CAPÍTULO SEXTO
EL TRABAJO HUMANO
256 El trabajo
pertenece a la condición originaria del hombre y precede a su caída; no es, por
ello, ni un castigo ni una maldición. Se convierte en fatiga y pena a causa del
pecado de Adán y Eva, que rompen su relación confiada y armoniosa con Dios (cf.
Gn 3, 6-8). La prohibición de comer « del árbol de la ciencia del bien y del
mal » (Gn 2,17) recuerda al hombre que ha recibido todo como don y que sigue
siendo una criatura y no el Creador. El pecado de Adán y Eva fue provocado
precisamente por esta tentación: « seréis como dioses » (Gn 3,5). Quisieron
tener el dominio absoluto sobre todas las cosas, sin someterse a la voluntad
del Creador. Desde entonces, el suelo se ha vuelto avaro, ingrato, sordamente
hostil (cf. Gn 4,12); sólo con el sudor de la frente será posible obtener el
alimento (cf. Gn 3,17.19). Sin embargo, a pesar del pecado de los primeros
padres, el designio del Creador, el sentido de sus criaturas y, entre estas,
del hombre, llamado a ser cultivador y custodio de la creación, permanecen
inalterados.
257 El trabajo debe
ser honrado porque es fuente de riqueza o, al menos, de condiciones para una
vida decorosa, y, en general, instrumento eficaz contra la pobreza (cf. Pr
10,4). Pero no se debe ceder a la tentación de idolatrarlo, porque en él no se
puede encontrar el sentido último y definitivo de la vida. El trabajo es
esencial, pero es Dios, no el trabajo, la fuente de la vida y el fin del
hombre. El principio fundamental de la sabiduría es el temor del Señor; la
exigencia de justicia, que de él deriva, precede a la del beneficio: « Mejor es
poco con temor de Yahvéh, que gran tesoro con inquietud » (Pr 15,16); « Más vale
poco, con justicia, que mucha renta sin equidad » (Pr 16,8).
c) El deber de
trabajar
264 La conciencia de
la transitoriedad de la « escena de este mundo » (cf. 1 Co 7,31) no exime de
ninguna tarea histórica, mucho menos del trabajo (cf. 2 Ts 3,7-15), que es
parte integrante de la condición humana, sin ser la única razón de la vida.
Ningún cristiano, por el hecho de pertenecer a una comunidad solidaria y
fraterna, debe sentirse con derecho a no trabajar y vivir a expensas de los
demás (cf. 2 Ts 3,6-12). Al contrario, el apóstol Pablo exhorta a todos a
ambicionar « vivir en tranquilidad » con el trabajo de las propias manos, para
que « no necesitéis de nadie » (1 Ts 4,11-12), y a practicar una solidaridad,
incluso material, que comparta los frutos del trabajo con quien « se halle en
necesidad » (Ef 4,28). Santiago defiende los derechos conculcados de los
trabajadores: « Mirad; el salario que no habéis pagado a los obreros que
segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han
llegado a los oídos del Señor de los ejércitos » (St 5,4). Los creyentes deben
vivir el trabajo al estilo de Cristo, convirtiéndolo en ocasión para dar un
testimonio cristiano « ante los de fuera » (1 Ts 4,12).
II. EL VALOR
PROFÉTICO
DE LA « RERUM NOVARUM
»
267 El curso de la
historia está marcado por las profundas transformaciones y las grandes
conquistas del trabajo, pero también por la explotación de tantos trabajadores
y las ofensas a su dignidad. La revolución industrial planteó a la Iglesia un
gran desafío, al que el Magisterio social respondió con la fuerza profética,
afirmando principios de validez universal y de perenne actualidad, para bien
del hombre que trabaja y de sus derechos.
Durante siglos, el
mensaje de la Iglesia se dirigía a una sociedad de tipo agrícola, caracterizada
por ritmos regulares y cíclicos; ahora había que anunciar y vivir el Evangelio
en un nuevo areópago, en el tumulto de los acontecimientos de una sociedad más
dinámica, teniendo en cuenta la complejidad de los nuevos fenómenos y de las
increíbles transformaciones que la técnica había hecho posibles. Como punto
focal de la solicitud pastoral de la Iglesia se situaba cada vez más
urgentemente la cuestión obrera, es decir el problema de la explotación de los
trabajadores, producto de la nueva organización industrial del trabajo de
matriz capitalista, y el problema, no menos grave, de la instrumentalización
ideológica, socialista y comunista, de las justas reivindicaciones del mundo
del trabajo. En este horizonte histórico se colocan las reflexiones y las
advertencias de la encíclica « Rerum novarum » de León XIII.
269 A partir de la «
Rerum novarum », la Iglesia no ha dejado de considerar los problemas del
trabajo como parte de una cuestión social que ha adquirido progresivamente
dimensiones mundiales.583 La encíclica « Laborem exercens » enriquece la visión
personalista del trabajo, característica de los precedentes documentos
sociales, indicando la necesidad de profundizar en los significados y los
compromisos que el trabajo comporta, poniendo de relieve el hecho que « surgen
siempre nuevos interrogantes y problemas, nacen siempre nuevas esperanzas, pero
nacen también temores y amenazas relacionados con esta dimensión fundamental de
la existencia humana, de la que la vida del hombre está hecha cada día, de la
que deriva la propia dignidad específica y en la que a la vez, está contenida
la medida incesante de la fatiga humana, del sufrimiento, y también del daño y
de la injusticia que invaden profundamente la vida social, dentro de cada Nación
y a escala internacional ».584 En efecto, el trabajo, « clave esencial »585 de
toda la cuestión social, condiciona el desarrollo no sólo económico, sino
también cultural y moral, de las personas, de la familia, de la sociedad y de
todo el género humano.
III. LA DIGNIDAD DEL
TRABAJO
270 El trabajo humano
tiene una doble dimensión: objetiva y subjetiva. En sentido objetivo, es el
conjunto de actividades, recursos, instrumentos y técnicas de las que el hombre
se sirve para producir, para dominar la tierra, según las palabras del libro
del Génesis. El trabajo en sentido subjetivo, es el actuar del hombre en cuanto
ser dinámico, capaz de realizar diversas acciones que pertenecen al proceso del
trabajo y que corresponden a su vocación personal: « El hombre debe someter la
tierra, debe dominarla, porque, como “imagen de Dios”, es una persona, es
decir, un ser subjetivo capaz de obrar de manera programada y racional, capaz
de decidir acerca de sí y que tiende a realizarse a sí mismo. Como persona, el
hombre es, pues, sujeto del trabajo ».586
El trabajo en sentido
objetivo constituye el aspecto contingente de la actividad humana, que varía
incesantemente en sus modalidades con la mutación de las condiciones técnicas,
culturales, sociales y políticas. El trabajo en sentido subjetivo se configura,
en cambio, como su dimensión estable, porque no depende de lo que el hombre
realiza concretamente, ni del tipo de actividad que ejercita, sino sólo y
exclusivamente de su dignidad de ser personal. Esta distinción es decisiva,
tanto para comprender cuál es el fundamento último del valor y de la dignidad
del trabajo, cuanto para implementar una organización de los sistemas
económicos y sociales, respetuosa de los derechos del hombre.
273 El trabajo humano
posee también una intrínseca dimensión social. El trabajo de un hombre, en
efecto, se vincula naturalmente con el de otros hombres: « Hoy, principalmente,
el trabajar es trabajar con otros y trabajar para otros: es un hacer algo para
alguien ».589 También los frutos del trabajo son ocasión de intercambio, de
relaciones y de encuentro. El trabajo, por tanto, no se puede valorar
justamente si no se tiene en cuenta su naturaleza social, « ya que, si no existe
un verdadero cuerpo social y orgánico, si no hay un orden social y jurídico que
garantice el ejercicio del trabajo, si los diferentes oficios, dependientes
unos de otros, no colaboran y se completan entre sí y, lo que es más todavía,
no se asocian y se funden como en una unidad la inteligencia, el capital y el
trabajo, la eficiencia humana no será capaz de producir sus frutos. Luego el
trabajo no puede ser valorado justamente ni remunerado con equidad si no se
tiene en cuenta su carácter social e individual ».590
274 El trabajo es
también « una obligación, es decir, un deber ».591 El hombre debe trabajar, ya
sea porque el Creador se lo ha ordenado, ya sea porque debe responder a las
exigencias de mantenimiento y desarrollo de su misma humanidad. El trabajo se
perfila como obligación moral con respecto al prójimo, que es en primer lugar
la propia familia, pero también la sociedad a la que pertenece; la Nación de la
cual se es hijo o hija; y toda la familia humana de la que se es miembro: somos
herederos del trabajo de generaciones y, a la vez, artífices del futuro de
todos los hombres que vivirán después de nosotros.
b) Las relaciones
entre trabajo y capital
276 El trabajo, por
su carácter subjetivo o personal, es superior a cualquier otro factor de producción.
Este principio vale, en particular, con respeto al capital. En la actualidad,
el término « capital » tiene diversas acepciones: en ciertas ocasiones indica
los medios materiales de producción de una empresa; en otras, los recursos
financieros invertidos en una iniciativa productiva o también, en operaciones
de mercados bursátiles. Se habla también, de modo no totalmente apropiado, de «
capital humano », para significar los recursos humanos, es decir las personas
mismas, en cuanto son capaces de esfuerzo laboral, de conocimiento, de
creatividad, de intuición de las exigencias de sus semejantes, de acuerdo
recíproco en cuanto miembros de una organización. Se hace referencia al «
capital social » cuando se quiere indicar la capacidad de colaboración de una
colectividad, fruto de la inversión en vínculos de confianza recíproca. Esta
multiplicidad de significados ofrece motivos ulteriores para reflexionar acerca
de qué pueda significar, en la actualidad, la relación entre trabajo y capital.
279 La relación entre
trabajo y capital presenta, a menudo, los rasgos del conflicto, que adquiere
caracteres nuevos con los cambios en el contexto social y económico. Ayer, el
conflicto entre capital y trabajo se originaba, sobre todo, « por el hecho de
que los trabajadores, ofreciendo sus fuerzas para el trabajo, las ponían a
disposición del grupo de los empresarios, y que éste, guiado por el principio
del máximo rendimiento, trataba de establecer el salario más bajo posible para
el trabajo realizado por los obreros ».601 Actualmente, el conflicto presenta
aspectos nuevos y, tal vez, más preocupantes: los progresos científicos y
tecnológicos y la mundialización de los mercados, de por sí fuente de
desarrollo y de progreso, exponen a los trabajadores al riesgo de ser explotados
por los engranajes de la economía y por la búsqueda desenfrenada de
productividad.602
c) El trabajo, título
de participación
281 La relación entre
trabajo y capital se realiza también mediante la participación de los
trabajadores en la propiedad, en su gestión y en sus frutos. Esta es una
exigencia frecuentemente olvidada, que es necesario, por tanto, valorar mejor:
debe procurarse que « toda persona, basándose en su propio trabajo, tenga pleno
título a considerarse, al mismo tiempo, “copropietario” de esa especie de gran
taller de trabajo en el que se compromete con todos. Un camino para conseguir
esa meta podría ser la de asociar, en cuanto sea posible, el trabajo a la
propiedad del capital y dar vida a una rica gama de cuerpos intermedios con finalidades
económicas, sociales, culturales: cuerpos que gocen de una autonomía efectiva
respecto a los poderes públicos, que persigan sus objetivos específicos
manteniendo relaciones de colaboración leal y mutua, con subordinación a las
exigencias del bien común, y que ofrezcan forma y naturaleza de comunidades
vivas, es decir, que los miembros respectivos sean considerados y tratados como
personas y sean estimulados a tomar parte activa en la vida de dichas
comunidades ».604 La nueva organización del trabajo, en la que el saber cuenta
más que la sola propiedad de los medios de producción, confirma de forma
concreta que el trabajo, por su carácter subjetivo, es título de participación:
es indispensable aceptar firmemente esta realidad para valorar la justa posición
del trabajo en el proceso productivo y para encontrar modalidades de
participación conformes a la subjetividad del trabajo en la peculiaridad de las
diversas situaciones concretas.605
282 El Magisterio
social de la Iglesia estructura la relación entre trabajo y capital también
respecto a la institución de la propiedad privada, al derecho y al uso de ésta.
El derecho a la propiedad privada está subordinado al principio del destino
universal de los bienes y no debe constituir motivo de impedimento al trabajo y
al desarrollo de otros. La propiedad, que se adquiere sobre todo mediante el
trabajo, debe servir al trabajo. Esto vale de modo particular para la propiedad
de los medios de producción; pero el principio concierne también a los bienes
propios del mundo financiero, técnico, intelectual y personal.
Los medios de
producción « no pueden ser poseídos contra el trabajo, no pueden ser ni
siquiera poseídos para poseer ».606 Su posesión se vuelve ilegítima « cuando o
sirve para impedir el trabajo de los demás u obtener unas ganancias que no son
fruto de la expansión global del trabajo y de la riqueza social, sino más bien
de su limitación, de la explotación ilícita, de la especulación y de la ruptura
de la solidaridad en el mundo laboral ».607
a) El trabajo es
necesario
287 El trabajo es un
derecho fundamental y un bien para el hombre: 619 un bien útil, digno de él,
porque es idóneo para expresar y acrecentar la dignidad humana. La Iglesia
enseña el valor del trabajo no sólo porque es siempre personal, sino también
por el carácter de necesidad.620 El trabajo es necesario para formar y mantener
una familia,621 adquirir el derecho
a la propiedad 622 y
contribuir al bien común de la familia humana.623 La consideración de las
implicaciones morales que la cuestión del trabajo comporta en la vida social,
lleva a la Iglesia a indicar la desocupación como una « verdadera calamidad
social »,624 sobre todo en relación con las jóvenes generaciones.
V. DERECHOS
DE LOS TRABAJADORES
b) El derecho a la
justa remuneración y distribución de la renta
302 La remuneración
es el instrumento más importante para practicar la justicia en las relaciones
laborales.659 El « salario justo es el fruto legítimo del trabajo »; 660 comete
una grave injusticia quien lo niega o no lo da a su debido tiempo y en la justa
proporción al trabajo realizado (cf. Lv 19,13; Dt 24,14-15; St 5,4). El salario
es el instrumento que permite al trabajador acceder a los bienes de la tierra:
« La remuneración del trabajo debe ser tal que permita al hombre y a su familia
una vida digna en el plano material, social, cultural y espiritual, teniendo
presentes el puesto de trabajo y la productividad de cada uno, así como las
condiciones de la empresa y el bien común ».661 El simple acuerdo entre el
trabajador y el patrono acerca de la remuneración, no basta para calificar de «
justa » la remuneración acordada, porque ésta « no debe ser en manera alguna
insuficiente » 662 para el sustento del trabajador: la justicia natural es anterior
y superior a la libertad del contrato.
303 El bienestar
económico de un país no se mide exclusivamente por la cantidad de bienes
producidos, sino también teniendo en cuenta el modo en que son producidos y el
grado de equidad en la distribución de la renta, que debería permitir a todos
disponer de lo necesario para el desarrollo y el perfeccionamiento de la propia
persona. Una justa distribución del rédito debe establecerse no sólo en base a
los criterios de justicia conmutativa, sino también de justicia social, es
decir, considerando, además del valor objetivo de las prestaciones laborales,
la dignidad humana de los sujetos que las realizan. Un bienestar económico
auténtico se alcanza también por medio de adecuadas políticas sociales de
redistribución de la renta que, teniendo en cuenta las condiciones generales,
consideren oportunamente los méritos y las necesidades de todos los ciudadanos.
c) El derecho de
huelga
304 La doctrina
social reconoce la legitimidad de la huelga « cuando constituye un recurso
inevitable, si no necesario para obtener un beneficio proporcionado »,663
después de haber constatado la ineficacia de todas las demás modalidades para
superar los conflictos.664 La huelga, una de las conquistas más costosas del
movimiento sindical, se puede definir como el rechazo colectivo y concertado,
por parte de los trabajadores, a seguir desarrollando sus actividades, con el
fin de obtener, por medio de la presión así realizada sobre los patrones, sobre
el Estado y sobre la opinión pública, mejoras en sus condiciones de trabajo y
en su situación social. También la huelga, aun cuando aparezca « como una
especie de ultimátum »,665 debe ser siempre un método pacífico de
reivindicación y de lucha por los propios derechos; resulta « moralmente inaceptable
cuando va acompañada de violencias o también cuando se lleva a cabo en función
de objetivos no directamente vinculados con las condiciones del trabajo o
contrarios al bien común ».666
307 Al sindicato,
además de la función de defensa y de reivindicación, le competen las de
representación, dirigida a « la recta ordenación de la vida económica »,671 y
de educación de la conciencia social de los trabajadores, de manera que se
sientan parte activa, según las capacidades y aptitudes de cada uno, en toda la
obra del desarrollo económico y social, y en la construcción del bien común
universal. El sindicato y las demás formas de asociación de los trabajadores
deben asumir una función de colaboración con el resto de los sujetos sociales e
interesarse en la gestión de la cosa pública. Las organizaciones sindicales
tienen el deber de influir en el poder público, en orden a sensibilizarlo
debidamente sobre los problemas laborales y a comprometerlo a favorecer la
realización de los derechos de los trabajadores. Los sindicatos, sin embargo,
no tienen carácter de « partidos políticos » que luchan por el poder, y tampoco
deben estar sometidos a las decisiones de los partidos políticos o tener
vínculos demasiado estrechos con ellos: « En tal situación fácilmente se apartan
de lo que es su cometido específico, que es el de asegurar los justos derechos
de los hombres del trabajo en el marco del bien común de la sociedad entera, y
se convierten, en cambio, en un instrumento de presión para realizar otras
finalidades ».672
a) Una fase de
transición epocal
310 Uno de los
estímulos más significativos para el actual cambio de la organización del
trabajo procede del fenómeno de la globalización, que permite experimentar
formas nuevas de producción, trasladando las plantas de producción en áreas
diferentes a aquellas en las que se toman las decisiones estratégicas y lejanas
de los mercados de consumo. Dos son los factores que impulsan este fenómeno: la
extraordinaria velocidad de comunicación sin límites de espacio y tiempo, y la
relativa facilidad para transportar mercancías y personas de una parte a otra
del planeta. Esto comporta una consecuencia fundamental sobre los procesos
productivos: la propiedad está cada vez más lejos, a menudo indiferente a los
efectos sociales de las opciones que realiza. Por otra parte, si es cierto que
la globalización, a priori, no es ni buena ni mala en sí misma, sino que
depende del uso que el hombre hace de ella,676 debe afirmarse que es necesaria
una globalización de la tutela, de los derechos mínimos esenciales y de la
equidad.
314 La transición en
curso significa el paso de un trabajo dependiente a tiempo indeterminado,
entendido como puesto fijo, a un trabajo caracterizado por una pluralidad de
actividades laborales; de un mundo laboral compacto, definido y reconocido, a
un universo de trabajos, variado, fluido, rico de promesas, pero también
cargado de preguntas inquietantes, especialmente ante la creciente
incertidumbre de las perspectivas de empleo, a fenómenos persistentes de
desocupación estructural, a la inadecuación de los actuales sistemas de
seguridad social. Las exigencias de la competencia, de la innovación
tecnológica y de la complejidad de los flujos financieros deben armonizarse con
la defensa del trabajador y de sus derechos.
La inseguridad y la
precariedad no afectan solamente a la condición laboral de los hombres que
viven en los países más desarrollados, sino también, y sobre todo, a las
realidades económicamente menos avanzadas del planeta, los países en vías de
desarrollo y los países con economías en transición. Estos últimos, además de
los complejos problemas vinculados al cambio de los modelos económicos y
productivos, deben afrontar cotidianamente las difíciles exigencias procedentes
de la globalización en curso. La situación resulta particularmente dramática
para el mundo del trabajo, afectado por vastos y radicales cambios culturales y
estructurales, en contextos frecuentemente privados de soportes legislativos,
formativos y de asistencia social.
317 Ante las imponentes
« res novae » del mundo del trabajo, la doctrina social de la Iglesia
recomienda, ante todo, evitar el error de considerar que los cambios en curso
suceden de modo determinista. El factor decisivo y « el árbitro » de esta
compleja fase de cambio es una vez más el hombre, que debe seguir siendo el
verdadero protagonista de su trabajo. El hombre puede y debe hacerse cargo,
creativa y responsablemente, de las actuales innovaciones y reorganizaciones,
de manera que contribuyan al crecimiento de la persona, de la familia, de la
sociedad y de toda la familia humana.677 Es importante para todos recordar el
significado de la dimensión subjetiva del trabajo, a la que la doctrina social
de la Iglesia enseña a dar la debida prioridad, porque el trabajo humano « procede
directamente de personas creadas a imagen de Dios y llamadas a prolongar,
unidas y para mutuo beneficio, la obra de la creación dominando la tierra ».678
321 Los escenarios
actuales de profunda transformación del trabajo humano hacen todavía más
urgente un desarrollo auténticamente global y solidario, capaz de alcanzar
todas las regiones del mundo, incluyendo las menos favorecidas. Para estas
últimas, la puesta en marcha de un proceso de desarrollo solidario de vasto
alcance, no sólo aparece como una posibilidad concreta de creación de nuevos
puestos de trabajo, sino que también representa una verdadera condición para la
supervivencia de pueblos enteros: « Es preciso globalizar la solidaridad ».681
Los desequilibrios
económicos y sociales existentes en el mundo del trabajo se han de afrontar
restableciendo la justa jerarquía de valores y colocando en primer lugar la
dignidad de la persona que trabaja: « Las nuevas realidades, que se manifiestan
con fuerza en el proceso productivo, como la globalización de las finanzas, de
la economía, del comercio y del trabajo, jamás deben violar la dignidad y la
centralidad de la persona humana, ni la libertad y la democracia de los
pueblos. La solidaridad, la participación y la posibilidad de gestionar estos cambios
radicales constituyen, sino la solución, ciertamente la necesaria garantía
ética para que las personas y los pueblos no se conviertan en instrumentos,
sino en protagonistas de su futuro. Todo esto puede realizarse y, dado que es
posible, constituye un deber ».682
CAPÍTULO SÉPTIMO
LA VIDA ECONÓMICA
a) El hombre, pobreza
y riqueza
323 En el Antiguo
Testamento se encuentra una doble postura frente a los bienes económicos y la
riqueza. Por un lado, de aprecio a la disponibilidad de bienes materiales considerados
necesarios para la vida: en ocasiones, la abundancia —pero no la riqueza o el
lujo— es vista como una bendición de Dios. En la literatura sapiencial, la
pobreza se describe como una consecuencia negativa del ocio y de la falta de
laboriosidad (cf. Pr 10,4), pero también como un hecho natural (cf. Pr 22,2).
Por otro lado, los bienes económicos y la riqueza no son condenados en sí
mismos, sino por su mal uso. La tradición profética estigmatiza las estafas, la
usura, la explotación, las injusticias evidentes, especialmente con respecto a
los más pobres (cf. Is 58,3-11; Jr 7,4-7; Os 4,1-2; Am 2,6-7; Mi 2,1-2). Esta
tradición, si bien considera un mal la pobreza de los oprimidos, de los
débiles, de los indigentes, ve también en ella un símbolo de la situación del
hombre delante de Dios; de Él proviene todo bien como un don que hay que
administrar y compartir.
324 Quien reconoce su
pobreza ante Dios, en cualquier situación que viva, es objeto de una atención
particular por parte de Dios: cuando el pobre busca, el Señor responde; cuando
grita, Él lo escucha. A los pobres se dirigen las promesas divinas: ellos serán
los herederos de la alianza entre Dios y su pueblo. La intervención salvífica
de Dios se actuará mediante un nuevo David (cf. Ez 34,22-31), el cual, como y
más que el rey David, será defensor de los pobres y promotor de la justicia; Él
establecerá una nueva alianza y escribirá una nueva ley en el corazón de los
creyentes (cf. Jr 31,31-34).
La pobreza, cuando es
aceptada o buscada con espíritu religioso, predispone al reconocimiento y a la
aceptación del orden creatural; en esta perspectiva, el « rico » es aquel que
pone su confianza en las cosas que posee más que en Dios, el hombre que se hace
fuerte mediante las obras de sus manos y que confía sólo en esta fuerza. La
pobreza se eleva a valor moral cuando se manifiesta como humilde disposición y
apertura a Dios, confianza en Él. Estas actitudes hacen al hombre capaz de
reconocer lo relativo de los bienes económicos y de tratarlos como dones divinos
que hay que administrar y compartir, porque la propiedad originaria de todos
los bienes pertenece a Dios.
329 Las riquezas
realizan su función de servicio al hombre cuando son destinadas a producir
beneficios para los demás y para la sociedad: 685 « ¿Cómo podríamos hacer el
bien al prójimo —se pregunta Clemente de Alejandría— si nadie poseyese nada?
».686 En la visión de San Juan Crisóstomo, las riquezas pertenecen a algunos
para que estos puedan ganar méritos compartiéndolas con los demás.687 Las riquezas
son un bien que viene de Dios: quien lo posee lo debe usar y hacer circular, de
manera que también los necesitados puedan gozar de él; el mal se encuentra en
el apego desordenado a las riquezas, en el deseo de acapararlas. San Basilio el
Grande invita a los ricos a abrir las puertas de sus almacenes y exclama: « Un
gran río se vierte, en mil canales, sobre el terreno fértil: así, por mil
caminos, tú haces llegar la riqueza a las casas de los pobres ».688 La riqueza,
explica San Basilio, es como el agua que brota cada vez más pura de la fuente
si se bebe de ella con frecuencia, mientras que se pudre si la fuente permanece
inutilizada.689 El rico, dirá más tarde San Gregorio Magno, no es sino un
administrador de lo que posee; dar lo necesario a quien carece de ello es una
obra que hay que cumplir con humildad, porque los bienes no pertenecen a quien
los distribuye. Quien tiene las riquezas sólo para sí no es inocente; darlas a
quien tiene necesidad significa pagar una deuda.690
II. MORAL Y ECONOMÍA
331 La relación entre
moral y economía es necesaria e intrínseca: actividad económica y
comportamiento moral se compenetran íntimamente. La necesaria distinción entre
moral y economía no comporta una separación entre los dos ámbitos, sino al
contrario, una reciprocidad importante. Así como en el ámbito moral se deben
tener en cuenta las razones y las exigencias de la economía, la actuación en el
campo económico debe estar abierta a las instancias morales: « También en la
vida económico-social deben respetarse y promoverse la dignidad de la persona
humana, su entera vocación y el bien de toda la sociedad. Porque el hombre es
el autor, el centro y el fin de toda la vida económico-social ».692 Dar el
justo y debido peso a las razones propias de la economía no significa rechazar
como irracional toda consideración de orden metaeconómico, precisamente porque
el fin de la economía no está en la economía misma, sino en su destinación
humana y social.693 A la economía, en efecto, tanto en el ámbito científico,
como en el nivel práctico, no se le confía el fin de la realización del hombre
y de la buena convivencia humana, sino una tarea parcial: la producción, la
distribución y el consumo de bienes materiales y de servicios.
334 Objeto de la
economía es la formación de la riqueza y su incremento progresivo, en términos
no sólo cuantitativos, sino cualitativos: todo lo cual es moralmente correcto
si está orientado al desarrollo global y solidario del hombre y de la sociedad
en la que vive y trabaja. El desarrollo, en efecto, no puede reducirse a un
mero proceso de acumulación de bienes y servicios. Al contrario, la pura
acumulación, aun cuando fuese en pro del bien común, no es una condición
suficiente para la realización de la auténtica felicidad humana. En este
sentido, el Magisterio social pone en guardia contra la insidia que esconde un
tipo de desarrollo sólo cuantitativo, ya que la « excesiva disponibilidad de
toda clase de bienes materiales para algunas categorías sociales, fácilmente
hace a los hombres esclavos de la “posesión” y del goce inmediato... Es la
llamada civilización del “consumo” o consumismo... ».700
335 En la perspectiva
del desarrollo integral y solidario, se puede apreciar justamente la valoración
moral que la doctrina social hace sobre la economía de mercado, o simplemente
economía libre: « Si por “capitalismo” se entiende un sistema económico que
reconoce el papel fundamental y positivo de la empresa, del mercado, de la
propiedad privada y de la consiguiente responsabilidad para con los medios productivos,
de la libre creatividad humana en el sector de la economía, la respuesta es
ciertamente positiva, aunque quizá sería más apropiado hablar de “economía de
empresa”, “economía de mercado” o simplemente de “economía libre”. Pero si por
“capitalismo” se entiende un sistema en el cual la libertad, en el ámbito
económico, no está encuadrada en un sólido contexto jurídico que la ponga al
servicio de la libertad humana integral y la considere como una particular
dimensión de la misma, cuyo centro es ético y religioso, entonces la respuesta
es absolutamente negativa ».701 De este modo queda definida la perspectiva
cristiana acerca de las condiciones sociales y políticas de la actividad
económica: no sólo sus reglas, sino también su calidad moral y su significado.
III. INICIATIVA
PRIVADA Y EMPRESA
336 La doctrina
social de la Iglesia considera la libertad de la persona en campo económico un
valor fundamental y un derecho inalienable que hay que promover y tutelar: «
Cada uno tiene el derecho de iniciativa económica, y podrá usar legítimamente
de sus talentos para contribuir a una abundancia provechosa para todos, y para
recoger los justos frutos de sus esfuerzos ».702 Esta enseñanza pone en guardia
contra las consecuencias negativas que se derivarían de la restricción o de la
negación del derecho de iniciativa económica: « La experiencia nos demuestra
que la negación de tal derecho o su limitación en nombre de una pretendida
“igualdad” de todos en la sociedad reduce o, sin más, destruye de hecho el
espíritu de iniciativa, es decir, la subjetividad creativa del ciudadano ».703
En este sentido, la libre y responsable iniciativa en campo económico puede
definirse también como un acto que revela la humanidad del hombre en cuanto
sujeto creativo y relacional. La iniciativa económica debe gozar, por tanto, de
un espacio amplio. El Estado tiene la obligación moral de imponer vínculos
restrictivos sólo en orden a las incompatibilidades entre la persecución del
bien común y el tipo de actividad económica puesta en marcha, o sus modalidades
de desarrollo.704
a) La empresa y sus
fines
338 La empresa debe
caracterizarse por la capacidad de servir al bien común de la sociedad mediante
la producción de bienes y servicios útiles. En esta producción de bienes y
servicios con una lógica de eficiencia y de satisfacción de los intereses de
los diversos sujetos implicados, la empresa crea riqueza para toda la sociedad:
no sólo para los propietarios, sino también para los demás sujetos interesados
en su actividad. Además de esta función típicamente económica, la empresa
desempeña también una función social, creando oportunidades de encuentro, de
colaboración, de valoración de las capacidades de las personas implicadas. En
la empresa, por tanto, la dimensión económica es condición para el logro de
objetivos no sólo económicos, sino también sociales y morales, que deben
perseguirse conjuntamente.
El objetivo de la
empresa se debe llevar a cabo en términos y con criterios económicos, pero sin
descuidar los valores auténticos que permiten el desarrollo concreto de la
persona y de la sociedad. En esta visión personalista y comunitaria, « la
empresa no puede considerarse únicamente como una “sociedad de capitales”; es,
al mismo tiempo, una “sociedad de personas”, en la que entran a formar parte de
manera diversa y con responsabilidades específicas los que aportan el capital
necesario para su actividad y los que colaboran con su trabajo ».707
340 La doctrina
social reconoce la justa función del beneficio, como primer indicador del buen
funcionamiento de la empresa: « Cuando una empresa da beneficios significa que
los factores productivos han sido utilizados adecuadamente ».709 Esto no puede
hacer olvidar el hecho que no siempre el beneficio indica que la empresa esté
sirviendo adecuadamente a la sociedad.710 Es posible, por ejemplo, « que los
balances económicos sean correctos y que al mismo tiempo los hombres, que
constituyen el patrimonio más valioso de la empresa, sean humillados y
ofendidos en su dignidad ».711 Esto sucede cuando la empresa opera en sistemas
socioculturales caracterizados por la explotación de las personas, propensos a
rehuir las obligaciones de justicia social y a violar los derechos de los
trabajadores.
Es indispensable que,
dentro de la empresa, la legítima búsqueda del beneficio se armonice con la
irrenunciable tutela de la dignidad de las personas que a título diverso
trabajan en la misma. Estas dos exigencias no se oponen en absoluto, ya que,
por una parte, no sería realista pensar que el futuro de la empresa esté asegurado
sin la producción de bienes y servicios y sin conseguir beneficios que sean el
fruto de la actividad económica desarrollada; por otra parte, permitiendo el
crecimiento de la persona que trabaja, se favorece una mayor productividad y
eficacia del trabajo mismo. La empresa debe ser una comunidad solidaria712 no
encerrada en los intereses corporativos, tender a una « ecología social » 713
del trabajo, y contribuir al bien común, incluida la salvaguardia del ambiente
natural.
341 Si en la
actividad económica y financiera la búsqueda de un justo beneficio es
aceptable, el recurso a la usura está moralmente condenado: « Los traficantes
cuyas prácticas usurarias y mercantiles provocan el hambre y la muerte de sus
hermanos los hombres, cometen indirectamente un homicidio. Este les es
imputable ».714 Esta condena se extiende también a las relaciones económicas
internacionales, especialmente en lo que se refiere a la situación de los
países menos desarrollados, a los que no se pueden aplicar « sistemas financieros
abusivos, si no usurarios ».715 El Magisterio reciente ha usado palabras
fuertes y claras a propósito de esta práctica todavía dramáticamente difundida:
« La usura, delito que también en nuestros días es una infame realidad, capaz
de estrangular la vida de muchas personas ».716
345 La doctrina
social insiste en la necesidad de que el empresario y el dirigente se
comprometan a estructurar la actividad laboral en sus empresas de modo que
favorezcan la familia, especialmente a las madres de familia en el ejercicio de
sus tareas; 722 que secunden, a la luz de una visión integral del hombre y del
desarrollo, la demanda de calidad « de la mercancía que se produce y se
consume; calidad de los servicios públicos que se disfrutan; calidad del
ambiente y de la vida en general »; 723 que inviertan, en caso de que se den
las condiciones económicas y de estabilidad política para ello, en aquellos
lugares y sectores productivos que ofrecen a los individuos y a los pueblos «
la ocasión de dar valor al propio trabajo ».724
IV. INSTITUCIONES
ECONÓMICAS
AL SERVICIO DEL
HOMBRE
348 El libre mercado
no puede juzgarse prescindiendo de los fines que persigue y de los valores que
transmite a nivel social. El mercado, en efecto, no puede encontrar en sí mismo
el principio de la propia legitimación. Pertenece a la conciencia individual y
a la responsabilidad pública establecer una justa relación entre medios y
fines.728 La utilidad individual del agente económico, aunque legítima, no debe
jamás convertirse en el único objetivo. Al lado de ésta, existe otra,
igualmente fundamental y superior, la utilidad social, que debe procurarse no
en contraste, sino en coherencia con la lógica de mercado. Cuando realiza las
importantes funciones antes recordadas, el libre mercado se orienta al bien
común y al desarrollo integral del hombre, mientras que la inversión de la
relación entre medios y fines puede hacerlo degenerar en una institución
inhumana y alienante, con repercusiones incontrolables.
349 La doctrina
social de la Iglesia, aun reconociendo al mercado la función de instrumento
insustituible de regulación dentro del sistema económico, pone en evidencia la
necesidad de sujetarlo a finalidades morales que aseguren y, al mismo tiempo,
circunscriban adecuadamente el espacio de su autonomía.729 La idea que se pueda
confiar sólo al mercado el suministro de todas las categorías de bienes no
puede compartirse, porque se basa en una visión reductiva de la persona y de la
sociedad.730 Ante el riesgo concreto de una « idolatría » del mercado, la
doctrina social de la Iglesia subraya sus límites, fácilmente perceptibles en
su comprobada incapacidad de satisfacer importantes exigencias humanas, que
requieren bienes que, « por su naturaleza, no son ni pueden ser simples
mercancías »,731 bienes no negociables según la regla del « intercambio de
equivalentes » y la lógica del contrato, típicas del mercado.
b) La acción del
Estado
351 La acción del
Estado y de los demás poderes públicos debe conformarse al principio de
subsidiaridad y crear situaciones favorables al libre ejercicio de la actividad
económica; debe también inspirarse en el principio de solidaridad y establecer
los límites a la autonomía de las partes para defender a la más débil.733 La
solidaridad sin subsidiaridad puede degenerar fácilmente en asistencialismo,
mientras que la subsidiaridad sin solidaridad corre el peligro de alimentar
formas de localismo egoísta. Para respetar estos dos principios fundamentales,
la intervención del Estado en ámbito económico no debe ser ni ilimitada, ni
insuficiente, sino proporcionada a las exigencias reales de la sociedad: « El
Estado tiene el deber de secundar la actividad de las empresas, creando
condiciones que aseguren oportunidades de trabajo, estimulándola donde sea
insuficiente o sosteniéndola en momentos de crisis. El Estado tiene, además, el
derecho a intervenir, cuando situaciones particulares de monopolio creen
rémoras u obstáculos al desarrollo. Pero, aparte de estas incumbencias de
armonización y dirección del desarrollo, el Estado puede ejercer funciones de
suplencia en situaciones excepcionales ».734
353 Es necesario que
mercado y Estado actúen concertadamente y sean complementarios. El libre
mercado puede proporcionar efectos benéficos a la colectividad solamente en
presencia de una organización del Estado que defina y oriente la dirección del
desarrollo económico, que haga respetar reglas justas y transparentes, que
intervenga también directamente, durante el tiempo estrictamente necesario,737
en los casos en que el mercado no alcanza a obtener los resultados de
eficiencia deseados y cuando se trata de poner por obra el principio
redistributivo. En efecto, en algunos ámbitos, el mercado no es capaz,
apoyándose en sus propios mecanismos, de garantizar una distribución equitativa
de algunos bienes y servicios esenciales para el desarrollo humano de los
ciudadanos: en este caso, la complementariedad entre Estado y mercado es más
necesaria que nunca.
355 Los ingresos
fiscales y el gasto público asumen una importancia económica crucial para la
comunidad civil y política: el objetivo hacia el cual se debe tender es lograr
una finanza pública capaz de ser instrumento de desarrollo y de solidaridad.
Una Hacienda pública justa, eficiente y eficaz, produce efectos virtuosos en la
economía, porque logra favorecer el crecimiento de la ocupación, sostener las
actividades empresariales y las iniciativas sin fines de lucro, y contribuye a
acrecentar la credibilidad del Estado como garante de los sistemas de previsión
y de protección social, destinados en modo particular a proteger a los más
débiles.
La finanza pública se
orienta al bien común cuando se atiene a algunos principios fundamentales: el
pago de impuestos 739 como especificación del deber de solidaridad;
racionalidad y equidad en la imposición de los tributos; 740 rigor e integridad
en la administración y en el destino de los recursos públicos.741 En la
redistribución de los recursos, las finanza pública debe seguir los principios
de la solidaridad, de la igualdad, de la valoración de los talentos, y prestar
gran atención al sostenimiento de las familias, destinando a tal fin una
adecuada cantidad de recursos.742
c) La función de los
cuerpos intermedios
356 El sistema
económico-social debe caracterizarse por la presencia conjunta de la acción
pública y privada, incluida la acción privada sin fines de lucro. Se configura
así una pluralidad de centros de decisión y de lógicas de acción. Existen
algunas categorías de bienes, colectivos y de uso común, cuya utilización no
puede depender de los mecanismos del mercado 743 y que tampoco es de
competencia exclusiva del Estado. La tarea del Estado, en relación a estos
bienes, es más bien la de valorizar todas las iniciativas sociales y económicas,
promovidas por las formaciones intermedias que tienen efectos públicos. La
sociedad civil, organizada en sus cuerpos intermedios, es capaz de contribuir
al logro del bien común poniéndose en una relación de colaboración y de eficaz
complementariedad respecto al Estado y al mercado, favoreciendo así el
desarrollo de una oportuna democracia económica. En un contexto semejante, la
intervención del Estado debe estructurarse en orden al ejercicio de una
verdadera solidaridad, que como tal nunca debe estar separada de la
subsidiaridad.
359 La utilización
del propio poder adquisitivo debe ejercitarse en el contexto de las exigencias
morales de la justicia y de la solidaridad, y de responsabilidades sociales
precisas: no se debe olvidar « el deber de la caridad, esto es, el deber de
ayudar con lo propio “superfluo” y, a veces, incluso con lo propio “necesario”,
para dar al pobre lo indispensable para vivir ».745 Esta responsabilidad
confiere a los consumidores la posibilidad de orientar, gracias a la mayor
circulación de las informaciones, el comportamiento de los productores,
mediante la decisión —individual o colectiva— de preferir los productos de unas
empresas en vez de otras, teniendo en cuenta no sólo los precios y la calidad
de los productos, sino también la existencia de condiciones correctas de
trabajo en las empresas, el empeño por tutelar el ambiente natural que las
circunda, etc.
360 El fenómeno del
consumismo produce una orientación persistente hacia el « tener » en vez de
hacia el « ser ». El consumismo impide « distinguir correctamente las nuevas y
más elevadas formas de satisfacción de las nuevas necesidades humanas, que son
un obstáculo para la formación de una personalidad madura ».746 Para contrastar
este fenómeno es necesario esforzarse por construir « estilos de vida, a tenor
de los cuales la búsqueda de la verdad, de la belleza y del bien, así como la
comunión con los demás hombres para un crecimiento común sean los elementos que
determinen las opciones del consumo, de los ahorros y de las inversiones ».747
Es innegable que las influencias del contexto social sobre los estilos de vida
son notables: por ello el desafío cultural, que hoy presenta el consumismo,
debe ser afrontado en forma más incisiva, sobre todo si se piensa en las generaciones
futuras, que corren el riesgo de tener que vivir en un ambiente natural
esquilmado a causa de un consumo excesivo y desordenado.748
a) La globalización:
oportunidades y riesgos
361 Nuestro tiempo
está marcado por el complejo fenómeno de la globalización económico-financiera,
esto es, por un proceso de creciente integración de las economías nacionales,
en el plano del comercio de bienes y servicios y de las transacciones
financieras, en el que un número cada vez mayor de operadores asume un horizonte
global para las decisiones que debe realizar en función de las oportunidades de
crecimiento y de beneficio. El nuevo horizonte de la sociedad global no se da
tanto por la presencia simplemente de vínculos económicos y financieros entre
agentes nacionales que operan en países diversos —que, por otra parte, siempre
han existido—, sino más bien por la expansión y naturaleza absolutamente
inéditas del sistema de relaciones que se está desarrollando. Resulta cada vez
más decisivo y central el papel de los mercados financieros, cuyas dimensiones,
a consecuencia de la liberalización del comercio y de la circulación de los
capitales, se han acrecentado enormemente con una velocidad impresionante, al
punto de consentir a los operadores desplazar « en tiempo real », de una parte
a la otra del planeta, grandes cantidades de capital. Se trata de una realidad
multiforme y no fácil de descifrar, ya que se desarrolla en varios niveles y
evoluciona continuamente, según trayectorias difícilmente previsibles.
b) El sistema
financiero internacional
368 Los mercados
financieros no son ciertamente una novedad de nuestra época: desde hace ya
mucho tiempo, de diversas formas, se ocuparon de responder a la exigencia de
financiar actividades productivas. La experiencia histórica enseña que en
ausencia de sistemas financieros adecuados no habría sido posible el
crecimiento económico. Las inversiones a gran escala, típicas de las modernas
economías de mercado, no se habrían realizado sin el papel fundamental de
intermediario llevado a cabo por los mercados financieros, que ha permitido,
entre otras cosas, apreciar las funciones positivas del ahorro para el
desarrollo del sistema económico y social. Si la creación de lo que ha sido
definido « el mercado global de capitales » ha producido efectos benéficos,
gracias a que la mayor movilidad de los capitales ha facilitado la
disponibilidad de recursos a las actividades productivas, el acrecentamiento de
la movilidad, por otra parte, ha aumentado también el riesgo de crisis
financieras. El desarrollo de las finanzas, cuyas transacciones han superado
considerablemente en volumen, a las reales, corre el riesgo de seguir una
lógica cada vez más autoreferencial, sin conexión con la base real de la
economía.
c) La función de la
comunidad internacional en la época de la economía global
370 La pérdida de
centralidad por parte de los actores estatales debe coincidir con un mayor
compromiso de la comunidad internacional en el ejercicio de una decidida
función de dirección económica y financiera. Una importante consecuencia del
proceso de globalización, en efecto, consiste en la gradual pérdida de eficacia
del Estado Nación en la guía de las dinámicas económico-financieras nacionales.
Los gobiernos de cada uno de los países ven la propia acción en campo económico
y social condicionada cada vez con mayor fuerza por las expectativas de los
mercados internacionales de capital y por la insistente demanda de credibilidad
provenientes del mundo financiero. A causa de los nuevos vínculos entre los
operadores globales, las tradicionales medidas defensivas de los Estados
aparecen condenadas al fracaso y, frente a las nuevas áreas de atribuciones, la
noción misma de mercado nacional pasa a un segundo plano.
371 Cuanto mayores
niveles de complejidad organizativa y funcional alcanza el sistema
económico-financiero mundial, tanto más prioritaria se presenta la tarea de
regular dichos procesos, orientándolos a la consecución del bien común de la
familia humana. Surge concretamente la exigencia de que, más allá de los
Estados nacionales, sea la misma comunidad internacional quien asuma esta
delicada función, con instrumentos políticos y jurídicos adecuados y eficaces.
Es, por tanto,
indispensable que las instituciones económicas y financieras internacionales
sepan hallar las soluciones institucionales más apropiadas y elaboren las
estrategias de acción más oportunas con el fin de orientar un cambio que, de
aceptarse pasivamente y abandonado a sí mismo, provocaría resultados dramáticos
sobre todo en perjuicio de los estratos más débiles e indefensos de la
población mundial.
En los Organismos
Internacionales deben estar igualmente representados los intereses de la gran
familia humana; es necesario que estas instituciones, « a la hora de valorar las
consecuencias de sus decisiones, tomen siempre en consideración a los pueblos y
países que tienen escaso peso en el mercado internacional y que, por otra
parte, cargan con toda una serie de necesidades reales y acuciantes que
requieren un mayor apoyo para un adecuado desarrollo ».761
d) Un desarrollo
integral y solidario
373 Una de las tareas
fundamentales de los agentes de la economía internacional es la consecución de
un desarrollo integral y solidario para la humanidad, es decir, « promover a
todos los hombres y a todo el hombre ».764 Esta tarea requiere una concepción
de la economía que garantice, a nivel internacional, la distribución equitativa
de los recursos y responda a la conciencia de la interdependencia —económica,
política y cultural— que ya une definitivamente a los pueblos entre sí y les
hace sentirse vinculados a un único destino.765 Los problemas sociales
adquieren, cada vez más, una dimensión planetaria. Ningún Estado puede por sí
solo afrontarlos y resolverlos. Las actuales generaciones experimentan
directamente la necesidad de la solidaridad y advierten concretamente la
importancia de superar la cultura individualista.766 Se registra cada vez con
mayor amplitud la exigencia de modelos de desarrollo que no prevean sólo « de
elevar a todos los pueblos al nivel del que gozan hoy los países más ricos,
sino de fundar sobre el trabajo solidario una vida más digna, hacer crecer
efectivamente la dignidad y la creatividad de toda persona, su capacidad de
responder a la propia vocación y, por tanto, a la llamada de Dios ».767
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