sin culto público ante el
Covid-19
Mª Virginia Olivera de
Gristelli
Infocatólica, 28.03.20
“Días vendrán en que les
será arrebatado el novio; entonces ayunarán” –Mateo 9, 15 –
“El Señor ha deseado que su
familia sea probada; y debido a que una larga paz había corrompido la
disciplina eclesiástica que nos había sido entregada divinamente, la reprensión
celestial ha despertado nuestra fe, que estaba adormecida, y casi dije que dormía;
y aunque merecíamos más por nuestros pecados, el Señor más misericordioso ha
moderado tanto todas las cosas, que todo lo que ha sucedido parece más una
prueba que una persecución” (San Cipriano: De lapsis, 5).
*****
Aún teniendo en cuenta que Dios permite todo para nuestro
bien (Rom. 8,28) , y más allá de las justificaciones sanitarias, es innegable
la conmoción que significa para la mayoría de los católicos del mundo la
imposibilidad de asistir a las iglesias para celebrar y vivir nuestra fe, en fuerte
contraste con la actitud sostenida por la Iglesia durante toda su historia en
situaciones críticas como la que vivimos, y tal vez peores.
Sin emitir juicios
temerarios, la realidad es que hoy muchos fieles de buena voluntad están
viviendo con gran angustia algunas disposiciones que creen que exceden la
prudencia debida ante las autoridades sanitarias y civiles, al impedirse en
gran cantidad de templos no sólo las aglomeraciones, sino la dispensa de los
sacramentos fundamentales para alimento y auxilio espiritual, e incluso
físico. Aunque hay muchos casos de
entrega sacerdotal heroica, hay parroquias en que ni siquiera se responde al
teléfono, y la ausencia de indicadores gráficos imposibilita que se halle alguno
para asistir a algún enfermo.
Por esto nos parece que es
necesario escuchar más de una consideración prudente sobre el tema para no
tropezar hacia dos abismos: el desprecio hacia toda legítima autoridad y la negación de la crisis evidente en todos
los frentes, por un lado, y por el otro, la obsecuencia ante el mundo y una
lectura “ingenua” de lo que hoy nos sucede, descuidando el análisis político y
esjatológico subyacente.
Sin negar, pues, la gravedad
del virus, ni la necesidad de tomar las medidas precautorias necesarias que
cada autoridad considere, no quisiéramos que ello implique pasar por alto la
oportunidad de manifestar tanto las virtudes heroicas de muchos sacerdotes y
fieles, como también las grandes miserias de otros, pues unas y otras dejan su
huella en el ejemplo. Y como en otras situaciones es deber de caridad corregir
el error, creemos que aquí también cabe lo propio, y con mayor urgencia: por
amor de Dios y bien de las almas, necesitamos sacerdotes y obispos con fe
católica genuina, y que den testimonio de ella más que nunca.
Las medidas sanitarias no
han sido idénticas en todos los países afectados, como no es idéntica la
situación de padecimiento y riesgo para ellos. Así, pues, se comprende la
restricción de las celebraciones
multitudinarias -entre las cuales se hallan las litúrgicas-, pero muchos no
entienden, precisamente, por qué en sus países no se ha hecho como en Polonia,
en que para limitar la asistencia de fieles a cada Misa…se multiplicaron los
horarios de Misas. No nos metemos aquí en
la cuestión de la comunión en la mano “por higiene” no sólo porque es falaz,
sino porque creo que el solo insinuar que Quien es la Vida y Salud misma pueda
ser vehículo de contagio, nos parece de una insolencia blasfema.
Una vez establecida la
restricción domiciliaria, quedan ya abolidas las Misas con fieles. Ahora bien:
no comprendemos que haya aún sacerdotes que no celebren Misas privadas cada
día, como si la presencia del “pueblo” fuese algo necesario. Aquí corresponde
subrayar la doctrina católica, a tiempo y a destiempo, recordando como lo hace
oportunamente Mons. J. Rico Pavés, auxiliar de Getafe:
«Porque toda misa, aunque
sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es acción privada, sino acción
de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a
ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del
mundo entero la única e infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz»
(Misterium Fidei 4).
Pero compartimos el dolor
ante numerosas parroquias que cierran hoy sus puertas al punto de no permitir
–cuando las condiciones estructurales y sanitarias lo permiten- un espacio
reducido en que –no más de una o dos personas por vez, ¡como en los negocios!-
se pueda al menos pasar a hacer visitas o Adoración Eucarística, siendo Nuestro
Señor Sacramentado el PRINCIPAL auxilio y remedio del alma y del cuerpo. Y nos
inquieta el que esta verdad pueda ser así oscurecida en las conciencias de otros
muchos católicos de a pie.
No comprendemos que cuando
la ley civil permite a los sacerdotes la libre circulación en atención a un
mínimo de humanidad, haya obispos –como es el caso de Mons. García, obispo de
San Justo- que en el DECRETO Nº 018 /2020 aconseje a sus sacerdotes que “Se
restrinja la visita a Hospitales, Sanatorios y Hogares de Ancianos, para los
casos de estricta necesidad, mientras continúe la advertencia del Ministerio de
Salud…". ¿A qué llama “estricta necesidad", en medio de semejantes
circunstancias?
No comprendemos que si están
las puertas cerradas de los templos, no se procuren alternativas –cuando los
medios lo permiten, insistimos- para seguir dispensando “al menos” (¡!) la
Palabra de Dios a los fieles, y en horarios precisos, la Confesión.
Recuerdo que estoy
escribiendo desde Buenos Aires, Argentina, donde se está tratando de cumplir la
cuarentena y aún no tenemos la situación de grave emergencia que sufre España o
Italia, y así como la autoridad civil
trata de prevenir “cuando aún estamos a tiempo”, quisiéramos que
nuestros pastores evalúen también que “aún estamos a tiempo” -y más que propicio-,
para que muchos fieles regresen a la fe o pongan sus almas en paz con Dios.
Ahora bien, sinceramente y sin suspicacia pregunto: ¿es esto una prioridad de
la Jerarquía actual, o sólo es necesario salvar el cuerpo?
¿Importan acaso los miles de
“agonizantes espirituales", que probablemente no sobrevivan moral,
psicológica o espiritualmente?
¿Se predica suficientemente
la necesidad prioritaria de tener el alma reconciliada con Dios o en promover
reflexiones de “reconciliación con la naturaleza”, al mejor estilo del
panteísmo masónico, aprovechando la confusión general?
Repugna al más elemental
sentido común católico remitir en estos días la raíz a la “naturaleza”, o poner
las esperanzas pelagianas en “el
esfuerzo de la ciencia”, y olvidar voluntariamente los llamamientos de La
Salette, Lourdes, Fátima, Akita…porque hemos de recordar que ninguno de nosotros es inocente ante Dios,
único tan justo como misericordioso que
nos ha dado UN Rey, Salvador, y Juez.
Es justo también recordar
algunos testimonios contundentes de fe por parte de autoridades civiles, como
es el caso del presidente de Tanzania, John Magufuli ,católico practicante,
quien dijo el domingo 22 de marzo de 2020 (Domingo Laetare), en Dodoma -capital de Tanzania-:
“Insisto en ustedes, mis hermanos
cristianos e incluso en los musulmanes, no tengan miedo, no dejen de reunirse
para glorificar a Dios y alabarlo. Es por eso que como gobierno no cerramos
iglesias o mezquitas. En cambio, deben estar siempre abiertos para que la gente
busque refugio en Dios. Las iglesias son lugares donde las personas podrían
buscar la verdadera curación, porque allí reside el Dios verdadero. No tengas
miedo de alabar y buscar el rostro de Dios en la Iglesia".
Refiriéndose a la
Eucaristía, dijo:
“El Coronavirus no puede sobrevivir en el cuerpo eucarístico
de Cristo; pronto se quemará. Es exactamente por eso que no entré en pánico
mientras yo recebía la Sagrada Comunión, porque lo sabía, con Jesús en la
Eucaristía yo estoy a salvo. Este es el momento de construir nuestra fe en
Dios“.
……………………………
Y una última pregunta a
nuestros pastores: además de obedecer a las autoridades civiles pacientemente,
¿no podrían hablar -precisamente para “no tener miedo"-, de la necesaria
PENITENCIA por todos nuestros pecados, además de la necesaria oración para que
nos libre de este flagelo?…
Ante esta situación, creemos
que las recientes cartas de Mons. A. Schneider y del Card. Burke han de ser
tomadas en cuenta para consolar y brindar algunas recomendaciones transitando
el Desierto que -merecidamente- sufrimos en esta Cuaresma.
Señor, conviértenos, y ten piedad de todos nosotros!
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“Nos gloriamos en las
tribulaciones”
(Rom. 5, 3)
Vivir
a fe en los tiempos cuando está prohibido el culto público
por Mons. A. Schneider
Millones de católicos en el
llamado mundo occidental libre, en las próximas semanas o incluso meses, y
especialmente durante la Semana Santa y Pascua, la culminación de todo el año
litúrgico, se verán privados de cualquier acto público de culto debido a
reacciones gubernamentales y eclesiásticos. al brote de coronavirus (Covid-19).
La más dolorosa y angustiosa de estas es la privación de la Santa Misa y la
Sagrada Comunión sacramental.
Experimentaos actualmente la
atmósfera de un pánico casi planetario. Las medidas de seguridad drásticas y
desproporcionadas con la negación de los derechos humanos fundamentales de
libertad de movimiento, libertad de reunión y de opinión parecen orquestadas casi
globalmente a lo largo de un plan preciso.
Un efecto colateral
importante de esta nueva “dictadura sanitaria” que se está extendiendo por todo
el mundo es la prohibición creciente e intransigente de todas las formas de
culto público. La situación actual de la prohibición del culto público en Roma
lleva a la Iglesia a la época de una prohibición análoga del culto cristiano
emitida por los Emperadores Romanos paganos en los primeros siglos.
Clérigos que se atreven a
celebrar la Santa Misa en presencia de los fieles en tales circunstancias
pueden ser punidos o encarcelados. La “dictadura sanitaria” mundial ha creado
una situación que respira el aire de las catacumbas, de una Iglesia perseguida,
de una Iglesia clandestina, especialmente en Roma. El Papa Francisco, quien el
15 de marzo, solitario y con pasos vacilantes, caminó por las calles desiertas
de Roma en su peregrinación desde la imagen del “Salus populi Romani” en la
iglesia de Santa Maria Maggiore hasta la Cruz Milagrosa en la iglesia de San
Marcello, transmitió una imagen apocalíptica. Esto recuerda la siguiente
descripción de la tercera parte del secreto de Fátima (revelado el 13 de julio
de 1917): “El Santo Padre, afligido por el dolor y la tristeza, atravesó una
gran ciudad mitad en ruinas y mitad temblorosa con pasos vacilantes".
¿Cómo deberían reaccionar
los católicos y comportarse en tal situación? Tenemos que aceptar esta
situación de las manos de la Divina Providencia como una prueba, lo que nos
traerá un mayor beneficio espiritual como si no hubiéramos experimentado tal
situación. Uno puede entender esta situación como una intervención divina en la
actual crisis sin precedentes de la Iglesia. Dios usa ahora esta situación para
purificar a la Iglesia, para despertar a los responsables en la Iglesia y, en
primer lugar, al Papa y al episcopado, de la ilusión de un amigable mundo
moderno, de la tentación de coquetear con el mundo, de la inmersión en cosas
temporales y terrenales. Los poderes de este mundo ahora han separado por la
fuerza a los fieles de sus pastores. Los gobiernos ordenan al clero celebrar la
liturgia sin el pueblo.
Esta intervención divina
purificadora actual tiene el poder de mostrarnos a todos lo que es
verdaderamente esencial en la Iglesia: el sacrificio eucarístico de Cristo con
su cuerpo y sangre y la salvación eterna de las almas inmortales. Que aquellos
en la Iglesia que se ven privados de forma inesperada y repentina de lo
esencial comiencen a ver y apreciar su valor más profundamente.
A pesar de la dolorosa
situación de ser privado de la Santa Misa y la Sagrada Comunión, los católicos
no deben ceder a la frustración o la a melancolía. Deben aceptar esta prueba
como una ocasión de abundantes gracias, que la Divina Providencia ha preparado
para ellos. Muchos católicos tienen ahora de alguna manera la posibilidad de
experimentar la situación de las catacumbas, de la iglesia subterránea. Uno
puede esperar que tal situación produzca los nuevos frutos espirituales de los
confesores de la fe y de la santidad.
Esta situación obliga a las
familias católicas a experimentar literalmente el significado de una iglesia
doméstica. En ausencia de la posibilidad de asistir a la Santa Misa, incluso
los domingos, los padres católicos deben reunir a su familia en su hogar.
Podrían asistir en sus hogares a una transmisión de la Santa Misa por
televisión o Internet, o si esto no es posible, deberían dedicar una hora santa
de oraciones para santificar el Día del Señor y unirse espiritualmente con las
Santas Misas que son celebrado por sacerdotes a puerta cerrada incluso en sus
ciudades o en sus alrededores. Tal hora santa dominical de una iglesia
doméstica podría hacerse, por ejemplo, de la siguiente manera:
Oración del Rosario, lectura
del Evangelio dominical, acto de contrición, acto de comunión espiritual,
letanía, oración por todos los que sufren y mueren, por todos los perseguidos,
oración por el Papa y los sacerdotes, oración por el fin del epidemia física y
espiritual actual. La familia católica también debía rezar las Estaciones de la
Cruz los viernes de Cuaresma.
Además, los domingos, los
padres podían reunir a sus hijos por la tarde o por la noche para leerlos de la
vida de los santos, especialmente aquellas historias extraídas de tiempos de
persecución de la Iglesia. Tuve el privilegio de haber vivido una experiencia
así en mi infancia, y eso me dio la base de la fe católica para toda mi vida.
Los católicos que ahora
están privados de asistir a la Santa Misa y recibir la Sagrada Comunión
sacramental, quizás solo por un corto tiempo de algunas semanas o meses, pueden
pensar en estos tiempos de persecución, donde los fieles durante años no
pudieron asistir a la Santa Misa y recibir otros sacramentos, como fue el caso,
por ejemplo, durante la persecución comunista en muchos lugares del Imperio
soviético.
Que las siguientes palabras
de Dios fortalezcan a todos los católicos que actualmente sufren la privación
de la Santa Misa y la Sagrada Comunión:
“No os extrañéis del fuego
que ha prendido en medio de vosotros para probaros, como si os sucediera algo
extraño, sino alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de
Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria
” (1 Pedro 4, 12-13). “Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de los
misericordias y Dios de toda consolación, que nos consuela en toda tribulación
nuestra para poder nosotros consolar a los que están en toda tribulación,
mediante el consuelo con que nosotros somos consolados por Dios!” (2 Corintios,
1, 3-4). “Por lo cual rebosáis de alegría, aunque sea preciso que todavía por
algún tiempo seáis afligidos con diversas pruebas, a fin de que la calidad
probada de vuestra fe, más preciosa que el oro perecedero que es probado por el
fuego, se convierta en motivo de alabanza, de gloria y de honor, en la
Revelación de Jesucristo” (1 Pedro 1, 6-7).
En el tiempo de una cruel
persecución de la Iglesia, San Cipriano de Cartago (+ 258) dio la siguiente
enseñanza edificante sobre el valor de la paciencia:
“Es la paciencia la que
fortalece firmemente los cimientos de nuestra fe. Es esto lo que eleva en alto
el aumento de nuestra esperanza. Es esto lo que dirige nuestro hacer, para que
podamos retener el camino de Cristo mientras caminamos por su paciencia. ¡Cuán
grande es el Señor Jesús, y cuán grande es su paciencia, que el que es adorado
en el cielo aún no se vengó en la tierra! Queridos hermanos, consideremos su
paciencia en nuestras persecuciones y sufrimientos; demos una obediencia llena
de expectación a su venida ”(De patientia, 20; 24).
Queremos rezar con toda
nuestra confianza a la Madre de la Iglesia, invocando el poder intercesor de Su
Inmaculado Corazón, para que la situación actual de ser privado de la Santa
Misa pueda traer abundantes frutos espirituales para la verdadera renovación de
la Iglesia después de décadas de la noche de la persecución de verdaderos
católicos, clérigos y fieles que ha sucedido dentro de la Iglesia. Escuchemos
las siguientes palabras inspiradoras de San Cipriano de Cartago:
“Si se reconoce la causa del
desastre, inmediatamente se encuentra un remedio para la herida. El Señor ha
deseado que su familia sea probada; y debido a que una larga paz había
corrompido la disciplina eclesiástica que nos había sido entregada divinamente,
la reprensión celestial ha despertado nuestra fe, que estaba adormecida, y casi
dije que dormía; y aunque merecíamos más por nuestros pecados, el Señor más
misericordioso ha moderado tanto todas las cosas, que todo lo que ha sucedido
parece más una prueba que una persecución” (De lapsis, 5).
Dios conceda que esta breve
prueba de la privación del culto público y la Santa Misa inculquen en el
corazón del Papa y de los obispos un nuevo celo apostólico por los tesoros
espirituales perennes, que se les ha sido confiado divinamente, es decir, el
celo por la gloria y el honor de Dios, por la unicidad de Jesucristo y su
sacrificio redentor, por la centralidad de la Eucaristía y su forma sagrada y
sublime de celebración, por la mayor gloria del Cuerpo Eucarístico de Cristo,
el celo por la salvación de las almas inmortales, el celo para un clero casto y
con espirito apostólico.
Que escuchemos las
siguientes palabras de aliento de San Cipriano de Cartago:
“Se deben dar alabanzas a
Dios, y sus beneficios y dones deben celebrarse dando gracias, aunque incluso
en el momento de la persecución nuestra voz no ha dejado de dar gracias. Porque
ni siquiera un enemigo tiene tanto poder como para impedirnos, que amamos al
Señor con todo nuestro corazón, nuestra vida y nuestra fuerza, declarar sus
bendiciones y alabanzas siempre y en todas partes dándole gloria. Ha llegado el
día fervientemente deseado, por las oraciones de todos; y después de la
terrible y repugnante oscuridad de una larga noche, el mundo ha brillado
irradiado por la luz del Señor” (De lapsis, 1).
19 de marzo de 2020
+ Athanasius Schneider,
obispo auxiliar de la archidiócesis de Santa María en Astana
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Por su parte, el Card. R.L.
Burke ha dirigido unos días más tarde el siguiente y exhaustivo Mensaje que vale
la pena leer hasta el final:
Mensaje
sobre el combate contra el coronavirus, COVID-19
21 de Marzo de 2020
Queridos amigos,
Desde hace algún tiempo,
hemos estado en combate contra la propagación del coronavirus, COVID-19. Por
todo lo que podemos decir, y una de las dificultades del combate es que aún
queda mucho por aclarar sobre la peste, la batalla continuará por algún tiempo.
El virus involucrado es particularmente insidioso, ya que tiene un período de
incubación relativamente largo, algunos dicen 14 días y otros 20 días, y es
altamente contagioso, mucho más contagioso que otros virus que hemos
experimentado.
Uno de los principales
medios naturales para defendernos contra el coronavirus es evitar cualquier
contacto cercano con los demás. Es importante, de hecho, mantener siempre una
distancia, algunos dicen que una yarda (metro) y otros dicen seis pies -
alejados el uno del otro, y, por supuesto, evitar reuniones grupales, es decir,
reuniones en las que varios las personas están muy cerca unas de otras. Además,
dado que el virus se transmite a través de pequeñas gotas emitidas cuando uno
estornuda o se suena la nariz, es fundamental lavarnos las manos con frecuencia
con jabón desinfectante y agua tibia durante al menos 20 segundos, y usar
desinfectante para manos y toallitas. Es igualmente importante desinfectar las
mesas, sillas, encimeras, etc., sobre las cuales estas gotitas pueden haber
aterrizado y desde las cuales son capaces de transmitir el contagio por algún
tiempo. Si estornudamos o nos sonamos la nariz, se nos aconseja usar un pañuelo
facial de papel, descartarlo de inmediato y luego lavarnos las manos. Por
supuesto, aquellos que son diagnosticados con el coronavirus deben ser puestos
en cuarentena, y aquellos que no se sienten bien, incluso si no se ha
determinado que padecen el coronavirus, deben, por caridad hacia los demás,
permanecer en casa, hasta que se sienta mejor.
Al vivir en Italia, en donde
la propagación del coronavirus ha sido particularmente mortal, especialmente
para los ancianos y para aquellos que ya se encuentran en un estado de salud
delicada, me impresiona el gran cuidado que los italianos están tomando para
protegerse a sí mismos y a los demás del contagio. Como ya habrá leído, el
sistema de salud en Italia se prueba severamente para tratar de proporcionar la
hospitalización necesaria y el tratamiento de cuidados intensivos para los más
vulnerables. Ore por los italianos y especialmente por aquellos para quienes el
coronavirus puede ser fatal y los encargados de su cuidado. Como ciudadano de
los Estados Unidos, he estado siguiendo la situación de la propagación del
coronavirus en mi tierra natal y sé que quienes viven en los Estados Unidos están
cada vez más preocupados por detener su propagación,
Toda la situación
ciertamente nos dispone a una profunda tristeza y también al miedo. Nadie
quiere contraer la enfermedad relacionada con el virus o que alguien más lo
contraiga. Especialmente no queremos que nuestros seres queridos mayores u
otras personas que sufren de salud corran peligro de muerte por la propagación
del virus. Para luchar contra la propagación del virus, todos estamos en una
especie de retiro espiritual forzado, confinado a cuartos y sin la capacidad de
mostrar signos habituales de afecto a familiares y amigos. Para quienes están
en cuarentena, el aislamiento es claramente aún más severo, al no poder tener
contacto con nadie, ni siquiera a distancia.
Si la enfermedad en sí asociada
con el virus no fue suficiente para preocuparnos, no podemos ignorar la
devastación económica que ha causado la propagación del virus, con sus graves
efectos en los individuos y las familias, y en aquellos que nos sirven de
muchas maneras en nuestro vida diaria. Por supuesto, nuestros pensamientos no
pueden evitar incluir la posibilidad de una devastación aún mayor de la
población de nuestras tierras y, de hecho, del mundo.
Ciertamente, tenemos razón
en aprender y emplear todos los medios naturales para defendernos del contagio.
Es un acto fundamental de caridad utilizar todos los medios prudentes para
evitar contraer o propagar el coronavirus. Sin embargo, los medios naturales
para prevenir la propagación del virus deben respetar lo que necesitamos para
vivir, por ejemplo, el acceso a alimentos, agua y medicamentos. El Estado, por
ejemplo, en su imposición de restricciones cada vez mayores sobre el movimiento
de personas, establece que las personas pueden visitar el supermercado y la
farmacia, respetando las precauciones de distanciamiento social y el uso de
desinfectantes por parte de todos los involucrados. .
Al considerar lo que se
necesita para vivir, no debemos olvidar que nuestra primera consideración es
nuestra relación con Dios. Recordamos las palabras de Nuestro Señor en el
Evangelio según Juan: “Si un hombre me ama, cumplirá mi palabra, y mi Padre lo amará,
y nosotros vamos a él y hacemos nuestro hogar con él” (14, 23 ) Cristo es el
Señor de la naturaleza y de la historia. Él no es distante y desinteresado en
nosotros y en el mundo. Nos ha prometido: “Estoy contigo siempre, hasta el fin
de los tiempos” (Mt 28, 20). Al combatir el mal del coronavirus, nuestra arma
más efectiva es, por lo tanto, nuestra relación con Cristo a través de la
oración y la penitencia, y las devociones y la adoración sagrada. Nos volvemos
a Cristo para liberarnos de la peste y de todo daño, y Él nunca deja de
responder con amor puro y desinteresado. Por eso es esencial para nosotros, de
la misma manera que podemos comprar alimentos y medicinas, al mismo tiempo que
cuidamos de no propagar el coronavirus en el proceso, también debemos poder
orar en nuestras iglesias y capillas, recibir los sacramentos y participar en
actos de oración pública y devoción, para que conozcamos la cercanía de Dios
con nosotros y permanezcamos cerca de Él, invocando adecuadamente Su ayuda. Sin
la ayuda de Dios, estamos perdidos.
Históricamente, en tiempos
de pestilencia, los fieles se reunieron en fervientes oraciones y participaron
en procesiones. De hecho, en el Misal Romano, promulgado por el Papa San Juan
XXIII en 1962, hay textos especiales para la Santa Misa que se ofrecerá en
tiempos de pestilencia, la Misa votiva para la liberación de la muerte en
tiempos de pestilencia ( Missae Votivae ad Diversan. 23) Del mismo modo, en la
letanía tradicional de los santos, oramos: “De la peste, el hambre y la guerra,
oh Señor, líbranos".
A menudo, cuando nos
encontramos en un gran sufrimiento e incluso enfrentamos la muerte,
preguntamos: “¿Dónde está Dios?" Pero la verdadera pregunta es: “¿Dónde
estamos?" En otras palabras, Dios está seguramente con nosotros para
ayudarnos y salvarnos, especialmente en el momento de un juicio severo o la
muerte, pero a menudo estamos muy lejos de Él debido a nuestra incapacidad de
reconocer nuestra dependencia total de Él y, por lo tanto, de rezarle
diariamente y ofrecerle nuestra adoración.
En estos días, he escuchado
de tantos católicos devotos que están profundamente tristes y Borromeo
comuniondesanimados por no poder rezar y adorar en sus iglesias y capillas.
Entienden la necesidad de observar la distancia social y seguir las otras
precauciones, y seguirán estas prácticas prudentes, que pueden hacer fácilmente
en sus lugares de culto. Pero, a menudo, tienen que aceptar el profundo
sufrimiento de tener sus iglesias y capillas cerradas, y de no tener acceso a
la Confesión y a la Santísima Eucaristía.
Del mismo modo, una persona
de fe no puede considerar la actual calamidad en la que nos encontramos sin
considerar también cuán distante está nuestra cultura popular de Dios. No solo
es indiferente a su presencia en medio de nosotros, sino que es abiertamente
rebelde hacia Él y el buen orden con el que nos ha creado y nos sostiene en el
ser. Solo tenemos que pensar en los ataques violentos comunes a la vida humana,
masculina y femenina, que Dios ha hecho a su propia imagen y semejanza (Gn 1,
27), ataques contra los no nacidos inocentes e indefensos, y contra aquellos
que tienen el primer título. a nuestro cuidado, aquellos que están fuertemente
cargados de enfermedades graves, años avanzados o necesidades especiales. Somos
testigos diarios de la propagación de la violencia en una cultura que no
respeta la vida humana.
Del mismo modo, solo debemos
pensar en el ataque generalizado contra la integridad de la sexualidad humana,
en nuestra identidad como hombre o mujer, con el pretexto de definir para
nosotros mismos, a menudo empleando medios violentos, una identidad sexual
distinta de la que Dios nos ha dado. . Con una preocupación cada vez mayor,
somos testigos del efecto devastador en los individuos y las familias de la
llamada “teoría del género".
También somos testigos,
incluso dentro de la Iglesia, de un paganismo que adora la naturaleza y la
tierra. Hay quienes dentro de la Iglesia se refieren a la tierra como nuestra
madre, como si viniéramos de la tierra, y la tierra es nuestra salvación. Pero
venimos de la mano de Dios, Creador del Cielo y la Tierra. Solo en Dios
encontramos la salvación. Oramos en las palabras divinamente inspiradas del
salmista: “[Dios] solo es mi roca y mi salvación, mi fortaleza; No seré
sacudido ”(Sal 62 [61], 6). Vemos cómo la vida de la fe misma se ha vuelto cada
vez más secularizada y, por lo tanto, ha comprometido el señorío de Cristo,
Dios el Hijo encarnado, rey del cielo y de la tierra. Somos testigos de muchos
otros males que derivan de la idolatría, de la adoración a nosotros mismos y a
nuestro mundo, en lugar de adorar a Dios, la fuente de todo ser. Tristemente
vemos en nosotros mismos la verdad de las palabras inspiradas de San Pablo con
respecto a la “impiedad y maldad de los hombres que por su maldad suprimen la
verdad": “intercambiaron la verdad sobre Dios por una mentira y adoraron y
sirvieron a la criatura en lugar del Creador, ¡Quién ha sido bendecido para
siempre! (Rom 1, 18. 25).
Muchos con quienes estoy en
comunicación, reflexionando sobre la actual crisis de salud mundial con todos
sus efectos concomitantes, me han expresado la esperanza de que nos llevará,
como individuos y familias, y como sociedad, a reformar nuestras vidas, a
recurra a Dios que seguramente está cerca de nosotros y que es inconmensurable
e incesante en su misericordia y amor hacia nosotros. No hay duda de que
grandes males como la peste son un efecto del pecado original y de nuestros
pecados actuales. Dios, en su justicia, debe reparar el desorden que el pecado
introduce en nuestras vidas y en nuestro mundo. De hecho, cumple las demandas
de la justicia con su misericordia superabundante.
Dios no nos ha dejado en el
caos y la muerte, que el pecado introduce en el mundo, sino que ha enviado a Su
Hijo unigénito, Jesucristo, a sufrir, morir, resucitar de entre los muertos y
ascender en gloria a Su diestra, en orden. permanecer con nosotros siempre,
purificándonos del pecado e inflamandonos con su amor. En su justicia, Dios
reconoce nuestros pecados y la necesidad de su reparación, mientras que en su
misericordia nos derrama la gracia de arrepentirnos y reparar. El profeta
Jeremías oró:
“Reconocemos, oh SEÑOR, nuestra maldad, la
culpa de nuestros padres; que hemos pecado contra ti “, pero inmediatamente
continuó su oración:” Por amor de tu nombre, no nos desprecies, no deshonres el
trono de tu gloria; recuerda tu pacto con nosotros y no lo rompas ”(Jer 14,
20-21).
Dios nunca nos da la
espalda; Él nunca romperá su pacto de amor fiel y duradero con nosotros, a
pesar de que con tanta frecuencia somos indiferentes, fríos e infieles. A
medida que el sufrimiento actual nos revela tanta indiferencia, frialdad e
infidelidad de nuestra parte, estamos llamados a recurrir a Dios y rogar por su
misericordia. Estamos seguros de que nos escuchará y nos bendecirá con sus
dones de misericordia, perdón y paz. Unimos nuestros sufrimientos a la Pasión y
la Muerte de Cristo y así, como dice San Pablo, “completa lo que falta en las
aflicciones de Cristo por el bien de su cuerpo, es decir, la Iglesia” (Col 1,
24). Viviendo en Cristo, sabemos la verdad de nuestra oración bíblica: “La
salvación de los justos es del Señor; él es su refugio en tiempos de problemas
”(Sal 37 [36], 39). En Cristo, Dios nos ha revelado completamente la verdad
expresada en la oración del salmista: “La misericordia y la verdad se han
reunido; la justicia y la paz se han besado ”(Sal 85 [84], 10).
En nuestra cultura
totalmente secularizada, hay una tendencia a ver la oración, las devociones y
la adoración como cualquier otra actividad, por ejemplo, ir al cine o un
partido de fútbol, lo cual no es esencial y, por lo tanto, puede cancelarse
por el simple hecho de tomar cada precaución para frenar la propagación de un
contagio mortal. Pero la oración, las devociones y la adoración, sobre todo, la
Confesión y la Santa Misa, son esenciales para que podamos mantenernos sanos y
fuertes espiritualmente, y para que busquemos la ayuda de Dios en un momento de
gran peligro para todos. Por lo tanto, no podemos simplemente aceptar las
determinaciones de los gobiernos seculares, que tratarían la adoración a Dios
de la misma manera que ir a un restaurante o a una competencia deportiva.
De otra manera, Nosotros,
los obispos y los sacerdotes, debemos explicar públicamente la necesidad de los
católicos de rezar y adorar en sus iglesias y capillas, e ir en procesión por
las calles y caminos, pidiendo la bendición de Dios sobre su pueblo que sufre
tan intensamente. Necesitamos insistir en que las regulaciones del Estado,
también por el bien del Estado, reconozcan la importancia distintiva de los
lugares de culto, especialmente en tiempos de crisis nacional e internacional.
En el pasado, de hecho, los gobiernos han entendido, sobre todo, la importancia
de la fe, la oración y la adoración de las personas para superar una peste.
Aun cuando hemos encontrado
una manera de proveer alimentos y medicinas y otras necesidades de la vida
durante un momento de contagio, sin arriesgar irresponsablemente la propagación
del contagio, de manera similar, podemos encontrar una manera de satisfacer las
necesidades. de nuestra vida espiritual. Podemos proporcionar más oportunidades
para la Santa Misa y las devociones en las que pueden participar varios fieles
sin violar las precauciones necesarias contra la propagación del contagio.
Muchas de nuestras iglesias y capillas son muy grandes. Permiten que un grupo
de fieles se reúnan para orar y adorar sin violar los requisitos de la
“distancia social". El confesionario con la pantalla tradicional
generalmente está equipado o, si no, puede equiparse fácilmente con un velo
delgado que puede tratarse con desinfectante, para que el acceso al Sacramento
de la Confesión sea posible sin gran dificultad y sin peligro de transmitir el
virus. Si una iglesia o capilla no tiene un personal lo suficientemente grande
como para poder desinfectar regularmente los bancos y otras superficies, no
tengo dudas de que los fieles, en agradecimiento por los dones de la Sagrada
Eucaristía, la Confesión y la devoción pública, lo harán con mucho gusto.
Incluso si, por alguna
razón, no podemos tener acceso a nuestras iglesias y capillas, debemos recordar
que nuestros hogares son una extensión de nuestra parroquia, una pequeña
Iglesia en la que traemos a Cristo de nuestro encuentro con Él en la Iglesia más
grande. Deje que nuestros hogares, durante este tiempo de crisis, reflejen la
verdad de que Cristo es el invitado de cada hogar cristiano. Volvamos a él a
través de la oración, especialmente el Rosario, y otras devociones.
Si la imagen del Sagrado
Corazón de Jesús, junto con la imagen del Inmaculado Corazón de María, aún no
está entronizada en nuestro hogar, ahora sería el momento de hacerlo. El lugar
de la imagen del Sagrado Corazón es para nosotros un pequeño altar en casa, en
el que nos reunimos, conscientes de que Cristo mora con nosotros a través del
derramamiento del Espíritu Santo en nuestros corazones, y colocar nuestros
corazones a menudo pobres y pecaminosos en Su glorioso Corazón traspasado,
siempre abierto para recibirnos, sanarnos de nuestros pecados y llenarnos de
amor divino. Si desean entronizar la imagen del Sagrado Corazón de Jesús, le
recomiendo el manual,La Entronización del Sagrado Corazón de Jesús , disponible
a través del Apostolado Catequista Mariano. También está disponible en traducciones
al polaco y al eslovaco.
Para aquellos que no pueden
tener acceso a la Santa Misa y la Sagrada Comunión, recomiendo la práctica
devota de la Comunión Espiritual. Cuando estamos dispuestos a recibir la
Sagrada Comunión, es decir, cuando estamos en estado de gracia, no somos
conscientes de ningún pecado mortal que hayamos cometido y por el que aún no
hemos sido perdonados en el Sacramento de la Penitencia, y deseamos recibimos a
Nuestro Señor en la Sagrada Comunión pero no podemos hacerlo, nos unimos
espiritualmente con el Santo Sacrificio de la Misa, rezando a Nuestro Señor
Eucarístico en las palabras de San Alfonso Liguori: “Ya que ahora no puedo
recibirte sacramentalmente, ven al menos espiritualmente en mi corazón “. La
comunión espiritual es una hermosa expresión de amor por Nuestro Señor en el
Santísimo Sacramento. No dejará de traernos abundante gracia.
Al mismo tiempo, cuando
somos conscientes de haber cometido un pecado mortal y no podemos tener acceso
al Sacramento de la Penitencia o la Confesión, la Iglesia nos invita a realizar
un acto de contrición perfecta, es decir, de pena por el pecado, que “Surge de
un amor por el cual Dios es amado por encima de todo". Un acto de
contrición perfecta “obtiene el perdón de los pecados mortales si incluye la
firme resolución de recurrir a la confesión sacramental lo antes posible” (
Catecismo de la Iglesia Católica , n. 1452). Un acto de contrición perfecta
dispone nuestra alma para la comunión espiritual.
Al final, la fe y la razón,
como siempre lo hacen, trabajan juntas para proporcionar la solución justa y
correcta a un desafío difícil. Debemos usar la razón, inspirada por la fe, para
encontrar la manera correcta de enfrentar una pandemia mortal. Esa manera debe
dar prioridad a la oración, la devoción y la adoración, a la invocación de la
misericordia de Dios sobre su pueblo que tanto sufre y está en peligro de
muerte. Hecho a imagen y semejanza de Dios, disfrutamos los dones del intelecto
y el libre albedrío. Usando estos dones dados por Dios, unidos a los dones
también dados por Dios de Fe, Esperanza y Amor, encontraremos nuestro camino en
el tiempo presente de la prueba mundial que es la causa de tanta tristeza y
miedo.
Podemos contar con la ayuda
y la intercesión de la gran hueste de nuestros amigos celestiales, con quienes
estamos íntimamente unidos en la Comunión de los Santos. La Virgen Madre de
Dios, los santos Arcángeles y Ángeles Guardianes, San José, Verdadero Esposo de
la Virgen María y Patrona de la Iglesia Universal, San Roque, a quien invocamos
en tiempos de epidemia, y los otros santos y benditos a quienes recurrimos
regularmente en oración están a nuestro lado. Nos guían y nos aseguran
constantemente que Dios nunca dejará de escuchar nuestra oración; Él responderá
con su inconmensurable e incesante misericordia y amor.
Queridos amigos, les ofrezco
estas pocas reflexiones, profundamente conscientes de cuánto están sufriendo
por el coronavirus pandémico. Espero que las reflexiones puedan serle de ayuda.
Sobre todo, espero que lo inspiren a recurrir a Dios en oración y adoración,
cada uno según sus posibilidades, y así experimentar Su curación y paz. Con las
reflexiones viene la seguridad de mi recuerdo diario de sus intenciones en mi
oración y penitencia, especialmente en la ofrenda del Santo Sacrificio de la
Misa.
Les pido por favor que se
acuerden de mí en sus oraciones diarias.
Sigo siendo suyo en el
Sagrado Corazón de Jesús y el Inmaculado Corazón de María, y en el más puro
Corazón de San José,
Raymond Leo Cardenal Burke
21 de marzo de 2020
Fiesta de San Benito, abad