lunes, 21 de noviembre de 2011

Nota Doctrinal sobre la Política





Juan Pablo II aprobó en 2002 un documento redactado por la Congregación para la Doctrina de la Fe, presidido por el actual Papa. Publicamos algunos párrafos seleccionados.





NOTA DOCTRINAL
sobre algunas cuestiones relativas al
compromiso y la conducta de los católicos en la vida política

La presente Nota no pretende reproponer la entera enseñanza de la Iglesia en esta materia, resumida por otra parte, en sus líneas esenciales, en el Catecismo de la Iglesia Católica, sino solamente recordar algunos principios propios de la conciencia cristiana, que inspiran el compromiso social y político de los católicos en las sociedades democráticas. Y ello porque, en estos últimos tiempos, a menudo por la urgencia de los acontecimientos, han aparecido orientaciones ambiguas y posiciones discutibles, que hacen oportuna la clarificación de aspectos y dimensiones importantes de la cuestión (1).

Si el cristiano debe «reconocer la legítima pluralidad de opiniones temporales», también está llamado a disentir de una concepción del pluralismo en clave de relativismo moral, nociva para la misma vida democrática, pues ésta tiene necesidad de fundamentos verdaderos y sólidos, esto es, de principios éticos que, por su naturaleza y papel fundacional de la vida social, no son “negociables”.

En el plano de la militancia política concreta, es importante hacer notar que el carácter contingente de algunas opciones en materia social, el hecho de que a menudo sean moralmente posibles diversas estrategias para realizar o garantizar un mismo valor sustancial de fondo, la posibilidad de interpretar de manera diferente algunos principios básicos de la teoría política, y la complejidad técnica de buena parte de los problemas políticos, explican el hecho de que generalmente pueda darse una pluralidad de partidos en los cuales puedan militar los católicos para ejercitar – particularmente por la representación parlamentaria – su derecho-deber de participar en la construcción de la vida civil de su País. Esta obvia constatación no puede ser confundida, sin embargo, con un indistinto pluralismo en la elección de los principios morales y los valores sustanciales a los cuales se hace referencia. La legítima pluralidad de opciones temporales mantiene íntegra la matriz de la que proviene el compromiso de los católicos en la política, que hace referencia directa a la doctrina moral y social cristiana. Sobre esta enseñanza los laicos católicos están obligados a confrontarse siempre para tener la certeza de que la propia participación en la vida política esté caracterizada por una coherente responsabilidad hacia las realidades temporales (3).

Juan Pablo II, en línea con la enseñanza constante de la Iglesia, ha reiterado muchas veces que quienes se comprometen directamente en la acción legislativa tienen la «precisa obligación de oponerse» a toda ley que atente contra la vida humana. Para ellos, como para todo católico, vale la imposibilidad de participar en campañas de opinión a favor de semejantes leyes, y a ninguno de ellos les está permitido apoyarlas con el propio voto (4).

Cuando la acción política tiene que ver con principios morales que no admiten derogaciones, excepciones o compromiso alguno, es cuando el empeño de los católicos se hace más evidente y cargado de responsabilidad. Ante estas exigencias éticas fundamentales e irrenunciables, en efecto, los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal. Así también, la libertad de los padres en la educación de sus hijos es un derecho inalienable, reconocido además en las Declaraciones internacionales de los derechos humanos. Del mismo modo, se debe pensar en la tutela social de los menores y en la liberación de las víctimas de las modernas formas de esclavitud (piénsese, por ejemplo, en la droga y la explotación de la prostitución). No puede quedar fuera de este elenco el derecho a la libertad religiosa y el desarrollo de una economía que esté al servicio de la persona y del bien común, en el respeto de la justicia social, del principio de solidaridad humana y de subsidiariedad, según el cual deben ser reconocidos, respetados y promovidos «los derechos de las personas, de las familias y de las asociaciones, así como su ejercicio». Finalmente, cómo no contemplar entre los citados ejemplos el gran tema de la paz. Una visión irenista e ideológica tiende a veces a secularizar el valor de la paz mientras, en otros casos, se cede a un juicio ético sumario, olvidando la complejidad de las razones en cuestión. La paz es siempre «obra de la justicia y efecto de la caridad»;[22] exige el rechazo radical y absoluto de la violencia y el terrorismo, y requiere un compromiso constante y vigilante por parte de los que tienen la responsabilidad política (4).

Todos los fieles son bien conscientes de que los actos específicamente religiosos (profesión de fe, cumplimiento de actos de culto y sacramentos, doctrinas teológicas, comunicación recíproca entre las autoridades religiosas y los fieles, etc.) quedan fuera de la competencia del Estado, el cual no debe entrometerse ni para exigirlos o para impedirlos, salvo por razones de orden público. El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos (5).

Es insuficiente y reductivo pensar que el compromiso social de los católicos se deba limitar a una simple transformación de las estructuras, pues si en la base no hay una cultura capaz de acoger, justificar y proyectar las instancias que derivan de la fe y la moral, las transformaciones se apoyarán siempre sobre fundamentos frágiles (7).

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, en la audiencia del 21 de noviembre de 2002, ha aprobado la presente Nota, decidida en la Sesión Ordinaria de esta Congregación, y ha ordenado que sea publicada.

Dado en Roma, en la sede de la Congregación por la Doctrina de la Fe, el 24 de noviembre de 2002, Solemnidad de N. S Jesús Cristo, Rey del universo.

XJOSEPH CARD. RATZINGER
Prefecto

XTARCISIO BERTONE, S.D.B.
Arzobispo emérito de Vercelli
Secretario

[11]En los últimos dos siglos, muchas veces el Magisterio Pontificio se ha ocupado de las cuestiones principales acerca del orden social y político. Cfr. LEÓN XIII, Carta Encíclica Diuturnum illud, ASS 20 (1881/82) 4ss; Carta Encíclica Immortale Dei, ASS 18 (1885/86) 162ss, Carta Encíclica Libertas præstantissimum, ASS 20 (1887/88) 593ss; Carta Encíclica Rerum novarum, ASS 23 (1890/91) 643ss; BENEDICTO XV, Carta Encíclica Pacem Dei munus pulcherrimum, AAS 12 (1920) 209ss; PÍO XI, Carta Encíclica Quadragesimo anno, AAS 23 (1931) 190ss; Carta Encíclica Mit brennender Sorge, AAS 29 (1937) 145-167; Carta Encíclica Divini Redemptoris, AAS 29 (1937) 78ss; PÍO XII, Carta Encíclica Summi Pontificatus, AAS 31 (1939) 423ss; Radiomessaggi natalizi 1941-1944; JUAN XXIII, Carta Encíclica Mater et magistra, AAS 53 (1961) 401-464; Carta Encíclica Pacem in terris AAS 55 (1963) 257-304; PABLO VI, Carta Encíclica Populorum progressio, AAS 59 (1967) 257-299; Carta Apostólica Octogesima adveniens, AAS 63 (1971) 401-441.
.......


Texto completo en:


viernes, 18 de noviembre de 2011

Ideología y catolicismo

Documento de Trabajo Nº 2/2011

Ideología y catolicismo*


A partir de la caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética (1989/90), surgió la creencia generalizada de que han perdido vigencia las ideologías, tesis que fundamentó teóricamente el autor Francis Fukuyama (El fin de la historia), quien sostenía que al ser derrotado el comunismo, sólo quedaba vigente el liberalismo capitalista. Se le podría contestar, parafraseando una célebre expresión: las ideologías que vos matáis, gozan de buena salud. En especial, sigue vigente la interpretación marxista del mundo y de la historia, aunque con un enfoque renovado que la hace aún más peligrosa.
En efecto, en la segunda mitad del siglo XX surgió el aporte del italiano Antonio Gramsci, quien sostuvo que no puede haber revolución sin una previa toma de conciencia, y que ésta se origina y se desarrolla en el ámbito de la superestructura, no en la infraestructura (relaciones económicas). Por lo tanto, la conquista del Estado pasa por la transformación de la sociedad civil en la que el Estado se apoya. La revolución socialista no podrá prescindir de las armas de la inteligencia y de la moralidad; las ideas y los valores son los explosivos más eficaces. Por eso, los dirigentes revolucionarios deben obtener el poder, infiltrándose en el aparato del Estado, en los medios de comunicación, en las universidades, en las escuelas, en las parroquias. Como en la larga marcha de Mao, pero no a través de las montañas, sino de las instituciones. El enfoque gramsciano utiliza el poder blando, que influye mediante la persuasión y el paulatino dominio de la cultura, que busca cambiar el sentido común de las personas.


Los católicos necesitan conocer el peligro que implican las ideologías, pues están perdiendo la guerra cultural. Gramsci lo dice con crudeza: el “pensamiento social” católico tiene sólo valor académico…pero no como elemento de vida política e histórica directamente activo.

Análisis del concepto de ideología
1. La palabra ideología recién comienza a usarse a fines del siglo XVIII, en Francia, y tiene rápida difusión pues designa una característica de la mentalidad que se impone. Ideología pretende ser la ciencia de las ideas; no es sinónimo de doctrina o que un sistema de conocimientos científicos o técnicos. Es un sistema cerrado de ideas que se constituye, para la persona que se identifica con él, en fuente de toda verdad, de toda rectitud práctica o moral. No alcanza, por lo tanto, vigencia en el exclusivo plano intelectual, sino que funde en una sola las funciones teórica y práctica de la inteligencia, para aplicarla a una tarea creadora. Procura transformar de raíz al hombre y a la sociedad, a la que se ve como la única dimensión real del hombre nuevo, debiendo por eso ser modificada para que sea expresión fiel del cambio del individuo.


No debe ser confundida la ideología con un sistema de principios de acción política o social; dicha acción se ejerce sobre una realidad cuya naturaleza es la que fundamenta esos principios. En cambio, la ideología no supone ninguna naturaleza real y reconoce principios: todo debe ponerlo ella, de modo que si la acción se inspira en una ideología, es inconcebible que yerre, pues emana de ella la única verdad y no requiere de ningún otro punto de referencia.
La ideología tiene un concepto de verdad que no es el que han explicado los filósofos: la adecuación del intelecto y la realidad. La verdad es la ideología, y la realidad sólo se revela cuando es iluminada por ella, desapareciendo así lo imprevisible y lo contingente. La ideología es verdadera porque es la única interpretación completa y cabal de la realidad. Por ello, Proudon afirmaba que la revolución nunca se encuentra en el error.


2. La influencia de las antiguas cosmovisiones maniqueas es evidente: el mundo se divide en dos sectores absolutamente irreconciliables, el del bien y el del mal. El bien es la verdadera regla manifestada en la ideología; el mal es un no-ser al cual hay que aniquilar. Sucede como en la vieja secta islámica de los asesinos, quienes, por no existir verdaderamente el mal, debían hacer desaparecer todas sus apariencias, las cuales se presentaban como hombres en quienes no habitaba el bien. Es moralmente bueno todo lo que favorece la revolución, malo todo lo que se le opone: este enunciado de Lenín expresa exactamente el sentido de la moral que impone la ideología.


Psicológicamente, el ideólogo es un poseído: sus reacciones son las del iniciado que ha pasado ya por las pruebas que condicionan su acceso a la gnosis salvadora. Es el energúmeno que, con grado mayor o menor de lucidez, se mueve sólo al impulso del poder de la idea. Uno de los factores psíquicos condicionantes de la actitud ideológica es el resentimiento; consiste éste en el repliegue del sujeto sobre sí mismo para incubar en su interior situaciones, reales o imaginadas, de agravio o injuria. Ellas se independizan de sus causas particulares, para constituirse en fuente inagotable de una necesidad de vindicación, no vinculada a objetos determinados, sino objetivable en cualquier persona o institución. Habitualmente se enfoca en la sociedad, que debe pagar los agravios del resentido.
La relación entre el ideólogo y el pueblo ideologizado, es la del pontífice y los fieles. En éstos la ideología va produciendo una esquematización mental que exime de hábitos intelectuales: el ideólogo ha construido ya, a partir de esquemas, un sistema cuyo significado esotérico dominado por él, le permite conocer y anticipar el verdadero sentido de las cosas. Se produce en la sociedad un reemplazo de su orden natural por un patrón homogéneo de conductas y reacciones, de lenguaje y de pensamiento; la afecta nivelando hacia abajo, provocando una masificación, para construir desde esa base una nueva estructuración vertical, la del artificio ideológico que debe reemplazar a la vieja sociedad.


El fenómeno histórico de la aparición y desarrollo de las ideologías corresponde, por tanto, a un proceso único, consistente en la gradual reversión del hombre hacia la afirmación de su absoluta autonomía e independencia; es el proceso de la liberación del hombre.
Como consecuencia de lo señalado, lo opuesto a una ideología no es otra ideología de signo contrario –así como lo opuesto a una enfermedad no es otra enfermedad-, sino el orden propio de la existencia humana, determinado por las leyes de la naturaleza y de la Redención.
La actitud ideológica es contagiosa; es tal la seducción que ejerce el ideólogo que suele producir una reacción equivocada en quienes se oponen a él. En efecto, se reduce la reacción a un retraimiento escéptico, una posición dubitativa ante todo lo que implique acción política o manifestación de interés por el destino colectivo. Esta posición, que además busca refugio en la comodidad y seguridad materiales, crea un vacío frente al poder ideológico, en el cual se desorientan quienes no participan de él, y se cae en la tentación de resistir a las ideologías adoptando su estilo y sus métodos y emulando su triunfalismo.


Lo opuesto a la actitud ideológica, entonces, es la de la sabiduría, fin perfectivo del hombre, en sus dimensiones contemplativa y práctica. En ella consiste la salud, frente a la enfermedad de la ideología, que mata en su misma raíz el alma espiritual del hombre.

El proceso histórico
Varios antecedentes han conformado el proceso de auge de las ideologías modernas.
3. El nominalismo afirma que no hay conocimiento sino de lo singular. Con el nominalismo desaparece el vínculo entre la inteligencia y la realidad; a partir de allí el hombre ya no intentará entender al mundo: "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversas formas el mundo, pero de lo que se trata es de transformarlo" (Carlos Marx).


4. Ciencia moderna. Del nominalismo nace una nueva actitud intelectual; podemos comparar, por ejemplo las actitudes con respecto a las ciencias de la naturaleza que tuvieron dos pensadores. San Alberto Magno buscaba el conocimiento para contemplar en él una participación de la verdad. Francis Bacon busca el conocimiento de la naturaleza con el fin de dominarla, uno de los caracteres de la ciencia moderna: ser un instrumento de poder. Conocer las leyes naturales importa como dato para dar al mundo otra forma, la que el hombre forja en su subjetividad autónoma. Entonces, la ciencia moderna se constituye en un ingrediente de la ideología, de la cual se hace inseparable.


5. El gnosticismo: es una posición intelectual y religiosa que se hace presente históricamente desde que el Cristianismo comienza a expandirse desde Israel, y que ha mantenido esa presencia, desde entonces hasta ahora. Consiste en un intento de desplazar el centro de la acción redentora desde Dios al hombre. Los gnósticos constituyen un círculo cerrado, al cual no puede acceder sino aquel que, habiendo pasado con éxito diversas pruebas, se inicie luego en el proceso de purificación que ha de llevarle, gradualmente, al estado de perfección. En ellos se da la misma actitud iluminada y demiúrgica que más tarde ha de aparecer en el ideólogo. Este es, en realidad, la moderna versión del perfecto, del que, poseído plenamente por el conocimiento que salva, goza de la capacidad para comunicar esta salvación a la humanidad, liberándola de todo lo que la oprime.


6. Reforma protestante: el concepto que Lutero tiene de la fe cristiana, corresponde a un acto interior de confianza en Dios, y no a un asentimiento de la inteligencia a lo que Él revela. Se asimila más a la virtud teologal de la esperanza, que a la de la fe. Con ello la inteligencia pierde, en el orden sobrenatural, su objetividad universal: ésta ya no importa, pues no depende de ella la salvación. El papel de la inteligencia es, a partir de aquí, el de sustentar ese acto interior de confianza; lo que ella conozca no v ale para el sujeto por ser verdadero, sino por producir ese sentimiento, el de estar salvado. De aquí que la interpretación del sentido de la Revelación debe estar sustentada en este criterio básico, puramente subjetivo: el del libre examen de las Escrituras.
Intelectualmente, Lutero no agrega nada nuevo al nominalismo, el cual tuvo clara influencia sobre él, pero le da una fuerza que no podría haber tenido como mera corriente filosófica.


7. Poder: hay relación entre la aparición de la ideología, y la desaparición del sentido moral de legitimidad del poder. Un rechazo de lo propio de la autoridad, es la intención de quienes tienen o buscan el poder social y político. Es propio de la ideología el constituirse ella misma en principio de poder, rechazando absolutamente cualquier otro: es legítimo únicamente el poder surgido de la ideología.
En muchas circunstancias, lo que ha movido a los hombres a hacerse del poder es su concupiscencia y la necesidad de justificar intereses particulares; así ocurrió, por ejemplo, en Inglaterra luego de la confiscación de los bienes de la Iglesia, al final del reinado de Enrique VIII. Pero enseguida se hace necesario dar al poder así conseguido justificación y estabilidad, exigidas como condiciones de seguridad por el mismo poder alcanzado, y de este modo se va configurando una actitud en que ya se encuentran elementalmente delineados los rasgos de la ideología. Esta nació como interna necesidad del poder despojado de autoridad, y es, a su vez, la condición de desarrollo de ese mismo poder, un desarrollo que no puede tener límites pues estos son su negación.


De esta manera, se puede apreciar que no sólo son inseparables la ideología y el poder, sino que hay una íntima identificación entre ambos. El perfeccionamiento de las técnicas de conquista y de conservación del poder, propio de los sistemas ideológicos contemporáneos, especialmente del soviético, es la respuesta a una interna exigencia de la misma ideología.


La mentalidad del ideólogo es, pues, una mentalidad de poder. Y sería muy ingenuo, en consecuencia, pensar que el poder que a él le interesa es sólo el poder político. Este le interesa, naturalmente, pero no por lo que significa específicamente, sino en cuanto condición o medio indispensable para hacerse de todas las otras esferas de poder sobre los hombres. Se puede ver, desde los comienzos de la trayectoria histórica de la actitud ideológica, que el poder buscado no ha sido nunca el político, considerado en razón de sus fines, sino sólo en cuanto es poder y, por tanto, como vía necesario para conquistar otras esferas y asegurarlas.
El poder económico y financiero, por ejemplo, ha sido muchas veces el objetivo principal que ha requerido como condición el dominio del poder político. A su vez, éste, para tener base más sólida, exigía ser complementado con el poder religioso –así se vio también en Inglaterra, durante la segunda mitad del siglo XVI- y con el poder moral, los cuales añaden al dominio físico el de las conciencias. Las sucesivas formas que ha ido tomando la ideología, hasta su estado de perfección logrado en el marxismo-leninismo, se identifican en su secuencia, por esta razón, con el despliegue cada vez más completo de los recursos que permiten ejercer sobre los hombres un poder total.


Es inconcebible que alguna parcela de la existencia humana se deje expresamente fuera de lo que ahí está previsto y determinado. Gramsci lo expresa de esta manera: Una ideología es una concepción del mundo que se manifiesta implícitamente en el arte, en el derecho, en la actividad económica, en todas las manifestaciones de la vida, individuales y colectivas (Gómez Pérez, p. 101).
La ideología es, por tanto, esencialmente universal y totalitaria. No hay ideología, entendida en sentido estricto, que no sea totalitaria, y tampoco hay totalitarismo que no se identifique en su raíz con una actitud ideológica. La ideología es la concepción teórica y práctica del poder totalitario.

La enseñanza de Pablo VI
Consideramos que el análisis mejor logrado sobre el tema ideológico, desde la perspectiva católica, se halla en la Carta Apostólica Octogesima Adveniens, del Papa Pablo VI, documento que cumplió 40 años en mayo último. Intentaremos un resumen de dicho análisis.
8. La persona cristiana que quiera vivir su fe en una acción política, concebida como servicio, no puede adherirse sin contradecirse a sí misma, a sistemas ideológicos que se oponen a su fe y a su concepción de la persona humana. No es lícito, por tanto, favorecer a la ideología marxista, a su materialismo ateo, a su dialéctica de violencia y a la manera como ella entiende la libertad individual dentro de la comunidad, negando al mismo tiempo toda trascendencia al ser humano.
Tampoco apoya la comunidad cristiana a la ideología liberal, que cree exaltar la libertad individual sustrayéndola a toda limitación, estimulándola con la búsqueda exclusiva del interés y del poder, y considerando las solidaridades sociales como consecuencia más o menos automáticas de iniciativas individuales, y no ya como fin y motivo primario del valor de la organización social.


9. Es necesario tener en cuenta las posibles ambigüedades de toda ideología social. Unas veces reduce la acción política o social, a ser simplemente la aplicación de una idea abstracta, puramente teórica; otras, es el pensamiento el que se convierte en puro instrumento al servicio de la acción, como simple medio para una estrategia.
La fe cristiana es muy superior a estas ideologías y queda situada a veces en posición totalmente contraria a ella, en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela a través de todos los niveles de lo creado, a la humanidad como libertad responsable.


10. El peligro consiste en adherirse a una ideología y en refugiarse en ella como explicación última y suficiente de todo, y construirse así un nuevo ídolo, del cual se acepta, a veces sin darse cuenta, el carácter totalitario y obligatorio. Y se piensa encontrar en él una justificación para la acción, aún violenta; una adecuación a un deseo generoso de servicio; éste permanece, pero se deja absorber por una ideología, la cual -aunque propone ciertos caminos para la liberación de hombres y mujeres- desemboca finalmente en una auténtica esclavitud.


11. Si hoy día se ha podido hablar de un retroceso de las ideologías, esto puede constituir un momento favorable para la apertura a la trascendencia y solidez del cristianismo. Puede ser también un deslizamiento más acentuado hacia un nuevo positivismo: la técnica universalizada como forma dominante del dinamismo humano, como modo invasor de existir, como lenguaje mismo, sin que la cuestión de su sentido se plantee realmente.


12. Pero, fuera de este positivismo, que reduce al ser humano a una sola dimensión y que con ella lo mutila, la persona cristiana encuentra en su acción movimientos históricos concretos nacidos de las ideologías y, por otra parte, distintos de ellas. Ya Juan XXIII, en la Pacem in terris, muestra que es posible distinguir entre las teorías filosóficas falsas, con los movimientos históricos con una finalidad política o social, aunque deban su origen en esas teorías. Las teorías, una vez fijadas y formuladas, no cambian más: los movimientos no pueden menos que ser influenciados por las condiciones mudables de la vida.
Por lo explicado, en la medida en que esos movimientos respondan a justas aspiraciones de la persona humana, se puede reconocer en ellos aspectos positivos y dignos de aprobación.


13. En la actualidad, algunos grupos cristianos se sienten atraídos por corrientes socialistas; tratan de reconocer en ellas un cierto número de aspiraciones que llevan dentro de sí mismos en nombre de su fe. Ahora bien, estas corrientes asumen diversas formas bajo una misma denominación, pero siguen inspiradas en muchos casos por una ideología incompatible con la fe. Se impone un atento discernimiento pues, con demasiada frecuencia, los cristianos tienden a idealizarlas: voluntad de justicia, de solidaridad y de igualdad; sin advertir que están condicionadas por la ideología de origen que pretende dar una visión total y autónoma de la persona humana.


14. Simultáneamente, se asiste a una renovada visión de la ideología liberal, que postula la eficiencia económica, la voluntad de defender al hombre contra el dominio invasor de las instituciones y frente a las tendencias totalitarias de los poderes públicos. Los grupos cristianos que se comprometen en esta línea, tienden a idealizar el liberalismo, olvidando que en su raíz el liberalismo filosófico es una afirmación errónea de la autonomía del ser individual. Por ello, los movimientos inspirados en la ideología liberal requieren también, por parte del cristiano, un atento discernimiento.
Los laicos con vocación social y política, sin omitir el compromiso concreto al servicio de la comunidad, deben afirmar en sus opciones prácticas lo específico de la aportación cristiana para una transformación positiva de la sociedad.


15. Una característica de la época es la debilidad de las ideologías cuando deben aplicarse a sistemas concretos de gobierno, y no pueden evitar que se extienda en la población un profundo malestar. De allí que se asista a la proliferación de lo que ha dado en llamarse utopías (utopía: lugar que no existe), las cuales pretenden resolver el problema político de las sociedades modernas mejor que las ideologías. Lo más grave de esta forma actual de romanticismo, es que afecta a menudo a los grupos católicos, que se conforman con imaginar que el futuro será mejor que el presente, cayendo en un enfoque evolucionista que postula el progreso indefinido.
La apelación a la utopía es con frecuencia un cómodo pretexto para quien desea rehuir las tareas concretas, refugiándose en un mundo imaginario. Vivir en un futuro hipotético, es una coartada fácil para deponer responsabilidades inmediatas.


16. A modo de conclusión, queremos citar una frase de Mons. Crepaldi, director del Observatorio Van Thuan, que nos orienta en este tema:
“El católico comprometido en política debería poner atención a las trampas de estas ideologías, que son muy insidiosas. Debería ser guiado por un sano realismo, es decir, por un realismo cristiano. La verdad es la realidad. El bien no es otra cosa que la realidad en cuanto deseable. Que el católico se atenga a esta realidad y verá que a menudo las cosas no son como las ideologías las presentan. Que mantenga una libertad de juicio, que promueva puntos de vista alternativos, y hoy el realismo católico es la aproximación a los problemas más alternativa que exista”.

Córdoba, noviembre 17 de 2011.-

* Tema expuesto por el integrante de la Cátedra, Mario Meneghini, el 5-11-2011, como síntesis de la bibliografía citada.

Fuentes utilizadas:

Crepaldi, Mons. Gianpaolo. “Los católicos y las nuevas ideologías”; Zenit, 25-11-2010.

Gómez Pérez, P. Rafael. “Gramsci. El comunismo latino”; EUNSA, 1977.

Gramsci, Antonio. “Las maniobras del Vaticano”; Buenos Aires, Ediciones Godot Argentina, 2010.

Pablo VI. Carta Apostólica Octogesima Adveniens, 1971.

Widow, Juan Antonio. “El hombre, animal político”, Buenos Aires, Forum, 1984, pp. 128-141.

Blog: www.ctedrajuanpablomagno.blogspot.com

Correo electrónico: catedrajuanpablo@gmail.com

lunes, 14 de noviembre de 2011

Documentos de Juan Pablo II

Se pueden consultar todos los documentos promulgados por Su Santidad, en la página oficial del Vaticano, a la que puede accederse desde aquí:


Tertulia



La Cátedra realizará la última Tertulia del año, el sábado 19 de noviembre, desde las 10 horas, en nuestra sede: Parroquia María Auxiliadora. El programa es el siguiente:


* Rezo del Rosario por la Patria


* Diálogo entre los asistentes sobre "Seguridad y uso legítimo de la fuerza".

domingo, 13 de noviembre de 2011

Fe y razón



Periódicamente, y cada vez con mayor frecuencia, se acusa a la Iglesia de mantener una posición contraria a la ciencia. Para profundizar en el tema, conviene leer la encíclica de Juan Pablo II, Fides et ratio, de 1998:









En esta oportunidad, y a manera de réplica de un artículo publicado en la fecha (www.cdbcba.blogspot.com/2011/11/fe-y-razon.html ) insertamos en el blog un reportaje esclarecedor sobre el tema aludido, y en especial sobre la remanida utilización del caso de Galileo.
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Galileo no estuvo en la cárcel ni murió en la hoguera


Entrevista realizada por Carmen Elena Villa a monseñor Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio para la Cultura

La Organización de las Naciones Unidas declaró el año 2009 como el Año de la Astronomía, debido a la conmemoración del cuarto centenario del nacimiento del telescopio por obra de Galileo. ¿Por qué algunos organismos de la Santa Sede se unen a esta celebración si condenó al famoso astrónomo?

Por este motivo, Galileo Galilei es visto hoy como un "santo laico", como un "mártir de la ciencia" y a la Iglesia como la "gran inquisidora" de este genio de la astronomía.

El caso de Galileo es mencionado también en el libro "Ángeles y Demonios" de Dan Brown cuya película fue estrenada a nivel mundial el pasado 13 de mayo.

ZENIT habla hablado con monseñor Melchor Sánchez de Toca, subsecretario del Consejo Pontificio para la Cultura y coautor del libro "Galileo y el Vaticano", sobre aquellos mitos así como las verdades históricas del juicio que la Iglesia realizó a este controvertido personaje.

--Hablemos un poco de las leyendas negras de Galileo...

--Monseñor Sánchez de Toca: El pasado 9 de mayo estaba dando una conferencia sobre Galileo en Toledo, España, a un auditorio formado principalmente por seminaristas e investigadores católicos y comenzaba diciéndoles que muchos se sorprenden al descubrir que Galileo no fue quemado en la hoguera ni fue torturado, ni estuvo en prisión. Al terminar la conferencia uno de los asistentes me dijo: "yo soy uno de esos, yo siempre pensé que Galileo había muerto en la hoguera".

Lo curioso del caso es que en realidad nadie se lo dijo ni probablemente lo ha leído. Simplemente es lo que él se imaginaba. Eso demuestra la fuerza tan grande que tiene el mito que se ha construido en torno a Galileo. Como decía Juan Pablo II, la verdad histórica de los hechos está muy lejos de la imagen que se ha creado posteriormente en torno a Galileo. Todo el mundo está convencido de que Galileo fue maltratado, condenado, torturado, declarado hereje, pero no es así.

Por poner un ejemplo muy reciente, el libro de Dan Brown "Angeles y Demonios" tiene un pequeño diálogo a propósito de Galileo al que presenta como un miembro de la secta de los Illuminati y contiene una sarta de errores históricos de bulto junto a otras cosas que son correctas.

--¿Podemos hablar de esos errores históricos de "Ángeles y Demonios" con respecto al tema de Galileo?

--Monseñor Sánchez de Toca: En realidad el libro se refiere a estereotipos que están muy difundidos. El problema de fondo de este libro es la mezcla de ideas filosóficas y científicas. La trama viene a decir que el profesor y sacerdote Leonardo Vetra es asesinado por una secta porque ha descubierto el modo de hacer compatible la fe y la ciencia, más aún, dice que la física es el verdadero camino hacia Dios. Estas son ideas que se difunden mucho, porque ha conseguido en el laboratorio crear materia de la nada. Eso es un absurdo filosóficamente hablando. Físicamente es imposible lo que propone, porque de la nada no sale nada. Se puede crear materia a partir del vacío, pero el vacío no es la nada, el vacío es, mientras que la nada no es. Es un principio filosófico elemental.

Esta tesis dice que la física representa un camino mejor y más seguro para llegar a Dios. Luego, respecto Galileo, en concreto, presenta el estereotipo habitual, según el cual, fue condenado por haber demostrado el movimiento de la tierra. No. Galileo no demostró nada. Es la pieza que faltaba en su argumentación.

Galileo decía, y en esto estaban de acuerdo sus jueces, que no puede haber contradicción entre el libro de la Biblia y el libro de la naturaleza, porque uno y otro proceden del mismo autor. El libro de la Biblia, inspirado por Dios y la naturaleza observantísima ejecutora de sus órdenes. Si tienen el mismo autor no puede haber contradicción. Cuando surge una aparente contradicción significa que estamos leyendo mal uno de los dos libros y él dice: es más fácil que seamos nosotros los que nos equivocamos al leer el libro de la Biblia, porque el sentido de las palabras de la Biblia a veces es recóndito y hay que trabajar para sacarlo, que equivocarse al leer el libro de la naturaleza, porque la naturaleza no se equivoca.

Una verdad natural, científicamente demostrada, tiene una fuerza mayor que la interpretación que yo doy del libro de la Biblia. Por lo tanto, dice él, que en presencia de una verdad científica demostrada, tendré que corregir el modo de interpretar la Biblia. La Biblia no se equivoca, pero quienes la interpretan se equivocan. Un criterio clarísimo compartido por sus jueces y por todo el mundo.

El Concilio de Trento, por otra parte, lo que decía es que, en la lectura de la Biblia, había que seguir la interpretación literal de la Biblia y el consenso unánime de los padres de la Iglesia, a menos que hubiese una verdad demostrada que nos permitiese hacer una lectura espiritual o alegórica. El criterio era muy claro: lo que ocurre es que Galileo pensó que estaba a punto de conseguir la demostración del movimiento de la tierra. Una cosa es estar convencido de que la tierra se mueve y otra cosa es demostrar que la tierra se mueve. Galileo nunca demostró que la tierra se movía. Estaba convencido de ello y hoy sabemos que tenía razón, pero sus jueces le decían que no veían por qué tenían que cambiar el modo de interpretar la Biblia, sobre todo cuando el sentido común me dice lo contrario, sin una prueba definitiva. Los jueces de Galileo adoptaron una posición prudencial. Galileo fue más allá. ¿Cuál fue el error de los jueces de Galileo? Deberían haberse abstenido de condenarle.

--¿Cómo fue en realidad el juicio a Galileo?

--Monseñor Sanchez de Toca: Fundamentalmente Galileo fue procesado en 1633 por haber violado una disposición que se le hizo en 1616. La disposición de 1616, que Galileo no cumplió, le prohibía enseñar el copenicanismo, es decir, la doctrina que dice que el sol está en el centro y la tierra se mueve alrededor.

Galileo pensó que la prohibición no era tan rígida, sobre todo después de la elección del Papa Urbano VIII y publicó un libro en el que, bajo la apariencia de un diálogo en el que se exponen los argumentos a favor y en contra, tanto del sistema tolemaico como del copernicano, en realidad se escondía una apología descarada del sistema copernicano. No sólo esto, que era ya una violación de la prohibición que se le había hecho sino que además consiguió fraudulentamente el imprimatur, engañó a quien lo concedió diciendo que era una exposición imparcial, pero no era nada imparcial. Por este motivo fue acusado y por lo tanto, sometido a procesos, es decir, sometido a un proceso disciplinar.

Galileo nunca fue condenado como hereje, ni tampoco el copernicanismo fue declarado como herético. Simplemente fue declarado contrario a la Escritura porque sobre la base de las pruebas que existían entonces era posible demostrar el movimiento de la tierra y, por lo tanto, decir que la tierra se movía parecía ir contra la Escritura. Era muy significativo que en 1616 un grupo de expertos declaró que la doctrina, según la cual, la tierra se mueve alrededor del sol era absurda y eso se entiende perfectamente en el contexto de la época, porque no se podía demostrar y el sentido común decía que el sol se pone y sale.

Sin una física como la de Newton, sin una prueba óptica como el movimiento de la tierra, la cosa parecía absurda.

Nosotros hemos crecido desde pequeñitos viendo modelos e imágenes del sistema solar, pero el hecho es que nadie ha visto la tierra moverse alrededor del sol, ni siquiera un astronauta. Tenemos pruebas ópticas del movimiento de la tierra pero nadie ha visto la tierra moverse. Por eso nos parece que la actitud de los que condenaron a Galileo es exagerada pero en realidad responde a una lógica.

--Y responde no solamente a lo que pensaba la Iglesia sino la sociedad en general...

--Monseñor Sánchez de Toca: Naturalmente. El copernicanismo encontró una gran oposición principalmente en las universidades. Tuvo una aceptación muy gradual y la oposición no fue sólo en la Iglesia católica. También las iglesias protestantes se opusieron a Copérnico. Y todavía, en 1670, la universidad de Upsala, en Suecia, condenó a un estudiante porque había defendido las tesis copernicanas.

--¿Cuáles fueron los errores que cometió la Iglesia en su juicio a Galileo? ¿Qué se concluyó en el trabajo hecho por la comisión que creó Juan Pablo II en 1981 para estudiar el caso de Galileo?

--Monseñor Sánchez de Toca: Esto lo expresó muy bien en cardenal Paul Poupard en el discurso al finalizar el trabajo de esta comisión, cuando con estas palabras --que en el discurso parecen subrayadas-- destacó su juicio sobre lo que sucedió: "En aquella coyuntura histórico-cultural, la de Galileo, muy alejada de la nuestra, los jueces de Galileo, incapaces de disociar la fe de una cosmología milenaria, creyeron que adoptar la revolución copernicana, que por lo demás no estaba todavía aprobada definitivamente, podía quebrar la tradición católica y que era su deber prohibir la enseñanza".

"Este error subjetivo de juicio, tan claro hoy para nosotros, les condujo a una medida disciplinaria a causa de la cual Galileo debió haber sufrido mucho. Es preciso reconocer estos errores tal como lo habéis pedido Santo Padre".

Los jueces de Galileo se equivocaron no solamente porque hoy sabemos que la tierra se mueve, pero en aquel tiempo no era posible saberlo. Por otra parte la historia de la humanidad ha estado llena de locos que afirmaban cosas sorprendentes y después se revelaron falsas, hoy nadie se acuerda de su nombre. Si Galileo hubiese propuesto una teoría diferente, hoy nadie se acordaría de él. Este fue el primer error objetivo.

Además, el cardenal Poupard habla de un error subjetivo. ¿Cuál fue? Creyeron que debían prohibir una enseñanza científica por temor a sus consecuencias. Pensaron que permitir la enseñanza de una doctrina científica, que no estaba aprobada, podía poner en peligro el edificio de la fe católica y sobretodo la fe de la gente sencilla. Y creyeron que era su deber prohibir esta enseñanza.

Hoy sabemos que prohibir la enseñanza de una doctrina científica es un error. No le toca a la Iglesia decir si está probada científicamente o no. Le corresponde a la ciencia. Galileo lo que pedía es que la Iglesia no condenara el copernicanismo, no tanto por miedo a su propia carrera profesional sino porque después, si se demostraba que la tierra se movía alrededor del sol, la Iglesia se vería en una situación muy difícil y haría el ridículo ante los protestantes y Galileo quería evitar esto, porque era un hombre católico sincero. Y decía además: "Si hoy se condena como herética una doctrina científica como es que la tierra se mueve alrededor del sol. ¿qué sucederá el día que la tierra demuestre que se mueve alrededor del sol? ¿Habrá que declarar heréticos entonces a los que sostienen que la tierra está en el centro?". Eso es lo que estaba en juego, es mucho más complejo de lo que se suele decir.

--¿En qué consistió el castigo a Galileo?

--Monseñor Sánchez de Toca: Dijeron que Galileo había sido hallado vehementemente sospechoso de herejía, pero no lo declararon hereje. Le pidieron abjurar para disipar toda duda. Galileo abjuró. Dijo que él no había defendido ni defendió nunca el copernicanismo. Se condenaba al índice de libros prohibidos su obra "El diálogo", se le imponía una penitencia saludable que consistía en recitar una vez a la semana los siete salmos penitenciales. Su hija se ofreció a hacerlo en lugar de él, y esto fue lo más humillante, se debía enviar una copia de la sentencia y de la abjuración a todas las nunciaturas en Europa. Se le condenó a prisión en arresto domiciliario. Es decir, digamos que la condena objetivamente no fue muy grande. No estuvo en la cárcel ni un solo momento, en atención a su fama, a su edad, y a la consideración que tenía fue tratado siempre con gran veneración.

--¿Quién empezó a difundir la leyenda negra de que Galileo fue quemado en la hoguera?

--Monseñor Sánchez de Toca: Esto es lo bueno, nadie lo ha dicho pero todo el mundo lo cree. Probablemente porque se sobreponen las imágenes de Galileo y de Giordano Bruno. En todo caso el mito de Galileo nace con la Ilustración, que convierte a Galileo en una especie de abanderado del libre pensamiento en contra del oscurantismo de la Iglesia, a un mártir de la ciencia y del progreso.

Galileo en realidad, y esto es lo que sorprende a muchos, no sólo es que no fuese quemado ni torturado sino que además fue católico y fue creyente toda su vida. No hay en él el mínimo rastro de libre pensador. No fue un católico ejemplar, es cierto y hay momentos de su vida poco edificantes, pero en ningún momento reniega de su pertenencia a la Iglesia. Es más, siente el deber de defenderla ante el ridículo que pudiera hacer ante algunos protestantes.

Él lo dice, exagerando como hace siempre él, en una carta a un noble francés: "otros pueden haber hablado más píamente y más doctamente pero ninguno más lleno de celo por el honor y la reputación de la Santa Madre Iglesia de lo que he escrito yo". Es exagerado pero en cualquier caso demuestra que es verdad.

--¿Tuvo dos hijas monjas?

--Monseñor Sánchez de Toca: Tuvo tres hijos, dos de las cuales, mujeres. Cuando se trasladó de Padua a la corte de Toscana, las metió en un convento para lo cual tuvo que pedir dispensa porque eran muy jóvenes. De una de ellas, de sor María Celeste, se conserva la correspondencia entre el padre y la hija, que es verdaderamente admirable. Ella era una mujer extraordinaria, muy inteligente, de una gran agudeza, gran escritora y hay un libro que se basa en el epistolario entre Sor María y el padre.

--Háblenos sobre su libro "Galileo y el Vaticano", cuya edición italiana fue publicada recientemente...

--Monseñor Sánchez de Toca: Esta investigación no trata exactamente sobre el caso Galileo sino sobre el modo en que la comisión que creó Juan Pablo II releyó el caso Galileo, porque si el caso Galileo es un culebrón, como decía don Mariano Artigas, en un sentido casi literal --según el diccionario un culebrón es, además de una telenovela larga y melodramática, una "historia real con caracteres de culebrón televisivo, es decir, insólita, lacrimógena y sumamente larga"--, el término se contagia también a la comisión que instituyó Juan Pablo II entre 1981 y 1992, a la que le han hecho críticas muy fuertes. Dicen que no estuvo a la altura del deseo de Juan Pablo II, que los discursos de clausura del cardenal Poupard y del Papa fueron deficientes y muy flojos, que la Iglesia no hizo realmente lo que debía haber hecho. Con el profesor Artigas, el otro autor del libro, quien murió en el año 2006, lo que hicimos fue estudiar toda la documentación que hay en los archivos. Ver exactamente qué hizo y cómo hizo esta comisión.

Nuestra opinión es que faltaban algunos elementos desde el principio. Faltaron medios, buena voluntad pero a pesar de todo hizo un buen trabajo, permitió la apertura de los archivos del Santo Oficio y demostrar que en realidad no hay documentos escondidos. Se publicaron obras de referencia importantes y yo creo que esto permitió a la Iglesia hacer una especie de examen de conciencia. Releer el caso de Galileo con otra luz. No descubrir cosas nuevas, porque eso es difícil, y hacer que la Iglesia en su conjunto mire serenamente al caso Galileo sin rencor, sin miedo.

--¿Por qué cree que irrita tanto a la opinión pública el tema de Galileo hasta el punto de que los profesores de la Universidad de la Sapienza le hayan negado la entrada al Papa Benedicto XVI el año pasado por haberlo citado en un discurso que pronunció en 1990?

--Monseñor Sánchez de Toca: Porque hay quien está interesado en seguir haciendo de Galileo una especie de "santo laico", laico en sentido anti cristiano. Pero, en realidad, fue un hombre de Iglesia, aún con todas sus deficiencias. Recuerdo que un arzobispo de Pisa, que fue astrónomo, quiso colocar hace años en la plaza de los milagros, la más famosa, donde está la torre, una estatua dedicada a Galileo. El ayuntamiento no lo permitió porque quería seguir manteniendo la exclusiva sobre la imagen de Galileo, como si fuera alguien que no pertenece a la Iglesia, sino al mundo llamado laico.

Por eso, cada vez que por parte de la Iglesia alguien cita a Galileo, hay una reacción de "alergia instintiva" en estos ambientes de pseudociencia, que dicen "¿cómo se atreven ustedes a hablar de Galileo, ustedes que quemaron a Galileo?".

--¿Por qué el Consejo Pontificio para la Cultura tiene una imagen de Galileo en su biblioteca?

--Monseñor Sánchez de Toca: Precisamente porque Galileo es un modelo de científico creyente. Investiga el cielo, descubre cosas nuevas y trata de integrar sus nuevos conocimientos dentro de una visión cristiana. Se esfuerza por demostrar que no hay contradicción con la Escritura, con la Biblia. Lo que pasa es que lo hizo con todo el entusiasmo desbordante que irritaba mucho a los otros. Sin ser teólogo se metía en un campo que era reservado exclusivamente a los teólogos. En la contrarreforma, el que un laico, sin tener estudios de teología, se metiera a interpretar la Biblia por su cuenta, aunque fuera en sintonía con la tradición católica, despierta inmediatamente sospechas.

--Usted se refiere a las conductas poco ejemplares de Galileo...

--Monseñor Sánchez de Toca: No es ningún misterio que Galileo no fue ningún santo. Hay algunos que, revindicando el carácter de científico creyente, llegan a pedir incluso su beatificación. Es demasiado... Galileo estuvo conviviendo sin estar casado con Marina Gamba en Padua, de quien tuvo tres hijos. Eso no era especialmente escandaloso, pero tampoco estaba bien visto.

Por otra parte tenía muy mal carácter, como los grandes genios en general. Tenía una lengua terrible. Fue imprudente, se enfrentó a la Compañía de Jesús, a pesar de que los jesuitas le acogieron en Roma y avalaron sus descubrimientos, cuando era un perfecto desconocido. Fue un poco presuntuoso, vanidoso con gran ego. Son defectos, que los puede tener cualquiera, y que no quitan nada a la genialidad de Galileo.

ZENIT, 31 de mayo de 2009

lunes, 7 de noviembre de 2011

Diplomado en Doctrina Católica



Cronograma actualizado (noviembre/2011)

1. Catecismo: 6 de agosto al 26 de noviembre de 2011
2. Metodología: 25 de febrero de 2012
3. Apologética: 3 de marzo de 2012
4. Catequesis social: 10 de marzo de 2012

Clases presenciales: sábados de 10 a 12 horas
Docentes: P. José Cuesta SDB, Fray Rafael Rossi OP y Fray Armando Díaz, con un equipo de catequistas.
Lugar: Parroquia María Auxiliadora.

domingo, 6 de noviembre de 2011

La Doctrina Social de la Iglesia:



Una luz para reconstruir la Nación

Carta pastoral del Episcopado Argentino
a los miembros del Pueblo de Dios y a todos los hombres de buena voluntad.


I. Origen y naturaleza de la Doctrina Social

El misterio de Jesucristo
1. El tiempo de Adviento, ya inminente, nos invita una vez más a la reflexión y compromiso. En él contemplaremos el misterio del Hijo de Dios que “por nosotros los hombres y por nuestra salvación bajó del cielo, y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre”. Su nacimiento y vida entre los hombres es Evangelio, anuncio de salvación que confirma el amor de Dios al hombre y la sublime dignidad con que lo reviste.

La dignidad del Hombre y sus derechos
2. De esta dignidad brotan los derechos fundamentales e inalienables de todo ser humano, que no lo abandonan nunca, desde su concepción hasta su muerte natural. Y esto, no importa su condición: varón o mujer, rico o pobre, sabio o ignorante, inocente o reo, y cualquiera sea su color. Esta dignidad es la clave y el centro del misterio del hombre y de todo lo que lo atañe. Desde ella todo problema humano puede ser iluminado y hallar solución. Esta dignidad nos ilumina también para apreciar la grandeza sublime de la vida terrena y de los esfuerzos con que el hombre procura hacerla más plenamente humana. No por ser peregrino del cielo, el cristiano descuida la construcción de la patria terrena.

La Doctrina Social de la Iglesia
3. De la contemplación del misterio de la encarnación y nacimiento de Jesucristo, surge espontáneamente el anuncio del Evangelio aplicado a la vida social considerada en todos los planos: familiar, cultural, económico, ecológico, político, internacional. Esto es lo que se llama Doctrina Social de la Iglesia. Dimana del Evangelio, pero no es un derivado menor del mismo. Es el Evangelio de Jesucristo aplicado a la vida social del hombre. Es su resonancia temporal. Y así como la Iglesia no puede callar el Evangelio, tampoco puede silenciar su Doctrina Social. Nadie ha de temerle a ella. La Iglesia la anuncia a favor del hombre y de la paz social, para el servicio de todos.

Si bien la Doctrina Social se viene la desarrollando en forma sistemática desde el Papa León XIII, y se la difunde con frecuencia por medio de encíclicas pontificias, su origen remonta al mismo Jesús y a la enseñanza de los Apóstoles. Incluso, hunde sus raíces en las Escrituras antiguas citadas por Jesús, especialmente la Ley de Moisés, los Profetas y los Salmos. Y se fue desarrollando a lo largo de los siglos gracias a la enseñanza de los Santos Padres y Doctores de la Iglesia y con el concurso del Pueblo de Dios.

El Compendio de la Doctrina Social: hecho eclesial y pastoral
4. La complejidad y aceleración de la vida del hombre, lo mismo que el fenómeno de la globalización, han obligado en los últimos tiempos a un desarrollo continuo de la Doctrina Social de la Iglesia, de modo que ésta hoy constituye un verdadero cuerpo doctrinal. El Papa Juan Pablo II, con su preclara mirada pastoral y en virtud de su autoridad como Pastor de toda la Iglesia, dispuso que el Pontificio Consejo Justicia y Paz redactara el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia, cuya versión castellana ha sido publicada recientemente. La riqueza intrínseca del Compendio y la autoridad que dispuso su composición, nos permiten considerarlo como un hecho eclesial y pastoral de magnitud. Y, aunque redactado primeramente para uso de los Pastores, recomendamos su estudio y aplicación a todos los miembros del Pueblo de Dios, en particular a los miembros del clero encargados de exponer la doctrina cristiana, a los catequistas, a los docentes católicos y a los fieles laicos que tienen especiales responsabilidades en la construcción de la sociedad.

Alcance de esta carta y método para su empleo
5. No pretendemos abordar en esta carta todos los capítulos de la Doctrina Social; por ejemplo, la familia, el trabajo humano, la vida económica, la comunidad política, la comunidad internacional, la salvaguarda del medio ambiente. Tampoco intentamos desarrollar sus principios y valores, ni desentrañar todas las implicancias que estos tienen para la vida social argentina. Queremos, simplemente, mostrar la organicidad de los principios y valores que sustentan esta Doctrina, y proponer a la reflexión algunas situaciones y cuestiones. Y ello para estimular a todos a estudiar la Doctrina Social de la Iglesia, analizar con su luz algunos aspectos de la situación del País, y, en conjunción con la propia ciencia y experiencia, aplicarla al momento presente. Y, de este modo, trabajando junto con todos los hombres de buena voluntad, encontrar caminos concretos que contribuyan a la reconstrucción del tejido social, afianzar el sentido de pertenencia a la Nación y acrecentar la conciencia de ser ciudadanos.

II. Cinco Principios Básicos de la Doctrina Social
Proyecciones sobre la realidad social argentina

Los Principios

6. Sobre el fundamento insustituible de la dignidad de la persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, que postula un humanismo integral y solidario, se erigen cinco principios permanentes, a modo de cinco columnas, que sostienen todo el edificio de la Doctrina Social de la Iglesia; a saber: el bien común, el destino universal de los bienes, la subsidiaridad, la participación y la solidaridad. “Estos principios tienen un carácter general y fundamental, ya que se refieren a la realidad social en su conjunto. Deben ser apreciados en su unidad, conexión y articulación” (Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia 161-162; en adelante C).

El bien común

7. “De la dignidad, unidad e igualdad de todas las personas, deriva, en primer lugar, el principio del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para encontrar plenitud de sentido” (C 164). Este es el conjunto de valores y condiciones que posibilitan el desarrollo integral del hombre en la sociedad, incluido su desarrollo espiritual. El bien común es por ello el humus de una nación. Desde allí ella germina y se reconstruye. “El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada uno de los sujetos del cuerpo social.” (ib.). Si así fuese, la existencia de una nación estaría sometida a los avatares de los diferentes sectores. El bien común de una nación es un bien superior, anterior a todos los bienes particulares o sectoriales, que une a todos los ciudadanos en pos de una misma empresa, a beneficio de todos sus integrantes y también de la comunidad internacional. No puede ser parcializado, dividido, ni privatizado. "Siendo de todos y de cada uno, es y permanece común porque es indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro” (ib.). Una sociedad que quiere estar al servicio del ser humano, “es aquella que se propone como meta prioritaria el bien común, en cuanto bien de todos los hombres y de todo el hombre. La persona no puede encontrar la realización sólo en si misma; es decir, prescindir de su ser ‘con’ y ‘para’ los demás” (C 165). La construcción del bien común se verifica en la promoción y defensa de los miembros más débiles y desprotegidos de la comunidad.

Situaciones y Cuestiones
8. ¿Cómo medir nuestra voluntad de reconstruir la Nación desde la perspectiva del bien común? Proponemos a la reflexión sólo dos cuestiones.

Primera, la defensa de los derechos adquiridos y el reclamo de los nuevos. Si al defenderlos o reclamarlos lo hacemos dentro del respeto de los derechos esenciales de los demás, estaremos construyendo la Nación. De lo contrario la estaríamos dañando, porque estaríamos actuando en contra del bien común.

Segunda, el comportamiento con los bienes públicos. Aun cuando “bien público” y “bien común” no son sinónimos, el primero está referido al segundo, porque es obtenido con el aporte de todos y para el servicio de todos. Es de lamentar que, para algunos, “público” adquiera un sentido totalmente contrario. No sería ya lo de todos, para el servicio de todos, adquirido con el aporte de todos, que por todos debe ser custodiado y defendido, sino lo de nadie, puesto allí para apropiarnos de él, dañarlo, destruirlo, o distribuirlo discrecionalmente entre amigos y clientes. Educar en el respeto de los bienes públicos es uno de los grandes desafíos que han de enfrentar la familia, la escuela, la catequesis y los medios de comunicación social. Sin este respeto sería muy arduo convivir armónicamente y muy difícil construir una república.

El destino universal de los bienes


9. “Entre las múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio del destino universal de los bienes: Dios ha destinado la tierra y cuanto ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la justicia y con la compañía de la caridad” (C 171). Este principio de la Doctrina Social de la Iglesia, formulado desde antiguo por los Santos Padres, fue relegado con frecuencia al olvido. A veces porque no se lo supo relacionar con otro principio derivado de él: el de la propiedad privada. Otras, por no entender que ésta es una concreción del destino universal de los bienes, y no su negación; es decir, que todos los miembros de la comunidad, y no sólo algunos, tienen derecho a poseer lo necesario. Otras, por no comprender que la propiedad nunca es absoluta, sino que está subordinada siempre al bien común. Otras, finalmente, por no entender que tanto el destino universal de los bienes, como el derecho a apropiarse de los mismos, conllevan el derecho-deber de producirlos; es decir, el derecho-deber del trabajo.



Situaciones y Cuestiones
10. Atentos a este principio clásico de la Doctrina Social, y ante el empobrecimiento de gran parte de la población, precipitado por la crisis institucional del 21 de diciembre de 2001, surgen muchos interrogantes. En primer lugar acerca de cuál es la responsabilidad que les cabe a las autoridades políticas de antes y de durante la crisis. Pero también a los demás sectores de la sociedad, en especial a los empresarios y sindicalistas, en particular a los que se profesan cristianos, por no haber percibido suficientemente el empobrecimiento que se venía produciendo y que se aceleró en forma incontrolable hiriendo gravemente la dignidad de tantos hermanos y hermanas. Si bien reconocemos que es mucho lo que los argentinos, ciudadanos y autoridades, hemos hecho desde entonces para revertir la situación, es mucho todavía lo que resta por hacer. Y por tanto hemos de interrogarnos sobre nuestra voluntad de comprometernos aún más y mejor para superar el empobrecimiento general.


11. Existen muchas situaciones y formas de pobreza debidas a distintas causas: naturales (una catástrofe), estructurales (una ley económica injusta), espirituales o morales (ser avaro, pedigüeño), culturales (incapacidad para cultivar los dones recibidos de Dios y proveer así al propio sustento). Varias de estas formas de pobreza tienen como consecuencia que el hombre no pueda apropiarse de la parte de los bienes que le corresponde para su desarrollo integral. Y, por tanto, si no se las superase, podría multiplicarse aún más el número de los que ya están sumidos en la pobreza, provocando un daño irreparable para ellos y un gran detrimento para todos.



12. Llamamos la atención especialmente sobre dos situaciones graves de pobreza, que a nuestro entender sólo podrán ser superadas si las enfrentamos entre todos con políticas firmes y duraderas, cuyo garante sea el Estado.

Primera, la ausencia de un trabajo digno y estable, que degrada a amplios sectores del pueblo honrado y trabajador y desintegra a la familia. Es ésta una las peores desgracias sufridas por la Argentina, de cuya magnitud no se tiene idea cabal. La historia nos enseña que naciones destruidas en guerras devastadoras han sido capaces de levantarse gracias al trabajo del pueblo. Éste es siempre la principal riqueza de una nación. Si queremos ver resurgir a la nuestra, hemos de esforzarnos por la dignificación del trabajador mediante la creación de fuentes de trabajo genuino y la supresión del trabajo en negro y de la dádiva.



13. Una segunda situación de pobreza, es el difícil acceso a la tierra, la cual es el primer don que Dios da al hombre para proveer a su sustento. En la Argentina, la gran extensión territorial, conjugada con una población relativamente escasa y altamente concentrada en el Gran Buenos Aires y en muchas capitales de Provincia, amenazan constituir una estructura permanente generadora de pobreza. En el equilibrio entre industria y campo estriba uno de los secretos de la riqueza de una nación. Lo demuestra la experiencia de los países del primer mundo, altamente industrializados, que cultivan sus tierras con esmero.

Por ello preguntamos: ¿sería conveniente diseñar una política demográfica que revierta el éxodo hacia el Gran Buenos Aires y a las capitales de Provincia? En el mismo sentido, ¿habría que fortalecer los municipios del interior, especialmente los rurales, y las economías regionales, de modo que el hombre del interior, en especial el joven, pueda florecer en su propio contexto social y cultural? ¿Ayudaría una sabia reforma agraria que aliente a la gente del campo, principalmente a los pequeños y medianos productores, a permanecer en la vida y el trabajo rural? ¿Cómo propiciar la concreción de las leyes que reconocen el derecho de los aborígenes a la tierra productiva y a la propiedad comunitaria? ¿Qué medidas políticas apoyar para defender y preservar el medio ambiente?



14. Hay otras situaciones de pobreza que también merecen especial atención.

Ante todo, la deficiencia de la educación, en todos sus niveles. Sin una adecuada escolaridad y enseñanza, será cada vez más difícil que los pobres participen de los bienes necesarios para su desarrollo.

Igualmente, la precariedad de los servicios de la salud, a los que muchos no tienen acceso. La salud es el primer bien tangible para todo ser humano. De allí, la importancia del cuidado de la integridad física y psíquica. Y la gravedad de carecer del mismo.

Por último, y como coronación de todas las situaciones que engendran pobreza, está la inmensa deuda pública. Es nuestro más vivo deseo que ésta, a pesar de las dificultades, se negocie con éxito y para alivio de nuestro pueblo. Habremos de recordar siempre que la Deuda tiene dos caras, que han de ponernos sobre aviso para evitarlas en el futuro: la injusticia de la economía internacional reinante en este campo, y la irresponsabilidad de quienes contrajeron la Deuda o alentaron a contraerla a espaldas del pueblo.


La subsidiaridad


15. Esta palabra enuncia otro principio clave de la Doctrina Social. Significa que “todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda (“subsidium”) – por tanto, de apoyo, promoción, desarrollo- respecto de las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital” (C. 186). “El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a éstas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas. Este principio se impone porque toda persona, familia y cuerpo intermedio tiene algo de original que ofrecer a la comunidad” (C. 187).



Situaciones y Cuestiones
16. El principio de la subsidiaridad es válido no sólo en la economía, sino en todos los órdenes. Por ejemplo en la educación. Así, la escuela pública de gestión privada cumple un papel muy importante en la sociedad, y es de justicia que el Estado aporte para sufragar los gastos de esta educación con los impuestos que pagan los ciudadanos.

Este principio de la subsidiaridad ha sido abandonado muchas veces en la organización de la sociedad, por exceso o por defecto. Por exceso, cuando el Estado acapara para sí todas las iniciativas, libertades y responsabilidades, que son propias de las personas y de las comunidades menores de la sociedad: el estatismo. Por defecto, cuando el Estado no protege al débil frente a los más fuertes, o no brinda su ayuda económica, institucional, legislativa a las entidades sociales más pequeñas cuando es necesario: el liberalismo a ultranza.



17. En la Argentina hemos conocido los dos extremos. Al menos desde los años 30 hubo un estatismo creciente, que nutrió, en el inconsciente colectivo, la falsa imagen de que el Estado sería como un dios, que existe desde siempre, que todo lo puede, a quien todo se le puede exigir, e incluso se lo puede maltratar porque nada malo le podría suceder. También conocimos un voraz liberalismo, que desmanteló al Estado privatizando sus empresas, pero sin la red de protección social que ello habría exigido, y sin el control necesario sobre los nuevos prestadores de los servicios públicos, acrecentando aún más el gasto público que se pretendía reducir. Ambas corrientes colisionaron y produjeron el sismo social conocido. Estamos ahora en la etapa de la reconstrucción, aprendiendo de la dolorosa experiencia.

Por otra parte, está vigente la subcultura de la dádiva. Ésta pervierte el principio de la subsidiaridad, degrada al pobre y lo convierte en un sujeto incapaz de participar de la vida democrática, engendrando un nuevo problema social.



18. También aquí se imponen muchas preguntas. ¿Cómo reconstruir al Estado y hacer que esté al servicio de la sociedad civil? ¿Cómo evitar que devore a las sociedades u organizaciones intermedias? ¿O, por el contrario, que se declare “ausente” y deje a los ciudadanos al arbitrio de los poderosos? ¿Cómo desterrar de la actividad política la práctica de comprar adhesiones mediante la dádiva? ¿Cómo propiciar la relación entre los pueblos, en el respeto de la idiosincrasia y valores de los mismos, y de las necesarias garantías que posibilite entre ellos un intercambio comercial justo y equitativo?


La participación


19. “Participación” es otra de las columnas de la Doctrina Social de la Iglesia. Es una “consecuencia característica de la subsidiaridad, que se expresa, esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano, como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de la comunidad civil a la que pertenece. Es un deber que todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien común. No puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social”. “La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia” (C 189, 190).



Situaciones y Cuestiones

20. ¿Cuál es el grado de participación del argentino en la vida social, y, particularmente, en la defensa y el progreso de la sociedad política?

Hay muchos signos positivos. En general, parece satisfactorio el índice de los votantes y aumenta la participación en la sociedad civil: centros vecinales, clubes, ONG de todo tipo, colegios profesionales, etc.

Pero también hay señales negativas. Se exigen derechos, pero no siempre se conocen ni cumplen los deberes. Que el pueblo no interviene en el gobierno sino por sus representantes: es un principio que muchas veces se interpreta mal. Se piensa que los deberes del ciudadano se agotan en el acto eleccionario. Cumplido éste, muchos se despiden de su ciudadanía hasta la próxima elección. No son conscientes que a la salida del cuarto oscuro los aguarda la vida cotidiana con una multitud de otros deberes ciudadanos, de diverso grado, pero todos necesarios para actuar como ciudadano y construir la República: desde no cruzar el semáforo en rojo, no hacer ruidos molestos, cuidar la limpieza de los espacios públicos, realizar bien el trabajo, pagar los servicios e impuestos, exigir cuentas de su recta administración, hacer con responsabilidad la propia opción partidaria, respetar la ajena, entablar un diálogo democrático con ella. Y así, hasta el cumplimiento de deberes más graves, como postularse para un cargo público, y, si fuere el caso, hacer juicio político a la autoridad constituida, etc. Olvidan que el cumplimiento de estos deberes es la respuesta necesaria a la sociedad, la cual defiende y promueve los derechos de los cuales gozan. No sin razón se ha dicho que los argentinos somos 37 millones de habitantes, pero no logramos ser 37 millones de ciudadanos. El habitante usufructúa la Nación y sólo exige derechos. El ciudadano la construye porque, además de exigir sus derechos, cumple sus deberes.



21. Entre las muchas cuestiones que surgen, planteamos las siguientes: ¿Cómo luchar para transformar la pasividad de muchos en una auténtica participación democrática en la sociedad política? ¿Cómo poner en marcha las iniciativas referidas a la reforma política que se acordaron en la Mesa del Diálogo Argentino? ¿Cómo garantizar que las promesas o proyectos electorales se concreten en leyes justas y oportunas? ¿Cómo garantizar jurídicamente el gran aporte de los voluntarios sin perjudicarlos a ellos ni a las instituciones a las cuales sirven con generosidad?

“Jesucristo, autor de nuestra fe y de nuestro compromiso ciudadano”: esta oración que rezamos el año pasado en preparación del Congreso Eucarístico Nacional de Corrientes, y este año para el Congreso de Laicos, continúa interpelándonos a los cristianos.


La Solidaridad


22. “La solidaridad confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana, a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha existido una conciencia tan difundida del vínculo que se manifiesta entre los hombres y los pueblos” (C 192). Estas relaciones de interdependencia, “que son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social. La solidaridad debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones” (C 192,193).



23. En situaciones difíciles los argentinos nos mostramos solidarios. Por ejemplo, cuando sufrimos inundaciones. Las repetidas crisis político-sociales quizás habrían acabado con nosotros si no hubiésemos sido solidarios. Es admirable cómo, en situaciones límites, nacen formas impensadas de solidaridad, especialmente en el pueblo humilde.

No obstante, la solidaridad necesita un crecimiento sustancial en orden a afianzar la conciencia ciudadana y la responsabilidad de todos por todos. La solidaridad expresa la solidez moral de una comunidad cuando, superando el sentimiento superficial, llega a elevarse hasta el rango de virtud social. No se trata, tan sólo, de que crezca la cantidad de donativos para aliviar los males de otros ante acontecimientos dolorosos o catástrofes. Se trata, principalmente, de llegar personal y comunitariamente a “la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos” (C 193).



Situaciones y Cuestiones

24. Muchas son las cuestiones que surgen en este renglón. Hay una forma de insolidaridad preocupante: el crecimiento escandaloso de la desigualdad en la distribución de los ingresos. Una sociedad en la que faltase la equidad social correría serio peligro de dejar de ser solidaria.

Otra forma de insolidaridad es el debilitamiento de la cultura del trabajo en muchos que gozan de él. Trabajo mal hecho, a desgano, sin ansias de perfeccionarse. El trabajo es un servicio a la comunidad, que da derecho a comer de él.

Preocupa, también, la reiteración de reclamos no atendidos y de huelgas desproporcionadas, que no reparan en las injustas consecuencias sufridas por los más débiles: niños, ancianos, enfermos, trabajadores.

En una sociedad donde crece la marginación no serían de extrañar manifestaciones violentas por parte de sectores excluidos del mundo del trabajo, que podrían degenerar en peligrosos enfrentamientos sociales.



25. Las situaciones y cuestionamientos esbozados muestran el complejo campo social en el que todos, pero especialmente ustedes, queridos fieles laicos, deben reflexionar los principios de la Doctrina Social de la Iglesia, para contribuir a hallar soluciones, desde su propia vocación y misión de ciudadanos, junto con los demás integrantes de la sociedad..

III. Cuatro Valores Fundamentales de la Vida Social


26. “La Doctrina social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores fundamentales. La relación entre principios y valores es indudablemente de reciprocidad, en cuanto que los valores expresan el aprecio que se debe atribuir a aquellos determinados aspectos del bien moral que los principios se proponen conseguir. Todos los valores sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico desarrollo favorecen. Son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia, el amor” (C 197).


La verdad


27. La verdad es un valor fundamental que desde siempre la humanidad busca ansiosa. Tiene una dimensión objetiva que fundamenta la actividad del hombre, posibilita el diálogo, fundamenta la sociedad e ilumina sobre la moralidad de los comportamientos de los ciudadanos y de los grupos sociales: verdad de la naturaleza del hombre, de la vida, de la familia, de la sociedad. Verdad, también, de los hechos acaecidos.

En el cristianismo la Verdad ocupa un lugar central. El Hijo unigénito de Dios, cuyo nacimiento nos preparamos a celebrar, está “lleno de gracia y de verdad” (Jn 1,14). El mismo Jesús se autodefinió como la Verdad: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn 14,6). No se trata, por tanto, sólo de una verdad enunciable en el plano especulativo. Se trata de la Verdad sustancial, cuya palabra devuelve la libertad a quienes están esclavizados por el error o por el mal: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, conocerán la verdad y la verdad los hará libres” (Jn 8,31-32). La Verdad del Evangelio, más que para ser conocida intelectualmente, es para ser realizada, para que “viviendo en la verdad y en el amor, crezcamos plenamente unidos a Cristo” (Ef 4,15).



28. La verdad es, en consecuencia, también un valor fundamental en la Doctrina Social de la Iglesia. Al respecto ella nos dice: “Los hombres tienen una especial obligación de tender hacia la verdad, respetarla y atestiguarla responsablemente. Nuestro tiempo requiere una intensa actividad educativa y un compromiso correspondiente por parte de todos para que la búsqueda de la verdad sea promovida en todos los ámbitos y prevalezca por encima de cualquier intento de relativizar sus exigencias o de ofenderla” (C 198).



Situaciones y Cuestiones

29. Si el cristiano prescindiese de la comprensión de la Verdad que le da la Palabra de Dios, podría caer en múltiples errores, e incluso adoptar actitudes fundamentalistas. Así aconteció en tiempos pasados cuando se difundió la máxima “el error no tiene derechos”, olvidando que los derechos son de las personas, incluso de las que están en el error. El Evangelio manda morir por la verdad, no matar por ella. Por ello el Papa Juan Pablo II, cuando nos exhortó a los cristianos a prepararnos a la celebración del Gran Jubileo del año 2000, mencionó explícitamente el “capítulo doloroso, sobre el que los hijos de la Iglesia deben volver con ánimo abierto al arrepentimiento, constituido por la aquiescencia manifestada, especialmente en algunos siglos, con métodos de intolerancia e incluso de violencia en el servicio de la verdad” (Tertio Millenio Adveniente 35)

Sin embargo, la tentación del fundamentalismo siempre acecha, y no sólo al hombre religioso. La historia civil de los pueblos, incluso europeos, está plagada de ejemplos de intransigencia a muerte entre sectores opuestos. Cuando se esgrimen argumentos religiosos, se lo hace engañosamente para enardecer la intransigencia con la que se pretende suprimir al contrario.



30. La interpretación de la historia argentina está atravesada por cierto maniqueísmo, que ha alimentado el encono entre los argentinos. Lo dijimos en mayo de 1981, en “Iglesia y Comunidad Nacional: “Desgraciadamente, con frecuencia, cada sector ha exaltado los valores que representa y los intereses que defiende, excluyendo los de los otros grupos. Así en nuestra historia se vuelve difícil el diálogo político. Esta división, este desencuentro de los argentinos, este no querer perdonarnos mutuamente, hace difícil el reconocimiento de los errores propios y, por tanto, la reconciliación. No podemos dividir al país, de una manera simplista, entre buenos y malos, justos y corruptos, patriotas y apátridas. No queremos negar que haya un gravísimo problema ético en la raíz de la crítica situación que vive el País, pero nos resistimos a plantearlo en los términos arriba recordados” (31).

A veintidós años de la restauración de la Democracia conviene que los mayores nos preguntemos si trasmitimos a los jóvenes toda la verdad sobre lo acaecido en la década del 70. O si estamos ofreciéndole una visión sesgada de los hechos, que podría fomentar nuevos enconos entre los argentinos. Ello sería así si despreciásemos la gravedad del terror de Estado, los métodos empleados y los consecuentes crímenes de lesa humanidad, que nunca lloraremos suficientemente. Pero podría suceder también lo contrario, que se callasen los crímenes de la guerrilla, o no se los abominase debidamente. Éstos de ningún modo son comparables con el terror de Estado, pero ciertamente aterrorizaron a la población y contribuyeron a enlutar a la Patria. Los jóvenes deben conocer también este capitulo de la verdad histórica. A tal fin, todos, pero en especial ustedes, fieles laicos, que vivieron en aquella época y eran adultos, tienen la obligación de dar su testimonio. Es peligroso para el futuro del País hacer lecturas parciales de la historia. Desde el presente, y sobre la base de la verdad y la justicia, debemos asumir y sanar nuestro pasado.


La libertad


31. Según el Evangelio, la libertad es fruto de la verdad: “La verdad los hará libres” (Jn 8,32). David fue liberado de su pecado porque lo reconoció. Lo mismo, la mujer pecadora. Y también el apóstol Simón Pedro. Sólo reconociendo sinceramente la verdad de nuestros pecados, Dios nos perdona y nos libera de las ataduras espirituales con que éstos nos aprisionan.



32. Sobre la libertad la Doctrina Social nos dice: “Es signo eminente de la imagen divina y, como consecuencia, signo de la sublime dignidad de cada persona humana”. “El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetada cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal. La libertad, por otra parte, debe ejercerse como capacidad de rechazar lo que es moralmente negativo, cualquiera sea la forma en que se presente” (C 199, 200).



Situaciones y Cuestiones

33. No siempre los hijos de la Iglesia mantuvieron la claridad necesaria sobre la doctrina de la libertad religiosa. Hace cuarenta años la declaración conciliar “Dignitatis humanae” (07-12-65), sobre la libertad religiosa, le devolvió todo su esplendor. Libertad de la persona y libertad de la comunidad religiosa. Libertad para la Iglesia católica y libertad para todas las religiones. Libertad para celebrar el culto y libertad para proponer y practicar la doctrina del Evangelio.



34. Puede parecer extraño preguntarse hoy por la libertad religiosa en Occidente y en la Argentina. Pero sobran señales de una presión desmedida de muchos medios y de entes internacionales, que justifica preguntar si la libertad de la Iglesia católica a enseñar y practicar la propia doctrina es siempre respetada. Lo mismo cabe decir de resoluciones y gestos impropios de la autoridad civil cuando invaden un fuero que le es ajeno. Dado que el sujeto del Estado y de la Iglesia es siempre el hombre, el bien común exige que entre ambos exista autonomía y colaboración.

La Justicia

35. La justicia es un atributo de Dios. Decimos “Dios es justo”; que “apelamos a la justicia divina”. De Cristo confesamos que “vendrá con gloria a juzgar a vivos y muertos”. Por ello la justicia es también un valor cristiano fundamental. De éste la Doctrina Social dice: “Es un valor que acompaña al ejercicio de la correspondiente virtud moral cardinal. El Magisterio social invoca el respeto de las formas clásicas de la justicia: la conmutativa, la distributiva y la legal. La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener” (C 201, 202).



Situaciones y Cuestiones
36. Existen cuestionamientos sobre la Justicia como institución. En la Argentina es fuerte el reclamo por la reforma de la justicia. Y la Mesa del Diálogo Argentino ha propuesto la necesidad de una profunda y valiente reforma de ella. Pero no existen cuestionamientos sobre la justicia como valor. Sin embargo, la Doctrina Social nos hace ver su límite e insuficiencia para fundar por sí sola una convivencia social sólida: “La plena verdad sobre el hombre, permite superar la visión contractual de la justicia, que es una visión limitada, y abrirla al horizonte de la solidaridad y del amor. Por sí sola, la justicia no basta. Junto al valor de la justicia, la doctrina social coloca el de la solidaridad, en cuanto vía privilegiada de la paz” (C 203).



La vía de la caridad


37. “Entre las virtudes en su conjunto y, especialmente entre las virtudes, los valores sociales y la caridad: existe un vínculo profundo que debe ser reconocido cada vez más profundamente”. “Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad”. “La caridad presupone y trasciende la justicia. No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia”. “Ninguna legislación, ningún sistema de reglas o de estipulaciones lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz. Ningún argumento podrá superar el llamado de la caridad” (C 204 - 207). La caridad es la plenitud de la justicia y de toda virtud humana.



Situaciones y cuestiones

38. Los cristianos debemos hacernos aquí un grave cuestionamiento: si tomamos en serio el mandamiento del amor que nos dejó Jesús. Si lo hacemos, descubriremos cada vez con mayor claridad que, después del acto de adoración a Dios, la construcción de la convivencia social, en verdad, libertad y justicia, es la obra máxima del hombre sobre la tierra. Y que Dios Padre providente en nada se complace más que en ver a sus hijos esforzándose por construirla.

Sobre esta base de los principios básicos y de los valores fundamentales de la Doctrina Social de la Iglesia podemos edificar una Nación reconciliada, que logre vivir una verdadera amistad social.


IV. Exhortación al Pueblo de Dios,


39. Hace un mes celebramos el III Congreso Nacional de Laicos, a los veinte años del Segundo celebrado en 1984, y en vista del Bicentenario de la Nación, a celebrarse en 2010. La temática abordada fue la vocación y misión del laico en la Iglesia, en la sociedad y en la política. Durante el Congreso, la Doctrina Social de la Iglesia se mostró de máxima actualidad. Y no sólo por sus formulaciones, sino por los desafíos que ésta debe enfrentar cada día y que merecen nuevas respuestas. Si bien como Pastores somos los garantes de esta Doctrina, les corresponde también a ustedes, queridos fieles laicos, participar en su elaboración, conociendo los postulados ya adquiridos, iluminando con ellos la situación social del País, y, a partir de allí, enunciar fórmulas adecuadas que ayuden a los cristianos y a todo hombre de buena voluntad a actuar en bien de la República, respetada la propia opción temporal, sin esperar consignas de los pastores. Por lo mismo, hoy más que nunca “la Doctrina social de la Iglesia debe entrar, como parte integrante, en el camino formativo del laico” (C 549). El Compendio de la Doctrina Social, es un instrumento valioso para conocer esta Doctrina y aportar a ella elementos nuevos. Aconsejamos vivamente su estudio y puesta en práctica.



40. Que María, gloria de Jerusalén, alegría de Israel, orgullo de la humanidad, madre virgen de Jesús de Nazaret, nuestro hermano y nuestro Dios Salvador, implore para nosotros del Padre un amor grande y fuerte por nuestra Nación como el que su Hijo tuvo por su patria hasta llorar por ella.


90ª Asamblea Plenaria
de la Conferencia Episcopal Argentina
Pilar, 11 de noviembre de 2005
Memoria de San Martín de Tours, obispo.
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Documento de Trabajo Nº 1/2011