lunes, 25 de mayo de 2020

Benedicto XVI escribe carta



por 100 años del nacimiento de San Juan Pablo II

Observatorio van Thuan, 15.05.2020
15 maggio 2020


Se trata de una carta que el Papa Emérito envió al Cardenal Stanisław Dziwisz, que durante 40 años fue secretario personal del santo polaco.

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Ciudad del Vaticano, 4 de mayo del 2020

El 18 de mayo, se cumplirán 100 años desde que el papa Juan Pablo II nació en la pequeña ciudad polaca de Wadowice.

Polonia, dividida durante más de 100 años por las tres grandes potencias vecinas – Prusia, Rusia y Austria –, había recuperado su independencia al final de la Primera Guerra Mundial. Fue una época llena de esperanza, pero también de dificultades, ya que la presión de las dos grandes potencias, Alemania y Rusia, siguió pesando sobre el Estado que se estaba reorganizando. En esta situación de angustia, pero sobre todo de esperanza, creció el joven Karol Wojtyla, que perdió muy pronto a su madre, a su hermano y, finalmente, a su padre, de quien había aprendido una piedad profunda y cálida. El joven Karol era particularmente apasionado de la literatura y el teatro, y después de estudiar para sus exámenes de secundaria, comenzó a dedicarse más a estas materias.

«Para evitar la deportación, en el otoño de 1940, comenzó a trabajar en una cantera que pertenecía a la fábrica química de Solvay» (cf. Don y Misterio). «En Cracovia, había ingresado en secreto en el Seminario. Mientras trabajaba como obrero en una fábrica, comenzó a estudiar teología con viejos libros de texto, para poder ser ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946» (cf. Ibid.). Por supuesto, no solo estudió teología en los libros, sino también a partir de la situación específica que pesaba sobre él y su país. Es una especie de característica de toda su vida y su trabajo. Estudia con libros, pero experimenta y sufre las cuestiones que están detrás del material impreso. Para él, como joven obispo – obispo auxiliar desde 1958, arzobispo de Cracovia desde 1964 – el Concilio Vaticano II se convirtió en una escuela para toda su vida y su trabajo. Las grandes preguntas que surgieron especialmente sobre el llamado Esquema 13 – luego Constitución Gaudium et Spes – fueron sus preguntas personales. Las respuestas desarrolladas en el Concilio le mostraron el camino a seguir para su trabajo como obispo y luego como Papa.

Cuando el cardenal Wojtyla fue elegido sucesor de San Pedro el 16 de octubre de 1978, la Iglesia estaba en una situación desesperada. Las deliberaciones del Concilio se presentaban al público como una disputa sobre la fe misma, lo que parecía privarla de su certeza indudable e inviolable. Un pastor bávaro, por ejemplo, comentando la situación, decía: «Al final, hemos acogido una fe falsa». Esta sensación de que no había nada seguro, de que todo estaba en cuestión, fue alimentada por la forma en que se implementó la reforma litúrgica. Al final, todo parecía factible en la liturgia. Pablo VI había cerrado el Concilio con energía y determinación, pero luego, una vez terminado, se vio confrontado con más asuntos, siempre más urgentes, lo que finalmente puso en tela de juicio a la Iglesia misma. Los sociólogos compararon la situación de la Iglesia en ese momento con la de la Unión Soviética bajo Gorbachov, cuando toda la poderosa estructura del Estado finalmente se derrumbó en un intento de reformarla.

Una tarea que superaba las fuerzas humanas esperaba al nuevo Papa. Sin embargo, desde el primer momento, Juan Pablo II despertó un nuevo entusiasmo por Cristo y su Iglesia. Primero lo hizo con el grito del sermón al comienzo de su pontificado: «¡No tengan miedo! ¡Abran, sí, abran de par en par las puertas a Cristo!» Este tono finalmente determinó todo su pontificado y lo convirtió en un renovado liberador de la Iglesia. Esto estaba condicionado por el hecho de que el nuevo Papa provenía de un país donde el Concilio había sido bien recibido: no el cuestionamiento de todo, sino más bien la alegre renovación de todo.

El Papa ha viajado por el mundo en 104 grandes viajes pastorales y proclamó el Evangelio en todas partes como una alegría, cumpliendo así su obligación de defender el bien, de defender a Cristo.

En 14 encíclicas, volvió a exponer completamente la fe de la Iglesia y su doctrina humana. Inevitablemente, al hacerlo, provocó oposición en las iglesias del Occidente llenas de dudas.

Hoy, me parece importante enfatizar sobre todo el verdadero centro desde el cual debe leerse el mensaje de sus diferentes textos. Este centro vino a la atención de todos nosotros en el momento de su muerte. El Papa Juan Pablo II murió en las primeras horas de la nueva fiesta de la Divina Misericordia. Permítanme agregar primero un pequeño comentario personal que revela un aspecto importante del ser y el trabajo del Papa. Desde el principio, Juan Pablo II se sintió profundamente conmovido por el mensaje de Faustina Kowalska, una monja de Cracovia, que destacó la Divina Misericordia como un centro esencial de la fe cristiana y deseaba una celebración con este motivo. Después de todas las consultas, el Papa había escogido el domingo in albis. Sin embargo, antes de tomar la decisión final, le pidió a la Congregación de la Fe su opinión sobre la conveniencia de esta fecha. Dijimos que no porque pensamos que una fecha tan antigua y llena de contenido como la del domingo in albis no debería sobrecargarse con nuevas ideas. Ciertamente no fue fácil para el Santo Padre aceptar nuestro no. Pero lo hizo con toda humildad y aceptó el no de nuestro lado por segunda vez. Finalmente, hizo una propuesta dejando el histórico domingo in albis, pero incorporando la Divina Misericordia en su mensaje original. En otras ocasiones, de vez en cuando, me impresionó la humildad de este gran Papa, que renunció a las ideas de lo que deseaba porque no recibió la aprobación de los organismos oficiales que, según las reglas clásicas, había de consultar.

Mientras Juan Pablo II vivió sus últimos momentos en este mundo, la Fiesta de la Divina Misericordia acababa de comenzar tras la oración de las primeras vísperas. Esta celebración iluminó la hora de su muerte: la luz de la misericordia de Dios se presenta como un mensaje reconfortante sobre su muerte. En su último libro, Memoria e Identidad, publicado en la víspera de su muerte, el Papa resumió una vez más el mensaje de la Divina Misericordia. Señaló que la hermana Faustina murió antes de los horrores de la Segunda Guerra Mundial, pero que ya había dado la respuesta del Señor a este horror insoportable. Era como si Cristo quisiera decir a través de Faustina: «El mal no obtendrá la victoria final. El misterio pascual confirma que el bien prevalecerá, que la vida triunfará sobre la muerte y que el amor triunfará sobre el odio».

A lo largo de su vida, el Papa buscó apropiarse subjetivamente del centro objetivo de la fe cristiana, que es la doctrina de la salvación, y ayudar a otros a apropiarse de ella. A través de Cristo resucitado, la misericordia de Dios es para cada individuo. Aunque este centro de la existencia cristiana solo nos lo da la fe, también es importante filosóficamente, porque si la misericordia de Dios no es un hecho, debemos encontrar nuestro camino en un mundo donde el poder último del bien contra el mal es incierto. Después de todo, más allá de este significado histórico objetivo, es esencial que todos sepan que, al final, la misericordia de Dios es más fuerte que nuestra debilidad. Además, en esta etapa actual, también se puede encontrar la unidad interior entre el mensaje de Juan Pablo II y las intenciones fundamentales del Papa Francisco: Juan Pablo II no es un rigorista moral, como algunos lo intentan dibujar en parte. Con la centralidad de la misericordia divina, nos da la oportunidad de aceptar el requerimiento moral del hombre, aunque nunca podemos cumplirlo por completo. Sin embargo, nuestros esfuerzos morales se hacen a la luz de la divina misericordia, que resulta ser una fuerza curativa para nuestra debilidad.

Cuando murió el Papa Juan Pablo II, la Plaza de San Pedro estaba llena de personas, especialmente jóvenes, que querían encontrarse con su Papa por última vez. No puedo olvidar el momento en que Mons. Sandri anunció el mensaje de la partida del Papa. Sobre todo, el momento en que la gran campana de San Pedro repicó, hizo que este mensaje resultara inolvidable. El día del funeral, había muchas pancartas diciendo «¡Santo súbito!». Eso fue un grito que, de todos lados, surgió a partir del encuentro con Juan Pablo II. No solo en la plaza, sino también en varios círculos intelectuales, se discutió la idea de darle el título de «Magno» a Juan Pablo II.

La palabra «santo» indica la esfera de Dios y la palabra «magno» la dimensión humana. Según el reglamento de la Iglesia, la santidad puede ser reconocida por dos criterios: las virtudes heroicas y el milagro. Los dos criterios están estrechamente vinculados. La expresión «virtud heroica» no significa una especie de hazaña olímpica; al contrario, en y a través de una persona se revela algo que no proviene de él, sino que se hace visible la obra de Dios en y a través de él. No es una competencia moral de la persona, sino renunciar a la propia grandeza. El punto es que una persona deja que Dios trabaje en ella, y así el trabajo y el poder de Dios se hacen visibles a través de ella.

Lo mismo se aplica a la prueba del milagro: aquí tampoco se trata de un evento sensacional sino de la revelación de la bondad de Dios que cura de una manera que va más allá de las meras posibilidades humanas. El santo es un hombre abierto a Dios e imbuido de Dios. El que se aleja de sí mismo y nos deja ver y reconocer a Dios es santo. Verificar esto legalmente, en la medida de lo posible, es el significado de los dos procesos de beatificación y canonización. En los casos de Juan Pablo II, ambos procesos se hicieron estrictamente de acuerdo a las reglas aplicables. Por lo tanto, ahora se nos presenta como el padre que nos deja ver la misericordia y la bondad de Dios.

Es más difícil definir correctamente el término «magno». Durante los casi 2.000 años de historia del papado, el título «Magno» solo prevaleció para dos papas: León I (440-461) y Gregorio I (590-604). La palabra «magno» tiene una connotación política en ambos, en la medida en que algo del misterio de Dios mismo se hace visible a través de la actuación política. A través del diálogo, León Magno logró convencer a Atila, el Príncipe de los Hunos, para que perdonara a Roma, la ciudad de los príncipes de los apóstoles Pedro y Pablo. Desarmado, sin poder militar o político, sino por el solo poder de la convicción por su fe, logró convencer al temido tirano para que perdonara a Roma. El espíritu demostró ser más fuerte en la lucha entre espíritu y poder.

Aunque Gregorio I no tuvo un éxito tan espectacular, también logró proteger a Roma contra los lombardos, de nuevo al oponerse el espíritu al poder y alcanzar la victoria del espíritu.

Si comparamos la historia de los dos Papas con la de Juan Pablo II, su similitud es evidente. Juan Pablo II tampoco tenía poder militar o político. Durante las deliberaciones sobre la forma futura de Europa y Alemania, en febrero de 1945, se observó que la opinión del Papa también debía tenerse en cuenta. Entonces Stalin preguntó: «¿Cuántas divisiones tiene el Papa?». Es claro que el Papa no tiene divisiones a su disposición. Pero el poder de la fe resultó ser un poder que finalmente derrocó el sistema de poder soviético en 1989 y permitió un nuevo comienzo. Es indiscutible que la fe del Papa fue un elemento esencial en el derrumbe del poder comunista. Así que la grandeza evidente en León I y Gregorio I es ciertamente visible también en Juan Pablo II.

Dejamos abierto si el epíteto «magno» prevalecerá o no. Es cierto que el poder y la bondad de Dios se hicieron visibles para todos nosotros en Juan Pablo II. En un momento en que la Iglesia sufre una vez más la aflicción del mal, este es para nosotros un signo de esperanza y confianza.

Querido San Juan Pablo II, ¡ruega por nosotros!

lunes, 18 de mayo de 2020

Hace 100 años nacía Karol Wojtlyla



 el papa san Juan Pablo II


Aica, 18 May 2020

Hoy, 18 de mayo, es el centenario del nacimiento de Karol Wojtyla, desde el 16 de octubre de 1978, papa Juan Pablo II. Poco después de su muerte, acaecida el 2 de abril de 2005, el papa Benedicto XVI lo declaró beato el 1 de mayo de 2011, y el papa Francisco lo proclamó santo el 27 de abril de 2014.

Karol Wojtyła nació el 18 de mayo de 1920 en el pequeño pueblo de Wadowice, cerca de Cracovia, como el segundo de tres hijos de Karol y Emilia Kaczorowska, en una casa perteneciente a un judío, Chaim Bałamuth.

La madre del futuro papa, Emilia Wojtyla (née Kaczorowska), sostenía la casa como costurera. Su padre, Karol Wojtyla, sirvió en el ejército del emperador Francisco José, y después de que Polonia recuperó la independencia en 1918, se convirtió en funcionario del Comando Suplementario Poviat en Wadowice, siendo un oficial del 12º Regimiento de Infantería.

Karol perdió a todos sus parientes muy temprano. Tenía menos de 9 años cuando murió su madre Emilia, tres años más tarde, su hermano Edmund, un médico que era 14 años mayor, murió, después de trabajar en la Universidad Jagellónica, trabajó en un hospital en Bielsko-Biała y se infectó fatalmente con escarlatina. Su padre (Karol Wojtyla) murió cuando el futuro papa tenía 20 años. La hermana murió en la infancia.

En 1938, el futuro papa comenzó estudios polacos en la Universidad Jagellónica en Cracovia. Cuando las fuerzas alemanas cerraron la Universidad, en septiembre de 1939, el joven Karol tuvo que trabajar en una cantera y luego en una fábrica química para ganarse la vida y evitar que lo deportaran a Alemania.
Al final de la Segunda Guerra Mundial, comenzó a estudiar en un seminario subterráneo, ubicado en las habitaciones del arzobispo Adam Stefan Sapieha en el palacio arzobispal. Fue ordenado sacerdote el 1 de noviembre de 1946 por el cardenal Sapieha en la catedral de Wawel y poco después fue a estudiar a Roma.


Después de regresar a Polonia en 1948, fue vicario en una parroquia rural en Niegowic y en otra de Cracovia. Durante todo este tiempo, incluida la guerra, estuvo muy interesado en la buena literatura y el teatro, y cuando fue sacerdote en Cracovia, prestó mucha atención a los estudiantes a los que dedicó un cuidado pastoral especial.

Desde 1954 trabajó como profesor académico en la Universidad Católica de Lublin y estando en el campamento de canoas en Masuria con un grupo de estudiantes de esta universidad se enteró de su nombramiento episcopal el 4 de julio de 1958 como obispo auxiliar de la arquidiócesis de Cracovia. Consagrado obispo el 28 de septiembre del mismo año por el entonces administrador apostólico de Cracovia, el arzobispo Eugeniusz Baziak.

En 1962, al morir el arzobispo Baziak, fue nombrado vicario capitular y el 30 de diciembre siguiente el papa Pablo VI lo consagró arzobispo de Cracovia. El 29 de mayo de 1967 fue nombrado cardenal, lo que lo convirtió en el segundo cardenal más joven de la época, con 47 años de edad.

A partir del 11 de octubre de 1962, comenzó a tomar parte activa en el Concilio Vaticano II. Se destacan sus puntualizaciones sobre el ateísmo moderno y la libertad religiosa. Realizó una importante contribución a la elaboración de la constitución Gaudium et spes. El cardenal Wojtyła participó también en las cinco asambleas del Sínodo de los Obispos, anteriores a su pontificado.

El 16 de octubre de 1978, en un cónclave en la Capilla Sixtina, 111 cardenales reunidos allí eligieron al arzobispo de Cracovia, de 58 años, 264 sucesor de San Pedro. Fue el primer papa no italiano desde 1523 y el primer polaco y eslavo. Desde entonces, su pontificado fue el de mayor duración en el siglo XX y el tercero en la historia (incluido San Pedro, cuyos años de gobierno en la Iglesia no se conocen exactamente).

El pontificado de Juan Pablo II fue el de más récords en muchos aspectos, por ejemplo, en términos del número de viajes al extranjero fue uno de los líderes mundiales más viajeros de la historia, visitó 129 países durante su pontificado. Hablaba los siguientes idiomas: italiano, francés, alemán, inglés, español, portugués, ucraniano, ruso, croata, esperanto, griego antiguo y latín, y su lengua materna, el polaco.

Como parte de su especial énfasis en la llamada universal a la santidad, beatificó a 1340 personas y canonizó a 483 santos, más que la cifra sumada de sus predecesores en los últimos cinco siglos.

Juan Pablo II emitió 14 encíclicas, la primera titulada Redemptor hominis del 4 de marzo de 1979; la última Ecclesia in Eucharistia del 17 de abril de 2003

Uno de los documentos más famosos del pontificado fue su undécima encíclica “Evangelium vitae” (25 de marzo de 1995). Coronó la visión papal del amor, el matrimonio, la familia y, sobre todo, el “valor e integridad de la vida humana” desde la concepción hasta la muerte natural.

Una de las muchas ideas pioneras de Juan Pablo II fue la Jornada Mundial de la Juventud, que se convertiría en uno de los fenómenos de todo el pontificado.

Fue el primer Papa en la historia en hablar de manera tan abierta y amigable sobre los seguidores de otras religiones, y fue el primer papa que cruzó el umbral de una sinagoga. Fue en Roma, el 13 de abril de 1986. El 27 de octubre de 1986, hubo una reunión de oración interreligiosa en Asís. Por invitación de Juan Pablo II a la ciudad de San Francisco llegaron 47 delegaciones que representaban denominaciones cristianas y representantes de otras 13 religiones para rezar por la paz al mismo tiempo.

La muerte de Karol Wojtyła, el 2 de abril de 2005, fue un momento histórico vivido intensamente, no sólo por los católicos sino por el mundo entero. Falleció en la víspera del Domingo de la Misericordia, fiesta que él mismo había establecido habiendo sido hijo espiritual de Santa Faustina Kowalska.

El cardenal argentino Leonardo Sandri, entonces sustituto de la Secretaría de Estado fue el encargado de dar el anuncio: “Queridos hermanos y hermanas, a las 21.37 nuestro querido Santo Padre Juan Pablo II regresó a la casa del Padre. Oramos por él”.

La beatificación llegó en un tiempo récord: 1 de mayo de 2011, cuando fue beatificado por su sucesor Benedicto XVI. Desde hacía un milenio que en la historia de la Iglesia no se veía aun Papa proclamar beato a su predecesor inmediato.

El 27 de abril de 2014, fue proclamado santo por Francisco con Juan XXIII, en una ceremonia donde también estuvo presente el papa emérito Benedicto XVI y que pasará a la historia como la canonización de los “cuatro papas”.

En una carta preparada con motivo del centenario del nacimiento de Juan Pablo II, el papa Benedicto XVI escribió sobre su predecesor: “En Juan Pablo II, el poder y la bondad de Dios eran visibles para todos nosotros. En un momento en que la Iglesia sufre nuevamente el ataque del mal, es un signo de esperanza y consuelo para nosotros”.

martes, 12 de mayo de 2020

Retiro espiritual virtual



del 22 al 24 de mayo de 2020

Aica, 12 May 2020

La Legión de Cristo Rey, de Córdoba, anunció que desde el viernes 22 de mayo a las 17, hasta el domingo 24 de mayo a las 18, se llevará a cabo un retiro espiritual "en línea" para hombres y mujeres de cualquier lugar del país.

Los interesados deberán escribir a retiroscristorey@gmail.com consignando apellido y nombre, edad, dirección del correo electrónico, domicilio y teléfono celular.

La secretaria del Consejo Directivo Zonal de la Legión de Cristo Rey Córdoba, Irene Agüero, señaló que a quienes deseen participar del retiro, se les pide la intención de seguir de principio al fin las meditaciones (según la secuencia propia de los Ejercicios Espirituales Ignacianos) y de observar las pautas que se vayan dando para el buen aprovechamiento de esos días (meditación personal, las lecturas indicadas, el rezo del Santo Rosario y otras oraciones, y participación en la Santa Misa).

"Es muy importante -agregó Irene Agüero- que quienes quieran hacer estos Ejercicios Espirituales, tengan la disponibilidad para “retirarse” física y espiritualmente en su hogar y mantener el recogimiento y el silencio propios del retiro".

Para participar es necesario tener conexión a internet y una computadora con parlantes, una tableta o teléfono capaz de instalar la aplicación de Zoom.

La Legión de Cristo Rey

La Legión de Cristo Rey es una Asociación pública de fieles, unida de manera indivisible al Instituto Cristo Rey. Fundada por el padre José Luis Torres-Pardo en 1975, fue canónicamente erigida en la diócesis de San Luis en 2009, donde tiene la sede de gobierno.

Está integrada por fieles que participan del carisma y don fundacional del Instituto Cristo Rey. Su finalidad es la extensión del Reino de Jesucristo entre los hombres por la santificación de sus miembros, en el estado y condición de vida al que Dios los ha llamado, y por una acción apostólica personal y organizada al servicio de la Santa Madre Iglesia. Afianzados en su espíritu por los ejercicios ignacianos, los legionarios y legionarias de Cristo Rey trabajan por conformar el orden social de acuerdo a los valores evangélicos. Saben que nunca podrán hacer reinar a Jesús en la sociedad, si primero no lo hacen reinar en sus propias personas, en sus hogares y comunidades.

La sede de gobierno de la Legión de Cristo Rey se encuentra en San Luis. Está presente en numerosas ciudades de la amplia geografía argentina, en las arquidiócesis de Washington y Miami (Estados Unidos), y cuenta con una delegación en Roma, Italia.+

miércoles, 6 de mayo de 2020

Predicar a Jesucristo




Monseñor Héctor Aguer

Infocatólica, – 01/05/20

La misión de la Iglesia es siempre anunciar a Jesucristo, procurar que sea conocido y amado por todos los hombres de todos los tiempos, y que el programa de vida formulado en su predicación sea abrazado y cumplido, en orden a la salvación universal, y a la plena realización del Reino de Dios. Así lo entendieron los Apóstoles, y así lo trasmitieron a sus sucesores.

Dos expresiones netas de ese mandato se encuentran en los últimos versículos de los Evangelios de Mateo y de Marcos. Se considera que el de Mateo fue compuesto alrededor del año 80. El encargo consiste en amaestrar (mathetéusate) a todas las naciones (pánta tà éthnē), bautizarlas (baptídzontes), y enseñarles (didáskontes) a cumplir todo lo que Él nos ha mandado. Hoy diríamos que la evangelización incluye trasmitir la moral cristiana (Mt 28, 19 s.). Según los especialistas, el Evangelio de Marcos fue escrito unos diez años antes; sería el más antiguo de los cuatro. El mandato de Jesús aparece en un apéndice, de fecha posterior, y que la Iglesia considera canónico, es decir, que forma parte de la Revelación. Dice así: «Vayan por todo el mundo, anuncien (kērýxate) el Evangelio a toda la creación (notar la totalidad, sin exclusiones: todo el mundo, toda la creación). El que crea y se bautice, se salvará. El que no crea, se condenará» (Mc 16, 15s.). La cruda alternativa del resultado está expresada en los términos que son habituales en el Nuevo Testamento: sothḗsetai - katakri thesetai; el versículo 16 contrapone redención cumplida y condenación en el juicio futuro: promesa y amenaza. No quiero ser suspicaz, pero me llama la atención que en algunas citas del pasaje se suprima el versículo 16.

El Leccionario litúrgico incluye el texto de Marcos el Sábado de la Octava de Pascua; allí se omite el versículo en el que se registra la doble respuesta posible (creer - no creer), y su consecuencia (salvación o condenación). En la Exhortación Apostólica Postsinodal del Papa Francisco, Querida Amazonia (n. 64) se reproduce el mandato, pero también aquí se suprime el versículo 16; el texto ha sido mochado. Ahora bien, es evidente que los vv. 15 y 16 son inseparables en la redacción. El padre Marie-Joseph Lagrange, en su clásico comentario, decía: «Predicado el Evangelio, el mundo y cada persona deberán tomar posición. De un lado la fe, seguida de la salvación; del otro el rechazo de creer (rehusarse) y la condenación». No corresponde, entonces, eliminar lo que allí el evangelista pone en boca del Señor, sobre las consecuencias de aceptar o no aceptar el Evangelio. Parece un detalle, pero se puede pensar que responde a una actitud generalizada en las últimas décadas; yo suelo designarla como «buenismo».

En el Evangelio de Juan (3, 17-18) encontramos una formulación paralela: Dios envió a su Hijo para que el mundo se salve (hína sothe) no para juzgarlo (hína kríne). Juzgar tiene aquí el sentido de condenar; poco más adelante se dirá que el incrédulo «no verá la vida, sino que la cólera (orgé) de Dios permanece sobre él» (ib. 36).

Lo dicho sobre el mandato del Señor y la misión de la iglesia es de máxima seriedad para el destino humano. La fe en Jesús tiene una importancia capital, y depende del anuncio de su Nombre: «No existe bajo el cielo otro Nombre (ónoma) dado a los hombres, por el cual podamos salvarnos» (Hch 4, 12). Este es el kérygma que ha sido encomendado a la Iglesia.

Anunciar a Jesucristo es darlo a conocer, a Él ,Dios verdadero y hombre verdadero; los misterios de su vida, su muerte y resurrección, y su Parusía, que dará conclusión a la historia. Así comprendieron los Apóstoles el mandato de evangelizar. Pablo conjura a Timoteo: «Acuérdate de Jesucristo» -se refiere a su mesianidad y su resurrección- «evitando los discursos huecos y profanos» (2 Tim 2, 8). El discípulo debe «conservar lo que se le ha confiado», el auténtico y bello depósito (parathēkē) de la fe (ib. 1, 13). El que enseña otra cosa (la heterodidaskalía) y no la kat eusébeian didaskalía, la doctrina conforme al respeto y amor que se debe a la Palabra de Dios, es un orgulloso (la expresión original indica que está vacío e inflado, lleno de humo) (1 Tim 6, 3-4), que no sabe nada. Más todavía, Pablo ordena a su discípulo que impida la enseñanza de doctrinas extrañas (otra vez, la heterodidaskalía), de «mitos y genealogías interminables» (ib. 1, 3). Ya entonces asomaba el gnosticismo, que se desarrollaría ampliamente en los siglos siguientes; esta herejía aspiraba a un conocimiento superior y más amplio que la fe, en el cual el «misterio que veneramos» (ib. 3, 6), Jesucristo y su obra salvadora, queda diluido. Una cautela para tomar en cuenta en los procesos de evangelización de culturas ancestrales, cuyos mitos, que pueden ser atrayentes y contener valores, deberían ser cribados objetivamente, sin romanticismo.

En el centro de ese misterio que veneramos refulge la cruz gloriosa; no saber otra cosa -era la aspiración del Apóstol- más que Cristo crucificado (1 Cor 2, 2), «escándalo para los judíos y locura para los paganos» (1 Cor 1, 23 ss.) Skándalon se llama el lazo puesto en el camino para hacer caer, obstáculo o piedra de tropiezo; mōría equivale a locura, insensatez. Hoy sigue siendo igual; la cuestión no es hacernos simpáticos, disimulando ese rigor, con el propósito de ser aceptados. No resulta. Nos complace hablar de la resurrección, pero no tanto de la cruz; ahora bien, sin cruz no hay resurrección.

Es bastante común actualmente descalificar, de modo directo o indirecto, la trasmisión de las verdades católicas, una predicación que tenga por contenido a Jesucristo y los misterios de la fe: se hace de ello una caricatura, como si pretendiera imponer un código doctrinal, y no se dirigiera a la vez a la inteligencia y al corazón. San Francisco de Sales escribió que «el Esposo celestial, queriendo dar comienzo a la publicación de su Ley, derramó sobre la asamblea de discípulos que había reunido para ese oficio lenguas de fuego, mostrando por ese medio que la predicación evangélica está totalmente destinada a abrazar los corazones».

Se establece, muchas veces, una falsa oposición entre doctrina y pastoral; ocuparse de la enseñanza de la doctrina, centrarse en esta actividad, no sería «pastoral». Esta es una clásica muletilla, repetida desde hace varias décadas. No se advierte que así se vacía a la Iglesia de sus tesoros, se la deja anémica e inerme ante los errores que reinan en la cultura vivida, y se hunde a los fieles en la confusión. La preocupación pastoral de la Iglesia le impone iluminar las realidades del mundo de hoy, y juzgar acerca de ellas a la luz del depositum fidei; su ejercicio no debe alienarse en los niveles psicológico, sociológico y político. Contamos con una Tradición que no repite constantemente lo mismo, sino que ofrece la riqueza de siglos de vivencia de la fe, y de aplicación a la realidad mundana de cada época; tiene un carácter homogéneo y analógico, que sirve de guía y modelo para afrontar los problemas actuales desde nuestra identidad, con lucidez y posibilidad cierta de frutos.

La afirmación de la verdad de Cristo no es óbice para el desarrollo de un sincero diálogo interreligioso; el desafío consiste en no confundir y descartar como proselitismo la presentación oportuna de la verdad cristiana, con la intención irrenunciable de que todas las naciones, todos los hombres, lleguen a aceptar el Evangelio. El Concilio Vaticano II, en la Declaración Nostra aetate, al referirse a las diversas religiones no cristianas, recordaba que la Iglesia «anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa, y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas» (n, 2).

Existe una dificultad mayor que los posibles escollos que surjan, para la predicación, en el diálogo interreligioso; es el avance universal de una oposición a toda trascendencia en el pensamiento y la conducta concreta de muchos pueblos, por ejemplo, en naciones que fueron oficialmente católicas. La cultura que se impone globalmente, con poderosos medios de comunicación, y amplio sostén financiero, no solo se opone a la verdad cristiana, sino también a todo sentimiento y pensamiento religioso.

Conviene, a propósito, obtener alguna inspiración meditando en la experiencia de San Pablo, en el Areópago de Atenas. El hallazgo de un altar dedicado al Dios Desconocido (Agnosto theo) sugiere a Pablo desarrollar un discurso racional acerca de Dios -lo que empleando el nombre que acuñó Leibniz podemos llamar teodicea-; lo presenta como un anuncio (katangéllō): en ese Dios que es accesible al conocimiento racional «vivimos, nos movemos y existimos». Contra los ídolos se afirma que «nosotros somos de su raza» (Hch 17, 23 ss.). La segunda parte de la intervención del Apóstol es el discurso propiamente cristiano: Dios juzgará al mundo por medio del Hombre que ha resucitado de entre los muertos, verdad en la cual se basa la invitación a arrepentirse (v. 30 ss.). Algunos se burlan al oír anastásin nekron, resurrección de los muertos; otros remiten el asunto para «otro día» -quizá se interesaban de algún modo en él-. Dionisio y Dámaris aceptan el mensaje cristiano.

En muchos ambientes parece imprescindible comenzar por esta dimensión natural, metafísica, del conocimiento de Dios, para elevar a las almas confundidas por el materialismo y el ateísmo siquiera implícito, por la ausencia de Dios y el desinterés por él. En el diálogo interreligioso desarrollado con sinceridad y rigor objetivo, se puede preparar ese «otro día», en que se esté en condiciones de poner atención a la proclamación del Evangelio.

El anuncio de Cristo incluye la presentación del programa de vida nueva asentada en la fe, y que debe desplegarse en el amor -agápe- hasta la plenitud de la santidad. La predicación apostólica señala las implicancias de ese desarrollo vital del cristiano. La vida nueva exige hacer morir (nekrōsate) la persistencia del pecado. Pablo indica vicios típicamente paganos: fornicación -pornéia, término que designa todos los desarreglos sexuales-, impureza o inmundicia, depravación -akatharsía-, la agitación del alma entregada a las pasiones -páthos-, los malos deseos -epithymía kake-, la codicia, avaricia o amor al dinero, que es una idolatría -pleonexía-. También exhorta el Apóstol a deponer la ira - orgḗ -, la indignación -thymós-, la maldad -kakía-, la blasfemia -el nombre trascribe simplemente el original griego-, y las palabras torpes o mentirosas -aisjología-. Este desarrollo de la Carta a los Colosenses (3, 5 ss.) encuentra paralelos en la Carta a los Romanos (1, 24-32), y Primera a los Corintios (6, 12 ss): las costumbres paganas penetraban en las comunidades, compuestas por fieles provenientes de la gentilidad.

Actualmente se verifica un fenómeno semejante entre los «paganos bautizados» que no llevan una vida eclesial. Esta realidad cultural que sigue creciendo no es reconocida por muchos pastores de la Iglesia, cuya miopía tiene bases ideológicas. No se enseñan los mandamientos de la Ley de Dios, los preceptos de la Torá de Israel asumidos y profundizados por Jesús, en el Sermón de la Montaña. Especialmente se silencia el sexto mandamiento del Decálogo; y se descalifica como obsesos sexuales a quienes advierten su importancia, sobre todo para la educación en la vida cristiana de adolescentes y jóvenes. Inculcar los mandamientos sería imponer un «código moral», incompatible con la visión romántica que se difunde del proceso de evangelización e inculturación. Salta a la vista una curiosa contradicción: los que desconocen el carácter plenario de la moral cristiana, que comporta asimismo una dimensión negativa, como aparece claro en los textos apostólicos citados anteriormente, incurren en un moralismo social frenético: la predicación, que pierde el equilibrio objetivo de sus contenidos, parece reducida a la insistente vindicación de los pobres, y a menudo se le reconoce el colorido de ideologías políticas.

El Catecismo de la Iglesia Católica, y el Compendio de Doctrina Social de la Iglesia ofrecen orientaciones seguras para el empeño en la sociedad civil, y el compromiso de los fieles por la justicia. No es un moralismo; se trata del anuncio plenario de Jesucristo, Salvador y Rey. En este punto me permito una boutade: en la Iglesia se habla incansablemente de los pobres, y los pobres se hacen evangélicos, porque quieren que se les hable de Jesús. De Jesús, la Ley de Dios, la gracia y el pecado, el cielo y el infierno. No son ricos, ni gente de educación eximia, quienes emigran hacia las numerosas denominaciones evangélicas, sino bautizados católicos, algunos -o muchos- de los cuales habrán recibido la catequesis elemental previa a la única Comunión, pero que nunca se habían encontrado con Jesús. Tengo la impresión de que estos hechos no son pensados, estudiados, evaluados, por aquellos que deberían hacerlo.

Otra dimensión del olvido de Jesús es el descuido de los sacramentos. San León Magno dijo que «lo que era visible en nuestro Salvador, ha pasado a los misterios del culto» (in sacramenta transivit). En la Eucaristía, como sabemos, se da la presencia verdadera, real y sustancial del Señor bajo los velos del sacramento; en los otros, la presencia de su poder que perdona, hace crecer en la gracia, alimenta la nueva vida recibida en el bautismo, el rito que le da origen. Es esa la fuente del estilo de vida propiamente cristiano.

El descuido que he señalado se verifica en la situación prácticamente universal de la liturgia, que ha perdido la exactitud objetiva que le corresponde, la solemnidad y la belleza; la forma queda al arbitrio del celebrante, y de las «comunidades» que adoptan las creaciones arbitrarias. Me consta que muchísimos fieles, no pudiendo hacer otra cosa, las sufren.

El moralismo social torna innecesarias las fuentes de la gracia. He oído esta gansada clásica proferida por un sacerdote: no hay que quejarse de la imposibilidad de comulgar porque en estos días de cuarentena las iglesias están cerradas, «Jesucristo son los otros». No falta algún obispo que piense lo mismo: el empeño social puede remplazar al culto, es más importante que la Misa. El error fundamental es presentar como alternativas ambas dimensiones, que son, ambas, modos muy diversos de presencia del Señor. Aquella proposición es antiteológica.

No se advierte que la adoración y el culto sacramental es la fuente sobrenatural de la misión de la Iglesia, de su justa crítica social, y de su trabajo en favor de los pobres. Lo primero que les debemos a estos es Jesucristo. Desgraciadamente, muchas actitudes actuales implican una desfiguración naturalista y temporalista de la misión eclesial. ¿A eso se llama «Iglesia en salida»?. Podríamos preguntarnos: ¿qué sitios abandona al salir, y hacia dónde se dirige?. No son caminos valiosos en los procesos de inculturación la adopción de paradigmas y místicas ajenos y entusiasmantes para componerlos con lo propio, que es siempre actual porque se renueva desde dentro de sí mismo.

El anuncio de Jesús, la predicación que presenta su Persona de Verbo eterno encarnado en una humanidad unívoca con la nuestra, nos permite una comprensión verdaderamente cristiana del misterio de Dios, y su designio de salvación universal, así como nos abre a la participación en la comunión del Hijo con el Padre en el Espíritu Santo. Escribió muy bien Ratzinger - Benedicto XVI; «El discípulo que camina con Jesús es, en ciento modo, coenvuelto con Él en la comunión con Dios». En esta trascendencia de los límites del ser- hombre consiste la salvación.

+ Héctor Aguer, Arzobispo emérito de La Plata

Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Académico Correspondiente de la Academia de Ciencias y Artes de San Isidro. Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).