La realeza de Cristo y la Doctrina Social de
la Iglesia.
Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 24-11-13
El año litúrgico
concluye con la Fiesta
de Cristo Rey, que este año se celebrará el domingo 24 de noviembre. En esta
ocasión la Fiesta
de Cristo Rey tiene un significado adicional, ya que también marca la
conclusión del Año de la Fe ,
iniciado por voluntad de Benedicto XVI el 11 de octubre de 2012 y que
concluirá, precisamente, el domingo 24 de noviembre de 2013. Por eso es
importante preguntarse lo que significa esta Fiesta.
La doctrina de Cristo
Rey en el Catecismo
En primer lugar es
útil precisar que el señorío o realeza de Cristo es una enseñanza de la Iglesia contenida en el
Catecismo. Se trata de una verdad de la doctrina de la fe, como escribió Pio
XI, el Papa que instituyó la fiesta: «es dogma, además, de fe católica, que
Jesucristo fue dado a los hombres como Redentor, en quien deben confiar, y como
legislador a quien deben obedecer» (encíclica Quas primas). El párrafo 2105 del
Catecismo dice: «El deber de rendir a Dios un culto auténtico corresponde al
hombre individual y socialmente considerado. Esa es “la doctrina tradicional
católica sobre el deber moral de los hombres y de las sociedades respecto a la
religión verdadera y a la única Iglesia de Cristo” (Dignitatis humanae, 1). Al
evangelizar sin cesar a los hombres, la Iglesia trabaja para que puedan “informar con el
espíritu cristiano el pensamiento y las costumbres, las leyes y las estructuras
de la comunidad en la que cada uno vive” (Apostolicam actuositatem, 13). Deber
social de los cristianos es respetar y suscitar en cada hombre el amor de la
verdad y del bien. Les exige dar a conocer el culto de la única verdadera religión,
que subsiste en la Iglesia
católica y apostólica (Dignitatis humanae, 1). Los cristianos son llamados a
ser la luz del mundo. La
Iglesia manifiesta así la realeza de Cristo sobre toda la
creación y, en particular, sobre las sociedades humanas».
El Reino de Dios está
en Cristo mismo y su realeza se manifiesta en la creación ("por medio de
él todas las cosas fueron creadas" dice el Evangelio de San Juan) y en la
resurrección. Ella tiene un aspecto también mesiánico y escatológico: la realeza
de Cristo se cumplirá definitivamente con su Regreso, cuando recapitule todas
las cosas en sí mismo.
Muchos creen que la
realeza de Cristo es una doctrina que pertenece a otra época. Por lo general,
se considera una doctrina preconciliar desfasada. Sin embargo, como acabamos de
ver, es una doctrina claramente afirmada en el Catecismo que Juan Pablo II
publicó el 11 de octubre de 1982 (fijarse en la fecha) como consecuencia y
fruto del Concilio. Por otra parte, en el párrafo 2105 que acabamos de leer hay
numerosas referencias a algunos pasajes de documentos importantes del Vaticano
II. No se puede, por lo tanto, separar la doctrina de Cristo Rey del Concilio.
La institución de la Fiesta con Pío XI
Pio XI prosigue
afirmando que Cristo no sólo es Rey por derecho de naturaleza, es decir, por lo
que Él es Dios, sino también por derecho de conquista, en virtud de la Redención : «Ojalá que
todos los hombres, harto olvidadizos, recordasen cuánto le hemos costado a
nuestro Salvador. Fuisteis rescatados no con oro o plata, que son cosas
perecederas, sino con la sangre preciosa de Cristo, como de un Cordero
Inmaculado y sin tacha».
Pio XI enseña que la
realeza de Cristo se expresa en los tres poderes: legislativo («En diferentes
circunstancias y con diversas expresiones dice el Divino Maestro que quienes
guarden sus preceptos demostrarán que le aman y permanecerán en su caridad»);
judicial («el Padre no juzga a nadie, sino que todo el poder de juzgar se lo
dio al Hijo», Jn 5,22); ejecutivo: ( «es necesario que todos obedezcan a su
mandato, potestad que a los rebeldes inflige castigos, a los que nadie puede
sustraerse».).
Aunque la potestad de
Cristo es principalmente de orden espiritual, su realidad es también de orden
social: «erraría gravemente el que negase a Cristo-Hombre el poder sobre todas
las cosas humanas y temporales, puesto que el Padre le confirió un derecho
absolutísimo sobre las cosas creadas, de tal suerte que todas están sometidas a
su arbitrio». No sólo las personas le deben obediencia, sino también la
sociedad, porque «Él es, en efecto, la fuente del bien público y privado. [...]
No se nieguen, pues, los gobernantes de las naciones a dar por sí mismos y por
el pueblo públicas muestras de veneración y de obediencia al imperio de Cristo
si quieren conservar incólume su autoridad y hacer la felicidad y la fortuna de
su patria».
¿Una doctrina
superada?
Las frases que
acabamos de leer parecen no tener en cuenta la llamada "autonomía de las
realidades terrenas", y parecen afirmar que la política depende de la
religión cristiana. Es por esta razón que muchos consideran esta doctrina
superada, dado el actual contexto democrático y pluralista. Al respecto, lo
primero que hay que decir es que los últimos Pontífices, ciertamente, no han
condenado la democracia como los del siglo XIX, pero tampoco han dejado de
proclamar el señorío de Cristo en el ámbito social y político.
Un ejemplo muy
elocuente es la famosa invitación de Juan Pablo II a abrir las puertas a
Cristo, invitación pronunciada en su primera homilía como Pontífice, el domingo
22 de octubre de 1978: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par
las puertas a Cristo! Abrid a su potestad salvadora los confines de los
Estados, los sistemas económicos y los políticos, los extensos campos de la
cultura, de la civilización y del desarrollo. ¡No tengáis miedo! Cristo conoce "lo
que hay dentro del hombre". ¡Sólo Él lo conoce!». Aquí el Papa no dice
abrir las puertas a Cristo sólo de los corazones y las almas, sino también de
los sistemas políticos; se trata por tanto de una realeza también social.
Benedicto XVI lo ha
repetido innumerables veces: «Un Dios que no tenga poder es una contradicción
en los términos»; «Lejos de Dios el hombre está inquieto y enfermo»; «El
humanismo que excluye a Dios es un humanismo inhumano»; «No debemos perder a
Dios de vista si queremos que la dignidad humana no desaparezca»; «Con el
apagarse la luz procedente de Dios la humanidad ha perdido su orientación,
cuyos efectos destructivos se manifiestan cada vez más». También Benedicto XVI
ha proclamado la realeza de Cristo: «no existe un reino de cuestiones terrenas
que pueda ser sustraído al Creador y a su dominio».
Realeza de Cristo y
democracia
Señalé que la
democracia sugiere creer que es absurdo considerar la realeza de Cristo sobre
las cosas temporales, es decir, no sólo sobre las conciencias de los creyentes
sino también sobre la organización de la sociedad y de la política. Al
contrario, la Iglesia
afirma que esta realeza permanece, sólo que ya no se realiza mediante
instituciones "cristianas", como en el pasado, sino a través de la
acción de los fieles, y respetando la libertad de conciencia. No se realiza ya
mediante un estado confesional, porque esto limitaría la libertad de conciencia
que precisamente los cristianos reivindicaron primero ante el poder del Imperio
Romano y que sería extraño que ahora lo prohibían a otros. Pero, hasta cierto
punto, la modernidad ha querido no sólo superar el Estado confesional, sino
también echar a Dios del mundo y relegarlo a la conciencia individual. De
hecho, ha aprovechado la oportunidad del rechazo al Estado confesional para
hacer esto. Lo primero lo ha logrado, pero no debe conseguir lo segundo, porque
sería su condena.
Reiterar, por tanto,
la realeza de Cristo en la sociedad y no sólo en las conciencias, no significa
pensar que la sociedad y la política puedan hacerse sin Él. Dice la Caritas in veritate que
«el cristianismo no es sólo un elemento útil, sino indispensable para la
construcción de una buena sociedad», con lo que se confirma la realeza de
Cristo en el orden social.
Una forma muy
importante de respetar la realeza de Cristo en la democracia es respetar las
leyes, las políticas y los principios de la ley moral natural: la vida, la
familia, la procreación, la educación de los hijos, la propiedad privada
general, el trabajo, la moral pública. Es decir, respetar las leyes de la Creación , que proceden
del Creador y que contienen las orientaciones sobre cómo debemos vivir si no
queremos dejar de ser personas humanas. Si la sociedad y la política hacen
esto, pronto se darán cuenta de que Dios debe tener un lugar en el mundo,
porque de lo contrario también las normas morales se ponen en riesgo y, como
decía Dostoievski, todo estaría permitido.
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuân, 24-11-13
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