PARA
LA JORNADA MUNDIAL
DE LA PAZ
Ciudad del Vaticano,
12 diciembre 2013 (VIS).-
1. En este mi primer
Mensaje para la
Jornada Mundial de la
Paz , quisiera desear a todos, a las personas y a los pueblos,
una vida llena de alegría y de esperanza. El corazón de todo hombre y de toda
mujer alberga en su interior el deseo de una vida plena, de la que forma parte
un anhelo indeleble de fraternidad, que nos invita a la comunión con los otros,
en los que encontramos no enemigos o contrincantes, sino hermanos a los que
acoger y querer.
De hecho, la
fraternidad es una dimensión esencial del hombre, que es un ser relacional. La
viva conciencia de este carácter relacional nos lleva a ver y a tratar a cada
persona como una verdadera hermana y un verdadero hermano; sin ella, es
imposible la construcción de una sociedad justa, de una paz estable y duradera.
Y es necesario recordar que normalmente la fraternidad se empieza a aprender en
el seno de la familia, sobre todo gracias a las responsabilidades
complementarias de cada uno de sus miembros, en particular del padre y de la
madre. La familia es la fuente de toda fraternidad, y por eso es también el
fundamento y el camino primordial para la paz, pues, por vocación, debería
contagiar al mundo con su amor.
El número cada vez
mayor de interdependencias y de comunicaciones que se entrecruzan en nuestro
planeta hace más palpable la conciencia de que todas las naciones de la tierra
forman una unidad y comparten un destino común. En los dinamismos de la
historia, a pesar de la diversidad de etnias, sociedades y culturas, vemos
sembrada la vocación de formar una comunidad compuesta de hermanos que se
acogen recíprocamente y se preocupan los unos de los otros. Sin embargo, a
menudo los hechos, en un mundo caracterizado por la “globalización de la
indiferencia”, que poco a poco nos “habitúa” al sufrimiento del otro,
cerrándonos en nosotros mismos, contradicen y desmienten esa vocación.
En muchas partes del
mundo, continuamente se lesionan gravemente los derechos humanos fundamentales,
sobre todo el derecho a la vida y a la libertad religiosa. El trágico fenómeno
de la trata de seres humanos, con cuya vida y desesperación especulan personas
sin escrúpulos, representa un ejemplo inquietante. A las guerras hechas de
enfrentamientos armados se suman otras guerras menos visibles, pero no menos
crueles, que se combaten en el campo económico y financiero con medios
igualmente destructivos de vidas, de familias, de empresas.
La globalización,
como ha afirmado Benedicto XVI, nos acerca a los demás, pero no nos hace hermanos.
Además, las numerosas situaciones de desigualdad, de pobreza y de injusticia
revelan no sólo una profunda falta de fraternidad, sino también la ausencia de
una cultura de la solidaridad. Las nuevas ideologías, caracterizadas por un
difuso individualismo, egocentrismo y consumismo materialista, debilitan los
lazos sociales, fomentando esa mentalidad del “descarte”, que lleva al
desprecio y al abandono de los más débiles, de cuantos son considerados
“inútiles”. Así la convivencia humana se parece cada vez más a un mero do ut
des pragmático y egoísta.
Al mismo tiempo, es
claro que tampoco las éticas contemporáneas son capaces de generar vínculos
auténticos de fraternidad, ya que una fraternidad privada de la referencia a un
Padre común, como fundamento último, no logra subsistir. Una verdadera
fraternidad entre los hombres supone y requiere una paternidad trascendente. A
partir del reconocimiento de esta paternidad, se consolida la fraternidad entre
los hombres, es decir, ese hacerse "prójimo" que se preocupa por el
otro.
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