catolicos-on-line,
agosto 2017
El
domingo XIX del tiempo ordinario, el
cardenal Sarah, prefecto de la Congregación para el Culto Divino, celebró la
Santa Misa en la catedral de La Vendée, región francesa cruelmente martirizada
por los revolucionarios franceses por negarse a abandonar su fe católica. Esta
es la homilía que pronunció.
Hermanos:
Ofrecemos
esta noche el sacrificio de la misa por el descanso de todos los benefactores
de Puy du Fou fallecidos desde el comienzo de esta bella obra hace cuarenta
años.
Por
vuestro trabajo, todos los que hoy estáis aquí congregados, despertáis cada
tarde la memoria de este lugar. El castillo de Puy du Fou, ruina dolorosa,
abandonada por los hombres, se alza como un grito hacia el cielo. Con las
entrañas abiertas, recuerda al mundo que, frente al odio por la fe, un pueblo
se levantó: ¡El pueblo de la Vendée!
Queridos
amigos, dando vida a estas ruinas, cada noche, dais vida a los muertos. Dais
vida a todos aquellos vandeanos muertos por su fe, por sus iglesias y por sus
sacerdotes.
Vuestra
obra se eleva sobre esta tierra como un canto que lleva consigo el recuerdo de
los mártires de la Vendée. ¡Hacéis revivir a esos trescientos mil hombres,
mujeres y niños, víctimas del Terror! Dais voz a aquellos a quienes se quiso
silenciar, ¡porque rechazaban la mentira de la ideología atea! ¡Rendís homenaje
a aquellos a quienes se pretende ahogar en el olvido porque rechazaban que se
les arrancara la libertad de creer y de celebrar la Misa!
Os lo
digo solemnemente: vuestro trabajo es justo y necesario. Con vuestro arte,
vuestros cantos, vuestras proezas técnicas, ofrecéis al fin una digna sepultura
a todos esos mártires a los que la Revolución quiso dejar sin tumbas, abandonados
a los perros y los cuervos. Vuestro trabajo es más que una obra simplemente
humana: es como la obra de una Iglesia.
¡Vuestro
trabajo es necesario, especialmente en nuestro tiempo, que parece embobado!
Frente a la dictadura del relativismo, frente al terrorismo del pensamiento
que, de nuevo, quiere arrancar a Dios del corazón de los niños, necesitamos
reencontrar la frescura de espíritu, la simplicidad alegre y ardiente de estos
santos y mártires.
Cuando
la Revolución quiso privar a los vandeanos de sus sacerdotes, todo un pueblo se
sublevó. ¡Ante los cañones, estos pobres solo tenían sus bastones! ¡Frente a
los fusiles, sólo poseían sus hoces! ¡Frente al odio de las columnas
infernales, sólo presentaban su rosario, su oración y el Sagrado Corazón bordado
en su pecho!
Hermanos,
los vandeanos simplemente pusieron en práctica lo que nos enseñan las lecturas
de hoy. Dios no está en el trueno ni los relámpagos, no está en el poder o el
ruido de las armas, ¡se esconde en la brisa ligera!
Frente
al despliegue planificado y metódico del Terror, los vandeanos sabían bien que
serían aplastados. Sin embargo, ofrecieron cantando su sacrificio al Señor.
Fueron esa brisa ligera, brisa aparentemente barrida por la poderosa tempestad
de las “columnas infernales”.
Pero
Dios estaba allí. ¡Su poder se reveló en la debilidad! La historia -la
verdadera historia- sabe que en el fondo los campesinos vandeanos triunfaron.
Con su sacrificio impidieron que la mentira de la ideología se erigiera en
maestra. Gracias a los vandeanos, la Revolución ha tenido que quitarse la
máscara y revelar su rostro de odio hacia Dios y hacia la fe. Gracias a los
vandeanos, los sacerdotes no se convirtieron en los esclavos serviles de un
estado totalitario y pudieron ser los servidores libres de Cristo y de la
Iglesia.
Los
vandeanos oyeron la llamada que Cristo nos lanza en el Evangelio de hoy:
“¡Confiad! ¡Soy yo, no temáis!” Cuando rugía la tempestad, cuando la barca
hacía aguas por todas partes, no tuvieron miedo…tan seguros estaban de que, más
allá de la muerte, el Corazón de Jesús sería su única patria.
Hermanos
míos, los cristianos necesitamos ese espíritu de los vandeanos. ¡Necesitamos
ese ejemplo! ¡Como ellos, tenemos que abandonar nuestros campos y cosechas,
dejar sus surcos, para combatir no por intereses humanos, sino por Dios!
¿Quién
se levantará hoy por Dios? ¿Quién se enfrentará a los modernos perseguidores de
la iglesia? ¿Quién tendrá el coraje de levantarse sin otras armas que el
rosario y el Sagrado Corazón, para enfrentarse a las columnas de la muerte de
nuestro tiempo que son el relativismo, el indiferentismo y el desprecio de
Dios? ¿Quién dirá a este mundo que la única libertad por la que merece la pena
morir es la libertad de creer?
Como
nuestros hermanos vandeanos de otro tiempo, estamos llamados hoy a dar
testimonio, es decir, ¡al martirio! Hoy en Oriente, en Pakistán, en África,
nuestros hermanos cristianos mueren por su fe, aplastados por las columnas del
islamismo perseguidor.
Y tú,
pueblo de Francia, tú, pueblo de la Vendée, ¿cuándo te levantarás con las armas
pacíficas de la caridad y la oración para defender tu fe? Amigos, la sangre de
los mártires corre por vuestras venas, ¡sed fieles! Somos todos espiritualmente
hijos de la Vendée mártir. Incluso nosotros, los africanos, que hemos recibido
tanto de los misioneros vandeanos que vinieron a morir entre nosotros para
anunciar a Cristo. Debemos ser fieles a su herencia.
Las
almas de estos mártires nos rodean en este lugar. ¿Qué nos dicen? ¿Qué quieren
transmitirnos? Para empezar su coraje. Cuando se trata de Dios no hay otro
compromiso, ¡el honor de Dios no se disputa! Y ello debe empezar por nuestra
vida personal, de oración y de adoración. Es tiempo, hermanos míos, de
rebelarnos contra el ateísmo práctico que asfixia nuestras vidas. ¡Oremos en
familia, pongamos a Dios en primer lugar! ¡Una familia que reza es una familia
que vive! ¡Un cristiano que no reza, que no sabe dejar sitio a Dios a través
del silencio y la adoración, acaba muriendo!
Del
ejemplo de los vandeanos debemos también aprender el amor al sacerdocio. Se
rebelaron porque sus “buenos curas” eran amenazados.
Vosotros,
los más jóvenes, si sois fieles al ejemplo de vuestros mayores, ¡amad a
vuestros curas, amad el sacerdocio! Debéis preguntaros: ¿Y yo, soy llamado a
ser sacerdote, siguiendo a aquellos buenos curas martirizados por la
Revolución? ¿Tendré la valentía de dar mi vida por Cristo y mis hermanos?
Los
mártires de la Vendée nos enseñan además el sentido del perdón y la
misericordia. Ante la persecución, ante el odio, guardaron en el corazón el
deseo de la paz y el perdón. Recordad cómo el general Bonchamp liberó a cinco
mil prisioneros solo unos minutos antes de morir. Sepamos enfrentar el odio sin
resentimiento y sin acritud. ¡Somos el ejército del Corazón de Jesús y como él
queremos estar llenos de dulzura!
Finalmente,
de los mártires vandeanos, necesitamos aprender el sentido de la generosidad y
el don gratuito. Vuestros ancestros no se batieron por sus intereses, no tenían
nada que ganar. Nos dan hoy una lección de humanidad. Vivimos en un mundo
marcado por la dictadura del dinero, del interés, de la riqueza. El gozo del
don gratuito es despreciado y objeto de burla en todas partes. Sin embargo,
solamente el amor generoso, el don desinteresado de la propia vida pueden
vencer el odio por Dios y los hombres que es la matriz de toda revolución. Los
vandeanos nos enseñaron a resistir estas revoluciones. Nos mostraron que frente
a las columnas infernales, como frente a los campos de exterminio nazis o los
gulags comunistas, ante la barbarie islamista, solo hay una respuesta posible:
el don de sí, de toda la vida. ¡Solo el amor puede vencer el poder de la
muerte!
Todavía
hoy, tal vez más que nunca, los ideólogos de la revolución pretenden destruir
el lugar natural del don de sí mismo, de la generosidad gozosa y del amor.
Estoy hablando de la familia.
La
ideología de género, el desprecio de la fecundidad y de la fidelidad son los
nuevos slogans de esta revolución. Las familias son hoy como otras Vendées a
las que hay que exterminar. Se planifica metódicamente su desaparición, como se
hizo en otro tiempo en la Vendée. Estos
nuevos revolucionarios se inquietan frente a la generosidad de las familias
numerosas. Se burlan de las familias cristianas porque ellas encarnan todo lo
que ellos odian. Están dispuestos a lanzar sobre África nuevas “columnas
infernales” para presionar a las familias e imponerles la esterilización, el
aborto y la anticoncepción. ¡África resistirá como hizo la Vendée! Por todas
partes las familias deben ser como la punta de lanza de esta revuelta contra la
nueva dictadura del egoísmo.
En
adelante, en el corazón de cada familia, de cada cristiano, de cada hombre de
buena voluntad, debe librarse una “Vendée interior”. ¡Todo cristiano es
espiritualmente un vandeano! No dejemos que se ahogue en nosotros el don
generoso y gratuito. Sepamos, como los mártires de la Vendée, extraer este don
de su fuente: el Corazón de Jesús.
¡Oremos
para que una poderosa y alegre Vendée interior se alce en la Iglesia y en el
mundo! Amen.
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