lunes, 29 de febrero de 2016

Mero cristianismo



Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 29-2-16

El Papa Francisco ha sido desde el primer momento de su pontificado clarísimo con respecto al aborto. Otra cosa es que sus supuestos amigos, los que distorsionan sus palabras presentándole como un adalid de la ruptura con la tradición, oculten o al menos no den publicidad a eso. En el todavía reciente viaje de vuelta desde México a Roma, una vez más Francisco fue rotundo: “El aborto no es un mal menor, sino un crimen. Es lo que hace la mafia”. Nada de excusas o paños calientes: el aborto es un crimen y lo dice el Papa Francisco, con tanta o más claridad incluso que sus predecesores. Claro que si Benedicto hubiera llamado “crimen” al aborto le habrían declarado persona non grata en buena parte del mundo supuestamente civilizado. Por suerte, Francisco lo dice y no pasa nada. Y, afortunadamente, lo dice.

En esta línea de clara defensa de la vida hay que enmarcar la magnífica carta pastoral de un obispo español, monseñor Reig, que preside la histórica diócesis de Alcalá de Henares, junto a Madrid. Reig tampoco se anda con rodeos y lleva la defensa del no nacido hasta sus orígenes: el mismo embrión. Reclama en su carta pastoral misericordia también para él, al que califica de “primer peregrino indefenso” que no necesita otra posada más que la del vientre de la madre. Termina su carta denunciando “un ataque planificado contra el orden de la creación y de la redención, en el que los poderosos aplastan a los débiles” y que no es más que el resultado de una nueva ideología que, según el obispo, resume y aúna lo peor del marxismo y del liberalismo. Es este último concepto el que más me ha llamado la atención en la carta, porque creo que es lo que lo explica todo.

Cristo no fue el primer comunista, como algunos insisten en decir. Y desde luego tampoco fue un liberal que defendía a ultranza el “dejad hacer” de Adam Smith. Defendía a los pobres -que entonces eran también las mujeres, consideradas inferiores por el mero hecho de serlo- y lo hacía sin violencia –“guarda tu espada”, le dijo a Pedro en el huerto de los olivos-. No tenía problemas con la existencia de la propiedad privada, pero dejó claro que el juicio final se iba a hacer sobre la solidaridad que se hubiera tenido con los necesitados. Por eso era incómodo para unos y para otros, ya que era demasiado pacífico -anti revolucionario- y demasiado caritativo -anti liberal-. Por eso se pusieron de acuerdo unos y otros para matarle. Nosotros, seguidores de Cristo, tenemos que continuar su camino aunque nos toque compartir su martirio. Eso significa que ni podemos ceder en la defensa de la vida, desde la concepción a la muerte natural, ni podemos aceptar los excesos de un capitalismo sin alma que somete a las leyes del mercado a millones de seres humanos, que quedan en la cuneta como “descartados”, porque no pueden consumir ya que no tienen dinero para hacerlo. Defender la vida y defender los derechos de los pobres. Hacerlo pacíficamente. Eso es mero cristianismo.

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