sábado, 30 de abril de 2016

Instrucciones de San Pío X

sobre la participación en política



Autorizadas instrucciones a los católicos *



1. Sostener la tesis católica en España y con ella el restablecimiento de la Unidad Católica, y luchar contra todos los errores condenados por la Santa Sede, especialmente los comprendidos en el Syllabus, y las libertades de perdición, hijas del llamado derecho nuevo o liberalismo, cuya aplicación al gobierno de nuestra patria es ocasión de tantos males. Esta lucha debe efectuarse dentro de la legalidad constituida, esgrimiendo cuantas armas lícitas pone la misma en nuestras manos.

2. No acusar a nadie como no católico o menos católico por el solo hecho de militar en partidos políticos llamados o no llamados liberales, si bien este nombre repugna justamente a muchos, y mejor sería no emplearlo. Combatir «sistemáticamente » a hombres y partidos por el solo hecho de llamarse liberales, no sería justo ni oportuno; combátanse los actos y las doctrinas reprobables, cuando se producen, sea cual fuere el partido a que estén afiliados los que ponen tales actos o sostienen tales doctrinas.

3. Lo bueno y lo honesto que hagan, digan y sostengan los afiliados a cualquier partido y las personas que ejerzan autoridad puede y debe ser aprobado y apoyado por todos los que se precian de buenos católicos y buenos ciudadanos, no solamente en privado, sino en las Cortes, en las Diputaciones, en los Municipios y en todo el orden social. La abstención y oposición a priori están reñidas con el amor que debemos a la Religión y a la Patria.

4. En todos los casos prácticos en que el bien común lo exija, conviene sacrificar en aras de la Religión y de la Patria las opiniones privadas y las divisiones de partido, salvo la existencia de los mismos partidos, cuya disolución a nadie se le puede exigir.

5. No exigir de nadie como obligación de conciencia la afiliación a un partido político determinado con exclusión de otro, ni pretender que nadie renuncie a sus aficiones políticas honestas como deber ineludible; pues en el campo meramente político puede lícitamente haber diferentes pareceres, tanto respecto del origen inmediato del poder público civil, como del ejercicio del mismo y de las diferentes formas externas de que se revista.


6. No sería justo ser de tal manera inexorables por los menores deslices políticos de los hombres afiliados a los partidos llamados liberales que por tendencia y por actitud política sean ordinariamente más respetuosos con la Iglesia que la generalidad de los hombres políticos de otros partidos, que se creyera obra buena atacarles sistemáticamente, presentándoles como a los peores enemigos de la Religión y de la Patria, como a «imitadores de Lucifer», etc., pues semejantes calificativos convienen al «liberalismo doctrinario» y a sus hombres en cuanto sean sostenedores contumaces y habituales de errores y doctrinas contrarios a los derechos de Dios y de la Iglesia, abusando del nombre de católicos en sus mismas aberraciones, y no a los que quieren ser verdaderos católicos, por más que en las esferas del Gobierno o en su acción política falten en algún caso práctico, por ignorancia o por debilidad, a lo que deben a su Religión o a su Patria. Combátanse con prudencia y discreción estos deslices, nótense estas debilidades que tantos males suelen causar; pero en todo lo bueno y honesto que hagan déseles apoyo y oportuna cooperación, exigiendo a su vez por ella cuantos bienes se puedan hic et nunc alcanzar en beneficio de la Religión y de la Patria.

7. Estar siempre prontos para unirse con todos los buenos, sea cual fuera su filiación política, en todos los casos prácticos que los intereses de la Religión y de la Patria exijan una acción común. Esta unión no es unión de fe y de doctrina, pues en tales cosas todo católico debe estar unido con los demás católicos, y todos ellos sujetos y obedientes a la Iglesia y a sus enseñanzas; esta unión, por su naturaleza, no es una asociación católica, ni una cofradía, ni una academia, es una «acción práctica» no constante y permanente o per modum habiíus, sino de circunstancias y necesidades o per modum actus.

8. En los casos prácticos, o con esta unión per modum actus o sin ella, todos debemos cooperar al bien común y a la defensa de la Religión; «en las elecciones, apoyando no solamente nuestros candidatos siempre que sea posible vistas las condiciones del tiempo, región y circunstancias, sino aun a todos demás que se presenten con garantías para la Religión y la Patria», teniendo siempre a la vista el que salgan elegidas el mayor número posible de personas dignas, donde se pueda, sea cual fuere su procedencia, combinando generosamente nuestras fuerzas con las de otros partidos y de toda suerte de personas para este nobilísimo fin. «Donde esto no es posible, nos uniremos con prudente gradación con todos los que voten por los menos indignos», exigiéndoles las mayores garantías posibles para promover el bien y evitar el mal.

9. Abstenernos no conviene, ni es cosa laudable, y, salvo tal vez algún rarísimo caso de esfuerzos totalmente inútiles, se traduce por sus fatales efectos en una casi traición a la Religión y a la Patria. Este mismo sistema seguiremos en las Cortes, en las Diputaciones y en los Municipios en los demás actos de la vida pública. «Nuestra política será de penetración, de saneamiento», «de sumar voluntades, no de restar y mermar fuerzas», «vengan de donde vinieren». Cuando las circunstancias nos lleven a votar por candidatos menos dignos, o entre indignos por los menos indignos, o por enmiendas que disminuyan el efecto de las leyes, cuya exclusión no podemos lograr ni esperar, una leal y prudente explicación de nuestro voto justificará nuestra intervención. En las cosas dudosas que directa o indirectamente se refieren a asuntos religiosos, consultaremos nuestras dudas con los Prelados. 9. Sobre la censura de nuestros periódicos obedeceremos fielmente a cuanto prescribe la Encíclica Pascendi, «y si algún conflicto ocurriese, evitaremos toda publicidad y buscaremos el consuelo y remedio apelando únicamente a las autoridades eclesiásticas».

10. Nuestros ardientes votos son que en el gobierno del Estado renazcan las grandes instituciones de la tradicional Monarquía española, que tanta gloria dió a la Religión y a la Patria, y trabajaremos para la ascensión progresiva de nuestras leyes y modos de gobierno hacia aquel grandioso ideal; «pero no dejaremos de aprovechar todo lo bueno y honesto de nuestras costumbres y legislaciones, para mejorar la condición católica y social de nuestros gobernantes», «recordando que esperar lo mejor sin aprovechar lo bueno es matar en su raíz toda esperanza del mismo ideal a que aspiramos».

11. En cuanto a la defensa de la Religión y de los intereses religiosos, «en lo referente a la sumisión a los Poderes constituidos» y a la obediencia y sumisión incondicional a nuestras Prelados, queremos en todo atenernos a las enseñanzas de la Santa Sede, principalmente de Pío IX, León XIII y Pío X, y a las disposiciones del glorioso Episcopado español.
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*INSTRUCCIONES dadas en Roma a los directores del partido integrista. Publicadas en el Boletín oficial del obispado de Salamanca el 1 de marzo de 1909, pp. 88 y ss.

«El manual más soberano y completo de los deberes de los católicos en nuestros días»


viernes, 29 de abril de 2016

Carta del Papa



AL CARDENAL MARC OUELLET,
PRESIDENTE DE LA PONTIFICIA COMISIÓN PARA AMÉRICA LATINA



A Su Eminencia Cardenal
Marc Armand Ouellet, P.S.S.
Presidente de la Pontificia Comisión para América Latina

Eminencia:

Al finalizar el encuentro de la Comisión para América Latina y el Caribe tuve la oportunidad de encontrarme con todos los participantes de la asamblea donde se intercambiaron ideas e impresiones sobre la participación pública del laicado en la vida de nuestros pueblos.

Quisiera recoger lo compartido en esa instancia y continuar por este medio la reflexión vivida en esos días para que el espíritu de discernimiento y reflexión “no caiga en saco roto”; nos ayude y siga estimulando a servir mejor al Santo Pueblo fiel de Dios.

Precisamente es desde esta imagen, desde donde me gustaría partir para nuestra reflexión sobre la actividad pública de los laicos en nuestro contexto latinoamericano. Evocar al Santo Pueblo fiel de Dios, es evocar el horizonte al que estamos invitados a mirar y desde donde reflexionar. El Santo Pueblo fiel de Dios es al que como pastores estamos continuamente invitados a mirar, proteger, acompañar, sostener y servir. Un padre no se entiende a sí mismo sin sus hijos. Puede ser un muy buen trabajador, profesional, esposo, amigo pero lo que lo hace padre tiene rostro: son sus hijos. Lo mismo sucede con nosotros, somos pastores. Un pastor no se concibe sin un rebaño al que está llamado a servir. El pastor, es pastor de un pueblo, y al pueblo se lo sirve desde dentro. Muchas veces se va adelante marcando el camino, otras detrás para que ninguno quede rezagado, y no pocas veces se está en el medio para sentir bien el palpitar de la gente.

Mirar al Santo Pueblo fiel de Dios y sentirnos parte integrante del mismo nos posiciona en la vida y, por lo tanto, en los temas que tratamos de una manera diferente. Esto nos ayuda a no caer en reflexiones que pueden, en sí mismas, ser muy buenas pero que terminan funcionalizando la vida de nuestra gente, o teorizando tanto que la especulación termina matando la acción. Mirar continuamente al Pueblo de Dios nos salva de ciertos nominalismos declaracionistas (slogans) que son bellas frases pero no logran sostener la vida de nuestras comunidades. Por ejemplo, recuerdo ahora la famosa expresión: “es la hora de los laicos” pero pareciera que el reloj se ha parado.

Mirar al Pueblo de Dios, es recordar que todos ingresamos a la Iglesia como laicos. El primer sacramento, el que sella para siempre nuestra identidad y del que tendríamos que estar siempre orgullosos es el del bautismo. Por él y con la unción del Espíritu Santo, (los fieles) quedan consagrados como casa espiritual y sacerdocio santo (LG 10). Nuestra primera y fundamental consagración hunde sus raíces en nuestro bautismo. A nadie han bautizado cura, ni obispo. Nos han bautizados laicos y es el signo indeleble que nunca nadie podrá eliminar. Nos hace bien recordar que la Iglesia no es una elite de los sacerdotes, de los consagrados, de los obispos, sino que todos formamos el Santo Pueblo fiel de Dios. Olvidarnos de esto acarrea varios riesgos y deformaciones tanto en nuestra propia vivencia personal como comunitaria del ministerio que la Iglesia nos ha confiado. Somos, como bien lo señala el Concilio Vaticano II, el Pueblo de Dios, cuya identidad es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios, en cuyos corazones habita el Espíritu Santo como en un templo (LG 9). El Santo Pueblo fiel de Dios está ungido con la gracia del Espíritu Santo, por tanto, a la hora de reflexionar, pensar, evaluar, discernir, debemos estar muy atentos a esta unción.

A su vez, debo sumar otro elemento que considero fruto de una mala vivencia de la eclesiología planteada por el Vaticano II. No podemos reflexionar el tema del laicado ignorando una de las deformaciones más fuertes que América Latina tiene que enfrentar —y a las que les pido una especial atención— el clericalismo. Esta actitud no sólo anula la personalidad de los cristianos, sino que tiene una tendencia a disminuir y desvalorizar la gracia bautismal que el Espíritu Santo puso en el corazón de nuestra gente. El clericalismo lleva a la funcionalización del laicado; tratándolo como “mandaderos”, coarta las distintas iniciativas, esfuerzos y hasta me animo a decir, osadías necesarias para poder llevar la Buena Nueva del Evangelio a todos los ámbitos del quehacer social y especialmente político. El clericalismo lejos de impulsar los distintos aportes, propuestas, poco a poco va apagando el fuego profético que la Iglesia toda está llamada a testimoniar en el corazón de sus pueblos. El clericalismo se olvida que la visibilidad y la sacramentalidad de la Iglesia pertenece a todo el Pueblo de Dios (cfr. LG 9-14) Y no solo a unos pocos elegidos e iluminados.

Hay un fenómeno muy interesante que se ha producido en nuestra América Latina y me animo a decir: creo que uno de los pocos espacios donde el Pueblo de Dios fue soberano de la influencia del clericalismo: me refiero a la pastoral popular. Ha sido de los pocos espacios donde el pueblo (incluyendo a sus pastores) y el Espíritu Santo se han podido encontrar sin el clericalismo que busca controlar y frenar la unción de Dios sobre los suyos. Sabemos que la pastoral popular como bien lo ha escrito Pablo VI en la exhortación apostólica Evangelii nuntiandi, tiene ciertamente sus límites. Está expuesta frecuentemente a muchas deformaciones de la religión, pero prosigue, cuando está bien orientada, sobre todo mediante una pedagogía de evangelización, contiene muchos valores. Refleja una sed de Dios que solamente los pobres y sencillos pueden conocer. Hace capaz de generosidad y sacrificio hasta el heroísmo, cuando se trata de manifestar la fe. Comporta un hondo sentido de los atributos profundos de Dios: la paternidad, la providencia, la presencia amorosa y constante. Engendra actitudes interiores que raramente pueden observarse en el mismo grado en quienes no poseen esa religiosidad: paciencia, sentido de la cruz en la vida cotidiana, desapego, aceptación de los demás, devoción. Teniendo en cuenta esos aspectos, la llamamos gustosamente “piedad popular”, es decir, religión del pueblo, más bien que religiosidad ... Bien orientada, esta religiosidad popular puede ser cada vez más, para nuestras masas populares, un verdadero encuentro con Dios en Jesucristo. (EN 48). El Papa Pablo VI usa una expresión que considero clave, la fe de nuestro pueblo, sus orientaciones, búsquedas, deseo, anhelos, cuando se logran escuchar y orientar nos terminan manifestando una genuina presencia del Espíritu. Confiemos en nuestro Pueblo, en su memoria y en su “olfato”, confiemos que el Espíritu Santo actúa en y con ellos, y que este Espíritu no es solo “propiedad” de la jerarquía eclesial.

He tomado este ejemplo de la pastoral popular como clave hermenéutica que nos puede ayudar a comprender mejor la acción que se genera cuando el Santo Pueblo fiel de Dios reza y actúa. Una acción que no queda ligada a la esfera íntima de la persona sino por el contrario se transforma en cultura; una cultura popular evangelizada contiene valores de fe y de solidaridad que pueden provocar el desarrollo de una sociedad más justa y creyente, y posee una sabiduría peculiar que hay que saber reconocer con una mirada agradecida (EG 68).

Entonces desde aquí podemos preguntarnos, ¿qué significa que los laicos estén trabajando en la vida pública?

Hoy en día muchas de nuestras ciudades se han convertidos en verdaderos lugares de supervivencia. Lugares donde la cultura del descarte parece haberse instalado y deja poco espacio para una aparente esperanza. Ahí encontramos a nuestros hermanos, inmersos en esas luchas, con sus familias, intentando no solo sobrevivir, sino que en medio de las contradicciones e injusticias, buscan al Señor y quieren testimoniarlo. ¿Qué significa para nosotros pastores que los laicos estén trabajando en la vida pública? Significa buscar la manera de poder alentar, acompañar y estimular todo los intentos, esfuerzos que ya hoy se hacen por mantener viva la esperanza y la fe en un mundo lleno de contradicciones especialmente para los más pobres, especialmente con los más pobres. Significa como pastores comprometernos en medio de nuestro pueblo y, con nuestro pueblo sostener la fe y su esperanza. Abriendo puertas, trabajando con ellos, soñando con ellos, reflexionando y especialmente rezando con ellos. Necesitamos reconocer la ciudad —y por lo tanto todos los espacios donde se desarrolla la vida de nuestra gente— desde una mirada contemplativa, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas... Él vive entre los ciudadanos promoviendo la caridad, la fraternidad, el deseo del bien, de verdad, de justicia. Esa presencia no debe ser fabricada sino descubierta, develada. Dios no se oculta a aquellos que lo buscan con un corazón sincero (EG 71). No es nunca el pastor el que le dice al laico lo que tiene que hacer o decir, ellos lo saben tanto o mejor que nosotros. No es el pastor el que tiene que determinar lo que tienen que decir en los distintos ámbitos los fieles. Como pastores, unidos a nuestro pueblo, nos hace bien preguntamos cómo estamos estimulando y promoviendo la caridad y la fraternidad, el deseo del bien, de la verdad y la justicia. Cómo hacemos para que la corrupción no anide en nuestros corazones.

Muchas veces hemos caído en la tentación de pensar que el laico comprometido es aquel que trabaja en las obras de la Iglesia y/o en las cosas de la parroquia o de la diócesis y poco hemos reflexionado como acompañar a un bautizado en su vida pública y cotidiana; cómo él, en su quehacer cotidiano, con las responsabilidades que tiene se compromete como cristiano en la vida pública. Sin darnos cuenta, hemos generado una elite laical creyendo que son laicos comprometidos solo aquellos que trabajan en cosas “de los curas” y hemos olvidado, descuidado al creyente que muchas veces quema su esperanza en la lucha cotidiana por vivir la fe. Estas son las situaciones que el clericalismo no puede ver, ya que está muy preocupado por dominar espacios más que por generar procesos. Por eso, debemos reconocer que el laico por su propia realidad, por su propia identidad, por estar inmerso en el corazón de la vida social, pública y política, por estar en medio de nuevas formas culturales que se gestan continuamente tiene exigencias de nuevas formas de organización y de celebración de la fe. ¡Los ritmos actuales son tan distintos (no digo mejor o peor) a los que se vivían 30 años atrás! Esto requiere imaginar espacios de oración y de comunión con características novedosas, más atractivas y significativas —especialmente— para los habitantes urbanos. (EG 73) Es obvio, y hasta imposible, pensar que nosotros como pastores tendríamos que tener el monopolio de las soluciones para los múltiples desafíos que la vida contemporánea nos presenta. Al contrario, tenemos que estar al lado de nuestra gente, acompañándolos en sus búsquedas y estimulando esta imaginación capaz de responder a la problemática actual. Y esto discerniendo con nuestra gente y nunca por nuestra gente o sin nuestra gente. Como diría San Ignacio, “según los lugares, tiempos y personas”. Es decir, no uniformizando. No se pueden dar directivas generales para una organización del pueblo de Dios al interno de su vida pública. La inculturación es un proceso que los pastores estamos llamados a estimular alentado a la gente a vivir su fe en donde está y con quién está. La inculturación es aprender a descubrir cómo una determinada porción del pueblo de hoy, en el aquí y ahora de la historia, vive, celebra y anuncia su fe. Con la idiosincrasia particular y de acuerdo a los problemas que tiene que enfrentar, así como todos los motivos que tiene para celebrar. La inculturación es un trabajo de artesanos y no una fábrica de producción en serie de procesos que se dedicarían a “fabricar mundos o espacios cristianos”.

Dos memorias se nos pide cuidar en nuestro pueblo. La memoria de Jesucristo y la memoria de nuestros antepasados. La fe, la hemos recibido, ha sido un regalo que nos ha llegado en muchos casos de las manos de nuestras madres, de nuestras abuelas. Ellas han sido, la memoria viva de Jesucristo en el seno de nuestros hogares. Fue en el silencio de la vida familiar, donde la mayoría de nosotros aprendió a rezar, a amar, a vivir la fe. Fue al interno de una vida familiar, que después tomó forma de parroquia, colegio, comunidades que la fe fue llegando a nuestra vida y haciéndose carne. Ha sido también esa fe sencilla la que muchas veces nos ha acompañado en los distintos avatares del camino. Perder la memoria es desarraigarnos de donde venimos y por lo tanto, nos sabremos tampoco a donde vamos. Esto es clave, cuando desarraigamos a un laico de su fe, de la de sus orígenes; cuando lo desarraigamos del Santo Pueblo fiel de Dios, lo desarraigamos de su identidad bautismal y así le privamos la gracia del Espíritu Santo. Lo mismo nos pasa a nosotros, cuando nos desarraigamos como pastores de nuestro pueblo, nos perdemos.

Nuestro rol, nuestra alegría, la alegría del pastor está precisamente en ayudar y estimular, al igual que hicieron muchos antes que nosotros, sean las madres, las abuelas, los padres los verdaderos protagonistas de la historia. No por una concesión nuestra de buena voluntad, sino por propio derecho y estatuto. Los laicos son parte del Santo Pueblo fiel de Dios y por lo tanto, los protagonistas de la Iglesia y del mundo; a los que nosotros estamos llamados a servir y no de los cuales tenemos que servirnos.

En mi reciente viaje a la tierra de México tuve la oportunidad de estar a solas con la Madre, dejándome mirar por ella. En ese espacio de oración pude presentarle también mi corazón de hijo. En ese momento estuvieron también ustedes con sus comunidades. En ese momento de oración, le pedí a María que no dejara de sostener, como lo hizo con la primera comunidad, la fe de nuestro pueblo. Que la Virgen Santa interceda por ustedes, los cuide y acompañe siempre,

Vaticano, 19 de marzo de 2016


Francisco

jueves, 28 de abril de 2016

La opcion alemana del Papa argentino



Sandro MAGISTER, periodista

catolicos-on-line, 28-4-16

La confirmación definitiva de la adhesión del papa Francisco a la solución alemana de la cuestión crucial de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar la dio el más célebre de los cardenales y teólogos de Alemania, Walter Kasper, en la entrevista del 22 de abril publicada en "Aachener Zeitung", un diario de Aquisgrán:

> Kardinal Kasper: Was Franziskus von der Kirche und Europa erwartet



Entrevista aquí resumida en inglés:

> Kasper: Pope Intends “Not to Preserve Everything as it has Been”

Gracias a la exhortación post-sinodal "Amoris lætitia" – ha dicho Kasper – los obispos alemanes tienen ahora "viento en popa para resolver esas situaciones en una forma humana".

Y ha contado este episodio revelador. Hace un tiempo un sacerdote que él conoce había decidido no prohibir a una madre que se había vuelto a casar que también ella recibiera la comunión en el día de la primera comunión de su hija. El mismo Kasper ayudó a ese sacerdote a tomar esa decisión, con la certeza que tenía "toda la razón". El cardenal hizo conocer después la cosa al Papa, quien aprobó la decisión y le dijo: "Es de este modo que un pastor debe tomar una decisión".

En consecuencia, "la puerta está abierta" para la admisión a los sacramentos de los divorciados que se han vuelto a casar, siguió diciendo Kasper. "Hay también una cierta libertad para cada uno de los obispos y las conferencias episcopales. Porque no todos los católicos piensan como nosotros los alemanes. Aquí [en Alemania] se puede permitir lo que en África está prohibido. Por eso el Papa da libertad para diferentes situaciones y para futuros desarrollos".

Entre Kasper y Jorge Mario Bergoglio hay mucho más que un contacto ocasional.

En su última conferencia de prensa en un avión, de retorno desde la isla griega de Lesbos, Francisco dijo que había experimentado "fastidio" y "tristeza" por la importancia dada por los medios de comunicación a la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar.

Pero esto es lo que sucedió justamente a causa de la decisión del Papa de confiar a Kasper – desde hace décadas el número uno de los partidarios de un giro en la materia – el discurso de apertura del Consistorio cardenalicio de febrero del 2014.

Luego de ese dramático consistorio hubo dos sínodos que pusieron al descubierto las fuertes divisiones dentro de la jerarquía de la Iglesia. Pero en la mente de Francisco el guión ya estaba escrito. Y lo que ahora se lee en la "Amoris lætitia", cuyo punto culminante es precisamente el capítulo octavo, redactado en la forma vaga y oscilante típica de Jorge Mario Bergoglio cuando quiere abrir y no cerrar un proceso, pero que justamente hace decir ahora a Kasper y a los alemanes, con absoluta certeza, que tienen en este momento "viento en popa".

Es cierto que no todos los cardenales y obispos de Alemania concuerdan con Kasper. También es alemán el otro cardenal y teólogo, Gerhard L. Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, quien ha hecho saber muchas veces – la última en un libro publicado pocos días antes de la publicación de la "Amoris lætitia" – que disiente radicalmente con todo aquél que, absolviendo a los divorciados que se han vuelto a casar y admitiéndolos a la comunión, socava de hecho los fundamentos de tres sacramentos, no de uno: el Matrimonio, la Penitencia y la Eucaristía.

Pero ahora se ha hecho evidente que para Francisco el cardenal no cuenta para nada, a pesar de su rol de custodio de la doctrina y del esfuerzo inútil de haber enviado al Papa decenas de notas correctivas del borrador de la exhortación, la cual le fue entregada para que la analizara con anticipación por mero deber de oficio.

En efecto, para presentar oficialmente al mundo la "Amoris lætitia" el día de su publicación, el Papa no llamó a Müller sino a otro cardenal y teólogo del área germanoparlante, Christoph Schönborn, arzobispo de Viena.

Y pocos días después, durante el vuelo de Lesbos a Roma, Francisco propuso de nuevo a Schönborn como exégeta principal de la exhortación post-sinodal, y lo definió como "gran teólogo [que] conoce bien la doctrina de la fe". A la pregunta si para los divorciados que se han vuelto a casar existe sí o no ahora la posibilidad anteriormente impedida de recibir la comunión, el Papa respondió con un perentorio y por una vez inequívoco: "Sí. Punto". Pero recomendó que se dirigieran justamente a Schönborn para tener una respuesta más detallada.

No es casualidad. Porque en el sínodo del pasado mes de octubre fue precisamente el arzobispo de Viena, de acuerdo con Kasper, quien explicitó en el "Circulus germanicus" las fórmulas de aparente respeto del magisterio tradicional de la Iglesia, pero al mismo tiempo abiertas al cambio – aptas para evitar las objeciones de Müller – que después confluyeron en la "Relatio finalis" del sínodo y por último en la "Amoris lætitia", pero siempre en esa forma estudiadamente ambigua que permite ahora al partido de Kasper cantar victoria y a Müller y a los otros que están de su parte sufrir una dolorosa derrota.

En el frente opuesto a la victoriosa solución alemana hay hasta ahora un único obispo que ha reaccionado yendo directamente al corazón de la cuestión, no sólo refugiándose detrás de la naturaleza "no magisterial" – en consecuencia interpretable sólo a la luz del anterior magisterio de la Iglesia – de la "Amoris lætitia", tal como decidió hacer, por ejemplo, el cardenal Raymond L. Burke.

Curiosamente, este obispo es también él de ascendencia alemana. Es Athanasius Schneider, el obispo auxiliar de Astana, en Kazajistán.

El texto íntegro del pronunciamiento del obispo Schneider fue publicado en italiano el 24 de abril en la agencia online "Corrispondenza Romana", dirigida por el profesor Roberto de Mattei:

> "Amoris lætitia": chiarire per evitare una confusione generale

Y en idioma inglés apareció al día siguiente en el blog "Veri Catholici":

> Bishop Athanasius Schneider speaks on "Amoris lætitia"

Sobre la cuestión de la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar, es durísima la crítica de Schneider a la "confusión" producida por la "Amoris lætitia".

"La confusión llega a su punto culminante – afirma – porque todos, tanto los partidarios de la admisión a la comunión para los divorciados que se han vuelto a casar como sus opositores, sostienen que no ha sido modificada la doctrina de la Iglesia en esta materia".

Schneider instaura un parangón con la propagación de la herejía arriana en el siglo IV. En el año 357 [d. C.] la confusión llegó al extremo cuando el mismo papa Liberio suscribió una fórmula ambigua respecto a la divinidad de Jesús, lo cual le hizo decir a san Jerónimo, al describir el estado de confusión de la época: "El mundo entero gime y advierte con asombro que se ha convertido en arriano".

En esa coyuntura – hace notar Schneider – "san Hilario de Poitiers fue el único obispo que dirigió reprimendas severas al papa Liberio por esos actos ambiguos".

Pero también hoy – prosigue diciendo el auxiliar de Astana –  la situación es tal que cada uno podría exclamar como san Jerónimo: "Todo el mundo gime y advierte con asombro que se ha aceptado el divorcio en la praxis".

Así como en el siglo IV "san Basilio Magno hizo un llamado urgente al Papa de Roma para que indicase con su palabra una dirección clara para alcanzar finalmente la unidad en el pensamiento, en la fe y en la caridad", así también hoy "se puede considerar legítimo un llamado a nuestro querido papa Francisco, el Vicario de Cristo y 'el dulce Cristo en la tierra' (santa Catalina de Siena), para que ordene la publicación de una interpretación auténtica de 'Amoris lætitia', que necesariamente debería contener una declaración explícita del principio disciplinar del magisterio universal e infalible respecto a la admisión a los sacramentos para los divorciados que se han vuelto a casar, tal como está formulado en el parágrafo n. 84 de la 'Familiaris consortio'".

Ese parágrafo n. 84, "incomprensiblemente ausente de 'Amoris lætitia'", dice:

"La reconciliación en el sacramento de la penitencia – que les abriría el camino al sacramento eucarístico – puede darse únicamente a los que... asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los actos propios de los esposos".

En este estado de cosas parece muy poco probable que el papa Francisco acepte un llamamiento similar.

El proceso de cambio está en movimiento y él es el primero que no muestra la mínima intención de querer detenerlo. Por el contrario.

Es el proceso en el que los alemanes de la línea Kasper "obtienen todo lo que quieren", como observa el teólogo moral E. Christian Brugger, profesor en el seminario teológico San Juan María Vianney, de Denver, en el análisis de la "Amoris lætitia", publicada por él el 22 de abril en el "The Catholic World Report", la revista americana on line dirigida por Carl Olson y editada por el jesuita Joseph Fessio, fundador y director de la Ignatius Press:

> Five Serious Problems with Chapter 8 of "Amoris lætitia"

A continuación presentamos algunos pasajes del análisis del profesor Brugger, de quien es inminente la publicación de un ensayo sobre la indisolubilidad del matrimonio en el Concilio de Trento.

Una última observación a propósito del eje entre el Papa argentino y el ala progresista de la jerarquía alemana: el cardenal Kasper, junto a su compatriota y compañero Karl Lehmann, tuvo una participación importante en ese puñado de purpurados que en las décadas previa y posterior al 2000 se reunía periódicamente en Sankt Gallen, en la Suiza alemana, y del cual floreció finalmente la elección de Bergoglio para Papa.

Cinco serios problemas con el capítulo 8 de "Amoris lætitia" por E. Christian Brugger

Para los católicos que se sienten cansados por los ataques que ha sufrido últimamente la familia cristiana por obra del laicismo militante, la exhortación post-sinodal del papa Francisco, "Amoris lætitia" (AL), tiene muchas cosas alentadoras para decir: por ejemplo, su afirmación explícita que "ningún acato genital de los esposos puede negar" la verdad que "la unión [conyugal] está ordenada a la generación ‘por su propio carácter natural’” (AL 80; cfr. 222); su ardorosa condena del asesinato del nascituro (n. 83); su afirmación sin vacilaciones que todo niño tiene el "derecho natural" de tener una madre y un padre (n. 172), y su consiguiente tratamiento – el más amplio en cualquier documento papal de los últimos 50 años – de la importancia de los padres para los niños (n. 175).

Pero si bien el texto dice muchas cosas ciertas y bellas sobre "el amor en la familia", el capítulo 8 (con el título "Acompañar, discernir e integrar la fragilidad" ) da espacio – y parece hacerlo intencionalmente – a interpretaciones que plantean serios problemas para la fe y la práctica católica.

Me concentro aquí sobre cinco de estos problemas:

1. El modo en el que es presentado el rol que los atenuantes de la culpabilidad  deberían desarrollar en la pastoral

2. La incoherencia del concepto de "no juzgar" a los otros

3. La definición del rol de la conciencia en la absolución de personas en situaciones objetivas de pecado

4. El tratamiento de los absolutos morales como "reglas" que enuncian las exigencias de un "ideal", más que deberes morales vinculantes para todos en todas las situaciones

5. La incoherencia con la enseñanza del Concilio de Trento

2. El tratamiento problemático del acto de “juzgar” en la "Amoris Lætitia"

El capítulo 8 insiste sobre la necesidad de "evitar los juicios que no toman en cuenta la complejidad de las diversas situaciones" (n. 296). Esto es, naturalmente, un buen consejo y debería ser tomado en serio por todos los sujetos comprometidos en el trabajo pastoral. Pero al mismo tiempo el texto parece insistir también en el hecho que es precisamente a la luz de la consideración de esa complejidad que los pastores pueden considerar que las personas actúan de buena fe cuando deciden permanecer en su situación irregular.

Pero si no debemos – y en realidad no podemos – emitir un juicio de condena sobre el estado del alma de otra persona, entonces no debemos y no podemos ni siquiera emitir un juicio de absolución. Pero el capítulo 8 da a entender que los pastores pueden tener una adecuada certeza que una persona está privada de imputabilidad subjetiva y, en consecuencia, pueden autorizarla a participar en los sacramentos. El parágrafo 299 hace referencia también a los divorciados que se han vuelto a casar civilmente como “miembros vivos” de la Iglesia. El significado común de miembro "vivo" es el de una persona bautizada y en estado de gracia.

¿Pero cómo puede un sacerdote considerar que esas personas están en gracia sin expresar un juicio? El papa Francisco insiste, justamente, sobre el hecho que no debemos juzgar. Pero el juicio no consiste solamente en condenar, también significa absolver. Aquí y en todo el capítulo, el supuesto es que los pastores pueden verdaderamente emitir un juicio de absolución sobre las conciencias, de tal modo que las personas en situaciones de unión irregular puedan avanzar. Pero si no podemos y no debemos juzgar las almas de los otros, entonces no podemos ni debemos condenarlas (diciendo que son ciertamente culpables de pecado mortal), ni absolverlas (diciendo que no son subjetivamente culpables al llevar a cabo una decisión en materia grave). No podemos juzgar.

¿Si los pastores no pueden juzgar a las almas, que deberían hacer? Ellos deberían aceptar la valoración que una persona hace de su propia alma. Si los pastores notaran indicios de atenuación de la culpabilidad, deberían ayudar delicadamente a la persona a descifrar estos factores, después informarla caritativamente sobre la enseñanza más plena de Jesús sobre el matrimonio (es decir, deberían esforzarse en la formación de la conciencia); el pastor debería descubrir luego si la persona está decidida a vivir según la enseñanza de Jesús tal como la entiende la Iglesia católica; y si la persona dijese "no", o “no puedo", el pastor diría: “Mire, no puedo decir si usted se encuentra en pecado grave rehusándose a aceptar la enseñanza de la Iglesia, porque yo no puedo juzgar a su alma. Pero también si usted obrase verdaderamente de buena fe, no puedo juzgar si usted puede recibir justamente la sagrada Eucaristía, porque no puedo saberlo, y si le dijera esto podría alentarla a justificar un pecado mortal en acto y dar lugar a su condenación eterna. Además, como enseña san Juan Pablo II, 'si se admitieran a estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio' ('Familiaris consortio' 84)".

De este modo, los pastores pondrían verdaderamente en práctica la amonestación evangélica del papa Francisco de "no juzgar". Pero estos parágrafos dan muy poco estímulo a esta interpretación.

4. "Amoris Lætitia" trata los deberes morales absolutos como reglas que articulan las exigencias de un ideal.

Ejemplo 2:

AL 305: "A causa de los condicionamientos o factores atenuantes, es posible que, - en medio de una situación objetiva de pecado – que no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno – se pueda vivir en gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia y de la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. El discernimiento debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de crecimiento en medio de los límites. Por creer que todo es blanco o negro, a veces cerramos el camino de la gracia y del crecimiento, y desalentamos caminos de santificación que dan gloria a Dios. Recordemos que 'un pequeño paso, en medio de grandes límites humanos, puede ser más agradable a Dios que la vida exteriormente correcta de quien transcurre sus días sin enfrentar importantes dificultades'. La pastoral concreta de los ministros y de las comunidades no puede dejar de incorporar esta realidad.

En este pasaje de AL los obispos alemanes obtienen todo lo que quieren.

Es verdad que las personas, a causa de una ignorancia invencible, pueden vivir en gracia mientras optan por materias objetiva y gravemente inmorales. Pero es verdad también que si un pastor supiera que se encuentran en una ignorancia de ese tipo, tendría el deber de caridad de ayudarle a salir de su situación objetivamente pecaminosa.

Pero el pasaje citado no supone que el pecador está en un estado de ignorancia invencible, o que el pastor supone esto. El pasaje supone que las personas que objetivamente cometen adulterio pueden pensar que están "en gracia de Dios", y que también su pastor puede pensarlo, y que su juicio es justo porque aprueba lo que en realidad Dios les está pidiendo a ellos aquí y ahora, que no es todavía el ideal. El pastor debe ayudarles a encontrar la paz en su situación, y debe ayudarles a recibir "la ayuda de la Iglesia", que (la nota 351 lo dice claramente) incluye "la ayuda de los sacramentos".

Así, una vez más, los obispos alemanes obtienen finalmente lo que quieren. Parejas divorciadas y que se vuelven a casar civilmente se encuentran en situaciones complejas, a veces sin sentimientos de culpa. Los pastores deberían ayudarles a discernir si su situación es aceptable, también si es "objetivamente" pecaminosa, para que puedan volver a los sacramentos.

Más en general, todos los que han disentido contra las enseñanzas morales absolutas de la Iglesia obtienen lo que querían, porque esos llamados absolutos son ahora ideales no vinculantes, y las personas que piensan que la anticoncepción y otras cosas son justas para ellos aquí y ahora harían simplemente lo que Dios les está pidiendo en sus situaciones complejas.

Otro punto también importante debe ser tomado en consideración a propósito de este proceso de absolución de las conciencias. Su fuero interno es interno sólo para los sacerdotes. La persona divorciada es libre de hablar de lo que sucede en la confesión. Si los sacerdotes absuelven a los divorciados que se han vuelto a casar para permitirles volver a acceder a los sacramentos sin reforzar sus vidas, algunos de ellos podrían ciertamente gritar a los cuatro vientos: "Puedo recibir la comunión".

Juan Pablo II dijo justamente esto en "Familiaris consortio" 84: "si se admitieran estas personas a la Eucaristía, los fieles serían inducidos a error y confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio".

¿Por qué esto debería llevar a tal confusión? Porque la Iglesia no sólo enseña con lo que dice, sino también con lo que hace. Si se diera a personas casadas en forma inválida luz verde para recibir la Santa Comunión – y sabemos que los matrimonios civiles de los católicos no son válidos porque por lo menos carecen de la forma correcta –, si los sacerdotes dieran luz verde a esto (constituyendo con esto un acto eclesial), esto enseñaría que el matrimonio no es indisoluble. ¿Cómo podría ser indisoluble si la Iglesia dice que las segundas nupcias son válidas? Los actos de los pastores de la Iglesia socavan la verdad revelada de la indisolubilidad del matrimonio.


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miércoles, 27 de abril de 2016

Amoris laetitia:

 El capítulo 8º no es propiamente Magisterio pontificio

José María Iraburu
InfoCatólica,  21.04.16

–¿O sea que una parte de la Exhortación apostólica postsinodal no es propiamente Magisterio de la Iglesia?… Pero está firmada por el Papa.

–No, no lo es. Y el mismo Papa Francisco así lo entiende.
Muchas afirmaciones de la Amoris lætitia necesitan ser aclaradas. Tante affermazioni che vanno chiarite. Éste es el título de un artículo publicado por el profesor Antonio Livi (= Livi), en la Nuova Bussola Quotidiana (13-04-2016). Lo tradujimos y publicamos en InfoCatólica (16-04-2016). En este artículo mío presente y en los que le seguirán, Dios mediante, citaré a este autor en varias ocasiones.

El profesor Antonio Livi (Prato, 1938-), sacerdote, discípulo de Étienne Gilson y colaborador de Cornelio Fabro, es autor de muchas publicaciones, director de la edición de las obras completas del Cardenal Giuseppe Siri, y profesor emérito de la Pontificia Universidad Lateranense, de la que fue Decano de Filosofía (2002-2008). Esta Universidad está especialmente vinculada a la Santa Sede. Juan Pablo II la llamó en una ocasión la «Universidad del Papa», y la eligió para fundar en ella el Pontificio Instituto Juan Pablo II, para estudios sobre el matrimonio y la familia.
* * *

¿Es Magisterio de la Iglesia la exhortación Amoris lætitia? Ésta es una pregunta mal planteada. Y ha sido frecuente en las recientes publicaciones. La teología escolástica, extremadamente cuidadosa en su metodología, formulaba con muy especial cuidado la quæstio que se iba a considerar. A la pregunta aludida puede decirse con verdad que sí o que no. Y eso hace pensar que es ambigua y que por tanto está mal planteada.


Los grados de certeza teológica –o lo que viene a ser lo mismo, las calificaciones teológicas, la censura propositionum, el valor dogmaticus–, se empleaban antes siempre en los tratados de teología, fueran de teología dogmática o moral. Formulada una verdad, en seguida el autor le añadía la calificación por él defendida: de fe definida, común entre los teólogos, etc. Y pasaba al estudio de la cuestión examinando lo que la Escritura y la Tradición, el Magisterio y también los teólogos, habían enseñado sobre ella. El sentido de cada calificación solía explicarse en los manuales de Eclesiología, al tratar del Magisterio de la Iglesia, como también en los de Teología fundamental.

La eliminación de este método teológico en la mayoría de los manuales modernos es una gran pérdida. El autor habla, habla y habla de un tema, considerando sus diversos aspectos y derivaciones, pero nunca dice si lo que está enseñando es de fe, es común entre teólogos o se trata de una mera hipótesis suya personal… Esto trae consigo el grave peligro de que verdades de fe puedan ser estimadas como discutibles, y de que afirmaciones con escaso fundamento en Escritura y Magisterio, sean propuestas por su autor, con especial énfasis, como verdades de fe indiscutibles.
* * *

La escala de los valores dogmáticos difería un tanto en la formulación de los tratadistas; pero venían ellos a establecer reglas de discernimiento bastante semejantes. Ludwig Ott (1906-1985), en su clásico Manual de Teología dogmática, es uno de los últimos tratadistas, según creo, que añadía a cada cuestión estudiada la calificación teológica que en su opinión merecía. También los excelentes manuales de la Sacræ Theologiæ Summa, elaborada a mediados del siglo pasado por profesores de la Compañía de Jesús, habían seguido la misma norma (De valores et censura propositionum in theologia, P. Miguel Nicolau, SJ - P. Joaquín Salaverri, SJ, De Ecclesia Christi, n.884-913: BAC, Madrid 1955).

Ludwig Ott, en su citado Manual, distinguía en su escala las verdades de fe divina, de fe católica, de fe divina definida, de fe eclesiástica, próxima a la fe, teológicamente cierta, sentencia común, opinión teológica, explicando el valor dogmático de cada una. Sus mismos nombres ya expresan que unas tesis-verdades exigían una adhesión de fe absoluta, y en gradación descendente, otras eran verdades que la Iglesia dejaba a la libre discusión de los teólogos.
El Vaticano II nos recuerda el  grado y modo de obediencia que los fieles deben prestar al magisterio de sus Obispos, «adhiriéndose a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular debe ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice, aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la forma de decirlo» (LG 25a).

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Las posibles enseñanzas pontificias deliberadamente ambiguas, es decir, aquellas formuladas de tal manera que admitan distintas y aún contrarias interpretaciones, por su propia naturaleza, tienen un valor magisterial muy reducido o incluso nulo. 
En efecto, cuando intencionadamente se publica un documento pontificio que admite interpretaciones muy diferentes, es evidente que el Papa no está ejercitando la autoridad docente petrina. Ésta se ejercita cuando el texto, siendo claro y preciso, define una verdad o una norma –se entiende: aunque no sea definición ex cathedra–. De-finir es delimitar, poner límites precisos en la expresión pronunciada o escrita. 

Por eso digo  que el Vicario de Cristo en la tierra sólo enseña una verdad católica con autoridad petrina cuando lo hace con claridad y precisión. «Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno» (Mt 5,37). La autoridad magisterial de una parte de un documento se reduce al mínimo o incluso deja de existir cuando lo escrito, sin forzar el texto, puede ser entendido de muchas formas distintas e inconciliables entre sí.

* * *

¿Qué grado de autoridad apostólica docente debe atribuirse a la Amoris lætitia? Según lo que acabo de exponer, ya se comprende que no puede darse «una» calificación teológica del mismo grado a toda la Exhortación. 
En el texto de la muy larga Exhortación apostólica se hallan enseñanzas múltiples de muy diversa calificación teológica. Podría decirse que dentro de la Exhortación hay una escala con muchos escalones: desde el más alto, en el que se proclaman verdades de fe, dogmáticamente definidas, que son sin duda Magisterio de la Iglesia (hay muchas de éstas y excelentes en los capítulos primeros, aunque, por supuesto, no todo lo que en cada uno se dice sea necesariamente de fe), hasta los escalones más bajos, en los que muchas proposiciones no pasan de ser opiniones teológicas. 

En el capítulo 8º, concretamente, son innumerables las proposiciones ambiguas, pero también se hallan dispersas aquí y allá en los otros capítulos.

Es completamente normal, e incluso obligado, señalar los diversos grados de calificación teológica que se dan tanto en un texto del Magisterio pontificio como en un tratado teológico. 
Concretamente, no puede considerarse igualmente como Magisterio apostólico una encíclica del Papa o una homilía en Santa Marta o una entrevista en un avión. Es preciso distinguir bien en cada caso el grado que hay de autoridad docente
No distinguen bien aquellos que menosprecias las enseñanzas o las orientaciones del Papa, como si fueran meras opiniones de cualquier Obispo o teólogo. Y tampoco distinguen bien los que consideran como doctrina infalible todo lo que el Papa diga en cualquier modo y circunstancia.
* * *

En opinión de algunos la Amoris lætitia no es propiamente Magisterio de la Iglesia. Así lo piensan y lo declaran. El cardenal Raymond L. Burke, por ejemplo, dice que «el Papa Francisco ha clarificado desde el inicio que la Exhortación Apostólica Post-sinodal no es un acto de Magisterio», y alude al (n.3) del documento. «Puede ser correctamente interpretada, en cuanto documento no magisterial, solamente usando la clave del Magisterio tal como está explicada en el Catecismo de la Iglesia Católica». Esa es también la calificación teológica que el profesor Antonio Livi da a la Amoris lætitia (= AL). En la Exhortación se reiteran, por supuesto, enseñanzas del Magisterio, sobre todo en los primeros capítulos. Pero Livi, atendiendo a lo que es más caracterizador del texto, lo sitúa entre los documentos pontificios que son «meras directrices para la pastoral».

«En efecto, como toda una clase de documentos pontificios, esta exhortación no es y no quiere ser un acto de magisterio con el que se enseñen doctrinas nuevas, proporcionando a los fieles nuevas interpretaciones autorizadas del dogma. Se trata más bien de un conjunto de orientaciones pastorales, dirigido principalmente a los obispos y sus colaboradores del clero y del laicado, en orden a que la doctrina sobre el amor humano y el matrimonio –que es confirmada explícitamente en cada uno de sus puntos– sea mejor aplicada a los casos individuales concretos con prudencia, con caridad y con deseo de evitar divisiones dentro de la comunidad eclesial. Estas son las intenciones del Papa, tal como resultan del tipo de documento que estoy comentando».
El Papa en la AL, sin embargo, a la vez que expresa en varias ocasiones explícitamente que no se pretende en ella introducir cambio alguno en la «irrenunciable doctrina» de la Iglesia (79, 199, 308), reitera de hecho en gran parte de la Exhortación, y con elocuente belleza, el Magisterio apostólico precedente sobre el matrimonio y la familia. No es, pues, correcto afirmar en bloque que la AL no es Magisterio apostólico.

Pero parece evidente que el capítulo 8º de la Exhortación, y algunos otros párrafos dispersos en ella, no son propiamente Magisterio pontificio. Y esto por dos razones fundamentales:

1ª.–porque así lo indica el propio lenguaje empleado: «conviene» (293), «podrán ser valorados» (294), «ejercicio prudencial» (295), «plantear» (296), «acojo las consideraciones» (299), «es necesario, por ello, discernir» (299), «no necesariamente» (300), «actitudes» (300), «considero muy adecuado lo que quisieron sostener muchos padres sinodales» (302), «ruego encarecidamente» (304), «comprendo a quienes prefieren» (308), «pero creo sinceramente que» (308), «estas reflexiones» (309), «estas consideraciones» (311), «un marco y un clima» (312), «nos sitúa más bien en el contexto» (312), etc. Este lenguaje, obviamente, no es el propio de un documento doctrinal, sino de una reflexión personal, de la que se siguen unas orientaciones pastorales.

2ª.–porque es un texto esencialmente ambiguo: Examinándolo atentamente, se puede apreciar a priori que de él podrán deducirse enseñanzas y normas prácticas totalmente contradictorias. Y a posteriori se confirma esa previsión. Cito dos ejemplos.

–El presidente de la Conferencia Episcopal de Filipinas, arzobispo Lingayen Dagupan, al día siguiente de la promulgación de la Amoris lætitia, publica en la web de la Conferencia una carta (9-IV-2016) dirigida a todos los católicos filipinos: «Brothers and sisters in Christ». En ella expresa que, «como el Papa nos pide que hagamos», se debe ir al encuentro de los hermanos que viven en «relaciones rotas» para asegurarles que «siempre hay un lugar en la mesa de los pecadores» para ellos (se entiende, en la comunión eucarística). «Se trata de una medida de misericordia, una apertura de corazón y de espíritu que no necesita ninguna ley, no espera a ninguna directriz, ni aguarda indicaciones. Puede y debe ponerse en práctica inmediatamente». La comunión eucarística de los divorciados vueltos a casar, ya practicada en no pocas Iglesias locales, quedaría, pues, así legitimada por la Exhortación apostólica postsinodal. Y debería ser practicada donde hasta ahora no se hacía. Por el contrario:

–El presidente del Pontificio Instituto «Juan Pablo II», Mons. Livio Melina, poco después de la promulgación de la AL, publicó una amplia nota, que concluía afirmando: «Hay que decir claramente que, también después de la Amoris Lætitia, admitir a la comunión a los divorciados “vueltos a casar”, excepto en las situaciones previstas en la Familiaris Consortio 84 y en la Sacramentum Caritatis 29 [convivir “como hermanos”, cuando hay graves razones para ello], va contra la disciplina de la Iglesia. Y enseñar que es posible admitir a la comunión a los divorciados “vueltos a casar”, más allá de estos criterios, va contra el Magisterio de la Iglesia».
El Papa Francisco, hasta la fecha, no ha aprobado ni reprobado explícitamente ninguna de estas dos interpretaciones contradictorias de la AL. Con ello parece confirmarse que no opta por una un otra de las actitudes doctrinales-pastorales, sino que se limita a impulsar el estudio y la pastoral del matrimonio y de la familia.

Esta diversidad doctrinal-disciplinar, que después de la AL se ha hecho más patente, y que probablemente aún tendrá manifestaciones más fuertes, ya se dió, aunque menos clamorosamente, en los dos Sínodos precedentes (2014-2015), en los que se permitió, e incluso se fomentó notablemente, la presentación de propuestas como las del cardenal Kasper, que afirmaba mantener la indisolubilidad del matrimonio, pero que reconociendo el nuevo vínculo contraído después del divorcio, exigía para él una fidelidad perseverante y el acceso a la comunión eucarística. Pasados ya en esta situación contradictoria más de dos años, la Exhortación AL no la resuelve, sino que en cierto modo acentúa esa diversidad contrapuesta.

El capítulo 8º de la AL no es, pues, propiamente Magisterio pontificio, y por tanto no debe recibirse como si fuera una expresión auténtica de la enseñanza petrina, sino más bien como reflexiones y contribuciones personales del Papa sobre la pastoral familiar. 
Puede, por tanto, ese capítulo  ser recibido y aprobado, o puede ser impugnado, con el respeto debido a su autor, en su conjunto o en ciertas partes. Tal impugnación de ciertos puntos especialmente ambiguos o de sus consecuencias concretas prácticas, aquellas que son más difícilmente conciliables con la doctrina y la disciplina de la Iglesia, lejos de constituir una desobediencia al Papa, ha de ser entendida, sobre todo por los Obispos, como una forma necesaria de co-laborar con él, y como un cumplimiento ineludible de su obligada «solicitud por todas las Iglesias» (2Cor 11,28). Deber en el que insistió el Concilio Vaticano II:

«Los Obispos, como legítimos sucesores de los Apóstoles y miembros del Colegio episcopal, siéntanse siempre unidos entre sí y muéstrense solícitos por todas las Iglesias, ya que, por institución divina y por imperativo del mandato apostólico, cada uno, junto con los otros Obispos, es responsable de la Iglesia» (CD 6).
* * *

La Iglesia es una, y lo es fundamentalmente por la Eucaristía. La Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Cristo tiene un solo Cuerpo, una sola Esposa. A largo plazo, y quizá a corto, es de prever que se hará patente la imposibilidad de que se mantengan en la unidad de la única Iglesia aquellos Obispos que ven un sacrilegio en la comunión eucarística de los que viven en adulterio, y aquellos otros que lo aprecian como una manifestación conmovedora de la Misericordia divina.

«Si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra» (S. Juan Pablo II, 2003: enc. Ecclesia de Eucharistia 26). Ese fue un convencimiento de fe muy profundo desde el principio de la Iglesia. Por eso celebrar juntos la Eucaristía significaba –y sigue significando– estar en comunión plena de fe, de caridad eclesial y de sacramentos. Y que no fuera posible celebrarla juntos significaba lo contrario. Por eso no puede haber doctrinas y prácticas totalmente inconciliables entre sí cuando se trata de la Eucaristía, porque ella es «el signo y la causa» de la unidad de la Iglesia. Podrá haber entre las diversas Iglesias locales diferentes concepciones y costumbres en otras cuestiones. Ya conocemos la norma clásica: «in necessariis, unitas; in dubiis, libertas; in omnibus, caritas». Pues bien, la unitas en la doctrina de fe y en la pastoral de la Eucaristía ha de entenderse como in necessariis, unitas. Si esa unidad se rompiera –Dios no lo permita–, sería inevitable el cisma.

* * *

La indeterminación del capítulo 8º puede ocasionar un peligro de cisma para la Iglesia. Tenemos el grave deber de reconocerlo y declararlo, aunque sea doloroso. Sin que, por supuesto, sea ésa la intención del Papa –nada más lejos de su voluntad–, podría dar lugar a que la Iglesia se partiera en dos trozos. De un lado, los que reafirman la doctrina siempre mantenida durante dos milenios con certeza por la Iglesia, según la cual no puede darse la comunión eucarística a quienes persisten en una convivencia adúltera more uxorio. De otra parte, los que mantienen y exigen que se les reciba en la sagrada comunión. Son dos tesis contrarias inconciliables, que no admiten un tertium quid. Por esa razón se van oyendo voces de muy grave alarma.

El cardenal Brandmüller, por ejemplo, consciente de la gravedad del momento, reafirma la fe católica sobre el matrimonio y Eucaristía: «Quienes quieren cambiar la enseñanza de la Iglesia son herejes, incluso si llevan la púrpura romana», pues amenazan con subvertir la doctrina católica sobre los sacramentos y la moral. Él fue una de las principales voces contrarias a ciertas propuestas surgidas en el Sínodo extraordinario sobre la Familia del año 2015.


Y fue también uno de los cinco autores del libro Permaneciendo en la verdad de Cristo: Matrimonio y comunión en la Iglesia Católica (Ed. Cristiandad, Madrid 2014, 328 pgs.), escrito por los cardenales Müller (prefecto Doctrina de la fe), Burke (prefecto Signatura Apostólica), Brandmüller (emérito Comité Pontificio Ciencias Históricas), Caffarra (Arzob. Bolonia, expresidente Pont. Instit. Juan Pablo II), De Paolis (expresidente emérito Asuntos Económicos S.Sede). El libro, publicado en los Estados Unidos por Ignatius Press (Remaining in the truth of Christ. Marriage and communion in the Catholic Church), impugna con datos bíblicos, patrísticos y del Magisterio la propuesta sinodal de un numeroso grupo de Obispos, encabezados por los cardenales Walter Kasper y Christoph Schönborn, de dar la comunión eucarística en ciertos casos a quienes conviven en adulterio.