Religión en Libertad, 9-3-20
¿Por qué el prestigioso
cardenal Van Thuân, confesor de la fe en las cárceles comunistas, predicador en
el año 2000 de los ejercicios cuaresmales del Papa y la Curia y redactor
principal del Compendium de la Doctrina Social de la Iglesia, aceptó ser
postulador de la causa de beatificación de un compatriota y coetáneo suyo,
Marcelo Van, desconocido para el mundo, muerto en un campo de concentración y
cuya existencia prácticamente ignoraba?
La respuesta se encuentra en
un hecho sobrenatural que aparece recogido en un libro que acaba de publicar
Amis de Van, la asociación que da a conocer en todo el mundo la vida y el
mensaje del hermano Van. Se trata de Dos vidas. Un mensaje, escrito por
Élisabeth Nguyễn-Thị-Thu-Hồng, la hermana menor de Marcelo, y por Olivier de
Roulhac, benedictino y postulador actual de la causa. La obra va mostrando, al
estilo de las Vidas paralelas de Plutarco, el sendero hacia Dios que siguieron
sus dos protagonistas a través de la fidelidad y el sufrimiento.
El cardenal Francisco Javier
Nguyen Van Thuân (1928-2002) y el hermano redentorista Marcelo Van (1928-1959)
nunca llegaron a conocerse personalmente. Nacieron el mismo año y fueron
cumpliendo casi a la vez las etapas de sus respectivas vocaciones: Van hizo sus
primeros votos en 1946, un año antes de que Van Thuân entrase en el seminario,
y en 1952, mientras aquél hacía sus votos perpetuos, éste era ordenado diácono.
Pero la división de Vietnam en 1954 hizo imposible la eventual posibilidad de
que sus destinos se hubiesen cruzado en vida.
El hermano Van tuvo la
oportunidad de escapar de Hanoi antes de que cayese en manos comunistas, pero
prefirió quedarse para ayudar a sus hermanos. Al poco, fue arrestado. Pasó
cuatro años de hambre y enfermedad en un campo de reeducación antes de morir,
agotado y enfermo, en 1959.
Por su parte, en el Sur
libre que presidía el católico Ngô Dinh Diêm, Van Thuan, ordenado sacerdote en
1953, fue destacando en sus cargos parroquiales, se doctoró en Alemania en
derecho canónico y tras ser vicario general de la diócesis de Huê, en 1967 fue
nombrado obispo de Nha-Trang. Como en el caso de su compatriota, el triunfo
comunista supuso la pérdida inmediata de libertad. Cuando en 1975 Saigón cayó
en manos del Vietcong, no tardó en ser detenido e inició un periplo de trece
años por diversas cárceles y campos de concentración, con algún periodo de
arresto domiciliario, hasta su liberación en 1988 y su expulsión del país en
1991. En 2001 fue nombrado cardenal y murió al año siguiente. Francisco firmó
en 2017 el decreto de reconocimiento de sus virtudes heroicas y le declaró
venerable.
Van Thuân y Van sí
coincidieron en algo, subrayan los autores de Dos vidas. Un mensaje: “Desearon
ser el amor y la esperanza en medio de las tinieblas, bajo el desgarrado cielo
del Vietnam… Recibieron la misma misión de ser testigos del Amor de Jesús”. Y
hay otra semejanza: ambos “tuvieron ante el Señor un alma de niño” en el
espíritu de Santa Teresita del Niño Jesús, y una “misma sabiduría, la de
transformar el sufrimiento en alegría”, porque habían entendido “la lógica de
la Cruz, que es el amor” y “se dan el relevo” en su propagación por el mundo.
Pero eso no fue hasta enero
de 1992. Van Thuân, que en el noviembre anterior había sido desterrado de su
patria, acepta ayudar a la asociación Amigos de Van en su objetivo de apadrinar
seminaristas vietnamitas. Aunque las leyes antirreligiosas se habían suavizado,
hacía falta permiso gubernamental para recibir la ordenación, y muchos jóvenes lo
aguardaban durante años, con gran riesgo de abandono de la vocación. Por eso
necesitaban ayuda material y espiritual, y los Amigos de Van ponen la causa
bajo la protección de Marcelo Van. El joven religioso ansiaba ser sacerdote y
nunca llegó a serlo porque Dios le transmitió su voluntad explícita de que no
lo fuese, algo que él aceptó con resignación ejemplar.
El cardenal Van Thuân
conoció la existencia de Van a través de la presidente de la asociación, Anne
de Blaye, a quien desde Vietnam le habían pedido que los Amigos de Van
asumiesen la continuación del proceso de beatificación, para el cual había
reunido todo el material el padre Antonio Boucher, su director espiritual. Anne
trasnmitió ese propuesta al purpurado, quien pidió un tiempo para pensárselo.
Un día recibió una llamada
de teléfono de su hermana Elisabeth con un noticia muy llamativa sobre su
madre, que le preocupaba a ella y a Anne, su otra hermana:
“Mamá nos dice que
acaba de rezar el rosario con un niño. Y quiere que le invitemos a tomar el
desayuno. Estamos muy inquietas porque no hay nadie. Francisco, tenemos miedo.
No entendemos lo que quiere decir esto, algo ha pasado en la casa. Mamá dice
que este joven estaba al lado de su cama. Nosotras no la creemos, pero ella
insiste”.
Cuando Van Thuân preguntó
más detalles, su sorpresa fue aún mayor al identificar al “niño”: la madre les
había señalado la foto de cubierta de la biografía de Marcelo Van que él había
regalado a su hermana.
“Esta señal es para mí”,
respondió Van Thuân, consternado: “Me han pedido que sea el postulador de la
Causa de Marcelo Van y él me da una señal”.
Y fue así como aceptó el
encargo, que llevó a cabo minuciosamente durante los diez años posteriores.
“Marcelo Van tiene la misma edad que yo”, evocó en otra ocasión: “Nació el 15
de marzo, y yo el 17 de abril de 1928. Como yo, tenía poca salud, y sobre todo
pasó años en la cárcel. Todos estos rasgos y muchos otros nos acercan a los dos
y nos facilitan un mejor conocimiento mutuo de nuestros sufrimientos, penas y
esperanzas”.
Ambos conocieron, además de
las penalidades de las cárceles comunistas, las propias de una constitución
débil y castigada por las enfermedades. Una en particular les unió: Van murió
de tuberculosis y Van Thuân se recuperó milagrosamente de ese mal, contraído
poco después de su ordenación. Y cuando Francisco Javier empezó a estudiar la
vida de Marcelo, descubrió más coincidencias, como que él conocía a varios de
los redentoristas que el joven religiosos cita en sus cartas y coloquios,
porque siempre tuvo gran aprecio a esa congregación.
Fue así como, al final de
sus días, el cardenal descubrió en su coetáneo joven un alma gemela. La obra
nos lo va haciendo evidente en la espiritualidad de ambos, basada en la
sencillez, el amor y la sublimación del dolor, mostrando que tiene sentido su
estudio paralelo.
El arzobispo de Pamplona,
Francisco Pérez González, prologa la obra y justifica también la unidad
profunda entre ambos pensando en la situación actual del mundo y en cómo ellos
nos pueden servir de guía: “Tenemos la sensación que de que el mal lo asedia
todo. En muchas personas se percibe temor, miedo, decepción, tristeza y
desesperanza. El Maligno no cesa de crear sus redes de odio y de confusión,
acosando en lo más íntimo y sagrado que hay en el ser humano. Por otra parte
constatamos, cada vez más, en muchas partes del mundo un rechazo a la fe
cristiana, hasta la persecución con sangre y el martirio. ¿Nos encontramos ante
un mal que de manera grotesca e insolente parece prevalecer? ¿Nos rendimos ante
él, resignándonos a su poder? Este libro nos sitúa en el camino que el Señor ha
querido abrirnos a través de estos testigos de la fe, de la esperanza y del
amor de nuestro tiempo, a fin de que nosotros podamos aprender a situarnos ante
él y respondamos, como hicieron ellos, a su desafío”.
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