lunes, 30 de septiembre de 2013

Juan Pablo II y la sensibilidad social



P.  Ramiro Pellitero Iglesias

"Hay muchos indigentes en el mundo de hoy. ¿Me encierro en mis cosas, o estoy atento a quien necesita ayuda?". Este es el tweet que ha escrito el Papa Francisco hoy.

La sensibilidad social y el "amor preferencial por los pobres" no es algo nuevo que haya venido con el Papa Francisco en su deseo de una "Iglesia pobre y para los pobres" (Discurso 16-III-2013). El Catecismo de la Iglesia Católica afirma: "El amor de la Iglesia por los pobres pertenece a su constante tradición" (n. 2444).

Benedicto XVI explicó y fundamentó este principio, dándole el relieve que merece. La Iglesia viene tomando una conciencia progresiva de la importancia de los pobres y necesitados para su vida y su misión e incluso para la teología. Juan Pablo II insistió en la Doctrina social, o más ampliamente en la sensibilidad social, como dimensión esencial del Evangelio, como consecuencia de una auténtica oración y de un auténtico culto a Dios.

Todo ello se refleja en la acogida, por parte del Magisterio (*), del principio "opción preferencial por los pobres", nacido en los ambientes de la Teología de la liberación de América Latina, tras purificarlo de tendencias menos cristianas y teológicas afines al análisis marxista.

Juan Pablo II y la dignidad integral del hombre

Treinta años después del atentado que casi le cuesta la vida a Juan Pablo II (13-V-1981), se hizo público el texto que había preparado para aquel día, y que nunca fue pronunciado.

Se centraba en la conmemoración del 90º aniversario de la encíclica Rerum novarum, de León XIII (15-V-1891), considerada como Carta magna de la acción social de los cristianos (y por tanto de la Doctrina Social de la Iglesia).

Juan Pablo II señalaba que aquella encíclica era “demostración irrefutable de la viva y solícita atención de la Iglesia en favor del mundo del trabajo”. Se alzaba en defensa de los oprimidos y los pobres, los humildes y los explotados, como “eco de la voz de Aquél que había proclamado bienaventurados a los pobres y los hambrientos de justicia”. Subrayaba por tanto “la misión recibida de Cristo para salvar al hombre en su dignidad integral”.


Enseñar y vivir lo que Jesús hizo: "toda la verdad"

Con ese fundamento afirmaba el Papa: “La Iglesia está llamada por vocación a ser en todas partes la defensora fiel de la dignidad humana, la madre de los oprimidos y de los marginados, la Iglesia de los débiles y de los pobres”. Ella –seguía explicando– quiere no sólo cumplir un encargo del Señor, sino enseñar y vivir lo que Jesús hizo: “Quiere vivir toda la verdad contenida en las bienaventuranzas evangélicas, sobre todo, la primera, ‘Bienaventurados los pobres de espíritu’; la quiere enseñar y practicar lo mismo que hizo su Divino Fundador que vino ‘a hacer y a enseñar’ (cf. Hch 1, 1). Atención a lo que se dice, porque esta será una cuestión clave para Juan Pablo II: ser “pobres de espíritu” implica preocuparse de hecho por los pobres y los necesitados. Eso forma parte de “toda la verdad”, y por tanto de la misión evangelizadora.

Ya lo había indicado el Concilio Vaticano II al comienzo mismo de la constitución sobre la Iglesia en el mundo actual: “Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo” (GS 1).

Pues bien, en esa perspectiva Juan Pablo II deseaba –a partir de aquel 13 de mayo que pasó por otro motivo a la historia– “hacer cada vez más conscientes a las Iglesias locales, a los sacerdotes, religiosos y religiosas, y a los laicos, de su derecho-deber de prodigarse por el bien de cada uno de los hombres, y de ser en todo momento los defensores y los artífices de la auténtica justicia en el mundo”. Con otras palabras: “Volver a afirmar la importancia de la enseñanza social como parte integrante de la concepción cristiana de la vida”.

Con esa finalidad anunciaba una serie de catequesis, que, por lo que sabemos, no llegó a desarrollar. Con todo, exactamente cuatro meses después firmó su primera encíclica de tema social sobre el trabajo (Laborem exercens, 14-IX-1981). Luego vendrían la Sollicitudo rei socialis (30-XII-1987) y la Centessimus annus (1 de mayo de 1991). No parece una casualidad que fuera beatificado el 1 de mayo de 2011, día del trabajo, por Benedicto XVI, que ha contribuido con clarividencia a la sensibilización social de todos, en nombre del Evangelio.

El amor preferencial por los pobres

En esa línea, cabe ahora recordar aquí una de las audiencias generales de Juan Pablo II, el 27 de octubre de 1999, sobre “el amor preferencial por los pobres”.

Retomaba entonces una afirmación fundamental del Concilio Vaticano II sobre este tema: “Como Cristo fue enviado por el Padre a anunciar la buena nueva a los pobres, a sanar a los de corazón destrozado (Lc 4, 18), y a buscar y salvar lo que estaba perdido (Lc 9, 10), así también la Iglesia abraza con amor a todos los que sufren bajo el peso de la debilidad humana; más aún, descubre en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador, pobre y sufriente, se preocupa de aliviar su miseria y busca servir a Cristo en ellos” (LG 8).

A continuación efectuaba un recorrido por la Sagrada Escritura para mostrar que se contiene ahí una enseñanza progresiva sobre los pobres. En el Antiguo Testamento, al principio la pobreza se ve como una desgracia, y al mismo tiempo se denuncian proféticamente la explotación y la opresión de los pobres y los desvalidos, las viudas y los huérfanos. Por eso pronto abundan las normas para defenderlos; porque, en resumen, “defender al pobre es honrar a Dios, padre de los pobres”. Y se promete que el Mesías se interesará por ellos y les hará justicia.

Poco a poco la pobreza va adquiriendo un valor religioso, en cuanto que los fieles a Dios deben ir adquiriendo una actitud humilde y pobre, confiando en la liberación futura. Y así se entienden las palabras de Jesús (cf. Lc 18-19), sus enseñanzas y sus actitudes respecto de los débiles y los pobres, los enfermos y los niños, para mostrar que pueden ser ricos en la fe y heredar el Reino de Dios (cf. St 2, 5).

No hay virtud de la pobreza sin preocupación activa por los pobres

Deducía Juan Pablo II que esa doble actitud –la actitud de amor hacia los pobres y la actitud interior de irse haciendo espiritualmente pobre– es la que constituye la virtud cristiana o evangélica de la pobreza. “La pobreza ‘evangélica’ implica siempre un gran amor a los más pobres de este mundo”. Es una virtud que, “además de aligerar la situación del pobre, se transforma en camino espiritual”; por eso lleva a buscar voluntariamente una cierta pobreza material, no como fin en sí mismo, sino como medio para seguir a Cristo (cf. 2 Co 8, 9).

Y concluía: la misión cristiana implica como actitud fundamental la preocupación por construir una sociedad más justa. Y por eso “los cristianos, juntamente con todos los hombres de buena voluntad, deberán contribuir, mediante adecuados programas económicos y políticos, a los cambios estructurales tan necesarios para que la humanidad se libre de la plaga de la pobreza”.

También un 13 de mayo, del año 2007, Benedicto XVI afirmaba en su discurso de inauguración de la V Conferencia del CELAM, en Aparecida: "La fe nos libera del aislamiento del yo, porque nos lleva a la comunión: el encuentro con Dios es, en sí mismo y como tal, encuentro con los hermanos, un acto de convocación, de unificación, de responsabilidad hacia el otro y hacia los demás. En este sentido, la opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica en aquel Dios que se ha hecho pobre por nosotros, para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9)".

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 (*) cf. R. Pellitero, voz "Pobres (amor preferencial por los)", en Diccionario General de Derecho Canónico, J. Otaduy - A. Viana - J. Sedano (dirs), ed. Thomson Reuters-Aranzadi, Instituto Martín de Azpilcueta-Facultad de Derecho Canónico, Universidad de Navarra, Pamplona 2012, vol. VI, pp. 240-244.


camineo.info, 24-9-13

Consejo de Cardenales





Publicamos a continuación el Quirógrafo con el que el Santo Padre instituye un Consejo de Cardenales para ayudarle en el gobierno de la Iglesia universal y para estudiar un proyecto de revisión de la Constitución Apostólica Pastor bonus sobre la Curia Romana.

“Entre las sugerencias de las Congregaciones Generales de cardenales que precedieron el Cónclave, figuraba la de la conveniencia de instituir un restringido grupo de miembros del Episcopado, procedentes de las diversas partes del mundo, que el Santo Padre pudiera consultar, singularmente o de forma colectiva, sobre cuestiones particulares. Una vez elegido a la Sede romana, he tenido la ocasión de reflexionar varias veces sobre este argumento, pensando que tal iniciativa representaría una notable ayuda para cumplir el ministerio pastoral de Sucesor de Pedro que los hermanos cardenales me confiaron.

Por esa razón, el pasado 13 de abril, anuncié la constitución del mencionado grupo, indicando, al mismo tiempo, los nombres de los que habían sido llamados a formar parte. Ahora, tras una madura reflexión, creo oportuno que dicho grupo, mediante el presente Quirógrafo sea instituido como un “Consejo de Cardenales”, con la tarea de ayudarme en el gobierno de la Iglesia universal y de estudiar un proyecto de revisión de la Constitución Apostólica Pastor bonus sobre la Curia Romana. El Consejo estará formado por las personas indicadas anteriormente, las cuales podrán ser interpeladas, sea como Consejo que singularmente, sobre las cuestiones que considere, de vez en vez, dignas de atención. Dicho Consejo, que respecto al número de miembros, me reservo de configurar de la forma más adecuada, será una expresión más de la comunión episcopal y del auxilio al munus petrinum que el Episcopado esparcido por el mundo puede ofrecer”.

El Quirógrafo está fechado el 28 de septiembre del año 2013, primer año del pontificado de Francisco.



MAÑANA INICIA LA REUNIÓN DEL CONSEJO DE CARDENALES


Mañana, 1 de octubre, tendrá lugar la primera de las tres reuniones del Papa Francisco con el Consejo de Cardenales, instituido con el Quirógrafo del 28 de septiembre.

El consejo está compuesto por los cardenales: Giuseppe Bertello, Presidente de la Gobernación del Estado de la Ciudad del Vaticano, Francisco Javier Errázuriz Ossa, arzobispo emérito de Santiago de Chile (Chile), Oswald Gracias, arzobispo de Bombay (India), Reinhard Marx, arzobispo de München und Freising (Alemania), Laurent Monsengwo Pasinya, arzobispo de Kinshasa (República Democrática del Congo),Sean Patrick O'Malley, O.F.M. Cap., arzobispo de Boston (EE.UU) George Pell, arzobispo de Sydney (Australia). Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, S.D.B., arzobispo de Tegucigalpa (Honduras), con funciones di coordinador y el obispo Marcello Semeraro de Albano (Italia) con funciones de secretario.

Durante tres días el Consejo se reunirá en la Biblioteca privada de la III loggia, es decir en el Apartamento Papal y las sesiones de trabajo serán matutinas y vespertinas. El Santo Padre participará en ellas, excepto el miércoles por la mañana cuando tiene lugar la audiencia general, ha explicado el director de la Oficina de Prensa de la Santa Sede, Padre Federico Lombardi. S.I., aclarando que las conversaciones serán privadas, es decir, no se prevé ninguna comunicación una vez terminadas. También ha puntualizado que, como se lee en el quirógrafo publicado hoy, el Papa se reserva la facultad de configurar el Consejo de la forma más adecuada, pudiendo aumentar el número de miembros.

Asimismo ha observado que todos los miembros del Consejo, excepto el Secretario y el cardenal Bertello (que representa a la Curia) son arzobispos de grandes diócesis y por lo tanto con amplia experiencia pastoral. “La institución del Consejo de Cardenales - ha dicho- es un enriquecimiento ulterior que brinda el Papa al gobierno de la Iglesia” y ha recordado que Francisco en su pontificado recurre con frecuencia a las consultas, como en el caso de la reunión con los jefes de dicasterio, y muestra de ello es también su interés por la renovación del método de trabajo del Sínodo.

El Consejo no está en relación con otras instituciones de la Iglesia y no es un elemento de arquitectura de la misma, sino un órgano consultivo del Papa, ha proseguido Lombardi, explicando que desde el anuncio, en abril, de la institución de un grupo de ocho cardenales para ayudar al Papa en el gobierno de la Iglesia, los componentes han recogido sugerencias y propuestas en sus áreas de competencia respectivas. También, en preparación de la reunión de octubre, han llegado al Papa contribuciones de otro tipo, se ha solicitado el parecer de los jefes de dicasterio y se ha consultado a la Secretaría de Estado y al colegio cardenalicio. “El Consejo - ha dicho- tiene ya ochenta documentos que han circulado entre ellos y el Secretario, el obispo Semeraro, ha preparado una amplia síntesis. Igualmente, a lo largo de estos meses, han hablado también unos con otros y en algunas ocasiones, con el Santo Padre”.

Ciudad del Vaticano, 30 septiembre 2013 (VIS).-


Canonizaciones






Ciudad del Vaticano, 30 septiembre 2013 (VIS).-

Esta mañana a las 10,00 en la sala del Consistorio del palacio apostólico vaticano, el Santo Padre ha presidido un consistorio ordinario público para la canonización de los beatos: Juan XXIII y Juan Pablo II, Papas.


En el curso del consistorio el Papa ha decretado que los beatos Juan XXIII y Juan Pablo II se inscriban en el Libro de los Santos el domingo, 27 de abril de 2014, II domingo de Pascua y de la Divina Misericordia.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Tres claves más una cuarta del buen catequista




 

Discurso del Papa Francisco con miles de participantes al Congreso Internacional sobre la Catequesis (Roma, 26-28 de septiembre de 2013) sobre el tema: “El catequista, testimonio de la fe”, promovido y organizado con ocasión del Año de la fe.

Queridos catequistas, ¡buenas tardes! Me alegra que en el Año de la fe se lleve a cabo para ustedes este encuentro: la catequesis es una columna para la educación de la fe, y ¡se necesitan buenos catequistas! Gracias por este servicio a la Iglesia y en la Iglesia. También a veces puede ser difícil, se trabaja tanto, se empeña y no se ven los resultados deseados, ¡educar en la fe es bello! Es quizás la mejor herencia que podemos dar: ¡la fe!

Educar en la fe, para que esta crezca. Ayudar a los niños, a los muchachos, a los jóvenes, a los adultos a conocer y a amar cada vez más al Señor, es una de las aventuras educativas más bellas, ¡se construye la Iglesia!

¡“Ser” catequistas! No trabajar como catequistas, ¡eh! ¡Eso no sirve! Yo trabajo como catequista porque me gusta enseñar… pero tú no eres catequista, ¡no sirve! ¡No serás fecundo! ¡No serás fecunda! Catequista es una vocación: “ser catequista”, esa es la vocación; no trabajar como catequista. Entiendan bien, no he dicho “hacer” el catequista, sino “serlo”, porque envuelve la vida. Se guía al encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Recuerden aquello que Benedicto XVI nos ha dicho: “la Iglesia no crece por proselitismo. Crece por atracción”.

Y eso que atrae es el testimonio. Ser catequista significa dar testimonio de la fe; ser coherente con la propia vida. Y esto no es fácil. ¡No es fácil! Nosotros ayudamos, nosotros guiamos hacia el encuentro con Jesús con las palabras y con la vida, con el testimonio. Me gusta recordar aquello que San Francisco de Asís decía a sus frailes: “prediquen siempre el Evangelio y si fuese necesario también con las palabras”. Pero antes el testimonio: que la gente vea en sus vidas el Evangelio, pueda leer el Evangelio.

Y “ser” catequistas requiere amor, amor a Cristo cada vez más fuerte, amor a su pueblo santo. Y este amor no se compra en las tiendas; no se compra ni siquiera aquí en Roma. ¡Este amor viene de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! ¡Es un regalo de Cristo! Y si viene de Cristo parte de Cristo y nosotros debemos volver a partir desde Cristo, de este amor que no da. Para un catequista, para ustedes, también para mí, porque también yo soy catequista ¿qué cosa significa este volver a partir de Cristo? ¿Qué cosa significa?

1.- Ante todo hablare de tres cosas: uno, dos, tres, como hacían los viejos jesuitas… ¡uno, dos y tres! Antes que nada volver a partir desde Cristo significa tener familiaridad con Él. Tener esta familiaridad con Jesús. Jesús lo recomienda con insistencia a los discípulos en la Última Cena, cuando se disponen a vivir con Él el don más alto de amor, el sacrificio de la Cruz. Jesús utiliza la imagen de la vid y de los sarmientos y dice: permanezcan en mi amor, permanezcan unidos a mí, como el sarmiento está unido a la vid.

Si estamos unidos a Él podemos dar fruto, y ésta es la familiaridad con Cristo. ¡Permanecer en Jesús! Es un permanecer apegado a Él, dentro de Él, con Él, hablando con Él: pero, permanecer en Jesús.

La primera cosa, para un discípulo, es estar con el Maestro, escucharlo, aprender de Él. Y esto vale siempre, ¡es un camino que dura toda la vida, eh! Recuerdo, tantas veces en la diócesis, en la otra diócesis que tenía antes, de haber visto al final de los cursos en el seminario catequístico, a los catequistas que salían: “!tengo el título de catequista!”. Eso no sirve, no tienes nada: ¡has hecho un camino pequeñito, eh! ¿Quién te ayudará? ¡Esto vale siempre! No es un título, es una actitud: ¡estar con Él y dura toda la vida! Es un estar en presencia del Señor, dejarse mirar por Él. Yo les pregunto: “¿cómo están ustedes en presencia del Señor?” 

Cuando vas al Señor, miras el Tabernáculo, ¿qué cosa haces? Sin palabras… “Pero yo digo, digo, pienso, medito, siento…” ¡Muy bien! ¿Pero tú te dejas mirar por el Señor? ¡Dejarse mirar por el Señor! El nos mira y esta es una forma de rezar. ¿Te dejas mirar por el Señor? “pero ¿cómo se hace?”. Mira el Tabernáculo y déjate mirar… ¡Es simple! “Es un poco aburrido, me duermo…”. ¡Duérmete! ¡Duérmete! Él te mirará lo mismo.

Él te mirará lo mismo. ¡Pero estate seguro que Él te mira! Y esto es más importante que el título de catequista: es parte del ser catequista. Esto enardece el corazón, tiene encendido el fuego de la amistad con el Señor, te hace sentir que Él te mira verdaderamente, te es cercano y te quiere. En una de las salidas que he hecho, aquí en Roma, en una misa, se me acerco un señor, relativamente joven, y me dijo: “Padre, un gusto conocerlo. ¡Pero yo no creo en nada! ¡No tengo el don de la fe!”. Entendía que era un don… “¡No tengo el don de la fe! ¿Usted qué cosa me dice?”. “¡No te desconsueles. Él te quiere. Déjate mirar por Él! Nada más”. 

Y esto se los digo a ustedes. ¡Déjense mirar por el Señor! Entiendo que para ustedes no es tan fácil: especialmente para quien está casado y tiene hijos, es difícil encontrar un largo tiempo de calma.


Pero, gracias a Dios, no es necesario, no es necesario que todos lo hagan de la misma manera, en la Iglesia hay variedad de vocaciones y variedad de formas espirituales; lo importante es encontrar la manera adecuada para estar con el Señor; y esto se puede, es posible en todo estado de vida. En este momento cada uno puede preguntarse: ¿cómo vivo yo este “estar” con Jesús? Esta es una pregunta que les dejo: “¿cómo vivo yo este estar con Jesús? ¿Este permanecer en Jesús?” ¿Tengo momentos en los que permanezco en su presencia, en silencio, me dejo mirar por Él? ¿Dejo que su fuego enardezca mi corazón? Si en nuestro corazón no existe el calor de Dios, de su amor, de su ternura, ¿cómo podemos nosotros, pobres pecadores, enardecer el corazón de los demás? ¡Piensen en esto, eh!

2. El segundo elemento es éste: volver a partir de Cristo significa imitarlo en el salir de sí mismo e ir al encuentro del otro. Ésta es una experiencia hermosa, y un poco paradójica. ¿Por qué? Porque nos coloca al centro de la propia vida ¡Cristo se descentraliza! Mientras más te unes a Jesús y Él se vuelve el centro de tu vida, más Él te hace salir de ti mismo, te descentraliza y te abre a los otros. Este es el verdadero dinamismo de amor, ¡éste es el movimiento de Dios mismo! Dios es el centro, pero es siempre don de sí mismo, relación, vid que se comunica… Así nos transformamos si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. Pero siempre es don de si, relación, vida que se comunica. Así también nosotros no convertimos, si permanecemos unidos a Cristo, Él nos hace entrar en este dinamismo del amor. 

Donde hay verdadera vida en Cristo, hay apertura hacia el otro, hay salida de sí para ir al encuentro del otro en el nombre de Cristo. Y este es el trabajo del catequista: salir continuamente de sí por amor, para testimoniar a Jesús y hablar de Jesús, predicar a Jesús. Pero esto es importante porque lo hace el Señor: es precisamente el Señor que nos empuja a salir.

El corazón del catequista vive siempre este movimiento de “sístole – diástole”: unión con Jesús – encuentro con el otro. Son las dos cosas: yo me uno a Jesús y salgo al encuentro con los demás. Si falta uno de estos dos movimientos el corazón no late más, no puede vivir. Recibe como don el kerigma, y a su vez lo ofrece como don. Esta palabrita: don. El catequista es consciente que ha recibido un don, el don de la fe, y lo da como don a los otros. Y esto es hermoso… y por esto no se saca un porcentaje, ¿eh? ¡Todo lo que recibe lo, da! ¡Esto no es un negocio! ¡No es un negocio!

Es don puro: don recibido y don transmitido. Y el catequista está allí, en este cruce de dones. Es así en la naturaleza misma del kerigma: es un don que genera misión, que empuja siempre más allá de nosotros mismos. San Pablo decía: «El amor de Cristo nos empuja», pero aquel “nos empuja” se puede traducir también “nos posee”. Y así: el amor te atrae y te envía, te toma y te dona a los demás. En esta tensión se mueve el corazón del cristiano, en particular el corazón del catequista. Preguntémonos todos: ¿es así que late mi corazón de catequista: unión con Jesús y encuentro con el otro? ¿Con este movimiento de “sístole y diástole”? Se alimenta en la relación con Él, pero ¿para llevarlo a los demás y no para retenerlo? Les digo una cosa: no entiendo como un catequista pueda quedarse quieto, sin este movimiento. ¡No entiendo!

3. Y el tercer elemento -tres- se encuentra siempre en esta línea: volver a partir de Cristo significa no tener miedo de ir con Él a las periferias. Aquí me viene a la mente la historia de Jonás, una figura verdaderamente interesante, especialmente en nuestros tiempos de cambios y de incertidumbres. Jonás es un hombre pío, con una vida tranquila y ordenada, esto lo lleva a tener sus esquemas bien claros y a juzgar todo y a todos con estos esquemas, de manera rígida. Tiene todo claro, la verdad es esta… ¡Es rígido!

Por eso cuando el Señor lo llama y le dice ir a predicar a Nínive, la gran ciudad pagana, Jonás no se siente capaz. “¡Ir allá! ¡Pero si yo tengo toda la verdad aquí! No se siente capaz… Nínive está fuera de sus esquemas, está en la periferia de su mundo. Y entonces escapa, huye, se va a España, se embarca en una nave que va por esos lados. ¡Vuelvan a leer el Libro de Jonás! Es breve, pero es una parábola muy instructiva, especialmente para nosotros que estamos en la Iglesia.

¿Qué cosa nos enseña? Nos enseña a no tener miedo de salir de nuestros esquemas para seguir a Dios, porque Dios va siempre más allá. Pero ¿saben una cosa? ¡Dios no tiene miedo! ¿Sabían esto ustedes? ¡No tiene miedo! ¡Esta siempre más allá de nuestros esquemas! Dios no tiene miedo de las periferias. Por eso, si ustedes van a las periferias lo encontraran allí.

 Dios es siempre fiel, es creativo. Pero por favor, no se entiende un catequista que no sea creativo. Y la creatividad es como la columna del ser catequista. Dios es creativo, no es cerrado, y por esto jamás es rígido, ¡Dios no es rígido! Nos acoge, nos viene al encuentro, nos comprende. Para ser fieles, para ser creativos, es necesario saber cambiar. Saber cambiar. ¿Y por qué debo cambiar? Es para adecuarme a las circunstancias en las que debo anunciar el Evangelio. 

Para permanecer con Dios en necesario saber salir, no tener miedo de salir. Si un catequista se deja llevar por el miedo, es un cobarde; si un catequista se está ahí tranquilo termina por ser una estatua de museo: ¡y tenemos tantas eh! ¡Tenemos tantas!¡Por favor, ninguna estatua de museo! Si un catequista es rígido se vuelve acartonado y estéril. Les pregunto: ¿alguno de ustedes quiere ser cobarde, estatua de museo o estéril? ¿Alguno lo quiere? (catequistas ¡No!) ¿No? ¿seguro?

¡Bien! Pero lo que les diré ahora lo he dicho tantas veces. Pero me viene del corazón decirlo. Cuando nosotros cristianos estamos cerrados en nuestro grupo, en nuestro movimiento, en nuestra parroquia, en nuestro ambiente, permanecemos cerrados y nos pasa lo que le pasa a todo aquel que es cerrado: cuando una habitación está cerrada empieza el olor de humedad… y si una persona está encerrada en ese cuarto , ¡se enferma! 

Cuando un cristiano esta cerrado en su grupo, en su parroquia, en su movimiento está cerrado, se enferma. Si un cristiano sale por las calles en las periferias, puede pasarle aquello que sucede a cualquier persona que va por la calle: un accidente… Tantas veces hemos visto accidentes… pero les digo: ¡prefiero mil veces una iglesia accidentada y no una iglesia enferma! ¡Una iglesia, un catequista que tenga el valor de arriesgar para salir y no un catequista que sabe todo, pero cerrado siempre y enfermo. Y a veces enfermo de la cabeza…

Pero ¡atención! Jesús no dice: vayan, arréglenselas. ¡No! ¡No dice eso! Jesús dice: ¡vayan, estoy con ustedes! Ésta es nuestra belleza y nuestra fuerza: si nosotros vamos, si nosotros salimos a llevar su Evangelio con amor, con verdadero espíritu apostólico, con parresia, Él camina con nosotros, nos precede, nos “primerea”. ¡El Señor siempre nos primerea!

Ya han aprendido el sentido de esta palabra. ¡Y esto lo dice la Biblia eh! No lo digo yo. La Biblia dice, el Señor dice en la Biblia: “yo soy como la flor del almendro”. ¿Por qué? Porque es la primera flor que florece en la primavera. Él es siempre “primero”. ¡Él es primero! Esto es fundamental para nosotros: ¡Dios siempre nos precede! Cuando pensamos ir lejos, en una periferia extrema, y quizás tenemos un poco de temor, en realidad Él ya está allá: Jesús nos espera en el corazón de aquel hermano, en su carne herida, en su vida oprimida, en su alma sin fe. Pero ustedes saben, una de las periferias que me hace tanto mal, que siento dolor -lo vi en la diócesis que tenía antes-, es aquella de los niños que no saben hacerse la señal de la cruz. En Buenos Aires hay tantos niños que no saben hacerse el signo de la cruz. Esta es una periferia ¡eh! Se necesita ir ahí.
 Y Jesús está allí, te espera para ayudar a ese niño a hacerse el signo de la cruz. Él nos precede siempre.

Queridos catequistas, los tres puntos terminaron… ¡siempre volver a partir de Cristo! Les digo gracias por aquello que hacen, pero sobre todo porque están en la Iglesia, en el Pueblo de Dios en camino. Permanezcamos con Cristo, permanecer en Cristo, busquemos cada vez más de ser una cosa sola con Él; sigámoslo, imitémoslo en su movimiento de amor, en su ir al encuentro del hombre; y salgamos, abramos las puertas, tengamos la audacia de trazar nuevas vías para el anuncio del Evangelio. Que el Señor los bendiga y la Virgen los acompañe. ¡Gracias!


Ecclesia, 27-9-13

El concepto de inhabitación

                       

                                                    Alberto Buela(*)

Desde que salió editado, allá por 1971, el opúsculo de Nimio de Anquín De las dos inhabitaciones en el hombre, nos llamó la atención el término inhabitación.
Claro está que el filósofo cordobés dio por conocida la palabra y no se ocupó de explicarla. Inhabitatio-onis: morada de  Dios por acción del Espíritu Santo en el alma del justo.

Años más tarde leyendo a uno de los grandes teólogos contemporáneos, el dominico español Royo Marín (1913-2005), éste afirmaba que: uno de los temas más santos y sublimes de toda la sagrada teología es la inhabitación del Espíritu Santo en el alma” 

Veamos si podemos decir algo más al respecto.
Es sabido que Dios para la teología cristiana es la Santísima Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo. Tres personas distintas y una sola naturaleza. La relación de las personas es estudiada bajo el nombre de perichorésis, en latín circuminsessio y en castellano circuminsesión, lo que quiere decir que la relación del Dios Trino se intensifica por la relación de circularidad entre las personas divinas. 
Esta idea de circularidad, circum viene de la filosofía griega que la tenía por la expresión de lo perfecto, lo mismo que la idea de relación que en ellos era denominada pros ti= respecto a algo. La relación depende de otras cosas. Tiene lugar entre dos o más sustancias y, al mismo tiempo, es la menos sustancial de todas las categorías Ejemplo clásico de términos relativos son padre respecto de hijo como hijo lo es de padre o alto de bajo y viceversa o izquierda de derecha.

En el seno de la Trinidad, el Padre engendra al Hijo. El Hijo es engendrado pero no creado por el Padre, mientras que el Espíritu Santo no es tampoco creado ni engendrado como el Hijo sino que “procede” del amor mutuo entre el Padre y el Hijo. Así, la espiración o exhalación de ese soplo amoroso que sale del Padre y del Hijo da lugar al Espíritu Santo.
Dios como amor, Dios como ágape, se muestra en su plenitud en tanto que el Padre ama al Hijo, el Hijo ama al Padre y estos dos amores inmensos se expansionan como un soplo que se hace como ellos real, sustancial, personal y divino: el Espíritu Santo. Este es el gran misterio de il Dio ignoto, del que solo sabemos por la revelación.

Ahora bien, estas son las acciones de Dios hacia adentro, ad intra mientras que sus acciones hacia afuera, ad extra las realiza por acción del Espíritu Santo en el alma o la conciencia del hombre y que se denominó técnicamente inhabitación. Por ella el Espíritu Santo habita en el hombre y ello le permite a éste barruntar, al menos algo, del misterio de realidad divina. Este ha sido un privilegio de algunos místicos.
El Espíritu Santo, el gran desconocido, como lo denomina el mencionado Royo Marín, aparece en el Evangelio solo bajo tres imágenes: a) bajo forma de paloma se posó sobre el hombro de Jesús luego de su bautismo. b) como nube resplandeciente que cubre a Jesús en su transfiguración en el monte Tabor y c) como lenguas de fuego en el cenáculo de Jerusalén que se posan sobre la cabeza de los discípulos  y comenzaron a hablar distintas lenguas.
La inhabitación, como hemos dicho, de alguna manera nos diviniza y nos “hace partícipes de la divina naturaleza” (2 Pe 1,4) y, además, el Espíritu Santo nos infunde las virtudes infusas y sus dones.

Las virtudes infusas o teologales (fe, esperanza y caridad) son las que Dios a través del Espíritu Santo infunde en el alma del hombre. Se distinguen las teologales (fe, esperanza y caridad) dirigidas al fin sobrenatural y, las cardinales, que se dirigen a los medios (prudencia, justicia, fortaleza y templanza). La diferencia de estas virtudes infusas con las virtudes meramente éticas, es que estas últimas se mueven en el orden natural, mientras que las infusas necesitan siempre para pasar al acto de una gracia actual procedente de Dios. Esto fue conocido como la moción del Espíritu Santo.

Los dones

La moción donal del Espíritu Santo reconoce siete: temor de Dios, fortaleza, piedad, consejo, ciencia, entendimiento y sabiduría. El número siete indica aquí plenitud.
Los tratadistas entran a jugar acá con todo un sistema de vicios y virtudes que como es sabido, es un sistema abierto pues nadie ha podido determinar con certeza cuántos y cuáles son, desde Platón y Aristóteles hasta Max Scheler y Otto Bollnow.
Así a estos dones, siguiendo la teoría de la virtud enunciada por Aristóteles, les corresponderían sus vicios opuestos: soberbia, cobardía o flojedad, impiedad o dureza del corazón, precipitación o lentitud excesiva, ignorancia, ceguera o embotamiento espiritual y estulticia o fatuidad, como incapacidad para juzgar de las cosas divinas.

A su vez a estos dones se los vincula con el sistema de las virtudes que nos viene desde Platón: El temor de Dios con la esperanza y la templanza, la fortaleza con su homónima en el orden natural, la piedad con la justicia, el consejo con la prudencia, la ciencia con la fe, el entendimiento con la fe y la sabiduría con la caridad.
A su vez, y en esto la escolástica maestra en dividir y subdividir ad infinitud, cada una de estas virtudes eran divididas en muchas otras, así por ejemplo: en la prudencia se distinguían ocho momentos: memoria del pasado, inteligencia de lo presente, docilidad, sagacidad, razonamiento, providencia, circunspección, precaución o cautela.

Pero esto no termina acá, tenemos además los frutos del Espíritu Santo que según la Vulgata son doce: caridad, gozo espiritual, paz, paciencia, benignidad, bondad, longanimidad, mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad y según San Pablo (Gál. 5,22-23) son nueve: caridad, gozo espiritual, paz, longanimidad, afabilidad, bondad, fe, mansedumbre y templanza.

El problema desde el punto de vista filosófico es que tanto los dones como los frutos del Espíritu Santo no son hábitos sino actos y que como tal pueden ser múltiples y variados. En una palabra, pueden ser más o pueden ser menos.
Brevemente, como para que una cabeza moderna tan alejada de estas sutilezas, con sus divisiones y subdivisiones, tratemos de explicar los dones del Espíritu Santo.

Así, apenas decimos, temor de Dios, nos salta la objeción:¿si Dios es bueno cómo le vamos a temer?
Este primero de los dones quiere significar el sentimiento reverencial hacia la majestad de Dios que se manifiesta a dos puntas: a) por la detestación del pecado y b) por la infinita pequeñez nuestra.
Mientras que la virtud cardinal de la fortaleza ofrece el coraje necesario para afrontar toda clase de obstáculos, el don de la fortaleza infunde la confianza de afrontarlos y superarlos a todos cualquiera sean sus dificultades.

La piedad muestra el cariño filial hacia Dios como Padre lo que despierta un afecto fraternal con el resto de los hombres hijos de un mismo Padre. Es esta la única y ultima ratio del humanismo cristiano. Pues los hombres no somos iguales per se sino solo “en dignidad”. “No hay judío o griego, no hay siervo o libre, no hay hombre o mujer, porque todos sois uno en Cristo Jesús” (Gál. 2, 36-28).
El consejo es la capacidad de encontrar la palabra adecuada para obrar en los casos particulares en vista al fin último sobrenatural.
El don de ciencia es el que permite juzgar rectamente sobre las cosas, la creación y relacionarlas con Dios.

Viene luego el entendimiento que es la intuición que nos permite penetrar en las cosas sagradas, como las enseñanzas de Jesús, sin errores de interpretación.
Por último tenemos el don de la sabiduría que nos permite gozarnos en las cosas divinas y está más allá de la ciencia y el conocer. El término sabiduría indica originariamente “sabor”, y así señala el gusto por las cosas de Dios.

Como vemos los dones del Espíritu Santo poseen una relación jerárquica que va de la condición más elemental a la más elevada. Y nosotros sabemos por la axiología que los valores más bajos son más fuertes que los valores más altos, pero que, paradójicamente, los más altos dependen de los más bajos para poder existir.
Con la moción donal pasa lo mismo. Así, por ejemplo, no podemos recibir y ejecutar plenamente el don de la sabiduría, o el del entendimiento o de la ciencia o del consejo o el de la piedad o el de la fortaleza si previamente no detestamos el pecado a través del temor de Dios.

El temor de Dios, que es el menos perfecto y más bajo de todos los dones, está en la base de la relación del cristiano con Dios. El temor que fue definido por los filósofos como un malum futurum no se dirige a Dios en sí que como tal es el bien supremo, sino a su justo castigo a nuestras culpas. Y ese castigo divino tiene que ser entendido como un bien para el pecador. Recuerdo una vieja oración al acostarse: Dios me cubre con su manto, con su manto de color, donde no hay ruego ni temor sino a Dios nuestro señor.

Se equivoca Hegel cuando en su Filosofía del derecho proclama que el régimen más justo es aquel en que el culpable reclame su castigo como su derecho. Pues el culpable, el pecador, no solicita castigo sino que, en el mejor de los casos, pide perdón. El castigo y su posibilidad siempre es vivido con temor por el hombre.

Para cerrar esta breve meditación con el autor que comenzamos diremos que para Nimio de Anquín el hombre en tanto animal racional es un ente del Ser que es el primer huésped que inhabitó su conciencia a partir de la filosofía griega. El nuevo huésped fue el Dios cristiano ¿pueden inhabitar los dos?. “el Dios creador agapístico no excluye del todo al Ser, mientras que Dios creador omnipotente, que continua siempre en tiniebla impenetrable, sí lo excluye absolutamente….La palabra símbolo para una conciliación, es participación, bien pudiera darse así una cohabitación cordial”  
Esta distinción entre el Dios cristiano concebido como Amor, más aún como amor de amistad, y el Dios omnipotente, el de temor y temblor de Abraham marca, en forma definitiva, la incapacidad desde el judaísmo de hacer metafísica.

Porque Jehová excluye absolutamente al ser greco-parmenídeo. La tradición griega y la tradición judía son tradiciones que se oponen, que no se complementan ni pueden complementarse. 
Cuando nosotros afirmamos alegremente que nuestra tradición es judeo cristiana es un dislate, un error garrafal, pues nuestra tradición es heleno cristiana. Lo que tiene de judeo cristiana es el antiguo testamento, pero solo como texto, ni siquiera como interpretación.

El más publicitado filósofo argentino de estos últimos años, José Pablo Feinmann, afirma en múltiples escritos que: “El cristianismo no inventó nada original: es la consecuencia directa y extrema del judaísmo” 
El afirmar que el cristianismo no inventó nada, más allá de lo que hubiera inventado el judaísmo es, o bien, exaltar al judaísmo sobremanera o bien, desconocer el cristianismo en su esencia.
Pues, así como Dios para los judíos es el creador desde la lejanía infinita, el sin rostro de Moisés. El Dios cristiano además de creador ex nihilo=desde la nada, único rasgo en común con el de los judíos, es Dios-ágape, es el Dios con rostro que se hace hombre y que significamos en la cruz.

¿Qué quiere decir que Dios es ágape? Que Dios es amor, donación de sí, que mueve por aspiración y no por temor. El misterio de la perichorésis o circuminsesión, como hemos visto, sólo se explica por el amor. Esto ha sido, y por lo que vemos sigue siendo, incomprensible para la inteligencia judía. Por más que se desgañiten Martín Buber con la relación yo-tú o Emanuel Levinas con el rostro del otro. Es que su inteligencia está condicionada por su preconcepto del Dios judío omnipotente y lejano vivido por la criatura como amenazante.

El asunto es que el concepto de amor no es comprendido. Y corta es la inteligencia judía en el tema del amor y sobre todo, del amor cristiano. Es por ello que si recorremos la literatura, de autores judíos, que es millonaria en libros, sobre el tema, estos siempre, pero siempre, siempre terminan equiparando: 1) amor a filantropía (ponga el lector el filántropo que quiera) o 2)  amor a humanidad (se proclaman a sí mismos maestros en humanidad, sobre todo luego de la segunda guerra mundial).
En cuanto al concepto de amor griego, como es sabido, posee tres acepciones: ágape, philia y eros, pero estos pensadores quedan detenidos y limitados en el eros (recuerde el lector los dueños de las grandes cadenas de pornografía y prostitución mundial). En contados casos llegan a la philía, pues viven a los otros como amenaza,  pero jamás a la compresión acabada del sentido agapístico.

Porque para comprender el ágape hay que salir de sí en donación al otro y esto es incongruente y contradictorio para la inteligencia judía donde prima la razón calculadora. Y es lógico, no se puede poner la inteligencia y el existir en aquello que no se comprende.

(*) arkegueta, mejor que filósofo
buela.alberto@gmail.com

www.disenso.info 

miércoles, 25 de septiembre de 2013

El Papa: palabras y gestos



Reproducimos y difundimos una nota del Pbo. José María Iraburu en Infocatólica, que ha considerado necesario -a lo que nos adherimos y aprovechamos- significarse y hacer algunas aclaraciones y precisiones a raíz de la publicación sesgada de ciertas palabras y gestos del Santo Padre en diferentes medios de comunicación.


–Palabras y gestos, o signos. 
«La revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas. Las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio» (Dei Verbum 2). Eso lo estamos viendo en toda la historia de la salvación.
Los profetas, por orden de Dios, se presentan ante el pueblo con un yugo al cuello, con una vasija de barro, que romperán en público, etc. y cuando sean preguntados sobre la significación de ese gesto, darán la Palabra divina que han de transmitir, pues es ayudada su elocuencia por el signo. Cristo mismo lleva al culmen la Revelación por lo que «hizo y enseñó, viviendo entre los hombres» (DV 19). Y sus obras, no sólo cuando son milagrosas, iluminan y confirman sus palabras.

Palabras y gestos se unen en el desempeño del ministerio pastoral, también en los Papas, por supuesto. El Papa enseña, gobierna y guía a su Iglesia no sólo por su Magisterio apostólico, sino también por sus obras y decisiones. Hay evidentemente en su guía como Pastor universal grados muy diversos en el ejercicio de la autoridad apostólica, trátese de una Encíclica, de un Ángelus, de la aprobación de un Instituto religioso, de una entrevista de prensa.

Y esto puede ser ignorado:
 1) por quienes toman maliciosamente una palabra o un gesto mínimo del Papa interpretándolo en contra del Magisterio de la Iglesia, que es el suyo, llevando malamente el agua a su molino; 
y 2) por quienes se escandalizan con ocasión de un gesto o palabra del Papa que, mal interpretado, pudiera ir en contra del Magisterio de la Iglesia: en seguida protestan, acusan públicamente al Papa, o simplemente se callan, confusos y desmoralizados.

En el Papa ha de ser netamente distinguido el magisterio personal privado del Magisterio apostólico público. No todo lo que dice o hace el Papa ha de ser tenido en la Iglesia universal como modelo apostólico cierto de lo que debe pensarse o hacerse. 
Muchas de sus palabras y acciones –al escribir un libro, por ejemplo, al realizar una entrevista– no ejercitan, al menos en muchas cuestiones, en modo alguno el carisma de Pedro, Vicario de Cristo, sino que expresan solamente su pensamiento personal, su carácter, sus tendencias personales. Y nada más. 

Son palabras y acciones que exigen un atento respeto, pero no una sujeción del pensamiento y de la actividad de los fieles. Con un ejemplo.
Cuando el doctor Joseph Ratzinger escribió Jesús de Nazaret, él mismo lo advirtió desde el principio en el prólogo: «Sin duda, no necesito decir expresamente [pero lo dice, porque es conveniente y necesario] que este libro no es en modo alguno un acto magisterial, sino únicamente expresión de mi búsqueda personal “del rostro de Cristo” (cf. Sal 27,8). Por eso, cualquiera es libre de contradecirme». 

Yo mismo, siendo una nada en el campo científico de la exégesis, lamenté en su momento que iniciara la obra en el Bautismo, norma impuesta desde hace medio siglo por la hegemonía de la exégesis protestante liberal. Como si nada cierto sobre Jesús pudiéramos saber antes de su Bautismo. Felizmente, años después, publicó La infancia de Jesús (Planeta 2012), no como un tercer volumen de su Jesús de Nazaret, sino «como una antesala a los dos volúmenes precedentes sobre la figura y el mensaje de Jesús de Nazaret» (prólogo del Autor). En fin, hay en los Papas muchos gestos, palabras, opciones, que no siempre, obviamente, hemos de considerar como actos del Magisterio apostólico.

La palabra tiene una expresión más clara y precisa que los gestos que la complementan a veces. En efecto, los gestos expresan en lenguaje no-verbal pensamientos e intenciones que pueden tener interpretaciones muy variadas, aunque éstas pueden ser a veces patentes por las circunstancias. Las palabras, en cambio, tienen una expresividad mucho más precisa y unívoca, aunque tratándose siempre de un lenguaje que es humano, nunca se ven libres de un cierto grado de equivocidad. Es evidente, por tanto, que si un gesto concreto adolece de una expresividad ambigua, el gesto o el signo debe ser interpretado ateniéndose a las palabras. 
Pondré un ejemplo famoso.
Cuando Juan Pablo II besó el Corán en público, su gesto ocasionó grandes perturbaciones en la Iglesia; fue, a mi modestísimo entender, no poco inconveniente. Y seguro que Juan Pablo II respetaría mi apreciación, que coincide con la de muchos varones prudentes, algunos de ellos Cardenales, y no se ofendería al conocerla en modo alguno. Su acción dio ocasión a que los musulmanes, muchos, pensaran que el Corán era superior al Evangelio, pues, a la inversa, jamás un ayatolá islámico besaría los Evangelios. En el gesto del Papa verían un reconocimiento del caracter sagrado divino del Corán. Ahora bien, este libro derivado del judaísmo y del cristianismo, está repleto de herejías; y es un libro que hoy impide muy eficazmente a 1.600 millones de seres humanos, bajo pena de muerte o de gravísimos castigos, tener acceso al Evangelio, a Cristo, a la Iglesia. Libro, pues, nefasto. Por otra parte, algunos católicos desviados pensaron: «por fin se abre de verdad la Iglesia a un ecumenismo realmente universal, a un verdadero pluralismo religioso». Otros, en el otro extremo, afirmarían en público, como los lefebvrianos, que la caída del Papa de Roma en la herejía era totalmente manifiesta. Y otros buenos católicos, con el dichoso beso, se llevaron un enorme disgusto, y se habrían ido a los pies de Cristo en el sagrario para buscar en Él consolación y fuerza de esperanza.

Pues bien, interpretar un gesto ambiguo realizado por el Papa, en contra de lo que su palabra ha expresado claramente, es algo muy grave, totalmente injustificable. En este caso que nos ocupa a modo de ejemplo, el pensamiento de Juan Pablo II sobre el Islam ya se expresó claramente en los documentos del Concilio Vaticano II, en el que participó de forma destacada (declaración Nostra ætate, 1965), y más posteriormente en muchas ocasiones, como en su encíclica Redemptoris missio (1990), y aún más precisamente en la declaración Dominus Iesus (2000), publicada con su aprobación por la Congregación de la Fe.

En el libro «Cruzando el umbral de la esperanza» (1994), aunque no se trata obviamente de un documento magisterial, sino privado, Juan Pablo II aprecia, es cierto, en el Islam valores admirables, como cuando elogia la «religiosidad de los musulmanes» y su admirable «fidelidad a la oración». Pero al mismo tiempo afirma con claras palabras sus errores y deficiencias: «Cualquiera que, conociendo el Antiguo y el Nuevo Testamento, lee el Corán, ve con claridad el proceso de reducción de la Divina Revelación que en él se lleva a cabo. Es imposible no advertir el alejamiento de lo que Dios ha dicho de Sí mismo, primero en el Antiguo Testamento por medio de los profetas y luego de modo definitivo en el Nuevo Testamento por medio de Su Hijo. Toda esa riqueza de la autorrevelación de Dios, que constituye el patrimonio del Antiguo y del Nuevo Testamento, en el islamismo ha sido de hecho abandonada. Al Dios del Corán se le dan unos nombres que están entre los más bellos que conoce el lenguaje humano, pero en definitiva es un Dios que está fuera del mundo, un Dios que es sólo Majestad, nunca el Emmanuel, Dios-con-nosotros». 
«El islamismo no es una religión de redención. No hay sitio en él para la Cruz y la Resurrección… Por eso, no solamente la teología, sino también la antropología del Islam, están muy lejos de la cristiana».

Éstas son palabras del Papa que besó el Corán, y son ellas las que expresan plenamente su pensamiento, al mismo tiempo que excluyen cualquier interpretación maliciosa –sea de entusiasmo irenista o de condenación herética– de un gesto que, ciertamente, resultó muy ambiguo.

Gestos inoportunos. 
Ya al comienzo de la Iglesia el Papa primero realizó un «gesto» que podría ser interpretado en contra de su «palabra» apostólica verdadera. San Pedro fue el primero en descubrir la destinación del Evangelio a todas las naciones (Hch 10); pero estando en Antioquía, se apartaba de comer con los gentiles conversos, obligando también a los suyos a judaizar. Este gesto, esta concesión a la presión de los cristianos judaizantes, fue censurado gracias a Dios por San Pablo, y en modo alguno comprometió la fe de Pedro en la salvación cristiana de los gentiles, fe que era ciertamente común a los dos Apóstoles. Inmediatamente lo corrigió (Gál 2,11-13; Hch 1,15; 14,27).

La gran entrevista-conversación del Papa Francisco con el P. Antonio Spadaro, S.J., muy extensa, recientemente publicada en 27 páginas de la revista «Razón y fe» (y originalmente en La Civiltà Cattolica), ha dado ocasión, como era previsible, a un alud de interpretaciones muy diversas y contradictorias. En ella el Papa, evidentemente, no está realizando un acto magisterial, que comprometa la fiabilidad apostólica de todos y cada uno de los pensamientos que en ella comunica. 

Si en cada una de las 27 páginas expresa unos 2 pensamientos, son 50 las ideas, tendencias, apreciaciones, exhortaciones, ocurrencias, recuerdos, etc. que en la entrevista expresa. El valor doctrinal de cada una de las ideas de esa cincuentana aludida es sin duda sumamente diverso. Hay verdades de fe patentes, hay doctrinas próximas a la fe, hay opiniones comunes entre los teólogos más fiables, hay experiencias personales del Papa, hay recuerdos, preferencias, ocurrencias suyas dichas al paso. 

Por tanto,
–quienes han extraído algunas frases del Papa Francisco para confirmar sus propias opiniones contrarias al Magisterio y a la disciplina de la Iglesia, han obrado muy mal. No doy ejemplos, aunque desgraciadamente ha habido muchos. De la entrevista sacan que el Papa invita a la reconciliación con el mundo actual, exhorta a la evitación sistemática del martirio, a la apertura de la Iglesia a la homosexualidad, al feminismo radical, al irenismo religioso, etc. Ideas todas ellas absolutamente ajenas al papa Francisco. Lamentable.

–quienes, fieles a la doctrina de la Iglesia, caen desmoralizados en depresión, dando a las palabras del Papa, necesariamente poco precisadas y matizadas (dos ideas por página –o cuatro o cinco–, y tocando a veces temas muy graves y complejos), el valor de Encíclicas que desbaratan el Magisterio anterior, sufren demasiado sin razón suficiente. Un prestigioso escritor católico concluye su comentario a la entrevista renunciando a su vocación martirial (espero que sólo en proyecto puramente literario, no real): «siguendo el ejemplo del ilustre entrevistado, me dedicaré desde hoy a complacer y halagar al mundo, para evitar su condena». No, no es eso.

–quienes exigen a los fieles católicos una adhesión completa a cuanto el Papa dice en la entrevista, cosa que escandalizaría especialmente al propio Papa Francisco, están equivocados. «Es necesario, escribe un sacerdote escritor, evitar provocaciones y malentendidos hasta polarizar la atención en las aristas de una entrevista, vivir en la obediencia de la fe y en la comunión con la autoridad y el Magisterio en absoluta fidelidad al hoy de la Iglesia». Tampoco es esto.

La lectura católica de la reciente entrevista del Papa Francisco, creo, creemos en InfoCatólica, debe estar regida por los criterios fundamentales y las distinciones muy elementales que ya antes he expuesto. El Papa Francisco en  la entrevista habla más como Jorge Mario Bergoglio, que como Papa Francisco. 
Pensamos que él sería el primero en reconocer que muchas, muchas de las ideas, ocurrencias, exhortaciones, apreciaciones, expresadas en la dicha entrevista no tiene valor de Magisterio apostólico, sino que son más bien una expresión muy sintética y poco matizada de su modo de pensar y de sus tendencias personales. Por tanto, creemos que él mismo nos aconsejaría leerlas todas con atento respeto, pero conservando en la libertad propia de los hijos de Dios el grado de adhesión intelectual que estimemos propio de cada una de las ideas expresadas. 

Al menos en referencia a no pocos temas, él haría suyas aquella palabras que he citado de Ratzinger: «cualquiera es libre de contradecirme». No tienen, pues, sentido ni las vanas alegrías de los heterodoxos, ni las vanas desesperaciones de los ortodoxos.
En cuanto a la línea editorial conveniente en los medios de comunicación católicos en relación a los dichos y los hechos del Papa, pensamos en InfoCatólica que es prudente atenerse a lo que sigue. Al menos es lo que intentamos hacer con mayor o menor acierto:

–En documentos magisteriales, del nivel que sean, publicación total, o al menos, resúmenes amplios y enlace al texto completo.
–En caso de palabras o gestos privados, personales (por ejemplo, la entrevista aludida), como son bastante numerosos y no es posible comunicarlos todos a los lectores, se hace absolutamente necesario seleccionar algunos y dejar otros. 
En InfoCatólica, concretamente, damos noticia o transcribimos, según los casos, aquellas palabras o aquellos gestos que estimamos más iluminadores y estimulantes para nuestros lectores, y aludimos brevemente, en cambio, o no decimos nada de otros gestos o palabras que tienen menor importancia o menos fuerza iluminadora y estimulante. Ya digo que «todo» lo que el Papa dice o hace es imposible que lo comuniquemos en nuestro medio. Pero es que además no creemos que esté de Dios que todo el universo cristiano esté diariamente informado de cada declaración, gesto o acción que venga a realizar el Obispo de Roma, aunque éste, como Pastor universal de la Iglesia, tenga plena autoridad apostólica sobre todas las Iglesias locales y sobre todos los católicos.

Todos los medios católicos de información religiosa, en definitiva, siguen más o menos este criterio de necesaria selección. Lo que cambia de unos a otros es el criterio doctrinal, espiritual, apostólico según el cual realizan esa opción. Prevemos, sin embargo, o más bien sabemos por experiencia, que ciertos medios malosos con este motivo cargarán contra InfoCatólica sin razones válidas. Pero podemos asegurarles, y les aseguramos, que lo llevaremos con una gran paz. Con la paz de Cristo.

Finalmente, por las razones aducidas, no parece conveniente que el Papa multiplique las palabras y los gestos de carácter privado, aquellos que no están confortados directamente por el carisma del ministerio petrino, como Vicario de Cristo en la tierra. 
Los inconvenientes son considerables, y las ventajas pocas. El P. Fernando García Cortázar, S.J., prestigioso historiador, declaraba en una entrevista de prensa: el Papa «quizá debe tener cuidado con un exceso en la política de gestos» (20-IX-2013). 

Y el mismo Papa Francisco confesaba en su entrevista-conversación de seis horas, en tres sesiones, con el P. Spadaro, S.J., «su gran renuencia a conceder entrevistas. Me había confesado que prefiere pensarse las cosas más que improvisar respuestas sobre la marcha en una entrevista».

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