José
Ramón Garitagoitia Eguía
Licenciado
en Derecho
Doctor
en Ciencias Políticas
(Mercaba.org)
Con la perspectiva de
los años transcurridos desde su elección, puede decirse que Juan Pablo II es
uno de los protagonistas del siglo XX. El atractivo de su personalidad ha
motivado la reflexión sobre su pensamiento ético-político. En el magisterio del
Papa Wojtyla hay unas ideas-fuerza que contienen una toma de postura neta a
favor del hombre, entendido de modo concreto, como persona, que no es algo sino
alguien.
La opción consecuente
por el hombre -que no es individuo aislado- implica la búsqueda del bien común,
lo cual supone el apoyo a las comunidades naturales en las que -antes que en el
Estado u otras sociedades de índole más bien jurídica- expresa libre y
espontáneamente su ser personal y social. Las conclusiones son:
1º - La persona
humana ocupa un lugar central en su pensamiento ético.
2º - En la comunicación
con los demás el hombre se reconoce como sujeto de su acción, y a partir del
acto de la persona se comprende la dinámica social, y no a la inversa.
3º - La persona
existe dentro de un contexto social e histórico concreto, y son necesarios
algunos principios que sirvan para orientar la acción en el respeto y promoción
de la dignidad del hombre.
4º - El sentido de la
sociedad política es el servicio a la persona.
5º - El Estado es un
servicio de síntesis, de protección y de orientación de la sociedad civil.
EL PENSAMIENTO
ÉTICO-POLÍTICO DE JUAN PABLO II*
José Ramón
Garitagoitia Eguía
Una de las mayores
paradojas de nuestro tiempo es que el hombre, que ha iniciado el período de la
modernidad afirmando su propia madurez y autonomía, emprende la andadura del
siglo XXI con miedo de sí mismo, asustado por lo que él mismo es capaz de hacer
y asustado ante el futuro . En esta situación hemos llegado a un nuevo milenio
en el que, favorecido por una auténtica cultura de la libertad, la humanidad
debe aprender a vencer el miedo, y para ello recuperar un espíritu de esperanza
y confianza. ¿De qué esperanza se trata? Como recordaba Juan Pablo II en su
discurso ante la
Asamblea General de la
ONU, en 1995, no es un vano optimismo dictado por la
confianza ingenua de que el futuro es necesariamente mejor que el pasado, sino
la premisa de una acción responsable que tiene su apoyo en lo más íntimo de la
conciencia del hombre. En palabras del primer Papa eslavo de la historia,
"todo lo que empequeñece al hombre daña la causa de la libertad" .
Hoy urge recuperar la visión de una unidad orgánica que abarque al hombre y
toda la sociedad humana.
En todo lo que Karol
Wojtyla ha dicho y escrito encontramos datos suficientes para afirmar que en su
pensamiento hay dos cuestiones claramente presentes, y ambas conectan con las
grandes aportaciones del Concilio Vaticano II. Una de estas cuestiones es su
continua atención por el hombre. La otra gran cuestión es la de la unidad que
debe lograrse entre la fe y la experiencia diaria. Desde los tiempos de
juventud es constante su preocupación por mostrar la gran riqueza y dignidad
que encierra en sí la persona humana. Lo que ha llamado la dimensión
fundamental del hombre se encuentra presente de modo continuo en su
pensamiento: una visión integral, que considera tanto su dimensión material
como la dimensión espiritual, en la que pone el acento . Su interés por
destacar, en toda su identidad, la verdad de la persona surge del esfuerzo por
fundamentar la ética en un mundo dominado por el relativismo moral .
1. La actividad
política como servicio del hombre
El magisterio de Juan
Pablo II presenta una toma de postura neta a favor del hombre, entendido no
genéricamente, a modo de naturaleza humana, sino de modo concreto. El Papa se
pronuncia en favor de cada hombre, que debe ser respetado, defendido de sí
mismo y del ambiente que le rodea, y confrontado con su verdadera imagen.
El hombre, entendido
como persona, no es algo, sino alguien. Es ser único y centro del mundo creado,
y no una función variable y relativa de la sociedad, del Estado, de ideologías,
o de intereses particulares de grupos o individuos. En el universo visible sólo
el hombre y su destino tienen naturaleza de fin. Los demás seres y realidades
son únicamente medios que deben servir al ser humano. Como explicó con claridad
en su primera intervención ante la
ONU, en 1979, este hecho debe constituir un punto de
referencia, un estímulo y una llamada para todos los que por algún título
tratan cuestiones de humanidad; entre ellos quienes se dedican a la actividad
política. En su trabajo no tratan sobre la idea de hombre, sino del hombre
mismo. "Todos ustedes -dijo el Papa- son representantes de los hombres,
prácticamente de todos los hombres del globo: hombres concretos, comunidades y pueblos,
que viven la fase actual de su historia, y al mismo tiempo están insertos en la
historia de la humanidad" .
Cada hombre tiene, en
efecto, su propia subjetividad y dignidad; vive en una cultura concreta, tiene
sus experiencias y aspiraciones, tensiones y sufrimientos, así como sus
legítimas esperanzas. Es en esta relación donde encuentra su razón de ser toda
la actividad política, la cual -en última instancia- procede del hombre, se
ejerce mediante el hombre y es para el hombre. Si la actividad política es
separada de esta fundamental relación y finalidad se convierte, en cierto modo,
en fin en sí misma, y pierde gran parte de su razón de ser. Más aún, puede
incluso ser origen de una alienación específica; puede resultar extraña al
hombre, caer en contradicción con la humanidad misma. Cuando Wojtyla habla del
derecho a la vida, a la integridad física y moral, al alimento, a la vivienda,
a la educación, a la salud, al trabajo, a la responsabilidad compartida en la
vida de la nación, está hablando de la persona humana, y trata de dar respuesta
a cuestiones planteadas en la sociedad contemporánea. Destaca que la opción
consecuente por el hombre -que no es nunca individuo aislado- implica la
búsqueda del bien común, algo esencial en la actividad política. Esto supone el
apoyo a las comunidades naturales, en las que -antes que en el Estado u otras
sociedades de índole más bien jurídica- expresa libre y espontáneamente su ser
personal y social.
Todo ser humano que
habita en nuestro planeta es miembro de una sociedad civil, de una nación.
El objetivo de la
actividad política es, por tanto, el bien común de la comunidad humana, lo que
implica el deber de adoptar las decisiones y medidas que sean necesarias para
lograr las condiciones de paz y justicia, seguridad y orden, que resulten
adecuadas para que cada persona pueda vivir de acuerdo con su propia dignidad .
Entre esas condiciones que se deben lograr se encuentran también las referentes
al desarrollo intelectual y material. En todo caso, es condición esencial de la
actividad política el que la persona tenga la posibilidad de tomar decisiones
con libertad.
El orden moral
penetra, de este modo, en las estructuras y en los estratos de la existencia de
una nación como Estado, y en las estructuras y en los estratos de la existencia
política, puesto que está vinculado al reconocimiento universal de la autoridad
de la ley moral, que obliga tanto a los súbditos como a los gobernantes. Sólo
partiendo de esa ley moral puede ser respetada, y reconocida universalmente, la
dignidad de la persona humana. Tanto la ley moral como la ley humana son, de
este modo, condición fundamental para el orden social . Por tanto, es a los
responsables de la administración pública a quienes compete la toma de
"opciones valientes para construir una sociedad más libre, democrática y
justa" , lo que debe afrontarse tanto a nivel nacional como a escala
mundial :
2. El sentido del
Estado
El hombre nace en una
familia, y de la mezcla de distintas familias, y de su convivencia en un lugar
determinado, surge al cabo del tiempo un pueblo que ha creado su propia lengua
y se rige por sus propias costumbres, constituyendo la comunidad de cultura. De
un modo diferente, es la defensa del territorio, ya sea contra la agresión
exterior o contra la anarquía económica y política interior, lo que está en el
inicio de otras formas de sociedad política que han ido surgiendo en el curso
de la historia, entre las que se encuentra el Estado. En junio de 1999 Juan
Pablo II tuvo la oportunidad de intervenir ante la asamblea conjunta de
diputados y senadores en el Parlamento polaco. "Hoy, en este lugar -dijo
el Papa-, somos conscientes del papel esencial que en un Estado democrático
desempeña un justo orden jurídico, cuyo fundamento debería ser siempre y en
todas partes el hombre, sus inalienables derechos y los derechos de toda la
comunidad, que es la nación" .
Una concepción
equilibrada de Estado debe considerarlo como un servicio de síntesis, de
protección y de orientación de la sociedad civil, a la que debe respetar. El
Estado debe ser de derecho y, al mismo tiempo, un Estado social, que ofrezca a
todos las garantías de una convivencia ordenada y asegure a los más débiles el
apoyo que necesitan para no sucumbir a la prepotencia o a la indiferencia de
los fuertes . El Estado tiene originariamente un componente ético esencial
porque es ante todo un servicio al hombre. La competencia y obligación del
poder político debe ser, en consecuencia, crear y potenciar las condiciones
sociales que favorezcan el bien auténtico y completo de la persona, esté sola o
asociada con otras personas, así como evitar cuanto se oponga u obstaculice a
la expresión de su auténtica dimensión humana. Debe respetar a los individuos,
y también a las familias y los grupos intermedios, garantizando el ejercicio de
sus derechos y las legítimas libertades .
Un concepto de Estado
así dibujado resulta comprometedor. La responsabilidad primordial para
conseguirlo corresponde a los agentes del bien común en la comunidad política.
A sus representantes se dirigió el Papa polaco en aquella histórica visita a la
sede de las Naciones Unidas, en 1979, cuando todavía no había cumplido su
primer aniversario en la Sede
de Pedro. Según dijo, había ido hasta el corazón de la ONU para hablar en favor del
hombre: "Pido disculpas por hablar de temas que a ustedes son ciertamente
evidentes -dijo- pero no parece inútil hablar de ellos, porque una insidia muy
frecuente en las actividades humanas es la eventualidad de que, al realizarlas,
se pueden perder de vista las verdades más evidentes y los principios más
elementales" . El Papa es consciente de que su misión consiste en defender
al hombre hablando ante el mundo.
Estaban todavía
recientes los acontecimientos que en los meses últimos de 1989 habían
transformado la zona de influencia soviética al este del telón de acero. Juan
Pablo II aprovechó su intervención anual al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede para hacer
balance de lo ocurrido. Aquellas naciones que acababan de recobrar su libertad
se enfrentaban con el difícil reto de reconstruir una sociedad civil, que debe
actuar en el marco de un Estado de derecho. En su intervención ante el Cuerpo
Diplomático, el Papa dibujó las características que lo definen: "Es
necesario -señaló- que estas aspiraciones expresadas por los pueblos sean
satisfechas por el Estado de derecho en cada nación europea. La neutralidad
ideológica, la dignidad de la persona humana, fuente de derechos, la
anterioridad de la persona en relación con la sociedad, el respeto de las
normas jurídicas, democráticamente consensuadas, el pluralismo en la
organización de la sociedad, son valores insustituibles sin los cuales no se
puede construir con carácter estable una casa común al Este y al Oeste,
accesible a todos y abierta al mundo" .
El sentido esencial
del Estado consiste, por tanto, en el hecho de que la sociedad -y el pueblo que
la compone- es soberana de la propia suerte. Es particularmente importante en
nuestra época, en la que ha crecido en importancia la conciencia social de los
hombres y con ella una correcta participación de los ciudadanos en la vida
política, que debe tener siempre en cuenta las condiciones de cada pueblo y el
vigor de la autoridad pública . Son cuestiones de capital importancia, tanto desde
el punto de vista del progreso del hombre mismo como del desarrollo global de
su humanidad. De una manera viva y directa -en ocasiones con acentos no
privados de una cierta emotividad- Juan Pablo II desarrolla en diversos
momentos de su ya largo magisterio ideas sencillas y profundas sobre la
importancia de los grupos humanos primigenios -familia, comunidad local,
etnias- para el verdadero y completo desarrollo de la persona. "Nosotros
polacos -decía, por ejemplo, en 1979- sentimos de modo particularmente profundo
el hecho de que la razón de ser del Estado es la soberanía de la sociedad, de
la nación, de la patria. Lo hemos aprendido a lo largo de todo el arco de
nuestra historia, y especialmente a través de las duras pruebas de los últimos
siglos" . Son las mismas ideas que veinte años después, en junio de 1999,
señalaría en su importante discurso ante el Sejm (Parlamento polaco). En ese
intervalo la situación social y política de las patria había experimentado un
cambio radical, pero el mensaje del Papa Wojtyla seguía siendo el mismo.
A partir de las
libertades y derechos fundamentales que la sociedad política debe respetar y
promover, tienden a desarrollarse otros derechos del hombre, considerado en
tanto que ciudadano, miembro de la sociedad y, más ampliamente, en tanto que
parte integrante de un entorno a humanizar. En esta perspectiva contemplamos
los derechos civiles, que garantizan a la persona sus libertades individuales y
obligan al Estado a no inmiscuirse en el campo de la conciencia individual, y
los derechos políticos, que facilitan al ciudadano la participación activa en
los asuntos públicos. No cabe duda de que entre los derechos fundamentales y
los derechos civiles y políticos existe una interacción; mutuamente se
condicionan. Cuando los derechos de los ciudadanos no son respetados, es casi
siempre en detrimento de los derechos fundamentales del hombre . Los derechos
civiles y políticos son de tal importancia que un Estado no puede privar a sus
ciudadanos de tales derechos, tampoco con el pretexto de conseguir su progreso
económico o social. Se puede comprobar la fecundidad de la noción de derecho
humano mediante el desarrollo y la formulación, cada vez más precisa, de los
derechos sociales y culturales. Se habla también de un derecho al desarrollo y
al entorno, como parte de una tercera generación de derechos humanos que con
frecuencia trata de exigencias difíciles de traducir en términos jurídicos. En
el fondo, la reivindicación de estos derechos pone de manifiesto la conciencia
que tiene la humanidad de interdependencia con la naturaleza. Es algo cada vez
más presente en la mentalidad contemporánea que los recursos naturales, creados
para todos pero limitados, deben ser protegidos.
3. Educar para la
libertad
Juan Pablo II insiste
en reclamar la libertad para individuos y naciones, y darle su auténtico
contenido. Al mismo tiempo recuerda que "no vivimos en un mundo irracional
o sin sentido" . Hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y
hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos. Esta lógica
tiene mucho que ver con la relación esencial entre la libertad y la verdad del
hombre.
El sistema político
no tiene en sí mismo los criterios que permiten distinguir correctamente cuáles
sean las formas más adecuadas para la satisfacción de las necesidades humanas.
Por tanto, teniendo en cuenta que no todos los medios son igualmente adecuados
para la formación de la personalidad madura, se hace necesaria una gran obra
educativa y cultural, orientada a enseñar a los hombres a hacer un uso
responsable de su libertad. La primera y esencial tarea de la cultura en
general, y también de toda cultura en concreto, es la educación . Esta, por lo
demás, no consiste sólo en la transmisión a las futuras generaciones de una
síntesis concisa de las conquistas científicas y técnicas conseguidas sino que,
además, "se debe realizar un esfuerzo similar, e incluso mayor, en el
campo de la formación educativa, promoviendo la maduración de la personalidad
de los jóvenes en su visión del mundo, en su sistema de valores y en sus
relaciones personales" . Para contribuir con eficacia a esta finalidad,
esa labor educativa debe tener como punto de referencia la verdad sobre el
hombre. Es otra de las referencias constantes de su magisterio.
Una concepción reductiva
del hombre se refleja inevitablemente en el empeño formativo, como muestra la
experiencia del pasado reciente en algunos países en los que el lento, pero
necesario, proceso educativo no recibió la debida atención. No debemos olvidar
que el cometido principal de la educación consiste en que el hombre llegue a
ser cada vez más hombre -que pueda ser más y no sólo que llegue a tener más-,
lo cual supone enseñar al hombre a que a través de lo que tiene -de todo lo que
posee- sepa ser más plenamente hombre . Para ello resulta necesario que el
hombre sepa ser más no sólo con otros, sino también para los otros. La
educación, en consecuencia, tiene una importancia fundamental para la sociedad,
en lo que se refiere a la formación de las relaciones inter-humanas y sociales.
La institución universitaria tiene un indudable protagonismo en esta tarea, en
cuanto lugar rico en formación y en humanitas, al servicio de la calidad de
vida, conforme a la verdad .
La madurez del
individuo supone, ciertamente, un itinerario de crecimiento personal que el
sujeto no puede delegar en los demás. Pero en ese camino no se le puede dejar
sólo; hay que prepararlo y guiarlo para que realice sus opciones de manera
responsable . Para un camino tan complejo y delicado no pueden bastar algunas
enseñanzas morales impartidas por maestros o por los mismos padres . Los
jóvenes viven en una familia concreta y en un determinado ambiente social; todo
lo que sucede en su entorno influye en su personalidad: o fomenta el
crecimiento hacia una madurez más plena, o por el contrario estorba su
expansión interior y destruye su deseo natural de plenitud y felicidad .
Tomar como punto de
partida la verdad, considerándola como lugar central del misterio del hombre,
implica que no se puede vivir una vida verdaderamente humana de espaldas a
ella. Debe ser reconocida y manifestada abiertamente. Por tanto, siendo que el
hombre es un ser que vive en sociedad, la verdad tiene una dimensión social y
pública. Una sociedad en la que se debilite la conciencia de la verdad del
hombre pierde también el motivo para respetarlo: queda reducido a un objeto,
similar a los otros objetos naturales, sobre los que se puede ejercer el
dominio. El objeto de esta premura es el hombre en su "única e irrepetible
realidad humana" , en toda su irrepetible realidad del ser y del obrar,
del entendimiento y de la voluntad, de la conciencia y del corazón .
Existen diversas
maneras de atentar contra la verdad del hombre en lo más profundo de su ser, en
el campo de su conciencia. Sucede, por ejemplo, cuando la verdad es
discriminada de la vida social. El conflicto que puede darse entre el poder
civil y el hombre creyente no se plantea tanto en el ámbito interior (de la fe)
-en tanto que verdad escondida en la intimidad del espíritu- como en el de la
manifestación externa de esa verdad reconocida: de su testimonio social. En
1976 Karol Wojtyla denunciaba la actitud de quienes "pretenden enterrar a
toda costa la verdad en las catacumbas; quienes intentan arrebatarle su
dimensión de testimonio en la vida pública, es decir, la plena dimensión debida
al hombre" .
"El hombre es,
ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla y profundizarla
en un diálogo continuo que implica a las generaciones pasadas y futuras" .
Por contraste, en el mundo contemporáneo hay situaciones en las que se niega al
hombre el derecho de dar testimonio de la verdad, y al mismo tiempo se le
obliga a profesar lo que no corresponde -o incluso contradice abiertamente- sus
más profundas convicciones, viéndose obligado a vivir en la mentira. En la vida
social y política no faltan ejemplos de esta alienación del hombre que consiste
en la privación de lo que constituye su humanidad. "Nuestro tiempo tiene
especial necesidad de la verdad" , afirma el Papa en referencia a esta
dimensión pública de la verdad. Ser libre exige poder dar testimonio de la
verdad, y a la vez no puede consistir en el uso desenfrenado de la propia
libertad, "puesto que todo esto afecta a la verdad de la fe y de la vida
moral; a cuanto constituye el fundamento de la dignidad humana, verdadera o
falsa, concebida en sentido justo o injusto" . Wojtyla no permanece
insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, y de modo
consecuente no le resulta indiferente lo que le amenaza, por lo que denuncia
"el escepticismo relativo a la existencia misma de una verdad moral y de
una ley moral objetiva" . Es una actitud que se da con frecuencia en las
instituciones culturales, que influyen en la opinión pública, y se trata
también de una realidad común en muchas instituciones académicas, políticas y
legales. Quienes procuran vivir de acuerdo con la ley moral pueden sentirse
presionados por fuerzas que contradicen lo que en conciencia saben que es
verdad .
4. La democracia, una
empresa moral
Por lo que se refiere
a los sistemas de organización política, el pontífice polaco es rotundo al
afirmar que la democracia es -entre los que se han conocido a lo largo de la
historia- el que mejor ha logrado integrar la participación de los ciudadanos.
Señala que es una empresa moral, una prueba continua de la capacidad de un
pueblo de gobernarse a sí mismo, para servir al bien común y al bien de cada
ciudadano. Por tanto, la supervivencia de una democracia concreta no depende
sólo de sus instituciones. En mayor o menor medida depende también del espíritu
que inspira e impregna sus procedimientos legislativos, administrativos y
judiciales. "El futuro de la democracia depende de una cultura capaz de
formar a hombres y mujeres preparados para defender ciertas verdades y
valore"" , y corre peligro cuando la política y la ley rompen toda
conexión con la ley inscrita en el corazón humano.
En efecto, si no hay
un modelo objetivo que ayude a decidir entre las diferentes concepciones del
bien personal y común, entonces la política democrática se reduce a una lucha
por el poder. Si el derecho constitucional y el poder legislativo no tienen en
cuenta la ley moral objetiva, las primeras víctimas serán la justicia y la
equidad, y esto porque se convierten en cuestiones de opinión personal. La
democracia es fundamentalmente un ordenamiento, señala el pontífice, y como tal
un instrumento, y no un fin . Su carácter moral no es automático, sino que
depende de su conformidad con la ley moral a la que debe someterse, como cualquier
otro comportamiento humano; esto es, depende de la moralidad de los fines que
persigue y de los medios que utiliza para alcanzarlos . Para el futuro de la
sociedad y el desarrollo de una democracia saludable (entendida por tal aquella
en la que se respete/promueva la dignidad del hombre), urge redescubrir la
existencia de los valores humanos y morales esenciales y originarios, derivados
de la verdad del ser humano, que son los que expresan y tutelan la dignidad de
la persona. "Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría
y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo
reconocer, respetar y promover" .
Más allá de sus
reglas, la democracia debe tener sobre todo un alma, que consiste en aquellos
valores fundamentales sin los cuales "se convierte con facilidad en un
totalitarismo visible o encubierto" . En esta perspectiva, los regímenes
democráticos corren el riesgo de organizarse según un sistema de reglas no
suficientemente enraizadas en esos valores irrenunciables, que son tales porque
se fundamentan en la esencia del hombre y constituyen la base de toda
convivencia . De la respuesta que se dé en cada caso dependerá también el
compromiso personal y social ante los grandes desafíos como son la paz y la
justicia .
5. Subsidiariedad y
solidaridad
La libertad es un
valor fundamental en la sociedad, y Juan Pablo II destaca que el principio de
subsidiariedad es esencial para respetar su ejercicio. Responde a un modo de
entender la sociedad política según el cual ésta no debe sustituir a otras
sociedades menores -o a los individuos- en aquellas tareas que son actuación
del principio personalista, cuando pueden y quieren realizarlas por sí mismos.
No es propio de una sociedad política que pretenda ser respetuosa con la
dignidad del hombre -esto es: con la capacidad de conocer (inteligencia) y
querer el bien (voluntad)- actuar de un modo que se elimine la potencialidad de
bien de uno sólo de los ciudadanos, o se le ponga en una situación en la que
sólo podrá actualizar esta potencialidad comportándose con un esfuerzo ético
que resulte extraordinario.
El principio de
subsidiariedad es, por tanto, el que define el marco de actuación de los
agentes en la sociedad política, estableciendo un orden ético según el cual
"una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida
interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias,
sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar
su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien
común" . La razón última es contribuir al bien común, que en éste caso
coincide con el respeto y promoción del bien común de la libertad, puesto que
sólo así se respeta -y en lo posible promueve- la dignidad de las personas, que
tiene su expresión en la actuación libre. En esta cuestión encuentra su
fundamento el juicio ético de algunas formas de la actuación social del Estado
.
Además del principio
general de respeto a la libertad, y todo lo que implica, también se debe contribuir
de un modo positivo a la promoción del buen ejercicio de la libertad por parte
de los demás (ya sean personas o naciones). El principio de la solidaridad,
entendido como "determinación firme y perseverante de empeñarse por el
bien común" , requiere llevarla a cabo mediante distintas formas de
participación social y política. Todos los problemas que afectan al hombre
están íntimamente relacionados. En la vida de las personas, igual que en la
existencia de las naciones y en las relaciones internacionales, encontramos un
vasto sistema de vasos comunicantes en el que los problemas de la cultura, de
la ciencia y de la educación no se presentan desligados de otras cuestiones de
la existencia humana.
Juan Pablo II no deja
de insistir sobre lo que denomina principio elemental de sana organización
política: "que los individuos, cuanto más indefensos están en una
sociedad, tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, y en
particular la intervención de la autoridad pública" . Entre otros
documentos, se ha referido al principio de solidaridad en la Encíclica Sollicitudo
rei socialis . La validez de este principio, ya sea en el orden interno de cada
nación, ya sea en el orden internacional, se demuestra como uno de los
principios básicos de su concepción de la organización social y política.
Existe en el hombre
lo que Juan Pablo II llama una dimensión fundamental , capaz de remover desde
sus cimientos los sistemas que estructuran el conjunto de la humanidad y de
liberar a la existencia humana, tanto individual como colectiva, de las
amenazas que pesan sobre ella.
6. La ley civil y
dignidad del hombre
Puesto que el
protagonismo en el ejercicio de los derechos de la persona corresponde a la
sociedad antes que al Estado, la actuación social del bien común de la libertad
tiene prioridad desde el punto de vista ético. No obstante, el Estado también
puede asumir directamente la responsabilidad de promover el bien común, con el
fin de colmar las lagunas más importantes de la actividad privado-social y
garantizar un funcionamiento ordenado. La ley es un instrumento del Estado para
intervenir en el orden social. Su función consiste en "garantizar una
ordenada convivencia social en la verdadera justicia para poder vivir una vida
tranquila y apacible con dignidad" . Precisamente por esto, debe asegurar
a todos los miembros de la sociedad el respeto de algunos derechos
fundamentales que pertenecen originariamente a la persona, y que toda ley
positiva debe reconocer y garantizar. Si a veces la autoridad pública puede renunciar
a reprimir aquello que provocaría, de estar prohibido, un daño más grave, sin
embargo, decíamos, nunca puede aceptar legitimar, como derecho de los
individuos -aunque estos fueran la mayoría de los miembros de la sociedad-, la
ofensa infligida a otras personas mediante la negación de un derecho suyo tan
fundamental .
En la cultura
democrática de nuestro tiempo se ha difundido ampliamente la opinión de que el
ordenamiento jurídico debería limitarse a percibir y asumir las convicciones de
la mayoría, y basarse sólo sobre lo que la mayoría misma reconoce y vive como
moral. Se considera incluso que una verdad común y objetiva es inaccesible de
hecho, por lo que el respeto de la libertad de los ciudadanos -que en un
régimen democrático son considerados como verdaderos soberanos- exigiría que, a
nivel legislativo, se reconozca la autonomía de cada conciencia individual y
que, por tanto, al establecer normas que en cada caso son necesarias para la
convivencia social se adecuen exclusivamente a la voluntad de la mayoría,
cualquiera que sea. De este modo, se argumenta, todo político debería
distinguir en su actividad entre el ámbito de la conciencia privada y el del
comportamiento público.
En relación con esta
cuestión se perciben dos tendencias, diametralmente opuestas en apariencia. Por
un lado, los individuos reivindican para sí la autonomía moral más completa de
elección y piden que el Estado no asuma ni imponga ninguna concepción ética,
sino que trate de garantizar el espacio más amplio posible para la libertad de
cada uno, con el único límite externo de no restringir el espacio de autonomía
al que los demás ciudadanos también tienen derecho. Por otro lado se considera
que, en el ejercicio de las funciones públicas y profesionales, el respeto de
la libertad de elección de los demás obliga a cada uno a prescindir de sus
propias convicciones para ponerse al servicio de cualquier petición de los
ciudadanos, que las leyes reconocen y tutelan, aceptando como único criterio
moral para el ejercicio de las propias funciones lo establecido por las mismas
leyes. De este modo, la responsabilidad de la persona se delega en la ley
civil, abdicando de la propia conciencia moral al menos en el ámbito de la
acción pública. La raíz común de ambas tendencias es el relativismo ético que
caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea .
Un problema concreto
de conciencia puede darse en los casos en los que un voto parlamentario resulte
determinante para favorecer una ley menos injusta que otra en cuanto a sus
efectos contrarios a la dignidad del hombre. Es el caso, por ejemplo, del
trámite de una reforma de ley dirigida a restringir el número de abortos
autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de
votación. Juan Pablo II señala que, en este caso, cuando no sea posible evitar
o abrograr completamente una ley abortista, un parlamentario cuya absoluta
oposición personal al aborto sea clara y notoria para todos, puede lícitamente
ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley, y
disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la
moralidad pública. Obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a
una ley injusta; antes bien, se realiza un intento, legítimo por una parte y
obligado por otra, de limitar los aspectos inicuos de la ley .
7. El bien común de
la paz y las posibilidades del diálogo
El respeto de la
libertad de los pueblos y naciones es condición necesaria para alcanzar el bien
común de la paz. Las guerras surgen, y la destrucción golpea naciones y
culturas enteras, cuando no se respeta la soberanía de un pueblo . El origen de
toda guerra está en la injusticia que supone atentar contra los derechos del
hombre, limitando la armonía del orden social. Después, una vez alterada esa
armonía, su efecto repercute en todo el sistema de relaciones internacionales .
Sin la voluntad de respetar la libertad de cada pueblo, de toda nación o
cultura, y sin un consenso global a este respecto, resulta difícil crear
condiciones de paz. Por parte de cada nación y de sus gobernantes esta voluntad
de respeto a los demás supone un empeño consciente y público, que no pueda dar
lugar a equívocos, a renunciar a las reivindicaciones que puedan causar daño a
las demás naciones. Tal empeño supone rechazar toda doctrina que promueva
cualquier tipo de supremacía nacional o cultural sobre las demás naciones.
Junto a este empeño, y complementario a él, debe respetarse la marcha interna
de las demás naciones, reconociendo la particular personalidad de cada uno de
ellos en el seno de la familia humana, que se ve enriquecida con la aportación
de cada pueblo.
La preparación de
instrumentos jurídicos que garanticen este anhelo debe tener un lugar
importante en el esfuerzo colectivo por mejorar las relaciones en el ámbito
internacional. El respeto de la libertad de las naciones debe estar acompañado
por la codificación progresiva de las aplicaciones que se derivan de la Declaración Universal
de los Derechos del Hombre (1948), que debe incluir el derecho de cada pueblo a
ver respetadas sus tradiciones religiosas, tanto en el interior como por parte
de las demás naciones . De igual modo, no puede dejarse de lado el derecho a
tomar parte en el libre intercambio, ya sea en el ámbito religioso, cultural,
científico o educativo .
En resumen, la mejor
garantía del bien común de la libertad, y su realización efectiva en la
comunidad internacional, descansa en la responsabilidad de las personas y de
los pueblos, en los esfuerzos de cada uno, según su capacidad y dentro de su
ambiente inmediato, por respetar/promover la dignidad de cada hombre; por
garantizar su libertad . La libertad no es algo que se pueda regalar, sino que
debe ser conquistada sin cesar, y este esfuerzo va unido al sentido de
responsabilidad de cada uno . No es posible hacer libres a los hombres sin que,
al mismo tiempo, se les haga más responsables y más conscientes de las
exigencias del bien común. Por esto es necesario hacer surgir y reforzar un
clima de confianza mutua entre los hombres y las naciones, sin el cual la
libertad no puede desplegarse . A pesar de todo, en nuestro mundo es inevitable
que existan conflictos, pero se deben afrontar mediante el diálogo. Es la única
manera para resolver las diferencias entre las personas, y también entre grupos
sociales, entre las fuerzas políticas dentro de una nación, y también entre los
Estados, en seno la comunidad internacional.
La actitud de diálogo,
y la necesidad de mantenerlo a costa de los esfuerzos que sean necesarios, es
algo en lo que Juan Pablo II insiste como la única vía posible para mantener la
paz, y esto a pesar de los posibles fracasos. Es necesario introducir
pacientemente los mecanismos y las fases de diálogo donde quiera que la paz
está amenazada -o comprometida- ya sea en las familias, en la sociedad, entre
los países o entre los bloques de países . El Papa dedica el Mensaje para la
jornada mundial de la paz de 1983 a desarrollar las condiciones del diálogo,
así como su fundamento y las dificultades para su ejercicio. Hay quien pone en
duda, no obstante, la misma posibilidad del diálogo, así como su eficacia, al
menos cuando las posturas son tan tensas y en apariencia difícilmente
conciliables que parece no dejan lugar a un acuerdo. Sin embargo, insiste Juan
Pablo II, "el diálogo por la paz es posible, siempre es posible" . Es
una convicción que no se basa en la fatalidad sino en la realidad; es fruto de
considerar la naturaleza del hombre. "Todo hombre -creyente o no- (...)
puede y debe mantener suficientemente la confianza en el hombre, en su
capacidad de ser razonable, en su sentido del bien, de la justicia, de la
equidad, en su posibilidad de amor fraterno y de esperanza, jamás pervertidos
del todo, para apostar por el recurso del diálogo y de su reanudación
posible" .
8. Los derechos de
las naciones
.
Toda nación está en
su derecho de construir el propio futuro, proporcionando a las generaciones más
jóvenes una educación adecuada. El derecho a la existencia del que son
titulares todos los pueblos significa al mismo tiempo el derecho a la propia
lengua y cultura, puesto que es a través de ambas como un pueblo expresa y
promueve lo que podría llamarse su originaria soberanía espiritual. La historia
se ha encargado de demostrar cómo, en circunstancias extremas, es precisamente
el pertenecer a una misma cultura lo que permite a una nación sobrevivir a la
pérdida de la propia independencia política y económica .
Al mismo tiempo que se
afirma el derecho a la existencia, no debe olvidarse que aún cuando los
derechos de la nación expresan las exigencias vitales de la particularidad, no
es menos importante subrayar lo que constituye las exigencias propias de la
universalidad, expresadas mediante la conciencia de los deberes que una
naciones tienen con otras y con la humanidad entera . "El miedo a la
diferencia, comenta Juan Pablo II, alimentado por resentimientos de carácter
histórico y exacerbado por las manipulaciones de personajes sin escrúpulos,
puede llevar a la negación de la humanidad misma del otro, con el resultado de
que las personas entran en una espiral de violencia que nadie -ni siquiera los
niños- se libra" .
Puesto que toda
cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo, y en
particular del hombre, de alguna manera es también el vehículo que expresa la
dimensión trascendente de la vida humana. El respeto hacia la cultura de los
otros pueblos y naciones se basa, por tanto, en el respeto por el esfuerzo que
cada comunidad realiza para dar respuesta al problema de la vida humana. Querer
ignorar la realidad de la diversidad -o, adoptando una postura más radical,
tratar de anularla-, equivale a excluir la posibilidad de sondear las
profundidades del misterio de la vida humana. Es así como la verdad sobre el
hombre se constituye en el criterio válido para juzgar cualquier cultura, a la
vez que cada cultura tiene algo que enseñar acerca de una u otra dimensión de
aquella compleja verdad.
En definitiva, lejos
de ser un impedimento para la armonía en la comunidad internacional la realidad
de la diferencia entre las naciones, que algunos consideran tan amenazadora,
puede llegar a ser, mediante el respetuoso diálogo, fuente de una comprensión
más profunda del misterio de la existencia humana. Al mismo tiempo, en este
horizonte de universalidad vemos surgir con fuerza ciertos particularismos
étnico-culturales, que se presentan como una necesidad imperiosa de identidad y
de supervivencia, como si de una especie de contrapeso a las tendencias
homologadoras se tratase. Es éste un dato que no se debe pasar por alto,
relegándolo a la categoría de simple residuo del pasado. En este punto,
conviene señalar que hay una diferencia esencial entre lo que se entiende por
nacionalismo y por sano patriotismo . Tanto los hombres -de modo especial los
que ostentan alguna responsabilidad en la sociedad política- como los pueblos,
deben poner los medios necesarios para evitar que algún nacionalismo exacerbado
pueda llegar a proponer, con formas nuevas, las aberraciones del totalitarismo.
Este compromiso es igualmente válido en el caso de que como fundamento del
nacionalismo se asuma el mismo principio peligroso, como sucede en algunas
manifestaciones del llamado fundamentalismo .
9. El nuevo orden
internacional
De la misma manera
que en el origen de una nación se encuentra la relación entre miembros de
distintas familias y de profesiones diversas, que colaboran entre sí para la
consecución de ciertos fines, la comunidad internacional surge de la relación
entre distintas naciones . Un orden internacional basado en la promoción de la
justicia y en la paz es hoy algo tan vitalmente necesario como claro imperativo
moral. Debe ser válido para todos los pueblos y regímenes, más allá de
ideologías y sistemas, de tal manera que junto al bien particular de una
nación, y por encima de él, debe considerarse el bien común de la familia de
naciones, por lo que toda contribución para alcanzarlo constituye un deber
tanto ético como jurídico .
Al estudiar la evolución
que ha experimentado en los últimos años la comunidad internacional se pueden
apreciar algunas señales que ponen de manifiesto la determinación, tanto de las
personas individuales como de los pueblos, para dar vida a un nuevo sistema de
relaciones internacionales. Entre estas señales se encuentran, por una parte,
una conciencia creciente de la necesidad de preservar la paz como valor
universal; y por otra la creciente interdependencia entre los pueblos y las
naciones del mundo . A medida que la civilización avanza se hace cada vez más
evidente que los destinos de las naciones del mundo están relacionados entre
si, y sólo pueden realizarse plenamente si todas las naciones persiguen la paz
como valor universal . Esta forma de interrelación se expresa en una
interdependencia que puede ser muy ventajosa, pero también destructiva. De ahí
que la solidaridad y la cooperación a escala mundial deban ser consideradas
como imperativos éticos que regulen las relaciones entre las naciones, y que
llamen a la conciencia de los individuos y a la responsabilidad de todas las
naciones. Todo esfuerzo por la paz a nivel internacional ha de recibir su
eficacia de los principios de la convivencia pacífica .
Como una relación de
causa-efecto, de unas relaciones internacionales teñidas de intereses
particulares surge una paz precaria que presenta graves obstáculos al
desarrollo . La paz que nace de esta concepción de las relaciones en la
comunidad internacional sólo puede consistir en un arreglo, en un compromiso
dictado por los principios de la Realpolitik. Y en cuanto arreglo tiende no tanto
a resolver las tensiones mediante los principios de justicia y equidad, sino
más bien "a arreglar las diferencias y los conflictos con objeto de
mantener una especie de equilibrio que proteja todo aquello que redunde en
interés de la parte dominante" .
Desde una perspectiva
regional contemplamos como las naciones que forman Europa han ido comprendiendo
que además del bien de los propios pueblos existe un bien común de la
humanidad, que resulta violentamente pisoteado por la guerra. Esta reflexión
sobre tan dramática experiencia les indujo a sostener que los intereses de una
nación sólo podían ser alcanzados convenientemente en el contexto de la
interdependencia solidaria con otros pueblos y a emprender el proceso de unidad
en curso . "A quienes piensan que los bloques son algo inevitable nosotros
les respondemos -afirma Juan Pablo II- que es posible, e incluso necesario,
crear nuevos tipos de sociedad y de relaciones internacionales que aseguren la
justicia y la paz sobre fundamentos estables y universales" . Pero hay una
condición: "Ante todo, son los corazones y las actitudes de las personas
los que tienen que cambiar, y esto exige una renovación" . La consecución
y el mantenimiento de la paz incluye aspectos técnicos, pero exige actitudes
personales. Una comunidad internacional entendida como fruto de las relaciones
entre las naciones, que a su vez tienen a las relaciones entre los hombres como
su elemento constitutivo, en el fondo debe estar construida sobre la verdad del
hombre como su sólido fundamento.
El camino justo para
forjar una sociedad internacional que esté al servicio de los hombres, en la
que reinen una paz y una justicia sin fronteras entre todos los pueblos y
continentes, no es otro que el camino de la solidaridad, del diálogo y de la
fraternidad universal .
* * *
Los años no pasan en
balde, y queda lejano aquel lunes de octubre de 1978 en el que Karol Wojtyla
fue llamado a Roma, procedente de Cracovia. En el otoño de su vida, se hace
quizá más grande la fuerza del testimonio de un hombre, siempre dispuesto a
acudir allí donde su presencia es reclamada. "Existen varias estaciones en
la vida -decía en Fátima el 13 de mayo del año 2000-; Si acaso sientes que
llega el invierno -se dirigía a los enfermos-, quiero que sepas que esta no
puede ser la última estación, porque la última será la primavera" .
Al escuchar estas
palabras vinieron al recuerdo aquellas otras con las que cinco años antes había
finalizado su discurso ante la ONU,
en su 50º aniversario: "No debemos tener miedo al futuro -dijo entonces-.
No debemos tener miedo al hombre (...). Tenemos en nosotros la capacidad de
sabiduría y de virtud (...). Podemos construir en el siglo que está por venir y
para el próximo milenio, una civilización digna de la persona humana, una
verdadera cultura de la libertad" .
"¡Podemos y
debemos hacerlo! -concluyó-. Y haciéndolo, podremos darnos cuenta de que las
lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del
espíritu humano" . Este es nuestro reto en los albores de un nuevo
milenio.