Mons. Aguer -
Arzobispo de La Plata
El Dia, 30-11-13
Nuestro Papa
Francisco celebra diariamente la misa en la capilla de la Casa Santa Marta, donde
reside, y en la homilía hace un breve comentario del evangelio del día. El 8 de
noviembre pasado, el texto presentaba la parábola del administrador infiel
(Lucas 16,1-8), que el Santo Padre aplicó al caso actualísimo –y
desgraciadamente tan extendido– de la coima. “Se comienza, quizá, con un
sobrecito –dijo el Papa– pero es como la droga: se acaba con la enfermedad de
acostumbrarse a ella”.
También invitó a
rezar “para que el Señor cambie el corazón de los devotos de la diosa coima” y
por sus hijos, “tantos niños y muchachos que reciben de sus padres pan sucio,
un pan que hace perder la dignidad”. Porque el pan limpio, el auténtico, es el
que se gana con el trabajo.
No faltó en el
comentario pontificio una alusión a los probables protagonistas del suceso que
en la lista clásica de pecados y en buen español se llama cohecho, o soborno:
“algunos administradores de empresas, y también administradores públicos, del
gobierno… quizá no sean tantos… pero es el comportamiento que toma el camino
más corto, más cómodo, para ganarse la vida”.
¡El camino más corto!
Precisamente, en italiano –Francisco estaba hablando en italiano– coima se dice
tangente (pronunciar tanyente). La tangente es, en geometría, la recta que toca
en un punto a una curva, pero el término integra también una expresión bien
popular: irse o escapar por la tangente. El diccionario la define así: valerse
de un subterfugio o evasiva para salir hábilmente de un apuro. El coimero
“toca” al funcionario para agilizar un trámite, para obtener una concesión o
licitación.
El sermón papal tuvo
una resonancia amplísima, en relación con el fenómeno de la corrupción, que
preocupa especialmente en algunos países. Se trata de una deficiencia ética que
constituye, cuando se extiende y contagia a muchos, una verdadera lacra social.
El corruptor siempre tiene necesidad de un corrupto.
Del Corriere della
Sera he obtenido algunos datos sobre lo que ocurre en la península. El servicio
Anticorrupción y Transparencia del Ministerio de la Función Pública
estima que la corrupción le impone al pueblo italiano una tasa inmoral y oculta
que supera los cincuenta mil millones de euros.
Otras opiniones
autorizadas consideran que en tiempos de crisis como los actuales se puede
razonablemente temer que el impacto social de la coima incida sobre el
desarrollo económico del país.
Se ha calculado
también que los “sobrecitos” hacen elevar en un cuarenta por ciento el costo de
las grandes obras; en el programa de infraestructuras estratégicas 2013-2015 el
cómputo del sobreprecio llega a noventa y tres mil millones, lo que equivale a
casi seis puntos del producto bruto interno. Puesto que el costo de la coima lo
pagan todos, grava el presupuesto de cada familia, como término medio, en unos
cinco mil euros por año.
Una encuesta reciente
revelaba que en 2012 un doce por ciento de los italianos, casi uno sobre ocho,
había recibido un pedido, más o menos explícito, de “tangente”. Un último dato:
ha disminuido escandalosamente el número de condenas por corrupción, peculado,
concusión y abuso del oficio, y cuando las ha habido, las penas han sido levísimas.
¿Y por casa cómo
andamos? No he podido acceder a datos vertidos públicamente con tanta seguridad
como en el caso de Italia; si existen investigaciones y cálculos ciertos
podrían disipar o confirmar la convicción pesimista, y generalizada, de que no
nos quedamos atrás en el arte de “arreglar de otra manera” nuestras
dificultades.
Los “arreglos” que se
traban en los altos niveles cuando está en juego la realización de obras
faraónicas que implican enormes inversiones, tienen su réplica popular en la oferta
de un favor para aliviar los numerosos trámites que fastidian la vida cotidiana
de cualquier ciudadano.
Consolémonos pensando
que el problema es mundial. Pero todo tiene su límite, también la inmoralidad.
En la economía moderna se puede reconocer que la diferencia entre comisión –que
puede ser legal– y coima es análoga a la que existe entre préstamo a interés y
usura.
Me han contado que en
los Estados Unidos existen sanciones, por ejemplo no poder contratar con el
Estado, para las compañías que se exceden más allá del cinco por ciento en el
pago de comisiones ilegales; a ese porcentaje tolerado lo llaman “fondo de
víboras”.
Debemos hacer nuestra
la inquietud del papa Francisco. Nos preocupa actualmente la invasión del
narcotráfico y sus consecuencias corruptoras, destructivas. Pero tendríamos que
ocuparnos también, muy seriamente, de superar el vicio social de escapar por la
tangente.+
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