jueves, 26 de abril de 2018

Cristo, hierba medicinal contra la muerte




Homilía de Benedicto XVI en la Vigilia Pascual

Queridos hermanos y hermanas

Una antigua leyenda judía tomada del libro apócrifo "La vida de Adán y Eva" cuenta que Adán, en la enfermedad que le llevaría a la muerte, mandó a su hijo Set, junto con Eva, a la región del Paraíso para traer el aceite de la misericordia, de modo que le ungiesen con él y sanara. Después de tantas oraciones y llanto de los dos en busca del árbol de la vida, se les apareció el arcángel Miguel para decirles que no conseguirían el óleo del árbol de la misericordia, y que Adán tendría que morir. Algunos lectores cristianos han añadido posteriormente a esta comunicación del arcángel una palabra de consuelo. El arcángel habría dicho que, después de 5.500 años, vendría el Rey bondadoso, Cristo, el Hijo de Dios, y ungiría con el óleo de su misericordia a todos los que creyeran en él: "El óleo de la misericordia se dará de eternidad en eternidad a cuantos renaciesen por el agua y el Espíritu Santo. Entonces, el Hijo de Dios, rico en amor, Cristo, descenderá en las profundidades de la tierra y llevará a tu padre al Paraíso, junto al árbol de la misericordia".

En esta leyenda puede verse toda la aflicción del hombre ante el destino de enfermedad, dolor y muerte que se le ha impuesto. Se pone en evidencia la resistencia que el hombre opone a la muerte. En alguna parte -han pensado repetidamente los hombres- deberá haber una hierba medicinal contra la muerte. Antes o después, se deberá poder encontrar una medicina, no sólo contra esta o aquella enfermedad, sino contra la verdadera fatalidad, contra la muerte. En suma, debería existir la medicina de la inmortalidad. También hoy los hombres están buscando una sustancia curativa de este tipo. También la ciencia médica actual está tratando, si no de evitar propiamente la muerte, sí de eliminar el mayor número posible de sus causas, de posponerla cada vez más, de ofrecer una vida cada vez mejor y más longeva.

Pero, reflexionemos un momento: ¿qué ocurriría realmente si se lograra, tal vez no evitar la muerte, pero sí retrasarla indefinidamente y alcanzar una edad de varios cientos de años? ¿Sería bueno esto? La humanidad envejecería de manera extraordinaria, y ya no habría espacio para la juventud. Se apagaría la capacidad de innovación y una vida interminable, en vez de un paraíso, sería más bien una condena.

La verdadera hierba medicinal contra la muerte debería ser diversa. No debería llevar sólo a prolongar indefinidamente esta vida actual. Debería más bien transformar nuestra vida desde dentro. Crear en nosotros una vida nueva, verdaderamente capaz de eternidad, transformarnos de tal manera que no se acabara con la muerte, sino que comenzara en plenitud sólo con ella. Lo nuevo y emocionante del mensaje cristiano, del Evangelio de Jesucristo era, y lo es aún, esto que se nos dice: sí, esta hierba medicinal contra la muerte, este fármaco de inmortalidad existe. Se ha encontrado. Es accesible. Esta medicina se nos da en el Bautismo. Una vida nueva comienza en nosotros, una vida nueva que madura en la fe y que no es truncada con la muerte de la antigua vida, sino que sólo entonces sale plenamente a la luz.

Ante esto, algunos, tal vez muchos, responderán: ciertamente oigo el mensaje, sólo que me falta la fe. Y también quien desea creer preguntará: ¿Es realmente así? ¿Cómo nos lo podemos imaginar? ¿Cómo se desarrolla esta transformación de la vieja vida, de modo que se forme en ella la vida nueva que no conoce la muerte? Una vez más, un antiguo escrito judío puede ayudarnos a hacernos una idea de ese proceso misterioso que comienza en nosotros con el Bautismo. En él, se cuenta cómo el antepasado Henoc fue arrebatado por Dios hasta su trono. Pero él se asustó ante las gloriosas potestades angélicas y, en su debilidad humana, no pudo contemplar el rostro de Dios. "Entonces - prosigue el libro de Henoc - Dios dijo a Miguel: "Toma a Henoc y quítale sus ropas terrenas. Úngelo con óleo suave y revístelo con vestiduras de gloria". Y Miguel quitó mis vestidos, me ungió con óleo suave, y este óleo era más que una luz radiante... Su esplendor se parecía a los rayos del sol. Cuando me miré, me di cuenta de que era como uno de los seres gloriosos" (Ph. Rech, Inbild des Kosmos, II 524).

Precisamente esto, el ser revestido con los nuevos indumentos de Dios, es lo que sucede en el Bautismo; así nos dice la fe cristiana. Naturalmente, este cambio de vestidura es un proceso que dura toda la vida. Lo que ocurre en el Bautismo es el comienzo de un camino que abarca toda nuestra existencia, que nos hace capaces de eternidad, de manera que con el vestido de luz de Cristo podamos comparecer en presencia de Dios y vivir por siempre con él.

En el rito del Bautismo hay dos elementos en los que se expresa este acontecimiento, y en los que se pone también de manifiesto su necesidad para el transcurso de nuestra vida. Ante todo, tenemos el rito de las renuncias y promesas. En la Iglesia antigua, el bautizando se volvía hacia el occidente, símbolo de las tinieblas, del ocaso del sol, de la muerte y, por tanto, del dominio del pecado. Miraba en esa dirección y pronunciaba un triple "no": al demonio, a sus pompas y al pecado. Con esta extraña palabra, "pompas", es decir, la suntuosidad del diablo, se indicaba el esplendor del antiguo culto de los dioses y del antiguo teatro, en el que se sentía gusto viendo a personas vivas desgarradas por bestias feroces. Se rechazaba de esta forma un tipo de cultura que encadenaba al hombre a la adoración del poder, al mundo de la codicia, a la mentira, a la crueldad. Era un acto de liberación respecto a la imposición de una forma de vida, que se presentaba como placer y que, sin embargo, impulsaba a la destrucción de lo mejor que tiene el hombre.

Esta renuncia - sin tantos gestos externos - sigue siendo también hoy una parte esencial del Bautismo. En él, quitamos las "viejas vestiduras" con las que no se puede estar ante Dios. Dicho mejor aún, empezamos a despojarnos de ellas. En efecto, esta renuncia es una promesa en la cual damos la mano a Cristo, para que Él nos guíe y nos revista. Lo que son estas "vestiduras" que dejamos y la promesa que hacemos, lo vemos claramente cuando leemos, en el quinto capítulo de la Carta a los Gálatas, lo que Pablo llama "obras de la carne", término que significa precisamente las viejas vestiduras que se han de abandonar. Pablo las llama así: "fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, enemistades, contiendas, celos, rencores, rivalidades, partidismo, sectarismo, envidias, borracheras, orgías y cosas por el estilo" (Ga 5,19ss.). Estas son las vestiduras que dejamos; son vestiduras de la muerte.

En la Iglesia antigua, el bautizando se volvía después hacia el oriente, símbolo de la luz, símbolo del nuevo sol de la historia, del nuevo sol que surge, símbolo de Cristo. El bautizando determina la nueva orientación de su vida: la fe en el Dios trinitario al que él se entrega. Así, Dios mismo nos viste con indumentos de luz, con el vestido de la vida. Pablo llama a estas nuevas "vestiduras" "fruto del Espíritu" y las describe con las siguientes palabras: "Amor, alegría, paz, comprensión, servicialidad, bondad, lealtad, amabilidad, dominio de sí" (Ga 5, 22).

En la Iglesia antigua, el bautizando era a continuación desvestido realmente de sus ropas. Descendía en la fuente bautismal y se le sumergía tres veces; era un símbolo de la muerte que expresa toda la radicalidad de dicho despojo y del cambio de vestiduras. Esta vida, que en todo caso está destinada a la muerte, el bautizando la entrega a la muerte, junto con Cristo, y se deja llevar y levantar por Él a la vida nueva que lo transforma para la eternidad. Luego, al salir de las aguas bautismales, los neófitos eran revestidos de blanco, el vestido de luz de Dios, y recibían una vela encendida como signo de la vida nueva en la luz, que Dios mismo había encendido en ellos. Lo sabían, habían obtenido el fármaco de la inmortalidad, que ahora, en el momento de recibir la santa comunión, tomaba plenamente forma. En ella recibimos el Cuerpo del Señor resucitado y nosotros mismos somos incorporados a este Cuerpo, de manera que estamos ya resguardados en Aquel que ha vencido a la muerte y nos guía a través de la muerte.

En el curso de los siglos, los símbolos se han ido haciendo más escasos, pero lo que acontece esencialmente en el Bautismo ha permanecido igual. No es solamente un lavacro, y menos aún una acogida un tanto compleja en una nueva asociación. Es muerte y resurrección, renacimiento a la vida nueva.

Sí, la hierba medicinal contra la muerte existe. Cristo es el árbol de la vida hecho de nuevo accesible. Si nos atenemos a Él, entonces estamos en la vida. Por eso cantaremos en esta noche de la resurrección, de todo corazón, el aleluya, el canto de la alegría que no precisa palabras. Por eso, Pablo puede decir a los Filipenses: "Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito: estad alegres" (Flp 4,4). No se puede ordenar la alegría. Sólo se la puede dar. El Señor resucitado nos da la alegría: la verdadera vida. 

Estamos ya cobijados para siempre en el amor de Aquel a quien ha sido dado todo poder en el cielo y sobre la tierra (cf. Mt 28,18). Por eso pedimos, seguros de ser escuchados, con la oración sobre las ofrendas que la Iglesia eleva en esta noche: Escucha, Señor, la oración de tu pueblo y acepta sus ofrendas, para que aquello que ha comenzado con los misterios pascuales nos ayude, por obra tuya, como medicina para la eternidad. Amén.


27-4-2010


lunes, 23 de abril de 2018

Rechazan por falsedad una nota periodística


Caso Ilarraz

Aica, 23 Abr 2018

El presbítero Hugo Adrián von Ustinov, instructor del proceso penal canónico contra Justo Ilarraz, rechazó por su “falsedad” el contenido de una nota periodística publicada en el diario La Nación, en la que una de las víctimas del sacerdote acusado, Maximiliano Hilarza, denunció una supuesta intimidación por parte de los responsables de la investigación eclesiástica.

El presbítero Ustinov es integrante del Tribunal Interdiocesano Bonaerense. El siguiente es el texto del comunicado:

La Nación y el proceso a Ilarraz

“Con fecha 22 de abril, La Nación publicó una nota fechada en Paraná y firmada por su corresponsal Germán de los Santos, en la que se hace eco de supuestas afirmaciones del Sr. Maximiliano Hilarza.

“La falsedad del contenido de la nota parte del hecho de que ni el Instructor del Proceso penal canónico ni su Notario, a quienes se hace referencia en la nota, han estado en Paraná, por lo menos en los últimos diez años, de lo que pueden dar cuenta los feligreses que ellos asisten pastoralmente por lo que se refiere al domingo 15 de abril pasado.

“Con lo que, una de dos, o bien alguien se hizo pasar por ellos, sorprendiendo la buena fe del Sr. Hilarza, o bien se trató de lo que se llama crudamente 'una operación de prensa'. Salvo que el Instructor y el Notario tengan el don de la bilocación, algo que sería, sin duda, asombroso.

"Desde luego, los interesados interpondrán eventualmente las acciones judiciales civiles y penales que estimen pertinentes.

"El despliegue informativo en un día domingo con llamada en la tapa y abundante espacio en la sección Sociedad reclama una rectificación acorde, para salvaguardar el derecho de los lectores a una información verdadera y el derecho al buen nombre y honor de aquéllos a quienes se pretende involucrar en un episodio inexistente".+

miércoles, 18 de abril de 2018

Mons. Aguer


 Razones teológicas contra el aborto

Aica,  17 Abr 2018 |

El arzobispo de La Plata, monseñor Héctor Aguer, en su columna del programa "Claves para un Mundo Mejor", que se emitió por Canal 9 el sábado 14 de abril, aportó al debate parlamentario sobre el aborto, razones que señalan porqué la Iglesia se opone al aborto. Se refirió a las “razones teológicas contra el aborto”, que refuerzan "las certezas científicas que aseguran que el niño que se está gestando en el seno de su madre es un ser humano, es una persona humana”.

El prelado comenzó explicando que "el 25 de marzo la Iglesia celebra la Solemnidad de la Anunciación del Señor, una fiesta litúrgica que enfoca el momento en que el Ángel Gabriel anuncia a la Virgen María que va a ser la madre de Jesús. La Anunciación del Señor quiere decir, en todo caso, la encarnación del Hijo de Dios. Cuando María dije “sí” se produjo la encarnación; es cuando María aceptó diciendo “aquí está la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho; o sea: que se haga la voluntad de Dios”. Entonces Ella fue el instrumento de ese misterioso designio de Dios por el cual el Hijo Eterno, para salvarnos, se hizo uno de nosotros, asumió una naturaleza humana en el seno de María”.

“Este año -continuó explicando el arzobispo- el 25 de marzo fue Domingo de Ramos y por eso la fiesta fue trasladada al lunes 9 de abril. Justamente ese lunes 9, en el Congreso Nacional comenzaba a desarrollarse el proceso que ya se está cumpliendo de manera regular para discutir acerca del proyecto de legalización del aborto. Comenzaron a circular allí no solo especialistas de la medicina y del derecho, sino también actrices y periodistas. Se ha cuidado muy bien la proporción entre los oradores. Serán 32 los que intervengan, 16 y 16, bien pluralista, como diría ese gran filósofo argentino que fue Enrique Santos Discépolo: “Don Bosco y la Mignon, Carnera y San Martín”.

“La encarnación del Señor -prosiguió- significa que la segunda persona de la Santísima Trinidad, cuando María aceptó ese designio de Dios, comenzó a existir en su seno. ¿Qué ocurre? Un óvulo de la Santísima Virgen por obra del Espíritu Santo, por la acción misteriosa del Espíritu Santo, sin intervención de varón, comienza a gestarse como Jesús el hombre-Dios".

“Por tanto -siguió exponiendo- ese óvulo de la Santísima Virgen pasa a ser un embrión, un feto, un niño por nacer que después es dado a luz virginalmente; ese es Jesús”.

“Observen qué cosa admirable -siguió explicando-: cómo Dios se abajó a ser hombre y lo hizo de ese modo. Podría haberlo hecho de otra manera; por ejemplo apareciendo en la Tierra ya humanado, ya adulto pero no; quiso seguir el proceso que seguimos todos nosotros en la vida. Por eso Él comenzó a existir en el seno de su madre. Hay una razón, en este caso, que es teológica para decir no al aborto; el aborto no puede ser porque si Jesús ha querido compartir nuestra suerte, vemos que ese niñito que se está gestando en el seno de una madre es una réplica, digamos así, del Hijo Eterno de Dios. Él nos está recordando el valor que tiene la vida humana, así como Jesús la apreció de tal manera que comenzó a existir en el seno de su madre”.

“Se han verificado ciertas coincidencias. Justo cuando celebrábamos, el 9 de abril, la Anunciación, la Encarnación del Verbo, comenzaba el debate sobre la posible legalización del aborto. ¿En qué acabará este debate? No lo sabemos, pero la cosa huele mal. Me excuso por usar estas palabras, pero creo que huele mal porque estas realidades no tendrían que estar sujetas a debate”.

“Desgraciadamente ha cambiado la cultura en cuanto al aprecio de la vida", admitió el prelado platense y observó que "hay mucha gente a favor del aborto, gente de la farándula, periodistas, jóvenes universitarios ideologizados en sus respectivas facultades" y apuntó que también "hay alguna gente seria. A mí me llamó mucho la atención, por ejemplo, que el ministro de Ciencia y Tecnología de la Nación [Lino Barañao], que es un hombre respetado, esté a favor del aborto, lo cual podría indicar que su ciencia atrasa bastante pues con solo fijarse en los estudios biológicos y genéticos del siglo XX se ve que eso no se puede sostener”.

Tras el argumento teológico con el que aspiró a reforzar las certezas científicas que aseguran que el niño que se está gestando en el seno de su madre es un ser humano, es una persona humana, monseñor Aguer añadió una cuestión filosófica. "¿Cómo se desarrolla ese niño que comienza siendo un embrión? ¿Qué principio lo mueve? Lo mueve, diría Platón, un principio interno que es el que determina el desarrollo. La filosofía de Occidente lo llama alma. Es el alma inmortal, que nos anima desde el momento de la fecundación, así como también en el momento de la Encarnación del Verbo Jesús asumió un alma humana y ese óvulo de la Virgen María que se hizo embrión por obra del Espíritu Santo fue formado por un alma humana. Es el alma humana de Jesús, porque Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. No es un Dios que se disfraza de hombre, sino que es hombre verdadero y nos ha mostrado eso siguiendo el camino que siguen todos los hombres para nacer”.

“Esto tiene que reforzarnos en nuestra convicción. Por eso no podemos decir que sí, no podemos aceptar, sin ninguna reacción, sin ninguna manifestación que se pueda aprobar este proyecto”, concluyó.+

lunes, 16 de abril de 2018

Declaración de Patriarcas




ANTE EL BOMBARDEO A SIRIA POR PARTE DE EE.UU, FRANCIA Y REINO UNIDO

(InfoCatólica) 14 de abril de 2018

A continuación la declaración emitida por los patriarcados de Antioquía y todo el Oriente para los ortodoxos griegos, los ortodoxos sirios y los católicos greco-melquitas.

Dios esta con nosotros; ¡Entiende a todas las naciones y sométete a ti mismo!

Nosotros, los patriarcas: Juan X, patriarca ortodoxo griego de Antioquía y todo el Oriente, Ignacio Aphrem II, patriarca ortodoxo sirio de Antioquía y todo el Oriente, y José Absi, patriarca greco-melquita-católico de Antioquía, Alejandría y Jerusalén, condenan y denuncian la brutal agresión que tuvo lugar esta mañana contra nuestro precioso país, Siria, por parte de EE. UU., Francia y el Reino Unido, bajo las acusaciones de que el gobierno sirio utilizó armas químicas. Levantamos nuestras voces para afirmar lo siguiente:

1. Esta brutal agresión es una clara violación de las leyes internacionales y de la Carta de la ONU, porque es un asalto injustificado a un país soberano, miembro de la ONU.

2. Nos causa un gran dolor que este asalto provenga de países poderosos a los que Siria no causó ningún daño de ninguna manera.

3. Las acusaciones de los EE. UU. Y otros países de que el ejército sirio está utilizando armas químicas y de que Siria es un país que posee y usa este tipo de arma, es una afirmación que no está justificada y no está respaldada por pruebas suficientes y claras.

4. El momento de esta agresión injustificada contra Siria, cuando la Comisión Internacional Independiente de Investigación estaba a punto de iniciar su trabajo en Siria, socava el trabajo de esta comisión.

5. Esta brutal agresión destruye las posibilidades de una solución política pacífica y conduce a una escalada y más complicaciones.

6. Esta agresión injusta alienta a las organizaciones terroristas y les da impulso para continuar en su terrorismo.

7. Hacemos un llamamiento al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas para que desempeñe su papel natural en la tarea de lograr la paz en lugar de contribuir a la escalada de las guerras.

8. Llamamos a todas las iglesias en los países que participaron en la agresión, a cumplir con sus deberes cristianos, de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio, y condenamos esta agresión y llamamos a sus gobiernos a comprometerse con la protección de la paz internacional.

Saludamos la valentía, el heroísmo y los sacrificios del Ejército Árabe Sirio que valientemente protege a Siria y brinda seguridad a su pueblo. Oramos por las almas de los mártires y la recuperación de los heridos. Confiamos en que el ejército no se doblegará ante las agresiones terroristas externas o internas; continuarán luchando valientemente contra el terrorismo hasta que cada pulgada de la tierra siria sea limpiada del terrorismo. Asimismo, encomiamos la valentía de los países que son amigos de Siria y su pueblo.

Ofrecemos nuestras oraciones por la seguridad, la victoria y la liberación de Siria de todo tipo de guerras y terrorismo. También rezamos por la paz en Siria y en todo el mundo, y hacemos un llamamiento para fortalecer los esfuerzos de la reconciliación nacional con el fin de proteger al país y preservar la dignidad de todos los sirios.

14 de abril de 2018

Benedicto XVI cumple 91 años



INFOVATICANA 16 abril, 2018

El cardenal Joseph Ratzinger, Papa Benedicto XVI, nació en Marktl am Inn, diócesis de Passau (Alemania), el 16 de abril de 1927 (Sábado Santo), y fue bautizado ese mismo día. Su padre, comisario de la gendarmería, provenía de una antigua familia de agricultores de la Baja Baviera, de condiciones económicas más bien modestas. Su madre era hija de artesanos de Rimsting, en el lago Chiem, y antes de casarse trabajó de cocinera en varios hoteles.

Pasó su infancia y su adolescencia en Traunstein, una pequeña localidad cerca de la frontera con Austria, a treinta kilómetros de Salzburgo. En ese marco, que él mismo ha definido “mozartiano”, recibió su formación cristiana, humana y cultural.

El período de su juventud no fue fácil. La fe y la educación de su familia lo preparó para afrontar la dura experiencia de aquellos tiempos en los que el régimen nazi mantenía un clima de fuerte hostilidad contra la Iglesia católica. El joven Joseph vio como los nazis golpeaban al párroco antes de la celebración de la Santa Misa.

Precisamente en esa compleja situación, descubrió la belleza y la verdad de la fe en Cristo; para ello fue fundamental la actitud de su familia, que siempre dio un claro testimonio de bondad y esperanza, con una arraigada pertenencia a la Iglesia.

Hasta el mes de septiembre de 1944 estuvo enrolado en los servicios auxiliares antiaéreos.

De 1946 a 1951 estudió filosofía y teología en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising y en la universidad de Munich, en Baviera.

Recibió la ordenación sacerdotal el 29 de junio de 1951.

Un año después, inició su actividad como profesor en la Escuela superior de Freising.

En el año 1953 se doctoró en teología con la tesis: “Pueblo y casa de Dios en la doctrina de la Iglesia en san Agustín”. Cuatro años más tarde, bajo la dirección del conocido profesor de teología fundamental Gottlieb Söhngen, obtuvo la habilitación para la enseñanza con una disertación sobre: “La teología de la historia de san Buenaventura”.

Tras ejercer como profesor de teología dogmática y fundamental en la Escuela superior de filosofía y teología de Freising, prosiguió su actividad docente en Bona, de 1959 a 1963; en Muñiste, de 1963 a 1966; y en Tubinga, de 1966 a 1969. En este último año pasó a ser catedrático de dogmática e historia del dogma en la Universidad de Ratisbona, donde ocupó también el cargo de vicerrector de la Universidad.

De 1962 a 1965 hizo notables aportaciones al Concilio Vaticano II como “experto”; asistió como teólogo consultor del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia.

Su intensa actividad científica lo llevó a desempeñar importantes cargos al servicio de la Conferencia Episcopal Alemana y de la Comisión Teológica Internacional.

En 1972, juntamente con Hans Urs von Balthasar, Henri de Lubac y otros grandes teólogos, fundó la revista de teología “Communio”.

El 25 de marzo de 1977, el Papa Pablo VI lo nombró arzobispo de Munich y Freising. El 28 de mayo recibió la Ordenación episcopal. Fue el primer sacerdote diocesano, después de 80 años, que asumió el gobierno pastoral de la gran archidiócesis bávara. Escogió como lema episcopal: “Colaborador de la verdad” y él mismo lo explicó: “Por un lado, me parecía que expresaba la relación entre mi tarea previa como profesor y mi nueva misión. Aunque de diferentes modos, lo que estaba y seguía estando en juego era seguir la verdad, estar a su servicio. Y, por otro, escogí este lema porque en el mundo de hoy el tema de la verdad es acallado casi totalmente; pues se presenta como algo demasiado grande para el hombre y, sin embargo, si falta la verdad todo se desmorona”.

Pablo VI lo creó cardenal, con el título presbiteral de “Nuestra Señora de la Consolación en el Tiburtino”, en el consistorio del 27 de junio del mismo año.

En 1978, el Cardenal Ratzinger participó en el Cónclave, celebrado del 25 al 26 de agosto, que eligió a Juan Pablo I, el cual lo nombró su Enviado Especial al III Congreso mariológico internacional, que tuvo lugar en Guayaquil (Ecuador), del 16 al 24 de septiembre. En el mes de octubre del mismo año, participó también en el Cónclave que eligió a Juan Pablo II.

Fue Relator en la V Asamblea general ordinaria del Sínodo de los Obispos, de 1980, sobre el tema: “Misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo”, y Presidente delegado de la VI Asamblea general ordinaria, de 1983, sobre “La reconciliación y la penitencia en la misión de la Iglesia”.

Juan Pablo II lo nombró Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, y Presidente de la Pontificia Comisión Bíblica y de la Comisión Teológica Internacional, el 25 de noviembre de 1981. El 15 de febrero de 1982 renunció al gobierno pastoral de la archidiócesis de Munich y Freising. El 5 de abril de 1993, lo elevó al Orden de los Obispos, asignándole la sede suburbicaria de Velletri-Segni.

Fue Presidente de la Comisión para la preparación del Catecismo de la Iglesia católica, que, después de seis años de trabajo (1986-1992), presentó al Papa el nuevo Catecismo.

Juan Pablo II, el 6 de noviembre de 1998, aprobó la elección del cardenal Ratzinger como Vicedecano del Colegio cardenalicio, realizada por los Cardenales del Orden de los Obispos. Y el 30 de noviembre de 2002, aprobó su elección como Decano; con dicho cargo le fue asignada, además, la sede suburbicaria de Ostia.

En 1999 fue Enviado Especial del Papa a las celebraciones con ocasión del XII centenario de la creación de la diócesis de Paderborn, Alemania, que tuvieron lugar el 3 de enero.

Desde el 13 de noviembre de 2000 fue Académico honorario de la Academia Pontificia de las Ciencias.

En la Curia romana, fue miembro del Consejo de la Secretaria de Estado para las Relaciones con los Estados; de las Congregaciones para las Iglesias Orientales, para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, para los Obispos, para la Evangelización de los Pueblos, para la Educación Católica, para el Clero y para las Causas de los Santos; de los Consejos pontificios para la Promoción de la Unidad de los Cristianos y para la Cultura; del Tribunal Supremo de la Signatura Apostólica; y de las Comisiones pontificias para América Latina, “Ecclesia Dei”, para la Interpretación auténtica del Código de Derecho Canónico y para la Revisión del Código de Derecho Canónico Oriental.

Entre sus numerosas publicaciones ocupa un lugar destacado el libro: “Introducción al Cristianismo”, recopilación de lecciones universitarias publicadas en 1968 sobre la profesión de fe apostólica; “Palabra en la Iglesia” (1973), antología de ensayos, predicaciones y reflexiones dedicadas a la pastoral.

Tuvo gran resonancia el discurso que pronunció ante la Academia bávara sobre el tema “¿Por qué sigo aún en la Iglesia?”, en el que, con su habitual claridad, afirmó: “Sólo en la Iglesia es posible ser cristiano y no al margen de la Iglesia”.

Sus publicaciones fueron abundantes a lo largo de los años, constituyendo un punto de referencia para muchas personas, especialmente para los que querían profundizar en el estudio de la teología. En 1985 publicó el libro-entrevista “Informe sobre la fe” y, en 1996 “La sal de la tierra”. Asimismo, con ocasión de su 70° cumpleaños, se publicó el libro: “En la escuela de la verdad”, en el que varios autores ilustran diversos aspectos de su personalidad y de su obra.

Ha recibido numerosos doctorados “honoris causa”: por el College of St. Thomas in St. Paul (Minnesota, Estados Unidos), en 1984; por la Universidad católica de Eichstätt (Alemania) en 1985; por la Universidad católica de Lima (Perú), en 1986; por la Universidad católica de Lublin (Polonia), en 1988; por la Universidad de Navarra (Pamplona, España), en 1998; por la Libre Universidad María Santísima Asunta (LUMSA) (Roma), en 1999; por la Facultad de teología de la Universidad de Wroclaw (Polonia), en 2000.

El 19 de abril de 2005 fue elegido Papa, tomando como nombre Benedicto XVI.

El 11 de febrero de 2013 anunció su renuncia a la sede de Pedro, que se haría efectiva a las 20.00 del 28 de febrero siguiente. Desde entonces vive en el monasterio Mater Ecclesiae, dentro de la Ciudad del Vaticano.

viernes, 13 de abril de 2018

Una santidad caritativa y humilde


 Santiago MARTÍN, sacerdote

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“Gaudete et exsultate”. De nuevo un documento del Papa que empieza hablando de alegría, como señalaba no hace mucho el secretario de Estado, cardenal Parolín. Se ve en él la experiencia de alguien que, como jesuita, ha sido director espiritual muchos años. Una experiencia que también aparecía en los primeros capítulos de la “Amoris Laetitia”, llenos de consejos para los nuevos esposos.

Pero hay mucho más en esta exhortación apostólica. Algunos han querido ver en ella un ataque contra los críticos a su pontificado, sobre todo en el capítulo dedicado a señalar la persistencia de dos antiguas herejías: el gnosticismo y el pelagianismo. Frases como “cuando alguien tiene respuestas a todas las preguntas, demuestra que no está en un sano camino”, “quien lo quiere todo claro y seguro pretende dominar la trascendencia de Dios”, “quiero recordar que en la Iglesia conviven lícitamente distintas maneras de interpretar muchos aspectos de la doctrina y de la vida cristiana que, en su variedad, ayudan a explicitar mejor el riquísimo tesoro de la Palabra. Es verdad que a quienes sueñan con una doctrina monolítica defendida por todos sin matices, esto puede parecerles una imperfecta dispersión”, o “con frecuencia se produce una peligrosa confusión: creer que porque sabemos algo o podemos explicarlo, ya somos santos, perfectos, mejores que la «masa ignorante»”.

De los pelagianos dice: “En el fondo solo confían en sus propias fuerzas y se sienten superiores a otros por cumplir determinadas normas o por ser inquebrantablemente fieles a cierto estilo católico”.

Los “nuevos pelagianos” se manifiestan en “la obsesión por la ley, la fascinación por mostrar conquistas sociales y políticas, la ostentación en el cuidado de la liturgia, de la doctrina y del prestigio de la Iglesia, la vanagloria ligada a la gestión de asuntos prácticos”.

¿Está atacando el Papa, como ya han dicho algunos comentaristas, a los que le llaman hereje o le acusan de estar sembrando deliberadamente confusión en lugar de poner claridad? ¿Mientras ellos le acusan de una cosa, él los acusa de otra?

Es imposible conocer las intenciones del Santo Padre, más allá de lo que se ve. Por eso es importante centrarse en las enseñanzas del Pontífice y no caer en elucubraciones. Él cumple con su deber señalando errores y peligros. Lo que hay que hacer es un examen de conciencia para detectar si se está cayendo en alguno de ellos y, si es así, si se está pecado de soberbia, porque se considera uno superior a los demás debido a que tiene más conocimientos o más vida piadosa, hay que volver a la senda de la humildad que han transitado todos los santos. 
A veces, ciertamente, se percibe en algunos miembros de grupos y movimientos, ese aire de superioridad que huele al azufre del demonio, pero no sólo entre los que defienden la ortodoxia, sino también entre aquellos que se sienten superiores porque, supuestamente, han hecho una opción por los pobres, opción que con frecuencia es más teórica que real.

El Papa está proponiendo un modelo de santidad que, sin despreciar la oración, pone el acento en la caridad hacia los necesitados, incluidos los emigrantes. Dice que está bien defender la vida del no nacido, pero que también hay que defender el derecho del que ya ha nacido a llevar una vida digna. No puedo estar más de acuerdo. Es muy importante acoger esa llamada de Dios que nos llega a través del Pontífice. Y, sobre todo, confiar en la misericordia divina y seguir adelante haciendo, como aconsejaba San Agustín, todo lo que se pueda y pidiendo lo que no se pueda.

jueves, 12 de abril de 2018

Las citas inexactas de Gaudete et exsultate



INFOVATICANA 12 abril, 2018

Buenaventura, Tomás, Agustín y el Catecismo: algunos pasajes clave de la Exhortación apostólica sobre la santidad incluyen citas parciales que distorsionan el significado de los autores.

Como ya sucedió con Santo Tomás en Amoris Laetitia, también en la Exhortación apostólica Gaudete et Exsultate (GE), presentada el lunes, hay, por desgracia, algunas citas “creativas” para sostener afirmaciones y tesis que, de otra manera, no tendrían conexión con la tradición.

Empecemos con el número 49, donde incluso tenemos que señalar un triplete. Estamos en la parte de la Exhortación dedicada a los pelagianos, ésa en la que el Papa pega con más ganas sobre las que considera las amenazas más graves para la Iglesia. El Papa la toma con quienes «dirigen a los débiles diciéndoles que todo se puede con la gracia de Dios» (n. 49), pero «en el fondo suelen transmitir la idea de que todo se puede con la voluntad humana» (n. 49). De este modo «se pretende ignorar que “no todos pueden todo” (47)». Este reenvío a la nota 47 indica la referencia a la obra de San Buenaventura Las seis alas del serafín, y al hecho que dicha cita debe entenderse en la línea del Catecismo de la Iglesia Católica (CIC), número 1735 (dedicado a la imputabilidad de una acción). 
Inmediatamente después se cita a Santo Tomás para sostener que «en esta vida las fragilidades humanas no son sanadas completa y definitivamente por la gracia» (n. 49) y, por último, a San Agustín, para relanzar la tesis del bien posible, ampliamente sostenida en Amoris Laetitia (AL), y que el libro de don Aristide Fumagalli sobre la teología moral del Papa Francisco (de la famosa colección torpemente patrocinada por Viganò) muestra ser funcional a la posibilidad de absolver y admitir a la comunión a quien sigue viviendo more uxorio (para un análisis del libro de Fumagalli reenviamos a un próximo artículo).

Es evidente que la presencia de la gracia, como dice Santo Tomás, «no vuelve a sanar al hombre totalmente» (I-II, q. 109, a. 9, ad. 1); pero aquí Tomás está explicando que la ayuda de la gracia actual («ser movido por Dios a actuar bien») es necesaria para quien ya tiene la costumbre de la gracia santificante, porque en el hombre la carne sigue siendo débil. Pero que la gracia no vuelva a sanar al hombre totalmente no significa en absoluto que el hombre pueda encontrarse en situaciones en las que, con la ayuda de la gracia, le sea imposible observar los mandamientos de Dios. Que es exactamente la línea interpretativa de AL que “autoriza” –naturalmente, en algunos casos– actos propiamente conyugales entre un hombre y una mujer que no son cónyuges.

Que el texto de GE juega con la ambigüedad es algo que resulta bastante evidente por las citas omitidas o truncadas. Véase la cita de la obra de San Buenaventura, escrita para exponer las virtudes de un superior religioso. La frase citada es la siguiente: «No todos pueden todo», expresión tomada del Libro de la Sabiduría y presentada por San Buenaventura para recordar a los superiores que no deben exasperar con sus reproches a quienes están en dificultad: «Sopórtense sus aversiones y sus fragilidades con ánimo paciente». Esta recomendación debe ser comprendida no a la luz del número del Catecismo, que trata de la imputabilidad de una acción (lo que no tiene nada que ver con el contexto del escrito del santo franciscano, pero que en cambio es revelador de dónde se quiere ir a parar), sino a cuanto se afirma en el capítulo anterior (II, 9), a saber: que «ante todo se impidan y condenen las transgresiones de los mandamientos de Dios; a continuación, las transgresiones de los preceptos inviolables de la Iglesia, etc.». Pero de esto no hay rastro en la Exhortación.

A San Agustín le toca una suerte peor. El texto extraído de La naturaleza y la gracia es citado de este modo en el n. 49 de GE: «Dios te invita a hacer lo que puedas y a pedir lo que no puedas». Punto y final. Sin embargo, el texto íntegro es el siguiente: «No manda, pues, Dios cosas imposibles; pero al imponer un precepto te amonesta que hagas lo que está a tu alcance y pidas lo que no puedes. Veamos, pues, por qué puede o no puede… Yo digo: Ciertamente, no es fruto de la voluntad la justicia del hombre si ella procede de su condición natural, más con la medicina de la gracia podrá conseguir lo que no puede por causa del vicio».

En el texto íntegro está claro que es precisamente la gracia la que hace posible lo que la naturaleza no consigue hacer. ¿Y qué es lo que ordena Dios al hombre que pida, para que obtenga lo que no puede? Lo explica el Concilio de Trento, que cita precisamente esta afirmación de Agustín: «Nadie, empero, por más que esté justificado, debe considerarse libre de la observancia de los mandamientos… Porque Dios no manda cosas imposibles, sino que al mandar avisa que hagas lo que puedas y pidas lo que no puedas y ayuda para que puedas… Porque los que son hijos de Dios aman a Cristo y los que le aman… guardan sus palabras; cosa que, con el auxilio divino, pueden ciertamente hacer» (DH 1536).

Dios, por lo tanto, ayuda para que se pueda lo que humanamente no se puede; los mandamientos no son imposibles de observar. De esto no hay rastro en GE, que se preocupa de dar pescozones a los nuevos pelagianos, que son reprendidos por confiar poco en la gracia, en lugar de animar a confiar en ella. Ciertamente, pensar que se puede observar la ley sin la gracia es una actitud típicamente farisaica, como recordaba Veritatis Splendor (VS), n. 104. Pero la solución no es reprender a quienes sostienen que con la gracia es posible observar los mandamientos de Dios, también en situaciones que parecen imposibles. Es igualmente farisaica otra actitud más actual que nunca, recordada en el n. 105 de VS: «Se pide a todos gran vigilancia para no dejarse contagiar por la actitud farisaica, que pretende eliminar la conciencia del propio límite y del propio pecado, y que hoy se manifiesta particularmente con el intento de adaptar la norma moral a las propias capacidades y a los propios intereses, e incluso con el rechazo del concepto mismo de norma». Por ejemplo, como cuando se disuelve la norma en cada caso individual.

La actitud cristiana consiste en un impulso superior que reconoce, al mismo tiempo, la propia miseria, la exigencia de la santidad de Dios y su misericordia, que hace posible para el hombre lo que con sus solas fuerzas es imposible: «Aceptar la desproporción entre ley y capacidad humana, o sea, la capacidad de las solas fuerzas morales del hombre dejado a sí mismo, suscita el deseo de la gracia y predispone a recibirla» (VS, n. 105).
No menos grave es también el caso del número 80 de GE, que inaugura el comentario a la bienaventuranza evangélica de los misericordiosos: «Mateo lo resume en una regla de oro: “Todo lo que queráis que haga la gente con vosotros, hacedlo vosotros con ella” (7, 12). El Catecismo nos recuerda que esta ley se debe aplicar “en todos los casos” (71), de manera especial cuando alguien “se ve a veces enfrentado con situaciones que hacen el juicio moral menos seguro, y la decisión difícil” (72)».

La ley de la misericordia debe ser, por lo tanto, aplicada en todos los casos, sobre todo en las situaciones difíciles. Los artículos del Catecismo aquí citados (notas 71 y 72) no dicen precisamente esto. El n. 1787 no sólo recuerda que la conciencia a veces puede encontrarse en situaciones difíciles de discernir moralmente, sino también que en estos casos la persona «debe buscar siempre lo que es justo y bueno y discernir la voluntad de Dios expresada en la ley divina». Por este motivo, el número sucesivo enseña que «algunas normas valen en todos los casos», como se refiere en GE, pero antes de la regla de oro se afirma que «nunca está permitido hacer el mal para obtener un bien». Curiosamente, de la Exhortación sobre la santidad desaparecen la referencia a la ley divina y al hecho que el mal no puede hacerse nunca.

Pero la distorsión más grave la encontramos en el número 106: «No puedo dejar de recordar aquella pregunta que se hacía Santo Tomás de Aquino cuando se planteaba cuáles son nuestras acciones más grandes, cuáles son las obras externas que mejor manifiestan nuestro amor a Dios. Él respondió sin dudar que son las obras de misericordia con el prójimo, más que los actos de culto». Y se cita el texto de la II-II, q. 30, a. 4, ad 2: «No adoramos a Dios con sacrificios y ofrendas exteriores en su beneficio, sino por beneficio nuestro y del prójimo. Él no necesita nuestros sacrificios, pero quiere que se los ofrezcamos por nuestra devoción y para la utilidad del prójimo. Por eso, la misericordia, que socorre los defectos ajenos, es el sacrificio que más le agrada, ya que causa más de cerca la utilidad del prójimo».

En verdad, Santo Tomás se preguntaba «si la misericordia es la más grande de las virtudes» y concluye que… ¡«la misericordia no es la más grande de las virtudes»! Porque, explica Tomás, «en el hombre, que tiene como superior a Dios, la caridad que une a Dios es superior a la misericordia, que suple las deficiencias del prójimo». La misericordia es la más grande «de todas las virtudes que atañen al prójimo», pero no en absoluto. La más grande es la caridad, como se ha visto, porque nos une a Dios. Y el amor de Dios se cumple en la observancia de su palabra (cfr. Jn 14, 23) y es la verificación del amor a los hermanos. A menudo se recuerda, justamente, el hecho que el amor del prójimo realiza el amor de Dios y es, por lo tanto, compendio de la ley, pero nos olvidamos que el amor a Dios es condición y prueba de nuestro amor al prójimo, como recuerda San Juan: «En esto conocemos que amamos a los hijos de Dios: si amamos a Dios y cumplimos sus mandamientos. Pues en esto consiste el amor de Dios: en que guardamos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados» (1 Jn 5, 2-3).

Después, Tomás explica que la tan olvidada virtud de religión «es superior a todas las otras virtudes morales» (II-II q. 81, a. 6), siempre en relación a Dios y está vinculada, de manera especial, precisamente a la caridad. De hecho, «la religión se acerca a Dios más estrechamente que las otras virtudes morales, puesto que cumple actos que, de manera directa e inmediata, son ordenados al amor de Dios». Entre estos actos, como explica el Catecismo (2095 y siguientes), se incluyen la adoración, la oración, el sacrificio, las promesas y los votos.

Es extraño que esto no sea citado en una exhortación acerca de la santidad, visto que Santo Tomás explica que «religión y santidad son la misma cosa» (II-II, q. 81, a 8, s.c), porque en ambos casos «es la aplicación que el hombre hace de su mente y de sus actos a Dios»; en el caso de la religión, principalmente por «los actos que se refieren al servicio de Dios», mientras que para la santidad «también por todos los actos de las otras virtudes que el hombre refiere a Dios» entre los cuales, ciertamente las obras de misericordia.

Este orden de cosas no se encuentra en GE, que hace afirmaciones unilaterales como la del número 107: «Quien de verdad quiera dar gloria a Dios con su vida, quien realmente anhele santificarse para que su existencia glorifique al Santo, está llamado a obsesionarse, desgastarse y cansarse intentando vivir las obras de misericordia». O, aún peor, la del número 26: «No es sano amar el silencio y rehuir el encuentro con el otro, desear el descanso y rechazar la actividad, buscar la oración y menospreciar el servicio. 
Todo puede ser aceptado e integrado como parte de la propia existencia en este mundo, y se incorpora en el camino de santificación. Somos llamados a vivir la contemplación también en medio de la acción, y nos santificamos en el ejercicio responsable y generoso de la propia misión».

(Publicado originalmente en La Nuova Bussola. Traducción de Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)