martes, 30 de enero de 2018

Dacché piacque


Discurso a la Rota Romana

Pío XII

2-10-1945

[1] Desde que quiso el Señor, juez soberano de todas las justicias humanas, constituirnos representante y vicario suyo en este mundo, hoy por primera vez —después de haber escuchado la amplia y docta relación anual de la actividad de este Sagrado Tribunal, que nos ha hecho vuestro dignísimo Decano— podemos expresaros, queridos hijos, nuestra gratitud y exponeros nuestro pensamiento, sin que el fragor de las armas cubra nuestra voz con sus siniestros estruendos. ¿Nos atreveremos a decir que es la paz? Todavía no, por desgracia. ¡Quiera. Dios que sea, al menos, su aurora! Una vez terminada la violencia de los combates, suena la hora de la justicia, cuya obra consiste en restaurar con sus juicios el orden trastornado o perturbado. Formidable dignidad y poder el del juez, que por encima de todas las pasiones y prejuicios, debe reflejar la misma justicia de Dios, ya se trate de dirimir las controversias, ya de reprimir los delitos.

[2] Porque éste es, en realidad, el objeto de todo juicio, la misión de todo poder judicial, eclesiástico o civil. Una rápida: ojeada superficial a las leyes y a la práctica judiciales podría hacer creer que el ordenamiento procesal eclesiástico y el civil, presentan diferencias meramente secundarias, algo así como las que se notan en la administración de la justicia en dos Estados civiles de la misma familia jurídica. También parecen coincidir en el mismo fin inmediato: actuación o tutela del derecho establecido por la ley, pero en el caso particular debatido o lesionado, por medio de la sentencia judicial, es decir, mediante un juicio pronunciado por la autoridad competente de acuerdo con la ley. Se encuentran, igualmente, en ambos los varios grados de las instancias judiciales; el procedimiento muestra en ambos casi los mismos elementos principales: demanda de iniciación de la causa, citaciones, examen de los testigos, comunicación de los documentos, interrogatorio de las partes, conclusión del proceso, sentencia, derecho de apelación.

[3] A pesar de lo cual, esta amplia semejanza externa e interna no debe hacer olvidar las profundas diferencias que existen: 1.°, en el origen y en la naturaleza; 2.º, en el objeto; 3.°, en el fin. Nos limitaremos hoy a hablar del primero de estos tres puntos, dejando para años futuros, si Dios quiere, la exposición de los otros dos.

[I. Pretendidas analogías entre el poder civil y el poder eclesiástico]
[4] La potestad judicial es una parte esencial y una función necesaria del poder de las dos sociedades perfectas, la eclesiástica y la civil. Por esto la cuestión del origen de la potestad judicial se identifica con la del origen del poder.

[5] Pero por esto precisamente, además de las semejanzas ya indicadas, se ha creído encontrar otras más profundas.

[6] Es cosa singular ver cómo algunos seguidores de las diversas concepciones modernas acerca del poder civil han invocado, para confirmar y para sostener sus opiniones, las presuntas, analogías con la potestad eclesiástica Esto vale lo mismo tratándose del llamado «totalitarismo» y «autoritarismo» que tratándose de su polo opuesto, la democracia moderna. Pero, en realidad, aquellas más profundas semejanzas no existen en ninguno de los tres casos, como un breve examen lo demostrará fácilmente.

[7] Es innegable que una de las exigencias vitales de toda comunidad humana, y, por lo tanto, también de la Iglesia y del Estado, consiste en asegurar duraderamente la unidad en la diversidad de sus miembros.

[El totalitarismo de Estado]
[8] Ahora bien, el «totalitarismo» es siempre incapaz de satisfacer esta exigencia, porque da al poder civil una extensión indebida, determina y fija en el contenido y en la forma todos los campos de actividad, y de este modo oprime toda legítima vida propia —personal, local y profesional— en una unidad o colectividad mecánica, bajo la impronta de la nación, de la raza o de la clase.

[9] En nuestro radiomensaje de Navidad de 1942 Nos hemos señalado ya particularmente las tristes consecuencias acarreadas al poder judicial por aquella concepción y por aquella práctica, que suprime la igualdad de todos ante la ley y deja las decisiones judiciales a merced de un mudable instinto colectivo.

[10] Por otra parte, ¿quién podrá pensar que estas interpretaciones erróneas, violadoras del derecho, hayan podido determinar el origen o influir en la acción de los tribunales eclesiásticos? Esto no ha sucedido ni sucederá nunca, porque es contrario a la misma naturaleza de la potestad social de la Iglesia, como veremos en seguida.

[El autoritarismo de Estado]
[11] Pero a aquella exigencia fundamental está muy lejos también de satisfacer la otra concepción del poder civil, que puede ser designada con el nombre de «autoritarismo», porque excluye a los ciudadanos de toda participación eficaz o influjo en la formación de la voluntad social. Divide, por tanto, a la nación en dos categorías, la de los dominadores y la de los dominados, cuyas recíprocas relaciones vienen a ser puramente mecánicas, bajo el imperio de la fuerza, o tienen un fundamento meramente biológico.

[12] Ahora bien, ¿quién no ve que de esta manera queda profundamente trastornada la verdadera naturaleza del poder estatal? Este, en efecto, por sí mismo y mediante el ejercicio de sus funciones, debe tender a que el Estado sea una verdadera comunidad, íntimamente unida en el fin último, que es el bien común. Pero en aquel sistema el concepto de bien común se hace tan deleznable y se revela tan claramente como un engañoso manto del interés unilateral del dominador, que un desenfrenado «dinamismo» legislativo excluye toda seguridad jurídica, y, por lo mismo, suprime un elemento fundamental de todo verdadero orden judicial.

[13] Nunca un dinamismo tan falso podrá ahogar y remover los derechos esenciales reconocidos a cada una de las personas físicas y morales en la Iglesia. La naturaleza del poder eclesiástico no tiene nada común con este «autoritarismo», al cual, por consiguiente, no se le puede reconocer punto alguno de referencia con la constitución jerárquica de la Iglesia.

[La democracia moderna]
[14] Queda por examinar la forma democrática del poder civil, en la que algunos querrían hallar mayor semejanza con el poder eclesiástico. Sin duda, donde está vigente una verdadera democracia teórica y práctica, está colmada aquella exigencia vital de toda sana comunidad, a la que nos hemos referido. Pero esto tiene lugar o puede tener lugar en igualdad de circunstancias, también en las otras legítimas formas de gobierno.

[15] Ciertamente, la Edad Media cristiana, particularmente informada por el espíritu de la Iglesia, con su riqueza de florecientes comunidades democráticas demostró cómo la fe cristiana sabe crear una verdadera y propia democracia, e incluso cómo esa fe es la única base duradera de ésta. Porque una democracia sin la unión de los espíritus, al menos en los principios fundamentales de la vida, sobre todo en lo que se refiere a los derechos de Dios y a la dignidad de la persona humana, al respeto a la honesta actividad y libertad personales, también en los asuntos políticos, una democracia semejante seria defectuosa e insegura. Así pues, cuando el pueblo se aleja de la fe cristiana y no la pone resueltamente como principio de la vida civil, entonces también la democracia fácilmente se altera y se deforma y con el transcurso del tiempo se ve sujeta a caer en el «totalitarismo» o en el «autoritarismo» de un solo partido.

[16] Si, por otra parte, se tiene en cuenta la tesis preferida de la democracia —tesis que insignes pensadores cristianos han defendido en todo tiempo— es decir, que el sujeto originario del poder civil derivado de Dios es el pueblo (y no la «masa»), resulta cada vez mas clara la distinción entre la Iglesia y el Estado, aun siendo este democrático.

[II. ORIGEN DEL PODER EN LA IGLESIA Y EN EL ESTADO]

[17] Esencialmente diversa del poder civil es, en realidad, la potestad eclesiástica y, por consiguiente, también el poder judicial en la Iglesia.

[Contraste evidente]
[18] El origen de la Iglesia, en oposición con el origen del Estado, no es de derecho natural. El más amplio y cuidadoso análisis de la persona humana no ofrece elemento alguno para concluir que la Iglesia, al igual que la sociedad civil, habría tenido que nacer y desarrollarse naturalmente. La Iglesia deriva de un acto positivo de Dios, más allá y por encima de la índole social del hombre, por más que esté en perfecta armonía con ésta; porque la potestad eclesiástica y, por tanto, también el correspondiente poder judicial, ha nacido de la voluntad y del acto, con los que Cristo ha fundado su Iglesia. Esto no quita, sin embargo, que una vez constituida la Iglesia, como sociedad perfecta, por obra del Redentor, brotasen del fondo de su naturaleza no pocos elementos de semejanza con la estructura de la sociedad civil.

[19] Sin embargo, hay un punto en el que esta diferencia fundamental se manifiesta con particular evidencia. La fundación de la Iglesia como sociedad se ha realizado de manera contraria al origen del Estado, no de abajo arriba, sino de arriba abajo; esto es; Cristo, que en su Iglesia ha realizado el reino de Dios sobre la tierra, por El anunciado y destinado para todos los hombres de todos los tiempos, no ha confiado a la comunidad de los fieles la misión de maestro, de sacerdote y de pastor recibida del Padre para la salvación del género humano, sino que la ha transmitido y comunicado a un colegio de apóstoles o enviados, escogidos por El mismo, para que con su predicación, con su ministerio sacerdotal y con la potestad social de su oficio hicieran entrar en la Iglesia a la muchedumbre de los fieles para santificarlos, iluminarlos y conducirlos a la plena madurez de los seguidores de Cristo.

[20] Examinad les palabras con las que Él les ha comunicado sus poderes: el poder de ofrecer el sacrificio en memoria suya (1), poder de perdonar los pecados (2), prometa y colación de de la potestad suprema de las llaves a Pedro y a sus sucesores personalmente (3) comunicación del poder de atar y desatar, a ledos los apóstoles (5). Meditad, las palabras con que Cristo, antes de su ascensión, transmitió a estos mismos apóstoles la misión universal, que ha Él había recibido del Padre.
¿Hay, acaso, en todo esto algo que pueda dar lugar a  dudas o equívocos? Toda la historia de la Iglesia, desde su comienzo hasta nuestros días, no cesa de hacerse eco de aquellas palabras y de dar el mismo testimonio con una claridad y exactitud que ninguna sutileza puede turbar o empañar. Ahora bien: todas estas palabras, lodos estos testimonios, proclaman al unísono que en la potestad eclesiástica la esencia, el punto central, según la expresa voluntad de Jesucristo, y consiguientemente por derecho divino, es la misión confiada por Él a los ministros de la obra de la salvación en la comunidad do los fieles y en todo el género humano.

[21] El canon 109 del Código de derecho canónico ha dado luz claara y relieve escultórico a este admirable edificio: «Los que son incorporados a la jerarquía eclesiástica no son escogidos por el consentimiento o designación del pueblo o del poder secular, sino que son constituidos en los grados de la potestad de orden con la ordenación sagrada; en el sumo pontificado, por el propio derecho divino, una vez cumplida la condición de la elección legítima y de su aceptación; en los demás grados de jurisdicción, mediante la misión canónica.»

[22] «No por el consentimiento o designación del pueblo o del poder secular»: El pueblo fiel o el poder secular pueden haber participado con frecuencia, en el curso de los siglos, en la designación de aquellos a quienes debían ser conferidos los cargos eclesiásticos, para los cuales, por otra parte, incluso para el Sumo Pontificado, pueden ser elegidos tanto los descendientes de noble clase como el hijo de la más humilde familia obrera. Sin embargo, en realidad, los miembros de la jerarquía eclesiástica han recibido y reciben siempre su autoridad de lo alto y no deben responder del ejercicio de su mandato más que, o inmediatamente ante Dios, a quien solamente está sujeto el Romano Pontífice, o bien, en los otros grados, ante sus superiores jerárquicos, pero no tienen que dar cuenta alguna ni al pueblo ni al poder civil, dejando a salvo, naturalmente, la facultad de todo fiel de presentar en la debida forma sus súplicas y recursos a la autoridad eclesiástica competente, o también directamente a la suprema potestad de la Iglesia, especialmente cuando el suplicante o el recurrente está movido por motivos que tocan a su personal responsabilidad para la salud espiritual, propia o ajena.

[Dos conclusiones]
[23] De cuanto hemos expuesto se derivan principalmente dos conclusiones:
1.a En la Iglesia, al revés que en el Estado, el sujeto primordial del poder, el juez supremo, la última instancia de apelación, nunca es la comunidad de los fieles. No existe, por tanto, ni puede existir en la Iglesia, tal como ha sido fundada por Cristo, un tribunal popular o una potestad judicial derivada del pueblo.

[24] 2.a La cuestión de la extensión y alcance de la potestad eclesiástica se presenta también de un modo completamente diferente del que presenta referida al Estado. Para la Iglesia tiene valor, en primer lugar, la voluntad expresa de Cristo, quien pudo darle, según su sabiduría y bondad, medios y poderes mayores o menores, salvo siempre el mínimo exigido necesariamente por su naturaleza y su fin. La potestad de la Iglesia abarca a todo el hombre, su interior y su exterior en orden a la consecución del fin sobrenatural, porque el hombre está completamente sometido a la ley de Cristo, de la que la Iglesia ha sido constituida por su divino Fundador depositaria y ejecutora, tanto en el foro externo como en el foro interno o de conciencia. Potestad, por tanto, plena y perfecta, aunque ajena a aquel «totalitarismo» que no admite ni reconoce la honesta apelación a los claros e imprescriptibles dictámenes de la propia conciencia y violenta las leyes de la vida individual y social escritas en los corazones de los hombres. Porque la Iglesia tiende con su poder no a esclavizar a la persona humana, sino a asegurar su libertad y perfección, redimiéndola de las debilidades, de los errores y de los extravíos del espíritu y del corazón, los cuales, tarde o temprano, acaban siempre en la deshonra y en la esclavitud.

[25] El carácter sagrado que a la jurisdicción eclesiástica corresponde por su origen divino y por su pertenencia a la potestad jerárquica, debe inspiraros, amados hijos, una altísima estima de vuestro oficio y espolearos a cumplir sus austeros deberes con fe viva, con rectitud inalterable y con celo siempre vigilante. Pero detrás del velo de esta austeridad, ¡qué resplandor se revela a los ojos de quien sabe ver en el poder judicial la majestad de la justicia, que en toda su acción tiende a mostrar a la Iglesia, la Esposa de Cristo, santa e inmaculada ante su divino Esposo y ante los hombres!

[26] En este día en que se abre vuestro nuevo año jurídico, Nos invocamos sobre vosotros, amados hijos, los favores y ayudas del Padre de las luces, de Cristo, a quien El ha confiado todo juicio, del Espíritu de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de la Virgen María, espejo de justicia, mientras con efusión de corazón impartimos a todos vosotros aquí presentes, vuestras familias y a todos vuestros seres queridos nuestra paterna bendición apostólica.


Fuente: DOCTRINA PONTIFICIA V. DOCUMENTOS JURÍDICOS, (ed. preparada por José Luis Gutiérrez García), Madrid, BAC, 1960, pp. 203-213.

(Tomado de: Infocaotica, 22 de enero de 2018)










lunes, 29 de enero de 2018

Veritatis gaudium


Constitución Apostólica

www.documentos-magisterio.blogspot.com.ar/2018/01/veritatis-gaudium.html

San Juan Bosco

del sueño a la realidad

(31 de enero, su fiesta)

El 31 de enero es la memoria litúrgica de uno de los más grandes cristianos de todos los cristianos: san Juan Bosco,  el fundador de la Familia Salesiana, el padre, maestro y amigo de los jóvenes, el apóstol del amor, la ternura y ardor evangelizador. Una vida consagrada a hacer de los jóvenes y de todos buenos cristianos y honrados ciudadanos no con golpes sino con amor.

El 31 de enero es la memoria litúrgica obligatoria de San Juan Bosco, uno de los grandes santos de las dos últimas centurias. Su figura, mensaje y legado es recogido y sintetizado en la oración pública oficial de la Iglesia con esta plegaria para la liturgia de las horas y la eucaristía: “Señor Dios nuestro, que has dado a la Iglesia, en el presbítero San Juan Bosco, un padre y un maestro de la juventud, concédenos que, movidos por un amor semejante al suyo, nos entreguemos a tu servicio, trabajando por la salvación de nuestros hermanos”.

Un sueño de infancia

¿Quién fue y quién este es santo italiano, tan atractivo, tan popular, tan siempre juvenil como San Juan Bosco? Nació en Castelnuovo, en el Piamonte, junto a Turín, en el noroeste de Italia, el 16 de agosto de 1815. Fue bautizado con los nombres de Giovanni Melchior Bosco Ochienna. Cuando tan solo tenía dos años falleció su padre, Francesco Bosco, a los 37 años. Juan Bosco vivió, de este modo, una infancia dura y precaria. Pasó sus primeros años trabajando como pastor de ovejas y recibió la primera educación de manos del sacerdote de su parroquia. A pesar de su deseo de aprender, la carestía económica en que vivía su familia le obligó a dejar la escuela.

A los 9 años tuvo un sueño relevador, que él contaría tiempo después. En el sueño estaba rodeado de niños que se peleaban entre sí y se insultaban, mientras él trataba de calmarlos y poner paz, primero con gritos y después con golpes. Súbitamente se le apareció Jesús y le dijo: “¡No con golpes, sino con amor y mansedumbre deberás ganarte a estos tus amigos!… Hazte fuerte, humilde y robusto, y a su tiempo lo entenderás todo”. En el sueño, Jesús le indicó también que su maestra sería la Virgen María, quien apareció al instante y le dijo: “Toma tu cayado de pastor y guía a tus ovejas”.

A los 17 años, en 1835, entró en el seminario y seis años después fue ordenado sacerdote, siendo trasladado a Turín. Servía en la pastoral penitenciaria y parroquial. Y los jóvenes marginados le “robaron” el corazón. Su vida sería desde entonces y hasta su muerte en Turín el 31 de enero de 1888 un servicio incondicional a la educación humana y cristiana de los jóvenes, para quien, tras veinte años de pasos e iniciativas previas, fundó en 1874, con la aprobación del Papa Pío IX, la Congregación Salesiana -en honor de San Francisco de Sales-, también llamada Sociedad Don Bosco.

El carisma de Don Bosco

¿Cuál fue y es el carisma salesiano? Una vez ordenado sacerdote, Juan Bosco -como queda ya indicado- empleó todas sus energías en la educación de los niños u de los jóvenes e instituyó Congregaciones y Oratorios destinadas a enseñarles oficios distintos y formarlos en la vida cristiana. Esta Congregaciones, que pronto será Institutos Religiosos y Asociaciones laicales, que agrupan ahora bajo el carisma y la denominación de la Familia Salesiana. La devoción a la Virgen María, bajo el título de María Auxiliadora, fue una de las constantes y características de su vida.

Don Bosco fue el creador en Europa de la Formación Profesional y de numerosos talleres de artes gráficas, carpintería, zapatería. En plena revolución industrial y mientras cundía una juventud pobre, marginada y sin derechos, él mismo se encargó también de mediar en los primeros contratos laborales entre aprendiz y artesano de manera que Don Bosco en la educación del joven y el empresario en el enseñarle, darle trabajo y alojarlo.

El secreto de la vida y de la obra de Juan Bosco fue trabajar siempre con amor, un amor transido de ternura, paciencia, dulzura, cercanía, firmeza y comprensión. “Es más fácil -subrayaba- enojarse que aguatar, amenazar al niño que persuadirlo; añadiré, incluso, que para, nuestra impaciencia y soberbia, resulta más cómodo castigar a los rebeldes que corregirlos, soportándoles con firmeza y suavidad a la vez… No con golpes, con amor, con amor”, repetía, mansos y humildes de corazón. Sin ira porque son nuestros hijos.

La metodología educativa y pastoral de Don Bosco constituye el llamado “sistema preventivo”. Esto es, jamás se ha de reprender en público, jamás se ha de castigar. Hay que hablar con el niño o con el joven en privado, haciéndole ver, con afecto, que su actitud ha de mejorar. El estudio y el trabajo se han de impulsar inculcando el sentido del deber, apreciando siempre hasta el más mínimo esfuerzo, incentivando el desarrollo de la inteligencia, fortaleciendo la voluntad, templando el carácter.

Su lema y su aspiración hacia los muchachos era hacerlos “buenos cristianos y honrados ciudadanos”, proponiéndole la búsqueda de la virtud y de la santidad cristiana a través de la vida cotidiana, en fidelidad a Dios y desde la alegría del deber cumplido. En ello, Don Bosco se inspiraba en San Francisco de Sales, quien fue su modelo para el trato bondadoso con los niños y jóvenes. San Juan Bosco atraía a los muchachos por su amor, por su ejemplo, por la predicación y catequesis y hasta por el arte y el ejercicio de la magia, de la que estuvo proverbialmente dotado.

Intercesor y modelo

La liturgia de la Iglesia, en esta fiesta de hoy de San Juan Bosco, nos invita a orar para todos los miembros de la Iglesia, a ejemplo y por intercesión suya, trabajemos con los niños y con los jóvenes con celo infatigable y con amor ardiente, entregándonos y sirviendo a los hermanos con fidelidad y con amor. Pocos sectores pastorales están más urgidos y necesitados en toda nuestra Iglesia como la infancia y la juventud. Nos jugamos el futuro. San Juan Bosco es padre y maestro de cómo servirles y evangelizarles. No con golpes, ni voces ni impaciencia, con amor, con amor. A él, a San Juan Bosco, encomendamos los niños, los jóvenes, los educadores y todos los miembros de la Iglesia.

El 2 de junio de 1929 fue beatificado por el Papa Pío XI, quien cinco años después, el 1 de abril de 1934, lo proclamó santo. San Juan Bosco es el patrono de la pastoral juvenil y de los magos e ilusionistas. Incluso el mundo del cine lo tiene asimismo por patrono como lo prueba el hecho, por ejemplo, de que los premios “Goyas” de la Academia cinematográfica de España se entreguen todos los años en el entorno de su fiesta litúrgica.

San Juan Bosco está presente en la Iglesia a través de más de dos mil comunidades e instituciones salesianas en 127 países. El número de religiosos se sitúa en torno a los 16.000. Cerca de medio millón de jóvenes asisten a Oratorios y Centros Juveniles Salesianos y un millón son educados en colegios de la Congregación.


San Juan Bosco fundó las tres ramas de la familia salesiana: la Sociedad de San Francisco de Sales, las Hijas de María Auxiliadora y la laical Asociación de Salesianos Cooperadores.

Las cofradías tenemos necesidad de formación

Milagros Ciudad

Ecclesia, 27 enero, 2018

El viernes terminaron las XVI Jornadas Diocesanas de Zamora, que se han celebrado estos días en el salón de actos del Colegio Divina Providencia (de las Siervas de San José) en la capital. Las tres conferencias han girado en torno al tema de “Religiosidad popular y evangelización”, y la clausura estuvo a cargo de Milagros Ciudad Suárez, que habló sobre los “Retos y dificultades de ser cofrade en un mundo secularizado”.

Esta tercera ponencia fue precedida por la oración, dirigida por Fernando Toribio, vicario episcopal de Pastoral, y por la presentación de la ponente, a cargo de Javier Fresno, delegado diocesano para la Religiosidad Popular, que destacó el perfil de Milagros Ciudad, doctora en Historia de América por la Universidad de Sevilla y miembro de la Academia de la Historia de Guatemala.

Entre sus estudios hay varios dedicados a la religiosidad popular. Fue la primera mujer en formar parte de la junta de gobierno de una cofradía en la capital andaluza. Desde 2008 fue consejera de hermandades sacramentales y ahora es consejera de hermandades de gloria del Consejo de Hermandades y Cofradías de Sevilla.

Las cofradías son Iglesia


La ponente partió del concepto de que “las hermandades somos Iglesia; los cofrades no somos católicos de segunda categoría como se pensó en algún momento… las hermandades participan en la construcción de un mundo basado en los valores del Reino de Dios”.

Esto, explicó, se vive en el marco de “una sociedad profundamente secularizada”, cuyos rasgos detalló. “Los cofrades vivimos nuestro ser Iglesia desde una teología sencilla, desde la inserción anónima en la sociedad del siglo XXI, de una forma cercana, con un gran arraigo familiar, con una actitud generosa y solidaria”.

Pero las cofradías “se tienen que adaptar a este tiempo, con sus luces y sombras. ¿Cómo? Siguiendo las líneas del Evangelio, ni más ni menos. En un mundo en el que los valores tradicionales han desaparecido o, al menos, cotizan a la baja”, dominando una mentalidad relativista –el “todo vale”, tanto en lo moral como en lo religioso– y el laicismo. Además de un individualismo y hedonismo que rompen todo esfuerzo y todo sacrificio.

En la actualidad “lo religioso queda postergado a lo privado, y hay un anticatolicismo que afecta a la vida de las hermandades, a las que se quiere restringir en algunos lugares del sur”. Además, Milagros Ciudad aludió a la falta de oración, al desafío de la globalización, a la imposición de la ideología de género que desestructura la familia, y al mal uso de las redes sociales y los medios de comunicación.

Doctrina Social de la Iglesia

Para la ponente, “el mayor problema de las hermandades en este contexto es su fidelidad o no a la verdad del Evangelio y a sus valores. Tenemos que permanecer fieles a la identidad y misión de las hermandades, y ser cauce de espiritualidad y vida cristiana”. A este respectó, recordó como San Juan Pablo II habló en su visita al santuario de la Virgen del Rocío en 1993 de “purificarse del polvo del camino, y eso es lo que tenemos que aplicar en nuestras hermandades”.

“La comunidad cristiana ofrece, en este mundo, la Doctrina Social de la Iglesia, que anuncia al hombre su dignidad y su vocación, de acuerdo con las exigencias de la justicia y la paz que vienen de Dios”, explicó. Y acto seguido, recomendó a los asistentes conocer y leer el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia.

“Las hermandades deben tener conexión con esta Doctrina Social de la Iglesia, con unos vínculos profundos, de orden antropológico y evangélico. Porque el hombre que hay que evangelizar es alguien concreto, que tiene sus alegrías y sus problemas familiares, laborales… Si esta enseñanza la extrapolamos a nuestras hermandades, somos referentes privilegiados para afrontar las realidades sociales y mejorarlas, desde la convivencia fundamental con el hermano”, afirmó.

De esto “debemos ser conscientes los que tenemos cargos en las cofradías. Tiene que haber un compromiso fuerte, no sólo sacar un paso a la calle. Hay un día a día”. E introdujo así el resto de la ponencia: “¿Cómo hacemos esto? Con tres pilares fundamentales: la formación, el culto y la caridad”, pilares que detalló a continuación.

La urgencia de la formación

¿Cómo estamos de formación en nuestras hermandades? A esta cuestión, Milagros Ciudad contestó: “habrá de todo. Pero realmente, día a día, cada vez más las hermandades están convenciéndose de la necesidad de formar a los cofrades. Hay un sector que profesa una religión ‘light’, sin compromiso, sin práctica de los sacramentos… y así hay una cautela a la hora de proponer unas actividades formativas que exijan un compromiso. La vida cotidiana de la hermandad se centra mucho en las ‘comidillas’ cofrades, alentadas por algunos medios de comunicación. Cuando hay que dar otros valores que tiene la hermandad”.

Los presidentes y hermanos mayores “deben ser conscientes de que la formación tiene que estar, con una persona responsable, que sea idónea, no de relleno, y que se dedique a los jóvenes y sepa conectar con ellos”. Esta formación “no puede ser impositiva, porque la gente desconecta enseguida, y porque debe ser un proceso de autotransformación de la persona, que debe convencerse de que, igual que no puede ponerse el traje de la primera comunión con el pasar de los años, tampoco puede quedarse con la formación de aquel momento infantil”.

Es una tarea de “búsqueda y ofrecimiento de los valores que conforman la hermandad, ni más ni menos que el Evangelio”. Por ejemplo, señaló que “tenemos que enseñar a los jóvenes cofrades que cuando entran en el templo, antes de ir a ver las imágenes titulares, deben ir a orar al Santísimo”.

Esta formación tiene que ser “un proceso que despliegue a la persona en todas sus dimensiones: cognitivas, afectivas y dinámicas. Esto nos lleva a una auténtica formación”. Porque, como reconoció Milagros Ciudad, “muchos jóvenes están faltos de un guía espiritual, necesitan una persona que los enganche en la movida de la hermandad, cuya vida no es triste ni aburrida. Todo esto sin un adoctrinamiento, porque el que está formado no está adoctrinado, sino que ha vivido un proceso de autotransformación”.

“Las cofradías tenemos que concienciarnos de la necesidad de esta formación. Tenemos que salir a la calle, pero salir formados, lo que requiere de medios y hermanos comprometidos. Y a nivel local debería haber una línea de formación, en una labor continua y permanente. Las juntas de cofradías tienen que formar a formadores, semillas que germinan después en sus propias hermandades”, sugirió.

Más allá del culto externo

Como historiadora, la ponente recordó que “las hermandades nacieron como asociaciones laicas religiosas dedicadas al culto (a Dios) y a la ayuda (al hermano necesitado)”. Pero el punto del culto “debe ser auténtico. No podemos estar más pendientes de lo externo que del misterio que se está celebrando en nuestros cultos. Este culto interno está por delante y es preferente con respecto al culto externo, como una preparación espiritual del culto externo”.

Citó al arzobispo de Sevilla, Juan José Asenjo, que dice que las cofradías suponen un ingente potencial religioso y evangelizador. Por eso el Papa afirma que las hermandades son un tesoro, porque suponen un espacio de encuentro con Jesucristo. “Frente a esta sociedad actual, nuestras hermandades reivindican el culto público”. De hecho, reconoció, “las hermandades en el sur han supuesto un freno a la secularización”.

“No es cierto que los cofrades no sepamos distinguir lo espiritual de lo folklórico, aunque haya de todo. Hay mucha gente que participa en las procesiones alabando a Dios y con una profunda preparación religiosa. No se puede achacar que esta religiosidad popular se quede sólo en lo exterior. No es malo que el cofrade goce, que tenga una experiencia sensorial positiva, pero debe ir más allá de lo puramente sensorial”, afirmó.

Además, Milagros Ciudad subrayó que “las procesiones principales son las eucarísticas. Los fieles que adoran a Cristo presente en el Santísimo Sacramento recuerdan que esta presencia viene del sacrificio en el que está Dios. Cuando lo sacamos a la calle, damos testimonio de nuestra fe en la eucaristía, vaya poca o mucha gente… seguimos haciéndolo. La piedad que nos impulsa a los fieles a adorar la eucaristía lleva a vivir el misterio pascual”.

Caridad, sin ser ONG

La acción social de las cofradías y hermandades –o la caridad, como prefirió denominarla la ponente– “debe ser un testimonio evangelizador y basado en la Doctrina Social de la Iglesia. Porque en ésta tenemos los principios de reflexión, los criterios de juicio y las directrices de juicio para promover un humanismo integral y una justicia social. No vale sólo con dar de comer al hambriento, sino que hay que dar los instrumentos básicos para que esa persona se realice como ser humano”.

Desde su experiencia, Milagros Ciudad explicó que “en Andalucía la caridad o acción social de las cofradías se ha incrementado muchísimo, sobre todo a raíz de la crisis, creando distintos tipos de caridad, siempre en la línea de la Doctrina Social de la Iglesia”. De esta forma se han creado economatos, bolsas de trabajo, iniciativas de orientación y formación laboral, enseñanza de idiomas… “Hay un compromiso social, típico en la Iglesia, donde se hace mucho más que las instituciones públicas, que deberían cubrir esas necesidades”, reconoció.

“Nuestras hermandades son un claro ejemplo de esa acción social”, afirmó, pero advirtiendo de que “las hermandades no somos una ONG: sin la oración y la formación, si sólo hay caridad, lo estamos haciendo mal”. Y puso un ejemplo muy concreto: un encargado de caridad no puede faltar a los cultos de la hermandad, sino que debe organizarse para la ayuda a los necesitados.

Recordó que, más allá de la ayuda material, “hay otro tipo de caridad, ante la miseria moral y espiritual de nuestra sociedad: la esclavitud contemporánea. Ante ella, el Evangelio es el verdadero antídoto, y hemos de atraer a esas personas anunciándoles el amor de Dios. Deben ver en el cofrade un guía y una persona a seguir. Si no… ¿para qué estamos las cofradías?”.

Como conclusión, la ponente repasó los tres retos señalados: la formación, que debe ser un compromiso de todos los hermanos; la creación de una auténtica comunidad fraterna que viva los valores del Evangelio frente al egoísmo, al hedonismo y al individualismo; que el verdadero culto espiritual esté presente; y una vivencia de la caridad que puede cambiar completamente al hombre y a la mujer del siglo XXI.


Al término de la conferencia, el vicario general de la Diócesis de Zamora, José Francisco Matías, clausuró las XVI Jornadas Diocesanas recapitulando lo dicho en los tres días, agradeciendo la asistencia de los ponentes y del público y reconociendo la hospitalidad de las Siervas de San José.

sábado, 27 de enero de 2018

El cardenal emérito de Hong Kong

 pide al Papa que no entregue la Iglesia fiel en manos del gobierno chino

Católicos-on-line, 27-1-18

El pasado miércoles, 23 de enero, el cardenal emérito 86 años de Hong Kong, Joseph Zen se plantó en la Plaza de San Pedro del Vaticano para entregar una carta directamente en las manos de papa Francisco sobre la realidad de la Iglesia perseguida en China. El Papa le recibió y le aseguró que la leerá.
Según se informa, el cardenal fue a Roma a entregar una carta de la Iglesia católica «clandestina» en China, para que el Papa entendiera mejor la situación sobre el terreno.

Según los medios italianos, Zen dijo que la carta fue entregada con éxito, y el Papa le prometió que la leería.
El encuentro del Cardenal Joesph Zen con el Papa Francisco llega tras las negociaciones del Papa con representantes del gobierno de China, que podría desembocar en un acuerdo para que Roma aceptara algunos obispos de la Iglesia patriótica, sujeta a la dictadura comunista

Entrevistado por la Nuevo Bussola Quotidiana, el cardenal explica la situación:
Es sabido que controlar las ordenaciones episcopales ha sido siempre una exigencia del gobierno chino. Recientemente, el Santo Padre habló sobre esto con mucha cautela y nos tranquilizó. Pero en noviembre llegó la noticia de que a dos obispos legítimos se les pidió que dieran lugar a dos obispos ilegítimos, uno de las cuales está excomulgado. Esto nos preocupa, sería una cosa trágica para la Iglesia en China. Durante muchos años se dijo que había que resistir, ser fiel, ¡Ahora piden rendirse! Entonces, ¿para qué? Uno se rinde sin obtener nada, porque este gobierno chino se siente fuerte, da miedo, tiene medios económicos; parece una rendición de los débiles con los fuertes ... Pero la realidad es que nosotros en la Iglesia tenemos mucha fuerza, es una fuerza espiritual.

Preguntado cómo se ha llegado a esta situación, responde:
Esto es realmente difícil de entender. No podemos ver lo que quieren conceder, ¡el gobierno quiere controlar todo! ¡Y entregamos todo! Y esto es incomprensible .Si el Vaticano ordena rendirse, algunos, después de años de lucha y privaciones, aceptarán; rendirse es fácil. Pero habrá quienes continuarán oponiéndose y diciendo que la Iglesia siempre le ha dicho que una Iglesia independiente es objetivamente cismática. Los Papas evitan la palabra "cisma" por misericordia. ¿Cómo puede nadie decir que es un progreso obligar a todos a entrar a esta Iglesia cismática? Increíble, simplemente increíble.

Y concluye explicando su viaje a Roma y su encuentro con el Papa:
Soy viejo y he viajado recientemente a Roma y por el mundo, aunque mi edad y algunas dolencias me aconsejaban ser más cauteloso. Pero alguien, llorando, me suplicaba que entregara cartas al Papa. ¡Pero ni siquiera estaba seguro de que recibirían la mía! Así que decidí asistir a la audiencia general el miércoles y darle una carta en persona. El Santo Padre fue tan bueno que me llamó para conversar con él. Por todo esto, tengo la impresión de que el Santo Padre no está a favor de esta rendición completa, de estos compromisos sin fundamento. Esperamos que el Santo Padre detenga esta tendencia equivocada. ¡La fe es nuestro principio! Podemos tener dificultades para acceder a los sacramentos, pero no podemos renunciar a la fe. No podemos hablar así sobre la evangelización. ¿Qué es la evangelización cuando la Iglesia ya no es lo que debe ser?


jueves, 25 de enero de 2018

El gobierno en la Iglesia




Infocaotica, 22 de enero de 2018


Siempre será difícil encontrar un nombre adecuado al carácter sui generis de la forma de gobierno de la Iglesia. Así lo reconocía el afamado cardenal Billot: «Ignoro si alguna vez se le haya encontrado o se le pueda encontrar un nombre adecuado. Es ésta en realidad una monarquía sui generis, a la cual no sin razón se le puede aplicar aquello de que no se ha visto antes de ella otra semejante ni se verá después» (cfr. TRACTATUS DE ECCLESIA CHRISTI. Tomo I, p.  524).

El 2 de octubre de 1945 el papa Pío XII dirigió un discurso a la Rota Romana conocido como Dacché piacque. Con una claridad notable, tan distinta del actual magisterio «con olor a oveja», trató temas de eclesiología y derecho público eclesiástico: las diferencias entre el ordenamiento jurídico civil y el canónico, a la luz de las diferencias de naturaleza que median entre la Iglesia y el Estado. Y bajo esta luz, retomó la comparación entre ambas sociedades, para salir al cruce de asimilaciones equivocadas.

En el contexto político europeo de 1945, no era prioritario marcar diferencias con las «monarquías absolutas» -como lo fue para el Episcopado Alemán con Pío IX- sino concentrar la atención en otras posibles comparaciones. Es por esto que el discurso a la Rota buscaba esclarecer las diferencias que hay entre la forma de gobierno de la Iglesia, por una parte, y algunas formas políticas vigentes en ese momento, por otra. De modo que en la primera mitad del XX era más necesario precisar que la Iglesia, no es:

— un «totalitarismo», que somete a uniformidad mecánica la diversidad de sus miembros, bajo un poder de extensión indebida;

— un «autoritarismo», que establece relaciones de dominación puramente mecánicas que llegan hasta el punto de «ahogar y remover los derechos esenciales reconocidos a cada una de las personas físicas y morales en la Iglesia» [n. 13];

— una «democracia moderna», en la cual el sujeto originario del poder es el pueblo.

A continuación reproducimos el discurso completo, cuya lectura meditada recomendamos vivamente. Lo tomamos de la obra DOCTRINA PONTIFICIA V. DOCUMENTOS JURÍDICOS, (ed. preparada por José Luis Gutiérrez García), Madrid, BAC, 1960, pp. 203-213. El texto original en italiano, se encuentra.

[1] Desde que quiso el Señor, juez soberano de todas las justicias humanas, constituirnos representante y vicario suyo en este mundo, hoy por primera vez —después de haber escuchado la amplia y docta relación anual de la actividad de este Sagrado Tribunal, que nos ha hecho vuestro dignísimo Decano— podemos expresaros, queridos hijos, nuestra gratitud y exponeros nuestro pensamiento, sin que el fragor de las armas cubra nuestra voz con sus siniestros estruendos. ¿Nos atreveremos a decir que es la paz? Todavía no, por desgracia. ¡Quiera. Dios que sea, al menos, su aurora! Una vez terminada la violencia de los combates, suena la hora de la justicia, cuya obra consiste en restaurar con sus juicios el orden trastornado o perturbado. Formidable dignidad y poder el del juez, que por encima de todas las pasiones y prejuicios, debe reflejar la misma justicia de Dios, ya se trate de dirimir las controversias, ya de reprimir los delitos

[2] Porque éste es, en realidad, el objeto de todo juicio, la misión de todo poder judicial, eclesiástico o civil. Una rápida: ojeada superficial a las leyes y a la práctica judiciales podría hacer creer que el ordenamiento procesal eclesiástico y el civil, presentan diferencias meramente secundarias, algo así como las que se notan en la administración de la justicia en dos Estados civiles de la misma familia jurídica. También parecen coincidir en el mismo fin inmediato: actuación o tutela del derecho establecido por la ley, pero en el caso particular debatido o lesionado, por medio de la sentencia judicial, es decir, mediante un juicio pronunciado por la autoridad competente de acuerdo con la ley. Se encuentran, igualmente, en ambos los varios grados de las instancias judiciales; el procedimiento muestra en ambos casi los mismos elementos principales: demanda de iniciación de la causa, citaciones, examen de los testigos, comunicación de los documentos, interrogatorio de las partes, conclusión del proceso, sentencia, derecho de apelación.

[3] A pesar de lo cual, esta amplia semejanza externa e interna no debe hacer olvidar las profundas diferencias que existen: 1.°, en el origen y en la naturaleza; 2.º, en el objeto; 3.°, en el fin. Nos limitaremos hoy a hablar del primero de estos tres puntos, dejando para años futuros, si Dios quiere, la exposición de los otros dos. 

[I. Pretendidas analogías entre el poder civil y el poder eclesiástico]
[4] La potestad judicial es una parte esencial y una función necesaria del poder de las dos sociedades perfectas, la eclesiástica y la civil. Por esto la cuestión del origen de la potestad judicial se identifica con la del origen del poder. 

[5] Pero por esto precisamente, además de las semejanzas ya indicadas, se ha creído encontrar otras más profundas. 

[6] Es cosa singular ver cómo algunos seguidores de las diversas concepciones modernas acerca del poder civil han invocado, para confirmar y para sostener sus opiniones, las presuntas, analogías con la potestad eclesiástica Esto vale lo mismo tratándose del llamado «totalitarismo» y «autoritarismo» que tratándose de su polo opuesto, la democracia moderna. Pero, en realidad, aquellas más profundas semejanzas no existen en ninguno de los tres casos, como un breve examen lo demostrará fácilmente. 

[7] Es innegable que una de las exigencias vitales de toda comunidad humana, y, por lo tanto, también de la Iglesia y del Estado, consiste en asegurar duraderamente la unidad en la diversidad de sus miembros. 

[El totalitarismo de Estado]
[8] Ahora bien, el «totalitarismo» es siempre incapaz de satisfacer esta exigencia, porque da al poder civil una extensión indebida, determina y fija en el contenido y en la forma todos los campos de actividad, y de este modo oprime toda legítima vida propia —personal, local y profesional— en una unidad o colectividad mecánica, bajo la impronta de la nación, de la raza o de la clase.

[9] En nuestro radiomensaje de Navidad de 1942 Nos hemos señalado ya particularmente las tristes consecuencias acarreadas al poder judicial por aquella concepción y por aquella práctica, que suprime la igualdad de todos ante la ley y deja las decisiones judiciales a merced de un mudable instinto colectivo. 

[10] Por otra parte, ¿quién podrá pensar que estas interpretaciones erróneas, violadoras del derecho, hayan podido determinar el origen o influir en la acción de los tribunales eclesiásticos? Esto no ha sucedido ni sucederá nunca, porque es contrario a la misma naturaleza de la potestad social de la Iglesia, como veremos en seguida. 

[El autoritarismo de Estado]
[11] Pero a aquella exigencia fundamental está muy lejos también de satisfacer la otra concepción del poder civil, que puede ser designada con el nombre de «autoritarismo», porque excluye a los ciudadanos de toda participación eficaz o influjo en la formación de la voluntad social. Divide, por tanto, a la nación en dos categorías, la de los dominadores y la de los dominados, cuyas recíprocas relaciones vienen a ser puramente mecánicas, bajo el imperio de la fuerza, o tienen un fundamento meramente biológico. 

[12] Ahora bien, ¿quién no ve que de esta manera queda profundamente trastornada la verdadera naturaleza del poder estatal? Este, en efecto, por sí mismo y mediante el ejercicio de sus funciones, debe tender a que el Estado sea una verdadera comunidad, íntimamente unida en el fin último, que es el bien común. Pero en aquel sistema el concepto de bien común se hace tan deleznable y se revela tan claramente como un engañoso manto del interés unilateral del dominador, que un desenfrenado «dinamismo» legislativo excluye toda seguridad jurídica, y, por lo mismo, suprime un elemento fundamental de todo verdadero orden judicial. 

[13] Nunca un dinamismo tan falso podrá ahogar y remover los derechos esenciales reconocidos a cada una de las personas físicas y morales en la Iglesia. La naturaleza del poder eclesiástico no tiene nada común con este «autoritarismo», al cual, por consiguiente, no se le puede reconocer punto alguno de referencia con la constitución jerárquica de la Iglesia.

[La democracia moderna]
[14] Queda por examinar la forma democrática del poder civil, en la que algunos querrían hallar mayor semejanza con el poder eclesiástico. Sin duda, donde está vigente una verdadera democracia teórica y práctica, está colmada aquella exigencia vital de toda sana comunidad, a la que nos hemos referido. Pero esto tiene lugar o puede tener lugar en igualdad de circunstancias, también en las otras legítimas formas de gobierno.

[15] Ciertamente, la Edad Media cristiana, particularmente informada por el espíritu de la Iglesia, con su riqueza de florecientes comunidades democráticas demostró cómo la fe cristiana sabe crear una verdadera y propia democracia, e incluso cómo esa fe es la única base duradera de ésta. Porque una democracia sin la unión de los espíritus, al menos en los principios fundamentales de la vida, sobre todo en lo que se refiere a los derechos de Dios y a la dignidad de la persona humana, al respeto a la honesta actividad y libertad personales, también en los asuntos políticos, una democracia semejante seria defectuosa e insegura. Así pues, cuando el pueblo se aleja de la fe cristiana y no la pone resueltamente como principio de la vida civil, entonces también la democracia fácilmente se altera y se deforma y con el transcurso del tiempo se ve sujeta a caer en el «totalitarismo» o en el «autoritarismo» de un solo partido. 
[16] Si, por otra parte, se tiene en cuenta la tesis preferida de la democracia —tesis que insignes pensadores cristianos han defendido en todo tiempo— es decir, que el sujeto originario del poder civil derivado de Dios es el pueblo (y no la «masa»), resulta cada vez mas clara la distinción entre la Iglesia y el Estado, aun siendo este democrático.

[II. ORIGEN DEL PODER EN LA IGLESIA Y EN EL ESTADO]
[17] Esencialmente diversa del poder civil es, en realidad, la potestad eclesiástica y, por consiguiente, también el poder judicial en la Iglesia.

[Contraste evidente]
[18] El origen de la Iglesia, en oposición con el origen del Estado, no es de derecho natural. El más amplio y cuidadoso análisis de la persona humana no ofrece elemento alguno para concluir que la Iglesia, al igual que la sociedad civil, habría tenido que nacer y desarrollarse naturalmente. La Iglesia deriva de un acto positivo de Dios, más allá y por encima de la índole social del hombre, por más que esté en perfecta armonía con ésta; porque la potestad eclesiástica y, por tanto, también el correspondiente poder judicial, ha nacido de la voluntad y del acto, con los que Cristo ha fundado su Iglesia. Esto no quita, sin embargo, que una vez constituida la Iglesia, como sociedad perfecta, por obra del Redentor, brotasen del fondo de su naturaleza no pocos elementos de semejanza con la estructura de la sociedad civil. 

[19] Sin embargo, hay un punto en el que esta diferencia fundamental se manifiesta con particular evidencia. La fundación de la Iglesia como sociedad se ha realizado de manera contraria al origen del Estado, no de abajo arriba, sino de arriba abajo; esto es; Cristo, que en su Iglesia ha realizado el reino de Dios sobre la tierra, por El anunciado y destinado para todos los hombres de todos los tiempos, no ha confiado a la comunidad de los fieles la misión de maestro, de sacerdote y de pastor recibida del Padre para la salvación del género humano, sino que la ha transmitido y comunicado a un colegio de apóstoles o enviados, escogidos por El mismo, para que con su predicación, con su ministerio sacerdotal y con la potestad social de su oficio hicieran entrar en la Iglesia a la muchedumbre de los fieles para santificarlos, iluminarlos y conducirlos a la plena madurez de los seguidores de Cristo.

[20] Examinad les palabras con las que Él les ha comunicado sus poderes: el poder de ofrecer el sacrificio en memoria suya (1), poder de perdonar los pecados (2), prometa y colación de de la potestad suprema de las llaves a Pedro y a sus sucesores personalmente (3) comunicación del poder de atar y desatar, a ledos los apóstoles (5). Meditad, las palabras con que Cristo, antes de su ascensión, transmitió a estos mismos apóstoles la misión universal, que ha Él había recibido del Padre.
¿Hay, acaso, en todo esto algo que pueda dar lugar a  dudas o equívocos? Toda la historia de la Iglesia, desde su comienzo hasta nuestros días, no cesa de hacerse eco de aquellas palabras y de dar el mismo testimonio con una claridad y exactitud que ninguna sutileza puede turbar o empañar. Ahora bien: todas estas palabras, lodos estos testimonios, proclaman al unísono que en la potestad eclesiástica la esencia, el punto central, según la expresa voluntad de Jesucristo, y consiguientemente por derecho divino, es la misión confiada por Él a los ministros de la obra de la salvación en la comunidad do los fieles y en todo el género humano. 

[21] El canon 109 del Código de derecho canónico ha dado luz claara y relieve escultórico a este admirable edificio: «Los que son incorporados a la jerarquía eclesiástica no son escogidos por el consentimiento o designación del pueblo o del poder secular, sino que son constituidos en los grados de la potestad de orden con la ordenación sagrada; en el sumo pontificado, por el propio derecho divino, una vez cumplida la condición de la elección legítima y de su aceptación; en los demás grados de jurisdicción, mediante la misión canónica.» 

[22] «No por el consentimiento o designación del pueblo o del poder secular»: El pueblo fiel o el poder secular pueden haber participado con frecuencia, en el curso de los siglos, en la designación de aquellos a quienes debían ser conferidos los cargos eclesiásticos, para los cuales, por otra parte, incluso para el Sumo Pontificado, pueden ser elegidos tanto los descendientes de noble clase como el hijo de la más humilde familia obrera. Sin embargo, en realidad, los miembros de la jerarquía eclesiástica han recibido y reciben siempre su autoridad de lo alto y no deben responder del ejercicio de su mandato más que, o inmediatamente ante Dios, a quien solamente está sujeto el Romano Pontífice, o bien, en los otros grados, ante sus superiores jerárquicos, pero no tienen que dar cuenta alguna ni al pueblo ni al poder civil, dejando a salvo, naturalmente, la facultad de todo fiel de presentar en la debida forma sus súplicas y recursos a la autoridad eclesiástica competente, o también directamente a la suprema potestad de la Iglesia, especialmente cuando el suplicante o el recurrente está movido por motivos que tocan a su personal responsabilidad para la salud espiritual, propia o ajena. 

[Dos conclusiones]
[23] De cuanto hemos expuesto se derivan principalmente dos conclusiones:
1.a En la Iglesia, al revés que en el Estado, el sujeto primordial del poder, el juez supremo, la última instancia de apelación, nunca es la comunidad de los fieles. No existe, por tanto, ni puede existir en la Iglesia, tal como ha sido fundada por Cristo, un tribunal popular o una potestad judicial derivada del pueblo.

[24] 2.a La cuestión de la extensión y alcance de la potestad eclesiástica se presenta también de un modo completamente diferente del que presenta referida al Estado. Para la Iglesia tiene valor, en primer lugar, la voluntad expresa de Cristo, quien pudo darle, según su sabiduría y bondad, medios y poderes mayores o menores, salvo siempre el mínimo exigido necesariamente por su naturaleza y su fin. La potestad de la Iglesia abarca a todo el hombre, su interior y su exterior en orden a la consecución del fin sobrenatural, porque el hombre está completamente sometido a la ley de Cristo, de la que la Iglesia ha sido constituida por su divino Fundador depositaria y ejecutora, tanto en el foro externo como en el foro interno o de conciencia. Potestad, por tanto, plena y perfecta, aunque ajena a aquel «totalitarismo» que no admite ni reconoce la honesta apelación a los claros e imprescriptibles dictámenes de la propia conciencia y violenta las leyes de la vida individual y social escritas en los corazones de los hombres. Porque la Iglesia tiende con su poder no a esclavizar a la persona humana, sino a asegurar su libertad y perfección, redimiéndola de las debilidades, de los errores y de los extravíos del espíritu y del corazón, los cuales, tarde o temprano, acaban siempre en la deshonra y en la esclavitud.

[25] El carácter sagrado que a la jurisdicción eclesiástica corresponde por su origen divino y por su pertenencia a la potestad jerárquica, debe inspiraros, amados hijos, una altísima estima de vuestro oficio y espolearos a cumplir sus austeros deberes con fe viva, con rectitud inalterable y con celo siempre vigilante. Pero detrás del velo de esta austeridad, ¡qué resplandor se revela a los ojos de quien sabe ver en el poder judicial la majestad de la justicia, que en toda su acción tiende a mostrar a la Iglesia, la Esposa de Cristo, santa e inmaculada ante su divino Esposo y ante los hombres!

[26] En este día en que se abre vuestro nuevo año jurídico, Nos invocamos sobre vosotros, amados hijos, los favores y ayudas del Padre de las luces, de Cristo, a quien El ha confiado todo juicio, del Espíritu de inteligencia, de consejo y de fortaleza, de la Virgen María, espejo de justicia, mientras con efusión de corazón impartimos a todos vosotros aquí presentes, vuestras familias y a todos vuestros seres queridos nuestra paterna bendición apostólica.