martes, 29 de agosto de 2017

Dos enfoques sobre la Amoris Laetitia


Primer enfoque


Mons. Víctor Fernández: 
“El capítulo VIII de Amoris Laetitia, lo que queda después de la tormenta”

Aica,  29 Ago 2017


El arzobispo Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica Argentina (UCA), publicó un artículo titulado “El capítulo VIII de Amoris Laetitia: lo que queda después de la tormenta” en la revista del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) y en la web del Centro Bíblico Teológico Pastoral para América Latina y el Caribe (Cebitepal), en el que reflexiona sobre el punto de la comunión a los católicos divorciados en nueva unión en la exhortación postsinodal del papa Francisco.

"Amoris laetitia da lugar a un cambio, que no implica contradicción con la enseñanza anterior", advirtió, y agregó: "Propone un paso adelante, que implica un cambio en la disciplina vigente".

“Después de varios meses de intensa actividad de los sectores que se oponen a las novedades del capítulo octavo de Amoris laetitia -minoritarios pero hiperactivos- o de fuertes intentos para disimularlas, la guerra parece haber llegado a un punto muerto. Ahora conviene detenerse a reconocer qué es concretamente lo que nos deja Francisco como novedad irreversible”, propuso.

El arzobispo argentino aseguró que “si lo que interesa es conocer cómo el Papa mismo interpreta lo que él escribió, la respuesta está muy explícita en su comentario a las orientaciones de los Obispos de la Región Buenos Aires”, publicada recientemente en la página web del Vaticano.


En este sentido, monseñor Fernández recordó que Francisco les envió a sus compatriotas “una carta formal diciendo que ‘el escrito es muy bueno y explicita cabalmente el sentido del capítulo VIII’” y destacó que “es importante advertir que agrega: ‘No hay otras interpretaciones’. Por lo tanto, es innecesario esperar otra respuesta del Papa”. 

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Carta del Papa citada:

Segundo enfoque



Carta pastoral de Mons. Martínez Perea sobre “Matrimonio, nuevas uniones y Eucaristía”

Aica,  29 Ago 2017

   
El obispo de San Luis, monseñor Pedro Daniel Martínez Perea, envió una carta pastoral a los sacerdotes de la diócesis titulada “Matrimonio, nuevas uniones y Eucaristía en el capítulo 8 de la exhortación postsinodal Amoris laetitia, del papa Francisco", a la que define como “un gran catecumenado sobre el amor en la familia que es la célula de la sociedad”.

El prelado pone en primer lugar en contexto el documento pontificio, para luego sugerir un criterio general de lectura de la exhortación, sobre todo del capítulo 8 que ha suscitado interpretaciones diversas. También hace hincapié en los desafíos que se plantean ante “situaciones dolorosas que aquejan a los esposos”, y traza tres caminos posibles de acompañamiento pastoral de estas “nuevas y dolorosas situaciones.

En sus apreciaciones finales, el obispo refiere a la valoración de la fidelidad matrimonial, a la Santa Comunión, a “Eucaristía, a nuevas uniones y conversión pastoral”, a las posibles causas de las distintas interpretaciones, a la valoración “inadecuada” del Magisterio ordinario, a la apreciación “errónea” acerca de la Revelación divina pública y a la concepción dualista de Iglesia”.

En la conclusión, monseñor Martínez Perea animó a los sacerdotes a que “no cedan a la tentación de dar una ‘pseudo-solución pastoral sin verdad’, como para que los fieles se sientan comprendidos. Ni tampoco a dar una especie de ‘pobre receta rigorista e inmisericorde’, como si el fiel fuera sólo un número y no un hijo querido por Dios a quien como ministros de la gracia debemos ayudarlo mostrándole el camino hacia la Bienaventuranza eterna”.

“Amoris laetitia es un gran mensaje de esperanza durante nuestro caminar en este mundo secularizado y terrenal, cuya figura pasará. Encomendemos a los matrimonios y familias de San Luis a la Sagrada Familia con la misma oración que Francisco nos propone al final de Amoris laetitia: “Jesús, María y José en vosotros contemplamos el esplendor del verdadero amor, a vosotros, confiados, nos dirigimos... Santa Familia de Nazaret, haz tomar conciencia a todos de la naturaleza sagrada e inviolable de la familia, de su belleza en el proyecto de Dios. Jesús, María y José, escuchad, acoged nuestra súplica. Amén”, pidió.+

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Texto completo:

  

lunes, 28 de agosto de 2017

Escuela y religión


Reflexión de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de San Francisco
(25 agosto de 2017)

Aica, 28-8-17

La Corte Suprema de la Nación está considerando la cuestión de la enseñanza de religión en la provincia de Salta, a raíz de una demanda en contra de la actual práctica de la provincia norteña. Ha habido audiencias públicas, se han expresado diversas posiciones y se ha generado un saludable debate ciudadano al respecto. Se aguarda con lógica expectación el pronunciamiento autorizado de nuestros jueces supremos. Aquí mis consideraciones personales sobre algunos puntos más filosóficos que jurídicos.

¿Es anacrónico el planteo de la religión en la escuela pública de una sociedad secularizada y plural, como algunos han señalados?

Creo que no. No solo no es anacrónico ni está superado, sino que, nos ofrece la oportunidad de hacer foco en algunos desafíos que hoy nos presenta la problemática educativa, abriéndonos posibilidades interesantes de explorar. En tiempos electorales, es bueno darse un espacio para cuestiones de este tipo, más de largo plazo y de fondo.

Los que sí pueden resultar anacrónicos son los términos en que se plantee la cuestión o la respuesta que se ofrezca a la misma.

Comencemos diciendo que la religión entra por la puerta grande de la escuela cada día del año lectivo. Entra con las personas: alumnos, docentes, familias y demás actores del proceso educativo en todas sus formas y niveles. Las religiones son bastante diversas entre sí, pero poseen un denominador común: tienen que ver con la persona y todo un mundo de valores que orientan la vida. Más o menos explícitamente en sus formulaciones doctrinales, también con mayor o menor convicción de sus seguidores, las grandes religiones presentes en nuestro país –cristianismo, judaísmo, islamismo– ofrecen un horizonte de sentido para la vida. ¿El acto educativo puede desentenderse de él? La misma convivencia ciudadana ¿puede darse el lujo de prescindir de estos puntos de referencia de las personas involucradas en la educación?

El laicismo de viejo cuño –lo digo sin ánimo polémico– tiende a minusvalorar este aspecto del hecho religioso. Sobre todo, cuando lo confina a la esfera de lo privado. Las grandes religiones como el cristianismo no se resignan a este confinamiento. Lo cual no significa que, para estar presentes en el espacio público de la sociedad plural, no tengan que cumplir determinados requisitos para que esa presencia sea no solo legítima sino que redunde en beneficio del interés común. El espacio público, en definitiva, es lugar de convergencia de todos los ciudadanos, también en la pluralidad de sus convicciones religiosas. Pertenece a los ciudadanos antes que al estado, aunque este tenga que regularlo para que sea razonablemente posible la convivencia, incluso con las lógicas tensiones entre personas, grupos y visiones de la realidad.

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Aquí asoma otra cuestión: en la discusión suele oponerse la educación pública a la privada. Es un error. Del sistema educativo público argentino forman parte también las instituciones educativas de gestión privada, la mayoría de las cuales son confesionales, prevaleciendo las católicas. De ahí que haya sido un logro el hablar de educación pública de gestión estatal y de gestión privada. En la historia de nuestro joven país, las tensiones entre lo público y lo privado, la neutralidad religiosa del estado y las religiones en la educación han sido planteadas y resueltas, tal vez más en los hechos que en el plano ideológico, con una sabiduría práctica a la que sería bueno atender. Como suele enseñar el Papa Francisco: la realidad es superior a la idea.

Por otra parte, esta discusión sobre el lugar de la religión en la escuela parecería concentrarse en las de gestión estatal. Las instituciones confesionales lo tendrían resuelto y sin mayores interrogantes. No es así. También las escuelas confesionales, que imparten enseñanza religiosa en sus diseños curriculares, tienen enormes y complejos desafíos en esta materia. Las escuelas católicas, por ejemplo, de un tiempo a esta parte vienen recibiendo alumnos de familias de otras confesiones, no creyentes o no practicantes. Incluso se presentan desafíos para los que se confiesan católicos (alumnos, familias y demás integrantes de la comunidad educativa): ¿cómo se los ayuda a crecer en una fe adulta y convencida, no meramente convencional? Las escuelas católicas no pueden dejar de interrogarse a fondo cómo se respetan y promueven los procesos personales de fe, la libertad religiosa y de conciencia en sus propios ámbitos confesionales. Tema para desarrollar, pero que aquí dejo abierto.

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Sea como fuere la resolución que la Corte dé a la demanda en curso, lo cierto es que los interrogantes que plantea la religión a la acción educativa de las nuevas generaciones no se resuelven simplemente con la presencia o no de un espacio curricular en el que se enseñe religión.

De paso, quisiera aclarar que, respecto a este punto, mi postura personal conjuga algunos principios elementales. Ante todo, el respeto por el derecho a la libertad religiosa (inseparable de la libertad de conciencia, de pensamiento y expresión) y el derecho-deber de los padres ha darle a sus hijos la educación religiosa y ética que consideran más pertinente, también en el sistema educativo de gestión estatal. De ahí que no considero ni ilegítimo ni antijurídico que exista educación religiosa en las escuelas del estado, siempre y cuando se salvaguarde eficazmente la libertad de elección de padres y alumnos.

Si ampliamos la mirada, tanto en Argentina como en otros países (incluso más secularizados) esta práctica no solo existe, sino que también tiene desarrollos interesantes de analizar. Todo lo cual nos habla de una cuestión que, de ninguna manera, puede plantearse en términos dogmáticos, con soluciones apodícticas. Dicho de otra forma: se trata de una cuestión contingente, opinable y, por lo mismo, abierta a diversas soluciones concretas.

* * *

Cerrando el paréntesis, retomo mis reflexiones, centrándome ahora en el concepto de “laicidad”, porque creo que allí se encuentra un buen punto de referencia para acercar posiciones. Es cierto: hoy por hoy, el de “laicidad” es un concepto en estado de ebullición. Para nada unívoco o pacífico. De cómo pensemos su contenido depende la respuesta a nuestra pregunta. Hay concepciones más negativas y cerradas a otorgarle algún aspecto significativo al hecho religioso. Si es esta la concepción que prima, la conclusión lógica es que no hay ninguna posibilidad para que la religión tenga visibilidad en la escuela. Pero, si el concepto de laicidad, superando esa visión negativa, se acerca más al principio de la libertad religiosa, puede ser replanteado en términos tales que, sin negar la neutralidad religiosa del estado y de la educación que este ofrece, sin embargo, se abra a la contribución que las religiones ofrecen a la vida ciudadana.

En este sentido amplio, también la escuela confesional tiene que hacer lugar a la laicidad en su propuesta educativa. Ya hicimos referencia al desafío que significa respetar la libertad religiosa y la dimensión personal del proceso de la fe que deben ser cuidadas con exquisita pulcritud por parte de la escuela católica. Pero laicidad quiere decir también decidida aceptación de la autonomía real de la creación en todas sus dimensiones. Un punto que tiene un sólido fundamento teológico muy desarrollado en la actualidad. Y no me refiero solo a la autonomía de las ciencias y saberes que se ofrecen en toda enseñanza pública (también la de gestión privada confesional), sino también a la autonomía más fundamental que reconoce el humanismo cristiano: la del ser humano, su conciencia y libertad delante de Dios. No solo la escuela católica sino la Iglesia misma tiene aquí un conjunto de desafíos que todavía requieren un largo y fatigoso camino de realización.

La laicidad positiva así planteada ofrece también otro aspecto interesante para explorar. San Juan Pablo II ha definido la laicidad como “lugar de encuentro” de las distintas tradiciones y fuerzas espirituales, éticas y culturales que dinamizan la vida de una nación. Ese es el sentido la neutralidad que el estado ha de asumir de cara a las religiones. El estado ha de ser neutral en materia religiosa porque no puede imponer una determinada opción creyente en desmedro de otras y, en razón del mismo fundamento, ha de promover que las diversas opciones religiosas de los ciudadanos converjan en el espacio público para el bien común, cuidando también que no se ponga en riesgo la convivencia ciudadana.

En este sentido, surge la pregunta: la escuela pública de gestión estatal ¿no puede desarrollar más su identidad laica como espacio de encuentro de las distintas opciones religiosas de las personas que forman su comunidad educativa? ¿No puede cumplir un rol proactivo en el favorecer el conocimiento y respeto recíproco entre las diversas confesiones religiosas presentes en la sociedad y, por ende, en su misma vida cotidiana? Habida cuenta de la rica convivencia interreligiosa que distingue a Argentina, la escuela pública argentina ¿no tendría que expresarlo más visiblemente? ¿Cómo debería ser esa visibilidad institucional de la diversidad religiosa que existe en la sociedad argentina y que se prolonga también en la vida escolar? En algunas ocasiones he sugerido la realización anual de una Jornada de la libertad religiosa en las escuelas con esta finalidad.

Como decía más arriba, el planteo de esta cuestión desborda la legitimidad o no de una materia de religión. Toca otros aspectos que nos llevan al corazón de los desafíos que tiene la escuela, porque son los de los ciudadanos y la sociedad: saber convivir en el respeto por la dignidad de persona del otro, especialmente si es distinto de mí. También en un nivel tan hondo como el que toca la opción religiosa. Se puede seguir silenciando este hecho, por prejuicio ideológico, por pudor o por el infundado temor a que la cuestión religiosa “nos divida más”. Sin embargo, el camino a seguir –al menos es mi convicción personal– va en la dirección contraria: conocer las diferencias, perder el miedo irracional al otro, aprender a convivir.

La cuestión interreligiosa está hoy en las agendas de todas las sociedades modernas, con una actualidad y urgencia que no se pueden silenciar. Aquí, el silencio no es salud.


Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco

domingo, 27 de agosto de 2017

La profecía de Ratzinger sobre el futuro de la Iglesia

… en 1969

INFOVATICANA 27 Agosto, 2017

El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible, decía Ratzigner en 1969.

No fingió ser capaz de predecir el futuro. No. Era demasiado sabio para eso. De hecho, moderó sus comentarios iniciales con la advertencia siguiente:

“Seamos, por consiguiente, prudentes con los pronósticos. Aún es válida la palabra de Agustín según la cual el ser humano es un abismo; nadie puede observar de antemano lo que se alza de ese abismo. Y quien cree que la Iglesia no está determinada sólo por ese abismo que es el ser humano, sino que se fundamenta en el abismo mayor e infinito de Dios, tiene motivos más que suficientes para abstenerse de unas predicciones cuya ingenuidad en el querer-tener-respuestas podría revelar sólo ignorancia histórica”.

Pero su época, inundada de peligros existenciales, cinismo político y desconcierto moral, estaba hambrienta de respuestas. La Iglesia católica, un faro moral en las turbulentas aguas de su tiempo, había pasado recientemente por ciertos cambios propios que tuvieron preguntándose, tanto a adeptos como a inconformistas: “¿Qué será de la Iglesia del futuro?”.

Y de esta forma, en 1969, se encontraba el sacerdote Joseph Ratzinger en una radio alemana respondiendo con sus reflexiones. Aquí están sus comentarios finales:

Con esto hemos llegado a nuestro hoy y a la reflexión sobre el mañana. El futuro de la Iglesia puede venir y vendrá también hoy sólo de la fuerza de quienes tienen raíces profundas y viven de la plenitud pura de su fe. El futuro no vendrá de quienes sólo dan recetas. No vendrá de quienes sólo se adaptan al instante actual. No vendrá de quienes sólo critican a los demás y se toman a sí mismos como medida infalible.

Tampoco vendrá de quienes eligen sólo el camino más cómodo, de quienes evitan la pasión de la fe y declaran falso y superado, tiranía y legalismo, todo lo que es exigente para el ser humano, lo que le causa dolor y le obliga a renunciar a sí mismo. Digámoslo de forma positiva: el futuro de la Iglesia, también en esta ocasión, como siempre, quedará marcado de nuevo con el sello de los santos. Y, por tanto, por seres humanos que perciben más que las frases que son precisamente modernas. Por quienes pueden ver más que los otros, porque su vida abarca espacios más amplios.

La generosidad que libera a las personas se alcanza sólo en la paciencia de las pequeñas renuncias cotidianas a uno mismo. En esta pasión cotidiana, la única que permite al ser humano experimentar de cuántas formas diferentes, lo ata su propio yo, en esta pasión cotidiana y sólo en ella, se abre el ser humano poco a poco. Él solamente ve en la medida en que ha vivido y sufrido. Si hoy apenas podemos percibir aún a Dios, se debe a que nos resulta muy fácil evitarnos a nosotros mismos y huir de la profundidad de nuestra existencia, anestesiados por cualquier comodidad. Así, lo más profundo en nosotros sigue sin ser explorado. Si es verdad que sólo se ve bien con el corazón, ¡qué ciegos estamos todos!

¿Qué significa esto para nuestra pregunta? Significa que las grandes palabras de quienes nos profetizan una Iglesia sin Dios y sin fe son palabras vanas. No necesitamos una Iglesia que celebre el culto de la acción en oraciones políticas. Es completamente superflua y por eso desaparecerá por sí misma. Permanecerá la Iglesia de Jesucristo, la Iglesia que cree en el Dios que se ha hecho ser humano y que nos promete la vida más allá de la muerte.

De la misma manera, el sacerdote que sólo sea un funcionario social puede ser reemplazado por psicoterapeutas y otros especialistas. Pero seguirá siendo aún necesario el sacerdote que no es especialista, que no se queda al margen cuando aconseja en el ejercicio de su ministerio, sino que en nombre de Dios se pone a disposición de los demás y se entrega a ellos en sus tristezas, sus alegrías, su esperanza y su angustia.

Demos un paso más. También en esta ocasión, de la crisis de hoy surgirá mañana una Iglesia que habrá perdido mucho. Se hará pequeña, tendrá que empezar todo desde el principio. Ya no podrá llenar muchos de los edificios construidos en una coyuntura más favorable. Perderá adeptos, y con ellos muchos de sus privilegios en la sociedad. Se presentará, de un modo mucho más intenso que hasta ahora, como la comunidad de la libre voluntad, a la que sólo se puede acceder a través de una decisión. Como pequeña comunidad, reclamará con mucha más fuerza la iniciativa de cada uno de sus miembros.

Ciertamente conocerá también nuevas formas ministeriales y ordenará sacerdotes a cristianos probados que sigan ejerciendo su profesión: en muchas comunidades más pequeñas y en grupos sociales homogéneos la pastoral se ejercerá normalmente de este modo. Junto a estas formas seguirá siendo indispensable el sacerdote dedicado por entero al ejercicio del ministerio como hasta ahora. Pero en estos cambios que se pueden suponer, la Iglesia encontrará de nuevo y con toda la determinación lo que es esencial para ella, lo que siempre ha sido su centro: la fe en el Dios trinitario, en Jesucristo, el Hijo de Dios hecho hombre, la ayuda del Espíritu que durará hasta el fin. La Iglesia reconocerá de nuevo en la fe y en la oración su verdadero centro y experimentará nuevamente los sacramentos como celebración y no como un problema de estructura litúrgica.

Será una Iglesia interiorizada, que no suspira por su mandato político y no flirtea con la izquierda ni con la derecha. Le resultará muy difícil. En efecto, el proceso de la cristalización y la clarificación le costará también muchas fuerzas preciosas. La hará pobre, la convertirá en una Iglesia de los pequeños. El proceso resultará aún más difícil porque habrá que eliminar tanto la estrechez de miras sectaria como la voluntariedad envalentonada. Se puede prever que todo esto requerirá tiempo.

El proceso será largo y laborioso, al igual que también fue muy largo el camino que llevó de los falsos progresismos, en vísperas de la revolución francesa –cuando también entre los obispos estaba de moda ridiculizar los dogmas y tal vez incluso dar a entender que ni siquiera la existencia de Dios era en modo alguno segura– hasta la renovación del siglo xix.

Pero tras la prueba de estas divisiones surgirá, de una Iglesia interiorizada y simplificada, una gran fuerza, porque los seres humanos serán indeciblemente solitarios en un mundo plenamente planificado. Experimentarán, cuando Dios haya desaparecido totalmente para ellos, su absoluta y horrible pobreza. Y entonces descubrirán la pequeña comunidad de los creyentes como algo totalmente nuevo. Como una esperanza importante para ellos, como una respuesta que siempre han buscado a tientas.

A mí me parece seguro que a la Iglesia le aguardan tiempos muy difíciles. Su verdadera crisis apenas ha comenzado todavía. Hay que contar con fuertes sacudidas. Pero yo estoy también totalmente seguro de lo que permanecerá al final: no la Iglesia del culto político, ya exánime, sino la Iglesia de la fe. Ciertamente ya no será nunca más la fuerza dominante en la sociedad en la medida en que lo era hasta hace poco tiempo. Pero florecerá de nuevo y se hará visible a los seres humanos como la patria que les da vida y esperanza más allá de la muerte.

La Iglesia católica sobrevivirá a pesar de los hombres y las mujeres, no necesariamente gracias a ellos. Y aun así, todavía nos queda trabajo por hacer. Debemos rezar y cultivar el autosacrificio, la generosidad, la lealtad, la devoción sacramental y una vida centrada en Cristo.
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En 2007, se publicó Fe y futuro, un libro donde queda recogido al completo este discurso del padre Joseph Ratzinger, recogido originalmente por Aleteia.

lunes, 21 de agosto de 2017

Destacado teólogo dominico

reformar el Derecho Canónico para enmendar los errores doctrinales del Papa

Gabriel Ariza
Infovaticana, 21 Agosto, 2017

El padre Aidan Nichols, un autor prolífico que ha dado clases en Oxford y Cambridge, como también en el Angelicum de Rome, ha dicho que la exhortación Amoris Laetitia del Papa Francisco ha llevado a una situación «extremadamente grave» y propone que, dado que las declaraciones del Papa incluyen cuestiones relacionadas con el matrimonio y la ley moral, la Iglesia tal vez necesite «un procedimiento que llame al orden a un Papa que, en su enseñanza, incurre en el error».

El teólogo dominico ha afirmado que dicho procedimiento tal vez sería menos «conflictivo» si tuviera lugar durante un futuro pontificado, en lugar de que suceda lo que ocurrió con el Papa Honorio, que fue condenado por error tras dejar la cátedra de Pedro.
El padre Nichols ha hecho estas declaraciones ante una audiencia de mayoría no católica durante la conferencia anual, en la ciudad de Cuddesdon, de una sociedad ecuménica: la Fellowship of St Alban and St Sergius.
Ha afirmado que el proceso judicial «disuadiría a los Papas de cualquier tendencia a la rebeldía doctrinal, o a la simple negligencia» y daría respuesta a algunas «angustias ecuménicas» de anglicanos, ortodoxos y otros que temen que el Papa tenga carta blanca para imponer su enseñanza. «Desde luego, parece que la actual crisis del magisterio romano tenga la providencial intención de llamar la atención sobre los límites de la primacía a este respecto».
El padre Nichols ha escrito más de cuarenta libros de filosofía, teología, apologética y crítica. En 2006 fue el primer profesor que ha sido designado, desde la Reforma, por la Universidad de Oxford para impartir Teología Católica.

Hasta ahora no había hecho ningún comentario público sobre Amoris Laetitia, pero fue uno de los cuarenta y cinco sacerdotes y teólogos que firmaron una carta dirigida al Colegio de los Cardenales, y que posteriormente fue filtrada. La carta pedía a los cardenales que solicitaran aclaraciones al Papa para, así, impedir las interpretaciones heréticas y erróneas de la exhortación.
En su ponencia el padre Nichols ha mencionado algunas de las preocupaciones que ya se mencionaban en la carta: por ejemplo, que Amoris Laetitia parece insinuar que la vida monástica no está a un nivel más elevado que el matrimonio, una postura condenada como herética por el Concilio de Trento.

También se ha interpretado que la exhortación defiende que los divorciados que se han vuelto a casar pueden recibir la comunión sin comprometerse en vivir «como hermano y hermana». Esto contradice la enseñanza perenne de la Iglesia, reafirmada por los Papas San Juan Pablo II y Benedicto XVI.
El padre Nichols ha declarado que esta interpretación, que supuestamente ha sido aprobada por el Papa Francisco, introduciría en la Iglesia «un estado de vida del que antes no se había oído hablar dentro de ella: diciéndolo sin rodeos, un concubinato tolerado».

Ha añadido que el modo con el que Amoris Laetitia defiende «un concubinato tolerado» (sin utilizar la frase) es, potencialmente, más nocivo y cita la descripción de la exhortación en relación con la conciencia que «reconoce que una situación dada no corresponde objetivamente a las exigencias del Evangelio» y que considera «con una cierta seguridad moral… lo que por ahora es la respuesta más generosa». El padre Nichols afirma que esto parece decir que «las acciones condenadas por la ley de Cristo pueden ser a veces moralmente buenas o, incluso, que hayan sido requeridas por Dios».
Esto contradiría la enseñanza de la Iglesia según la cual algunos actos son siempre moralmente malos, ha declarado el padre Nichols.

También ha llamado la atención sobre la declaración -presumiblemente referente a las intenciones de vivir en continencia-, que alguien «puede conocer perfectamente la norma y, sin embargo, encontrarse en una situación concreta que no le permita actuar de manera diferente, por lo que decide actuar de otra manera sin pecar ulteriormente». El padre Nichols ha observado que el Concilio de Trento había condenado solemnemente la idea según la cual «los mandamientos de Dios son imposibles de cumplir incluso para un hombre que ha sido justificado y consolidado por la gracia». Amoris Laetitia parece decir que no siempre es posible, o incluso aconsejable, seguir la ley moral.

Si estas declaraciones sobre las acciones morales fueran correctas, ha dicho el padre Nichols, «entonces ningún ámbito de la moralidad cristiana saldría indemne».
Ha declarado que es preferible pensar que el Papa ha sido sólo «negligente» con el lenguaje utilizado, en lugar de pensar que está enseñando un error. Pero parece que esto no es así, dados los informes presentados por la Congregación para la Doctrina de la Fe en los que se sugieren correcciones a Amoris Laetitia, informes que han sido ignorados.

El cardenal Raymond Burke ha hablado públicamente sobre corregir formalmente al Papa. No obstante, el padre Nichols ha afirmado que ni el Código de Derecho Canónico Occidental ni el Oriental contienen un procedimiento que «permita llevar a cabo una investigación en el caso de que se sospeche que un Papa haya enseñado un error doctrinal; mucho menos hay una disposición para un juicio» y ha declarado que la tradición en el Derecho Canónico es que la «primera sede no es juzgada por nadie». Ha añadido que el Concilio Vaticano I había restringido la doctrina de la infalibilidad papal: «no es la posición de la Iglesia Católica Romana que un Papa sea incapaz de inducir al error a la gente mediante una falsa enseñanza».

«Él puede ser el juez de apelación supremo de la cristiandad… pero esto no le hace inmune a la posibilidad de perpetrar errores garrafales en lo que respecta a la doctrina. Sorprendentemente, o tal vez no lo sea tanto dada la misericordia que ha rodeado a las figuras de los Papas desde el pontificado de Pío IX, este hecho parece ser desconocido a muchos que sí deberían saberlo». Dados los límites de la infalibilidad papal, el Derecho Canónico debería poder contemplar un procedimiento formal si el Papa incurre en error en su enseñanza.

El padre Nichols ha dicho que las conferencias episcopales han sido lentas en expresar su apoyo al Papa Francisco, probablemente debido a su división interna; y ha añadido que el programa del Papa «no habría ido tan lejos si no se hubiera designado a teólogos progresistas a cargos elevados tanto en el episcopado mundial como en las filas de la curia romana».
El padre Nichols ha afirmado que «hay peligro de un posible cisma», pero que no es un daño tan inmediato como «la difusión de la herejía moral». El punto de vista que aparentemente contiene Amoris Laetitia, si no se corrige, «será considerado cada vez más como una opinión teológica aceptable. Y esto causará un daño mayor, difícil de reparar».

Ha concluido que la ley de la Iglesia permanecerá gracias a «quienes dan vida a la ley a través de la fidelidad en el amor».


(Publicado originalmente en Catholic Herald. Traducción de Helena Faccia Serrano para InfoVaticana)

El teólogo según la Instrucción Donum Veritatis


Una relectura útil para la Doctrina Social de la Iglesia.

Observatorio Van Thuan, 1 agosto 2017

Stefano Fontana


Nuestro Observatorio se ha ocupado en varias ocasiones sobre el método utilizado para enseñar la Doctrina Social de la Iglesia en los Seminarios e Institutos Teológicos, sin esconder su preocupación al respecto. Está claro que al ser la Doctrina Social de la Iglesia formalmente “Teología moral”, su enseñanza depende de qué se entiende por teología moral, por la teología en general y cuál es el papel que tiene el teólogo. Puede ser útil, entonces, recorrer las principales directrices de la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la Fe Donum veritatis sobre la vocación eclesial del teólogo, de 1990. Si el teólogo, cuando enseña, respeta estas indicaciones, la enseñanza de la Doctrina de la Iglesia, allí donde la haya, está a salvo; en caso contrario, está seriamente dañada o deformada.

En el lejano 1972, el teólogo Karl Rahner[1] escribía que si en una diócesis un determinado número de teólogos propone tesis heterodoxas, el obispo no debe intervenir con sanciones o condenas, porque el pluralismo teológico y las exigencias de la investigación se lo desaconsejan. De hecho, a partir de ese momento muchos teólogos han enseñado tesis heterodoxas o, por lo menos, extrañas, sin ser reprendidos por los pastores. Se observa aquí el delicado problema de la relación entre teólogos y pastores que, aún hoy, dista mucho de estar resuelto en la práctica, si bien la Instrucción de la que nos ocupamos aquí se haya expresado muy claramente al respecto.

Por otra parte, el hecho mismo que esta Instrucción, firmada por el entonces Prefecto, el Cardenal Ratzinger, y aprobada por el Papa Juan Pablo II, haya sido ampliamente desatendida -y hayan sido muchos los teólogos que no la han obedecido-, demuestra claramente que el problema de la relación entre teólogos y pastores es real.

Se puede decir que, a partir del Concilio  Vaticano II, el papel de los teólogos pasó a ser preeminente[2], por lo que muchos pastores viven en una especie de sometimiento psicológico y cultural a los mismos. Por consiguiente, es urgente reconsiderar la función eclesial del teólogo.
La verdad que une
A pesar de que hoy se habla mucho de pluralismo teológico, la Instrucción Donum veritatis afirma que la verdad une y libera a los hombres del aislamiento y las oposiciones. La Iglesia tiene el don de conservar y transmitir el don de la verdad y sólo con esta condición puede ser la sal de la tierra y la luz del mundo, es decir, puede desarrollar su acción pastoral.

Se incluye aquí la función del teólogo, que se distingue en «lograr, en comunión con el Magisterio, una comprensión cada vez más profunda de la Palabra de Dios contenida en la Escritura inspirada y transmitida por la tradición viva de la iglesia».

Para desarrollar esta tarea, el teólogo tiene que integrarse correctamente en la relación entre fe y razón. La fe apela a la inteligencia y, por lo tanto, la ciencia teológica es la inteligencia de la fe. Esto tiene claramente también una implicación apologética, porque responde al mandamiento del apóstol Pedro de dar razón de la propia fe. Además, la ciencia teológica debe «reconocer la capacidad que posee la razón humana para alcanzar la verdad, como también su capacidad metafísica de conocer a Dios a partir de lo creado»[3]. Éste es un punto importante. Muchos teólogos enseñan que la metafísica no es posible, niegan el valor de la demostración racional de la existencia de Dios a partir de la experiencia y se remontan a filosofías que no piensan que es posible alcanzar la verdad. Haciendo esto, sin embargo, no sólo no se plantea correctamente la propia disciplina, sino que tampoco se desarrolla una función eclesial. Como afirma la Donum veritatis, se pueden asumir sólo filosofías que «puedan ser asumidas en la reflexión sobre la doctrina revelada». ¿Qué se puede decir, entonces, del pluralismo filosófico en teología, tan proclamado hoy en día? El discernimiento de las filosofías «tiene su principio normativo último en la doctrina revelada. Es ésta la que debe suministrar los criterios para el discernimiento de esos elementos e instrumentos conceptuales, y no al contrario». En otras palabras: para discernir si la filosofía de Heidegger es cónsona a la fe, debo partir de la doctrina de la fe y no de la filosofía de Heidegger. Pero, ¿cuántos teólogos lo hacen?

Cuando los teólogos y los docentes en los Institutos de Ciencias Religiosas no cumplen con este deber, desatienden también otra importante obligación que tienen como miembros del pueblo de Dios: «respetarlo y comprometerse a darle una enseñanza que no lesione en lo más mínimo la doctrina de la fe».

Los teólogos deben tener libertad de investigación, pero en el sentido verdadero de la libertad. La investigación debe respetar el método que se corresponde con el objeto de dicha investigación, que es la verdad revelada: «Desatender estos datos, que tienen valor de principio, equivaldría a dejar de hacer teología».
Los teólogos y el magisterio
La Instrucción Donum veritatis recuerda los principios de la doctrina de la fe que atañen al papel del magisterio en la Iglesia. Su objetivo es «vigilar para que el pueblo de Dios permanezca en la verdad que hace libres». La nueva alianza de Dios en Jesucristo tiene carácter definitivo. El magisterio tutela al pueblo de Dios «de las desviaciones y extravíos y garantizándole la posibilidad objetiva de profesar sin errores la fe auténtica». Esta tarea concierne a la doctrina, pero también la moral y el magisterio pueden expresar, por un parte, juicios normativos para la conciencia de los fieles y, por la otra, juicios infalibles en relación con los actos que no son conformes a las exigencias de la fe. Las tareas del magisterio se extienden, por lo tanto, también a la ley moral natural. Toda esta doctrina, como bien se sabe, fue desarrollada por Juan Pablo II en la encíclica Veritatis splendor.

Si pensamos en el gran número de teólogos que niegan la existencia misma de una ley natural y así se lo enseñan a los jóvenes seminaristas, si pensamos en el trato que muchos de ellos dan a la Humanae vitae de Pablo VI o a la Veritatis splendor de Juan Pablo II, nos damos cuenta de cuán oportunas y actuales son las indicaciones de la Donum veritatis.

El teólogo, por lo tanto, debe servir a esta dinámica de la fe y, en consecuencia, debe tener la relación adecuada con el magisterio de la Iglesia; sobre todo, como subraya la Instrucción de la que estamos hablando, cuando este teólogo tiene también la tarea de enseñar. La actividad de la enseñanza se convierte, entonces, en «una participación de la labor del Magisterio al cual está ligada por un vínculo jurídico».

Con el magisterio puede haber situaciones de tensión. Éstas no pueden tener que ver, ciertamente, con argumentos en los que el magisterio se haya expresado de manera definitiva, sino en todo caso con temas debatidos sobre los que el magisterio se haya pronunciado con prudencia. En estos casos, el teólogo renunciará a manifestar en público sus opiniones e intentará profundizar el conocimiento del problema en cuestión, bien sabiendo que no puede encomendarse sólo a la propia conciencia. Si las diferencias de opiniones permanecen, el teólogo –añade la Donum veritatis– no se dirigirá a los medios de comunicación, sino a las autoridades magisteriales, aceptando incluso sufrir en silencio y orando.
También a este respecto, cuánta distancia hay entre estas instrucciones y la realidad.

El disentimiento eclesial
La última parte de la Donum veritatis está dedicada al disentimiento, es decir, a una oposición al magisterio no individual de este o aquel teólogo, pero organizada. Antes del Concilio asistimos a muchas manifestaciones de disentimiento que fueron presentadas, posteriormente, como anticipaciones al Concilio mismo. Después del Concilio hemos asistido a muchas formas de disentimientos que han sido presentadas como aplicaciones del Concilio.

Las observaciones de la Donum veritatis sobre el disentimiento son muy importantes porque clarifican el significado del pluralismo teológico que, a menudo, es llamado en causa: «En cuanto al pluralismo teológico, éste es legítimo únicamente en la medida en que se salvaguarde la unidad de la fe en su significado objetivo». El pluralismo se funda sobre la insondable profundidad del misterio de Cristo, pero no puede mínimamente cuestionar las verdades sobre las que el magisterio ya se ha pronunciado. El disentimiento, en cambio, se fundaba precisamente sobre esta insondable profundidad para decir que todas las afirmaciones del magisterio son relativas.

Con mucha frecuencia, en las instituciones académicas católicas el pluralismo teológico es comprendo precisamente en este sentido equivocado. Y sucede que docentes teólogos enseñan lo contrario de cuanto ha sido definido por el magisterio de manera definitiva.

Es de gran interés que la Donum veritatis afirme que es imposible apelar a la concepción moderna de los derechos del hombre para afirmar un supuesto derecho al disentimiento en una supuesta Iglesia plural. La libertad no significa en absoluto libertad de la verdad. En la Iglesia no puede haber una libertad de opinión en el sentito moderno de la expresión, hasta el punto que -recuerda la Instrucción- a un teólogo profesor la autoridad magisterial le puede retirar la misión canónica o el mandato de docencia.

Sin embargo, observamos que estas medidas se toman raramente si las comparamos con la frecuencia con que suceden las incorrecciones teológicas de los docentes; esto evidencia, desde un punto de vista que ya no es el del teólogo, sino que es ahora el del magisterio, que las instrucciones de la Donum veritatis son muy oportunas y hay que recuperarlas.


Stefano Fontana

[1] Cfr. Stefano Fontana. La nuova Chiesa di Karl Rahner. Il teologo che ha insegnato ad arrendersi al mondo, Fede & Cultura, Verona 2016.

[2] Cf Stefano Fontana, Il Concilio restituito alla Chiesa. Dieci domande sul Vaticano II, La Fontana di Siloe-Lindau, Torino 2014.


[3] Este punto, hoy en día casi totalmente desatendido, es una enseñanza del Catecismo y ha sido explicado de manera autorizada por Fides et ratio (1998) de Juan Pablo II: “Un pensamiento filosófico que rechazase cualquier apertura metafísica sería radicalmente inadecuado para desempeñar un papel de mediación en la comprensión de la Revelación” (n. 83).

sábado, 19 de agosto de 2017

El ex general de los dominicos

llama a liberarse de la dictadura de la tradición

catolicos-on-line, agosto 2017

Timothy Radcliffe, OP, Maestro de la Orden de Predicadores del 1992 al 2001 y consultor del Consejo Pontificio para la Justicia y la Paz, dio recientemente una charla en Australia en la que criticó duramente el uso de la Tradición para abordar el matrimonio y el divorcio.

Un artículo publicado en la página oficial de la Orden Dominicana revela que Radcliffe habló del «absolutismo y la tiranía de la tradición que produce una exclusión de la creatividad» en una charla que tuvo lugar el pasado 10 de mayo en Brisbane, Australia.

«El P. Radcliffe desarrolló esta idea al hablar del matrimonio, el divorcio y la comunión», explica la web dominica. El dominico aseguró que si las personas divorciadas vueltas a casar se enfrentan a su propia responsabilidad y fracaso, si se enfrentan a lo que habían hecho, quizás lo mejor para ellas sea volver a la medicina de la Eucaristía, pero no habla de la necesidad de abandonar su condición de divorciados vueltos a casar.

Igualmente hizo referencia al hecho de que hasta el siglo III la Iglesia excluía para siempre a los que habían cometido el pecado de adulterio, mientras que luego se decidió que podían volver a la comunión eclesial (n. de InfoCatólica: obviamente siempre que dejaran el adulterio atrás, no sin dejarlo como se pretende ahora).

Radcliffe puso especial énfasis en el papel que desempeña la «conciencia» como norma para decidir si los católicos que viven en relaciones objetivamente pecaminosas pueden recibir la Sagrada Comunión. Es decir, contradice expresamente el Magisterio de la Iglesia, especialmente el de la encíclica Veritatis Splendor de San Juan Pablo II:

No es la primera vez que el fraile que dirigió durante nueve años la Orden de los Predicadores manifiesta opiniones contrarias al magisterio de la Iglesia. Por ejemplo, esto afirmó sobre la homosexualidad en el año 2005:


«¿Cómo abordar la cuestión de la sexualidad gay? ¡No podemos comenzar con la pregunta de si está permitido o prohibido! Debemos preguntar lo que significa, y en qué medida es  Eucarístico. Ciertamente puede ser generosa, vulnerable, tierna, mutua y no violenta. Por lo que, de muchas formas, pensaría que puede ser una expresión de la autodonación de Cristo. También podemos observar cómo puede ser una expresión de fidelidad mutua, una relación de alianza en la cual dos personas se unen el uno al otro para siempre…»