jueves, 21 de diciembre de 2017

Castelllani: parábola de la Cizaña



Infocaótica, 15 de diciembre de 2017

Este Domingo se lee la parábola de la Cizaña, que es una de las más hermosas y de las más importantes; una de las tres parábolas fundamentales que Cristo mismo interpretó a sus Apóstoles: trata del problema de la existencia del mal en el mundo.

La interpretación que más tarde dio Cristo mismo a sus discípulos es la siguiente:
"El sembrador de la semilla hermosa es el Hijo del Hombre; El campo es el mundo. La hermosa semilla son los hijos del Reino. La cizaña son los hijos del Malo. El que salió a esparcirla es el Diablo. La siega es la consumación del siglo. Los segadores son los ángeles. Como se ata la cizaña y se la echa al fuego, Así será en la consumación del siglo: Enviará el Hijo del Hombre a sus ángeles Y recogerán de todo su Reino Todos los escándalos y los hechores de iniquidad Y los arrojarán a la fragua del fuego: Allí será el clamor y el rechinar de dientes. Mas los justos resplandecerán como el sol En el Reino de su Padre... El que tenga orejas, que escuche".

La fabulita está preciosamente hecha: es un símbolo sencillo y duro, como esculpido en marfil. Una cosa enteramente posible en el medio rural palestino, esos pequeños trigales sin alambrado y lejos de las casas; la treta del enemigo que es una típica venganza de rústico: un daño que es fácil de hacer y de ocultar, que no se ve sino después de un tiempo; el celo de los sirvientes o peones; la prudencia del paterfamilias; el lolium temulentum, que no es cizaña como abrojo, sino un yuyo que no hay en la Argentina, que es parecido al trigo y da también harina, pero venenosa como indica el nombre latino. En España lo llaman "luello" en Castilla, “joyo" en Cataluña y en Andalucía "hierbamula", porque la dan los gitanos a las mulas para hacerlas parecer vivarachas. El luello es igual al trigo hasta que grana; cuando grana es más alto, así que se le puede segar las cabezas, las espigas, sin tocar las del trigo.

No hay en esta fábula nada desmesurado y paradojal, como en casi todas las parábolas de Cristo; anoser el carácter terrible y casi irreparable del daño hecho por el enemigo. En efecto, el pecado es de suyo irreparable y terrible. Y eso es misterio: toda la inmensa masa de males que hay en el mundo por causa del pecado de Adán; y que lo tengamos que pagar nosotros, que no estábamos allí en el Edén. Estábamos en los lomos de Adán, dice rudamente la Escritura; y la biología moderna parece apoyar esto hablándonos del SOMA GENÉTICO que corre en línea recta del primer hombre hasta nosotros y que no es propiedad del hombre individuo sino de la especie. Pero además, todos los pecados individuales acumularon y acumulan los males indeciblemente. El pecado adámico sólo dio a sus hijos la propensión a sufrir —y a pecar; los sujetó a la muerte. Los hijos inmediatos de Adán fueron más felices que nosotros.

Pero de todas maneras ¡que un solo pecado del Ángel y un solo pecado del primer hombre haya producido tanto daño; y que no pueda remediarse sino sólo por la mano de Dios! "Un alma que está en el Infierno por un solo pecado mortal", dice San Ignacio. No sabemos si hay en el Infierno un alma con un solo pecado mortal; y yo personalmente no lo creo. Sin embargo es posible.

Otra cosa que indica la parábola es que la Iglesia durará bastante tiempo, tres estaciones del año y que Cristo no creyó ni enseñó que el fin del mundo estaba allí, al caer: pero desto debo hablar el próximo domingo, si Dios quiere.
Pero lo que enseña directamente la Parábola es que el mal en este mundo no se puede suprimir del todo y que la cizaña, o el luello, durará hasta el tiempo de la siega. Es una grave tentación del hombre religioso y ha sido un grave error a veces de los hombres de Iglesia o de Estado querer arrancar todo luello, enderezar los desórdenes, suprimir los vicios, extirpar los pecados de una vez. Mala palabra ésa de extirpar, parienta de "destripar". La intolerancia, la rigidez excesiva, el fanatismo, la violencia no hacen bien a la religión.

Suelen poner como ejemplo desto a Lutero, que me parece poco exacto: "Lutero, queriendo extirpar la cizaña, la desparramó" —dice un escritor. Es verdad que todos los Protestantes primero invocaron "la Reforma de la Iglesia", reforma que hacía un siglo o más era el clamor de todos los buenos cristianos; pero Lutero cuando clavó sus 95 tesis contra las indulgencias en las puertas de la iglesia del castillo de Wittenberg, ya era hereje, ya tenía el "animus haereticus" y había escrito cosas heréticas, y sobre todo tenía el "animus antiromanus", el odio a Roma germánico, de todos o muchos de los alemanes de aquel tiempo; y la reforma de la Iglesia era solamente un estandarte y un pretexto. Porque los alemanes nunca han perdonado a Roma la derrota de Arminio (o sea Hermann) por Varo; ni a Carlomagno el que hubiese hecho bautizar a los sajones por la fuerza: que es un ejemplo de la violencia al servicio de la religión: mal servicio.

Mejor ejemplo es Savonarola. Savonarola, fraile domínico, poeta, gran orador y espíritu ardientemente religioso, quiso moralizar la ciudad de Florencia, y mediante ella toda Italia, y mediante ella toda la Cristiandad, es decir, extirpar la cizaña; y se lanzó a la empresa con más fervor que prudencia. Acabó quemado, aunque quemado después de muerto, primero lo colgaron, con dos compañeros: murió santamente aunque desdichadamente. Quería hacer de Florencia una especie de convento, extirpar todas las inmoralidades; y de hecho, consiguió hacer una especie de convento con Florencia, pero por poco tiempo. 

Su error fue arrojarse a la politiquería: se le antojó que para moralizar a Florencia había que arrojar de su trono a los Médicis, que eran corrompidos (según) y fundar una república popular. Consiguió fundar una república popular; pero resultó más corrompida que los Médicis. La verdad es que Jerónimo Savonarola fue mucho mejor hombre (en cuanto podemos juzgar, Dios lo sabe) que el Papa Alejandro Borgia, el cual si no lo hizo matar le pasó raspando: lo mató la Señoría de Florencia sabiendo que agradaba al Papa. El Papa era la cizaña; pero Fray Jerónimo no era muy trigo candeal.

Mucho más desdichadamente murió el Papa: murió en su cama, pero envenenado; y se pudrió al instante de morir. Había preparado veneno para matar a cuatro Cardenales en una comida; y el mucamo se equivocó de botella (o no se equivocó, vaya a saber) y se lo sirvió a él y a su hijo César. César Borgia se salvó a gatas, para ir a morir sifilítico en España de una bala de falconete.

Recuerdo estos horrores para que vean el calibre de la cizaña que ha habido incluso adentro de la Iglesia. Pero ¿Judas? Judas perteneció al Colegio Apostólico. Esta parábola nos desrecomienda la intolerancia pero no nos aconseja la blandenguería. ¿No hay que luchar contra el pecado; no hay que castigar los delitos? Evidentemente sí: ésa es la vida misma de la Iglesia y el deber del Estado. Ni dureza de corazón ni merenguería, ni soberbia ni abyección, ni prepotencia ni cobardía. "Ni huno ni hotro, chamigo", dijo el correntino; porque tan malo es pasarse como no llegar.


Tomado de:


Castellani, L. Domingueras prédicas, pp. 41-45 

jueves, 14 de diciembre de 2017

Cosas del fin del munco

Los “novísimos” según Francisco

Sandro Magister 20 octubre, 2017
(Infovaticana)

En el importante diario “la Repubblica” del cual es fundador, Eugenio Scalfari, autoridad indiscutida del pensamiento laico italiano, el 9 de octubre pasado volvió a referirse así a la que él considera una “revolución” de este pontificado, recogida de la viva voz de Francisco en el transcurso de los diálogos frecuentes que tiene con él:

“El papa Francisco ha abolido los lugares donde deberían ir las almas después de la muerte: el infierno, el purgatorio, el paraíso. La tesis sostenida por él es que las almas dominadas por el mal y no arrepentidas dejan de existir, mientras que las que fueron rescatadas del mal serán llevadas a la felicidad contemplando a Dios”.

Y observa inmediatamente después:

“El juicio universal que se sostiene en la tradición de la Iglesia se encuentra entonces privado de sentido. Permanece como un simple pretexto que ha dado lugar a espléndidos cuadros en la historia del arte. No es nada más que eso”.

Hay que dudar seriamente que el papa Francisco quiera realmente liquidar los “novísimos” en los términos descritos por Scalfari.

Pero en su predicación hay algo que inclina a un efectivo empañamiento del juicio final y de los destinos opuestos de beatos y condenados.

*

El miércoles 11 de octubre, en la audiencia general en la plaza San Pedro, Francisco dijo que no hay que tener miedo a ese juicio, porque “al final de nuestra historia está Jesús Misericordioso”, y en consecuencia “se salvará todo. Todo”.

Esta última palabra, “todo”, en el texto distribuido a los periodistas acreditados en la sala de prensa vaticana estaba resaltada en negrita.

*

También en otra audiencia general de hace pocos meses, la del miércoles 23 de agosto, Francisco dio una imagen completa y consoladora del fin de la historia humana: la de “una inmensa tienda, donde Dios acoge a todos los hombres para habitar definitivamente con ellos”.

Imagen que no es suya, sino que está tomada del capítulo 21 del Apocalipsis, pero de la que Francisco se cuidó de citar las posteriores palabras de Jesús:

“El vencedor heredará estas cosas, y yo seré su Dios y él será mi hijo. Pero los cobardes, los incrédulos, los depravados, los asesinos, los lujuriosos, los hechiceros, los idólatras y todos los falsos, tendrán su herencia en el estanque de azufre ardiente, que es la segunda muerte”.

*

Y también, al comentar en el Angelus del domingo 15 de octubre, la parábola del banquete nupcial (Mt 22, 1-14) leída ese día en todas las Misas, Francisco evitó cuidadosamente citar los pasajes más inquietantes.

Tanto aquél en el que “el rey se indignó, mandó su ejército, hizo matar a los asesinos y entregó su ciudad a las llamas”.

Como también aquél en el que, al ver “a un hombre que no utilizaba el traje apropiado para una boda”, el rey ordenó a sus siervos: “aten sus manos y sus pies y arrójenlo afuera, a las tinieblas; allí habrá llanto y rechinar de dientes”.

*

El domingo anterior, el 8 de octubre, otra parábola, la de los viñadores homicidas (Mt 21, 33-43), había sufrido el mismo tratamiento selectivo.

En el Angelus, al comentar la parábola, el Papa omitió decir qué hace el dueño de la viña a esos labradores que mataron a sus siervos y por último a su hijo: “A esos malvados les dará una muerte miserable”. Ni mucho menos citó las palabras conclusivas de Jesús, referidas a sí mismo como “piedra angular”: “El que caiga sobre esta piedra será destrozado; y sobre quien ella cayera, lo aplastará”.

Más aún, el papa Francisco insistió en defender a Dios de la acusación de ser vengativo, como si quisiera mitigar los excesos de “justicia” reconocidos en la parábola:

“Aquí está la gran novedad del cristianismo: un Dios que, incluso desilusionado por nuestros errores y nuestros pecados, no pierde su palabra, no se detiene y sobre todo ¡no se venga! Hermanos y hermanas, ¡Dios no se venga! Dios ama, no se venga, nos espera para perdonarnos, para abrazarnos”.

*

En la homilía de la solemnidad de Pentecostés, el pasado 4 de junio, Francisco polemizó, como hace muchas veces, con “el que juzga”. Y al citar las palabras de Jesús resucitado a los apóstoles e implícitamente a sus sucesores en la Iglesia (Jn 20, 22-23) las ha cortado voluntariamente por la mitad:

“Reciban el Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados serán perdonados”.

Quitando lo siguiente:

“A los que no se los perdonen no serán perdonados”

Que la amputación fue deliberada está probado por su reiteración. Porque un corte idéntico a estas palabras de Jesús Francisco lo había hecho también el 23 de abril anterior, en el rezo del Regina Coeli del primer domingo después de Pascua.

*

También el 12 de mayo pasado, en su visita a Fátima, Francisco mostró que quería liberar a Jesús de la fama de juez inflexible al final de los tiempos. Por eso puso en guardia ante la siguiente falsa imagen de María:

“Una María bosquejada por sensibilidades subjetivas que la ven manteniendo firme el brazo justiciero de Dios pronto a castigar. Una María mejor que Cristo, vista como juez implacable”.

*

Se agrega a ello que la libertad con la que el papa Francisco corta y cose las palabras de la Sagrada Escritura no se refiere sólo al juicio universal. Ensordecedor, por ejemplo, es el silencio en el que él siempre ha envuelto la condena hecha por Jesús del adulterio (Mt 19, 2-11 y pasajes paralelos).

Con sorprendente coincidencia, esta condena estuvo contenida en el pasaje del Evangelio que se leía en todas las iglesias del mundo justamente el domingo en que comenzó la segunda sesión del sínodo de los obispos sobre la familia, el 4 de octubre de 2015. Pero ni en la homilía ni en el Angelus de ese día el papa Francisco hizo la mínima mención.

Y ni tampoco la mencionó en el Angelus del domingo 12 de febrero de 2017, cuando esa condena fue leída de nuevo en todas las iglesias.

No sólo eso. Las palabras de Jesús contra el adulterio no aparecen ni siquiera en las doscientas páginas de la exhortación post-sinodal “Amoris laetitia“.

Así como no aparecen ni siquiera las terribles palabras de condena de la homosexualidad escritas por el apóstol san Pablo en el primer capítulo de la Epístola a los Romanos.

Primer capítulo leído también – otra coincidencia – en las Misas feriales de la segunda semana del sínodo del 2015. A decir verdad, sin que esas palabras figuraran en el Misal. Pero en todo caso sin que el Papa u otros jamás las citaron, mientras que en el sínodo se discutía el cambio de los paradigmas del juicio sobre la homosexualidad:

“Por eso, Dios los entregó también a pasiones vergonzosas: sus mujeres cambiaron las relaciones naturales por otras contrarias a la naturaleza. Del mismo modo, los hombres dejando la relación natural con la mujer, ardieron en deseos los unos por los otros, teniendo relaciones deshonestas entre ellos y recibiendo en sí mismos la retribución merecida por su extravío. Y como no se preocuparon por reconocer a Dios, él los entregó a su mente depravada para que hicieran lo que no se debe. Están llenos de toda clase de injusticia, iniquidad, ambición y maldad; colmados de envidia, crímenes, peleas, engaños, depravación, difamaciones. Son detractores, enemigos de Dios, insolentes, arrogantes, vanidosos, hábiles para el mal, rebeldes con sus padres, insensatos, desleales, insensibles, despiadados. Y a pesar de que conocen el decreto de Dios, que declara dignos de muerte a los que hacen estas cosas, no sólo las practican, sino que también aprueban a los que las hacen” (Rm 1, 26-32).

*

Además, algunas veces el papa Francisco se toma también la libertad de reescribir a su modo las palabras de la Sagrada Escritura.

Por ejemplo, en la homilía matutina en Santa Marta, el 4 de setiembre del 2014, en un cierto punto el Papa atribuyó textualmente a san Pablo estas palabras “que escandalizan”: “Me jacto solamente de mis pecados”. Y concluyó invitando también a los fieles presentes a “jactarse” de sus propios pecados, en cuanto perdonados por la cruz de Jesús.

Pero en ninguna de las cartas de san Pablo se encuentra una expresión similar. Más bien el apóstol dice de sí mismo: “Si es necesario jactarse, me jactaré de mis debilidades” (2Cor 11, 30), después de haber detallado todas las adversidades de su vida: las encarcelaciones, las flagelaciones, los naufragios.

O bien: “no me jactaré de mí mismo, sino de mis debilidades” (2Cor, 12, 5). O también: “Él me dijo: ‘Te basta mi gracia; en efecto, la fuerza se manifiesta plenamente en la debilidad’. Me jactaré entonces con gusto de mis debilidades, para que habite en mí el poder de Cristo” (2Cor 12, 9), con alusiones de nuevo a los ultrajes, a las persecuciones y a las angustias sufridas.

*

Volviendo al juicio final, también el papa Benedicto XVI reconocía que “en la época moderna, la idea del juicio final se ha desvaído”.

Pero en la encíclica “Spe salvi“, escrita totalmente por su mano, reafirmó con fuerza que el juicio final es “la imagen decisiva de la esperanza”. Es una imagen que “exige la responsabilidad”, porque “la gracia no excluye la justicia”, más bien, la cuestión de la justicia “es ciertamente un motivo importante para creer que el hombre esté hecho para la eternidad”, porque “sólo en relación con el reconocimiento de que la injusticia de la historia no puede ser la última palabra en absoluto, llega a ser plenamente convincente la necesidad del retorno de Cristo y de la vida nueva”.

Y también:


“La gracia no convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en la tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra este tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón Dostoievski en su novela ‘Los hermanos Karamazov’. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada”.

martes, 12 de diciembre de 2017

Migrantes y refugiados: hombres y mujeres que buscan la paz


Mensaje del papa Francisco para la celebración de la LI Jornada Mundial de la Paz 
(1° de enero 2018)

Aica, 12-12-17

1. Un deseo de paz
Paz a todas las personas y a todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los pastores en la noche de Navidad, (1) es una aspiración profunda de todas las personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración. De entre ellos quisiera recordar a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y medio son refugiados. 

Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar donde vivir en paz».(2) Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.

Con espíritu de misericordia, abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución, la pobreza y la degradación ambiental.

Somos conscientes de que no es suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones, se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que siempre son limitados. El ejercicio de la virtud de la prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover, proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo tiempo los bienes del espíritu».(3) Tienen una responsabilidad concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que había comenzado a construir.(4)

2. ¿Por qué hay tantos refugiados y migrantes?
Ante el Gran Jubileo por los 2000 años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”»,(5) que habían marcado el siglo XX. En el nuevo siglo no se ha producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la población dentro y fuera de las fronteras nacionales.

Pero las personas también migran por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro imposible de construir».(6) Se ponen en camino para reunirse con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz. Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental».(7)

La mayoría emigra siguiendo un procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías, sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o demasiado lenta.

En muchos países de destino se ha difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia, discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano.(8)

Todos los datos de que dispone la comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para construir un futuro de paz.

3. Una mirada contemplativa
La sabiduría de la fe alimenta esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran fundamento la solidaridad y el compartir».(9) Estas palabras nos remiten a la imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y la colman de riquezas. La paz es el gobernante que la guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre todos dentro de ella.

Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta mirada contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»;(10) en otras palabras, realizando la promesa de la paz.

Observando a los migrantes y a los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías: traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo así la vida de las naciones que los acogen. Esta mirada sabe también descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso cuando los recursos no son abundantes.

Por último, esta mirada contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que «permita el verdadero bien de su comunidad»,(11) es decir, teniendo en cuenta las exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de cada uno de ellos.

Quienes se dejan guiar por esta mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.

4. Cuatro piedras angulares para la acción
Para ofrecer a los solicitantes de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.(12)

«Acoger» recuerda la exigencia de ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».(13)

«Proteger» nos recuerda el deber de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la viuda».(14)

«Promover» tiene que ver con apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante, dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes fuisteis en Egipto».(15)

Por último, «integrar» significa trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios».(16)

5. Una propuesta para dos Pactos internacionales
Deseo de todo corazón que este espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre refugiados. En cuanto acuerdos adoptados a nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización de la indiferencia.

El diálogo y la coordinación constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que países menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor, si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos necesarios.

La Sección para los Migrantes y Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral sugiere 20 puntos de acción (17) como pistas concretas para la aplicación de estos cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de las comunidades cristianas. Estas y otras aportaciones pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.

6. Por nuestra casa común
Las palabras de san Juan Pablo II nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente en “casa común”».(18) A lo largo de la historia, muchos han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no se trata de una utopía irrealizable.

Entre ellos, hay que mencionar a santa Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales celebran su memoria. Esta pequeña gran mujer, que consagró su vida al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar a nuestros hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a todos experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para quienes trabajan por la paz».(19)

Francisco
Vaticano, 13 de noviembre de 2017
Memoria de Santa Francisca Javier Cabrini, Patrona de los migrantes.

Notas
(1) Cf. Lc 2,14.
(2) Ángelus, 15 enero 2012.
(3) Juan XXIII, Carta. enc. Pacem in terris, 57.
(4) Cf. Lc 14,28-30.
(5) Juan pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2000, 3.
(6) Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2013.
(7) N. 25.
(8) Cf. Discurso a los Participantes en el Encuentro de Responsables nacionales de la pastoral de migraciones organizado por el Consejo de Conferencias Episcopales de Europa (CCEE), 22 septiembre 2017.
(9) Benedicto XVI, Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2011.
(10) Exhort. ap. Evangelii gaudium, 71.
(11) Juan XXIII, Carta enc. Pacem in terris, 57 [en español, n. 106].
(12) Cf. Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2018, 15 agosto 2017.
(13) Hb 13,2.
(14) Sal 146,9.
(15) Dt 10,18-19.
(16) Ef 2,19.
(17) «20 Puntos de Acción Pastoral» y «20 Puntos de Acción para los Pactos Globales» (2017). Cf. Documento ONU A/72/528.
(18) Juan Pablo II, Mensaje para la Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2004, 6.

(19) St 3,18.

sábado, 9 de diciembre de 2017

Sobre la falta de doctrina y el deber de darla a conocer



E Supremi Apostolatu

San Pío X

4-10-1903

(...)

   ¿A quién se le oculta, Venerables Hermanos, ahora que los hombres se rigen sobre todo por la razón y la libertad, que la enseñanza de la religión es el camino más importante para replantar el reino de Dios en las almas de los hombres? ¡Cuántos son los que odian a Cristo, los que aborrecen a la Iglesia y al Evangelio por ignorancia más que por maldad! De ellos podría decirse con razón: Blasfeman de todo lo que desconocen. Y  este hecho se da no sólo entre el pueblo o en la gente sin formación que, por eso, es arrastrada fácilmente al error, sino también en las clases más cultas, e incluso en quienes sobresalen en otros campos por su erudición. Precisamente de aquí procede la falta de fe de muchos. Pues no hay que atribuir la falta de fe a los progresos de la ciencia, sino más bien a la falta de ciencia; de manera que donde mayor es la ignorancia, más evidente es la falta de fe. Por eso Cristo mandó a los Apóstoles: Id y enseñad a todas las gentes.

 Y ahora, para que el trabajo y los desvelos de la enseñanza produzcan los esperados frutos y en todos se forme Cristo, quede bien grabado en la memoria, Venerables Hermanos, que nada es más eficaz que la caridad. Pues el Señor no está en la agitación. Es un error esperar atraer las almas a Dios con un celo amargo: es más, increpar con acritud los errores, reprender con vehemencia los vicios, a veces es más dañoso que útil. Ciertamente el Apóstol exhortaba a Timoteo: Arguye, exige, increpa, pero añadía, con toda paciencia.

.........








jueves, 7 de diciembre de 2017

Sobre la publicación de la carta del Papa a los obispos argentinos en el AAS


 Edward PETERS, doctor en Derecho Canónico

catolicos-on-line, 7-12-17

Hace unos tres meses predije que la carta del Papa Francisco a los obispos argentinos, aprobando su implementación de Amoris laetitia, llegaría al Acta Apostolicae Sedis. Ahora lo ha hecho. Una nota adjunta del Cardenal Parolin declara que el Papa desea que el documento argentino goce de «autoridad magisterial» y que su aprobación tiene el estatus de «carta apostólica».

Bien. Estudiemos algunos puntos.

1. Canon 915. Es crucial entender que, en la actualidad, lo que impide a los ministros de la Sagrada Comunión dar la comunión eucarística a los católicos divorciados y casados ​​es el Canon 915 y la interpretación universal y unánime que ese texto legislativo, fundado como está en la ley divina, siempre ha recibido. El Canon 915 y los valores fundamentales sacramentales y morales que están detrás de él podrán ser olvidados, ignorados o ridiculizados, incluso por personas con rango jerárquico en la Iglesia, pero a menos que la ley revoque o modifique ese precepto mediante acción legislativa papal o sea efectivamente anulada mediante «interpretación auténtica» aprobada por el Pontífice (1983 CIC 16), el Canon 915 sigue vigente y obliga a los ministros de la Sagrada Comunión.

[El Canon 915 establece que «No deben ser admitidos a la sagrada comunión [...] los que obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave».

El Catecismo de la Iglesia Católica describe en su n. 2384 que los divorciados vueltos a casar viven en «adulterio público y permanente». En el n. 2390 dice que «el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental».]

Si ni la carta del Papa a los argentinos, ni el documento de los obispos argentinos, ni siquiera Amoris laetitia mencionan lo que dice el Canon 915, mucho menos estos documentos derogan, abrogan o interpretan de manera auténtica esta norma quitándola del Código de Derecho Canónico. Por supuesto, tampoco nada o poco en estos documentos respalda o reitera el Canon 915, y el silencio aparentemente estudiado que el canon 915 sufre en estos momentos es motivo de profunda preocupación pastoral. Pero la ley no se marchita por estar sometida al silencio.

2. Carta apostólica. Una «carta apostólica» es una especie de mini-encíclica y, a pesar de la atención que las encíclicas suscitan por su enseñanza o valor de exhortación, no son (con raras excepciones) el tipo de texto que se utiliza para formular nuevos preceptos legales. Habitualmente, las «cartas apostólicas» se escriben para grupos más pequeños dentro de la Iglesia y se ocupan de cuestiones más limitadas, no de cuestiones mundiales, como admitir a los católicos divorciados y casados ​​de nuevo a la Sagrada Comunión. Incluso cuando se usa un tipo especial de «carta apostólica» para hacer cambios a la ley, como lo hizo Juan Pablo II en Ad tuendam fidem (1998), como lo hizo Benedicto XVI en Omnium in mentem (2009), o como lo hizo Francisco en Magnum principium (2017), la «carta apostólica» utilizada en tales casos lleva la designación adicional «motu proprio» (es decir, por propia iniciativa del Papa, y no en respuesta a la acción de otra persona), y los cambios hechos a la ley son expresamente identificados por números canónicos, no simplemente implícitos o supuestos, especialmente no por silencio.

La carta del Papa a los argentinos aparece simplemente como una «carta apostólica», no como una «carta apostólica motu proprio», y no hace referencia a ningún canon.

3. Auténtico magisterio. Mucha gente usa el término «magisterio» como si fuera equivalente a «autoridad de gobierno de la Iglesia», pero en su sentido canónico «magisterio» generalmente se refiere a la autoridad de la Iglesia para impartir enseñanzas sobre fe y moral, no a la autoridad de la Iglesia para imponer la disciplina relacionada con asuntos de fe y moral.

Mientras que Francisco, aunque de forma lo más indirectamente posible (a través de un memorando a un funcionario de Dicasterio sobre una carta escrita por una Conferencia episcopal), ha indicado que su carta a los argentinos e incluso la carta de la Conferencia argentina son «magisteriales», lo cierto es que el contenido de cualquier documento de la Iglesia, para poder llevar convenientemente la etiqueta «magisterial», debe contener afirmaciones sobre la fe y la moral, no disposiciones sobre cuestiones disciplinarias relacionadas con la fe y la moral. Los documentos eclesiásticos pueden tener pasajes «magisteriales» y «disciplinarios», por supuesto, pero generalmente solo aquellas partes de dicho documento que enseñan son canónicamente consideradas «magisteriales», mientras que las partes normativas de dicho documento son canónicamente consideradas «disciplinarias».

Francisco ha calificado a algunos otros de sus puntos de vista, en mi opinión demasiado libremente, como poseedores de «autoridad magisterial» (recuérdese sus comentarios sobre el movimiento litúrgico), y no es el único que hace, de vez en cuando, comentarios extraños sobre el uso de la autoridad papal (recuérdese que Juan Pablo II invocó «la plenitud de [su] autoridad apostólica» para actualizar los estatutos de un grupo de expertos pontificio en 1999).

Pero ese uso inconsistente solo subraya que el resto de nosotros debe tratar de leer tales documentos de acuerdo con la forma en que la Iglesia misma los escribe generalmente (desearía que «siempre», pero me contentaré con «generalmente»). Y pregunto ahora ¿hay afirmaciones «magisteriales» en Amoris, el documento de Buenos Aires y la carta de aprobación de Francisco? Sí. Muchas, que van desde lo obviamente cierto, pasando por lo cierto pero de enunciado extraño o incompleto, hasta unas pocas que, si bien pueden ser entendidas en un sentido ortodoxo, se formulan en formas que se prestan a un entendimiento heterodoxo (y que por esta razón deben ser aclaradas, por el bien común eclesial).

En cualquier caso, tales enseñanzas, en la medida en que hacen afirmaciones sobre la fe o la moral y provienen de obispos y/o papas que actúan como obispos o papas, ya disfrutan de al menos algún valor magisterial ordinario (relativamente poco), un valor que no aumenta al pegarle la etiqueta «magisterial».

¿Y hay afirmaciones «disciplinarias» en Amoris, el documento de Buenos Aires y la carta de aprobación de Francisco? Sí, algunas. Pero como he dicho antes, en mi opinión, ninguna de esas afirmaciones disciplinarias (más bien pocas), ni siquiera las que, por ambiguas, dejan la puerta abierta a prácticas inaceptables, es suficiente para revocar, modificar, o de otra manera anular el Canon 915 que, como se ha señalado anteriormente, impide la administración de la sagrada Comunión a los católicos divorciados y casados ​​nuevamente.

Conclusión. Desearía que el Canon 915 no sea el único baluarte contra el abandono de la Eucaristía a los caprichos de las conciencias individuales, a menudo malformadas. Desearía que un sentido animado y pastoral de la permanencia liberadora del Matrimonio cristiano, la necesidad universal de la Confesión para reconciliar a aquellos en pecado grave, el poder de la Eucaristía para alimentar a las almas en el estado de gracia y para condenar a los que la reciben irreverentemente, fuese suficiente para hacer innecesaria la invocación del Canon 915 en la práctica pastoral. Pero aparentemente, en gran parte del mundo católico actualmente, tal no es el caso y el Canon 915 debe señalarse como si fuera la única razón para prohibir la recepción de la Sagrada Comunión en estas situaciones.

¿Pero qué se puede decir? A menos que el Canon 915 en sí mismo sea directamente revocado o anulado, obliga a los ministros de la Santa Comunión a no administrar el augusto Sacramento a, entre otros, los católicos divorciados y casados, excepto cuando esas parejas viven como hermanos y sin escándalo ante la comunidad.


Nada de lo que he visto hasta la fecha, incluida la aparición de las cartas del Papa y de los obispos argentinos en el Acta Apostolicae Sedis, me hace pensar que el Canon 915 ha sufrido tal destino.