Celebración de la
beatificación del Cura Brochero
14 de Septiembre de
2013 – Villa Cura Brochero – Arquidiócesis de Córdoba - Argentina
1. Eminencias,
Excelencias, Señor Nuncio, Autoridades civiles, militares y académicas,
queridos amigos:
En primer lugar,
saludemos y agradezcamos al Papa Francisco, al Papa llegado a Roma desde esta
noble nación para ser ahora, en Cristo, padre de todos los creyentes. Le
agradecemos de corazón por el precioso don de la beatificación del Cura
Brochero (1), una auténtica perla de la santidad argentina, comparable al Santo
Cura de Ars. En la
Carta Apostólica que leímos hace unos momentos, el Papa
Francisco llama al Cura Brochero un “sacerdote diocesano, pastor según el
corazón de Cristo, ministro fiel del Evangelio, testigo del amor de Cristo
hacia los pobres”. Son los rasgos esenciales que retratan a este héroe
cristiano, sembrador del bien, a manos llenas, en estas tierras argentinas.
Es por este mismo
motivo que su beatificación se convierte en un acontecimiento de suma
relevancia tanto en el plano social como religioso, y no sólo para la
arquidiócesis de Córdoba y para la diócesis de Cruz del Eje, sino para toda la República. El Beato
José Gabriel Brochero fue un verdadero bienhechor del pueblo argentino que, con
su apoyo al crecimiento moral y espiritual de los fieles, promovió el progreso
de la sociedad y el bienestar de los individuos, de las familias, de la
comunidad toda. Ese trabajo profundo en bien de la dignificación de la persona
humana provenía de su anuncio del Evangelio de Cristo y de su santidad
personal, un rasgo que todos reconocían en él, ya en vida.
En 1883 por ejemplo,
el diario cordobés “El Interior” publicó una biografía del cura Brochero, a
modo de lectura espiritual para la semana santa de ese año. Por su parte, a
partir de 1906 la historia de la conversión del gaucho Santos Guayama fue
incorporada a los libros de lectura para las escuelas primarias de todo el
país. (2)
Después de su muerte
acaecida en 1914 esta fama se acrecienta aún más; una inmensa cantidad de
fieles comienza a acudir espontáneamente a visitar su tumba en busca de ayuda y
protección.
2. ¿Quién era este
sacerdote, y qué fue lo que hizo para ser tan querido y venerado por el pueblo
argentino, y para que hoy la
Iglesia lo beatifique solemnemente?
La respuesta es
simple. Fue un sacerdote completamente dedicado a las almas, todo lo que hizo
tuvo como horizonte el bien y la santificación de los fieles, sobre todo de los
más necesitados.
La enorme fecundidad
de su apostolado brotaba de su experiencia de Dios. Desde su primera juventud
alimentó esa relación, sobre todo con la lectura periódica del evangelio, al
punto de saberlo de memoria. No sólo en los días de fiesta, sino cada día
predicaba la Palabra
de Dios con homilías bien pensadas y articuladas, preparadas con dedicación,
sin improvisaciones.
Si bien había
concluido sus estudios en la
Universidad de Córdoba obteniendo el título de Maestro en
Filosofía, su lenguaje era simple, sencillo. Se dirigía a la gente con palabras
y expresiones típicas del lugar, que formaban parte del modo de hablar popular,
para que sus fieles pudiesen comprender fácilmente lo que les decía. Este
lenguaje coloquial, nada académico, tenía una precisa intencionalidad pastoral:
posibilitar que también las personas más humildes y sin cultura –pero que
comprendían la originalidad de su vocabulario serrano– se abrieran al mensaje
del Evangelio.
Nuestro Beato era un verdadero comunicador. Su predicación
despertaba alegría, esperanza, entusiasmo. Tocaba los corazones convirtiendo,
incluso, a los pecadores más empedernidos. Si bien a primera vista podía dar la
impresión de ser algo tosco, al conocerlo personalmente y ver la coherencia
perfecta entre su vida y las enseñanzas evangélicas, se descubría enseguida la
nobleza humana y la riqueza espiritual de su persona.
3. ¿Qué predicaba
nuestro Beato? Predicaba el amor ilimitado de Dios manifestado en Cristo Jesús,
el Hijo de Dios encarnado. Fuertemente compenetrado de la espiritualidad de San
Ignacio de Loyola, el Cura Brochero se transformó en un difusor y promotor del
Reino de Dios, en un abanderado de Cristo. El estilo evangelizador brocheriano
está caracterizado por los Ejercicios Espirituales, que solía llamar ‘baños del
alma’, escuela de virtudes y muerte de los vicios.(3)
El Cura Brochero
estaba convencido de la eficacia de los ejercicios espirituales como
instrumento para comunicar a la inteligencia la luz de la verdad divina y para
que la gracia triunfe en los corazones, aún en los más rebeldes. Por ello
organizaba continuamente turnos de ejercicios, frecuentados por un número de
fieles cada vez mayor. El Cura Brochero predicaba, confesaba, dirigía, asistía
a los participantes dedicándose enteramente a ellos. De este modo, los ejercicios
espirituales se convirtieron en fermento renovador de vida evangélica en el
corazón de los fieles, en un camino para su transformación profunda.
Además de predicador
y catequista, Brochero fue un hombre de oración, de misa diaria, profundamente
devoto de la Virgen María
a quien le dedicaba el rezo del Santo Rosario. De esta unión con Dios brotaba
la fortaleza con la que superó las numerosas pruebas de su ministerio
sacerdotal, no sólo las críticas y la adversidad, sino también las enfermedades
y la lepra. El misterio del dolor fue superado desde el misterio del amor.
4. La característica
más relevante de la santidad de nuestro Beato fue la caridad frente a los más
necesitados. Confiando en la providencia divina, el corazón del Cura Brochero
se abría para abrazar a los indigentes con una inmensa caridad pastoral. Se
olvidaba de sí mismo para hacerse todo para todos. Salía a caballo con el fin
de llegar a los lugares más remotos con la Palabra de Dios y la esperanza de la fe. Se lo
recuerda sereno, alegre, sincero, dedicado a los demás, un hijo de su pueblo
consagrado totalmente a su pueblo. Si embargo, no por eso dejó de ser, al mismo
tiempo, amigo de ricos y aristócratas, muchos de los cuales eran sus
colaboradores en las obras de caridad que emprendía, como la construcción de
iglesias, albergues y asilos, escuelas y talleres.
Las palabras fueron
acompañadas con el ejemplo. Brochero era el primero en poner manos a la obra,
en acarrear piedras, en cavar la tierra. Sufría viendo que los niños dejaban de
ir a la escuela para dedicarse a trabajar. Un día se detuvo en el camino frente
a un grupo de campesinos y, sin apearse del caballo, los encaró: “¿Qué hacen
con esos pobres chicos, ahí, en lugar de mandarlos a la escuela? Vamos,
llévenlos, para que sean menos ignorantes que yo y que ustedes”.(4)
Los fieles sentían
que era uno de ellos, lo amaban y lo seguían. Su caridad pastoral generaba
comunión. Era un pastor y un padre para todos. Pero sus predilectos fueron los
pobres, los enfermos, los pequeños. Se encargaba de conseguirles alimentos,
ropa, de asistirlos de acuerdo a sus posibilidades. Durante una epidemia de
cólera, nuestro Beato no se alejó del lugar para evitar el peligro de contagio,
se quedó confortando a los enfermos con los sacramentos y aliviando sus
necesidades con alimentos y suministros médicos. Una sobrina de nuestro Beato
recuerda que había un leproso que no aceptaba su enfermedad, que blasfemaba y
echaba, con muy malos modos, a cualquiera que se le acercase. Sólo Brochero
podía aproximarse a él, acostarlo, darle de comer, lavarlo, matear juntos. Es
probable que haya sido el contacto con este enfermo la vía por la cual
contrajo, él mismo, la enfermedad.
5. Se preocupaba de manera especial, de
quienes iban por mal camino y de los presos. Se cuenta que un día montó una
mula para internarse en medio del bosque en busca de un peligroso bandido.
Apenas lo ve, lo invita a participar de los ejercicios espirituales, el bandido
le responde con insultos y amenazas, pero el cura Brochero sin perder la calma
saca una estampa de Jesús, y le dice “no soy yo, es él el que te invita”. El bandido se tranquiliza, empieza a
conversar con el sacerdote y, al final, acepta la invitación. Los testigos de
aquella época concluyen afirmando que hoy es un ciudadano decente y un esposo
irreprensible.(5)
Ya hicimos una
referencia a otro malviviente, Santos Guayama, fue convertido por la influencia
del cura que le habló del corazón misericordioso de Dios. Nuestro beato se hizo
amigo de Santos, le mandó una medalla con la imagen de Cristo, para llevarla al
cuello. Le envió una foto suya con una dedicatoria, incluso se dirigió a las
autoridades judiciales -si bien en vano- para que implorar que el gaucho
argentino recibiera gracia. Incluso se dirigió a las autoridades judiciales, si
bien en vano, para implorar que el gaucho arrepentido recibiera gracia. Santos
Guayama fue encarcelado y luego fusilado, para desconsuelo de nuestro Beato,
sin que se le hiciera un proceso judicial.
6. Al comienzo dije
que el Cura fue un verdadero benefactor de la humanidad. Su caridad pastoral,
de hecho, tenía como horizonte la promoción integral de los fieles. De ahí que
se dedicara a edificar escuelas para la instrucción de los jóvenes, a abrir
calles, a construir canales de irrigación. Logró que la extensión de las vías
ferroviarias llegara hasta el pueblo y que se construyera una oficina de Correo
Postal. El desarrollo social fue para él tan importante como el bienestar
espiritual. Se preocupaba de que los trabajadores recibieran el salario justo, de
implorar gracia para algunos prisioneros. Para sostener estas iniciativas,
extendía su mano solicitando la colaboración de aquellos que pudiesen
prestársela, sobre todo de los gobernantes y de las personas con mayores
recursos económicos.
Las obras sociales que llevó adelante tuvieron siempre
como finalidad que la vida de sus fieles fuese más digna y más humana.
También cultivaba la
gentileza de agradecer a sus benefactores a través de cartas, de visitas
personales, con el obsequio de algunos productos de la zona, con palabras que
siempre expresaban gratitud y reconocimiento. Para este fin, y también para
estimular la generosidad, publicaba regularmente en los diarios los nombres y
las donaciones recibidas.
Los fieles no
permanecían insensibles frente a las muestras concretas de su caridad. Un día
recibió de regalo una medallita artesanal en la cual estaban grabadas, de un
lado, las palabras Evangelio, Escuelas, Calles mientras que en su reverso
estaba escrito Las damas de San Alberto al Cura Brochero. Este gesto tan simple
lo conmovió de tal modo que la colgó a la cadena de su reloj, llevándola
consigo hasta su muerte.
7. Nuestro Beato era
magnánimo, paciente, incansable, tenaz y perseverante cuando se trataba de
esparcir la semilla de la
Palabra de Dios entre sus fieles. Fue un verdadero sacerdote
según el corazón de Cristo. Amaba a los enemigos, perdonaba las ofensas. Un día
fue a visitar al Doctor Láinez, un famoso anticlerical que había fundado
escuelas en las que estaba prohibida la enseñanza religiosa. Al entrar a su
oficina lo saludó diciendo: “¿Usted es el Doctor Láinez, el enemigo de
nosotros, los curas?” “¿Y Usted es el Señor Brochero?” Luego de esta
presentación tan sincera se abrazaron mutuamente y se hicieron amigos.(6)
La bondad de nuestro
Beato era capaz de aplacar cualquier enemistad. En otra oportunidad, estando
con el Señor Guillermo Molina, fue expulsado de su casa con muy malos modos en
razón de una divergencia de opiniones. Con mucha humildad el Cura Brochero regresó
al día siguiente y, arrodillándose, pidió perdón. Molina le respondió,
confundido, que era él quien debía disculparse.
Esa misma humildad lo
llevó a rechazar la posibilidad de ser propuesto como obispo de Córdoba,
alegando como razón su ignorancia, su falta de tino y la carencia de
virtudes.(7)
8. ¿Qué nos enseña el
Cura Brochero con su vida de santidad y con su apostolado caritativo?
En primer lugar, nos
recuerda que la santidad es tarea de todo bautizado. Todos, sea cual fuera el
estado de vida en el cual vivimos, debemos santificarnos. San Juan Bosco
invitaba permanentemente a sus muchachos a hacerse santos. En la Basílica de San Pedro, en
el Vaticano, hay una gran estatua de Don Bosco con dos de sus discípulos
santos: el italiano San Domingo Savio y el Beato argentino Ceferino Namuncurá,
hijo de un cacique mapuche.
Hoy, la Iglesia y el mundo tienen
una urgente necesidad de santos: en la familia, en los medios de comunicación,
en la educación, en la política, en la economía. Los santos son promotores del
verdadero bienestar social y humanizadores del progreso.
De modo particular,
el Cura Brochero les dirige una palabra a sus hermanos en el sacerdocio. Èl
tenía una caridad especial para con ellos, un amor que se manifestaba en su
exhortaciones a la oración, a la predicación, a la observancia de la confesión
semanal y al cultivo de una actitud misericordiosa para con los fieles, sobre
todo para con los penitentes.
El Beato Brochero les
recuerda a los sacerdotes tres consignas. En primer lugar, la constancia en el
ministerio de la
Sagrada Doctrina , en el ejercicio generoso de regalar a todos
la Palabra de
Dios. El Papa Francisco dijo recientemente a los sacerdotes: “Lean y mediten
asiduamente la Palabra
del Señor para, creyendo aquello que han leído, enseñen lo que han creído y
practiquen lo que han enseñado”.(8)
En segundo lugar, no
cansarse de ser misericordioso, rezando, celebrando, adorando, perdonando. La
celebración de los Sacramentos y la oración de alabanza y súplica, hecha por
los sacerdotes, es la voz del pueblo de Dios y de la humanidad toda.
En tercer lugar,
ejercitar con alegría el ministerio sacerdotal de Cristo: es en esta alegría
donde florece la caridad y la santidad. El Beato Bochero siempre estaba sereno,
alegre.
Queridos fieles, la
presente celebración es tan sólo un comienzo para conocer al Cura Brochero, a
este sacerdote santo. Sigamos admirándolo, imitándolo y, sobre todo,
confiémonos a su intercesión pidiendo por nuestras necesidades materiales y
espirituales.
Amén.
Notas
(1) José Gabriel
Brochero nació en el seno de una familia cristiana, en Santa Rosa de Río
Primero (Córdoba, Argentina), el 16 de marzo de 1840. El 4 de noviembre de 1866
fue ordenado sacerdote. En 1869 fue nombrado párroco de la Iglesia de San Pedro, en
el departamento de San Alberto (en la
Sierra ), dedicándose completamente al servicio de las almas
que le fueron confiadas y convirtiéndose en promotor de los Ejercicios
Espirituales Ignacianos. Después de un tiempo trasladó la sede parroquial a
“Villa del Tránsito”, el lugar que se transformará en la base de sus
actividades pastorales. En 1908 se enfermó de lepra, motivo por el cual se
recluyó en su pueblo natal. En los últimos meses de su vida, estando ya ciego,
regresó a Villa del Tránsito, donde murió el 26 de enero de 1914.
(2) Positio, vol. II,
Relatio p. 135.
(3) Positio, vol II,
Relatio p. 38.
(4) Ib., p. 58.
(5) Ib., p. 69.
(6) Ib., p. 113-114.
(7) Ib., p. 115.
(8) Papa Francisco,
Homilía del 21 de abril de 2013.
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