viernes, 29 de noviembre de 2013

Los semimuertos




José Luis Martín Descalzo
Fuente: Razones desde la otra orilla

¿Somos los humanos de hoy verdaderos hombres o sólo muñones de hombres, seres sin realizar, semimuertos? Hace muchos años que me angustia esta pregunta, tal vez la más grave que hoy pueda uno plantearse. ¿Estamos vivos, realmente vivos? La cuestión me sube a la cabeza cada vez que en el Metro o en la calle contemplo los rostros de los que me rodean: apagados muchos, como dormidos, vacíos. Y ya sé que no se puede juzgar a un hombre por su cara y que con frecuencia tras un rostro insípido puede ocultarse un alma ardiente. Pero ¿cuántas veces la faz es espejo del alma y unos ojos opacos son el testigo de una enorme vacuidad interior?

Y la cosa se complica cuando hablas con muchas de esas personas, que acaban confesándote que la vida no les interesa, que para ellos vivir es sólo dejarse vivir, arrastrar por las horas, porque nada les ilusiona y por nada luchan, porque se sienten jubilados anticipadamente y creen que, si han vivido, ya no tienen realmente nada más que vivir. ¿Qué son éstos sino cadáveres que vegetan, cadáveres tal vez en edades juveniles, porque ni siquiera en su adolescencia experimentan el entusiasmo y la pasión de vivir?
Todas estas ideas me han obsesionado especialmente en los días de Resurrección. Yo siempre he pensado que Jesús «tuvo» que resucitar y esto no sólo por obra milagrosa de su Padre, sino por su misma fuerza interior: un hombre «tan» vivo, «tan terriblemente» vivo como estuvo Cristo no podía morir del todo y para siempre. Su pasión de vivir era mucho más poderosa que la losa del sepulcro.

Pero, ¿quién, cuántos viven con tanta tensión, tan apasionadamente? ¿Cuántos entre nuestros contemporáneos tienen el alma tan en pie? Y los mismos que hablan de que hay que vivir «a tope», ¿a tope de qué viven? ¿Están llenos de vacíos?

Naturalmente, cuando hablo de vivir no me refiero al hecho vegetal de crecer, alimentarse, caminar. Tampoco me refiero a la pura pasión animal de medrar como el tigre busca más y mejores alimentos. Me refiero a vivir como personas, a tener el alma despierta y creativa, a llenar de espíritu las horas, a tener cosas que realizar y que amar, a «ser», sencillamente, hombres.

Y me pregunto a mí mismo cuáles serían las diferencias entre un ser vivo y un ser muerto o semimuerto, Y llego a estas conclusiones. Un hombre está verdaderamente vivo cuando cumple cuatro condiciones:

1. En primer lugar, se está vivo cuando se tiene un ideal, una ilusión, una tarea que, al ser más grandes que nosotros mismos, exijan que existamos estirando el alma para llegar a ellas. Una ilusión que sólo pueda conseguirse viviendo muy tensamente hacia ella, muy concentradamente -sin dispersar energías- porque sólo así podremos acércanos -y aun así quedándonos lejos- a su realización o logro.

2. En segundo lugar, se está vivo cuando se vive lleno la mayor parte de la vida, cuando las horas de tensión y producción son mayores que las de descansillo. Ya sé que la tensión absoluta de un hombre es imposible. Incluso los más vivos tienen aburrimientos, cansancios, días bobos. Pero esto, que el mejor hombre puede «permitirse», tiene que ser una ínfima mayoría. Y en la medida que esos descansillos, esos vacíos son más, comienza a crecer nuestra proporción de muerto en el alma.

3. La tercera condición para estar vivo es, creo yo, crecer, estar creciendo, seguir creciendo. Aquel que en la adolescencia, en la juventud, en la hombría, en la ancianidad abdica, se jubila de vivir, cree que ya ha llegado, empieza desde ese mismo día en que se lo confiesa a sí mismo a morir.

4. La cuarta condición que nos dice si estamos vivos o no es que nos sobre suficiente vida como para entregarla a los demás. El que sólo se realiza a sí mismo se autopetrifica. No hay más vida que la que se comparte y reparte. El que no ama, no ayuda, no empuja a otros, bien puede encaminarse ya hacia el sepulcro.

Y ahora me pregunto de nuevo: ¿cuántos humanos cumplen -mejor o peor, porque yo no hablo de logro, sino de esfuerzo-,estas cuatro condiciones? ¿Cuántos han ido por la vida renunciando a trozos de sí mismos, como leprosos del alma, y han crecido dejando caer ilusiones, entusiasmos, proyectos, sueños? El día que les llegue la muerte, ¿tendrán mucha tarea que hacer o deberá sólo rematar esa muerte fragmentaria que ha ido apoderándose del alma?

Ahora entiendo que muchos hombres no entiendan la Resurrección. ¿Cómo podrán entenderla sí no aman la vida, si temen que una resurrección pudiera ser sólo la prolongación de su aburrimiento?

¡Con lo hermoso que es vivir, seguir viviendo, irle descubriendo nuevos rostros a la existencia, encontrar su júbilo detrás de cada dolor, escalarla a pesar de lo empinada que es o precisamente porque es empinada! Sé que la muerte vendrá, pero que cuando llegue tenga que darle muchos hachazos a nuestra alma y que no necesite sólo darnos un empujón porque ya estamos podridos por dentro.


Catholic.net

jueves, 28 de noviembre de 2013

Homilía en la Solemnidad de Jesucristo Rey del Universo



Padre Ricardo B. Mazza.

Jesús, el Señor Dios te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”.

Pedíamos a Dios en la primera oración de esta misa que ya “que quisiste restaurar todas las cosas por tu amado Hijo, Rey del Universo, que la creación entera, liberada de la esclavitud del pecado, te sirva y te alabe eternamente”, entrando nosotros como hijos adoptivos del Padre en su gloria, haciendo realidad lo que cantábamos en el salmo interleccional (121, 1-2.4-5):“Que alegría cuando me dijeron vamos a la Casa de Dios”. Para alcanzar esta meta,  al inicio de esta solemnidad, invocamos también la intercesión de  los santos en el clima de alegría que implica la pertenencia a Cristo Nuestro Señor, como Rey del Universo.

La realeza de Cristo no es una realeza mundana, propia de los poderes pasajeros de este mundo, sino que es un señorío divino porque Él existe desde el principio y “en Él fueron creadas todas las cosas tanto en el cielo como en la tierra” (Col. 1, 12-20),  y es un señorío por derecho de conquista ya que fuimos rescatados del pecado y de la muerte por el misterio de la Cruz salvadora,  y esto porque  el Padre “nos libró del poder de las tinieblas y nos hizo entrar en el Reino de su Hijo muy querido, en quien tenemos la redención y el perdón de los pecados”.
El signo de la Cruz, desde donde Él reina, ignominia para los paganos y escándalo para los judíos, se convierte para nosotros en signo de salvación.

A lo largo de los siglos, Cristo crucificado ha querido entrar y permanecer en nuestros corazones y recordarnos que solamente pasando por el misterio de la cruz y de la resurrección llegamos a ser hijos de Dios por el bautismo.
El apóstol san Pablo en el texto proclamado refiere quién es Jesús, el Primogénito del Padre, el que existe antes de la creación, el que nos redime y conduce al encuentro definitivo con el Padre, el alfa y la omega al decir del Apocalipsis, o sea principio y fin de todo lo que existe, bajo quien ha sido puesta toda la creación.
Esta verdad de fe debe calar hondo en nuestros corazones ya que vivimos tiempos en los que se quiere desdibujarla de nuestras mentes y corazones.

En nuestros días se busca expulsar a Dios y a su Hijo Jesucristo, de todos los ámbitos de la vida humana, de modo que lo que ya llamamos Cristofobia es común y corriente, incluso hasta en  las familias que se suponía eran creyentes.
En Mendoza, por ejemplo, hay quienes proponen quitar todo signo católico de los lugares públicos, con la excusa de la “laicidad del Estado” o que se debe respetar otras creencias quitando la presencia de “signos religiosos”.
En la ciudad de San Juan, en estos días, mujeres denominadas autoconvocadas, como cada año en diversas ciudades del país, discutieron sobre el pretendido derecho al asesinato de niños no nacidos, y desfilarán, como broche de oro, insultando y agrediendo a la Iglesia Católica, ya en los lugares sacros o contra toda persona que defienda los mismos.

Excusas más o menos, el objetivo es herir a la Iglesia, lograr agudizar el complejo católico de que nada debe hacerse, dejando que todos tiren la piedra mientras nosotros la recibimos impasibles.
En los últimos días se han repetido en varios lugares de nuestra Patria ataques a Iglesias con la sustracción de hostias consagradas o la decapitación de la imagen de María Santísima. Quien roba hostias consagradas actúa bajo la instigación del demonio con fines sacrílegos, y no soporta la presencia de Cristo Rey del mundo.
La fe católica es perseguida cada vez más, la verdad y el mensaje del evangelio provoca el odio y rechazo de los incrédulos, lo cual no ha de desanimarnos, ya que seguimos a un Rey crucificado y no hemos de esperar una suerte mejor que la de Él. Y no es para menos lo que hemos de soportar, ya que la Iglesia católica con su verdad luminosa es la única que sigue defendiendo los valores que dignifican al hombre en medio de una sociedad en crisis sumergida en la mentira.

La persecución a la Iglesia católica se desata en China, mientras grupos de musulmanes no cesan en su odio visceral hacia los cristianos, y así podríamos seguir abundando en situaciones repetidas y similares.
Esto nos lleva a advertir que el misterio de la cruz se continúa en todos los que reconocemos y seguimos a Jesús como Rey de nuestras vidas y de la creación toda, y que si queremos entrar en la gloria de su Reino, hemos de estar dispuestos a padecer lo que Él soportó en su paso por este mundo.
¿Y qué significa que Cristo ha de reinar en la sociedad? Que todos los ámbitos de la vida estén orientados a alabar a Dios y a servir a los hermanos. El mundo de la economía nada quiere saber de Cristo, sino sólo seguir enriqueciendo a unos pocos con el aplastamiento de tantos que se debaten en la miseria más atroz, porque el servir a Cristo rey implica poner el dinero al servicio del crecimiento del hombre en su conjunto. El ámbito de la justicia, que debiera ser una prolongación en el mundo de la justicia divina, lamentablemente en no pocos de sus miembros se ha transformado en servicio de los poderosos. El poder y la política se han convertido muchas veces en medios para el provecho personal con el descuido y olvido del bien común al que debiera servirse incansablemente.

¡Hasta nosotros mismos tenemos la tentación de olvidarnos de Cristo sin permitirle que nos muestre el camino de la verdad, la justicia, el amor y el respeto incondicional de la vida humana!
¡Cuántos creyentes descartan la participación en la misa dominical pensando que nada le deben al Señor que los ha redimido, preocupados únicamente por el pasatismo de la diversión, “descansando” de la memoria de su sacrificio redentor! Desagradecidos ante tantos dones, muchos cristianos van perdiendo hasta la gratuidad de seguir recibiéndolos.
Nos quejamos de los tantos males que padecemos en nuestros días: inseguridad, injusticia, miseria, falta de trabajo, corrupción, la mentira institucionalizada, el desprecio por la dignidad del hombre, sin caer en la cuenta que cuando se pierde la referencia a Dios en los distintos ámbitos de la vida, el hombre termina transformándose en verdugo de los demás.
Como nunca el hombre busca el placer por el placer mismo, sin embargo no estamos pletóricos de felicidad, sino  cada vez más vacíos y angustiados ante tantos problemas que nos aquejan.

La solemnidad de Cristo Rey del Universo ha de constituir para nosotros un desafío, de manera que así como las tribus de Israel fueron al encuentro del rey David figura de Cristo (2 Sam. 5, 1-3) para decirle “¡Nosotros somos de tu misma sangre!......el Señor te ha dicho: “Tú apacentarás a mi pueblo Israel y tú serás el jefe de Israel”, vayamos al encuentro de Cristo y digámosle “queremos que reines sobre nosotros y nos guíes por el camino que conduce al Padre”.
De ese modo, así como David reunió a los hijos de Israel dispersos para guiarlos, así también Cristo nos reúna en un solo rebaño bajo su pastoreo, y nos guíe por el camino de la verdad hacia los bienes que no caducan.
Así guiados, en medio de nuestras caídas y resurgimientos en la gracia, podremos cantar “Qué alegría cuando me dijeron vamos a la Casa del Señor”, como respuesta a la promesa del “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc. 23, 35-43).

Padre Ricardo B. Mazza.
Cura párroco de la parroquia “San Juan Bautista”, en Santa Fe de la Vera Cruz. Argentina.




martes, 26 de noviembre de 2013

Exhortación Apostólica


EVANGELII GAUDIUM
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO

A LOS OBISPOS
A LOS PRESBÍTEROS Y DIÁCONOS
A LAS PERSONAS CONSAGRADAS
Y A LOS FILES LAICOS
SOBRE
EL ANUNCIO DEL EVANGELIO
EN EL MUNDO ACTUAL


ÍNDICE



I.  Alegría que se renueva y se comunica [2-8]

II.  La dulce y confortadora alegría de evangelizar [9-13]

Una eterna novedad [11-13]

III. La nueva evangelización para la transmisión de la fe [14-18]

Propuesta y límites de esta Exhortación [16-18]

Capítulo primero
La transformación misionera de la Iglesia

I.  Una Iglesia en salida [20-24]

Primerear, involucrarse, acompañar, fructificar y festejar [24]

II.  Pastoral en conversión [25-33]

Una impostergable renovación eclesial [27-33]

III.  Desde el corazón del Evangelio [34-39]

IV. La misión que se encarna en los límites humanos [40-45]

V. Una madre de corazón abierto [46-49]

Capítulo segundo
En la crisis del compromiso comunitario

I. Algunos desafíos del mundo actual [52-75]

No a una economía de la exclusión [53-54]
No a la nueva idolatría del dinero [55-56]
No a un dinero que gobierna en lugar de servir [57-58]
No a la inequidad que genera violencia [59-60]
Algunos desafíos culturales [61-67]
Desafíos de la inculturación de la fe [68-70]
Desafíos de las culturas urbanas [71-75]

II. Tentaciones de los agentes pastorales [76-109]

Sí al desafío de una espiritualidad misionera [78-80]
No a la acedia egoísta [81-83]
No al pesimismo estéril [84-86]
Sí a las relaciones nuevas que genera Jesucristo [87-92]
No a la mundanidad espiritual [93-97]
No a la guerra entre nosotros [98-101]
Otros desafíos eclesiales [102-109]

Capítulo tercero
El anuncio del Evangelio

I. Todo el Pueblo de Dios anuncia el Evangelio [111-134]

Un pueblo para todos [112-114]
Un pueblo con muchos rostros [115-118]
Todos somos discípulos misioneros [119-121]
La fuerza evangelizadora de la piedad popular [122-126]
Persona a persona [127-129]
Carismas al servicio de la comunión evangelizadora [130-131]
Cultura, pensamiento y educación [132-134]

II. La homilía [135-144]

El contexto litúrgico [137-138]
La conversación de la madre [139-141]
Palabras que hacen arder los corazones [142-144]

III. La preparación de la predicación [145-159]

El culto a la verdad [146-148]
La personalización de la Palabra [149-151]
La lectura espiritual [152-153]
Un oído en el pueblo [154-155]
Recursos pedagógicos [156-159]

IV. Una evangelización para la profundización del kerygma [160-175]

Una catequesis kerygmática y mistagógica [163-168]
El acompañamiento personal de los procesos de crecimiento [169-173]
En torno a la Palabra de Dios [174-175]

Capítulo cuarto
La dimensión social de la evangelización

I. Las repercusiones comunitarias y sociales del kerygma [177-185]

Confesión de la fe y compromiso social [178-179]
El Reino que nos reclama [180-181]
La enseñanza de la Iglesia sobre cuestiones sociales [182-185]

II.  La inclusión social de los pobres [186-216]

Unidos a Dios escuchamos un clamor [187-192]
Fidelidad al Evangelio para no correr en vano [193-196]
El lugar privilegiado de los pobres en el pueblo de Dios [197-201] 
Economía y distribución del ingreso [202-208]
Cuidar la fragilidad [209-216]

III.  El bien común y la paz social [217-237]

El tiempo es superior al espacio [222-225]
La unidad prevalece sobre el conflicto [226-230]
La realidad es más importante que la idea [231-233]
El todo es superior a la parte [234-237]

IV.  El diálogo social como contribución a la paz [238-258]

El diálogo entre la fe, la razón y las ciencias [242-243]
El diálogo ecuménico [244-246]
Las relaciones con el Judaísmo [247-249]
El diálogo interreligioso [250-254]
El diálogo social en un contexto de libertad religiosa [255-258]

Capítulo quinto
Evangelizadores con Espíritu

I. Motivaciones para un renovado impulso misionero [262-283]

El encuentro personal con el amor de Jesús que nos salva [264-267]
El gusto espiritual de ser pueblo [268-274]
La acción misteriosa del Resucitado y de su Espíritu [275-280]
La fuerza misionera de la intercesión [281-283]

II. María, la Madre de la evangelización [284-288]

El regalo de Jesús a su pueblo [285-286]
La Estrella de la nueva evangelización [287-288]

Texto completo en:


lunes, 25 de noviembre de 2013

Fiesta de Cristo Rey

La realeza de Cristo y la Doctrina Social de la Iglesia.



Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 24-11-13

El año litúrgico concluye con la Fiesta de Cristo Rey, que este año se celebrará el domingo 24 de noviembre. En esta ocasión la Fiesta de Cristo Rey tiene un significado adicional, ya que también marca la conclusión del Año de la Fe, iniciado por voluntad de Benedicto XVI el 11 de octubre de 2012 y que concluirá, precisamente, el domingo 24 de noviembre de 2013. Por eso es importante preguntarse lo que significa esta Fiesta.

La doctrina de Cristo Rey en el Catecismo

En primer lugar es útil precisar que el señorío o realeza de Cristo es una enseñanza de la Iglesia contenida en el Catecismo. Se trata de una verdad de la doctrina de la fe, como escribió Pio XI, el Papa que instituyó la fiesta: «es dogma, además, de fe católica, que Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como legislador a quien deben obedecer» (encíclica Quas primas). El párrafo 2105 del Catecismo dice: «El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al hombre individual y socialmente considerado. Esa es “la doctrina tradicional católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo” (Dignitatis humanae, 1). Al evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan “informar con el espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en la que cada uno vive” (Apostolicam actuositatem, 13). Deber social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión, que subsiste en la Iglesia católica y apostólica (Dignitatis humanae, 1). Los cristianos son llamados a ser la luz del mundo. La Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas».

El Reino de Dios está en Cristo mismo y su realeza se manifiesta en la creación ("por medio de él todas las cosas fueron creadas" dice el Evangelio de San Juan) y en la resurrección. Ella tiene un aspecto también mesiánico y escatológico: la realeza de Cristo se cumplirá definitivamente con su Regreso, cuando recapitule todas las cosas en sí mismo.

Muchos creen que la realeza de Cristo es una doctrina que pertenece a otra época. Por lo general, se considera una doctrina preconciliar desfasada. Sin embargo, como acabamos de ver, es una doctrina claramente afirmada en el Catecismo que Juan Pablo II publicó el 11 de octubre de 1982 (fijarse en la fecha) como consecuencia y fruto del Concilio. Por otra parte, en el párrafo 2105 que acabamos de leer hay numerosas referencias a algunos pasajes de documentos importantes del Vaticano II. No se puede, por lo tanto, separar la doctrina de Cristo Rey del Concilio.

La institución de la Fiesta con Pío XI

La Fiesta de Cristo Rey fue instituida en la encíclica Quas Primas de Pio XI, el 11 de diciembre de 1925, en la clausura del Año Santo. En esta encíclica el Pontífice, luego de recordar que ya en el Antiguo Testamento se habla proféticamente de la realeza de Cristo, explica que Él mismo se ha proclamado como tal, por ejemplo, respondiendo a una pregunta concreta de Pilatos y como los Evangelios lo proclaman repetidamente también.

Pio XI prosigue afirmando que Cristo no sólo es Rey por derecho de naturaleza, es decir, por lo que Él es Dios, sino también por derecho de conquista, en virtud de la Redención: «Ojalá que todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero Inmaculado y sin tacha».

Pio XI enseña que la realeza de Cristo se expresa en los tres poderes: legislativo («En diferentes circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad»); judicial («el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo dio al Hijo», Jn 5,22); ejecutivo: ( «es necesario que todos obedezcan a su mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede sustraerse».).

Aunque la potestad de Cristo es principalmente de orden espiritual, su realidad es también de orden social: «erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a su arbitrio». No sólo las personas le deben obediencia, sino también la sociedad, porque «Él es, en efecto, la fuente del bien público y privado. [...] No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de su patria».

¿Una doctrina superada?

Las frases que acabamos de leer parecen no tener en cuenta la llamada "autonomía de las realidades terrenas", y parecen afirmar que la política depende de la religión cristiana. Es por esta razón que muchos consideran esta doctrina superada, dado el actual contexto democrático y pluralista. Al respecto, lo primero que hay que decir es que los últimos Pontífices, ciertamente, no han condenado la democracia como los del siglo XIX, pero tampoco han dejado de proclamar el señorío de Cristo en el ámbito social y político.

Un ejemplo muy elocuente es la famosa invitación de Juan Pablo II a abrir las puertas a Cristo, invitación pronunciada en su primera homilía como Pontífice, el domingo 22 de octubre de 1978: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce "lo que hay dentro del hombre". ¡Sólo Él lo conoce!». Aquí el Papa no dice abrir las puertas a Cristo sólo de los corazones y las almas, sino también de los sistemas políticos; se trata por tanto de una realeza también social.

Benedicto XVI lo ha repetido innumerables veces: «Un Dios que no tenga poder es una contradicción en los términos»; «Lejos de Dios el hombre está inquieto y enfermo»; «El humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano»; «No debemos perder a Dios de vista si queremos que la dignidad humana no desaparezca»; «Con el apagarse la luz procedente de Dios la humanidad ha perdido su orientación, cuyos efectos destructivos se manifiestan cada vez más». También Benedicto XVI ha proclamado la realeza de Cristo: «no existe un reino de cuestiones terrenas que pueda ser sustraído al Creador y a su dominio».

Realeza de Cristo y democracia

Señalé que la democracia sugiere creer que es absurdo considerar la realeza de Cristo sobre las cosas temporales, es decir, no sólo sobre las conciencias de los creyentes sino también sobre la organización de la sociedad y de la política. Al contrario, la Iglesia afirma que esta realeza permanece, sólo que ya no se realiza mediante instituciones "cristianas", como en el pasado, sino a través de la acción de los fieles, y respetando la libertad de conciencia. No se realiza ya mediante un estado confesional, porque esto limitaría la libertad de conciencia que precisamente los cristianos reivindicaron primero ante el poder del Imperio Romano y que sería extraño que ahora lo prohibían a otros. Pero, hasta cierto punto, la modernidad ha querido no sólo superar el Estado confesional, sino también echar a Dios del mundo y relegarlo a la conciencia individual. De hecho, ha aprovechado la oportunidad del rechazo al Estado confesional para hacer esto. Lo primero lo ha logrado, pero no debe conseguir lo segundo, porque sería su condena.

Reiterar, por tanto, la realeza de Cristo en la sociedad y no sólo en las conciencias, no significa pensar que la sociedad y la política puedan hacerse sin Él. Dice la Caritas in veritate que «el cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la construcción de una buena sociedad», con lo que se confirma la realeza de Cristo en el orden social.

Una forma muy importante de respetar la realeza de Cristo en la democracia es respetar las leyes, las políticas y los principios de la ley moral natural: la vida, la familia, la procreación, la educación de los hijos, la propiedad privada general, el trabajo, la moral pública. Es decir, respetar las leyes de la Creación, que proceden del Creador y que contienen las orientaciones sobre cómo debemos vivir si no queremos dejar de ser personas humanas. Si la sociedad y la política hacen esto, pronto se darán cuenta de que Dios debe tener un lugar en el mundo, porque de lo contrario también las normas morales se ponen en riesgo y, como decía Dostoievski, todo estaría permitido.



Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 24-11-13

viernes, 22 de noviembre de 2013

Francisco advierte que para los mercados la solidaridad es casi una palabrota




La necesidad de entender la importancia de la solidaridad en la economía actual es el llamamiento que el santo padre ha hecho a través de un vídeo mensaje para el Festival de la Doctrina Social de la Iglesia que tiene como tema "menos desigualdades, más diferencias" y se celebra en Verona del 21 al 24 de noviembre.


El santo padre explica que el tema del Festival es un título que evidencia la riqueza plural de las personas como expresión de los talentos personales y toma las distancia de la homologación que mortifica y hace desiguales. Y Francisco ofrece una imagen para traducir el título: la esfera y el poliedro. "La esfera puede representar la homologación, como una especie de globalización: es lisa, sin caras, igual a sí misma en todas las partes. El poliedro tiene una forma similar a la esfera, pero está compuesta de muchas caras. Me gusta imaginar la humanidad como un poliedro, en el cual las múltiples formas, expresándose, constituyen los elementos que componen, en la pluralidad, la única familia humana", cuenta el santo padre en la grabación.

Dedica en el mensaje también un tiempo a los jóvenes y a los ancianos: "el reconocimiento de las diferencias valoriza a las personas, a diferencia de la homologación, que es el riesgo de descartarles porque no son capaces de comprender el significado". Por eso, indica el santo padre, "hoy, los jóvenes y los viejos se consideran descartados porque no responden a las lógicas productivas en una visión funcionalista de la sociedad, no responden a ningún criterio útil de inversión". Pero no podemos olvidar - señala Francisco - que los jóvenes y los ancianos llevan una gran riqueza: ambos son el futuro de un pueblo. Los jóvenes son la fuerza para ir adelante, los viejos son la memoria del pueblo, la sabiduría; recuerda el papa.

Hablando del paro juvenil, Francisco observa que esto es "una hipoteca, es una hipoteca para el futuro. Y si esto no se resuelve pronto, es la seguridad de un futuro demasiado débil o un no-futuro".

Otra idea que el santo padre desarrolla en el vídeo mensaje es la doctrina social de la Iglesia. "El magisterio social  - afirma - es un gran punto de referencia, que es el resultado de la reflexión y del trabajo virtuoso. Es muy útil para no perderse". 
Asimismo explica que "quien trabaja en la economía y en las finanzas está seguramente atraído por el beneficio y si no está atento, se pone a servir el beneficio propio, así se convierte en esclavo de dinero". Frente a esta situación, Francisco recuerda que la "doctrina social contiene un patrimonio de reflexión y de esperanza que es capaz también hoy de orientar a las personas y de conservarlas libres. Es necesario valor, un pensamiento y la fuerza de la fe para estar dentro del mercado, para estar dentro del mercado, guiados por una conciencia que pone al centro la dignidad de la persona, no el ídolo dinero".

Por ello, el santo padre subraya que "la doctrina social, cuando es vivida, genera esperanza. Y así cada uno puede encontrar dentro de sí la fuerza para promover con el trabajo una nueva justicia social". Y la aplicación de esta doctrina social contiene en sí una mística, explica. "Mirando a los resultados generales, esta mística lleva sin embargo una gran ganancia, porque está en grado de crear desarrollo propio en cuanto - en su visión general - pide hacerse cargo de los parados, de las fragilidades, de las injusticias sociales y no está sujeta a las distorsiones de una visión economista".

La palabra solidaridad es clave en la doctrina social, subraya el santo padre. "Pero nosotros, en este tiempo, tenemos el riesgo de quitarla del diccionario, porque es un palabra incómoda, pero también - si me permitís - es casi una 'palabrota'. Para la economía y el mercado, solidaridad es casi una palabrota".

Finalmente dedica unas palabras a la cooperación. Francisco recuerda cuando se reunió con representantes del mundo de las cooperativas. "Me ha consolado mucho y creo que sea una buena noticia para todos escuchar que, para responder a la crisis, redujeron su margen de beneficio, manteniendo el nivel de empleo . El trabajo es muy importante. Trabajo y dignidad caminan a la par". Y añade que la cooperación hoy "es objeto de algunas incomprensiones también a nivel europeo, pero creo que no considerar actual esta forma de presencia en el mundo productivo constituya un empobrecimiento que deja espacio a las homologaciones y no promueve las diferencias y la identidad".

El papa menciona que con 18 años escuchó a su padre dar una conferencia sobre cooperativismo cristiano y se entusiasmo con esto, "he visto que ese era el camino", comenta. A continuación invita a todos los que trabajan y son actores de reformas cooperativistas "que tengan viva la memoria de su origen. Las formas cooperativas constituidas por los católicos como traducción de la Rerum Novarum testimonian la fuerza de la fe, que hoy como entonces es capaz de inspirar acciones concretas para responder a las necesidades de nuestra gente", concluye el pontífice.


Zenit, 22-11-13

Quincuagésimo aniversario de la Pacem in Terris:




 la clave para una economía más humana en el redescubrimiento de Dios

Omar Ebrahime

Después de una audiencia con el Papa Francisco y de dos mesas redondas sobre la emergencia mundial en el campo de la libertad religiosa y las persecuciones contra los cristianos (con particular atención a lo que sucede en Medio Oriente y Asia), las tres jornadas conmemorativas organizadas por el Pontificio Consejo Justicia y Paz en Roma sobre la histórica encíclica del Papa Roncalli se concentraron en la actual crisis internacional económico-financiera, sobre el problema educativo de las jóvenes generaciones y la influencia de los nuevos medios masivos digitales, sobre las últimas fronteras de la bioética y sobre el rápido cambio del panorama geopolítico actual respecto al acceso a los principales recursos naturales (agua, alimentación, tierra y energía).

Uno de los debates más esperados fue sobre la crisis económica, protagonizado por el profesor Martin Schlag, director del centro de investigación “Mercados, Cultura y Ética” de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz y por el profesor Stefano Zamagni, catedrático de economía política en la Universidad de Boloña. Partiendo de puntos de vista sensiblemente diferentes, los análisis brindados por los dos demostraron, sin embargo, no pocos puntos en común, que pueden resumirse básicamente en dos: el primado de Dios (que presupone una batalla individual, antes que institucional, por obrar la santidad) y un decidido retorno de la ética en los cada vez más confusos —así como con frecuencia cínicamente depredadores— procesos de mercado occidentales.

Para el docente alemán, la crisis, en efecto, antes que económica, tiene presupuestos culturales y espirituales y reside, en última instancia, precisamente en el olvido de las raíces cristianas. Claramente no se trata aquí de una discusión meramente académica, como algunos entendieron (por ejemplo) el debate sobre el preámbulo de la Constitución europea, sino de algo mucho más concreto y determinante: para Schlag la pérdida de las raíces de la fe ha causado también el colapso de la ética occidental y del sentido colectivo de nuestras acciones. De aquí que surjan, de manera transversal, movimientos populares de protesta (y también políticos) que hacen del irracionalismo instintivo de las pulsiones y de la apelación al “estómago” de los ciudadanos su razón de ser. Según esta óptica todo cuanto nos rodea es negativo y debe ser descartado: el sistema económico, el libre mercado y a veces incluso el dinero mismo.

Es por tanto paradójico que hoy, a menudo, tenga que ser precisamente la Iglesia quien deba recordar —de nuevo, en una obra de verdadera purificación de la memoria— que los montes de piedad y los primeros ejemplos de banca moderna nacieron de la iniciativa de cristianos comprometidos con el mundo en el periodo medieval. La “nueva evangelización” de la empresa a la que los cristianos están más que llamados en los países de antigua cristiandad no se refiere, por tanto, a “nuevas recetas” a inventar, sino, más que eso, a redescubrir y revalorizar experiencias antiguas, según sea el caso. Por otro lado, la idea que los valores de la Ilustración (suponiéndolos como tales), puedan mantenerse en pie aun sin el cristianismo ha sido refutada demasiadas veces en el último siglo: el curso de la historia reciente demuestra simplemente que “es una cosa que no funciona”. 

Schlag ha recordado entonces los estudios del filósofo político francés Pierre Manent, quien demostró que la causa de la desmoralización de Occidente (visible también, por ejemplo, en una caída demográfica sin precedentes) basa sus premisas en esa suerte de religión nihilista alternativa de masas que es el “credo de la ausencia de Dios”. Una lectura en la que recientemente ha estado de acuerdo el primer ministro húngaro Viktor Orbàn, ya impopular ante la elite europeista por haber hecho aprobar una constitución nacional que se refiere explícitamente a la herencia del rey San Esteban (fundador de la monarquía húngara) e invoca muy claramente incluso (¡incluso!) la bendición divina sobre el pueblo magiar.

Para Schlag, en suma, Europa no va a salir de la crisis si primero no redescubre —sobre todo en sus clases dirigentes— la ética evangélica que en los albores de su civilización difundió, o mejor, universalizó (in primis a través de la fundación de escuelas, orfanatorios y hospitales), el principio de la caridad social como criterio de discernimiento de la acción humana. Como enseña la Doctrina Social de la Iglesia, por otro lado, la filantropía en sí misma a la larga no produce grandes cambios si no tiene detrás una motivación ultraterrena y “no negociable”. ¿Y quién más sino los creyentes pueden poseer motivaciones de tal género? Si se nos permite una anécdota, viene a la mente el diálogo entre un célebre periodista británico y la beata Madre Teresa de Calcuta. 

Después de haber visitado personalmente los barrios bajos indios y atestiguado la obra heroica de las hermanas, el periodista exclamó: “¿Pero cómo puede hacer esto, Madre?, ¿quién le da la fuerza? ¡Yo no lo haría ni por mil millones de dólares!”. A lo que la Madre Teresa simplemente respondió: “Ni tampoco yo, de hecho. Es por Jesús por quien lo hago”.

Por su parte, en respuesta a Schlag, el profesor Zamagni se mostró convencido de la necesidad de redimensionar el balance de la globalización económica, de manera significativamente menos optimista, ya que focos de guerra e inestabilidad social continúan alimentándose en varias partes del mundo: en general, se puede afirmar que la riqueza per cápita no ha sido socializada donde más se necesita (de hecho, parece que la desigualdad ha aumentado en términos absolutos), ni mucho menos se ha realizado aquella categoría “nodal” de desarrollo integral sobre la que la Iglesia fundamenta los lineamientos para la sociedad futura. Si, por tanto, los procesos libres no han sido capaces de corregir las desigualdades, se necesita pensar finalmente en instituciones que “demuestren la capacidad de detener el aumento escandaloso de las desigualdades sociales” y así también garanticen condiciones duraderas de paz.

El redescubrimiento del valor de la gratuidad del don como comportamiento no solo virtuoso sino también racional y fructífero incluso económicamente (como exhortaba a hacer, en última instancia, la Caritas in Veritate) ya no es suficiente para Zamagni: es necesario intervenir firmemente hacia instituciones y organismos de control político supranacional, así como ya los hay en el ámbito financiero, para frenar el aumento de las injusticias y comprender que “no todo lo que es técnicamente posible es éticamente lícito”.

 Un leitmotiv que ha sido relanzado oportunamente también en la mesa redonda sobre bioética, donde antes de la profundización sobre la posible licitud de la investigación científica en embriones (de mano de la doctora Ornella Parolini del centro de investigación E. Menni de Brescia), se recordó con mucha emoción a un hombre inolvidable que luchó toda su vida contra la idea utilitarista aplicada a la vida de los seres humanos y de quien justo acaba de concluir la fase diocesana de beatificación: el genetista francés Jérôme Lejeune (1926-1994), descubridor del Síndrome de Down.

Se concluyó el evento con un panel sobre buenas prácticas, presentado y moderado por Flaminia Giovanelli, subsecretaria del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que ilustró con ejemplos concretos la infatigable obra de mediación social, pacificación y reconciliación que la Iglesia toda —laicos, presbíteros y obispos— desarrolla activamente en África, Sudamérica y Filipinas, en contextos de crisis, a favor de los más pobres y desfavorecidos. Entre las personalidades de relieve que intervinieron en el curso de los tres días, además de las ya mencionadas autoridades del dicasterio vaticano, estuvieron su presidente, S.E. Cardenal Peter Turkson, el secretario S.E. Monseñor Toso, el presidente del Pontificio Consejo para las Comunicaciones Sociales, S. E. Monseñor Claudio Maria Celli, el presidente del Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso, S.E. Cardenal Jean-Louis Tauran y Monseñor Michael Fitzgerald, antiguo nuncio apostólico en Egipto.



 Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 22-11-13