martes, 31 de octubre de 2017

Acción incomprensible


El Vaticano publicará un sello con los herejes Lutero y Melanchton al pie de la Cruz

(InfoCatólica), 31-10-17

El sello postal de 1 euro emitido por la Oficina Filatélica de la Santa Sede muestra en primer plano a Jesús Crucificado, y en el fondo «una vista dorada e intemporal de la ciudad de Wittenberg», según la descripción del Vaticano.

Y añade:

«Con una disposición penitencial, arrodillándose respectivamente a la izquierda y derecha de la cruz, Martín Lutero tiene la Biblia, fuente y destino de su doctrina, mientras que Felipe Melanchthon, teólogo y amigo de Martín Lutero, y uno de los principales protagonistas de la reforma, sostiene en la mano la Confesión de Augsburgo (Confessio Augustana), la primera presentación pública oficial de los principios del protestantismo escritos por él».

Ceremonia para venerar a la Virgen y a Buda (sic)



El templo budista de Zu Lai en Sao Paulo (Brasi), acogió una ceremonia inter-religiosa en la que una imagen de la Virgen de Aparecida fue situada a los pies de un Buda.

Infocatolica, 31-10-17

El cardenal y arzobispo de San Pablo, S.E.R Odilo Scherer, junto con Mons. Mons. João Bosco Barbosa, obispo de Osasco y presidente de la Comisión Nacional Vida y Familia de la CNBB, el redentorista rector del Santuario Nacional de Aparecida, P. João Batista de Almeida, y una decena de sacerdotes, participaron en una ceremonia en la que rezaron junto a budistas y se honraron ambas imágenes.

El texto del cartel que anunciaba el acto decía:

«El encuentro entre la Patrona de Brasil y el fundador del Budismo, Buda Shakyamuni, es un acto para fomentar el respeto y la tolerancia enter las personas religiosas. Será un momento de mucha fe, en el que recibiremos sus bendiciones de felicidad y paz a todos los seres". [...] Venga a reverenciarlos y comparta con nosotros ese momento de unión, fortaleciendo nuestro compromiso con la fe y con la paz»

Sin embargo, la Escritura enseña:

¿Qué concordia puede haber entre Cristo y Beliar?, ¿qué pueden compartir el fiel y el infiel?, ¿qué acuerdo puede haber entre el templo de Dios y los ídolos?

2ª Cor 6,15-16b

domingo, 29 de octubre de 2017

Delicada situación en el Vaticano


La bofetada de Francisco al cardenal Sarah

Sandro MAGISTER, periodista

catolicos-on-line, 28-10-17

La carta con la que en los días pasados Francisco ha rebatido y humillado al cardenal Robert Sarah, prefecto de la congregación para el culto divino, es la enésima prueba de cómo este Papa ejerce su magisterio.

Cuando Francisco quiere introducir novedades, no lo hace nunca con palabras claras e inteligibles. Prefiere crear discusiones, poner en marcha «procesos» en los que se afirman poco a poco las novedades.

El ejemplo más lampante es "Amoris laetitia", de la que se dan interpretaciones y aplicaciones contrastantes, con enteros episcopados alineados en uno u otro frente.

Y cuando se le pide que aclare, se niega. Como en el caso de los cinco "dubia" que le presentaron cuatro cardenales, a los que no se dignó dar respuesta.

Pero cuando un cardenal como Sarah, autorizado por cargo y competencia, interviene acerca de un motu proprio papal que concierne a a la liturgia para dar la única interpretación que considera correcta y que, por lo tanto, es la única que debe llevar a cabo la congregación de la que es prefecto, Francisco no calla, sino que reacciona con dureza, en defensa de esos pasajes del motu proprio –efectivamente, nada claros– que contienen las liberalizaciones que él tanto ama.

Es precisamente lo que ha sucedido en los días pasados.

Recapitulemos. El 9 de septiembre Francisco publica el motu proprio "Magnum principium" que concierne a las adaptaciones y las traducciones en lengua vernácula de los textos litúrgicos de la Iglesia latina.

Al definir el papel de la congregación para el culto divino en lo que atañe a las adaptaciones y las traducciones de los textos litúrgicos predispuestos por las conferencias episcopales nacionales y sometidos a la aprobación de la Santa Sede, el motu proprio distingue entre "recognitio" y "confirmatio", entre revisión y confirmación.

Pero dicha distinción no está explicada con claridad. Y, de hecho, rápidamente se han delineado dos frentes entre los expertos.

Hay quien considera que la "recognitio", es decir, la revisión previa por parte de Roma, concierne sólo a las adaptaciones, mientras que respecto a las traducciones la Santa Sede debe meramente dar una "confirmatio", es decir, su beneplácito.

Y hay quien considera que también en lo que atañe a las traducciones Roma debe realizar una cuidadosa revisión antes de aprobarlas.

Efectivamente, es lo que sucedía anteriormente y es por este motivo por lo que varias traducciones nuevas de los misales han tenido una vida laboriosa –como las de los Estados Unidos, Gran  Bretaña e Irlanda– o están todavía pendientes de ser aprobadas por Roma, como son las de Francia, Italia y Alemania.

En particular, la nueva traducción del misal en alemán había sido criticado por el propio Benedicto XVI quien, en 2012, escribió una carta a los obispos, connacionales suyos, para convencerles que tradujeran con más fidelidad las palabras de Jesús en la última cena, en el momento de la consagración:

> Diario Vaticano / ¿"Por muchos" o "por todos"? La respuesta justa es la primera

Volviendo al motu proprio "Magnum principium", es importante advertir que ha sido redactado sin que el cardenal Sarah, prefecto de un dicasterio cuyos mandos intermedios hace tiempo que le son hostiles, tuviera conocimiento de ello.

El 30 de septiembre Sarah escribió al Papa Francisco una carta de agradecimiento acompañada por un detallado "Commentaire" cuyo fin era una correcta interpretación y aplicación del motu proprio, más bien restrictivo respecto a sus polivalentes formulaciones.

Según Sarah, "recognitio" y "confirmatio" son, de hecho, "sinónimos" o, de todas formas, «intercambiables a nivel de responsabilidad de la Santa Sede", cuya obligación de revisar las traducciones antes de aprobarlas sigue vigente.

Unos doce días más tarde, el "Commentaire" del cardenal apareció publicado en varios sitios web, lo que hizo pensar –dado el cargo del autor del "Commentaire"– que en Roma la congregación para el culto divino había actuado según sus indicaciones.

Esto irritó mucho al Papa Francisco que, el 15 de octubre, firmó una dura carta con la que desmentía al cardenal Sarah.

Una carta en la que el Papa asigna a las conferencias episcopales la libertad y la autoridad de decidir las traducciones, a la espera de recibir sólo la "confirmatio" final de la congregación vaticana.

Y en cualquier caso –escribe el Papa– sin ningún "espíritu de 'imposición' a las conferencias episcopales de una determinada traducción realizada por el dicasterio" romano, también para los textos litúrgicos "relevantes" como las "fórmulas sacramentales, el Credo, el Pater noster".

La conclusión de la carta del Papa al cardenal es desabrida:

"Constatando que la nota 'Commentaire' ha sido publicada en algunos sitios web y erróneamente atribuida a su persona, Le pido amablemente que divulgue esta respuesta mía en los mismos sitios web, y que también la envíe a todas las Conferencias Episcopales, como a los miembros y consultores de este dicasterio".

Hay un abismo entre esta carta de Francisco y las cálidas palabras de estima expresadas por escrito al cardenal Sarah, hace unos meses, por el "Papa emérito" Benedicto XVI, que declaraba que estaba seguro que con Sarah "la liturgia está en buenas manos" y, por lo tanto, "debemos estar agradecidos al Papa Francisco por haber puesto a dicho maestro del espíritu como cabeza de la congregación responsable de la celebración de la liturgia en la Iglesia".

Es inútil decir que el motivo del choque entre Francisco y el cardenal Sarah no es marginal, sino que toca los fundamentos de la vida de la Iglesia según el antiguo lema: "Lex orandi, lex credendi".

Porque el "proceso" que Francisco quiere poner en marcha es, efectivamente, también el de cambiar – a través de la descentralización para que las Iglesias nacionales se ocupen de las traducciones y adaptaciones litúrgicas –, el orden total de la Iglesia católica, trasformándola en una federación de Iglesias nacionales dotadas de amplia autonomía, "incluyendo también alguna auténtica autoridad doctrinal".

Palabras, éstas, de "Evangelii gaudium", el texto programático del pontificado de Francisco.

Palabras que sonaron enigmáticas cuando se publicaron en 2013. Hoy ya lo son menos.

jueves, 26 de octubre de 2017

La Argentina cuenta con 2 santos, 9 beatos y 47 candidatos a los altares


Aica,  26 Oct 2017

El miércoles 1° de noviembre, solemnidad de Todos los Santos, se celebra la “Jornada Nacional de Oración por la Santificación del Pueblo Argentino y la Glorificación de sus Siervos de Dios”, con el propósito de rogar por la pronta glorificación de aquellos a los que se les abrieron causas de canonización.

A pocos días de la celebración, la Delegación de la Conferencia Episcopal Argentina para las Causas de los Santos, que preside monseñor José María Arancibia, arzobispo emérito de Mendoza, hizo público el elenco, actualizado al mes de octubre de 2017, de las Causas de beatificación y canonización, elaborado en el Encuentro de Postuladores y otros responsables de las Causas realizado el pasado 27 de septiembre.

El elenco, que se publica a continuación, contiene 2 santos (Brochero y Valdivieso Sáez), 9 beatos (la madre Cabanillas, Ludovica de Angelis, Mama Antula, el padre Martos Muñoz, Nazaria March, Ceferino Namuncurá, Crescencia Pérez, Laura Vicuña y Artémides Zatti), 5 venerables, 42 siervos de Dios y 14 causas en preparación.



Santos (2)

1. José Gabriel del Rosario Brochero, sacerdote.
2. Héctor Valdivielso Sáez, religioso lasallano, mártir.

Beatos y beatas (9)

3. María del Tránsito Cabanillas, religiosa.
4. María Ludovica de Angelis, religiosa.
5. María Antonia de Paz y Figueroa, virgen fundadora.
6. Gregorio Martos Muñoz, sacerdote, mártir.
7. Nazaria Ignacia March Mesa, religiosa.
8. Ceferino Namuncurá, laico.
9. María Crescencia Pérez, religiosa.
10. Laura Vicuña, laica.
11. Artémides Zatti, laico profeso.

Venerables (5)

12. María Benita Arias, religiosa.
13. Mamerto Esquiú, obispo.
14. Leonor de San Luis López de Maturana, religiosa.
15. Catalina de María Rodríguez, religiosa. (será beatificada el 25 de noviembre).
16. Camila de San José Rolón, religiosa.

Siervos y siervas de Dios (42)

17. Enrique Ángel Angelelli, obispo.
18. José Jorge Bunader, laico.
19. José Canovai, sacerdote.
20. María Antonia Cerini, religiosa.
21. Sofronia Serafina Erdely, religiosa.
22. Luis María Etcheverry Boneo, sacerdote.
23. Isabel del Monte Carmelo Fernández, religiosa.
24. María San Agustín de Jesús Fernández, religiosa.
25. José Marcos Figueroa, religioso jesuita.
26. Jorge Gottau, obispo (redentorista).
27. Federico Grote, sacerdote redentorista.
28. María de las Mercedes del Niño Jesús Guerra, religiosa
29. Diego Gutiérrez Pedraza, obispo (agustino)
30. María Eufrasia Iaconis, religiosa.
31. Mauricio Jiménez, sacerdote jesuita.
32. Alfonso Lambe, laico.
33. Antonio de Jesús Lobo, sacerdote franciscano.
34. Gabriel José Rogelio Longueville, sacerdote.
35. Salustiano Miguélez Romero, sacerdote agustino.
36. Carlos de Dios Murias, sacerdote franciscano.
37. Jorge Novak, obispo (verbita)
38. Leonor de Santa María Ocampo, monja dominica.
39. Pura Rosa María del Carmen Olmos, religiosa.
40. Pedro Ortiz de Zárate, sacerdote.
41. José Américo Orzali, obispo.
42. María Mercedes del Carmen Pacheco, religiosa.
43. María Lourdes Para Scaglia, religiosa.
44. Wenceslao Pedernera, laico.
45. Martha María Sara Pereyra Iraola, religiosa.
46. Manuel Pascual Perrín, laico.
47. María Cecilia Perrín de Buide, laica.
48. Eduardo Francisco Pironio, cardenal.
49. Pascual Pirozzi, sacerdote misionero sagrados corazones.
50. Victorina Rivara de Perazzo, laica.
51. Tarcisio Rubín, sacerdote scalabriniano.
52. Antonio Sagrera Gayá, sacerdote teatino.
53. Enrique Ernesto Shaw, laico.
54. Antonio Solari, laico.
55. Juan Antonio Solinas, sacerdote jesuita.
56. José León Torres, sacerdote mercedario.
57. José Zilli, sacerdote franciscano.
58. Isidoro Zorzano, laico del Opus Dei.

Causas en preparación (14)

59. Salvador Barbeito Doval, seminarista palotino.
60. Emilio José Barletti, seminarista palotino.
61. Pedro Eduardo Dufau, sacerdote palotino.
62. El Negro Manuel, laico.
63. Victorino Fiz Galende, sacerdote.
64. Alfredo José Kelly, sacerdote palotino.
65. Alfredo Leaden, sacerdote palotino.
66. José Mario Pantaleo, sacerdote.
67. Pedro Richards, sacerdote pasionista.
68. Jorge María Salvaire, sacerdote vicentino.
69. Clara María Segura, laica.
70. María de Luján Sierra, religiosa.
71. Reginaldo Toro, obispo (dominico).

72. José Aníbal Verdaguer, obispo.+ 

lunes, 23 de octubre de 2017

Dios, el César y la amistad social


Reflexión de monseñor Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco, publicado el 23 de octubre de 2017

Aica

Pasaron las elecciones legislativas. Aquí van algunas reflexiones pastorales.

Las elecciones son un hecho político. Y, como toda actividad humana que involucra la libertad, la política tiene una dimensión ética que es a la que apunta el mensaje de la Iglesia. Eso es la doctrina social: teología moral que trata de iluminar con el Evangelio la compleja y cambiante realidad social. Desde esta perspectiva ofrezco estas reflexiones.

* * *

Ayer domingo, al iniciar la Eucaristía en la catedral, invitaba a la asamblea a rezar por nuestro país que se aprestaba a vivir una intensa jornada ciudadana de elecciones. Los invité a pedir para nosotros, la amistad social.

¿Qué es la amistad social?

Comprendo que, para algunos oídos prácticos y realistas, sugerir que sociedades tan complejas, plurales y apasionadas como la argentina cultiven esta forma de amistad, puedan tomar esta apelación, no digo con sorna, pero sí, al menos, con escepticismo.

Tal vez nos ayude precisar: la amistad no es lo mismo que mero compañerismo, mucho menos se identifica con el ser compinches. Es otra cosa.

La enseñanza social de la Iglesia toma este concepto de su tradición teológica que, a su vez, lo hace de la filosofía griega. Aristóteles –cito de memoria– en su Ética a Nicómaco reflexiona sobre ello.

La amistad es una forma de relación humana que tiene tres rasgos distintivos: igualdad, reciprocidad y benevolencia.

Igualdad: los amigos son siempre distintos en muchos aspectos, pero algún terreno común debe permitirles el encuentro que hace posible la amistad. Eso quiere indicar este primer rasgo.

Reciprocidad: los amigos se tienen que reconocer como tales mutuamente. Aquí no vale el “amigo invisible”. Nos tenemos que saber amigos, siendo conscientes de ello, al menos en algún grado.

Benevolencia: este es el rasgo fundamental. Quiere decir literalmente: querer el bien del otro. El bien real, lo que es verdaderamente bueno para el otro. Aquí, la amistas supera otras formas de amor humano, sobre todo, el amor interesado, el amor a sí mismo. En la amistad, el centro de atención es el otro y no el propio yo. Por eso, cuando Santo Tomás de Aquino relee a Aristóteles, encuentra en la benevolencia de la amistad el rasgo que distingue a la virtud de la caridad que Dios infunde en el alma de los bautizados. Es más: Dios nos ama con amor de benevolencia, es decir: quiere nuestro bien porque Él es el Sumo Bien.

* * *

La amistad social, como forma de convivencia entre los ciudadanos de una misma sociedad, supone que, en las relaciones sociales se den estos tres rasgos. Obviamente, con sus acentos particulares. No tienen el mismo grado de intensidad afectiva las amistades que enriquecen nuestra vida personal, que los vínculos sociales. Pero, algo de amistad tiene que haber entre los ciudadanos, a menos que consideremos que la ley fundamental de la vida social es el conflicto, la lucha de “nosotros” contra “ellos”, etc.

En la convivencia ciudadana tiene que darse algún grado de igualdad. Este es un valor hoy muy apreciado. Tan distintos, pero iguales ante la ley y, sobre todo, iguales en la dignidad humana. Pero también significa que, a pesar de todas las diferencias, es posible construir un “nosotros” pues compartimos un terreno común más amplio del que pensamos: desde el territorio, la lengua, la historia hasta valores humanos y ciudadanos profundos. Pensemos, si no, en el gran consenso argentino de 1983 en el “Nunca más” y los derechos humanos.

También, la vida social supone que, reconociendo nuestras diferencias (algunas verdaderamente irreconciliables), también nos reconozcamos como semejantes que caminan juntos, y que no podemos desinteresarnos los unos de los otros. Hay una profunda interdependencia entre las personas que componen una sociedad. La “grieta” es también un agujero negro que nos chupa a todos hacia el abismo. Esta es la versión en negativo de ese otro dato tremendamente positivo: compartimos un camino y es necesario que nos miremos a la cara y, al menos por unos instantes tan fugaces como queramos, nos reconozcamos como tales. Como en aquella Navidad de la Gran Guerra, cuando alemanes y británicos hicieron una pausa en la carnicería, cantaron “Noche de Paz” y jugaron un partido de futbol.

Y, por último, la benevolencia como querer el bien de todos. O, como también lo enseña la doctrina social de la Iglesia, el “bien común” que es la suma de condiciones que hace posible que todos los ciudadanos alcancen su pleno desarrollo humano como persona en familia y en comunión con los demás.

Aquí vale la pena otra reflexión: tanto Aristóteles como Santo Tomás son concordes en afirmar que la amistad supone siempre que los amigos sean virtuosos. ¿Qué quiere decir esto? La virtud es el hábito que se ha arraigado en el alma y la voluntad del hombre que se ha habituado a hacer el bien, en cualquiera de sus formas (justicia, laboriosidad, generosidad, honestidad, etc.). Porque se trata de querer el bien del otro. Eso supone que, en muchas ocasiones, tengamos que superar el peso del egoísmo, del interés individual o grupal y resolvernos, tal vez contra nosotros mismos y nuestra satisfacción inmediata, por el bien de todos. Hacer el bien, especialmente buscar el bien común, supone muchas veces un trabajo arduo, paciente, perseverante y sacrificado.

Aquí releo el evangelio de ayer: ¿qué significa dar a Dios lo que es de Dios? A Dios hay que darle todo: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con todo tu espíritu, con todas tus fuerzas. Es el primer mandamiento de la ley. Y, a diferencia de los ídolos (los Césares de diversos pelajes), el Dios verdadero muestra que es tal, dándole libertad a quien le entrega todo. Así se puede reconocer que una experiencia religiosa es genuina, al menos la experiencia cristiana: el encuentro con Dios me humaniza, me hace libre, me libera del egoísmo, de la violencia, de la intolerancia, del prejuicio. Me da libertad para construir el bien en todas sus formas. Ahora sí: para darle al César –a cada César– lo que le corresponde.

La gran pregunta ética que viven las sociedades, sobre todo las que han elegido el camino de la democracia para buscar y edificar el bien común, es con qué fuerza cuentan los ciudadanos para esa tarea ética nunca acabada y que, de alguna manera, cada generación debe reemprender con nuevo vigor.

Los cristianos apelamos al Evangelio: siguiendo a Jesús, nos abrimos a la fuerza del Espíritu Santo que infunde en nuestros corazones el mismo amor de benevolencia de nuestro Dios. En el encuentro con Cristo, el discípulo recibe esa fuerza que viene de lo alto para crecer como ciudadano virtuoso e interesado, no solo en sí mismo y en su grupo, sino en el bien de todos, especialmente de los más vulnerables y olvidados.

Pero también, con una exquisita sensibilidad hacia quien no es del propio palo, no piensa como yo, o no mira la vida desde mi misma posición.

Las múltiples grietas que tenemos los argentinos como sociedad –es mi opinión– nos están invitando a cultivar con pasión virtudes preciosas pero arduas. Necesitamos mucha energía espiritual para la edificación del bien común. A sabiendas incluso que de mucho de lo que hagamos no veremos los frutos, sino que los disfrutaran otros, más adelante.

* * *

Anoche, cuando ya sabíamos el resultado de las elecciones y se anunció que iba a hablar el presidente Macri pensé –y así lo tuitié– que me hubiera gustado que, al menos por esta vez, no se pusiera la camiseta de su partido triunfante, sino que dirigiera un mensaje a todos los argentinos, los que votaron su partido y los que no lo hicieron. Es decir: un acto menos partidario y más superador, porque la investidura presidencial tiene eso: pone a quien ha recibido las insignias del poder (la banda y el bastón) “super partes”.

Es solo una opinión. Tampoco critico lo que se hizo como si se tratara de la violación de un dogma o un delito contra no sé qué. Creo que tenemos que acostumbrarnos a hablar con libertad, a sabiendas que la inmensa mayoría de temas sobres los que discutimos es altamente opinable y nadie tiene la verdad absoluta.

Solo pienso que la jornada democrática que hicimos entre todos –ganadores y perdedores, si queremos hablar así– era una buena ocasión para un gesto parecido. Pienso que necesitamos más mensajes de este calibre. A eso apunta la amistad social.


Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco

martes, 17 de octubre de 2017

SÍNODO DE LA AMAZONÍA

 ¿Principio del fin del celibato obligatorio?

Carlos Esteban
Infovaticana, 16 octubre, 2017

El Papa Francisco ha anunciado la convocatoria de un ‘sínodo panamazónico’. Una iniciativa que promete desencadenar ríos de tinta en los próximos años.

En su alocución durante el Ángelus en San Pedro este lunes, el Papa Francisco ha anunciado la convocatoria de un ‘sínodo panamazónico’ que, probablemente, no haya despertado excesiva curiosidad entre quienes esperan de Su Santidad si no pronunciamientos revolucionarios o nuevos ‘desarrollos de doctrina’ que den jugosos titulares.
Creo, sin embargo, que se equivocan, y que la iniciativa anunciada promete desencadenar ríos de tinta en los próximos años.
Declara el Papa: “Recogiendo el deseo de algunas Conferencias Episcopales de Américan Latina, así como la voz de diversos pastores y fieles de otras partes del mundo, he decidido convocar una Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica , que tendrá lugar en Roma en el mes de octubre de 2019. El objeto principal de esta convocatoria es concretar nuevas vías para la evangelización de aquella porción del Pueblo de Dios, especialmente de los indígenas, a menudo olvidados y sin la perspectiva de un futuro tranquilo, también como consecuencia de la crisis de la selva amazónica, pulmón de capital importancia para nuestro planeta”.
Bien. Demos de lado lo que no es más que una frase hecha sin demasiada relevancia: la selva amazónica es sin duda un enorme ecosistema natural que vale la pena conservar, pero no es ‘pulmón del planeta’, más bien al contrario: La respiración y la putrefacción hacen que las selvas tropicales maduras no produzcan un solo gramo neto de oxígeno. Pero esto es absolutamente baladí en este contexto.
Lo importante, si se me permite la redundancia, es la importancia que se da a esta reunión de obispos. La Amazonía es una región que abarca nueve países pero con una densidad de población muy baja. Y si la evangelización de los indígenas parece siempre un objetivo laudable, difícilmente puede ser considerado prioritario en una zona, Latinoamérica, que ha sido desde hace décadas el principal bastión demográfico del catolicismo pero que en los últimos años ha venido sufriendo una alarmante sangría de fieles, en buena medida a favor de las sectas pentecostales protestantes.
Y aunque esta preocupante tendencia se mantiene desde hace decenios, la elección de un Papa latinoamericano no ha hecho nada para desacelerarla: se calcula que en Brasil, el país con más católicos del mundo, 9 millones han dejado de serlo desde 2014, un año después de la elevación al pontificado de Francisco, hasta hoy, y el porcentaje de fieles ha caído al 50 % mientras el de evangélicos ha aumentado en este tiempo un 29 %, según el Instituto Datafolha. Los expertos calculan que el catolicismo podría perder su condición de religión mayoritaria en torno a 2040.
Todo eso podría llevar a pensar que, si Latinoamérica precisa de un sínodo urgente, su objetivo debería ser la reevangelización más que las necesidades de un lugar inmenso pero escasamente poblado.
Salvo, naturalmente, que el sínodo tenga otros objetivos que vayan más allá del anuncio del Evangelio a los indígenas amazónicos, como muchos temen.
En concreto, lo que ‘suena’ en buen número de publicaciones católicas es que en este sínodo se pretende introducir el sacerdocio de los casados.

El celibato en la Iglesia católica no es ‘de fide’, sino meramente disciplinar, y de hecho existe un reducidísimo número de sacerdotes casados con plenas funciones y el visto bueno de Roma, especialmente formado por miembros del ‘ordenariato’ que constituyó Benedicto XVI para admitir en la comunión a pastores anglicanos que ‘cruzaban el Tíber’.

La norma sigue siendo, naturalmente, el celibato, aunque desde que tengo uso de razón existe un poderoso ‘lobby’ que presiona con el aplauso del mundo para que se ponga fin al celibato sacerdotal obligatorio.

Aunque los últimos papas se han resistido a esta insistente demanda, dos desarrollos han dado nuevos argumentos a estos grupos de presión: la aguda crisis de vocaciones en Occidente y los escándalos de abusos sexuales por parte del clero.

Lo segundo es, realmente, un argumento de doble filo. Querrían hacer ver que los abusos serían consecuencia de unos impulsos sexuales naturales que no encuentran salida en el celibato, pero eso se compadece mal con los casos concretos y más sonados, en los que las víctimas eran menores de edad y, con abrumadora frecuencia, varones, revelando tendencias a las que mal remedio podría dar el matrimonio.

El primer argumento tiene algo más de peso, y hace tiempo que dejó de ser un tabú debatir la conveniencia de ordenar ‘viri probati’ casados como solución parcial y de emergencia. El caso de los sacerdotes ex anglicanos solo puede animar este movimiento, y el área del Amazonas podría ser un excelente laboratorio para esta novedad.


Naturalmente, el objetivo de muchos es que del Amazonas se dé el salto al resto de tierras de misión y, finalmente, se convierta en el modo ‘estándar’ de sacerdocio. En tal caso estaríamos ante una enésima ‘innovación’ con capacidad de alterar significativamente la práctica eclesial católica.

sábado, 14 de octubre de 2017

¿Es la pena de muerte intrínsecamente mala ?


Infocatolica, el 12.10.17

Papa FranciscoSegún informa Vatican Insider, el Papa Francisco ha pronunciado un discurso sobre la pena de muerte en un encuentro organizado por el Pontificio Consejo para la Promoción de la Nueva Evangelización, con ocasión del 25º aniversario de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica en 1992.

En su discurso, el Papa Francisco ha afirmado que: “Se debe afirmar con fuerza que la condena a la pena de muerte es una medida inhumana que humilla la dignidad de la persona, sea cual sea el modo en que se lleve a cabo. Es en sí misma contraria al Evangelio, porque decide voluntariamente suprimir una vida humana que siempre es sagrada a los ojos del Creador y de la cual sólo Dios es en última instancia verdadero juez y garante. Ningún hombre, ni siquiera un asesino pierde su dignidad personal, porque Dios es un Padre que siempre está a la espera de que el hijo vuelva y, sabiendo que cometió un error, pida perdón y comience una nueva vida. A nadie, pues, se le puede quitar la vida, ni tampoco la misma posibilidad de una redención moral y existencial que redunde en beneficio de la comunidad”.

El Papa ha recordado que, en el pasado “el recurso a la pena de muerte aparecía como la consecuencia lógica de la aplicación de la justicia”. “Incluso en los Estados Pontificios se recurrió a este remedio extremo e inhumano, dejando a un lado la primacía de la misericordia sobre la justicia. Asumimos las responsabilidades del pasado y reconocemos que estos medios fueron dictados por una mentalidad más legalista que cristiana. La preocupación de conservar intacto el poder y la riqueza material llevó a sobrestimar el valor de la ley y a impedir profundizar en la comprensión del Evangelio”. “Por tanto, es necesario reiterar que, por grave que el delito haya sido, la pena de muerte es inadmisible porque atenta contra la inviolabilidad y la dignidad de la persona".

De esto parece deducirse que la pena de muerte es intrínsecamente mala desde el punto de vista moral y, por tanto, no puede utilizarse legítimamente en ninguna ocasión. No es la primera vez que el Papa Francisco hace afirmaciones en este sentido. Ya hace dos años, declaró: ”Hoy en día la pena de muerte es inadmisible, por cuanto grave haya sido el delito del condenado. Es una ofensa a la inviolabilidad de la vida y a la dignidad de la persona humana que contradice el designio de Dios sobre el hombre y la sociedad y su justicia misericordiosa, e impide cumplir con cualquier finalidad justa de las penas. No hace justicia a las víctimas, sino que fomenta la venganza […] La pena de muerte es contraria al sentido de la humanitas y a la misericordia divina, que debe ser modelo para la justicia de los hombres” (Carta a la delegación de la Comisión Internacional contra la Pena de Muerte, 20 de marzo de 2015).

Para el Papa, sus palabras no suponen “ninguna contradicción” con las enseñanzas de la Iglesia, ya que “la defensa de la dignidad de la vida humana desde el primer instante de la concepción hasta la muerte natural siempre ha encontrado en la enseñanza de la Iglesia una defensa coherente y autorizada”.

En ese sentido, explicó que “la Tradición es una realidad viva y solo una visión parcial puede concebir el depósito de la fe como algo estático. ¡La Palabra de Dios no se puede conservar en naftalina como si se tratase de una vieja manta que debe protegerse de los parásitos! No. La Palabra de Dios es una realidad dinámica y viva que progresa y crece porque tiende hacia un cumplimiento que los hombres no pueden detener”. Por lo tanto, “la doctrina no puede preservarse sin progreso, ni puede estar atada a una lectura rígida e inmutable sin humillar la acción del Espíritu Santo".

Resulta muy difícil, sin embargo, conciliar estas afirmaciones, que presentan la pena de muerte como algo intrínsecamente malo, con la enseñanza tradicional de la Iglesia. En efecto, la Sagrada Escritura, los Padres de la Iglesia, el magisterio eclesial y los Doctores de la Iglesia siempre han considerado la pena de muerte como una posibilidad justa y lícita en algunas ocasiones, que puede incluso llegar a ser un deber para el Estado en ciertas circunstancias. Asimismo, resulta difícil tomar en serio la afirmación de que todos los papas, teólogos y santos anteriores tenían una “mentalidad más legalista que cristiana". Tampoco se entiende en qué sentido “crece” la doctrina cuando se afirma lo contrario de lo que ha afirmado siempre la Iglesia.

Nuevo Testamento:

“Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que, quien se opone a la autoridad, se rebela contra el orden divino, y los rebeldes se atraerán sobre sí mismos la condenación. En efecto, los magistrados no son de temer cuando se obra el bien, sino cuando se obra el mal. ¿Quieres no temer a la autoridad? Obra el bien, y obtiendrás de ella elogios, pues la autoridad es para ti un servidor de Dios para el bien. Pero, si obras el mal, teme: pues no en vano lleva espada: pues es un servidor de Dios para hacer justicia y castigar al que obra el mal” (Rm 13,1-4)

“Si he cometido alguna injusticia o crimen digno de muerte, no rehuso morir” (Hch 25,11)

“Pero el otro [malhechor] le respondió diciendo: «¿Es que no temes a Dios, tú que sufres la misma condena? Y nosotros la sufrimos con razón, porque nos lo hemos merecido con nuestros hechos; en cambio, este nada malo ha hecho.» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le dijo: «Yo te aseguro: hoy estarás conmigo en el Paraíso” (Lc 23,40-43)

San Clemente de Alejandría:

“Por la salud del cuerpo soportamos hacernos amputar y cauterizar, y aquel que suministra estos remedios es llamado médico, salvador; él amputa algunas partes del cuerpo para que no se enfermen las partes sanas; no es por rencor o maldad hacia el paciente sino según la razón del arte que le sugiere y nadie, por lo tanto, acusaría de maldad al médico por su arte. […] Cuando [la ley] ve a alguien de tal modo que parezca incurable, viéndolo ir por el camino de la extrema injusticia, entonces se preocupa de los otros para que no vayan a la perdición por obra de aquel, y como cortando una parte del cuerpo entero lo manda a la muerte” (San Clemente, Stromata)

San Agustín:

“Hay algunas excepciones, sin embargo, a la prohibición de no matar, señaladas por la misma autoridad divina. En estas excepciones quedan comprendidas tanto una ley promulgada por Dios de dar muerte como la orden expresa dada temporalmente a una persona. Pero, en este caso, quien mata no es la persona que presta sus servicios a la autoridad; es como la espada, instrumento en manos de quien la maneja. De ahí que no quebrantaron, ni mucho menos, el precepto de no matarás los hombres que, movidos por Dios, han llevado a cabo guerras, o los que, investidos de pública autoridad, y ateniéndose a su ley, es decir, según el dominio de la razón más justa, han dado muerte a reos de crímenes” (San Agustín, La Ciudad de Dios, lib. I, c. 21)

“Algunos hombres grandes y santos, que sabían muy bien que esta muerte que separa el alma del cuerpo no se debe temer; sin embargo, según el parecer de aquellos que la temen, castigaron con la pena de muerte algunos pecados, bien para infundir saludable temor a los vivientes, o porque no dañaría la muerte a los que con ella eran castigados, sino el pecado que podría agravarse si viviesen. No juzgaban desconsideradamente aquellos a quienes el mismo Dios había concedido un tal juicio. De esto depende que Elías mató a muchos, bien con la propia mano, o bien con el fuego, fruto de la impetración divina; lo cual hicieron también otros muchos excelentes y santos varones no inconsideradamente, sino con el mejor espíritu, para atender a las cosas humanas” (San Agustín, El Sermón de la Montaña, c. 20, n. 64).

Santo Tomás de Aquino:

“Se prohíbe en el decálogo el homicidio en cuanto implica una injuria, y, así entendido, el precepto contiene la misma razón de la justicia. La ley humana no puede autorizar que lícitamente se dé muerte a un hombre indebidamente. Pero matar a los malhechores, a los enemigos de la república, eso no es cosa indebida. Por tanto, no es contrario al precepto del decálogo, ni tal muerte es el homicidio que se prohíbe en el precepto del decálogo” (Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, I-II, q.100, a.8, ad 3).

“Pues toda parte se ordena al todo como lo imperfecto a lo perfecto, y por ello cada parte existe naturalmente para el todo. Y por esto vemos que, si fuera necesaria para la salud de todo el cuerpo humano la amputación de algún miembro, por ejemplo, si está podrido y puede inficionar a los demás, tal amputación sería laudable y saludable. Pues bien: cada persona singular se compara a toda la comunidad como la parte al todo; y, por tanto, si un hombre es peligroso a la sociedad y la corrompe por algún pecado, laudable y saludablemente se le quita la vida para la conservación del bien común; pues, como afirma 1Co 5,6, un poco de levadura corrompe a toda la masa” (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, II-II, q.64, a.2)

“Esta clase de pecadores, de quienes se supone que son más perniciosos para los demás que susceptibles de enmienda, la ley divina y humana prescriben su muerte. Esto, sin embargo, lo sentencia el juez, no por odio hacia ellos, sino por el amor de caridad, que antepone el bien público a la vida de una persona privada” (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, II-II, q.25, a.6, ad 2)

San Alfonso María de Ligorio:

“DUDA II: Si, y en qué manera, es lícito matar a un malhechor.

Más allá de la legítima defensa, nadie excepto la autoridad pública puede hacerlo lícitamente, y en este caso sólo si se ha respetado el orden de la ley […] A la autoridad pública se ha dado la potestad de matar a los malhechores, no injustamente, dado que es necesario para la defensa del bien común” (San Alfonso María de Ligorio, Theologia Moralis)

“Es lícito que un hombre sea ejecutado por las autoridades públicas. Hasta es un deber de los príncipes y jueces condenar a la muerte a los que lo merecen, y es el deber de los oficiales de justicia ejecutar la sentencia; es Dios mismo que quiere que sean castigados” (San Alfonso María de Ligorio, Instrucciones para el pueblo)
Catecismo de Trento:

“Otra forma de matar lícitamente pertenece a las autoridades civiles, a las que se confía el poder de la vida y de la muerte, mediante la aplicación legal y ordenada del castigo de los culpables y la protección de los inocentes. El uso justo de este poder, lejos de ser un crimen de asesinato, es un acto de obediencia suprema al Mandamiento que prohíbe el asesinato”.

Catecismo de San Pío X:

“¿Hay casos en que es lícito quitar la vida al prójimo? Es lícito quitar la vida al prójimo cuando se combate en guerra justa, cuando se ejecuta por orden de la autoridad suprema la condenación a muerte en pena de un delito y, finamente, en caso de necesaria y legítima defensa de la vida contra un injusto agresor” (Catecismo de San Pío X, 415)

Inocencio III: Exigió a los herejes valdenses que reconocieran, como parte de la fe católica, que:

“El poder secular puede sin caer en pecado mortal aplicar la pena de muerte, con tal que proceda en la imposición de la pena sin odio y con juicio, no negligentemente sino con la solicitud debida” (DS 795/425, citado por Avery Dulles, Catholicism and Capital Punishment)
León XIII:

“Es un hecho común que las leyes divinas, tanto la que se ha propuesto con la luz de la razón tanto la que se promulgó con la escritura divinamente inspirada, prohíben a cualquiera, de modo absoluto, de matar o herir un hombre en ausencia de una razón pública justa, a menos que se vea obligado por necesidad de defender la propia vida” (León XIII, Encíclica Pastoralis Oficii, 12 de septiembre de 1881)
Pío XII:

“Aun en el caso de que se trate de la ejecución de un condenado a muerte, el Estado no dispone del derecho del individuo a la vida. Entonces está reservado al poder público privar al condenado del «bien» de la vida, en expiación de su falta, después de que, por su crimen, él se ha desposeído de su «derecho» a la vida” (Discurso a los participantes en el I Congreso Internacional de Histopatología del Sistema Nervioso, n. 28, 13 de septiembre de 1952)

Juan Pablo II:

“Es evidente que, precisamente para conseguir todas estas finalidades, la medida y la calidad de la pena deben ser valoradas y decididas atentamente, sin que se deba llegar a la medida extrema de la eliminación del reo salvo en casos de absoluta necesidad, es decir, cuando la defensa de la sociedad no sea posible de otro modo” (Juan Pablo II, Encíclica Evangelium Vitae, n. 56, 25 de marzo de 1995)

Catecismo de la Iglesia Católica:

“A la exigencia de la tutela del bien común corresponde el esfuerzo del Estado para contener la difusión de comportamientos lesivos de los derechos humanos y las normas fundamentales de la convivencia civil. La legítima autoridad pública tiene el derecho y el deber de aplicar penas proporcionadas a la gravedad del delito. La pena tiene, ante todo, la finalidad de reparar el desorden introducido por la culpa. Cuando la pena es aceptada voluntariamente por el culpable, adquiere un valor de expiación. La pena finalmente, además de la defensa del orden público y la tutela de la seguridad de las personas, tiene una finalidad medicinal: en la medida de lo posible, debe contribuir a la enmienda del culpable. 

La enseñanza tradicional de la Iglesia no excluye, supuesta la plena comprobación de la identidad y de la responsabilidad del culpable, el recurso a la pena de muerte, si esta fuera el único camino posible para defender eficazmente del agresor injusto las vidas humanas. Pero si los medios incruentos bastan para proteger y defender del agresor la seguridad de las personas, la autoridad se limitará a esos medios, porque ellos corresponden mejor a las condiciones concretas del bien común y son más conformes con la dignidad de la persona humana” (Catecismo de la Iglesia Católica, n.2266-2267).


Podrían citarse cientos de testimonios más en el mismo sentido de Padres de la Iglesia, documentos magisteriales, grandes teólogos y santos, como por ejemplo San Juan Cristóstomo, San Gregorio Nacianceno, San Efrén, San Ambrosio, San Hilario, San Roberto Belarmino, San Pío V, Pío XI, Inocencio I, San Dámaso, San Bernardo, San Jerónimo, Santo Tomás Moro, San Francisco de Borja, San Francisco de Sales, Francisco de Vitoria, San Felipe Neri, Francisco Suárez, Beato Duns Scoto y un larguísimo etcétera.