Reflexión de monseñor Sergio O. Buenanueva, obispo de
San Francisco
(25 agosto de 2017)
Aica, 28-8-17
La Corte Suprema de la Nación está considerando la
cuestión de la enseñanza de religión en la provincia de Salta, a raíz de una
demanda en contra de la actual práctica de la provincia norteña. Ha habido
audiencias públicas, se han expresado diversas posiciones y se ha generado un
saludable debate ciudadano al respecto. Se aguarda con lógica expectación el
pronunciamiento autorizado de nuestros jueces supremos. Aquí mis
consideraciones personales sobre algunos puntos más filosóficos que jurídicos.
¿Es anacrónico el planteo de la religión en la escuela
pública de una sociedad secularizada y plural, como algunos han señalados?
Creo que no. No solo no es anacrónico ni está
superado, sino que, nos ofrece la oportunidad de hacer foco en algunos desafíos
que hoy nos presenta la problemática educativa, abriéndonos posibilidades
interesantes de explorar. En tiempos electorales, es bueno darse un espacio
para cuestiones de este tipo, más de largo plazo y de fondo.
Los que sí pueden resultar anacrónicos son los
términos en que se plantee la cuestión o la respuesta que se ofrezca a la
misma.
Comencemos diciendo que la religión entra por la
puerta grande de la escuela cada día del año lectivo. Entra con las personas:
alumnos, docentes, familias y demás actores del proceso educativo en todas sus
formas y niveles. Las religiones son bastante diversas entre sí, pero poseen un
denominador común: tienen que ver con la persona y todo un mundo de valores que
orientan la vida. Más o menos explícitamente en sus formulaciones doctrinales,
también con mayor o menor convicción de sus seguidores, las grandes religiones
presentes en nuestro país –cristianismo, judaísmo, islamismo– ofrecen un
horizonte de sentido para la vida. ¿El acto educativo puede desentenderse de
él? La misma convivencia ciudadana ¿puede darse el lujo de prescindir de estos
puntos de referencia de las personas involucradas en la educación?
El laicismo de viejo cuño –lo digo sin ánimo polémico–
tiende a minusvalorar este aspecto del hecho religioso. Sobre todo, cuando lo
confina a la esfera de lo privado. Las grandes religiones como el cristianismo
no se resignan a este confinamiento. Lo cual no significa que, para estar
presentes en el espacio público de la sociedad plural, no tengan que cumplir
determinados requisitos para que esa presencia sea no solo legítima sino que
redunde en beneficio del interés común. El espacio público, en definitiva, es
lugar de convergencia de todos los ciudadanos, también en la pluralidad de sus
convicciones religiosas. Pertenece a los ciudadanos antes que al estado, aunque
este tenga que regularlo para que sea razonablemente posible la convivencia,
incluso con las lógicas tensiones entre personas, grupos y visiones de la
realidad.
* * *
Aquí asoma otra cuestión: en la discusión suele
oponerse la educación pública a la privada. Es un error. Del sistema educativo
público argentino forman parte también las instituciones educativas de gestión
privada, la mayoría de las cuales son confesionales, prevaleciendo las
católicas. De ahí que haya sido un logro el hablar de educación pública de
gestión estatal y de gestión privada. En la historia de nuestro joven país, las
tensiones entre lo público y lo privado, la neutralidad religiosa del estado y
las religiones en la educación han sido planteadas y resueltas, tal vez más en
los hechos que en el plano ideológico, con una sabiduría práctica a la que
sería bueno atender. Como suele enseñar el Papa Francisco: la realidad es
superior a la idea.
Por otra parte, esta discusión sobre el lugar de la
religión en la escuela parecería concentrarse en las de gestión estatal. Las
instituciones confesionales lo tendrían resuelto y sin mayores interrogantes.
No es así. También las escuelas confesionales, que imparten enseñanza religiosa
en sus diseños curriculares, tienen enormes y complejos desafíos en esta
materia. Las escuelas católicas, por ejemplo, de un tiempo a esta parte vienen
recibiendo alumnos de familias de otras confesiones, no creyentes o no
practicantes. Incluso se presentan desafíos para los que se confiesan católicos
(alumnos, familias y demás integrantes de la comunidad educativa): ¿cómo se los
ayuda a crecer en una fe adulta y convencida, no meramente convencional? Las
escuelas católicas no pueden dejar de interrogarse a fondo cómo se respetan y
promueven los procesos personales de fe, la libertad religiosa y de conciencia
en sus propios ámbitos confesionales. Tema para desarrollar, pero que aquí dejo
abierto.
* * *
Sea como fuere la resolución que la Corte dé a la
demanda en curso, lo cierto es que los interrogantes que plantea la religión a
la acción educativa de las nuevas generaciones no se resuelven simplemente con
la presencia o no de un espacio curricular en el que se enseñe religión.
De paso, quisiera aclarar que, respecto a este punto,
mi postura personal conjuga algunos principios elementales. Ante todo, el
respeto por el derecho a la libertad religiosa (inseparable de la libertad de
conciencia, de pensamiento y expresión) y el derecho-deber de los padres ha
darle a sus hijos la educación religiosa y ética que consideran más pertinente,
también en el sistema educativo de gestión estatal. De ahí que no considero ni
ilegítimo ni antijurídico que exista educación religiosa en las escuelas del
estado, siempre y cuando se salvaguarde eficazmente la libertad de elección de
padres y alumnos.
Si ampliamos la mirada, tanto en Argentina como en
otros países (incluso más secularizados) esta práctica no solo existe, sino que
también tiene desarrollos interesantes de analizar. Todo lo cual nos habla de
una cuestión que, de ninguna manera, puede plantearse en términos dogmáticos,
con soluciones apodícticas. Dicho de otra forma: se trata de una cuestión
contingente, opinable y, por lo mismo, abierta a diversas soluciones concretas.
* * *
Cerrando el paréntesis, retomo mis reflexiones,
centrándome ahora en el concepto de “laicidad”, porque creo que allí se
encuentra un buen punto de referencia para acercar posiciones. Es cierto: hoy
por hoy, el de “laicidad” es un concepto en estado de ebullición. Para nada
unívoco o pacífico. De cómo pensemos su contenido depende la respuesta a
nuestra pregunta. Hay concepciones más negativas y cerradas a otorgarle algún
aspecto significativo al hecho religioso. Si es esta la concepción que prima,
la conclusión lógica es que no hay ninguna posibilidad para que la religión
tenga visibilidad en la escuela. Pero, si el concepto de laicidad, superando
esa visión negativa, se acerca más al principio de la libertad religiosa, puede
ser replanteado en términos tales que, sin negar la neutralidad religiosa del
estado y de la educación que este ofrece, sin embargo, se abra a la contribución
que las religiones ofrecen a la vida ciudadana.
En este sentido amplio, también la escuela confesional
tiene que hacer lugar a la laicidad en su propuesta educativa. Ya hicimos
referencia al desafío que significa respetar la libertad religiosa y la
dimensión personal del proceso de la fe que deben ser cuidadas con exquisita
pulcritud por parte de la escuela católica. Pero laicidad quiere decir también
decidida aceptación de la autonomía real de la creación en todas sus
dimensiones. Un punto que tiene un sólido fundamento teológico muy desarrollado
en la actualidad. Y no me refiero solo a la autonomía de las ciencias y saberes
que se ofrecen en toda enseñanza pública (también la de gestión privada
confesional), sino también a la autonomía más fundamental que reconoce el
humanismo cristiano: la del ser humano, su conciencia y libertad delante de
Dios. No solo la escuela católica sino la Iglesia misma tiene aquí un conjunto
de desafíos que todavía requieren un largo y fatigoso camino de realización.
La laicidad positiva así planteada ofrece también otro
aspecto interesante para explorar. San Juan Pablo II ha definido la laicidad
como “lugar de encuentro” de las distintas tradiciones y fuerzas espirituales,
éticas y culturales que dinamizan la vida de una nación. Ese es el sentido la
neutralidad que el estado ha de asumir de cara a las religiones. El estado ha
de ser neutral en materia religiosa porque no puede imponer una determinada
opción creyente en desmedro de otras y, en razón del mismo fundamento, ha de
promover que las diversas opciones religiosas de los ciudadanos converjan en el
espacio público para el bien común, cuidando también que no se ponga en riesgo
la convivencia ciudadana.
En este sentido, surge la pregunta: la escuela pública
de gestión estatal ¿no puede desarrollar más su identidad laica como espacio de
encuentro de las distintas opciones religiosas de las personas que forman su
comunidad educativa? ¿No puede cumplir un rol proactivo en el favorecer el
conocimiento y respeto recíproco entre las diversas confesiones religiosas
presentes en la sociedad y, por ende, en su misma vida cotidiana? Habida cuenta
de la rica convivencia interreligiosa que distingue a Argentina, la escuela
pública argentina ¿no tendría que expresarlo más visiblemente? ¿Cómo debería
ser esa visibilidad institucional de la diversidad religiosa que existe en la
sociedad argentina y que se prolonga también en la vida escolar? En algunas
ocasiones he sugerido la realización anual de una Jornada de la libertad religiosa
en las escuelas con esta finalidad.
Como decía más arriba, el planteo de esta cuestión
desborda la legitimidad o no de una materia de religión. Toca otros aspectos
que nos llevan al corazón de los desafíos que tiene la escuela, porque son los
de los ciudadanos y la sociedad: saber convivir en el respeto por la dignidad
de persona del otro, especialmente si es distinto de mí. También en un nivel
tan hondo como el que toca la opción religiosa. Se puede seguir silenciando
este hecho, por prejuicio ideológico, por pudor o por el infundado temor a que
la cuestión religiosa “nos divida más”. Sin embargo, el camino a seguir –al
menos es mi convicción personal– va en la dirección contraria: conocer las
diferencias, perder el miedo irracional al otro, aprender a convivir.
La cuestión interreligiosa está hoy en las agendas de
todas las sociedades modernas, con una actualidad y urgencia que no se pueden
silenciar. Aquí, el silencio no es salud.
Mons. Sergio Buenanueva, obispo de San Francisco
No hay comentarios:
Publicar un comentario