los hombres» (Encíclica Summi Pontificatus; cf. Acta Apostolicae Sedis 31
(1939) p. 428-429).
182. Vemos, por
tanto, con gran satisfacción de nuestro espíritu cómo los ciudadanos católicos
de las naciones subdesarrolladas no ceden, en modo alguno, a nadie el primer
puesto en el esfuerzo que sus países verifican para progresar, de acuerdo con
sus posibilidades, en el orden económico y social.
183. Por otra parte,
observamos cómo los católicos de los Estados más ricos multiplican sus
iniciativas y esfuerzos para conseguir que la ayuda prestada por sus países a
las naciones económicamente débiles facilite lo más posible su progreso
económico y social. Dignas de aplauso son, en este aspecto, la múltiple y
creciente asistencia que vienen dispensando a los estudiantes afroasiáticos
esparcidos por las grandes Universidades de Europa y de América para su mejor
formación literaria y técnica, y la atención que dedican a la formación de
individuos de todas las profesiones para que estén dispuestos a trasladarse a
las naciones subdesarrolladas y ejercer allí sus actividades técnicas y
profesionales.
184. A estos queridos
hijos nuestros, que en toda la tierra demuestran claramente la perenne eficacia
y vitalidad de la Iglesia con su esfuerzo extraordinario en promover el genuino
progreso de las naciones e inspirar la fuerza saludable de la auténtica
civilización, queremos expresar nuestro aplauso y nuestro agradecimiento.
Incremento demográfico
y desarrollo económico
Desnivel entre
población y medios de subsistencia
185. En estos últimos
tiempos se plantea a menudo el problema de cómo coordinar los sistemas
económicos y los medios de subsistencia con el intenso incremento de la población
humana, así en el plano mundial como en relación con los países necesitados.
186. En el plano
mundial observan algunos que, según cálculos estadísticos, la humanidad, dentro
de algunos decenios, alcanzará una cifra total de población muy elevada,
mientras que la economía avanzará con mucha mayor lentitud. De esto deducen
que, si no se pone freno a la procreación humana, aumentará notablemente en una
futuro próximo la desproporción entre la población y los medios indispensables
de subsistencia.
187. Como es sabido,
las estadísticas de los países económicamente menos desarrollados demuestran
que, a causa de la general difusión de los modernos adelantos de la higiene y
de la medicina, se ha prolongado la edad media del hombre al reducirse notablemente
la mortalidad infantil. Y la natalidad en los países en que ya es crecida
permanece estacionaria, al menos durante un no corto período de tiempo. Por
otra parte, mientras las cifras de la natalidad exceden cada año a las de la
mortalidad, los sistemas de producción al incremento demográfico. Por ello, en
los países más pobres lo peor no es que no mejore el nivel de vida, sino que
incluso empeore continuamente. Hay así quienes estiman que, para que tal
situación no llegue a extremos peligrosos, es preciso evitar la concepción o
reprimir, del modo que sea, los nacimientos humanos.
Situación exacta del
problema
188. A decir verdad,
en el plano mundial la relación entre el incremento demográfico, de una parte,
y los medios de subsistencia, de otra, no parece, a lo menos por ahora e
incluso en un futuro próximo, crear graves dificultades. Los argumentos que se
hacen en esta materia son tal dudosos y controvertidos que no permiten deducir
conclusiones ciertas.
189. Añádese a esto
que Dios, en su bondad y sabiduría, ha otorgado a la naturaleza una capacidad
casi inagotable de producción y ha enriquecido al hombre con una inteligencia
tan penetrante que le permite utilizar los instrumentos idóneos para poner
todos los recursos naturales al servicio de las necesidades y del provecho de
su vida. Por consiguiente, la solución clara de este problema no ha de buscarse
fuera del orden moral establecido por Dios, violando la procreación de la
propia vida humana, sino que, por el contrario, debe procurar el hombre, con
toda clase de procedimientos técnicos y científicos, el conocimiento profundo y
el dominio creciente de las energías de la naturaleza. Los progresos hasta
ahora realizados por la ciencia y por la técnica abren en este campo una
esperanza casi ilimitada para el porvenir.
190. No se nos oculta
que en algunas regiones, y también en los países de escasos recursos, además de
estos problemas se plantean a menudo otras dificultades, debidas a que su
organización económica y social está montada de tal forma, que no pueden
disponer de los medios precisos de subsistencia para hacer frente al
crecimiento demográfico anual, ya que los pueblos no manifiestan en sus
relaciones mutuas la concordia indispensable.
191. Aun concediendo
que estos hechos sean reales, declaramos, sin embargo, con absoluta claridad,
que estos problemas deben plantearse y resolverse de modo que no recurra el
hombre a métodos y procedimientos contrarios a su propia dignidad, como son los
que enseñan sin pudor quienes profesan una concepción totalmente materialista
del hombre y de la vida.
192. Juzgamos que la
única solución del problema consiste en un desarrollo económico y social que
conserve y aumentos los verdaderos bienes del individuo y de toda la sociedad.
Tratándose de esta cuestión hay que colocar en primer término cuanto se refiere
a la dignidad del hombre en general y a la vida del individuo, a la cual nada
puede aventajar. Hay que procurar, además, en este punto la colaboración mutua
de todos los pueblos, a fin de que, con evidente provecho colectivo, pueda
organizarse entre todas las naciones un intercambio de conocimientos, capitales
y personas.
El respeto a las
leyes de la vida
193. En esta materia hacemos
una grave declaración: la vida humana se comunica y propaga por medio de la
familia, la cual se funda en el matrimonio uno e indisoluble, que para los
cristianos ha sido elevado a la dignidad de sacramento. Y como la vida humana
se propaga a otros hombres de una manera consciente y responsable, se sigue de
aquí que esta propagación debe verificarse de acuerdo con las leyes
sacrosantas, inmutables e inviolables de Dios, las cuales han de ser concocidas
y respetadas por todos. Nadie, pues, puede lícitamente usar en esta materia los
medidos o procedimientos que es lícito emplear en la genética de las plantas o
de los animales.
194. La vida del
hombre, en efecto, ha de considerarse por todos como algo sagrado, ya que desde
su mismo origen exige la acción creadora de DIos. Por tanto, quien se aparta de
lo establecido por El, no sólo ofende a la majestad divina y se degrada a sí mismo
y a la humanidad entera, sino que, además, debilita las energías íntimas de su
propio país.
Educación del sentido
de la responsabilidad
195. Por estos
motivos es de suma importancia que no sólo se eduque a las nuevas generaciones
con una formación cultural y religiosa cada día más perfecta —lo cual
constituye un derecho y un deber de los padres—, sino que, además, es necesario
que se les inculque un profundo sentido de responsabilidad en todas las
manifestaciones d ela vida y, por tanto, también en orden a la constitución de
la familia y a la procreación y educación de los hijos.
Estos, en efecto,
deben recibir de sus padres una confianza permanente en la divina providencia
y, además, un espíritu firme y dispuesto a soportar las fatigas y los sacrificios,
que no puede lícitamente eludir quien ha recibido la noble y grave misión de
colaborar personalmente con Dios en la propagación de la vida humana y en la
educación de la prole.
Para esta misión
trascendental nada hay comparable a las enseñanzas y a los medios
sobrenaturales que la Iglesia ofrece, a la cual, también por este motivo, se le
debe reconocer el derecho de realizar su misión con plena libertad.
Al servicio de la
vida
196. Ahora bien, como
se recuerda en el Génesis, el Creador dio a la primera pareja humana dos
mandamientos, que se complementan mutuamente: el primero, propagar la vida,
«creced y multiplicaos» (Gén 1,28); el segundo, dominar la naturaleza: «Llenad
ala tierra y enseñoreaos de ella» (Ibíd.).
197. El segundo de
estos preceptos no se dio para destruir los bienes naturales, sino para
satisfacer con ellos las necesidades de la vida humana.
198. Con gran
tristeza, por tanto, de nuestro espíritu observamos en la actualidad una
contradicción entre dos hechos: de una parte las estrecheces económicas se
presentan a los ojos de todos en tal cerrazón, que parece como si la vida
humana estuviese a punto de fenecer bajo la miseria y el hambre; de otra parte,
los últimos descubrimientos de las ciencias, los avances de la técnica y los
crecientes recursos económicos se convierten en instrumentos con los que se
expone a la humanidad a extrema ruina y horrible matanza.
199. Dios, en su
providencia, ha otorgado al género humano suficientes recursos para afrontar de
forma digna las cargas inherentes a la procreación de los hijos. Mas esto puede
resultar de solución difícil o totalmente imposible si los hombres, desviándose
del recto camino y con perversas intenciones, utilizan tales recursos contra la
razón humana o contra la naturaleza social de estos últimos y, por
consiguiente, contra los planes del mismo Dios.
Colaboración en el
plano mundial
Dimensión mundial de
los problemas humanos más importantes
200. Las relaciones
entre los distintos países, por virtud de los adelantos científicos y técnicos,
en todos los aspectos de la convivencia humana, se han estrechado mucho más en
estos últimos años. Por ello, necesariamente la interdependencia de los pueblos
se hace cada vez mayor.
201. Así, pues, los
problemas más importantes del día en el ámbito científico y técnico, económico
y social, político y cultural, por rebasar con frecuencia las posibilidades de
un solo país, afectan necesariamente a muchas y algunas veces a todas las
naciones.
202. Sucede por esto
que los Estados aislados, aun cuando descuellen por su cultura y civilización,
el número e inteligencia de sus ciudadanos, el progreso de sus sistemas
económicos, la abundancia de recursos y la extensión territorial, no pueden,
sin embargo, separados de los demás resolver por si mismos de manera adecuada
sus problemas fundamentales. Por consiguiente, las naciones, al hallarse
necesitadas, de unas de ayudas complementarias y las otras de ulteriores
perfeccionamientos, sólo podrán atender a su propia utilidad mirando
simultáneamente al provecho de los demás. Por lo cual es de todo punto preciso
que los Estados se entiendan bien y se presten ayuda mutua.
Desconfianza
recíproca
203. Aunque en el
ánimo de todos los hombres y de todos los pueblos va ganando cada día más
terreno el convencimiento de esta doble necesidad, con todo, los hombres, y
principalmente los que en la vida pública descuellan por su mayor autoridad,
parecen en general incapaces de realizar esa inteligencia y esa ayuda mutua tan
deseadas por los pueblos. La razón de esta incapacidad no proviene de que los
pueblos carezcan de instrumentos científicos, técnicos o económicos, sino de
que más bien desconfían unos de otros. En realidad, los hombres, y también los
Estados, se temen recíprocamente. Cada uno teme, en efecto, que el otro abrigue
propósitos de dominación y aceche el momento oportuno de conseguirlos. Por eso
los países hacen todos los preparativos indispensables para defender sus
ciudades y territorio, esto es, se rearman con el objeto de disuadir, así lo
declaran, a cualquier otro Estado de toda agresión efectiva.
204. De aquí procede
claramente el hecho de que los pueblos utilicen en gran escala las energías
humanas y los recursos naturales en detrimento más bien que en beneficio de la
humanidad y de que, además, se cree en los individuos y en las naciones un
sentimiento profundo de angustia que retrasa el debido ritmo de las empresas de
mayor importancia.
Falta el
reconocimiento común de un orden moral objetivo
205. La causa de esta
situación parece provenir de que los hombres, y principalmente las supremas
autoridades de los Estados, tienen en su actuación concepciones de vida
totalmente distintas. Hay, en efecto, quienes osan negar la existencia de una
ley moral objetiva, absolutamente necesaria y universal y, por último, igual
para todos. Por esto, al no reconocer los hombres una única ley de justicia con
valor universal, no pueden llegar en nada a un acuerdo pleno y seguro.
206. Porque, aunque
el término justicia y la expresión exigencias de la justicia anden en boca de
todos, sin embargo, estas palabras nos tienen en todos la misma significación;
más aún, con muchísima frecuencia, la tienen contraria. Por tanto, cuando esos hombres
de Estado hacen un llamamiento a la justicia o a las exigencias de la justicia,
no solamente discrepan sobre el significado de tales palabras, sino que además
les sirven a menudo de motivo para graves altercados; de todo lo cual se sigue
que arraigue en ellos la convicción de que, para conseguir los propios derechos
e intereses, no queda ya otro camino que recurrir a la violencia, semilla
siempre de gravísimos males.
El Dios verdadero,
único fundamento del orden moral estable
207. Para que la
confianza recíproca entre los supremos gobernantes de las naciones subsista y
se afiance más en ellos, es imprescindible que ante todo reconozcan y mantengan
unos y otros las leyes de la verdad y de la justicia.
208. Ahora bien, la
base única de los preceptos morales es Dios. Si se niega la idea de Dios, esos
preceptos necesariamente se desintegran por completo. El hombre, en efecto, no
consta sólo de cuerpo, sino también de alma, dotada de inteligencia y libertad.
El alma exige, por tanto, de un modo absoluto, en virtud de su propia
naturaleza, una ley moral basada en la religión, la cual posee capacidad muy
superior a la de cualquier otra fuerza o utilidad material para resolver los
problemas de la vida individual y social, así en el interior de las naciones
como en el seno de la sociedad internacional.
209. Sin embargo, no
faltan hoy quienes afirmen que, gracias al extraordinario florecimiento de la
ciencia y de la técnica, pueden los hombres, prescindiendo de Dios y solamente
con sus propias fuerzas, alcanzar la cima suprema de la civilización humana.
La realidad es, sin
embargo, que ese mismo progreso científico y técnico plantea con frecuencia a
la humanidad problemas de dimensiones mundiales que solamente pueden resolverse
si los hombres reconocen la debida autoridad de Dios, autor y rector del género
humano y de toda la naturaleza.
210. La verdad de
esta afirmación se prueba por el propio progreso científico, que está abriendo
horizontes casi ilimitados y haciendo surgir en la inteligencia de muchos la
convicción de que las ciencias matemáticas no pueden penetrar en la entraña de
la materia y de sus transformaciones ni explicarlas con palabras adecuadas,
sino todo lo más analizarlas por medio de hipótesis.
Los hombres de hoy,
que ven aterrados con sus propios ojos cómo las gigantescas energías de que
disponen la técnica y la industria pueden emplearse tanto para provecho de los
pueblos como para su propia destrucción, deben comprender que el espíritu y la
moral han de ser antepuestos a todo si se quiere que el progreso científico y
técnico no sirva para la aniquilación del género humano sino para coadyuvar a
la obra de la civilización.
Síntomas
esperanzadores
211. Entretanto, en
las naciones más ricas, los hombres, insatisfechos cada vez más por la posesión
de los bienes materiales, abandonan la utopía de un paraíso perdurable aquí en
la tierra. Al mismo tiempo, la humanidad entera no solamente está adquiriendo
una conciencia cada día más clara de los derechos inviolables y universales de
la persona humana, sino que además se esfuerza con toda clase de recursos por
establecer entre los hombres relaciones mutuas más justas y adecuadas a su
propia dignidad. De aquí se deriva el hecho de que actualmente los hombres
empiecen a reconocer sus limitaciones naturales y busquen las realidades del
espíritu con el afán superior al de antes.
Todos estos hechos
parecen infundir cierta esperanza de que tanto los individuos como las naciones
lleguen por fin a un acuerdo para prestarse múltiples y eficacísima ayuda
mutua.
IV. La reconstrucción
de las relaciones
de convivencia en la
verdad, en la justicia y en el amor
Ideologías
defectuosas y erróneas
212. Como en el
tiempo pasado, también en el nuestro los progresos de la ciencia y de la
técnica influyen poderosamente en las relaciones sociales del ciudadano. Por
ello es preciso que, tanto en la esfera nacional como en la internacional,
dichas relaciones se regulen con un equilibrio más humano.
213. Con este fin se
han elaborado y difundido por escrito muchas ideologías. Algunas de ellas han
desaparecido ya, como la niebla ante el sol. Otras han sufrido hoy un cambio
completo. Las restantes van perdiendo actualmente, poco a poco, su influjo en
los hombres.
Esta desintegración
proviene de hecho de que son ideologías que no consideran la total integridad
del hombre y no comprenden la parte más importante de éste. No tienen, además,
en cuanta las indudables imperfecciones de la naturaleza humana, como son, por
ejemplo, la enfermedad y el dolor, imperfecciones que no pueden remediarse en
modo alguno evidentemente, ni siquiera por los sistemas económicos y sociales
más perfectos. Por último, todos los hombres se sienten movidos por un profundo
e invencible sentido religioso, que no puede ser jamás conculcado por la fuerza
u oprimido por la astucia.
El sentido religioso,
natural en el hombre
214. Porque la teoría
más falsa de nuestros días es la que afirma que el sentido religioso, que la
naturaleza ha infundido en los hombres, ha de ser considerado como pura ficción
o mera imaginación, la cual debe, por tanto, arrancarse totalmente de los
espíritus por ser contraria en absoluto al carácter de nuestra época y al
progreso de la civilización.
Lejos de ser así, esa
íntima inclinación humana hacia la religión, resulta, prueba convincente de que
el hombre ha sido, en realidad, creado por Dios y tiende irrevocablemente hacia
El, como leemos en San Agustín: «Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón
está inquieto hasta que descanse en ti» (Confesiones I, 1.).
215. Por lo cual, por
grande que llegue a ser el progreso técnico y económico, ni la justicia ni la
paz podrán existir en la tierra mientras los hombres no tengan conciencia de la
dignidad que poseen como seres creados por Dios y elevados a la filiación
divina; por Dios, decimos, que es la primera y última causa de toda la realidad
creada. El hombre, separado de Dios, se torna inhumano para sí y para sus
semejantes, porque las relaciones humanas exigen de modo absoluto la relación
directa de la conciencia del hombre con Dios, fuente de toda verdad, justicia y
amor.
216. Es bien conocida
la cruel persecución que durante muchos años vienen padeciendo en numerosos
países, algunos de ellos de rancia civilización cristiana, tantos hermanos e
hijos nuestros, para Nos queridísimos. Esta persecución, que demuestra a los
ojos de todos los hombres la superioridad moral de los perseguidos y la
refinada crueldad de los perseguidores, aun cuando todavía no ha despertado en
éstos el arrepentimiento, sin embargo, les ha infundido gran preocupación.
217. Con todo, la
insensatez más caracterizada de nuestra época consiste en el intento de
establecer un orden temporal sólido y provechoso sin apoyarlo en su fundamento
indispensable o, lo que es lo mismo, prescindiendo de Dios, y querer exaltar la
grandeza del hombre cegando la fuente de la que brota y se nutre, esto es,
obstaculizando y, si posible fuera, aniquilando la tendencia innata del alma
hacia Dios.
Los acontecimientos
de nuestra época, sin embargo, que han cortado en flor las esperanzas de muchos
y arrancado lágrimas a no pocos, confirman la verdad de la Escritura: «Si el
Señor no edifica la casa, en vano trabajan los que la construyen» (Sal 127
(126), 1).
Perenne eficacia de
la doctrina social de la Iglesia
218. La Iglesia
católica enseña y proclama una doctrina de la sociedad y de la convivencia
humana que posee indudablemente una perenne eficacia.
219. El principio
capital, sin duda alguna, de esta doctrina afirma que el hombre en
necesariamente fundamento, causa y fin de todas las instituciones sociales; el
hombre, repetimos, en cuanto es sociable por naturaleza y ha sido elevado a un
orden sobrenatural.
220. De este
trascendental principio, que afirma y defiende la sagrada dignidad de la
persona, la santa Iglesia, con la colaboración de sacerdotes y seglares
competentes, ha deducido, principalmente en el último siglo, una luminosa
doctrina social para ordenar las mutuas relaciones humanas de acuerdo con los
criterios generales, que responden tanto a las exigencias de la naturaleza y a
las distintas condiciones de la convivencia humana como el carácter específico
de la época actual, criterios que precisamente por esto pueden ser aceptados
por todos.
221. Sin embargo, hoy
más que nunca, es necesario que esta doctrina social sea no solamente conocida
y estudiada, sino además llevada a la práctica en la forma y en la medida que
las circunstancias de tiempo y de lugar permitan o reclamen. Misión ciertamente
ardua, pero excelsa, a cuyo cumplimiento exhortamos no sólo a nuestros hermanos
e hijos de todo el mundo, sino también a todos los hombres sensatos.
Instrucción social
católica
222. Ante todo,
confirmamos la tesis de que la doctrina social profesada por la Iglesia
católica es algo inseparable de la doctrina que la misma enseña sobre la vida
humana
223. Por esto
deseamos intensamente que se estudie cada vez más esta doctrina. Exhortamos, en
primer lugar, a que se enseñe como disciplina obligatoria en los colegios
católicos de todo grado, y principalmente en los seminarios, aunque sabemos que
en algunos centros de este género se está dando dicha enseñanza acertadamente
desde hace tiempo.
Deseamos, además, que
esta disciplina social se incluya en el programa de enseñanza religiosa de las
parroquias y de las asociaciones de apostolado de los seglares y se divulgue
también por todos los procedimientos modernos de difusión, esto es, ediciones
de diarios y revistas, publicación de libros doctrinales, tanto para los
entendidos como para el pueblo, y, por último, emisiones de radio y televisión.
224. Ahora bien, para
la mayor divulgación de esta doctrina social de la Iglesia católica juzgamos
que pueden prestar valiosa colaboración los católicos seglares si la aprenden y
la practican personalmente y, además, procuran con empeño que los demás se
convenzan también de su eficacia.
225. Los católicos
seglares han de estar convencidos de que la manera de demostrar la bondad y la
eficacia de esta doctrina es probar que puede resolver los problemas sociales
del momento.
Porque por este
camino lograrán atraer hacia ella la atención de quienes hoy la combaten por
pura ignorancia. Más aún, quizá consigan también que estos hombres saquen con
el tiempo alguna orientación de la luz de esta doctrina.
Educación social
católica
226. Pero una
doctrina social no debe ser materia de mera exposición. Ha de ser, además,
objeto de aplicación práctica. Esta norma tiene validez sobre todo cuando se
trata de la doctrina social de la Iglesia, cuya luz es la verdad, cuyo fin es
la justicia y cuyo impulso primordial es el amor.
227. Es, por tanto,
de suma importancia que nuestros hijos, además de instruirse en la doctrina
social, se eduquen sobre todo para practicarla.
228. La educación
cristiana, para que pueda calificarse de completa, ha de extenderse a toda
clase de deberes. Por consiguiente, es necesario que los cristianos, movidos
por ella, ajusten también a la doctrina de la Iglesia sus actividades de
carácter económico y social.
229. El paso de la
teoría a la práctica resulta siempre difícil por naturaleza; pero la dificultad
sube de punto cuando se trata de poner en práctica una doctrina social como la
de la Iglesia católica. Y esto principalmente por varias razones: primera, por
el desordenado amor propio que anida profundamente en el hombre; segunda, por
el materialismo que actualmente se infiltra en gran escala en la sociedad
moderna, y tercera, por la dificultad de determinar a veces las exigencias de
la justicia en cada caso concreto.
230. Por ello no
basta que la educación cristiana, en armonía con la doctrina de la Iglesia,
enseñe al hombre la obligación que le incumbe de actuar cristianamente en el
campo económico y social, sino que, al mismo tiempo, debe enseñarle la manera
práctica de cumplir convenientemente esta obligación.
Intervención de las
asociaciones del apostolado seglar en esta educación
231. Juzgamos, sin
embargo, insuficiente esta educación del cristiano si al esfuerzo del maestro
no se añade la colaboración del discípulo y si a la enseñanza no se une la
práctica a título de experimento.
232. Así como
proverbialmente suele decirse que, para disfrutar honestamente de la libertad,
hay que saberla usar con rectitud, del mismo modo nadie aprende a actuar de
acuerdo con la doctrina católica en materia económica y social si no es
actuando realmente en este campo y de acuerdo con la misma doctrina.
233. Por este motivo,
en la difusión de esta educación práctica del cristiano hay que atribuir una
gran parte a las asociaciones consagradas al apostolado seglar, especialmente a
las que se proponen como objetivo la restauración de la moral cristiana como
tarea fundamental del momento presente, ya que sus miembros pueden servirse de
sus experiencias diarias para educarse mejor primero a sí mismos, y después a
los jóvenes, en el cumplimiento de estos deberes.
234. No es ajeno a
este propósito recordar aquí a todos, tanto a los poderosos como a los humildes,
que es absolutamente inseparable del sentido que la sabiduría cristiana tiene
de la vida la voluntad de vivir sobriamente y de soportar, con la gracia de
Dios, el sacrificio.
235. Mas, por
desgracia, hoy se ha apoderado de muchos un afán inmoderado de placeres. No son
pocos, en efecto, los hombres para quienes el supremo objeto de la vida en
anhelar los deleites y saciar la sed de sus pasiones, con grave daño
indudablemente del espíritu y también del cuerpo. Ahora bien, quien considere
esta cuestión, aun en el plano meramente natural del hombre, ha de confesar que
es medida sabia y prudente usar de reflexión y templanza en todas las cosas y
refrenar las pasiones.
Quien, por su parte,
considera dicha cuestión desde el punto de vista sobrenatural, sabe que el
Evangelio, la Iglesia católica y toda la tradición ascética exigen de los
cristianos intensa mortificación de las pasiones y paciencia singular frente a
las adversidades de la vida, virtudes ambas que, además de garantizar el
dominio firme y equilibrado del espíritu sobre la carne, ofrecen medio eficaz
de expiar la pena del pecado, del que ninguno está inmune, salvo Jesucristo y
su Madre inmaculada.
Necesidad de la
acción social católica
236. Ahora bien, los
principios generales de una doctrina social se llevan a la práctica comúnmente
mediante tres fases: primera, examen completo del verdadero estado de la
situación; segunda, valoración exacta de esta situación a la luz de los
principios, y tercera, determinación de lo posible o de lo obligatorio para
aplicar los principios de acuerdo con las circunstancias de tiempo y lugar. Son
tres fases de un mismo proceso que suelen expresarse con estos tres verbos:
ver, juzgar y obrar.
237. De aquí se sigue
la suma conveniencia de que los jóvenes no sólo reflexionen sobre este orden de
actividades, sino que, además, en lo posible, lo practiquen en la realidad. Así
evitarán creer que los conocimientos aprendidos deben ser objeto exclusivo de
contemplación, sin desarrollo simultáneo en la práctica.
238. Puede, sin
embargo, ocurrir a veces que, cuando se trata de aplicar los principios, surjan
divergencias aun entre católicos de sincera intención. Cuando esto suceda,
procuren todos observar y testimoniar la mutua estima y el respeto recíproco, y
al mismo tiempo examinen los puntos de coincidencia a que pueden llegar todos,
a fin de realizar oportunamente lo que las necesidades pidan. Deben tener,
además, sumo cuidado en no derrochar sus energías en discusiones interminables,
y, so pretexto de lo mejor, no se descuiden de realizar el bien que les es
posible y, por tanto, obligatorio.
239. Pero los
católicos, en el ejercicio de sus actividades económicas o sociales, entablen a
veces relaciones con hombres que tienen de la vida una concepción distinta. En
tales ocasiones, procuren los católicos ante todo ser siempre consecuentes
consigo mismos y no aceptar compromisos que puedan dañar a la integridad de la
religión o de la moral. Deben, sin embargo, al mismo tiempo, mostrarse animados
de espíritu de comprensión para las opiniones ajenas, plenamente desinteresados
y dispuestos a colaborar lealmente en la realización de aquellas obras que sean
por su naturaleza buenas o, al menos, puedan conducir al bien. Mas si en alguna
ocasión la jerarquía eclesiástica dispone o decreta algo en esta materia, es
evidente que los católicos tienen la obligación de obedecer inmediatamente
estas órdenes. A la Iglesia corresponde, en efecto, el derecho y el deber de
tutelar la integridad de los principios de orden ético y religioso y, además,
el dar a conocer, en virtud de su autoridad, públicamente su criterio, cuando
se trata de aplicar en la práctica estos principios.
Responsabilidad de
los seglares en el campo de la acción social
240. Las normas que
hemos dado sobre la educación hay que observarlas necesariamente en la vida
diaria. Es ésta una misión que corresponde principalmente a nuestros hijos del
laicado, por ocuparse generalmente en el ejercicio de las actividades
temporales y en la creación de instituciones de idéntica finalidad.
241. Al ejercitar tan
noble función, es imprescindible que los seglares no sólo sean competentes en
su profesión respectiva y trabajen en armonía con las leyes aptas para la
consecución de sus propósitos, sino que ajusten su actividad a los principios y
norma sociales de la Iglesia, en cuya sabiduría deben confiar sinceramente y a
cuyos mandatos han de obedecer con filial sumisión.
Consideren
atentamente los seglares que si no observan con diligencia los principios y las
normas sociales dictadas por la Iglesia y confirmadas por Nos, faltan a sus
inexcusables deberes, lesionan con frecuencia los derechos de los demás y
pueden llegar a veces incluso a desacreditar la misma doctrina, como si fuese
en verdad la mejor, pero sin fuerza eficazmente orientadora para la vida
práctica.
Un grave peligro: el
olvido del hombre
242. Como ya hemos
recordado, los hombres de nuestra época han profundizado y extendido la
investigación de las leyes de la naturaleza; han creado instrumentos nuevos
para someter a su dominio las energías naturales; han producido y siguen
produciendo obras gigantescas y espectaculares.
Sin embargo, mientras
se empeñan en dominar y transformar el mundo exterior, corren el peligro de
incurrir por negligencia en el olvido de sí mismos y de debilitar las energías
de su espíritu y de su cuerpo.
Nuestro predecesor,
de feliz memoria, Pío XI ya advirtió con amarga tristeza este hecho, y se
quejaba de él en su encíclica Quadragesimo anno con estas palabras: «Y así el
trabajo corporal, que la divina Providencia había establecido a fin de que se
ejerciese, incluso después del pecado original, para bien del cuerpo y del alma
humana, se convierte por doquiera en instrumento de perversión; es decir, que
delas fábricas sale ennoblecida la inerte materia, pero los hombres se
corrompen y envilecen».
243. Con razón afirma
también nuestro predecesor Pío XII que la época actual se distingue por un
claro contraste entre el inmenso progreso realizado por las ciencias y la técnica
y el asombroso retroceso que ha experimentado el sentido de la dignidad humana.
«La obra maestra y monstruosa, al mismo tiempo, de esta época, ha sido la de
transformar al hombre en un gigante del mundo físico a costa de su espíritu,
reducido a pigmeo en el mundo sobrenatural y eterno» (Radiomensaje navideño del
24 de diciembre de 1943; cf. Acta Apostolicae Sedis 36 (1944) p. 10).
244. Una vez más se
verifica hoy en proporciones amplísimas lo que afirmaba el Salmista de los
idólatras: que los hombres se olvidan muchas veces de sí mismos en su conducta
práctica, mientras admiran sus propias obras hasta adorarlas como dioses: «Sus
ídolos son plata y oro, obra de la mano de los hombres» (Sal 114 (115), 4).
Reconocimiento y
respeto de la jerarquía de los valores
245. Por este motivo,
nuestra preocupación de Pastor universal de todas las almas nos obliga a
exhortar insistentemente a nuestros hijos para que en el ejercicio de sus
actividades y en el logro de sus fines no permitan que se paralice en ellos el
sentido de la responsabilidad u olviden el orden de los bienes supremos.
246. Es bien sabido
que la Iglesia ha enseñado siempre, y sigue enseñando, que los progresos
científicos y técnicos y el consiguiente bienestar material que de ellos se
sigue son bienes reales y deben considerase como prueba evidente del progreso
de la civilización humana.
Pero la Iglesia
enseña igualmente que hay que valorar ese progreso de acuerdo con su genuina
naturaleza, esto es, como bienes instrumentales puestos al servicio del hombre,
para que éste alcance con mayor facilidad su fin supremo, el cual no es otro
que facilitar su perfeccionamiento personal, así en el orden natural como en el
sobrenatural.
247. Deseamos, por
ello, ardientemente que resuene como perenne advertencia en los oídos de
nuestros hijos el aviso del divino Maestro: «¿Qué aprovecha al hombre ganar
todo el mundo si pierde su alma? ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su
alma?» (Mt 16,26).
Santificación de las
fiestas
248. Semejante a las
advertencias anteriores es la que hace la Iglesia con relación al descanso
obligatorio de los días festivos.
249. para defender la
dignidad del hombre como ser creado por Dios y dotado de un alma hecha a imagen
divina, la Iglesia católica ha urgido siempre la fiel observancia del tercer
mandamiento del Decálogo: «Acuérdate del día del sábado para santificarlo» (Ex
20, 8).
Es un derecho y un
poder de Dios exigir del hombre que dedique al culto divino un día a la semana,
para que así su espíritu liberado de las ocupaciones de la vida diaria, pueda
elevarse a los bienes celestiales y examinar en la secreta intimidad de su
conciencia en qué situación se hallan sus relaciones personales, obligatorias y
inviolables, con Dios.
250. Mas constituye
también un derecho y una necesidad para el hombre hacer una pausa en el duro
trabajo cotidiano, no ya sólo para proporcionar reposo a su fatigado cuerpo y
honesta distracción a sus sentidos, sino también para mirar por la unidad de su
familia, la cual reclama de todos sus miembros contacto frecuente y serena
convivencia.
251. La religión, la
moral y la higiene exigen, pues, conjuntamente el descanso periódico. La
Iglesia católica, por su parte, desde hace ya muchos siglos, ha ordenado que
los fieles observen el descanso dominical y asistan al santo sacrificio de la
misa, que es el mismo tiempo memorial y aplicación a las almas de la obra
redentora de Cristo.
252. Sin embargo, con
vivo dolor de nuestro espíritu observamos un hecho que debemos condenar. Son
muchos los que, tal vez sin propósito de conculcar esta santa ley, incumplen
con frecuencia la santificación de los días festivos, lo cual necesariamente
origina graves daños, así a la salud espiritual como al vigor corporal de
nuestros queridos trabajadores.
253. En nombre de
Dios, y teniendo a la vista el bienestar espiritual y material de la humanidad,
Nos hacemos un llamamiento a todos, autoridades, empresarios y trabajadores,
para que se esmeren en la observancia de este precepto de Dios y de la Iglesia
y recuerden la grave responsabilidad que en esta materia contraen ante Dios y
ante la sociedad.
La perfección
cristiana y el dinamismo temporal son compatibles
254. Nadie, sin
embargo, debe deducir de cuanto acabamos de exponer con brevedad, que nuestros
hijos, sobre todo los seglares, obrarían prudentemente si colaborasen con
desgana en la tarea específica de los cristianos, ordenada a las realidades de
esta vida temporal; por el contrario, declaramos una vez más que esta tarea debe
cumplirse y prestarse con afán cada día más intenso.
255. En realidad de
verdad, Jesucristo, en la solemne oración por la unidad de su Iglesia hizo al
Padre esta petición en favor de sus discípulos: «No pido que los tomes del
mundo, sino que los guardes del mal» (Jn 17,15).
Nadie debe, por
tanto, engañarse imaginando un contradicción entre dos cosas perfectamente
compatibles, esto es, la perfección personal propia y la presencia activa en el
mundo, como si para alcanzar la perfección cristiana tuviera uno que apartarse
necesariamente de toda actividad terrena, o como si fuera imposible dedicarse a
los negocios temporales sin comprometer la propia dignidad de hombre y de
cristiano.
256. Por el contrario,
responde plenamente al plan de la Providencia que cada hombre alcance su propia
perfección mediante el ejercicio de su diario trabajo, el cual para la casi
totalidad de los seres humanos entraña un contenido temporal. Por esto,
actualmente la ardua misión de la Iglesia consiste en ajustar el progreso de la
civilización presente con las normas de la cultura humana y del espíritu
evangélico. Esta misión la reclama nuestro tiempo, más aún, la está exigiendo a
voces, para alcanzar metas más altas y consolidar sin daño alguno las ya
conseguidas. Para ello, como ya hemos dicho, la Iglesia pide sobre todo la
colaboración de los seglares, los cuales, por esto mismo, están obligados a
trabajar de tal manera en la resolución de los problemas temporales, que al
cumplir sus obligaciones para con el prójimo lo hagan en unión espiritual con
Dios por medio de Cristo y para aumento de la gloria divina, como manda el
apóstol san Pablo: «Ora, pues, comáis, ora bebáis, ora hagáis cualquier otra
cosa, hacedlo todo a gloria de Dios» (1Cor 10,31). Y en otro lugar: «Todo
cuanto hiciereis, de palabra o de obra, hacedlo en el nombre del Señor Jesús,
dando gracias a Dios Padre por mediación de El» (Col 3, 17).
Es necesaria una
mayor eficacia en las actividades temporales
257. Cuando las
actividades e instituciones humanas de la vida presente coadyuvan también el
provecho espiritual y a la bienaventuranza eterna del hombre, es necesario
reconocer que se desarrollan con mayor eficacia para la consecución de los
fines a que tienden inmediatamente por su propia naturaleza. La luminosa
palabra del divino Maestro tiene un valor permanente: «Buscad, pues, primero el
reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura» (Mt
6,33). Porque, quien ha sido hecho como luz en el Señor (Ef 5, 8), y camina
cual hijo de la luz (Ibíd.), capta con juicio más certero las exigencias de la
justicia en las distintas esferas de la actividad humana, aun en aquellas que
ofrecen mayores dificultades a causa de los egoísmos tan generalizados de los
individuos, de las naciones o de las razas.
Hay que añadir a esto
que, cuando se está animado de la caridad de Cristo, se siente uno vinculado a
los demás, experimentado como propias las necesidades, los sufrimientos y las
alegrías extrañas, y la conducta personal en cualquier sitio es firme, alegre,
humanitaria, e incluso cuidadosa del interés ajeno, «porque la caridad es
paciente, es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha; no es
descortés, no es interesada; no se irrita, no piensa mal; no se alegra de la
injusticia, se complace en la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo
espera, todo lo tolera» (1Cor 13, 4-7).
Miembros vivos del
Cuerpo místico de Cristo
258. No queremos, sin
embargo, concluir esta nuestra encíclica sin recordaros, venerables hermanos,
un capítulo sumamente trascendental y verdadero de la doctrina católica, por el
cual se nos enseña que somos miembros vivos del Cuerpo místico de Cristo, que
es la Iglesia: «Porque así como, siendo el cuerpo uno, tiene muchos miembros, y
todos los miembros del cuerpo, con ser muchos, son un cuerpo único, así es
también Cristo» (1Cor 12, 12).
259. Exhortamos,
pues, insistentemente a nuestros hijos de todo el mundo, tanto del clero como
del laicado, a que procuren tener una conciencia plena de la gran nobleza y
dignidad que poseen por el hecho de estar injertados en Cristo como los
sarmientos en la vid: «Yo soy la vid, vosotros los sarmientos» (Jn 15, 5), y
porque se les permite participar de la vida divina de Aquél.
De esta incorporación
se sigue que, cuando el cristiano está unido espiritualmente al divino
Redentor, al desplegar su actividad en las empresas temporales, su trabajo
viene a ser como una continuación del de Jesucristo, del cual toma fuerza y
virtud salvadora: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto»
(Ibíd.). Así el trabajo humano se eleva y ennoblece de tal manera que conduce a
la perfección espiritual al hombre que lo realiza y, al mismo tiempo, puede
contribuir a extender a los demás los frutos de la redención cristiana y
propagarlos por todas partes. Tal es la causa de que la doctrina cristiana,
como levadura evangélica, penetre en las venas de la sociedad civil en que
vivimos y trabajamos.
260. Aunque hay que
reconocer que nuestro siglo padece gravísimos errores y está agitado por
profundos desórdenes, sin embargo, es una época la nuestra en la cual se abren
inmensos horizontes de apostolado para los operarios de la Iglesia, despertando
gran esperanza en nuestros espíritus.
261. Venerables
hermanos y queridos hijos hemos deducido una serie de principios y de normas a
cuya intensa meditación y realización, en la medida posible a cada uno, os
exhortamos insistentemente. Porque, si todos y cada uno de vosotros prestáis
con ánimo decidido esta colaboración, se habrá dado necesariamente un gran paso
en el establecimiento del reino de Cristo en la tierra, el cual «es reino de
verdad y de vida, reino de santidad y de gracia, reino de justicia, de amor y
de paz » (Prefacio de la festividad de Cristo Rey); reino del cual partiremos
algún día hacia la felicidad eterna, para la que hemos sido creados por Dios y
a la cual deseamos ardientemente llegar.
262. Se trata, en
efecto, de la doctrina de la Iglesia católica y apostólica, madre y maestra de
todos los pueblos, cuya luz ilumina, enciende, inflama; cuya voz amonestadora,
por estar llena de eterna sabiduría, sirve para todos los tiempos; cuya virtud
ofrece siempre remedios tan eficaces como adecuados para las crecientes
necesidades de la humanidad y para las preocupaciones y ansiedades de la vida
presente.
Con esta voz
concuerda admirablemente la antigua palabra del Salmista, la cual no cesa de
confirmar y levantar los espíritus: «Yo bien sé lo que dirá Dios: que sus
palabras serán palabras de paz para su pueblo y para sus santos y para cuantos
se vuelven a El de corazón. Sí, su salvación está cercana a los que le temen, y
bien pronto habitará la gloria en nuestra tierra. Se han encontrado la benevolencia
y la fidelidad, se han dado el abrazo la justicia y la paz. Brota de la tierra
la fidelidad, y mira la justicia desde lo alto de los cielos. Sí; el Señor nos
otorgará sus bienes, y la tierra dará sus frutos. Va delante de su faz la
justicia, y la paz sigue sus pasos» (Sal 85 (84), 9-14).
263. Estos son los
deseos, venerables hermanos, que Nos formulamos al terminar esta carta, a la
cual hemos consagrado durante mucho tiempo nuestra solicitud por la Iglesia
universal; los formulamos, a fin de que el divino Redentor de los hombres, «que
ha venido a ser para nosotros, de parte de Dios, sabiduría, justicia,
santificación y redención» (1Cor 1, 30), reine y triunfe felizmente a lo largo
de los siglos, en todos y sobre todo; los formulamos también para que,
restaurado el recto orden social, todos los pueblos gocen, al fin, de
prosperidad, de alegría y de paz.
264 Sea presagio de
estas deseables realidades y prenda de nuestra paterna benevolencia la
bendición apostólica que a vosotros, venerables hermanos; a todo los fieles
confiados a vuestra vigilancia, y particularmente a cuantos responderán con
generosa voluntad a nuestras exhortaciones, impartimos de corazón en el Señor.
Dado en Roma, junto a
San Pedro, el día 15 de mayo del año 1961, tercero de nuestro pontificado.
JUAN PP. XXIII