Matthew PITTAM,
sacerdote
catolicos-on-line, 7-2-16
En mi última publicación preguntaba acerca del futuro
de grupos pequeños dentro de la Iglesia católica y particularmente de las
parroquias rurales. La «racionalización» de parroquia y misas a causa de un
clero menos numeroso será ciertamente una realidad dentro de pocos años.
Conforme se reduce el número de parroquias y misas, necesitamos considerar, así
mismo, cómo podremos continuar manteniendo otras instituciones, incluyendo
nuestras escuelas católicas.
Las escuelas católicas educan uno de cada diez
estudiantes en Inglaterra y Gales, un total de 850,000 alumnos en 2,245
escuelas. Esto es un éxito increíble, si consideramos que la concentración de
escuelas católicas es más alta en áreas marginadas, y que frecuentemente
cuentan con mayor diversidad cultural que la escuela secular promedio (el 34,5
por ciento de los alumnos en nuestras escuelas primarias pertenecen a alguna
etnia, comparado con un 28,5 por ciento a nivel nacional).
¿Una crisis de vocaciones?
Un reto importante hoy en día es el reclutamiento y
retención de personal católico. Existe un requerimiento que estipula que el
director, el vicedirector y todos aquellos responsables por la educación
religiosa y de la vida católica sean católicos practicantes. Lo cual es
esencial si se espera mantener y acrecentar la identidad católica del plantel.
Es aquí donde topamos con el problema. El número de interesados en estos
puestos se encuentra en decadencia. Recientemente, en un plantel que conozco
bien, hubo únicamente una solicitud para un puesto vacante de director, y este
no es un caso aislado. La escuela en cuestión es ejemplarmente buena y atractiva,
y no se escatimo esfuerzo ni creatividad en el proceso de reclutamiento. Si no
podemos reclutar liderazgo católico para nuestras escuelas ¿es posible concebir
un futuro trascendente?
Para mantener el espíritu católico de nuestras
escuelas y garantizar que habrá líderes en el futuro necesitamos personal
educativo, además del liderazgo, que pueda avanzar la labor de nuestros
planteles. A pesar de que hay maestros y personal de apoyo que no son católicos
y que no obstante hacen una valiosa labor en las escuelas católicas, no hay
substituto alguno para un católico apasionado con un sentido vigoroso de su
vocación.
En las escuelas católicas de Inglaterra, en el 2013,
el 69 por ciento de los maestros de primaria y el 44,2 por ciento de los
maestros de secundaria eran católicos; sin embargo, se cree que estas cifras se
reducen año con año conforme el personal con mayor antigüedad se jubila.
¿Cuándo fue la última vez que escuchamos una homilía
en la que se promovía la enseñanza como vocación? ¿Cuándo fue la última vez que
su parroquia dedicó un día de adoración por vocaciones para nuestras escuelas?
Nos encontramos en crisis no solo en cuanto a vocaciones al sacerdocio sino
también a la educación católica.
La simpatía no es suficiente
Con regularidad escucho en las escuelas que algún
miembro del personal merece reconocimiento porque guarda cierta simpatía por el
catolicismo. Si el catolicismo ha de tener un carácter misionero ¿es la
simpatía suficiente? Fue la determinación, el compromiso, la labor incesante y
el sacrificio lo que fundo nuestras escuelas. Ninguna misión rendirá fruto si
aquellos que supuestamente la están fomentando actúan desde una simpatía
pasiva. Necesitamos personas que impulsen el punto de vista católico con
pasión, con entusiasmo, con imaginación y, lo más importante, con fe.
Peor aún son los católicos que ya no son practicantes
y que están empleados en nuestras escuelas. Ir a misa únicamente en hora
hábiles ciertamente no es un ejemplo de buen discipulado o de fidelidad, y sin embargo he conocido demasiadas personas
que son «católicos escolares». Estas personas afirman apoyar el espíritu del
catolicismo y reciben los sacramentos durante las misas escolares, mas en sus
propias parroquias son forasteros. ¿Cómo es posible que confiemos la formación
de la fe en nuestros hijos a personas que carecen de fe en sus propias vidas?
La administración de nuestras escuelas católicas
Las entidades titulares de nuestras escuelas
(frecuentemente la diócesis local o la orden religiosa que fundó la institución)
tiene el derecho de nombrar administradores y rectores. Nombrar estos
administradores, que forman la mayoría en las juntas directivas, nos ayuda a
garantizar que las escuelas cumplan con las enseñanzas de la Iglesia y que
tengan un verdadero espíritu católico. Estos administradores son, entonces,
esenciales para apoyar y mantener la misión de las escuelas.
La dificultad en este sentido es encontrar individuos
dispuestos a desempeñar esa labor. Es, así mismo, imprescindible encontrar los
candidatos idóneos, y que estos posean la habilidad y pericia necesarias. La
labor del administrador escolar es hoy más difícil que nunca; la constante
introducción de planteles especializados, auditorias de conformidad,
requerimientos normativos y legislativos, además de una plétora de otras
variantes, hacen del cargo un reto avasallador.
A medida que el número de nuestras parroquias se
reduce los feligreses envejecen y escasean. Muchos cuerpos directrices y juntas
directivas operan con vacantes. En mi propia parroquia debo quebrarme la cabeza
y hacer llamamientos cada vez que surge una vacante. Este es un problema que
seguirá empeorando.
La aritmética católica
El objetivo de la Iglesia es proveer un pupitre para
cada niña o niño católico. En ciertas regiones la Iglesia difícilmente
satisface la demanda de cupo, mientras en otras batalla para encontrar alumnos
ya que el número de católicos se encuentra en decadencia.
En áreas en las que el transporte a escuelas seculares
es gratuito este hecho es un factor importante en la reducción de católicos
bautizados a la nómina de las escuelas católicas. Los padres, especialmente en
familias de escasos recursos, no cuentan con los medios necesarios para
proporcionar transporte a escuelas católicas para sus hijos Una agencia de
transporte cobra €819 por criatura, por año;
este es un costo prohibitivo para familias trabajadoras (¡especialmente
para las que han leído Humanae vitae!). Para muchos padres la única alternativa
es optar por una educación secular para sus hijos.
Los sacramentos en las escuelas
La reducción en el clero ha aumentado las dificultades
para continuar aportando los sacramentos en los colegios. Cuando una parroquia
cierra sus puertas frecuentemente la escuela permanece abierta; Existen muchos ejemplos de escuelas
parroquiales que continúan funcionando después del cierre o amalgama de
parroquias. Con frecuencia, el resultado es un sacerdote con más de una escuela
en su parroquia, lo que a su vez crea una pugna de necesidades y expectativas.
Muchos colegios carecen ya de la misa semanal, y este
problema seguramente va a extenderse. Los niños que no participan en la vida de
sus parroquias tampoco están expuestos a la misa y otros sacramentos en el
colegio; estamos en peligro de dejar a estos niños con solo una experiencia
vaga y superficial del culto católico. La introducción de capellanes laicos en algunas
escuelas ha sido una respuesta acertada al problema, mas no es un substituto
del ministerio sacerdotal. Los capellanes laicos aportan un ministerio
importante pero frecuentemente reciben una paga muy modesta y en algunas
escuelas se encuentran en una situación precaria. Para que el oficio de
capellán laico pueda florecer plenamente es necesario impulsar su formación y
adiestramiento
¿No será ya hora de preguntarnos, con ecuanimidad, si
nuestras escuelas son el lugar apropiado para la instrucción sacramental?
Muchos clérigos han creado ya controversia después de meter la mano en ese
avispero.
¿«Racionalización»?
Se oye hablar mucho de «racionalizar» las parroquias
debido al descenso en el número de vocaciones y feligreses, mas ¿oímos hablar de «racionalizar» las
escuelas? Podríamos encontrarnos en una situación en la que hay cada día menos
misas y parroquias y, a un tiempo, más escuelas. ¿De qué manera podremos
sostener tal cosa si el cuerpo de la Iglesia continua reduciéndose? ¿No
necesitan nuestras escuelas corresponder al tamaño de la Iglesia? El peligro
consiste en que nuestras escuelas podrían acabar siendo católicas en nombre
solamente.
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