CAPÍTULO SEGUNDO
MISIÓN DE LA IGLESIA
Y DOCTRINA SOCIAL
I. EVANGELIZACIÓN Y
DOCTRINA SOCIAL
62 Con su enseñanza
social, la Iglesia quiere anunciar y actualizar el Evangelio en la compleja red
de las relaciones sociales. No se trata simplemente de alcanzar al hombre en la
sociedad —el hombre como destinatario del anuncio evangélico—, sino de fecundar
y fermentar la sociedad misma con el Evangelio.78 Cuidar del hombre significa,
por tanto, para la Iglesia, velar también por la sociedad en su solicitud
misionera y salvífica. La convivencia social a menudo determina la calidad de
vida y por ello las condiciones en las que cada hombre y cada mujer se
comprenden a sí mismos y deciden acerca de sí mismos y de su propia vocación.
Por esta razón, la Iglesia no es indiferente a todo lo que en la sociedad se
decide, se produce y se vive, a la calidad moral, es decir, auténticamente
humana y humanizadora, de la vida social. La sociedad y con ella la política,
la economía, el trabajo, el derecho, la cultura no constituyen un ámbito
meramente secular y mundano, y por ello marginal y extraño al mensaje y a la
economía de la salvación. La sociedad, en efecto, con todo lo que en ella se
realiza, atañe al hombre. Es esa la sociedad de los hombres, que son « el
camino primero y fundamental de la Iglesia ».79
64 La Iglesia, con su
doctrina social, no sólo no se aleja de la propia misión, sino que es
estrictamente fiel a ella. La redención realizada por Cristo y confiada a la
misión salvífica de la Iglesia es ciertamente de orden sobrenatural. Esta
dimensión no es expresión limitativa, sino integral de la salvación.82 Lo
sobrenatural no debe ser concebido como una entidad o un espacio que comienza
donde termina lo natural, sino como la elevación de éste, de tal manera que
nada del orden de la creación y de lo humano es extraño o queda excluido del
orden sobrenatural y teologal de la fe y de la gracia, sino más bien es en él
reconocido, asumido y elevado. « En Jesucristo, el mundo visible, creado por
Dios para el hombre (cf. Gn 1,26-30) —el mundo que, entrando el pecado, está
sujeto a la vanidad (Rm 8,20; cf. ibíd., 8,19-22)—, adquiere nuevamente el
vínculo original con la misma fuente divina de la Sabiduría y del Amor. En
efecto, “tanto amó Dios al mundo que le dio su unigénito Hijo (Jn 3,16)”. Así
como en el hombre-Adán este vínculo quedó roto, así en el Hombre-Cristo ha
quedado unido de nuevo (cf. Rm 5,12-21) ».83
66 La doctrina social
es parte integrante del ministerio de evangelización de la Iglesia. Todo lo que
atañe a la comunidad de los hombres —situaciones y problemas relacionados con
la justicia, la liberación, el desarrollo, las relaciones entre los pueblos, la
paz—, no es ajeno a la evangelización; ésta no sería completa si no tuviese en
cuenta la mutua conexión que se presenta constantemente entre el Evangelio y la
vida concreta, personal y social del hombre.85 Entre evangelización y promoción
humana existen vínculos profundos: « Vínculos de orden antropológico, porque el
hombre que hay que evangelizar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los
problemas sociales y económicos. Lazos de orden teológico, ya que no se puede disociar
el plan de la creación del plan de la redención, que llega hasta situaciones
muy concretas de injusticia, a la que hay que combatir, y de justicia, que hay
que restaurar. Vínculos de orden eminentemente evangélico como es el de la
caridad: en efecto, ¿cómo proclamar el mandamiento nuevo sin promover, mediante
la justicia y la paz, el verdadero, el auténtico crecimiento del hombre? ».86
68 La Iglesia no se
hace cargo de la vida en sociedad bajo todos sus aspectos, sino con su
competencia propia, que es la del anuncio de Cristo Redentor: 91 « La misión
propia que Cristo confió a su Iglesia no es de orden político, económico o
social. El fin que le asignó es de orden religioso. Pero precisamente de esta
misma misión religiosa derivan funciones, luces y energías que pueden servir
para establecer y consolidar la comunidad humana según la ley divina ».92 Esto
quiere decir que la Iglesia, con su doctrina social, no entra en cuestiones
técnicas y no instituye ni propone sistemas o modelos de organización social:
93 ello no corresponde a la misión que Cristo le ha confiado. La Iglesia tiene
la competencia que le viene del Evangelio: del mensaje de liberación del hombre
anunciado y testimoniado por el Hijo de Dios hecho hombre.
72 La doctrina social
de la Iglesia no ha sido pensada desde el principio como un sistema orgánico,
sino que se ha formado en el curso del tiempo, a través de las numerosas
intervenciones del Magisterio sobre temas sociales. Esta génesis explica el
hecho de que hayan podido darse algunas oscilaciones acerca de la naturaleza,
el método y la estructura epistemológica de la doctrina social de la Iglesia.
Una clarificación decisiva en este sentido la encontramos, precedida por una
significativa indicación en la « Laborem exercens »,100 en la encíclica
«Sollicitudo rei socialis»: la doctrina social de la Iglesia « no pertenece al
ámbito de la ideología, sino al de la teología y especialmente de la teología
moral ».101 No se puede definir según parámetros socioeconómicos. No es un
sistema ideológico o pragmático, que tiende a definir y componer las relaciones
económicas, políticas y sociales, sino una categoría propia: es « la cuidadosa
formulación del resultado de una atenta reflexión sobre las complejas
realidades de la vida del hombre en la sociedad y en el contexto internacional,
a la luz de la fe y de la tradición eclesial. Su objetivo principal es
interpretar esas realidades, examinando su conformidad o diferencia con lo que
el Evangelio enseña acerca del hombre y su vocación terrena y, a la vez,
trascendente, para orientar en consecuencia la conducta cristiana ».102
73 La doctrina
social, por tanto, es de naturaleza teológica, y específicamente
teológico-moral, ya que « se trata de una doctrina que debe orientar la
conducta de las personas ».103 « Se sitúa en el cruce de la vida y de la
conciencia cristiana con las situaciones del mundo y se manifiesta en los
esfuerzos que realizan los individuos, las familias, operadores culturales y
sociales, políticos y hombres de Estado, para darles forma y aplicación en la
historia ».104 La doctrina social refleja, de hecho, los tres niveles de la
enseñanza teológico-moral: el nivel fundante de las motivaciones; el nivel
directivo de las normas de la vida social; el nivel deliberativo de la
conciencia, llamada a mediar las normas objetivas y generales en las
situaciones sociales concretas y particulares. Estos tres niveles definen
implícitamente también el método propio y la estructura epistemológica
específica de la doctrina social de la Iglesia.
75 La fe y la razón
constituyen las dos vías cognoscitivas de la doctrina social, siendo dos las
fuentes de las que se nutre: la Revelación y la naturaleza humana. El
conocimiento de fe comprende y dirige la vida del hombre a la luz del misterio
histórico-salvífico, del revelarse y donarse de Dios en Cristo por nosotros los
hombres. La inteligencia de la fe incluye la razón, mediante la cual ésta,
dentro de sus límites, explica y comprende la verdad revelada y la integra con
la verdad de la naturaleza humana, según el proyecto divino expresado por la
creación,106 es decir,
la verdad integral de
la persona en cuanto ser espiritual y corpóreo, en relación con Dios, con los
demás seres humanos y con las demás criaturas.107
La centralidad del
misterio de Cristo, por tanto, no debilita ni excluye el papel de la razón y
por lo mismo no priva a la doctrina social de la Iglesia de plausibilidad
racional y, por tanto, de su destinación universal. Ya que el misterio de
Cristo ilumina el misterio del hombre, la razón da plenitud de sentido a la
comprensión de la dignidad humana y de las exigencias morales que la tutelan.
La doctrina social es un conocimiento iluminado por la fe, que —precisamente
porque es tal— expresa una mayor capacidad de entendimiento. Da razón a todos de
las verdades que afirma y de los deberes que comporta: puede hallar acogida y
ser compartida por todos.
78 Una contribución
significativa a la doctrina social de la Iglesia procede también de las
ciencias humanas y sociales: 109 ningún saber resulta excluido, por la parte de
verdad de la que es portador. La Iglesia reconoce y acoge todo aquello que
contribuye a la comprensión del hombre en la red de las relaciones sociales,
cada vez más extensa, cambiante y compleja. La Iglesia es consciente de que un
conocimiento profundo del hombre no se alcanza sólo con la teología, sin las
aportaciones de otros muchos saberes, a los cuales la teología misma hace
referencia.
La apertura atenta y
constante a las ciencias proporciona a la doctrina social de la Iglesia
competencia, concreción y actualidad. Gracias a éstas, la Iglesia puede
comprender de forma más precisa al hombre en la sociedad, hablar a los hombres
de su tiempo de modo más convincente y cumplir más eficazmente su tarea de
encarnar, en la conciencia y en la sensibilidad social de nuestro tiempo, la
Palabra de Dios y la fe, de la cual la doctrina social « arranca ».110
Este diálogo
interdisciplinar solicita también a las ciencias a acoger las perspectivas de
significado, de valor y de empeño que la doctrina social manifiesta y « a
abrirse a horizontes más amplios al servicio de cada persona, conocida y amada
en la plenitud de su vocación ».111
79 La doctrina social
es de la Iglesia porque la Iglesia es el sujeto que la elabora, la difunde y la
enseña. No es prerrogativa de un componente del cuerpo eclesial, sino de la
comunidad entera: es expresión del modo en que la Iglesia comprende la sociedad
y se confronta con sus estructuras y sus variaciones. Toda la comunidad
eclesial —sacerdotes, religiosos y laicos— participa en la elaboración de la
doctrina social, según la diversidad de tareas, carismas y ministerios.
Las aportaciones
múltiples y multiformes —que son también expresión del « sentido sobrenatural
de la fe de todo el pueblo » 112 — son asumidas, interpretadas y unificadas por
el Magisterio, que promulga la enseñanza social como doctrina de la Iglesia. El
Magisterio compete, en la Iglesia, a quienes están investidos del « munus
docendi », es decir, del ministerio de enseñar en el campo de la fe y de la
moral con la autoridad recibida de Cristo. La doctrina social no es sólo fruto
del pensamiento y de la obra de personas cualificadas, sino que es el
pensamiento de la Iglesia, en cuanto obra del Magisterio, que enseña con la
autoridad que Cristo ha conferido a los Apóstoles y a sus sucesores: el Papa y
los Obispos en comunión con él.113
80 En la doctrina
social de la Iglesia se pone en acto el Magisterio en todos sus componentes y
expresiones. Se encuentra, en primer lugar, el Magisterio universal del Papa y
del Concilio: es este Magisterio el que determina la dirección y señala el
desarrollo de la doctrina social. Éste, a su vez, está integrado por el
Magisterio episcopal, que específica, traduce y actualiza la enseñanza en los
aspectos concretos y peculiares de las múltiples y diversas situaciones
locales.114 La enseñanza social de los Obispos ofrece contribuciones válidas y
estímulos al magisterio del Romano Pontífice. De este modo se actúa una
circularidad, que expresa de hecho la colegialidad de los Pastores unidos al
Papa en la enseñanza social de la Iglesia. El conjunto doctrinal resultante
abarca e integra la enseñanza universal de los Papas y la particular de los
Obispos.
En cuanto parte de la
enseñanza moral de la Iglesia, la doctrina social reviste la misma dignidad y
tiene la misma autoridad de tal enseñanza. Es Magisterio auténtico, que exige
la aceptación y adhesión de los fieles.115 El peso doctrinal de las diversas
enseñanzas y el asenso que requieren depende de su naturaleza, de su grado de
independencia respecto a elementos contingentes y variables, y de la frecuencia
con la cual son invocados.116
83 La primera
destinataria de la doctrina social es la comunidad eclesial en todos sus
miembros, porque todos tienen responsabilidades sociales que asumir. La
enseñanza social interpela la conciencia en orden a reconocer y cumplir los
deberes de justicia y de caridad en la vida social. Esta enseñanza es luz de
verdad moral, que suscita respuestas apropiadas según la vocación y el
ministerio de cada cristiano. En las tareas de evangelización, es decir, de
enseñanza, de catequesis, de formación, que la doctrina social de la Iglesia
promueve, ésta se destina a todo cristiano, según las competencias, los
carismas, los oficios y la misión de anuncio propios de cada uno.127
La doctrina social
implica también responsabilidades relativas a la construcción, la organización
y el funcionamiento de la sociedad: obligaciones políticas, económicas,
administrativas, es decir, de naturaleza secular, que pertenecen a los fieles
laicos, no a los sacerdotes ni a los religiosos.128 Estas responsabilidades
competen a los laicos de modo peculiar, en razón de la condición secular de su
estado de vida y de la índole secular de su vocación: 129 mediante estas
responsabilidades, los laicos ponen en práctica la enseñanza social y cumplen
la misión secular de la Iglesia.130
85 Orientada por la
luz perenne del Evangelio y constantemente atenta a la evolución de la
sociedad, la doctrina social de la Iglesia se caracteriza por la continuidad y
por la renovación.133
Esta doctrina
manifiesta ante todo la continuidad de una enseñanza que se fundamenta en los
valores universales que derivan de la Revelación y de la naturaleza humana. Por
tal motivo, la doctrina social no depende de las diversas culturas, de las
diferentes ideologías, de las distintas opiniones: es una enseñanza constante,
que « se mantiene idéntica en su inspiración de fondo, en sus “principios de
reflexión”, en sus fundamentales “directrices de acción”, sobre todo, en su
unión vital con el Evangelio del Señor ».134 En este núcleo portante y
permanente, la doctrina social de la Iglesia recorre la historia sin sufrir sus
condicionamientos, ni correr el riesgo de la disolución.
Por otra parte, en su
constante atención a la historia, dejándose interpelar por los eventos que en
ella se producen, la doctrina social de la Iglesia manifiesta una capacidad de
renovación continua. La firmeza en los principios no la convierte en un sistema
rígido de enseñanzas, es, más bien, un Magisterio en condiciones de abrirse a
las cosas nuevas, sin diluirse en ellas: 135 una enseñanza « sometida a las
necesarias y oportunas adaptaciones sugeridas por la variación de las
condiciones históricas así como por el constante flujo de los acontecimientos
en que se mueve la vida de los hombres y de las sociedades ».136
87 La locución
doctrina social se remonta a Pío XI 139 y designa el « corpus » doctrinal
relativo a temas de relevancia social que, a partir de la encíclica « Rerum
novarum » 140 de León XIII, se ha desarrollado en la Iglesia a través del
Magisterio de los Romanos Pontífices y de los Obispos en comunión con ellos.141
La solicitud social no ha tenido ciertamente inicio con ese documento, porque
la Iglesia no se ha desinteresado jamás de la sociedad; sin embargo, la
encíclica « Rerum novarum » da inicio a un nuevo camino: injertándose en una
tradición plurisecular, marca un nuevo inicio y un desarrollo sustancial de la
enseñanza en campo social.142
En su continua
atención por el hombre en la sociedad, la Iglesia ha acumulado así un rico
patrimonio doctrinal. Éste tiene sus raíces en la Sagrada Escritura,
especialmente en el Evangelio y en los escritos apostólicos, y ha tomado forma
y cuerpo a partir de los Padres de la Iglesia y de los grandes Doctores del
Medioevo, constituyendo una doctrina en la cual, aun sin intervenciones
explícitas y directas a nivel magisterial, la Iglesia se ha ido reconociendo
progresivamente.
89 Como respuesta a
la primera gran cuestión social, León XIII promulga la primera encíclica
social, la « Rerum novarum ».143 Esta examina la condición de los trabajadores
asalariados, especialmente penosa para los obreros de la industria, afligidos
por una indigna miseria. La cuestión obrera es tratada de acuerdo con su
amplitud real: es estudiada en todas sus articulaciones sociales y políticas,
para ser evaluada adecuadamente a la luz de los principios doctrinales fundados
en la Revelación, en la ley y en la moral naturales.
La « Rerum novarum »
enumera los errores que provocan el mal social, excluye el socialismo como
remedio y expone, precisándola y actualizándola, « la doctrina social sobre el
trabajo, sobre el derecho de propiedad, sobre el principio de colaboración
contrapuesto a la lucha de clases como medio fundamental para el cambio social,
sobre el derecho de los débiles, sobre la dignidad de los pobres y sobre las
obligaciones de los ricos, sobre el perfeccionamiento de la justicia por la
caridad, sobre el derecho a tener asociaciones profesionales ».144
La « Rerum novarum »
se ha convertido en el documento inspirador y de referencia de la actividad
cristiana en el campo social.145 El tema central de la encíclica es la
instauración de un orden social justo, en vista del cual se deben identificar
los criterios de juicio que ayuden a valorar los ordenamientos socio-políticos
existentes y a proyectar líneas de acción para su oportuna transformación.
91 A comienzos de los
años Treinta, a breve distancia de la grave crisis económica de 1929, Pío XI
publica la encíclica « Quadragesimo anno »,152 para conmemorar los cuarenta
años de la « Rerum novarum ». El Papa relee el pasado a la luz de una situación
económico-social en la que a la industrialización se había unido la expansión del
poder de los grupos financieros, en ámbito nacional e internacional. Era el
período posbélico, en el que estaban afirmándose en Europa los regímenes
totalitarios, mientras se exasperaba la lucha de clases. La Encíclica advierte
la falta de respeto a la libertad de asociación y confirma los principios de
solidaridad y de colaboración para superar las antinomias sociales. Las
relaciones entre capital y trabajo deben estar bajo el signo de la
cooperación.153
La « Quadragesimo
anno » confirma el principio que el salario debe ser proporcionado no sólo a
las necesidades del trabajador, sino también a las de su familia. El Estado, en
las relaciones con el sector privado, debe aplicar el principio de
subsidiaridad, principio que se convertirá en un elemento permanente de la
doctrina social. La Encíclica rechaza el liberalismo entendido como ilimitada
competencia entre las fuerzas económicas, a la vez que reafirma el valor de la
propiedad privada, insistiendo en su función social. En una sociedad que debía
reconstruirse desde su base económica, convertida toda ella en la « cuestión »
que se debía afrontar, « Pío XI sintió el deber y la responsabilidad de
promover un mayor conocimiento, una más exacta interpretación y una urgente
aplicación de la ley moral reguladora de las relaciones humanas..., con el fin
de superar el conflicto de clases y llegar a un nuevo orden social basado en la
justicia y en la caridad ».154
92 Pío XI no dejó de
hacer oír su voz contra los regímenes totalitarios que se afianzaron en Europa
durante su Pontificado. Ya el 29 de junio de 1931 había protestado contra los
atropellos del régimen fascista en Italia con la encíclica « Non abbiamo
bisogno ».155 En 1937 publicó la encíclica « Mit brennender Sorge »,156 sobre
la situación de la Iglesia católica en el Reich alemán. El texto de la « Mit
brennender Sorge » fue leído desde el púlpito de todas las iglesias católicas
en Alemania, tras haber sido difundido con la máxima reserva. La encíclica
llegaba después de años de abusos y violencias y había sido expresamente
solicitada a Pío XI por los Obispos alemanes, a causa de las medidas cada vez
más coercitivas y represivas adoptadas por el Reich en 1936, en particular con
respecto a los jóvenes, obligados a inscribirse en la « Juventud hitleriana ». El
Papa se dirige a los sacerdotes, a los religiosos y a los fieles laicos, para
animarlos y llamarlos a la resistencia, mientras no se restablezca una
verdadera paz entre la Iglesia y el Estado. En 1938, ante la difusión del
antisemitismo, Pío XI afirmó: « Somos espiritualmente semitas ».157
Con la encíclica «
Divini Redemptoris »,158 sobre el comunismo ateo y sobre la doctrina social
cristiana, Pío XI criticó de modo sistemático el comunismo, definido «
intrínsecamente malo »,159 e indicó como medios principales para poner remedio
a los males producidos por éste, la renovación de la vida cristiana, el
ejercicio de la caridad evangélica, el cumplimiento de los deberes de justicia
a nivel interpersonal y social en orden al bien común, la institucionalización de
cuerpos profesionales e interprofesionales.
93 Los Radiomensajes
navideños de Pío XII,160 junto a otras de sus importantes intervenciones en
materia social, profundizan la reflexión magisterial sobre un nuevo orden
social, gobernado por la moral y el derecho, y centrado en la justicia y en la
paz. Durante su Pontificado, Pío XII atravesó los años terribles de la Segunda
Guerra Mundial y los difíciles de la reconstrucción. No publicó encíclicas
sociales, sin embargo manifestó constantemente, en numerosos contextos, su
preocupación por el orden internacional trastornado: « En los años de la guerra
y de la posguerra el Magisterio social de Pío XII representó para muchos
pueblos de todos los continentes y para millones de creyentes y no creyentes la
voz de la conciencia universal, interpretada y proclamada en íntima conexión
con la Palabra de Dios. Con su autoridad moral y su prestigio, Pío XII llevó la
luz de la sabiduría cristiana a un número incontable de hombres de toda
categoría y nivel social ».161
Una de las
características de las intervenciones de Pío XII es el relieve dado a la
relación entre moral y derecho. El Papa insiste en la noción de derecho
natural, como alma del ordenamiento que debe instaurarse en el plano nacional e
internacional. Otro aspecto importante de la enseñanza de Pío XII es su
atención a las agrupaciones profesionales y empresariales, llamadas a
participar de modo especial en la consecución del bien común: « Por su
sensibilidad e inteligencia para captar “los signos de los tiempos”, Pío XII
puede ser considerado como el precursor inmediato del Concilio Vaticano II y de
la enseñanza social de los Papas que le han sucedido ».162
94 Los años Sesenta
abren horizontes prometedores: la recuperación después de las devastaciones de
la guerra, el inicio de la descolonización, las primeras tímidas señales de un
deshielo en las relaciones entre los dos bloques, americano y soviético. En
este clima, el beato Juan XXIII lee con profundidad los « signos de los tiempos
».163 La cuestión social se está universalizando y afecta a todos los países:
junto a la cuestión obrera y la revolución industrial, se delinean los
problemas de la agricultura, de las áreas en vías de desarrollo, del incremento
demográfico y los relacionados con la necesidad de una cooperación económica
mundial. Las desigualdades, advertidas precedentemente al interno de las
Naciones, aparecen ahora en el plano internacional y manifiestan cada vez con
mayor claridad la situación dramática en que se encuentra el Tercer Mundo.
Juan XXIII, en la
encíclica « Mater et magistra »,164 « trata de actualizar los documentos ya
conocidos y dar un nuevo paso adelante en el proceso de compromiso de toda la
comunidad cristiana ».165 Las palabras clave de la encíclica son comunidad y
socialización: 166 la Iglesia está llamada a colaborar con todos los hombres en
la verdad, en la justicia y en el amor, para construir una auténtica comunión.
Por esta vía, el crecimiento económico no se limitará a satisfacer las
necesidades de los hombres, sino que podrá promover también su dignidad.
95 Con la encíclica «
Pacem in terris »,167 Juan XXIII pone de relieve el tema de la paz, en una
época marcada por la proliferación nuclear. La « Pacem in terris » contiene,
además, la primera reflexión a fondo de la Iglesia sobre los derechos humanos;
es la encíclica de la paz y de la dignidad de las personas. Continúa y completa
el discurso de la « Mater et magistra » y, en la dirección indicada por León
XIII, subraya la importancia de la colaboración entre todos: es la primera vez
que un documento de la Iglesia se dirige también « a todos los hombres de buena
voluntad »,168 llamados a una tarea inmensa: « la de establecer un nuevo
sistema de relaciones en la sociedad humana, bajo el magisterio y la égida de
la verdad, la justicia, la caridad y la libertad ».169 La « Pacem in terris »
se detiene sobre los poderes públicos de la comunidad mundial, llamados a «
examinar y resolver los problemas relacionados con el bien común universal en
el orden económico, social, político o cultural ».170 En el décimo aniversario
de la « Pacem in terris », el Cardenal Maurice Roy, Presidente de la Pontificia
Comisión « Iustitia et Pax », envió a Pablo VI una carta, acompañada de un
documento con un serie de reflexiones sobre el valor de la enseñanza de la
encíclica del Papa Juan para iluminar los nuevos problemas vinculados con la
promoción de la paz.171
96 La Constitución
pastoral « Gaudium et spes »172 del Concilio Vaticano II, constituye una
significativa respuesta de la Iglesia a las expectativas del mundo
contemporáneo. En esta Constitución, « en sintonía con la renovación
eclesiológica, se refleja una nueva concepción de ser comunidad de creyentes y
pueblo de Dios. Y suscitó entonces nuevo interés por la doctrina contenida en
los documentos anteriores respecto del testimonio y la vida de los cristianos,
como medios auténticos para hacer visible la presencia de Dios en el mundo
».173 La « Gaudium et spes » delinea el rostro de una Iglesia « íntima y
realmente solidaria del género humano y de su historia »,174 que camina con
toda la humanidad y está sujeta, juntamente con el mundo, a la misma suerte
terrena, pero que al mismo tiempo es « como fermento y como alma de la
sociedad, que debe renovarse en Cristo y transformarse en familia de Dios ».175
La « Gaudium et spes
» estudia orgánicamente los temas de la cultura, de la vida económico-social,
del matrimonio y de la familia, de la comunidad política, de la paz y de la
comunidad de los pueblos, a la luz de la visión antropológica cristiana y de la
misión de la Iglesia. Todo ello lo hace a partir de la persona y en dirección a
la persona, « única criatura terrestre a la que Dios ha amado por sí mismo
».176 La sociedad, sus estructuras y su desarrollo deben estar finalizados a «
consolidar y desarrollar las cualidades de la persona humana ».177 Por primera
vez el Magisterio de la Iglesia, al más alto nivel, se expresa en modo tan
amplio sobre los diversos aspectos temporales de la vida cristiana. « Se debe
reconocer que la atención prestada en la Constitución a los cambios sociales,
psicológicos, políticos, económicos, morales y religiosos ha despertado cada
vez más... la preocupación pastoral de la Iglesia por los problemas de los
hombres y el diálogo con el mundo ».178
98 « El desarrollo es
el nuevo nombre de la paz »,180 afirma Pablo VI en la encíclica « Populorum
Progressio »,181 que puede ser considerada una ampliación del capítulo sobre la
vida económico-social de la « Gaudium et spes », no obstante introduzca algunas
novedades significativas. En particular, el documento indica las coordenadas de
un desarrollo integral del hombre y de un desarrollo solidario de la humanidad:
« dos temas estos que han de considerarse como los ejes en torno a los cuales
se estructura todo el entramado de la encíclica. Queriendo convencer a los
destinatarios de la urgencia de una acción solidaria, el Papa presenta el
desarrollo como “el paso de condiciones de vida menos humanas a condiciones de
vida más humanas”, y señala sus características ».182 Este paso no está
circunscrito a las dimensiones meramente económicas y técnicas, sino que
implica, para toda persona, la adquisición de la cultura, el respeto de la
dignidad de los demás, el reconocimiento « de los valores supremos, y de Dios,
que de ellos es la fuente y el fin ».183 Procurar el desarrollo de todos los
hombres responde a una exigencia de justicia a escala mundial, que pueda
garantizar la paz planetaria y hacer posible la realización de « un humanismo
pleno »,184 gobernado por los valores espirituales.
100 A comienzos de
los años Setenta, en un clima turbulento de contestación fuertemente
ideológica, Pablo VI retoma la enseñanza social de León XIII y la actualiza,
con ocasión del octogésimo aniversario de la « Rerum novarum », en la Carta
apostólica « Octogesima adveniens ».186 El Papa reflexiona sobre la sociedad
post-industrial con todos sus complejos problemas, poniendo de relieve la
insuficiencia de las ideologías para responder a estos desafíos: la
urbanización, la condición juvenil, la situación de la mujer, la desocupación,
las discriminaciones, la emigración, el incremento demográfico, el influjo de
los medios de comunicación social, el medio ambiente.
101 Al cumplirse los
noventa años de la « Rerum novarum », Juan Pablo II dedica la encíclica «
Laborem exercens » 187 al trabajo, como bien fundamental para la persona,
factor primario de la actividad económica y clave de toda la cuestión social.
La « Laborem exercens » delinea una espiritualidad y una ética del trabajo, en
el contexto de una profunda reflexión teológica y filosófica. El trabajo debe
ser entendido no sólo en sentido objetivo y material; es necesario también
tener en cuenta su dimensión subjetiva, en cuanto actividad que es siempre
expresión de la persona. Además de ser un paradigma decisivo de la vida social,
el trabajo tiene la dignidad propia de un ámbito en el que debe realizarse la
vocación natural y sobrenatural de la persona.
102 Con la encíclica
« Sollicitudo rei socialis »,188 Juan Pablo II conmemora el vigésimo
aniversario de la « Populorum progressio » y trata nuevamente el tema del
desarrollo bajo un doble aspecto: « el primero, la situación dramática del
mundo contemporáneo, bajo el perfil del desarrollo fallido del Tercer Mundo, y
el segundo, el sentido, las condiciones y las exigencias de un desarrollo digno
del hombre ».189 La encíclica introduce la distinción entre progreso y
desarrollo, y afirma que « el verdadero desarrollo no puede limitarse a la
multiplicación de los bienes y servicios, esto es, a lo que se posee, sino que
debe contribuir a la plenitud del “ser” del hombre. De este modo, pretende
señalar con claridad el carácter moral del verdadero desarrollo ».190 Juan
Pablo II, evocando el lema del pontificado de Pío XII, « Opus iustitiae pax »,
la paz como fruto de la justicia, comenta: « Hoy se podría decir, con la misma
exactitud y análoga fuerza de inspiración bíblica (cf. Is 32,17; St 3,18), Opus
solidaritatis pax, la paz como fruto de la solidaridad ».191
103 En el centenario
de la « Rerum novarum », Juan Pablo II promulga su tercera encíclica social, la
« Centesimus annus »,192 que muestra la continuidad doctrinal de cien años de
Magisterio social de la Iglesia. Retomando uno de los principios básicos de la
concepción cristiana de la organización social y política, que había sido el
tema central de la encíclica precedente, el Papa escribe: « el principio que
hoy llamamos de solidaridad ... León XIII lo enuncia varias veces con el nombre
de “amistad”...; por Pío XI es designado con la expresión no menos
significativa de “caridad social”, mientras que Pablo VI, ampliando el
concepto, en conformidad con las actuales y múltiples dimensiones de la
cuestión social, hablaba de “civilización del amor” ».193 Juan Pablo II pone en
evidencia cómo la enseñanza social de la Iglesia avanza sobre el eje de la
reciprocidad entre Dios y el hombre: reconocer a Dios en cada hombre y cada
hombre en Dios es la condición de un auténtico desarrollo humano. El articulado
y profundo análisis de las « res novae », y especialmente del gran cambio de
1989, con la caída del sistema soviético, manifiesta un aprecio por la
democracia y por la economía libre, en el marco de una indispensable
solidaridad.
CAPÍTULO CUARTO
LOS PRINCIPIOS DE LA
DOCTRINA SOCIAL
DE LA IGLESIA
I. SIGNIFICADO Y
UNIDAD
160 Los principios
permanentes de la doctrina social de la Iglesia 341 constituyen los verdaderos
y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: se trata del
principio de la dignidad de la persona humana —ya tratado en el capítulo
precedente— en el que cualquier otro principio y contenido de la doctrina
social encuentra fundamento,342 del bien común, de la subsidiaridad y de la
solidaridad. Estos principios, expresión de la verdad íntegra sobre el hombre
conocida a través de la razón y de la fe, brotan « del encuentro del mensaje
evangélico y de sus exigencias —comprendidas en el Mandamiento supremo del amor
a Dios y al prójimo y en la Justicia— con los problemas que surgen en la vida
de la sociedad ».343 La Iglesia, en el curso de la historia y a la luz del
Espíritu, reflexionando sabiamente sobre la propia tradición de fe, ha podido
dar a tales principios una fundación y configuración cada vez más exactas,
clarificándolos progresivamente, en el esfuerzo de responder con coherencia a
las exigencias de los tiempos y a los continuos desarrollos de la vida social.
163 Los principios de
la doctrina social, en su conjunto, constituyen la primera articulación de la
verdad de la sociedad, que interpela toda conciencia y la invita a interactuar
libremente con las demás, en plena corresponsabilidad con todos y respecto de
todos. En efecto, el hombre no puede evadir la cuestión de la verdad y del
sentido de la vida social, ya que la sociedad no es una realidad extraña a su
misma existencia.
Estos principios
tienen un significado profundamente moral porque remiten a los fundamentos
últimos y ordenadores de la vida social. Para su plena comprensión, es
necesario actuar en la dirección que señalan, por la vía que indican para el
desarrollo de una vida digna del hombre. La exigencia moral ínsita en los
grandes principios sociales concierne tanto el actuar personal de los
individuos, como primeros e insustituibles sujetos responsables de la vida
social a cualquier nivel, cuanto de igual modo las instituciones, representadas
por leyes, normas de costumbre y estructuras civiles, a causa de su capacidad
de influir y condicionar las opciones de muchos y por mucho tiempo. Los
principios recuerdan, en efecto, que la sociedad históricamente existente surge
del entrelazarse de las libertades de todas las personas que en ella
interactúan, contribuyendo, mediante sus opciones, a edificarla o a
empobrecerla.
II. EL PRINCIPIO DEL
BIEN COMÚN
164 De la dignidad,
unidad e igualdad de todas las personas deriva, en primer lugar, el principio
del bien común, al que debe referirse todo aspecto de la vida social para
encontrar plenitud de sentido. Según una primera y vasta acepción, por bien
común se entiende « el conjunto de condiciones de la vida social que hacen
posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y
más fácil de la propia perfección ».346
El bien común no
consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo
social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es
indivisible y porque sólo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y
custodiarlo, también en vistas al futuro. Como el actuar moral del individuo se
realiza en el cumplimiento del bien, así el actuar social alcanza su plenitud
en la realización del bien común. El bien común se puede considerar como la
dimensión social y comunitaria del bien moral.
168 La
responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas
particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la
autoridad política.355 El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y
organización a la sociedad civil de la que es expresión,356 de modo que se pueda
lograr el bien común con la contribución de todos los ciudadanos. La persona
concreta, la familia, los cuerpos intermedios no están en condiciones de
alcanzar por sí mismos su pleno desarrollo; de ahí deriva la necesidad de las
instituciones políticas, cuya finalidad es hacer accesibles a las personas los
bienes necesarios —materiales, culturales, morales, espirituales— para gozar de
una vida auténticamente humana. El fin de la vida social es el bien común
históricamente realizable.357
169 Para asegurar el
bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con
justicia los diversos intereses sectoriales.358 La correcta conciliación de los
bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más
delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones
se toman ordinariamente por mayoría entre los representantes de la voluntad
popular, aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están
obligados a fomentar el bien común del país, no sólo según las orientaciones de
la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de
la comunidad civil, incluidas las minorías.
III. EL DESTINO
UNIVERSAL DE LOS BIENES
171 Entre las
múltiples implicaciones del bien común, adquiere inmediato relieve el principio
del destino universal de los bienes: « Dios ha destinado la tierra y cuanto
ella contiene para uso de todos los hombres y pueblos. En consecuencia, los
bienes creados deben llegar a todos en forma equitativa bajo la égida de la
justicia y con la compañía de la caridad ».360 Este principio se basa en el
hecho que « el origen primigenio de todo lo que es un bien es el acto mismo de
Dios que ha creado al mundo y al hombre, y que ha dado a éste la tierra para
que la domine con su trabajo y goce de sus frutos (cf. Gn 1,28-29). Dios ha
dado la tierra a todo el género humano para que ella sustente a todos sus
habitantes, sin excluir a nadie ni privilegiar a ninguno. He ahí, pues, la raíz
primera del destino universal de los bienes de la tierra. Ésta, por su misma
fecundidad y capacidad de satisfacer las necesidades del hombre, es el primer
don de Dios para el sustento de la vida humana ».361 La persona, en efecto, no
puede prescindir de los bienes materiales que responden a sus necesidades
primarias y constituyen las condiciones básicas para su existencia; estos
bienes le son absolutamente indispensables para alimentarse y crecer, para
comunicarse, para asociarse y para poder conseguir las más altas finalidades a
que está llamada.362
172 El principio del
destino universal de los bienes de la tierra está en la base del derecho
universal al uso de los bienes. Todo hombre debe tener la posibilidad de gozar
del bienestar necesario para su pleno desarrollo: el principio del uso común de
los bienes, es el « primer principio de todo el ordenamiento ético-social » 363
y « principio peculiar de la doctrina social cristiana ».364 Por esta razón la
Iglesia considera un deber precisar su naturaleza y sus características. Se
trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y
no sólo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica; además este
derecho es « originario ».365 Es inherente a la persona concreta, a toda
persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los
bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los mismos, a cualquier sistema y
método socioeconómico: « Todos los demás derechos, sean los que sean,
comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello [destino universal
de los bienes] están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario,
facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver
a su finalidad primera ».366
176 Mediante el
trabajo, el hombre, usando su inteligencia, logra dominar la tierra y hacerla
su digna morada: « De este modo se apropia una parte de la tierra, la que se ha
conquistado con su trabajo: he ahí el origen de la propiedad individual ».368
La propiedad privada y las otras formas de dominio privado de los bienes «
aseguran a cada cual una zona absolutamente necesaria para la autonomía
personal y familiar y deben ser considerados como ampliación de la libertad
humana (...) al estimular el ejercicio de la tarea y de la responsabilidad,
constituyen una de las condiciones de las libertades civiles ».369 La propiedad
privada es un elemento esencial de una política económica auténticamente social
y democrática y es garantía de un recto orden social. La doctrina social
postula que la propiedad de los bienes sea accesible a todos por igual,370 de
manera que todos se conviertan, al menos en cierta medida, en propietarios, y
excluye el recurso a formas de « posesión indivisa para todos ».371
c) Destino universal
de los bienes y opción preferencial por los pobres
182 El principio del
destino universal de los bienes exige que se vele con particular solicitud por
los pobres, por aquellos que se encuentran en situaciones de marginación y, en
cualquier caso, por las personas cuyas condiciones de vida les impiden un
crecimiento adecuado. A este propósito se debe reafirmar, con toda su fuerza,
la opción preferencial por los pobres: 384 « Esta es una opción o una forma
especial de primacía en el ejercicio de la caridad cristiana, de la cual da
testimonio toda la tradición de la Iglesia. Se refiere a la vida de cada
cristiano, en cuanto imitador de la vida de Cristo, pero se aplica igualmente a
nuestras responsabilidades sociales y, consiguientemente, a nuestro modo de
vivir y a las decisiones que se deben tomar coherentemente sobre la propiedad y
el uso de los bienes. Pero hoy, vista la dimensión mundial que ha adquirido la
cuestión social, este amor preferencial, con las decisiones que nos inspira, no
puede dejar de abarcar a las inmensas muchedumbres de hambrientos, mendigos, sin
techo, sin cuidados médicos y, sobre todo, sin esperanza de un futuro mejor
».385
IV. EL PRINCIPIO DE
SUBSIDIARIDAD
185 La subsidiaridad
está entre las directrices más constantes y características de la doctrina
social de la Iglesia, presente desde la primera gran encíclica social.395 Es
imposible promover la dignidad de la persona si no se cuidan la familia, los
grupos, las asociaciones, las realidades territoriales locales, en definitiva,
aquellas expresiones agregativas de tipo económico, social, cultural,
deportivo, recreativo, profesional, político, a las que las personas dan vida
espontáneamente y que hacen posible su efectivo crecimiento social.396 Es éste
el ámbito de la sociedad civil, entendida como el conjunto de las relaciones
entre individuos y entre sociedades intermedias, que se realizan en forma
originaria y gracias a la « subjetividad creativa del ciudadano ».397 La red de
estas relaciones forma el tejido social y constituye la base de una verdadera
comunidad de personas, haciendo posible el reconocimiento de formas más
elevadas de sociabilidad.398
188 Diversas
circunstancias pueden aconsejar que el Estado ejercite una función de
suplencia.401 Piénsese, por ejemplo, en las situaciones donde es necesario que
el Estado mismo promueva la economía, a causa de la imposibilidad de que la
sociedad civil asuma autónomamente la iniciativa; piénsese también en las
realidades de grave desequilibrio e injusticia social, en las que sólo la
intervención pública puede crear condiciones de mayor igualdad, de justicia y
de paz. A la luz del principio de subsidiaridad, sin embargo, esta suplencia
institucional no debe prolongarse y extenderse más allá de lo estrictamente
necesario, dado que encuentra justificación sólo en lo excepcional de la
situación. En todo caso, el bien común correctamente entendido, cuyas
exigencias no deberán en modo alguno estar en contraste con la tutela y la
promoción del primado de la persona y de sus principales expresiones sociales,
deberá permanecer como el criterio de discernimiento acerca de la aplicación
del principio de subsidiaridad.
V. LA PARTICIPACIÓN
189 Consecuencia
característica de la subsidiaridad es la participación,402 que se expresa,
esencialmente, en una serie de actividades mediante las cuales el ciudadano,
como individuo o asociado a otros, directamente o por medio de los propios
representantes, contribuye a la vida cultural, económica, política y social de
la comunidad civil a la que pertenece.403 La participación es un deber que
todos han de cumplir conscientemente, en modo responsable y con vistas al bien
común.404
La participación no
puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida
social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos
como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas
internas,405 la información y la cultura y, muy especialmente, la vida social y
política hasta los niveles más altos, como son aquellos de los que depende la
colaboración de todos los pueblos en la edificación de una comunidad
internacional solidaria.406 Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la
exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así
como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se
instauren privilegios ocultos; es necesario, además, un fuerte empeño moral,
para que la gestión de la vida pública sea el fruto de la corresponsabilidad de
cada uno con respecto al bien común.
191 La participación
puede lograrse en todas las relaciones posibles entre el ciudadano y las
instituciones: para ello, se debe prestar particular atención a los contextos
históricos y sociales en los que la participación debería actuarse
verdaderamente. La superación de los obstáculos culturales, jurídicos y
sociales que con frecuencia se interponen, como verdaderas barreras, a la
participación solidaria de los ciudadanos en los destinos de la propia
comunidad, requiere una obra informativa y educativa.409 Una consideración
cuidadosa merecen, en este sentido, todas las posturas que llevan al ciudadano
a formas de participación insuficientes o incorrectas, y al difundido
desinterés por todo lo que concierne a la esfera de la vida social y política:
piénsese, por ejemplo, en los intentos de los ciudadanos de « contratar » con
las instituciones las condiciones más ventajosas para sí mismos, casi como si
éstas estuviesen al servicio de las necesidades egoístas; y en la praxis de
limitarse a la expresión de la opción electoral, llegando aun en muchos casos,
a abstenerse.410
En el ámbito de la
participación, una ulterior fuente de preocupación proviene de aquellos países
con un régimen totalitario o dictatorial, donde el derecho fundamental a
participar en la vida pública es negado de raíz, porque se considera una
amenaza para el Estado mismo; 411 de los países donde este derecho es enunciado
sólo formalmente, sin que se pueda ejercer concretamente; y también de aquellos
otros donde el crecimiento exagerado del aparato burocrático niega de hecho al
ciudadano la posibilidad de proponerse como un verdadero actor de la vida
social y política.412
VI. EL PRINCIPIO DE
SOLIDARIDAD
192 La solidaridad
confiere particular relieve a la intrínseca sociabilidad de la persona humana,
a la igualdad de todos en dignidad y derechos, al camino común de los hombres y
de los pueblos hacia una unidad cada vez más convencida. Nunca como hoy ha
existido una conciencia tan difundida del vínculo de interdependencia entre los
hombres y entre los pueblos, que se manifiesta a todos los niveles.413 La
vertiginosa multiplicación de las vías y de los medios de comunicación « en
tiempo real », como las telecomunicaciones, los extraordinarios progresos de la
informática, el aumento de los intercambios comerciales y de las informaciones
son testimonio de que por primera vez desde el inicio de la historia de la
humanidad ahora es posible, al menos técnicamente, establecer relaciones aun
entre personas lejanas o desconocidas.
Junto al fenómeno de
la interdependencia y de su constante dilatación, persisten, por otra parte, en
todo el mundo, fortísimas desigualdades entre países desarrollados y países en
vías de desarrollo, alimentadas también por diversas formas de explotación, de
opresión y de corrupción, que influyen negativamente en la vida interna e
internacional de muchos Estados. El proceso de aceleración de la
interdependencia entre las personas y los pueblos debe estar acompañado por un
crecimiento en el plano ético- social igualmente intenso, para así evitar las
nefastas consecuencias de una situación de injusticia de dimensiones
planetarias, con repercusiones negativas incluso en los mismos países
actualmente más favorecidos.414
195 El principio de
solidaridad implica que los hombres de nuestro tiempo cultiven aún más la
conciencia de la deuda que tienen con la sociedad en la cual están insertos:
son deudores de aquellas condiciones que facilitan la existencia humana, así
como del patrimonio, indivisible e indispensable, constituido por la cultura,
el conocimiento científico y tecnológico, los bienes materiales e inmateriales,
y todo aquello que la actividad humana ha producido. Semejante deuda se salda
con las diversas manifestaciones de la actuación social, de manera que el
camino de los hombres no se interrumpa, sino que permanezca abierto para las
generaciones presentes y futuras, llamadas unas y otras a compartir, en la
solidaridad, el mismo don.
VII. LOS VALORES
FUNDAMENTALES
DE LA VIDA SOCIAL
197 La doctrina
social de la Iglesia, además de los principios que deben presidir la
edificación de una sociedad digna del hombre, indica también valores
fundamentales. La relación entre principios y valores es indudablemente de
reciprocidad, en cuanto que los valores sociales expresan el aprecio que se
debe atribuir a aquellos determinados aspectos del bien moral que los
principios se proponen conseguir, ofreciéndose como puntos de referencia para
la estructuración oportuna y la conducción ordenada de la vida social. Los
valores requieren, por consiguiente, tanto la práctica de los principios
fundamentales de la vida social, como el ejercicio personal de las virtudes y,
por ende, las actitudes morales correspondientes a los valores mismos.426
Todos los valores
sociales son inherentes a la dignidad de la persona humana, cuyo auténtico
desarrollo favorecen; son esencialmente: la verdad, la libertad, la justicia,
el amor.427 Su práctica es el camino seguro y necesario para alcanzar la
perfección personal y una convivencia social más humana; constituyen la
referencia imprescindible para los responsables de la vida pública, llamados a
realizar « las reformas sustanciales de las estructuras económicas, políticas,
culturales y tecnológicas, y los cambios necesarios en las instituciones ».428
El respeto de la legítima autonomía de las realidades terrenas lleva a la
Iglesia a no asumir competencias específicas de orden técnico y temporal,429
pero no le impide intervenir para mostrar cómo, en las diferentes opciones del
hombre, estos valores son afirmados o, por el contrario, negados.430
205 Los valores de la
verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente
interior de la caridad: la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el
bien y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad; cuando
se realiza según la justicia, es decir, en el efectivo respeto de los derechos
y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes; cuando es realizada en la
libertad que corresponde a la dignidad de los hombres, impulsados por su misma
naturaleza racional a asumir la responsabilidad de sus propias acciones; cuando
es vivificada por el amor, que hace sentir como propias las necesidades y las
exigencias de los demás e intensifica cada vez más la comunión en los valores
espirituales y la solicitud por las necesidades materiales.451 Estos valores
constituyen los pilares que dan solidez y consistencia al edificio del vivir y
del actuar: son valores que determinan la cualidad de toda acción e institución
social.
CAPÍTULO DUODÉCIMO
DOCTRINA SOCIAL Y
ACCIÓN ECLESIAL
I. LA ACCIÓN PASTORAL
EN EL ÁMBITO SOCIAL
524 La referencia
esencial a la doctrina social determina la naturaleza, el planteamiento, la
estructura y el desarrollo de la pastoral social. Ésta es expresión del
ministerio de evangelización social, dirigido a iluminar, estimular y asistir
la promoción integral del hombre mediante la praxis de la liberación cristiana,
en su perspectiva terrena y trascendente. La Iglesia vive y obra en la
historia, interactuando con la sociedad y la cultura de su tiempo, para cumplir
su misión de comunicar a todos los hombres la novedad del anuncio cristiano, en
la realidad concreta de sus dificultades, luchas y desafíos; de esta manera la
fe ayuda las personas a comprender las cosas en la verdad que « abrirse al amor
de Dios es la verdadera liberación ».1114 La pastoral social es la expresión
viva y concreta de una Iglesia plenamente consciente de su misión de
evangelizar las realidades sociales, económicas, culturales y políticas del
mundo.
c) Doctrina social y
formación
528 La doctrina
social es un punto de referencia indispensable para una formación cristiana
completa. La insistencia del Magisterio al proponer esta doctrina como fuente
inspiradora del apostolado y de la acción social nace de la persuasión de que
ésta constituye un extraordinario recurso formativo: « Es absolutamente
indispensable —sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos
modos en el campo social y político— un conocimiento más exacto de la doctrina
social de la Iglesia ».1121 Este patrimonio doctrinal no se enseña ni se conoce
adecuadamente: esta es una de las razones por las que no se traduce
pertinentemente en un comportamiento concreto.
529 El valor
formativo de la doctrina social debe estar más presente en la actividad
catequética.1122 La catequesis es la enseñanza orgánica y sistemática de la
doctrina cristiana, impartida con el fin de iniciar a los creyentes en la
plenitud de la vida evangélica.1123 El fin último de la catequesis « es poner a
uno no sólo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo »,1124
para que así pueda reconocer la acción del Espíritu Santo, del cual proviene el
don de la vida nueva en Cristo.1125 Con esta perspectiva de fondo, en su
servicio de educación en la fe, la catequesis no debe omitir, « sino iluminar
como es debido... realidades como la acción del hombre por su liberación
integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por
la justicia y la construcción de la paz ».1126 Para este fin, es necesario
procurar una presentación integral del Magisterio social, en su historia, en
sus contenidos y en sus metodologías. Una lectura directa de las encíclicas
sociales, realizada en el contexto eclesial, enriquece su recepción y su
aplicación, gracias a la aportación de las diversas competencias y
conocimientos profesionales presentes en la comunidad.
530 Es importante,
sobre todo en el contexto de la catequesis, que la enseñanza de la doctrina
social se oriente a motivar la acción para evangelizar y humanizar las
realidades temporales. De hecho, con esta doctrina la Iglesia enseña un saber
teórico-práctico que sostiene el compromiso de transformación de la vida
social, para hacerla cada vez más conforme al diseño divino. La catequesis
social apunta a la formación de hombres que, respetuosos del orden moral, sean
amantes de la genuina libertad, hombres que « juzguen las cosas con criterio
propio a la luz de la verdad, que ordenen sus actividades con sentido de
responsabilidad y que se esfuercen por secundar todo lo verdadero y lo justo
asociando de buena gana su acción a la de los demás ».1127 Un valor formativo
extraordinario se encuentra en el testimonio del cristianismo fielmente vivido:
« Es la vida de santidad, que resplandece en tantos miembros del pueblo de Dios
frecuentemente humildes y escondidos a los ojos de los hombres, la que
constituye el camino más simple y fascinante en el que se nos concede percibir
inmediatamente la belleza de la verdad, la fuerza liberadora del amor de Dios,
el valor de la fidelidad incondicionada a todas las exigencias de la ley del
Señor, incluso en las circunstancias más difíciles ».1128
531 La doctrina
social ha de estar a la base de una intensa y constante obra de formación,
sobre todo de aquella dirigida a los cristianos laicos. Esta formación debe
tener en cuenta su compromiso en la vida civil: « A los seglares les
corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y
directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las
leyes y las estructuras de la comunidad en que viven ».1129 El primer nivel de
la obra formativa dirigida a los cristianos laicos debe capacitarlos para a
encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos culturales, sociales,
económicos y políticos, desarrollando en ellos el sentido del deber practicado
al servicio del bien común.1130 Un segundo nivel se refiere a la formación de
la conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del
poder político: « Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte
tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren
ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal ».1131
539 En la Iglesia
particular, el primer responsable del compromiso pastoral de evangelización de
lo social es el Obispo, ayudado por los sacerdotes, los religiosos y las
religiosas, y los fieles laicos. Con especial referencia a la realidad local,
el Obispo tiene la responsabilidad de promover la enseñanza y difusión de la
doctrina social, a la que provee mediante instituciones apropiadas.
La acción pastoral
del Obispo se actúa a través del ministerio de los presbíteros que participan
en su misión de enseñar, santificar y guiar a la comunidad cristiana. Con la
programación de oportunos itinerarios formativos, el presbítero debe dar a
conocer la doctrina social y promover en los miembros de su comunidad la
conciencia del derecho y el deber de ser sujetos activos de esta doctrina.
Mediante las celebraciones sacramentales, en particular de la Eucaristía y la
Reconciliación, el sacerdote ayuda a vivir el compromiso social como fruto del
Misterio salvífico. Debe animar la acción pastoral en el ámbito social,
cuidando con particular solicitud la formación y el acompañamiento espiritual
de los fieles comprometidos en la vida social y política. El presbítero que
ejerce su servicio pastoral en las diversas asociaciones eclesiales,
especialmente en las de apostolado social, tiene la misión de favorecer su
crecimiento con la necesaria enseñanza de la doctrina social.
a) El fiel laico
541 La connotación
esencial de los fieles laicos que trabajan en la viña del Señor (cf. Mt
20,1-16), es la índole secular de su seguimiento de Cristo, que se realiza
precisamente en el mundo: « A los laicos corresponde, por propia vocación,
tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y
ordenándolos según Dios ».1139 Mediante el Bautismo, los laicos son injertados
en Cristo y hechos partícipes de su vida y de su misión, según su peculiar
identidad: « Con el nombre de laicos se designan aquí todos los fieles
cristianos, a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado
religioso aprobado por la Iglesia. Es decir, los fieles que, en cuanto
incorporados a Cristo por el bautismo, integrados al Pueblo de Dios y hechos
partícipes, a su modo, de la función sacerdotal, profética y real de Cristo,
ejercen en la Iglesia y en el mundo la misión de todo el pueblo cristiano en la
parte que a ellos corresponde ».1140
547 El fiel laico
debe actuar según las exigencias dictadas por la prudencia: es ésta la virtud
que dispone para discernir en cada circunstancia el verdadero bien y elegir los
medios adecuados para llevarlo a cabo. Gracias a ella se aplican correctamente
los principios morales a los casos particulares. La prudencia se articula en
tres momentos: clarifica la situación y la valora; inspira la decisión y da
impulso a la acción. El primer momento se caracteriza por la reflexión y la
consulta para estudiar la cuestión, pidiendo el consejo necesario; el segundo
momento es el momento valorativo del análisis y del juicio de la realidad a la
luz del proyecto de Dios; el tercer momento, el de la decisión, se basa en las
fases precedentes, que hacen posible el discernimiento entre las acciones que
se deben llevar a cabo.
e) El servicio en los
diversos ámbitos de la vida social
551 La presencia del
fiel laico en campo social se caracteriza por el servicio, signo y expresión de
la caridad, que se manifiesta en la vida familiar, cultural, laboral,
económica, política, según perfiles específicos: obedeciendo a las diversas
exigencias de su ámbito particular de compromiso, los fieles laicos expresan la
verdad de su fe y, al mismo tiempo, la verdad de la doctrina social de la
Iglesia, que encuentra su plena realización cuando se vive concretamente para
solucionar los problemas sociales. La credibilidad misma de la doctrina social
reside, en efecto, en el testimonio de las obras, antes que en su coherencia y
lógica interna.1153
Adentrados en el
tercer milenio de la era cristiana, los fieles laicos se orientarán con su
testimonio a todos los hombres con los que colaborarán para resolver las
cuestiones más urgentes de nuestro tiempo: « Todo lo que, extraído del tesoro
doctrinal de la Iglesia, ha propuesto el Concilio, pretende ayudar a todos los
hombres de nuestros días, a los que creen en Dios y a los que no creen en Él de
forma explícita, a fin de que, con la más clara percepción de su entera
vocación, ajusten mejor el mundo a la superior dignidad del hombre, tiendan a
una fraternidad universal más profundamente arraigada y, bajo el impulso del
amor, con esfuerzo generoso y unido, respondan a las urgentes exigencias de
nuestra edad ».1154
3. El servicio a la
economía
563 Ante la
complejidad del contexto económico contemporáneo, el fiel laico se deberá
orientar su acción por los principios del Magisterio social. Es necesario que
estos principios sean conocidos y acogidos en la actividad económica misma:
cuando se descuidan estos principios, empezando por la centralidad de la
persona humana, se pone en peligro la calidad de la actividad económica.1179
El compromiso del
cristiano se traducirá también en un esfuerzo de reflexión cultural orientado
sobre todo a un discernimiento sobre los modelos actuales de desarrollo
económico-social. La reducción de la cuestión del desarrollo a un problema
exclusivamente técnico llevaría a vaciarlo de su verdadero contenido que es, en
cambio, « la dignidad del hombre y de los pueblos ».1180
4. El servicio a la
política
565 Para los fieles
laicos, el compromiso político es una expresión cualificada y exigente del
empeño cristiano al servicio de los demás.1183 La búsqueda del bien común con
espíritu de servicio; el desarrollo de la justicia con atención particular a
las situaciones de pobreza y sufrimiento; el respeto de la autonomía de las
realidades terrenas; el principio de subsidiaridad; la promoción del diálogo y
de la paz en el horizonte de la solidaridad: éstas son las orientaciones que
deben inspirar la acción política de los cristianos laicos. Todos los creyentes,
en cuanto titulares de derechos y deberes cívicos, están obligados a respetar
estas orientaciones; quienes desempeñan tareas directas e institucionales en la
gestión de las complejas problemáticas de los asuntos públicos, ya sea en las
administraciones locales o en las instituciones nacionales e internacionales,
deberán tenerlas especialmente en cuenta.
573 Un ámbito
especial de discernimiento para los fieles laicos concierne a la elección de
los instrumentos políticos, o la adhesión a un partido y a las demás
expresiones de la participación política. Es necesario efectuar una opción
coherente con los valores, teniendo en cuenta las circunstancias reales. En
cualquier caso, toda elección debe siempre enraizarse en la caridad y tender a
la búsqueda del bien común.1200 Las instancias de la fe cristiana difícilmente
se pueden encontrar en una única posición política: pretender que un partido o
una formación política correspondan completamente a las exigencias de la fe y
de la vida cristiana genera equívocos peligrosos. El cristiano no puede
encontrar un partido político que responda plenamente a las exigencias éticas
que nacen de la fe y de la pertenencia a la Iglesia: su adhesión a una
formación política no será nunca ideológica, sino siempre crítica, a fin de que
el partido y su proyecto político resulten estimulados a realizar formas cada
vez más atentas a lograr el bien común, incluido el fin espiritual del
hombre.1201