lunes, 29 de febrero de 2016

Mero cristianismo



Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 29-2-16

El Papa Francisco ha sido desde el primer momento de su pontificado clarísimo con respecto al aborto. Otra cosa es que sus supuestos amigos, los que distorsionan sus palabras presentándole como un adalid de la ruptura con la tradición, oculten o al menos no den publicidad a eso. En el todavía reciente viaje de vuelta desde México a Roma, una vez más Francisco fue rotundo: “El aborto no es un mal menor, sino un crimen. Es lo que hace la mafia”. Nada de excusas o paños calientes: el aborto es un crimen y lo dice el Papa Francisco, con tanta o más claridad incluso que sus predecesores. Claro que si Benedicto hubiera llamado “crimen” al aborto le habrían declarado persona non grata en buena parte del mundo supuestamente civilizado. Por suerte, Francisco lo dice y no pasa nada. Y, afortunadamente, lo dice.

En esta línea de clara defensa de la vida hay que enmarcar la magnífica carta pastoral de un obispo español, monseñor Reig, que preside la histórica diócesis de Alcalá de Henares, junto a Madrid. Reig tampoco se anda con rodeos y lleva la defensa del no nacido hasta sus orígenes: el mismo embrión. Reclama en su carta pastoral misericordia también para él, al que califica de “primer peregrino indefenso” que no necesita otra posada más que la del vientre de la madre. Termina su carta denunciando “un ataque planificado contra el orden de la creación y de la redención, en el que los poderosos aplastan a los débiles” y que no es más que el resultado de una nueva ideología que, según el obispo, resume y aúna lo peor del marxismo y del liberalismo. Es este último concepto el que más me ha llamado la atención en la carta, porque creo que es lo que lo explica todo.

Cristo no fue el primer comunista, como algunos insisten en decir. Y desde luego tampoco fue un liberal que defendía a ultranza el “dejad hacer” de Adam Smith. Defendía a los pobres -que entonces eran también las mujeres, consideradas inferiores por el mero hecho de serlo- y lo hacía sin violencia –“guarda tu espada”, le dijo a Pedro en el huerto de los olivos-. No tenía problemas con la existencia de la propiedad privada, pero dejó claro que el juicio final se iba a hacer sobre la solidaridad que se hubiera tenido con los necesitados. Por eso era incómodo para unos y para otros, ya que era demasiado pacífico -anti revolucionario- y demasiado caritativo -anti liberal-. Por eso se pusieron de acuerdo unos y otros para matarle. Nosotros, seguidores de Cristo, tenemos que continuar su camino aunque nos toque compartir su martirio. Eso significa que ni podemos ceder en la defensa de la vida, desde la concepción a la muerte natural, ni podemos aceptar los excesos de un capitalismo sin alma que somete a las leyes del mercado a millones de seres humanos, que quedan en la cuneta como “descartados”, porque no pueden consumir ya que no tienen dinero para hacerlo. Defender la vida y defender los derechos de los pobres. Hacerlo pacíficamente. Eso es mero cristianismo.

sábado, 27 de febrero de 2016

Duras críticas del principal líder religioso islámico a las Iglesias que aceptan el matrimonio homosexual


catolicos-on-line, 27-2-16

Occidente está difundiendo la homosexualidad, y “lamentablemente algunos jefes de las iglesias de los Estados Unidos celebran matrimonios entre personas del mismo sexo. Me pregunto qué es lo que queda de la Biblia en esas Iglesias. Y cómo afrontarán al Señor Jesús, ¡la paz sea con él!”.

Con estas palabras, el sheikh egipcio Ahmed al Tayyeb, gran Imán de la universidad islámica sunita de al-Azhar, ha exteriorizado sus pensamientos acerca de la práctica eclesial de algunos grupos cristianos estadounidenses –como la Iglesia Presbiteriana- que han cambiado sus estatutos internos a fin de reconocer como matrimonios este tipo de uniones entre personas del mismo sexo.

Las declaraciones han sido realizadas por el representante de la más prestigiosa academia teológica sunita durante una reunión con preguntas y respuestas que se ha llevado a cabo en la Universidad Islámica de Syarif Hidayatullah, en South Tangerang, Indonesia. El gran Imán al Tayeeb también ha añadido que los grupos homosexuales intervienen en las campañas electorales y la cuestión homosexual es utilizada como tema para lograr un consenso político.

El Gran Imán ha viajado a Indonesia por primera vez, en donde se ha reunido con el presidente Joko Widodo Joko, para asistir a una reunión internacional organizada por el Consejo Musulmán de ancianos, organización, con sede en Abu Dhabi, creada con la intención de promover una mayor tolerancia entre las diferentes corrientes del Islam.

En declaraciones, publicadas en la prensa indonesa, el sheikh al Tayyeb ha subrayado que en este momento histórico el mayor reto dentro del mundo islámico es el hecho de que “las diferencias entre las doctrinas no son toleradas, y llegan a ser más bien un pretexto para la violencia”.


Según el Gran Imán de al Azhar, “no hay nada de malo en seguir una escuela o doctrina particular, pero nadie puede decir que representan exclusivamente el verdadero y auténtico Islam”. La guerra que ha destruido Siria, Iraq y Yemen -ha añadido al Tayyeb- “ha sido causada por la división entre chiíes y suníes”.

viernes, 26 de febrero de 2016

Los obispos españoles, perplejos ante la situación política


El presidente de la Conferencia Episcopal Española (CEE), el cardenal Ricardo Blázquez, ha afirmado en 'Herrera en COPE' que la comisión permanente de la CEE ha tratado «detenidamente» la situación de España tras las últimas elecciones. Los obispos están perplejos.

«Nos llena de perplejidad. Las elecciones dejaron una situación insólita en los últimos decenios. Tengo la impresión de que no se terminan de gestionar adecuadamente los resultados por parte de los partidos políticos».

Sobre los acuerdos con la Santa Sede, cuya revisión incluye el pacto alcanzado entre PSOE y Ciudadanos, Mons. Blázquez se pregunta; «¿por qué es necesario cambiarlos? ¿en qué se necesitan cambiar? ¿se trata de denunciarlos en totalidad?». Asegura que «pueden ser y deben ser revisados si es necesario» si bien afirma que «da la sensación que es un latiguillo, un recurso fácil. Me parece que esta cuestión tenemos que tratarla con seriedad».

El presidente de la CEE ha recordado que estos acuerdos «están firmados en la onda de la aprobación de la Constitución» y que según ellos, «el Estado es aconfesional, es decir, no tiene ninguna religión y que los ciudadanos tendremos la religión que creamos oportuna». Para ellos ha pedido «respeto» y que «el gobierno sirva a este ejercicio de libertad religiosa».

En esta línea, el purpurado deja claro que la «libertad religiosa es un derecho fundamental reconocido en el ámbito cultural en que nos movemos. Significa que cada ciudadano tiene derecho -tanto privadamente como asociadamente-, a vivir en el ámbito y la libertad religiosa y que nadie tiene derecho a imponerle el ejercicio de ninguna religión, ni impedírselo y que el Estado debe facilitarlo».

El también arzobispo de Valladolid ha asegurado «no entender» la eliminación de los nombres religiosos de los callejeros de algunas ciudades, como es el caso de Sevilla. «Si hay personas que tienen un significado importante para una ciudad o pueblo, ¿por qué no se va a mantener su memoria?«, se ha preguntado.» Un callejero es un mosaico con cuyas teselas se puede trazar la historia de una ciudad. A veces hay personajes importados que no tienen ninguna significación para un lugar determinado y que obedecen a modas que se imponen sin la suficiente reflexión».

El cardenal también ha recordado que en Italia se ha aprobado una ley sobre la convivencia de personas del mismo género y que «no se llama matrimonio». «¿Por qué se va a llamar matrimonio si ya tiene una determinación concreta en la forma de expresarnos, en el diccionario, en nuestra tradición lexicográfica? ¿Por qué se va a cambiar?. Es muy distinto llamar matrimonio a la unión de dos personas del mismo sexo que llamar una unión estable, también regulada jurídicamente. Pero que no se introduzcan corruptelas y una interrogante sobre la identidad misma del matrimonio que tiene siglos de historia».


En el ámbito económico, el cardenal Ricardo Blázquez se ha referido al sistema de asignación tributaria. «No es un impuesto propiamente dicho». «El ciudadano, con obligación de declarar, tiene la capacidad de asignar una mínima parte de los impuestos que paga. Eso es un respeto a la libertad religiosa y a sus derechos. Asignan a favor de la Iglesia no sólo los católicos practicantes, sino también otras personas a la luz del servicio que presta la Iglesia a la sociedad». En esta línea el cardenal ha recordado las palabras del Papa en las que asegura que 'tenemos que tender puentes y no levantar muros'. «La asignación tributaria es una forma concreta de colaborar los ciudadanos al servicio de las necesidades de la Iglesia que después repercute en beneficio para todos». Un sistema que ha definido como «correcto, que respeta la libertad religiosa y democrático».

jueves, 25 de febrero de 2016

Pablo VI y las religiosas violadas en el Congo



Sandro MAGISTER, periodista
catolicos-on-line, 25-2-16

En la efervescente rueda de prensa del vuelo de vuelta de México a Roma, el Papa Francisco, entre otras cosas, ha vuelto a sacar la historia de que "Pablo VI, el grande, en una situación difícil en África permitió a las monjas usar anticonceptivos para casos de violencia".

Y ha añadido que "evitar el embarazo no es un mal absoluto. En ciertos casos, como en este que he mencionado de Pablo VI, era claro".

Dos días después, también el padre Federico Lombardi ha vuelto a sacar la misma historia en una entrevista en la Radio Vaticana, hecha con la intención de enderezar lo que se había torcido en las declaraciones del Papa de las que se habían hecho eco los medios de comunicación, que ya habían cantado victoria dando por supuesta la autorización al uso de los anticonceptivos:

"El anticonceptivo o el preservativo, en casos de particular emergencia y gravedad, pueden también ser objeto de discernimiento serio de la conciencia. Esto es lo que dice el Papa. […] El ejemplo que [Francisco] ha planteado de Pablo VI y de la autorización del uso de la píldora para unas religiosas que estaban en riesgo gravísimo y continuo de violencia por parte de los rebeldes del Congo, en los tiempos de las tragedias causadas por la guerra en ese país, hace entender que la situación en la que se tomaba esto en consideración no era una situación normal".

Ahora bien, en ninguna parte resulta que Pablo VI haya concedido explícitamente ese permiso. Nadie ha podido citar nunca una sola palabra suya a este respecto.

Y sin embargo, esta leyenda metropolitana sigue en pie desde hace decenios y han caído en ella también Francisco y su portavoz.

Para reconstruir como nació esta historia hay que volver, no al pontificado de Pablo VI, sino al de su predecesor Juan XXIII.

Corría el año 1961 y la cuestión sobre si era lícito que unas religiosas en peligro de ser violadas recurrieran a los anticonceptivos, en  una situación de guerra como la que asolaba entonces en Congo, fue sometida a tres competentes teólogos moralistas:

- Pietro Palazzini, en esa época secretario de la sagrada congregación del concilio y sucesivamente hecho cardenal

- Francesco Hürth, jesuita, profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana

- Ferdinando Lambruschini, profesor en la Pontificia Universidad del Laterano, después arzobispo de Perugia.

Los tres formularon juntos los correspondientes pareceres en la revista del Opus Dei, "Studi Cattolici", número 27, 1961, pp. 62-72, con el título: "Una donna domanda: come negarsi alla violenza? Morale esemplificata. Un dibattito" ("Una mujer pregunta: ¿cómo negarse a la violencia? Moral ejemplificada. Un debate").

Los tres eran favorables a admitir la licitud de este acto, aunque con argumentos distintos. Y este parecer favorable no sólo pasó indemne el examen para nada sumiso del Santo Oficio, sino que se convirtió en doctrina común entre los moralistas católicos de cada escuela.

En 1968 Pablo VI publicó la encíclica "Humanae vitae" que condenó como intrínsecamente mala "toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación".

Y esta condena entró posteriormente, en 1997 y con las mismas palabras, en el Catecismo de la Iglesia católica.

Pero también después de la "Humanae vitae" la licitud del comportamiento de las hermanas congoleñas siguió siendo pacíficamente admitida, sin que Pablo VI y sus sucesores se pronunciaran en mérito.

Más bien al contrario: en 1993, siendo Papa Juan Pablo II, la cuestión volvió a plantearse, esta vez con motivo de la guerra en Bosnia, no en el Congo.

El teólogo moralista que ese año se hizo portavoz competente de la doctrina común favorable a la licitud fue el jesuita Giacomo Perico con un artículo en la revista "La Civiltà Cattolica", impresa con el visto bueno de las autoridades vaticanas y que llevaba el título: "Violación, aborto y anticonceptivos".

En realidad, la controversia entre los moralistas, desde entonces hasta nuestros días, no tiene que ver con la licitud del acto en cuestión, sino con los fundamentos de dicha licitud.

Hay quien considera la licitud de este acto una "excepción" a la que, por consiguiente, se podrían añadir otras, valoradas caso por caso, lo que invalidaría el atributo de "intrínsecamente malo" – y, por lo tanto, ya no habría ninguna excepción – aplicado por la "Humanae vitae" a la anticoncepción.

Y hay en cambio quien considera el acto de las hermanas congoleñas o bosnias un acto de legítima defensa de los efectos de un acto de violencia que nada tiene que ver con el acto conyugal libre y voluntario del que se quiere excluir la procreación, sobre el cual, y sólo sobre éste, cae la condena – sin excepción de ningún tipo – de la "Humanae vitae".

El estudioso que de manera más clara ha reconstruido el choque entre estas dos corrientes es Martin Rhonheimer, profesor de ética y filosofía en la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en el volumen "Ethics of Procreation and the Defense of Human Life" ("La ética de la procreación y la defensa de la vida humana"), The Catholic University of America Press, Washington, 2010, en las páginas 133-150, que a su vez reproducen un ensayo suyo precedente publicado en 1995 en "La Scuola Cattolica", la revista de la facultad teológica de Milán, con el título: "Minaccia di stupro e prevenzione. Un'eccezione?" ("Amenaza de violación y prevención. ¿Una excepción?").

Según Rhonheimer, la segunda tesis es la más fiel al magisterio de la Iglesia, mientras que la primera, típicamente casuística y "proporcionalista", se ofrece a las críticas de la "Veritatis splendor", la encíclica de Juan Pablo II sobre la teología moral.

Pero curiosamente, es precisamente hacia esta primera tesis que parece que tienden – con el presunto apoyo de Pablo VI – tanto el Papa Francisco en la rueda de prensa del 17 de febrero en el avión como, aún más, el padre Lombardi en la entrevista del 19 en la Radio Vaticana.

Ambos, de hecho, distinguen entre el aborto, mal absoluto que no admite excepción alguna, y la anticoncepción que – dicen –  "no es  un mal absoluto" sino"un mal menor" y, por lo tanto, puede ser permitida en "casos de emergencia o situaciones particulares".

El padre Lombardi cita como otro de estos casos admitidos el uso del preservativo en situaciones de riesgo de contagio, considerado por Benedicto XVI en su libro-entrevista "Luz del mundo", del 2010.

Pero, de hecho, reduce también éste a un caso de excepción. E ignora la nota aclaratoria – de índole completamente distinta – que la congregación para la doctrina de la fe, dando voz al Papa Benedicto, difundió el 22 de diciembre de 2010 respecto a las polémicas surgidas tras la publicación de ese libro.

miércoles, 24 de febrero de 2016

martes, 23 de febrero de 2016

La misericordia de Dios y la nuestra


Instrucción Pastoral de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata, con motivo del Jubileo Extraordinario de la Misericordia 

Aica, 23-2-16

A los sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los fieles de la arquidiócesis: 

Estamos viviendo ya el Año Santo de la Misericordia. Notemos que el tiempo en sus medidas humanas transcurre velozmente, y no debemos dejar que esta ocasión de gracia pase a nuestro lado sin que nos interpele y afecte en profundidad, y que por lo tanto, si esa desgracia ocurre, perdamos los frutos que el Señor nos ofrece por mediación de su Iglesia. El Santo Padre Francisco ha publicado el 11 de Abril de 2015, Domingo de la Divina Misericordia, la bula Misericordiae vultus, que es una proclamación de la centralidad de la misericordia en la Revelación bíblica y en la tradición, vida y ministerio de la Iglesia. Creo que en otras intervenciones mías he empleado el título que encabeza esta comunicación que les dirijo. Lo retomo porque resume el contenido del escrito papal y tiene un lejano antecedente en un sermón de san Cesáreo de Arlés quien, a comienzos del siglo VI, distinguía una misericordia natural y terrena, la nuestra, de otra celestial y divina, el premio que el Señor reserva en el cielo a los misericordiosos. 

La finalidad principal de la publicación del documento pontificio ha sido justificar la indicción del Jubileo Extraordinario que concluirá el próximo domingo 20 de noviembre, Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo. El texto papal no pretende proponer una teología completa de la misericordia. El mismo pontífice se remite a “la gran enseñanza que San Juan Pablo II ofreció en su segunda encíclica Dives in misericordia, que en su momento llegó sin ser esperada y tomó a muchos por sorpresa en razón del tema que afrontaba” (Misericordiae vultus, 11). Aquello sí que fue en cierto modo novedoso, en especial porque continuaba y completaba la orientación inicial del pontificado del Papa Wojtyla, expresada en la encíclica Redemptor hominis. En el primer párrafo de Dives in misericordia se dice: “Cuanto más se centre en el hombre la misión desarrollada por la Iglesia, cuanto más sea, por decirlo así, antropocéntrica, tanto más debe corroborarse y realizarse teocéntricamente, esto es, orientarse al Padre en Cristo Jesús”. Además, Juan Pablo II abordó el tema en el motu propio Misericordia Dei, sobre la penitencia, y en la Exhortación Apostólica Postsinodal Reconciliatio et Paenitentia. Se pueden acopiar asimismo numerosas intervenciones de Benedicto XVI y leer, por ejemplo, en su libro Jesús de Nazaret (I,7) la explicación de las parábolas de Jesús; las que eligió el autor son, precisamente, parábolas que pueden llamarse “de misericordia”. 

En los Salmos, que constituyen un elemento fundamental de la oración litúrgica de la Iglesia, se manifiesta reiteradamente la apelación del creyente a la misericordia divina, objeto asimismo de admiración y alabanza. Solo puedo evocar aquí algunos ejemplos, pero en la recitación diaria de la Liturgia de las Horas tenemos la oportunidad reiterada de detenernos largamente en la contemplación de la misericordia divina, que como dirá en su Magnificat la Virgen Santísima, “se extiende de generación en generación sobre aquellos que le temen.”(Lc. 1,50). 

En primer lugar corresponde citar la intensa súplica del pecador arrepentido, el salmo 50, Miserere. Este inicio latino, bien conocido, traduce el termino hebreo janneni; en la versión griega de la Biblia se dice eléeson me, de donde procede el Kyrie eleison de la liturgia latina. Otros salmos, como el 55 y el 56 comienzan igual: ¡ten piedad de mí, Señor! En la Bula Misericordiae vultus el número 7 está dedicado a comentar el salmo 135 (136 en la numeración hebrea), o mejor dicho, el estribillo repetido incesantemente mientras se evocan episodios centrales de la historia de la salvación: “porque es eterna su misericordia”. Misericordia o amor, piedad, benignidad, gracia: es un término principal en la revelación del Antiguo Testamento, jésed (en griego éleos); tiene asimismo un valor legal en referencia a la Alianza. Se puede añadir que también se emplea con frecuencia jen, que significa igualmente gracia, favor; de Dios se dice que es jannún, clemente, misericordioso. Otro nombre de la misericordia, muy expresivo, es rajamím, que viene de réjem, el seno materno; son las entrañas: Dios, nuestro Padre, tiene entrañas maternales de misericordia. Este sustantivo es traducido en la Biblia griega de los LXX y pasa al Nuevo Testamento: suena splánjna. 

Volviendo al salmo 135 corresponde notar que la misericordia que Dios dispensa a su pueblo incluye el castigo de los enemigos: hirió a los primogénitos de Egipto, hundió en el mar Rojo al Faraón con sus tropas, dio muerte a los reyes Sijón y Og para entregar sus territorios al pueblo de Israel. En otro Salmo, el 77, se ofrece una meditación más sobre la historia del pueblo elegido; se alternan en ella los dones y las reprensiones, porque también la infidelidad del pueblo es reiteradamente castigada. 

El ejercicio de la condescendencia divina está ligado al reconocimiento del pecado, el arrepentimiento y a la consiguiente suplica del perdón. Pero la amplitud de la misericordia es incomprensible; en términos muy humanos se dice: “el Señor que es compasivo los perdonaba en lugar de exterminarlos, una y otra vez reprimió su enojo y no dio rienda suelta a su furor; sabía que eran simples mortales, un soplo que pasa y ya no vuelve” (Salmo 77, 38-39). Una síntesis de la piedad creyente que se manifiesta en el Salterio, canta: “¡Qué grande es tu bondad, Señor! Tú la reservas para tus fieles; y la brindas a los que se refugian en ti, en la presencia de todos” (Salmo 30, 20). 

El documento pontificio, en los números 20-22 aborda un problema teológico central: la relación entre justicia y misericordia. Escribe el Papa que “no son dos momentos contrastantes entre sí, sino dos dimensiones de una única realidad que se desarrolla progresivamente hasta alcanzar su ápice en la plenitud del amor” (Misericordiae vultus, 20) La relación entre misericordia y justicia vacila en el Antiguo Testamento; es dialéctica. Pudimos apreciarlo en las citas de los salmos que hemos empleado; sin embargo, se percibe un intento de solución. Por ejemplo, en el salmo 35, poema en el que se confrontan la maldad del pecador y la bondad de Dios, leemos: "Tu misericordia, Señor, llega hasta el cielo, tu fidelidad hasta las nubes. Tu justicia es como las altas montañas, tus juicios como un océano inmenso" (6 -7). 

También al comienzo del Salmo 91 las leyes del paralelismo sugieren identificar el amor, la misericordia, con la fidelidad de Dios (91, 3). Digamos de paso que existe una lectura cristiana del Salterio; es Cristo quien habla en ellos, y todos ellos hablan de él. San Agustín lo comprendió y lo explicó maravillosamente en sus Enarraciones. En las colecciones proféticas de la Sagrada Escritura abundan las amenazas y exhortaciones, las críticas contra la exterioridad del culto y la falsa seguridad del pueblo, el anuncio de los inminentes castigos y las promesas de la prosperidad y la dicha que aguardan a quienes se arrepienten y abandonan el camino errado. La justicia y la misericordia se remiten, una y otra, a la fidelidad de Dios. 

Dios es el Dios fiel, idéntico a sí mismo; podríamos decir, casi tautológicamente, que es misericordioso porque es justo, y es justo porque es misericordioso. Porque inclina su corazón a nuestras miserias humanas nos aplica su justicia para que las reconozcamos y recurramos a él para recibir su generoso perdón. 

En el Nuevo Testamento se revela la superación de la dialéctica entre justicia y misericordia. La teología paulina elaborada en las Cartas a los Romanos y a los Gálatas expresa que el proceso de la justificación del pecador, por el cual se alcanza la verdadera justicia de Dios y ante Dios, equivale a la recepción de la gracia. Es Dios quien justifica al pecador en virtud de la sangre de Cristo. La historia de la salvación culmina en la Encarnación y la Pascua del Hijo de Dios, acontecimientos en los que se manifiesta la gracia del perdón de los pecados, a la que pueden acceder quienes se arrepienten, mediante la fe en Cristo y el bautismo cristiano, vía de ingreso en la Iglesia, nuevo pueblo de Dios. 

La ley vieja, mal interpretada y corrompida por los fariseos, se cumple en la Ley Nueva, ley de la gracia, de la vida en Cristo, con exigencias más dulces, fuertes y totales, fuente de gozo y novedad definitiva. Los desarrollos teológicos ofrecidos por el apóstol Pablo interpretan los dichos y hechos de Jesús registrados en los Evangelios: la curación de los enfermos del cuerpo y del alma, el acercamiento a los pecadores y excluidos, la manifestación en el Hijo de la misericordia del Padre. Francisco lo resume así: "esta justicia de Dios es la misericordia concedida a todos como gracia en razón de la muerte y resurrección de Jesucristo" (Misericordiae Vultus, 21). 

En el párrafo 6 de Misericordiae Vultus el Papa cita una expresión exacta y bella de Santo Tomás de Aquino: "es propio de Dios usar misericordia y especialmente en esto se manifiesta su omnipotencia" (Suma Teológica II-II, q. 30, a.4). En la primera parte de su magna obra, el Aquinate estudia la relación en Dios de la justicia y la misericordia (Suma Teológica I, q. 21, a.1-4). Me parece oportuno ofrecer aquí los resultados de ese estudio, que recoge la rica tradición de los Padres de la Iglesia y la sistematiza con claridad. 

La justicia de Dios no es el tipo de justicia que se llama conmutativa (yo te doy y tú me das; una especie de intercambio); es justicia distributiva, la propia de quien gobierna con sabiduría y así instituye el orden en las cosas otorgando a cada uno lo que le corresponde; se puede llamar Verdad. Así estamos cerca de comprender qué significa la misericordia, que aparta la miseria aportando la perfección. Los dones de Dios manifiestan su bondad, su justicia, su liberalidad o generosidad; la cualidad propia de la misericordia, superación de la miseria, es que expulsa de la creatura todo defecto. 

El gran Doctor de la Iglesia hace notar que en todas las obras de Dios aparecen la misericordia y la justicia, pero desliza una advertencia importantísima: la obra de la justicia divina presupone la obra de la misericordia (I, 24, 4). ¿Dios le debe algo a la creatura? La pregunta tiene sentido si se toman en cuenta los reclamos de tantos fieles impertinentes, y aun de no creyentes. Tomás responde que le debe lo que le corresponde según su naturaleza, pero que también eso se funda en el don anterior de la bondad divina. 

En toda obra de Dios la raíz primera es la misericordia. Ahora bien, la misericordia no deroga la justicia, sino que es una cierta plenitud de la justicia (I, q. 21, a. 3 ad 2). Estos datos no son abstracciones, sino pautas para acercarnos a la contemplación del misterio de Dios, contemplación que equivale a la comprensión que podemos alcanzar y que puede y debe crecer en intensidad de inteligencia y de amor durante este Año Jubilar. Son temas para la predicación, la catequesis, y para un fervoroso diálogo en los encuentros habituales de nuestras instituciones y movimientos eclesiales. De aquella contemplación brota la admiración y la alabanza, y así se robustece la fe. 

La inclinación del corazón misericordioso de Dios sobre nuestras miserias y el consiguiente perdón de nuestros pecados exige una réplica de nuestra parte respecto de nuestros hermanos; no sólo el perdón de las ofensas que hayamos recibido, sino la comprensión y la ayuda que podemos prestar a tantos necesitados del cuerpo y del alma que viven y sufren junto a nosotros. En realidad, la necesaria inseparabilidad entre la misericordia que recibimos y la que damos es una cualidad indispensable del discipulado cristiano, y de tal modo lo comprendió de inmediato la Iglesia a partir de las bienaventuranzas evangélicas y de la enseñanza de Jesús y de los apóstoles. Felices los misericordiosos porque obtendrán misericordia (Mt. 5,7). Pero este Año Jubilar tiene que sacudir nuestra modorra espiritual y devolvernos la comprensión y la conciencia alerta acerca de lo que es esencial en la vida cristiana. ¿Qué lugar ocupa en ella la misericordia? 

Volvamos a Tomás de Aquino, que intenta ubicarla en el conjunto, en el organismo de las virtudes cristianas (cf. Suma Teológica II-II, q. 30). La miseria sobre la cual se inclina compasiva nuestra misericordia es un mal; sentimos en nuestro corazón la desgracia ajena, nos inclinamos sobre ella con la intención de ayudar, para remediar –si podemos- los males que contrarían su felicidad. Pero ¿por qué apiadarnos del otro? La razón es siempre el defecto que aquel sufre: consideramos como nuestro ese defecto, esa carencia, porque el amor nos une a él, a aquel del cual nos compadecemos. Podría filtrarse una razón menos desinteresada: entrevemos que a nosotros nos puede pasar lo mismo. Así somos los humanos. La situación desgraciada de alguien, el drama de otro, nos afecta, provoca en nosotros una conmoción sensible (¡gente insensible no falta!, por supuesto); es un signo de exquisita humanidad que nos suceda eso, que nos “toque” sensiblemente el mal ajeno; pero ese dolor debe ser asumido personalmente, pensado y querido: entonces la misericordia es una virtud. 

Actualmente el nombre de virtud no circula –como tampoco el de pecado- se habla más bien de valores: aun la gente no virtuosa y hasta los caraduras se hacen lenguas en el elogio de los valores; sería deseable volver las cosas a su punto, sin desconocer la importancia que en el siglo XX ha tenido una filosofía de los valores. Valga este desvío para plantear, como lo hace Santo Tomás, el orden de las virtudes cristianas. Considerada en sí misma, la misericordia es la máxima de las virtudes, porque es lo propio de Dios, signo –como hemos dicho- de su omnipotencia (cf. Misericordie vultus, 6); sin embargo, en el sujeto, en la persona cristiana, es mayor la caridad, en cuanto unión con Dios. No obstante –insiste el Aquinate– entre todas las virtudes que se refieren al prójimo, la más importante es la misericordia. 

Valga –lo reitero- esta disquisición como auxilio para examinarnos y conocernos mejor, para intentar ser misericordiosos como el Padre, según el lema del presente Año Santo. Una última cita puede resultar oportuna. En su In Mattaeum, cuando comenta, en el capítulo quinto, la bienaventuranza de los misericordiosos, Santo Tomás se descuelga con esta sólida verdad: “la justicia sin misericordia es crueldad; la misericordia sin justicia es la madre de la disolución”. 

Veamos ahora a quienes, concretamente, ha de aplicarse –por decirlo así- nuestra misericordia. El Santo Padre se ha referido, en varias ocasiones, a las periferias, las geográficas y las existenciales. La llegada a ellas debe ser asumida como una finalidad del Año Jubilar, pero no para abandonarla luego, sino para que permanezca como una prioridad pastoral, en nuestro caso, de la arquidiócesis: llegar a todos con el mensaje del Evangelio y la invitación de incorporarse activamente a la Iglesia. Nuevos barrios, caseríos o asentamientos van acrecentando la población de nuestras parroquias y capillas. Una de las características de nuestro pueblo, de los argentinos y de los inmigrantes de países vecinos, es que todavía, en gran medida bautiza a sus hijos. De nosotros, especialmente de los sacerdotes, depende ofrecer los medios necesarios para la educación de padres e hijos en la fe y la inserción plena en la comunidad cristiana. Todo comienza con el primer acercamiento para la inscripción, que no puede ser un trámite administrativo, burocrático, sino un verdadero encuentro pastoral. No basta un cartelito que anuncie los horarios –en general muy reducidos- de atención de la secretaría parroquial. ¡Se trata de incorporar nuevos miembros a la Iglesia, nada menos! Habrá que vencer atavismos y superar malas costumbres que la gente lleva incorporadas; debemos ocuparnos de ello con toda diligencia y caridad. 

También los clérigos – ¡faltaría más!- podemos acumular malas costumbres. Este es un caso pastoral en el que debe brillar, con resplandores de alegría, la misericordia. Algo análogo se puede decir de la catequesis para completar la iniciación bautismal, tema sobre el que muy pronto publicaré una Instrucción Pastoral. 

Corresponde dar gracias a Dios y a quienes tan generosamente se han entregado al trabajo, por el creciente impulso misionero que se registra en nuestra arquidiócesis y sobre todo por el que compromete a centenares de jóvenes que con alegría se suman a los movimientos de formación y apostolado. ¡Gracias al Señor y a todos los que conducen esas iniciativas o participan de ellas! Ese caudal puede incrementarse; cada uno de nosotros tiene que pensar cómo ha de contribuir a ello, comenzando por el compromiso de una frecuente oración. 

Periferias existenciales puede designar diversos ambientes hasta ahora descuidados por nosotros o reacios a admitir la presencia católica, pero que van cediendo espacio a la propuesta respetuosa y a la escucha del mensaje evangélico, del nombre de Jesús. Se puede aplicar también esa descripción o calificación a situaciones humanas igualmente diversas y a la de aquellos que no están en condiciones de recibir la absolución en el sacramento de la Penitencia. Si aplicáramos a estos casos el lenguaje “tradicional” diríamos: a quienes viven en pecado. Por delicadeza no aplicamos el calificativo de pecadores –aunque nosotros mismos nos reconocemos tales, y lo hacemos públicamente en los ritos penitenciales de la liturgia- ya que ese uso pareciera discriminar y estigmatizar. 

Es verdad, por otra parte, que no tenemos la facultad de leer la conciencia ajena. Sin embargo, las situaciones objetivas de pecado han sido siempre identificadas como tales en la predicación cristiana, siguiendo el ejemplo de Jesús. Siempre resulta problemático reconocerse pecador, y más todavía en la actualidad, cuando la cultura vigente con su poderosa influencia parece vetarlo. Se trata de un problema cultural y espiritual del mundo moderno. En su Exhortación Apostólica Reconciliatio et Paenitentia san Juan Pablo II asume y comenta una frase de aquel gran pontífice que fue Pío XII, pronunciada en 1946: “el pecado del siglo –obviamente se refería al vigésimo– es la pérdida del sentido de pecado”. El juicio vale, agravado si cabe, para nuestro siglo XXI. 

Recordemos la algarabía de algunos conocidos periodistas cuando Francisco publicó nuevas normas para los procesos de nulidad matrimonial: “¡Ahora la Iglesia va por la segunda vuelta!” exclamaron, confundiendo la declaración de la nulidad con el divorcio. Y ya que estamos en el tema, algo semejante ocurre con la admisión a la comunión eucarística de los divorciados que han pasado a una segunda unión, situación ya esclarecida por la moral tradicional, que indicaba discretamente las condiciones en que podía darse. Ahora se plantean las cosas como si se tratara de la reconquista de un derecho humano. Quienes así lo hacen ignoran qué es la eucaristía, la enseñanza de Jesús expuesta en los tres Evangelios sinópticos acerca del adulterio y la constante disciplina de la Iglesia. 

A los sacerdotes no les está permitido hacer su parecer y violar esas disposiciones, so pretexto de ejercer misericordia; recordemos la sentencia tomista sobre la “disolución”. El Año Jubilar exige de ellos una mayor disponibilidad para el ministerio de la reconciliación, que incluye la predicación y la enseñanza para esclarecer las condiciones necesarias para recibir la absolución sacramental. 
En la Iglesia Platense constituye una riqueza pastoral el Movimiento Camino a Nazaret, que reúne a parejas que no pueden celebrar el sacramento del matrimonio, pero procuran crecer en la fe y en la caridad, se ejercitan en la oración y aguardan con esperanza la hora de la gracia. Les estoy muy cercano con mi afecto y mí oración. 

Las periferias existenciales son múltiples: la esclavitud de la droga y otras adicciones, la violencia doméstica, el maltrato de la mujer, los descuidos y orfandad de los niños, la indiferencia de los bienestantes y los ricachones ante las necesidades de los pobres, la delincuencia convertida en profesión; ¡Tantas otras! Son pecados personales y situaciones de pecado. ¿Cómo podemos hacerles llegar a todos el anuncio del amor misericordioso de Dios, que cancela la culpa de quienes se arrepienten y abre el camino a una vida nueva? Siempre podemos hacer algo por alguien, ayuda material y cercanía consoladora, y por todos ofrecer al Señor una oración abarcadora y fervorosa. Recordemos y dejémonos interpelar por este pasaje tan realista del Deuteronomio: “Es verdad que nunca faltarán pobres en tu país. Por eso yo te ordeno: abre generosamente tu mano al pobre, al hermano indigente que vive en tu tierra.” (Dt. 15, 11) 

La presencia cristiana -palabra y acción- transformó al antiguo mundo pagano y forjó una cristiandad. ¿No tenemos nada que ver los católicos con el despiste de la Argentina y sus reiterados fracasos? Una dificultad suplementaria agrava nuestra tarea: hoy vivimos en un mundo en el que abundan los paganos bautizados. Este hecho, que ha de ser reconocido serenamente, reclama ingenio, creatividad pastoral, y acrecienta nuestra responsabilidad. 

El Año Jubilar es una ofrenda gozosa de gracia para los miembros de las diversas comunidades que constituyen la Iglesia Platense. En este momento pienso en todos ustedes, hermanos e hijos muy queridos. A nosotros -para ustedes y para mí con ustedes- incumbe particularmente la finalidad penitencial de este Año Santo. Ya he explicado en mi mensaje de Cuaresma que penitencial se refiere a la metánoia, a la conversión, que significa en nuestro caso abrazar con sinceridad la vocación cristiana a la perfección de la caridad entregándonos a la práctica de las obras corporales y espirituales de la misericordia. He aquí a continuación una sugerencia para poner advertencia y empeño en nuestras actitudes cotidianas. 

En su discurso a los miembros de la Curia Romana pronunciado el 21 de diciembre pasado, Francisco presentó un acróstico de la misericordia: cada letra de esta palabra le inspiró el nombre de un modo de ser y de comportarse del cristiano en relación con los demás; en realidad se trata de un par en casa caso, manifestaciones concretas de misericordia. Algunos de los nombres empleados llaman la atención, y el Papa mismo declara su afición por los neologismos. Varias de las cualidades elencadas son actitudes básicamente humanas y el orden en que se las presenta no determina la jerarquía entre ellas. Va una glosa del acróstico, que puede servir como examen de conciencia y como estímulo. Misionalidad y pastoralidad: seguimos al Buen Pastor que cuida de sus ovejas y da la vida por ellas, de allí que “todo bautizado es misionero de la Buena Noticia ante todo con su vida, su trabajo y con su gozoso y convencido testimonio”. Idoneidad y sagacidad: representan la respuesta humana a la gracia divina e implican adquirir la preparación necesaria para cumplir las propias tareas con inteligencia e intuición. 

Espiritualidad y humanidad (en italiano comienza con S, spiritualità): lo primero es la columna vertebral de cualquier servicio en la Iglesia y en la vida cristiana; la humanidad equivale a mostrar ternura, familiaridad y cortesía con todos. 

Ejemplaridad y fidelidad: si perseveramos en nuestra fidelidad al Señor nos vamos haciendo humildemente ejemplares; cuidemos no ser para nadie ocasión de escándalo. 

Racionalidad y amabilidad: se equilibran y condicionan mutuamente en la personalidad; las dos son necesarias para armonizar la organización y la espontaneidad. Inocuidad y determinación: ser cautos en el juicio y evitar la precipitación; “actuar con voluntad decidida, visión clara y obediencia a Dios”. 

Caridad y Verdad: no ser manga ancha ni juez obsesivo e ideólogo (hay una referencia a Efesios 4, 15). 

Honestidad y madurez (en italiano sin H, onestà): rectitud, coherencia, sinceridad con nosotros y con Dios; la madurez se va obteniendo mediante un desarrollo armonioso de nuestras potencialidades físicas, psicológicas y espirituales. 

Respetuosidad y humildad: se refiere al trato delicado y noble con las personas y en las tareas que tenemos a cargo; la humildad resulta clave: no darnos importancia y estar convencidos de que nada podemos sin la gracia de Dios. 

Dadivosidad y atención: ser amplios en el dar, porque cuanto más damos más recibimos; la atención nos permite darnos cuenta de los detalles, advertir quiénes están a nuestro lado y qué necesidades los afligen. Impavidez y prontitud: “no dejarse intimidar por las dificultades”; “saber actuar con libertad y agilidad”. 

Atendibilidad y sobriedad: es atendible aquel que merece confianza porque es serio, fiable; sobriedad equivale a prudencia, sencillez, equilibrio, moderación; eso nos permite “mirar el mundo con los ojos de Dios”. 

Para concluir deseo decir unas palabras sobre la peregrinación y sobre las indulgencias. Un signo bello y expresivo de búsqueda de la misericordia del Señor en este Año Jubilar es la peregrinación. Se trata de un gesto característico y tradicional: marchar hacia aquellos lugares santificados por la presencia del Hijo de Dios hecho hombre – la Tierra Santa por excelencia – o a la ciudad en la que Pedro implantó su cátedra, o a los sitios donde María Santísima se ha manifestado –como Lourdes y Fátima– enriquecidos, además, con la gracia de la indulgencia. Este Año Santo la tenemos generalizada y cercana. Para favorecer la peregrinación tanto individual como comunitaria, hemos designado iglesias en diversas zonas del territorio arquidiocesano en las cuales la Puerta Santa aguarda el paso de los fieles en el presente Jubileo. Ruego a los párrocos, encargados de capillas y capellanes de colegios preparar las peregrinaciones de sus respectivas comunidades y encarecer la participación de todos. Asimismo, espero que las grandes ocasiones anuales de encuentro eclesial, por ejemplo la Misa Crismal, Corpus Christi y la peregrinación arquidiocesana a Luján sean momentos singularísimos y multitudinarios para expresar nuestra alegría de pertenecer a la Iglesia y para implorar la misericordia del Señor sobre todo el pueblo argentino. 

El poder de la misericordia divina actúa expresivamente en el don de la indulgencia. El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica enseña que “las indulgencias son la remisión ante Dios de la pena temporal merecida por los pecados, ya perdonados en cuanto a la culpa, que el fiel cristiano, en determinadas condiciones, obtiene para sí mismo o para los difuntos mediante el ministerio de la Iglesia, la cual, como dispensadora de la redención, distribuye el tesoro de los méritos de Cristo y de los santos” (n.312). 

Merced al don de la indulgencia superamos las consecuencias de nuestros pecados; el hecho de haber pecado nos carga con un peso negativo, con una necesidad de purificación integral que podemos ir satisfaciendo mediante la aceptación paciente, inspirada por un crecido amor, de las penalidades de la vida, ofrecidas libremente a Dios en unión con el sacrificio redentor de su Hijo. Si aquella situación no es cancelada plenamente en esta vida –sin no alcanzamos la perfección del amor, la estatura de la santidad– nos aguarda, según la fe católica, una misteriosa purificación ultraterrena: es lo que se llama el purgatorio. La gracia de la indulgencia, en la comunión de los santos que es la Iglesia, nos regala esa liberación de las penas merecidas por nuestros pecados. El Papa Francisco nos recuerda que los santos y beatos vienen en ayuda de nuestra fragilidad para que mediante la indulgencia “el perdón sea extendido hasta las extremas consecuencias a las que llega el amor de Dios” (Misericordiae vultus, 22). Esta gracia supone como condición haber recibido la absolución en el sacramento de la Penitencia. 

En este Año Jubilar se añade como un don, como un signo de la bondad de Dios, mediante la peregrinación a alguna de las iglesias indulgenciadas, la oración en ellas y el ofrecimiento al Señor de un obra de misericordia. ¡Tantos pobres, tantos dolientes hay a nuestro lado que esperan que nos inclinemos hacia ellos! No olvidarnos que también podemos aplicar las indulgencias obtenidas a nuestros queridos difuntos, con los cuales permanecemos ligados no sólo por el afecto sino también mediante el vínculo sobrenatural de la communio sanctorum. 

Encomendemos a María los frutos deseados de este Jubileo. Yo lo hago asumiendo los términos de una antífona que la Iglesia canta desde hace siglos: Madre Santa del Redentor, que eres Puerta siempre abierta del Cielo y Estrella del Mar; socorre al pueblo que cae y procura levantarse, tú que ante la admiración de la naturaleza engendraste a tu santo Creador. Virgen siempre, antes y después: al recibir aquel Ave que te cantamos con el Ángel, ten misericordia de los pecadores. 

A todos mi afectuoso saludo y mi bendición. 

Dado en San Ramón de Tandil, el 11 de febrero de 2016, Jueves después de Ceniza y recuerdo de la aparición de la Virgen Inmaculada a Santa Bernadette Soubirous, en Lourdes, donde Ella hizo brotar una fuente para que la niña bebiera y se lavara. La fuente sigue manando. La Fuente inagotable es Cristo. 

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata

Interpretar a partir del corazón del Evangelio


Juan José PÉREZ-SOBA, teólogo
Catolicos-on-line, 23-2-16

La finalización de los sínodos sobre la familia dejó en la Iglesia la impresión de una especie de decepción. Luego de dos años cargados de trabajo, de consultas y de diálogo, las grandes expectativas que se habían creado no han encontrado una respuesta válida. La Iglesia espera entonces la voz autorizada del papa Francisco, a fin que colme las carencias surgidas en esta última asamblea, respecto a una conversión pastoral en el ámbito de la familia.

Es precisamente la vida de las familias a la luz del Evangelio la que debe ser el criterio pastoral fundamental. Esto significa ir siempre a lo esencial, para luego aclarar las múltiples circunstancias cambiantes que necesitan de esta luz. Es lo que intentamos hacer aquí, recurriendo a seis puntos claves.

1. Existe el Evangelio de la familia. Es la afirmación fundamental que emana del Sínodo. […] Esta convicción esencial es la luz primigenia necesaria para discernir el camino que cada familia concreta debe recorrer en su propia existencia, rica de múltiples realidades y variedad, que encuentra unidad partiendo del designio divino en la misión única de Cristo, en la comunión de la Iglesia.

2. Es necesaria una interpretación moral de los números 85-86 de la "Relatio". Después de los debates que hubo, es fácil comprender la importancia decisiva que figura en la parte que trata de la atención a las personas en "situaciones complejas" y, en particular, a los divorciados que contrajeron una nueva unión.

En las distintas explicaciones que se han dado – por ejemplo, la del obispo Marcello Semeraro en la conferencia celebrada en su diócesis de Albano – emerge cada vez más importancia que el discernimiento, muchísimas veces mencionado en el Sínodo, sea en realidad moral. La renovación moral es del todo necesaria para el tema en cuestión. A partir de los principios claros de la moral cristiana se debe explicar cómo acompañar a las personas que se encuentran en estas situaciones.

Sorprende entonces que se diga, como gran "novedad", que es necesario pasar "de la moral de la ley a la moral de la persona". Tomada en estos términos, la expresión aparece como el descubrimiento del Mediterráneo. La abrumadora mayoría de los moralistas, desde hace cincuenta años, adoptó esta tarea como misión propia, proporcionando grandes contribuciones meritorias. No se parte de cero, ni tampoco se puede considerar esto una novedad pedida por el papa Francisco.

Luego del Concilio, es prácticamente unánime la idea de fundar la moral sobre el hombre, confirmando que la ley está hecha para tutelar el bien de la persona. La ley de Dios está en el interior del corazón del hombre y refleja una sabiduría respecto a la verdad del bien que une a los hombres en un único camino.

Por esta razón fundamental, el Sínodo negó decididamente cualquier gradualidad de la ley (n. 86), a saber, el intento de medir la ley a partir de las posibilidades subjetivas de la persona en cada situación.

De aquí deriva un modo erróneo de comprender esta "moral de la persona": como posibilidad de prever una excepción a la ley en el caso de actos intrínsecamente malos. Se lo ha visto en el pasaje del "Instrumentum laboris" respecto a la "Humanae vitae" (n. 137) que seguía esta interpretación y que luego fue eliminado en la "Relatio" final (cfr. n. 63). Ésta última ha querido citar explícitamente la encíclica "Veritatis splendor" (nn. 54-64), la cual se presenta en consecuencia como marco de comprensión de la relación entre ley y conciencia, a la que el Sínodo hace referencia.

Por eso no es posible prever una excepción en lo que se refiere a los mandamientos del Decálogo. No existe un adulterio permitido o un aborto válido, así como no existe ningún acto posible de pedofilia: todos estos actos ofenden siempre y absolutamente la dignidad de la persona, en primer lugar de aquél que los comete. Es cierto que todo esto parece difícilmente comprensible en una sociedad relativista, ya que hoy gran parte de los hombres juzga emotivamente la bondad de los actos, o mediante la emoción positiva o negativa que estos actos suscitan en ellos. Es lo que la teoría moral llama sujeto emotivo.

En consecuencia, para una auténtica evangelización no basta recordar los mandamientos, sino que es necesario acompañar a las personas a fin que se liberen de este emotivismo. Este principio, tan importante al día de hoy, es todavía prácticamente ignorado por la abrumadora mayoría de los pastores, si bien es tan fundamental para la evangelización de la familia.

3. Imputabilidad e irresponsabilidad. Al adoptar esta visión renovada, es fácil ver cuán limitada está en la "Relatio" (n. 85) la mención de la imputabilidad de las acciones. Se trata de la imputabilidad moral, que no tiene nada que ver con la cuestión jurídica a la que sí se refiere el texto allí citado del Pontificio Consejo para los Textos Legislativos del 24 de enero del 2000.

Sorprende que en un mismo parágrafo se mezclen dos consideraciones distintas de imputabilidad. Esto sucede muchas veces en los documentos redactados velozmente, lo cual induce a mucha confusión. Se alude a un acto no plenamente humano y, en consecuencia, no imputable a la persona. En realidad, aplicar este principio al caso de los divorciados que se han vuelto a casar equivale, a mis ojos, a considerarlos personas irresponsables, incapaces de cumplir un acto plenamente humano, como si fuesen personas llenas de miedo, de presiones o inconscientes, tanto como para llevar a considerar que sus actos no son imputables. Una visión tan negativa de su situación no corresponde verdaderamente a la realidad pastoral, la que por el contrario es muy distinta. Se las ve como personas en dificultad, necesitadas de ayuda y sobre todo de curación interior, pero no se las puede considerar irresponsables para que no las castigue una ley.

En todo caso, cualquier acción pastoral debería hacer que estas personas salgan cuanto antes de esta pobre situación de irresponsabilidad y de no imputabilidad que no les proporciona ningún beneficio, siempre teniendo en consideración la ley de la gradualidad respecto al conocimiento del bien.

4. El fundamento de la gracia. La moral de la persona tiene su propia culminación en la nueva ley de Cristo. […] El papa Francisco la reconoce con gran firmeza, porque la cita explícitamente en la "Evangelii gaudium" como base para la nueva evangelización: "La principalidad de la ley nueva está en la gracia del Espíritu Santo, que se manifiesta en la fe que obra por el amor” (EG 37).

La novedad de la gracia es, en realidad, la guía del Espíritu Santo que, mediante su acción, modifica nuestras disposiciones interiores. Por eso la referencia fundamental de Cristo cuando habla de sí mismo como de Aquél que permite superar la dureza del corazón que impide al hombre vivir el designio de Dios.

Es importante observar que esto lo hace en referencia al divorcio (cfr. Mt 19, 8), atribuyéndole entonces una importancia decisiva vinculada fuertemente al corazón del Evangelio. Vemos, de hecho, como la liberación de esta terrible esclavitud del hombre, que se manifiesta sobre todo en la imposibilidad de vivir un amor que permanece para siempre, que "no pasará jamás" (1 Cor 13, 8).

Es por eso que es absolutamente absurdo el extremo de los que (directamente se elevó en este sentido una voz en el Sínodo), oponiéndose a la lógica del texto y a la verdad teológica más elemental, sostuvieron que Cristo quería justificar la dureza del corazón. Esto equivale a negar la instauración de la nueva ley prometida.

Para acercar a las personas a las fuentes de la gracia mediante un acompañamiento personal, es necesario tener la sensibilidad de ver por medio de la fe el modo en el que la gracia las transforma interiormente. Ya la primera comunidad cristiana era muy sensible en este punto y, en consecuencia, era muy cuidadosa en acompañar a los catecúmenos en el proceso de iniciación para el bautismo. [Los miembros de esa comunidad] estaban convencidos de la necesidad de un apoyo en este cambio tan radical y comprometido en un ambiente pagano muy alejado del cristianismo.

Basándose en esta tradición, el Concilio de Trento concluye que el cumplimiento de los mandamientos es un signo necesario de la conversión cristiana. La referencia a la gracia, muy lejos de justificar una excepción a los mandamientos, se fundamenta justamente sobre este cumplimiento, como manifestación real de la transformación en Cristo.

5. El acompañamiento, en el fuero interno. Este lugar especial en el cual el hombre abre su propia conciencia a otra persona para poder ser aconsejado y sostenido, es lo que la Iglesia llama el fuero interno y que, en cuanto está ligado a la intimidad de la conciencia, exige un respeto muy especial. En la "Relatio" se habla del fuero interno en el número 86, en continuidad con cuanto se afirmó anteriormente respecto a la atención pastoral a los divorciados que se han vuelto a casar.

Pero una vez más observamos que en lo que se refiere a las "exigencias de verdad y de caridad" que deben guiar este discernimiento, se proporcionó una interpretación muy alejada de la verdad de los hechos. Sorprendentemente, se dejó afuera la explicación que Bernard Häring ofrece al respecto, retomada luego por Alberto Bonandi en el libro promovido por el Pontificio Consejo para la Familia: "Famiglia e Chiesa: un legame indissolubile" [Familia e Iglesia: un vínculo indisoluble].

El profesor alemán afirma que el hecho de vivir "como hermano y hermana" no era tradicional, sino que se lo consideraba solamente en los casos de concubinato de los sacerdotes secularizados. Sostiene, además, que en los tiempos de Pablo VI se habría permitido una praxis distinta privada de ese requisito, y que por lo tanto su inclusión por parte de Juan Pablo II habría sido una exigencia innovadora.

Como prueba, él aduce la nota de la Congregación para la Doctrina de la Fe, de 1973, en la que se intima a seguir la "praxis aprobada por la Iglesia en el fuero interno”, y la carta posterior de su secretario Hamer, quien explica esa indicación diciendo: "La frase se entiende en el contexto de la teología moral tradicional".

A decir verdad, lo que realmente asusta es la parcialidad absoluta con la que ha operado este conocido moralista, al ocultar algunos datos fundamentales que conoce bien.

De hecho, esas intervenciones de la Congregación para la Doctrina de la Fe se deben a una solicitud proveniente de la Conferencia Episcopal de Estados Unidos. Desde 1866, en efecto, en Estados Unidos estaba vigente la pena de excomunión para los divorciados que se habían vuelto a casar civilmente, situación vigente hasta el cambio de disciplina jurídica sobre la convivencia, cambio que se produjo en 1977. En este contexto de cambio se había observado la necesidad de hacer que, además de las disposiciones jurídicas, hubiese un consejo dirigido a los fieles en el fuero interno, con particular insistencia sobre la eventualidad de solicitar, en su caso, el reconocimiento de la nulidad del propio matrimonio.

En 1969, la Canon Law Society of America organizó un congreso precisamente sobre este tema, en el cual intervino, entre otros, el mismo Häring. En esa ocasión fueron tratados en profundidad todos los temas. Respecto al aspecto histórico de la cuestión, aparece explícitamente una referencia documentada en la praxis de exigir un comportamiento de "hermano y hermana", definido ya entonces como la "solución católica". Se recuerda además una discusión entre Rossino y McCormick en los tiempos del Concilio. Es evidente que, en cierto modo, estos términos ya eran considerados "tradicionales", bien conocidos y considerados como las referencias normales respecto al fuero interno.

Lo que ese congreso evaluó por el contrario como totalmente "innovador" es la práctica contraria. Y la razón sobre la cual se basaban los partidarios de tal novedad es ante todo un cambio profundo en la consideración de la indisolubilidad. El mismo Häring se coloca en esta línea mediante la referencia a la "muerte moral" del matrimonio, siguiendo la praxis ortodoxa.

En consecuencia, resulta imposible la interpretación según la cual las expresiones "praxis aprobada" y "moral tradicional", emanadas de la Congregación para la Doctrina de la Fe, puedan hacer referencia a estas "novedades" evidentes. Häring, presente en ese congreso, era profundamente consciente, pero en su libro mantiene a propósito un silencio absoluto y da a entender directamente y en forma deliberada una interpretación totalmente diferente. Es realmente triste tener que recurrir a fantasmas de este género, sin verificar ni siquiera mínimamente las fuentes de todo lo que se afirma.

La interpretación que se impone es más que nada aquélla según la cual ha sido hecho por la Congregación para la Doctrina de la Fe una primera afirmación provisional, con el fin de dejar la práctica tradicional a la espera de una aclaración posterior, la cual se ha tornada cada vez más necesaria a causa de las críticas radicales opuestas a la praxis tradicional.

La respuesta llegó con Juan Pablo II y la "Familiaris consortio", en una perfecta continuidad magisterial. La interpretación debe seguir entonces la explicación dada por Josef Ratzinger en la introducción al libro de los comentarios sobre la carta de la Congregación para la Doctrina de la Fe acerca del acercamiento a la comunión eucarística por parte de divorciados que se han vuelto a casar. Según su perfecto análisis, ésta se entiende como la ayuda de la que esas personas tienen necesidad para poder respetar la exigencia de vivir "en perfecta continencia". Se trata de algo que puede ser verificado solamente en este fuero interno y en modo exquisitamente pastoral.

6. La verdad pastoral como defensa frente a la ideología arbitraria. En virtud de lo que se ha dicho, la solicitud de Semeraro acerca de los "criterios para el discernimiento" es particularmente oportuna, como sostiene el mismo cardenal Walter Kasper en su exposición: "Aun cuando no es posible y ni siquiera es deseable una casuística, deberían valer y ser públicamente declarados los criterios vinculantes”.

Pero el problema permanece, porque en la "Relatio", luego de dos años de debates, no se ha explicitado ningún motivo en virtud del cual se pueda dar la comunión a los divorciados que se han vuelto a casar que no respetan las exigencias presentadas en "Familiaris consortio", n. 84, el cual es el documento que hay que considerar a todos los efectos como la interpretación tradicional de la praxis eclesial.

En ausencia de tales motivos, el campo permanece abierto a una arbitrariedad total, que no explica por qué a algunas personas se le permite acercarse a la comunión y a otras no, suscitando un generalizado desconcierto.

Se trata de algo todavía más grave, porque se refiere a una cuestión tan delicada como el divorcio, amenazada por numerosas ideologías y por una fortísima presión ejercida por los medios de comunicación. La "colonización ideológica" es una realidad innegable a la que es necesario responder con el Evangelio de la familia, como afirma el papa Francisco.


La tarea de los teólogos es precisamente la de ayudar a interpretar correctamente las indicaciones que el papa Francisco nos propone como enseñanza, siguiendo la continuidad del magisterio, para poder llevar a término la "conversión pastoral" en la familia que él espera.

En Canadá no se dará la unción de enfermos a los que pidan la eutanasia


Catolicos-on-line, 23-2-16



El Arzobispo de Ottawa, Canadá, Mons. Terrence Prendergast, realizó una advertencia a los católicos que podrían llegar a considerar solicitar el suicidio asistido de acuerdo con la nueva legislación canadiense: una persona que pide que se ponga fin a su vida «carece de la adecuada disposición para la Unción de los Enfermos», por cuanto no contarían con los auxilios de la Iglesia para una buena muerte. El prelado recordó que el suicidio es un pecado grave y que los sacerdotes no podrían cooperar o acompañar este procedimiento.

El Sacramento de la Unción de los Enfermos requiere una preparación espiritual y no puede perdonar pecados que están por cometerse como sería el caso del suicidio asistido. «Pedir que su sacerdote esté presente en algo que está en directa contradicción con nuestros valores católicos no es justo con el pastor», afirmó el Arzobispo, según informó The Catholic Register. «Por supuesto que un párroco intentará disuadir a un paciente de solicitar el suicidio y orará por él y su familia, pero pedirle que esté presente es en efecto pedirle que condone un pecado serio».

Además, el sacramento de la Unción de Enfermos exige, como los demás sacramentos, una preparación espiritual que no está presente en quien busca el suicidio. «Pedir ser asesinado es gravemente desordenado y es un rechazo a la esperanza que el rito pide y busca traer en medio de la situación». Los Obispos de Alberta ya habían aclarado la inmoralidad de la práctica y el hecho de que ningún católico –no sólo los sacerdotes– puede cooperar  en forma alguna con el procedimiento.

«El rito es para las personas que están gravemente enfermas o que luchan bajo el peso de los años y contiene el perdón de los pecados como parte del rito», agregó Mons. Prendergast. «Pero no podemos ser perdonados con anticipación por algo que vamos a hacer, como pedir el suicidio asistido cuando el suicidio es un pecado grave».

También otros obispos de Canadá


El Arzobispo de Montreal, Mons. Christian Lépine, anticipó que la legislación plantea desafíos especiales a los capellanes de los hospitales. «Cuando alguien pide la presencia de un sacerdote, cualquiera que sea la situación, uno dice siempre que sí», pero comparó la situación con la persona que encuentra a alguien a punto de saltar de un puente y debe hacer todo lo posible por evitar que salte: «Es lo mismo con los enfermos terminales». El enfoque de la visita del sacerdote sería entonces la promoción «del carácter sagrado de la vida desde la concepción hasta la muerte natural».