viernes, 20 de septiembre de 2013

LO ABSOLUTO Y LA CONCIENCIA EN LA CARTA DEL PAPA FRANCISCO A EUGENIO SCALFARI





 Algunas observaciones.


La carta que el Papa Francisco ha enviado a Eugenio Scalfari, y que fue publicada en "La Repubblica" el 11 de septiembre pasado, contiene dos afirmaciones sobre las cuales se están haciendo diversas interpretaciones. Una se refiere al carácter absoluto de la verdad y la segunda a la conciencia. Según algunas de estas interpretaciones, el Papa habría dicho dos novedades teológicas respecto de la doctrina tradicional de la fe. Habría dicho que la verdad no es absoluta y que se adhiere a la tesis de que la salvación se consigue siguiendo la propia conciencia. Muchos, y en primer lugar el mismo periódico que publicó la carta, han visto en estas frases una reforma de la visión de la Iglesia sobre estos temas.

Incluso cuando el Papa habla de una manera menos oficial —y de hecho, en estos casos con mayor razón—, como puede suceder en una entrevista o en una carta, sus palabras siempre deben ser leídas a la luz de la verdad revelada y dentro de la totalidad de la doctrina católica que, en estas circunstancias, el Papa no podría presentar de manera completa. Analicemos brevemente estos dos puntos, para comprender lo que el Papa Francisco nos ha querido decir.

La cuestión de la verdad "absoluta"

Absoluto (ab-solutus, libre de) significa que carece de vínculos en el sentido que no necesita de otra cosa. Una realidad absoluta es el fundamento de sí misma y no depende de otra cosa ni para existir ni para ser lo que es. Yo no soy absoluto porque, como toda criatura, no me he dado el ser a mí mismo, sino que lo he recibido y, como con el ser, también recibo muchas otras cosas que necesito para existir y para ser yo mismo. Sin embargo, Dios sí es absoluto. Nosotros nos perfeccionamos en el tiempo, pero Dios es perfecto. A decir verdad, Santo Tomás exhortaba a no utilizar esta palabra para referirse a Dios, porque le parecía una disminución de su carácter absoluto. La Revelación con la que Dios ha hablado de sí mismo y del hombre contiene verdades absolutas, y puesto que la Revelación de Dios se identifica con el Hijo, Jesucristo es el Absoluto, porque es Dios.

El propio carácter Absoluto de la fe cristiana, —y esto es lo que en mi opinión el Papa ha querido destacar— es absoluto porque crea vínculos, atrae a Sí mismo y une. No es algo desligado que se aparta. Cuanto más absoluta es una verdad, une más, lo más absoluto es lo más unido, lo más absoluto es lo que une más, en lugar de separar. En nuestra experiencia, cada vez que seguimos nuestras opiniones subjetivas nos encontramos entre nosotros divididos, pero cuando todos acogemos una verdad ella nos une. Una verdad parcial y limitada podrá unir, pero unirá solo de manera parcial y limitada. Solo la Verdad absoluta congrega y une de modo no-parcial y no-limitado. Jesucristo es esa Verdad y acogiéndolo vamos a unir lo que entre nosotros estaba separado, porque Él en la cruz se ha unido a todos. Es por eso que la verdad de la fe católica no es absoluta en el sentido de carecer de vínculos, sino que es absoluta en el sentido de ser la fuente absoluta de los vínculos. Esto se entiende todavía mejor, como dice el Papa, si se cree que Cristo es Verdad y Amor. Que el amor no es absoluto en el sentido de libre de vínculos, es algo difícil de negar. Pero esto no quiere decir que Cristo no sea Amor absoluto precisamente porque sólo el Amor absoluto puede vincular verdaderamente. El Amor absoluto une realmente en la Verdad. El Amor sin verdad no une, más bien separa.

La cuestión de la conciencia

Luego está la cuestión de la conciencia. Aquí encontramos dos visiones sobre la conciencia. La primera la considera como original, independiente, autónoma, libre de elegir y decidir por sí misma. Es concebir la conciencia como absoluta, lo que no es la concepción católica. La segunda la considera como derivada, como algo que se constituye ante una verdad que la interpela. La primera es una conciencia solo con derechos y sin ningún deber, la segunda es una conciencia con deberes antes que derechos. ¿Si la salvación consistiera en seguir la conciencia cómo dice la primera visión, entonces qué sentido tendrían la Encarnación y la Resurrección? El no creyente se salva si, como dice San Pablo y como reitera el Papa Francisco, sigue su conciencia. ¿Pero de cuál de las dos visiones de la conciencia se trata? Si se sigue "al propio yo y sus deseos" no se salva para nada. En cambio, si sigue la ley moral que brilla en nuestra conciencia cuando realmente la queremos escuchar, como algo que no depende de nosotros, entonces elegimos la verdad, y no nuestros deseos, pero con la obligación de profundizar en esta verdad que se nos ofrece en la conciencia para llevarla hasta su radical profundidad. Al acoger la ley moral en nosotros, en un cierto sentido ya estamos acogiendo a Dios que es su autor. Esto exige a la conciencia, y también a la del no creyente, comprometerse a comprender hasta el fondo la riqueza de su conciencia. La conciencia no es el último tribunal, sino el más inmediato. El tribunal remoto es la ley moral natural y su Creador, quien ha creado por amor y verdad.



Stefano Fontana



Osservatorio Internazionale Cardinale Van Thuân, 20-9-13

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