Infocaótica, 15 de diciembre de 2017
Este Domingo se lee la parábola de la Cizaña, que es
una de las más hermosas y de las más importantes; una de las tres parábolas
fundamentales que Cristo mismo interpretó a sus Apóstoles: trata del problema
de la existencia del mal en el mundo.
La interpretación que más tarde dio Cristo mismo a sus
discípulos es la siguiente:
"El sembrador de la semilla hermosa es el Hijo
del Hombre; El campo es el mundo. La hermosa semilla son los hijos del Reino.
La cizaña son los hijos del Malo. El que salió a esparcirla es el Diablo. La
siega es la consumación del siglo. Los segadores son los ángeles. Como se ata
la cizaña y se la echa al fuego, Así será en la consumación del siglo: Enviará
el Hijo del Hombre a sus ángeles Y recogerán de todo su Reino Todos los
escándalos y los hechores de iniquidad Y los arrojarán a la fragua del fuego:
Allí será el clamor y el rechinar de dientes. Mas los justos resplandecerán
como el sol En el Reino de su Padre... El que tenga orejas, que escuche".
La fabulita está preciosamente hecha: es un símbolo
sencillo y duro, como esculpido en marfil. Una cosa enteramente posible en el
medio rural palestino, esos pequeños trigales sin alambrado y lejos de las
casas; la treta del enemigo que es una típica venganza de rústico: un daño que
es fácil de hacer y de ocultar, que no se ve sino después de un tiempo; el celo
de los sirvientes o peones; la prudencia del paterfamilias; el lolium
temulentum, que no es cizaña como abrojo, sino un yuyo que no hay en la
Argentina, que es parecido al trigo y da también harina, pero venenosa como
indica el nombre latino. En España lo llaman "luello" en Castilla,
“joyo" en Cataluña y en Andalucía "hierbamula", porque la dan
los gitanos a las mulas para hacerlas parecer vivarachas. El luello es igual al
trigo hasta que grana; cuando grana es más alto, así que se le puede segar las
cabezas, las espigas, sin tocar las del trigo.
No hay en esta fábula nada desmesurado y paradojal,
como en casi todas las parábolas de Cristo; anoser el carácter terrible y casi
irreparable del daño hecho por el enemigo. En efecto, el pecado es de suyo
irreparable y terrible. Y eso es misterio: toda la inmensa masa de males que
hay en el mundo por causa del pecado de Adán; y que lo tengamos que pagar
nosotros, que no estábamos allí en el Edén. Estábamos en los lomos de Adán,
dice rudamente la Escritura; y la biología moderna parece apoyar esto
hablándonos del SOMA GENÉTICO que corre en línea recta del primer hombre hasta
nosotros y que no es propiedad del hombre individuo sino de la especie. Pero
además, todos los pecados individuales acumularon y acumulan los males
indeciblemente. El pecado adámico sólo dio a sus hijos la propensión a sufrir
—y a pecar; los sujetó a la muerte. Los hijos inmediatos de Adán fueron más
felices que nosotros.
Pero de todas maneras ¡que un solo pecado del Ángel y
un solo pecado del primer hombre haya producido tanto daño; y que no pueda
remediarse sino sólo por la mano de Dios! "Un alma que está en el Infierno
por un solo pecado mortal", dice San Ignacio. No sabemos si hay en el
Infierno un alma con un solo pecado mortal; y yo personalmente no lo creo. Sin
embargo es posible.
Otra cosa que indica la parábola es que la Iglesia
durará bastante tiempo, tres estaciones del año y que Cristo no creyó ni enseñó
que el fin del mundo estaba allí, al caer: pero desto debo hablar el próximo
domingo, si Dios quiere.
Pero lo que enseña directamente la Parábola es que el
mal en este mundo no se puede suprimir del todo y que la cizaña, o el luello,
durará hasta el tiempo de la siega. Es una grave tentación del hombre religioso
y ha sido un grave error a veces de los hombres de Iglesia o de Estado querer
arrancar todo luello, enderezar los desórdenes, suprimir los vicios, extirpar
los pecados de una vez. Mala palabra ésa de extirpar, parienta de
"destripar". La intolerancia, la rigidez excesiva, el fanatismo, la
violencia no hacen bien a la religión.
Suelen poner como ejemplo desto a Lutero, que me
parece poco exacto: "Lutero, queriendo extirpar la cizaña, la
desparramó" —dice un escritor. Es verdad que todos los Protestantes
primero invocaron "la Reforma de la Iglesia", reforma que hacía un
siglo o más era el clamor de todos los buenos cristianos; pero Lutero cuando
clavó sus 95 tesis contra las indulgencias en las puertas de la iglesia del
castillo de Wittenberg, ya era hereje, ya tenía el "animus
haereticus" y había escrito cosas heréticas, y sobre todo tenía el
"animus antiromanus", el odio a Roma germánico, de todos o muchos de
los alemanes de aquel tiempo; y la reforma de la Iglesia era solamente un
estandarte y un pretexto. Porque los alemanes nunca han perdonado a Roma la
derrota de Arminio (o sea Hermann) por Varo; ni a Carlomagno el que hubiese
hecho bautizar a los sajones por la fuerza: que es un ejemplo de la violencia
al servicio de la religión: mal servicio.
Mejor ejemplo es Savonarola. Savonarola, fraile
domínico, poeta, gran orador y espíritu ardientemente religioso, quiso
moralizar la ciudad de Florencia, y mediante ella toda Italia, y mediante ella
toda la Cristiandad, es decir, extirpar la cizaña; y se lanzó a la empresa con
más fervor que prudencia. Acabó quemado, aunque quemado después de muerto,
primero lo colgaron, con dos compañeros: murió santamente aunque
desdichadamente. Quería hacer de Florencia una especie de convento, extirpar
todas las inmoralidades; y de hecho, consiguió hacer una especie de convento
con Florencia, pero por poco tiempo.
Su error fue arrojarse a la politiquería:
se le antojó que para moralizar a Florencia había que arrojar de su trono a los
Médicis, que eran corrompidos (según) y fundar una república popular. Consiguió
fundar una república popular; pero resultó más corrompida que los Médicis. La
verdad es que Jerónimo Savonarola fue mucho mejor hombre (en cuanto podemos
juzgar, Dios lo sabe) que el Papa Alejandro Borgia, el cual si no lo hizo matar
le pasó raspando: lo mató la Señoría de Florencia sabiendo que agradaba al
Papa. El Papa era la cizaña; pero Fray Jerónimo no era muy trigo candeal.
Mucho más desdichadamente murió el Papa: murió en su
cama, pero envenenado; y se pudrió al instante de morir. Había preparado veneno
para matar a cuatro Cardenales en una comida; y el mucamo se equivocó de
botella (o no se equivocó, vaya a saber) y se lo sirvió a él y a su hijo César.
César Borgia se salvó a gatas, para ir a morir sifilítico en España de una bala
de falconete.
Recuerdo estos horrores para que vean el calibre de la
cizaña que ha habido incluso adentro de la Iglesia. Pero ¿Judas? Judas
perteneció al Colegio Apostólico. Esta parábola nos desrecomienda la
intolerancia pero no nos aconseja la blandenguería. ¿No hay que luchar contra
el pecado; no hay que castigar los delitos? Evidentemente sí: ésa es la vida
misma de la Iglesia y el deber del Estado. Ni dureza de corazón ni merenguería,
ni soberbia ni abyección, ni prepotencia ni cobardía. "Ni huno ni hotro,
chamigo", dijo el correntino; porque tan malo es pasarse como no llegar.
Tomado de:
Castellani, L. Domingueras prédicas, pp. 41-45