Por Gabriel Ariza
Infovaticana, 03 octubre,
2019
El Cardenal Muller ha
querido hacer pública en un consorcio de medios liderado por LifeSiteNews en el
que está, en español, InfoVaticana, una declaración en defensa del dogma de que
las mujeres no pueden ser sacerdotes.
Declaración completa del
cardenal Gerhard Müller:
La exigencia según la cual
el Sínodo para la Amazonia debe regular que el Sacramento de las Sagradas
Órdenes -en su primer grado, el diaconado- sea válidamente administrado a las mujeres
contiene varios errores.
El primero de ellos consiste
en la opinión de que el Magisterio está por encima de la Revelación y de que un
sínodo de los obispos (que tiene sólo un carácter consultivo), un concilio
ecuménico o el papa pueden alterar la sustancia de los sacramentos (Concilio de
Trento, Decreto sobre la Comunión bajo ambas especies, DH 1728).
El segundo error está en la
opinión según la cual el Sacramento de las Sagradas Órdenes realmente consiste
en tres Sacramentos, por lo que hay que decidir, en consecuencia, si la
declaración Ordinatio Sacerdotalis (1994) se aplica sólo al grado de ordenación
de obispo, presbítero (= sacerdote) o diácono.
El tercer error consiste en
confundir a un público teológicamente mal informado al avanzar la tesis según
la cual la decisión definitiva del papa Juan Pablo II, a saber: «Declaro que la
Iglesia no tiene en modo alguno la facultad de conferir la ordenación
sacerdotal a las mujeres, y que este dictamen debe ser considerado como
definitivo por todos los fieles de la Iglesia» (Ordinatio Sacerdotalis, 4), no
es un dogma.
Sin embargo, está fuera de
toda duda que esta decisión definitiva de Juan Pablo II es, desde luego, un
dogma de fe de la Iglesia católica, y que este era el caso antes de que este
papa definiera, en 1994, esta verdad tal como está contenida en la Revelación.
La imposibilidad de que una mujer reciba de forma válida el Sacramento de las
Órdenes Sagradas en cada uno de los tres grados es una verdad contenida en la
Revelación y, por ende, confirmada de manera infalible por el Magisterio de la
Iglesia y presentada como algo que hay que creer.
Por petición de la comisión
doctrinal de la Conferencia episcopal alemana, en una ocasión reuní, en la
época del cardenal Wetter [que encabezó la comisión doctrinal de 1981 a 2008],
los documentos más importantes de la Escritura, la Tradición y el Magisterio
bajo el título: The Recipient of the Sacrament of Holy Orders. Sources Pertaining to the Doctrine and Practice of the
Church to Confer the Sacrament of Holy Orders Only on Men (Würzburg 1999).
La Comisión Teológica
Internacional también se expresó de manera competente sobre esta cuestión, y
existen varias monografías al respecto. Una discusión sobre este tema tiene
validez sobre la base del conocimiento de las fuentes. Quien lo niegue tal vez
sea bien acogido por los desinformados y los medios de comunicación
anticlericales -para los que es motivo de alegría el conflicto y la división
dentro de la Iglesia-, pero no será tomado en serio a nivel académico.
Cuando hablamos de dogma,
hay que diferenciar entre el aspecto sustancial y el aspecto formal del mismo.
La verdad revelada que en él se expresa, y cuya negación se sanciona con un
«anathema sit« y que es pronunciada «ex cathedra» sólo por el Papa, no depende
por tanto de la forma externa de la definición. Las afirmaciones fundamentales
del Credo, por ejemplo, no han sido formalmente definidas, pero sí lo han sido
en su sustancia -y de una manera exquisita-, y son presentadas por la Iglesia
como afirmaciones que hay que creer por el bien de la salvación.
Algunas personas sugieren
ahora que la doctrina según la cual sólo un hombre bautizado (que responde a
los requisitos objetivos y subjetivos necesarios) puede recibir de manera
válida el Sacramento de las Sagradas Órdenes tiene que ser relativizada, es
decir, que es una opinión privada y puntual de Juan Pablo II, porque algunos
teólogos u obispos son de la opinión subjetiva de que dicha doctrina no es un
dogma. Y mantienen su punto de vista, a pesar de que el papa Francisco en
persona siempre haya resaltado el carácter vinculante de Ordinatio
Sacerdotalis.
Algunos, claramente personas
facciosas, malinterpretan de una manera ideológica el dogma de la primacía de
la jurisdicción y la infalibilidad del papa en cuestiones de fe y moral, y
convierten estos dogmas en un absolutismo eclesiástico nunca visto hasta ahora,
como si -también fuera de las cuestiones de fe y moral-, el papa pudiera exigir
«obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento» respecto al «magisterio
auténtico del Romano Pontífice» (Lumen Gentium, 25). Lo hacen como si hubiera,
junto a la Palabra de Dios, una fuente adicional de Revelación, bien en el
papa, bien en el Pueblo de Dios, que debe ser escuchado por los pastores. Estas
nuevas fuentes, dicen, nos permitirán ir más allá de la Escritura y la
Tradición e incluso conocer mejor que el Magisterio que ha llegado hasta
nuestros días lo que Jesús quería realmente decir y lo que diría si Él aún
viviera.
Cuando se enfrentaron a la tergiversación engañosa del canciller
imperial Bismarck sobre el dogma de la infalibilidad del Concilio Vaticano I,
los obispos alemanes declararon que el Magisterio del papa y de los obispos
está «vinculado al contenido de la Sagrada Escritura y de la Tradición, como
también a las decisiones magisteriales tal como ya han sido tomadas por el
Magisterio de la Iglesia» (DH 3116). El papa Pío IX dio su firme apoyo a esta
declaración (DH 3117).
Es asombroso el diletantismo
que vemos actualmente en teología, como también el menosprecio brutal que hay
hacia el hombre en la política de la Iglesia. Quien tiene una mente
independiente es expulsado sin piedad y descartado de una manera inhumana, sin
tomar en consideración sus logros por el bien de la Iglesia y la teología. Sin embargo,
la unidad en la verdad sólo puede ser recibida de Dios en la oración, y sólo
puede realizarse obedeciendo al Magisterio en lo que respecta a Dios y Su
Revelación, y no mediante manipulaciones o con el uso de la violencia y el
engaño. Ad intra et extra, se aplica: «La verdad no se impone de otra manera,
sino por la fuerza de la misma verdad, que penetra suave y fuertemente en las
almas» (Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis Humanae sobre la libertad
religiosa, 1).
No se podría convencer ni a
un niño de que estas fantasías de omnipotencia políticas y de los medios de
comunicación tienen algo que ver con la doctrina definida en los Concilios
Vaticanos I y II sobre el papa y la Iglesia. Ciertamente no podríamos hacerlo
con «los perfectos [en la fe], que con la práctica y el entrenamiento de los
sentidos saben distinguir el bien del mal» (Heb 5, 14). Todos los que
sobreestiman o subestiman la primacía de la Iglesia romana y su obispo deben
leer con urgencia el texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe (1998):
El primado del sucesor de Pedro en el misterio de la Iglesia. Se puede leer
como un anexo a mi estudio de 600 páginas, El Papa. Misión y cometido (BAC
2018). Este libro está disponible en polaco y pronto será publicado en inglés e
italiano, por lo que nadie puede alegar una falta de conocimiento sobre mi
propia postura al respecto.
En la teología, lo que
cuenta son las argumentaciones teológicas y filosóficas. La verdad no es una
función que está al servicio de las afirmaciones políticas e ideológicas del
poder. Hace tiempo que se ha visto cuál era el ardid popular de nuestros
progresistas, por lo que ahora ya no es efectivo. Es decir, en las discusiones
ellos utilizan el ataque personal en lugar de expresar sus argumentaciones
fundamentales, y se ayudan en su propia confusión con insinuaciones absurdas
que no tienen ninguna honestidad intelectual.
Según la tesis del
modernismo tal como fue condenado por el Magisterio -una versión
pseudo-católica del protestantismo cultural sobre la teología del sentimiento
según Schleiermacher-, un dogma de la fe católica no es la visión definitiva e
irreversible de la Iglesia de que una verdad es contenida en la Revelación, lo
que implica que tiene que ser aceptado por todo católico «con fe católica y divina»,
sino que es, más bien, una expresión de la opinión dominante que ha ganado, con
la ayuda de las estrategias periodísticas, y la autoridad del papa que entonces
esté reinando.
La Palabra de Dios en la
Escritura y la Tradición y el hecho de que el Magisterio está vinculado, en
sustancia, a la Revelación única e incomparable en Jesucristo, la Palabra
encarnada de la Fe, es reemplazada entonces por una lealtad eclesiástica-política a la línea del papa actual, pero sólo
bajo la condición de que este esté de acuerdo con su opinión. Estos mismos
«falsos profetas» (Gal 2, 4), que ahora desean convertir la lealtad eclesial de
cada católico al papa en un sumisión incondicional a este hombre y en
sacrificium intellectus sin sentido, eran los enemigos más acérrimos de Juan
Pablo II y Benedicto XVI. La lealtad al papa que tiene una base teológica es
totalmente distinta.
El Manifiesto de la Fe
(incluido en mi libro: The Power of the Truth. The Challenges to Catholic
Doctrine and Morals Today, Ignatius Press 2019), que publiqué ante el caos
presente en la proclamación de la enseñanza y que, en coherencia con la
Tradición Apostólica, presenta las verdades clave, a saber: la Santísima
Trinidad, la Encarnación, la Sacramentalidad de la Iglesia, los Siete
Sacramentos, la unidad de fe y discipulado, y la esperanza de la vida eterna,
fue degradado a nivel de «medias verdades de carácter subjetivo y arbitrario».
Alguien que es habitualmente un entusiasta admirador de Lutero incluso pensó
que podía acusarme de ser un Lutherus redivivus, es decir, un Lutero renacido.
Este Lutero, poco antes de morir y expresado de un modo que no invita al
diálogo, se dejó ir y habló de «un papado en Roma instituido por el demonio» (1545).
Además, esta misma facción
ideológica ahora se presenta, en sus célebres revistas, páginas webs y libros
llamados de no ficción, como defensora del papa de la reforma, sin darse cuenta
que está socavando, con su polarización de la autoridad papal, los cimientos
teológicos del Ministerio Petrino. Los católicos ya no tienen que creer en
Dios, sino en el papa, al que los ideólogos dominantes dentro y fuera de la
Iglesia presentan como «su papa». Estos mismos ideólogos condenan, con un
estremecedor ataque de obsesión religiosa, como enemigo de «su papa» a todo obispo
y sacerdote católico y lúcido.
Pero «»la obediencia de la
fe», por la que el hombre se confía libre y totalmente a Dios prestando «a Dios
revelador el homenaje del entendimiento y de la voluntad», y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por El» (Dei Verbum, 5), nunca se puede
aplicar a un ser humano, ya sea el papa o un obispo. Su autoridad es meramente
derivada y, en su sustancia, depende completa y totalmente de la autoridad de
Dios porque «no aceptan ninguna nueva revelación pública como perteneciente al
divino depósito de la fe» (Lumen Gentium, 25). Esto se aplica también a la
relación entre los obispos y el papa. En su ordenación episcopal, los obispos
prometen directamente a Dios preservar con fidelidad la fe católica. En sus
conciencias, están vinculados y obligados sólo a Dios y Su Verdad Revelada
(contra cualquier forma de papalatría).
Sin embargo, en el contexto de la
colegialidad episcopal y de la orientación hacia el papa como principio perenne
y fundamento de la unidad de la Iglesia en la verdad revelada de la fe (Lumen
Gentium, 18, 23), también la comunidad de la Iglesia y la responsabilidad
comunitaria por el depósito de la fe de la Iglesia están orientados a Dios
(contra el individualismo protestante).
Fue sólo así como san Pablo
pudo «encararme con él [san Pedro]» (Gal 2, 11), porque este, en su enseñanza,
era de hecho leal a la «verdad del Evangelio» (Gal 2, 14), pero luego «era
reprensible» por su práctica ambigua. Pero san Pablo lo hizo sin cuestionar en
su esencia la autoridad y misión de san Pedro. El llamado incidente de
Antioquía no puede, por tanto, ser utilizado como un argumento contra la
existencia del papado como derecho divino.
Tras algunas experiencias
negativas, el papa Francisco tiene que ser consciente de que la relación entre
el papa y los obispos (y en el contexto de la Santa Iglesia romana, su relación
con los cardenales) tiene que estar determinada por la comprensión católica de
la Iglesia y que no puede ser abandonada al sensacionalismo de los periodistas
o el oportunismo de los aduladores.
Es
una arrogancia incalificable que los «vaticanistas» entreguen al papa
públicamente, y con gestos inequívocos que buscan su apoyo, sus libros, en los
que «destapan» -pero en realidad meramente fabrican- oposiciones y conspiraciones
contra el papa en la curia y en la Iglesia, y que después permitan ser
alabados, de manera similar a como lo eran los «héroes de la Unión Soviética»
del pasado, por esta locura que no hace más que minar la fe.
Recordemos aquí que «[Jesús]
encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los
cambistas sentados» y que él los echó del Templo, esparció su dinero (ganado
con la usura) y «volcó las mesas» (véase Jn 2, 14 y ss). En cualquier caso, no
es una forma de literatura que fomente la armonía entre los fieles y contribuya
a aumentar el sentido moral.
Si el Sínodo para la
Amazonia tiene que convertirse en una bendición para el conjunto de la Iglesia
y un reforzamiento de su unidad en la verdad, en lugar de un debilitamiento, es
necesario dejar de pensar según las distintas facciones e ideologías. Cuando en
una lucha cada uno «dice algo distinto» y lo legitima diciendo «Me adhiero a
Pablo, y yo a Pedro; me adhiero a Apolo, yo a Cristo», entonces la
interpelación del apóstol está justificada: «¿Está dividido Cristo? ….
¿Fuisteis bautizados en nombre de Pablo?» (1 Cor 1, 13). «Realmente tiene que
haber escisiones entre vosotros para que se vea quiénes resisten a la prueba» (1 Cor 11, 19); sin embargo, «¡ay
del mundo por los escándalos!» (Mt 18, 7).
Creemos en un único Dios
«que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la
verdad» y «único también es el mediador entre Dios y los hombres, el hombre
Cristo Jesús» (1 Tim 2, 3-7). Y sabemos que los apóstoles y sus sucesores, los
obispos, son constituidos maestros «de las naciones en la fe y en la verdad» (1
Tim 2, 7).
Nosotros
católicos somos, sin excepción, leales al papa Francisco y a los obispos en
comunión con él. Esta es la esencia del mandato del papa, que
él reúna una y otra vez de nuevo a los discípulos y que los una en la profesión
de san Pedro el cual, cuando Jesús le preguntó quién pensaba que Él era, hizo
la profesión de la Iglesia de todos los tiempos: «Tú eres el Mesías, el Hijo
del Dios vivo» (Mt 16, 16). Y lo hizo sin prestar atención a las veleidosas
opiniones de la gente.
Traducido
por Verbum Caro para InfoVaticana.