La
Exhortación Apostólica post-sinodal puede ser correctamente interpretada, en
cuanto documento no magisterial, solamente usando la llave del Magisterio como
está explicado en el Catecismo de la Iglesia Católica
InfoCatolica, 13/04/16
Cardenal Raymond Leo Burke
Patrón de la Soberana Militar Orden de Malta
Los medios laicos y también algunos medios católicos
están interpretando la reciente Exhortación Apostólica Post-Sinodal Amoris
Laetitia («Sobre el amor de la familia») como una revolución en la Iglesia,
como un radical alejamiento de la enseñanza y de la praxis de la Iglesia, sobre
el matrimonio y la familia, tal y como se ha transmitido hasta ahora. Una
lectura del documento hecha de este modo es motivo de preocupación y de
confusión para los fieles, y también potencialmente de posible escándalo no
sólo para los fieles sino también para todas las personas de buena voluntad que
esperan de Cristo y de la Iglesia la fuente de enseñanza y reflejo de vida
verdadera respecto del matrimonio, sus ritos y de la vida de la familia, célula
primaria de la vida de la Iglesia y de toda sociedad.
Es también un mal servicio a la naturaleza del
documento, como fruto del Sínodo de los Obispos: un encuentro de prelados que
representa a la Iglesia universal «para prestar ayuda con sus consejos al
Romano Pontífice en la salvaguarda y en el incremento de la fe y de las
costumbres, en la observancia y en la consolidación de la disciplina
eclesiástica y, además, para estudiar los problemas que resguardan la actividad
de la Iglesia en el mundo» (canon 342). En otras palabras, existiría una
contradicción con el trabajo del Sínodo al generar confusión sobre lo que la
Iglesia enseña, tutela y promueve con su disciplina. La única llave para la
correcta interpretación de Amoris Laetitia es la enseñanza constante de la
Iglesia y de su disciplina que protege y promueve esta enseñanza. El Papa
Francisco ha clarificado desde el inicio que la Exhortación Apostólica
Post-sinodal no es un acto de Magisterio (cf. n. 3).
La tipología misma del documento confirma esto mismo.
Está escrito como una reflexión del Santo Padre sobre el trabajo de las últimas
dos sesiones del Sínodo de los obispos. Por ejemplo, en el capítulo octavo, que
a algunos les gusta interpretar como objeto de una nueva disciplina con
implicancias obvias para la doctrina de la Iglesia, el Papa Francisco, citando
la Exhortación Apostólica post-sinodal, Evangelii Gaudium, afirma:
«Comprendo a quienes prefieren una pastoral más rígida
que no dé lugar a confusión alguna. Pero creo sinceramente que Jesucristo
quiere una Iglesia atenta al bien que el Espíritu derrama en medio de la
fragilidad: una Madre que, al mismo tiempo que expresa claramente su enseñanza
objetiva, «no renuncia al bien posible, aunque corra el riesgo de mancharse con
el barro del camino» (n. 308).
En otras palabras, el Santo Padre está proponiendo
aquello que él personalmente piensa que es la voluntad de Cristo para su
Iglesia, pero no intenta imponer su punto de vista ni condenar a aquellos que
insisten sobre aquella que él llama «una pastoral más rígida». La naturaleza
personal, es decir, no magisterial del documento, emerge también del hecho que las
citas utilizadas provienen principalmente del documento final de la sesión 2015
del Sínodo de los Obispos, o bien de los discursos u homilías del mismo Papa
Francisco. No hay tampoco una intención constante de unir el texto en general a
las citas al Magisterio, a los Padres de la Iglesia y a otros autores probados.
Además de todo, como hemos evidenciado arriba, un
documento que es fruto del Sínodo de los Obispos, debe ser siempre leído a la
luz de la finalidad del mismo Sínodo, o sea, la tutela y la promoción de
aquello que la Iglesia ha siempre pensado y practicado conformemente a su
enseñanza. En otras palabras, una Exhortación Apostólica post-sinodal, por su
propia naturaleza, no propone una nueva doctrina y una nueva disciplina, sino
que aplica la doctrina y la disciplina constantes a las situaciones del mundo
contemporáneo.
Entonces, ¿cómo debe ser recibido este documento?
Antes que nada, debe ser recibido con el profundo respeto debido al Romano
Pontífice en cuanto Vicario de Cristo, que es, según las palabras del mismo
Concilio Ecuménico Vaticano II, «perpetuo y visible principio y fundamento de
la unidad tanto de los obispos como de la multitud de los fieles» (Lumen
Gentium, n. 23).
Algunos comentaristas confunden este respeto con una
presunta obligación de creer «por fe divina y católica» (can. 750, § 1) todo lo
que está contenido en el documento. Pero la Iglesia Católica, mientras insiste
acerca del respeto debido al Oficio petrino en cuanto instituido por Nuestro
Señor, jamás ha sostenido que toda afirmación del Sucesor de San Pedro deba ser
recibida como parte de su Magisterio infalible.
La Iglesia históricamente ha sido sensible a aquellas
tendencias erróneas que interpretaban toda palabra del Papa como vinculante
para la conciencia, cosa que es ciertamente absurdo. Según la enseñanza
tradicional, el Papa tiene dos «cuerpos», uno en cuanto miembro individual de
los fieles y por lo tanto sujeto a la mortalidad y otro en cualidad de Vicario
de Cristo en la Tierra, y esto, según la promesa de Nuestro Señor, perdurará
hasta su regreso en la gloria. El primer cuerpo es su cuerpo mortal; el segundo
es la institución divina del Oficio de San Pedro y de sus sucesores. Los ritos
litúrgicos y los hábitos que revisten al Papa subrayan tal distinción, de modo que
una reflexión personal del Papa, mientras es recibida con el respeto debido a
su persona, no debe ser confundida con la fe vinculante debida al ejercicio del
Magisterio. En el ejercicio del Magisterio, el Romano Pontífice como Vicario de
Cristo actúa en una interrumpida comunión con sus sucesores a partir de San
Pedro.
Recuerdo la disputa que acompañó la publicación de las
conversaciones entre el beato Pablo VI y Jean Guitton en 1967. La preocupación
residía en el peligro en que los fieles habrían confundido las reflexiones
personales del Papa con la enseñanza oficial de la Iglesia. Si por un lado el
Romano Pontífice tiene reflexiones personales que puedan ser interesantísimas y
estimulantes, la Iglesia debe estar siempre atenta para señalar que la publicación
de tales reflexiones es un acto personal y no un ejercicio del Magisterio
Papal. Diversamente, cuantos no comprenden la distinción o no la quieren
comprender, presentarán tales reflexiones y también anécdotas del Papa como
declaraciones de un cambio de doctrina de la Iglesia, causando gran confusión a
los fieles. Una confusión tan dañina para los fieles que debilita el testimonio
de la Iglesia como Cuerpo de Cristo en el mundo.
Con la publicación de Amoris Laetitia, el objetivo de
los pastores y de aquellos que enseñan la fe es el de presentarla en el
contexto de la enseñanza de la disciplina de la Iglesia, de modo que esté al
servicio de la edificación del Cuerpo de Cristo en su primera célula vital, es
decir, el matrimonio y la familia. En otras palabras, la Exhortación Apostólica
post-sinodal puede ser correctamente interpretada, en cuanto documento no
magisterial, solamente usando la llave del Magisterio como está explicado en el
Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 85-87).
La doctrina oficial de la Iglesia, de hecho, provee la
insustituible llave interpretativa de la Exhortación Apostólica, de modo que
pueda verdaderamente servir al bien de todos los fieles, uniéndolos aún más
estrechamente a Cristo, que es nuestra única salvación. No puede existir oposición
y contradicción entre la doctrina de la Iglesia y la de su praxis pastoral,
desde el momento en que, como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, la
doctrina es naturalmente pastoral:
«La misión del Magisterio está ligada al carácter
definitivo de la Alianza instaurada por Dios en Cristo con su Pueblo; debe
protegerlo de las desviaciones y de los fallos, y garantizarle la posibilidad
objetiva de profesar sin error la fe auténtica. El oficio pastoral del
Magisterio está dirigido, así, a velar para que el Pueblo de Dios permanezca en
la verdad que libera. Para cumplir este servicio, Cristo ha dotado a los
pastores con el carisma de infalibilidad en materia de fe y de costumbres. El
ejercicio de este carisma puede revestir varias modalidades» (n. 890).
Se puede ver la naturaleza pastoral de la doctrina, en
manera elocuente, en la enseñanza de la Iglesia sobre el matrimonio y sobre la
familia. Cristo mismo muestra la profunda naturaleza pastoral de la verdad de
la fe en su enseñanza sobre el santo Matrimonio en el Evangelio (cf. Mt 19,
3-12), en el cual enseña nuevamente el plano de Dios sobre el matrimonio «desde
el principio». Durante los últimos dos años, en los cuales la Iglesia se ha
visto envuelta en una intensa discusión sobre el matrimonio y la familia, he
recordado a menudo un episodio de mi infancia. He crecido en una granja
familiar en las afueras de Wisconsin; era el más joven de seis hijos de buenos
padres católicos. La Misa dominical de las 10 AM en la parroquia vecina de
nuestro pueblito, era claramente el corazón de nuestra vida de fe; cierta vez,
me percaté que una pareja amiga de mis padres provenientes de una granja
vecina, asistía siempre a la Santa Misa, pero jamás comulgaba. Cuando pregunté
a mi padre por qué no recibían la Comunión, él me explicó que el hombre se
había casado con otra mujer y que por eso no podía recibir los sacramentos.
Recuerdo claramente que mi padre me explicó la praxis
de la Iglesia y la fidelidad a su enseñanza de un modo sereno. La disciplina
obviamente tenía un significado para él y tenía un significado para mí; de
hecho, su explicación fue la primera ocasión que me permitió reflexionar sobre
la naturaleza del matrimonio como unión indisoluble entre marido y mujer. Al
mismo tiempo debo decir que el párroco trataba a dicha pareja con un gran
respeto, incluso hasta formaban parte de la vida parroquial en la modalidad
apropiada al estado irregular de su unión. Por mi parte, he tenido siempre la
impresión de que, si bien debió haber sido verdaderamente difícil no poder
recibir los Sacramentos, ellos estaban tranquilos al vivir según la verdad de
su situación matrimonial.
Durante de más de cuarenta años de vida y ministerio
sacerdotal, veintiuno de los cuales he desempeñado en el ministerio episcopal,
he conocido muchas otras parejas en situaciones irregulares, por las cuales yo
u otros de mis hermanos hemos debido ejercer el cuidado pastoral. Si bien su
sufrimiento era evidente para cualquier alma compasiva, he visto siempre más
claramente con los años, que el primer signo de respeto y de benevolencia en la
relación con ellos es decirles la verdad con amor. De esa manera, la enseñanza
de la Iglesia no resulta una cosa que aflige sino que, incluso, libera para
amar a Dios y a su prójimo.
Podría ser de ayuda ilustrar con un ejemplo la
necesidad de interpretar el texto Amoris Laetitia a la luz del Magisterio. En
el documento existen frecuentes referencias al «ideal» del matrimonio. Una
descripción así del matrimonio puede ser desviada. Puede conducir al lector a
pensar en el matrimonio como una idea eterna, a la cual los hombres y las
mujeres deban más o menos conformarse en las circunstancias cambiantes. Pero el
matrimonio cristiano no es una idea; es un sacramento que confiere la gracia en
un hombre y en una mujer para vivir en un fiel, permanente y fecundo amor
recíproco. Toda pareja cristiana válidamente casada, desde el momento del
consentimiento, recibe la gracia de vivir en el amor que se han prometido
recíprocamente. Así como todos sufrimos los efectos del pecado original y
porque el mundo en que vivimos se hace autor de una visión completamente
diferente del matrimonio, los esposos están tentados de traicionar la realidad
objetiva de su amor. Pero Cristo les da siempre la gracia de permanecer fieles
a aquel amor hasta la muerte.
La única cosa que los puede limitar en su
respuesta fiel es alejarse de la correspondencia a la gracia dada en el
sacramento del Santo Matrimonio. En otras palabras, su dificultad no está en
cierta idea que les ha impuesto la Iglesia. Su lucha es con aquellas fuerzas
que los conducen a traicionar la realidad de la vida de Cristo en ellos. En los
años y particularmente en los últimos dos años, he encontrado a muchos hombres
y mujeres que por diversas razones, se han separado o se han divorciado de sus
cónyuges, pero que están viviendo en la fidelidad a la verdad de su matrimonio
y continúan rezando cada día por la eterna salvación de su cónyuge, incluso si
él o ella lo ha abandonado. En nuestras conversaciones, ellos reconocen el
sufrimiento en el cual se encuentran, pero sobre todo la profunda paz que
experimentan al permanecer fieles al propio matrimonio.
Algunos piensan que una postura tal respecto de la
separación o el divorcio implica un heroísmo que, el común de los fieles, no
está dispuesto a alcanzar, pero en verdad, todos estamos llamados a vivir
heroicamente, en cualquier estado de vida. El Papa San Juan Pablo II, en la
conclusión del Gran Jubileo del 2000, refiriéndose a las palabras de Nuestro
Señor que concluyen el Discurso de la Montaña –«Sed perfectos como vuestro
Padre es perfecto» (Mt 5, 48) – nos ha enseñado la naturaleza heroica de la
vida cotidiana en Cristo con estas palabras:
«Doy gracias al Señor que me ha concedido beatificar y
canonizar durante estos años a tantos cristianos y, entre ellos a muchos laicos
que se han santificado en las circunstancias más ordinarias de la vida. Es el
momento de proponer de nuevo a todos con convicción este «alto grado» de la
vida cristiana ordinaria. La vida entera de la comunidad eclesial y de las
familias cristianas debe ir en esta dirección» (Novo Millennio Ineunte, no.
31).
Encontrando hombres y mujeres que, a pesar de una
ruptura en la vida matrimonial, permanecen files a la gracia del sacramento del
Matrimonio, yo he sido testigo de la vida heroica que la gracia nos hace
posible cada día.
San Agustín de Hipona, en una predicación para la
fiesta de San Lorenzo, Diácono y Mártir, en el año 417, utiliza una bellísima
imagen para darnos ánimo en nuestra cooperación con la gracia que Nuestro Señor
ha obtenido para nosotros con su Pasión y su Muerte. Él nos garantiza que, en
el jardín del Señor no están sólo las rosas de los mártires, sino también los
lirios de las vírgenes, las hiedras de los esposos y las violetas de las
viudas. Y por eso concluye que ninguno debería desesperar respecto de la propia
vocación porque «Cristo murió por todos» (Sermón 304).
La recepción de Amoris
Laetitia, en fidelidad con el Magisterio, pueda confirmar a los esposos en la
gracia del sacramento del Santo Matrimonio, de modo que ellos puedan ser signo
del amor fiel y duradero de Dios con nosotros «desde el principio», un amor que
ha alcanzado su plena manifestación en la Encarnación redentora del Hijo de
Dios. Que el Magisterio, como llave de su compresión, haga que «el Pueblo de
Dios permanezca en la verdad que libera» (Catecismo del Iglesia Católica, n.
890).
+ Raymond Leo Burke Cardenal, Patrono de la Soberana
Orden militar de Malta
Traducción al castellano de P. Javier Olivera Ravasi
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