El espectacular
ingreso del papa Francisco ante el mundo internacional, apenas en unas pocas
semanas, no es sólo un producto de su naturalidad y carisma, sino de la
percepción de una voluntad fuerte ante la conciencia de problemas graves, no
sólo los de la catolicidad, sino también del mundo internacional y las
sociedades en efervescencia por la crisis económica de difícil salida y por la
persistencia de conflictos como el de Medio Oriente. El Papa recibió una
bienvenida esperanzada, como si se ansiase la aparición de una figura decidida
en momentos de particular mediocridad política. Desde la asunción del
presidente Obama no hubo una reacción parecida de empatía de sectores disímiles.
Esta fuerte entrada
en la opinión mundial culminó en Brasil con una fiesta de la juventud católica,
como si esos millones de jóvenes en la noche de Copacabana se juramentasen en
torno al Papa para encontrar una respuesta al nihilismo que los arrasa y ante
la carencia de respuestas sociales y políticas eficaces a la marginación a la
que se ven expuestos. Como si Francisco pudiese representar la voluntad de
transformación del agotamiento social al que nos llevaron los materialismos en
crisis. Movilizar las fuerzas internacionales hacia los peligros que se
evidencian al punto de una decadencia, en particular de la cultura occidental.
El mundo de las
cosas, de la tecnología, está produciendo masas con un déficit
cultural-espiritual. Ésta es la causa de la opción del Papa por el tema de los
jóvenes, los grandes damnificados y excluidos, con enormes dificultades para
ingresar en el mundo del trabajo, de la vida digna. La JMJ de Brasil tiene un
contenido casi explosivo, de "indignación" y voluntad de salir de la
impasse de los jóvenes que inundaron la noche de Río de Janeiro, ese enorme
proletariado musical, impreparado, desocupado, a la deriva. El Papa apuntó
hacia el conflicto de ellos y a la invencida pobreza generalizada, en ambos
casos con un incremento de diferencias sociales intolerables. Escándalo ante el
que hay que rebelarse de inmediato y con una energía que la política no logra
enfrentar.
La Iglesia definió y
reiteró sus posiciones de doctrina invariablemente en los últimos años a favor
de la familia, el respeto de la vida, la antropología natural, el matrimonio
como sacramento y pilar social. Pero el progresismo occidental cree que el
dogma revelado o la experiencia milenaria pueden variar su esencia (aunque sean
interpretables circunstancialmente). Sin embargo, puede haber siempre el
periodista que le pregunte al Papa: "¿Qué pasa, se seguirá condenando los
homosexuales?". Pregunta no teológica, sino de catecismo mal aprendido. No
puede preguntarse a un papa por "condenas". El vicario de Cristo sólo
podría comprender y perdonar. El Papa sí podría responder expresando su
preocupación por la equiparación con la institución cristiana universal y
milenaria de matrimonio y familia, sobre la que se pretende crear no sólo un
lobby, sino también una pedagogía. Nunca se acosaría al islamismo o el judaísmo
en temas esenciales de sus teologías. Pero en Occidente, se presiona a la
Iglesia, como si fuese causante de las desviaciones sexuales que trató de
controlar y de una conducta teológica no acorde con los "dogmas" del
progresismo modernista (occidental). Muchos que no entran en las iglesias
siguen la moda opinativa y tienen ocurrencias sobre el celibato sacerdotal, la
conducción colegiada, la postura sobre el aborto, eutanasia, etcétera. Son gente
que quiere una religión prêt-à-porter , de corte y confección a su medida. Las
religiones son estructuras ancestrales probadas. No es la Iglesia la que debe
ir hacia las ocurrencias; son los que viven la crisis nihilista los que deben
ir hacia ella.
Si bien el papa
Francisco inició su pontificado centrándose en problemas sociales -la juventud,
la mujer, la pobreza, la vejez-, su visión no es circunstancial. Apunta a la
convicción de que la cultura occidental, su espiritualidad, fueron impactadas
por los grandes materialismos: el implosionado materialismo-dialéctico marxista
(un economicismo) y hoy por el mercantilismo financierista sin control de los
poderes políticos. Una realidad que arrasa soberanías, particularidades y
somete las culturas al anonadamiento de una subcultura comercializada e
impuesta a escala mundial.
Por eso sus reuniones
vaticanas y en la reciente con los obispos latinoamericanos en Aparecida pudo
expresar una visión extraordinariamente fuerte: numerosos son los fascinados
por el poderío de la mundialización, y es verdad que en ella hay cosas
positivas. Pero a muchos les escapa su lado oscuro: la pérdida del sentido de
la vida, la desintegración personal, la carencia de pertenencia, la violencia
sutil pero implacable, la ruptura interior y la fractura en las familias, la
soledad y el abandono, las divisiones y la incapacidad de amar, de perdonar, de
comprender, el veneno interior que transforma la vida en un infierno, la
necesidad de ternura cuando nos sentimos incapaces, las tentativas fracasadas
de encontrar respuestas en las drogas, el alcohol o en el sexo, transformados
en prisiones suplementarias.
Ningún político de
hoy definió con tan intrépida síntesis lo que nos pasa aquí abajo, en la vida.
El papa Francisco, instalado con autoridad y respeto en el panorama
internacional, parece expresar una invitación a una conciencia desnuda,
valiente, ante el nihilismo que llamamos crisis, para una respuesta urbi et
orbe , en un mundo que pierde su mínima estabilidad evolutiva.
Desde ya, en estos
días, tiene que abocarse a temas graves. En Egipto se atacan iglesias y se
persigue a cristianos coptos. En Nigeria se repiten actos bárbaros contra
cristianos. La efervescencia islámica desencadenada ante las irritantes
agresiones de la fracasada política internacional anglosajona en Irak, Siria,
Afganistán, Libia, expone al cristianismo y torna urgente lograr diálogos
constructivos y pacificadores entre el cristianismo y el mundo islámico, en la
senda marcada por Juan Pablo II y Benedicto XVI. Jerusalén debería asumirse
como la convergencia activa y dialogante de los monoteísmos abrahámicos, en
discordia. Es un punto nodal del planeta, sacralizado por Cristo, David y
Mahoma.
Es posible que el
papa Francisco no rehúya el llamado al que supieron responder con éxito ante
las respectivas crisis extremas de sus tiempos Pío XII ante el nazismo y Juan
Pablo II en la implosión del comunismo imperial.
Aquí, en París, el
importante cardenal francés Marc Ouellet, prefecto de la Congregación de
obispos en Roma, se expresó sobre la fuerte personalidad del papa Bergoglio. Se
refirió a la urgente reunión con los nuncios convocados a Roma y dijo que
"el estilo del Papa indica decisión y continuidad. Es un hombre inspirado
[palabra esta de mucha significación teológica]. Es un hombre en paz consigo
mismo y con sus decisiones. Se maneja como San Ignacio, con discernimientos
espirituales. No hace las cosas a medias. Todas sus decisiones nacen de la
reflexión".
Cabe acotar que el
Papa debatió con los nuncios, sus embajadores, la situación mundial,
prorrogando un importante concierto al que estaba programada su presencia. Más
allá de la organización del instrumento eclesiástico, el Papa se inaugura en
los problemas ecuménicos, con la voluntad de que la cristiandad, esencia
espiritual de la cultura occidental, juegue con su prestigio y sabiduría.
© LA NACION, 10.9.13
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