Santiago MARTÍN, sacerdote
catolicos-on-line, 9-4-16
Más allá del ruido que están armando los medios de
comunicación en torno a la exhortación apostólica postsinodal “Amoris laetitia”
del Papa Francisco, hay que hacer un esfuerzo por estudiar detenidamente el
documento para poder valorarlo con justicia. El ruido que hacen esos medios se
parece al que sucede siempre tras unas elecciones: todos han ganado y todos
parecen encantados con el resultado, incluso aquellos que han sufrido una
derrota estrepitosa.
Vamos, primero, con el análisis del texto para después
poder opinar sobre él. Para ver lo que dice hay que tener en cuenta también lo
que no dice y el contexto en el que lo dice.
Comencemos por el contexto. Se había creado una
expectación inaudita -mayor aún que con la encíclica “Humanae vitae” de Pablo
VI-, como consecuencia del debate sobre la posibilidad de que los divorciados
vueltos a casar sin haber conseguido la nulidad matrimonial, los que conviven
sin casarse o los homosexuales que viven en pareja pudieran acceder a la
comunión. La presión de los medios de comunicación ha sido enorme y han jugado
durante los tres años del pontificado de Francisco a presentarle como un
progresista que iba a romper con la tradición de la Iglesia y con su magisterio
precedente. Algunas palabras ambiguas del propio Papa y declaraciones de
algunos cardenales han servido para alimentar esta tesis, por más que el mismo
Francisco haya insistido reiteradamente que él no quería de ningún modo enseñar
nada en contra de lo que la Iglesia ha enseñado hasta ahora. El Papa ha sido
utilizado por los enemigos de la Iglesia para erosionar la credibilidad de la
institución eclesial, pues si la Iglesia cambiara en algún momento sus
principios dogmáticos o morales nadie podría asegurar que no volvería a
cambiarlos en el futuro y, por lo tanto, desde ese mismo instante todo, incluso
lo que el Papa estuviera diciendo en ese momento, dejaría de tener la fuerza
con que se presenta la verdad.
Estos mismos medios de comunicación son los que ahora,
publicado el documento, intentan presentarlo como una victoria de los
progresistas. Veamos algunos titulares: El País: “El Papa abre la Iglesia a los
divorciados que vuelvan a casarse”. El Mundo: “El Papa acepta ahora a las
nuevas familias” y también el mismo periódico: “El Papa pide integrar a los
divorciados valorando en privado la situación de cada persona”. ABC: “El Papa
pide integrar a los divorciados valorando la tesitura de cada persona”. La
Razón: “El Papa abre la Iglesia a los divorciados y parejas de hecho”. El
Español: “El Papa pide no excomulgar automáticamente a los divorciados de la
Iglesia”. TVE, informativo de las 3 de la tarde: “El Papa abre la comunión a
los divorciados”. CNN en español: “Francisco urge a una mayor aceptación en la
Iglesia de las familias irregulares”. Se nota, evidentemente, incluso en los
medios más supuestamente afines a la Iglesia, el intento de presentar la
exhortación como un documento aperturista, pero, salvo el titular de Televisión
Española -que es el menos ajustado a la literalidad del documento-, ninguno
habla de la posibilidad de que comulguen los divorciados vueltos a casar, sino
de integración en la Iglesia (lo cual ya existía y hay que seguir insistiendo
en ello) y de discernimiento pastoral (lo cual se ha hecho toda la vida). Cabe
pensar de su relativa moderación, por lo tanto, que el documento no satisface
sus expectativas, pues de lo contrario los titulares habrían sido muy distintos
y habrían expresado mucho más la ruptura que implicaría otro tipo de texto.
Están, pues, diciendo que han ganado pero son conscientes de que no hay nada
realmente nuevo y que esa victoria no existe.
Ahora veamos lo que no dice el texto -y que según los
que presentaban al Papa Francisco como un rupturista, podría o debería decir-
No habla en ningún momento de la comunión de los divorciados vueltos a casar,
de la “integración plena” de ellos en la Iglesia, y ni siquiera dice que se les
debe admitir como catequistas, padrinos en los sacramentos o lectores en las
misas. Lo mismo se puede aplicar a los convivientes o a las parejas gay. No
dice que las normas morales válidas hasta ahora hayan quedado desfasadas, ni
deroga ningún artículo del Código de Derecho Canónico o del Catecismo de la
Iglesia (cabe recordar que sí hizo cambios en el Código cuando modificó las
normas relativas a la concesión de nulidades matrimoniales); por lo tanto, todo
eso sigue estando vigente. Tampoco deroga lo enseñado por San Juan Pablo II en
la “Familiaris consortio” (donde se establecía que los divorciados vueltos a
casar no podían comulgar), sino que por el contrario las enseñanzas de este
Papa son las más citadas en la exhortación apostólica, y por lo tanto el
documento del Papa Wojtyla sigue siendo válido.
Y ahora veamos qué es lo que sí dice “Amoris
laetitia”. Aunque los capítulos más delicados son el sexto y el octavo, hay
muchas cosas antes y después. Cosas muy buenas que habrá que ver con calma.
Ahora me voy a fijar sólo en lo que afecta a la situación de los divorciados
vueltos a casar o que viven en uniones irregulares, que es lo que ha despertado
la atención y la polémica. El documento tiene 263 páginas y 325 artículos, por
lo que, como es evidente, da mucho más de sí que lo concerniente a este tema.
Sobre este asunto, hay que empezar citando un artículo
del principio de la exhortación, el nº 3, en el que se dice entre otras cosas:
“En cada país o región se pueden buscar soluciones más inculturadas, atentas a
las tradiciones y a los desafíos locales”.
Esto puede dar lugar a que en
Alemania, por ejemplo, se admitan a los divorciados a la comunión, o en Bélgica
a los homosexuales convivientes; puede dar lugar a eso, efectivamente, pero no
necesariamente debe ocurrir así, entre otras cosas porque este artículo ha de
ser leído con el resto de los que le siguen, donde se aclara mucho más cuál es
el marco en el que tiene que moverse la libertad de los obispos para tomar
decisiones.
Yendo ya al capítulo 6, aparecen algunas de las frases
que han sido recogidas por los medios de comunicación y utilizadas para
justificar una supuesta apertura del Papa a una doctrina y a una pastoral
diferente de la hasta ahora practicada.
Nº 243: “A las personas divorciadas que viven en nueva
unión, es importante hacerles sentir que son parte de la Iglesia, que «no están
excomulgadas» y no son tratadas como tales, porque siempre integran la comunión
eclesial. Estas situaciones «exigen un atento discernimiento y un
acompañamiento con gran respeto, evitando todo lenguaje y actitud que las haga
sentir discriminadas, y promoviendo su participación en la vida de la
comunidad”. ¿Alguien puede poner alguna objeción a estas frases? Los
divorciados vueltos a casar nunca han estado excomulgados, entendiendo por tal
la sanción canónica que sí va unida, por ejemplo, al que aborta. Esas personas
son parte de la Iglesia y los últimos Papas han insistido en que se evite toda
discriminación y se las integre en la vida de la Iglesia, sin que eso
signifique que pueden acceder a la comunión.
Nº 251: “En el curso del debate sobre la dignidad y la
misión de la familia, los Padres sinodales han hecho notar que los proyectos de
equiparación de las uniones entre personas homosexuales con el matrimonio, «no
existe ningún fundamento para asimilar o establecer analogías, ni siquiera
remotas, entre las uniones homosexuales y el designio de Dios sobre el
matrimonio y la familia. Es inaceptable que las iglesias locales sufran
presiones en esta materia y que los organismos internacionales condicionen la
ayuda financiera a los países pobres a la introducción de leyes que instituyan
el “matrimonio” entre personas del mismo sexo”. ¿Se podía ser más claro en este
tema? Imposible.
Los que soñaban con una apertura de la Iglesia al reconocimiento
como familia de las uniones homosexuales deben sentirse muy decepcionados. “No
hay ningún fundamento, ni siquiera remoto”, dice el Papa, entre una cosa y
otra. Nada más contrario a la ideología de género que este párrafo, por lo
tanto.
Vamos con el capítulo 8, que es el más supuestamente
conflictivo.
Nº 296: “El camino de la Iglesia es el de no condenar
a nadie para siempre y difundir la misericordia de Dios a todas las personas
que la piden con corazón sincero”. Por supuesto. ¿Le cabe a alguien duda sobre
ello, cuando la Iglesia ha enseñado siempre que Dios nos da la oportunidad de
arrepentirnos hasta el último instante de nuestra vida? Cristo no vino a
condenar, sino a salvar, y el que se condena es porque rechaza de forma
consciente y libre la salvación que Cristo le ofrece; esto no implica que el
Papa esté negando la existencia del infierno, pues se está refiriendo a la
condena aquí en la tierra del que vive en una situación irregular. Este mismo
concepto se vuelve a repetir en el artículo siguiente.
Nº 297: Después de reiterar que nadie puede ser
condenado para siempre, añade: “Obviamente, si alguien ostenta un pecado
objetivo como si fuese parte del ideal cristiano, o quiere imponer algo
diferente a lo que enseña la Iglesia, no puede pretender dar catequesis o
predicar, y en ese sentido hay algo que lo separa de la comunidad”. Tremenda
desautorización de todos aquellos, sacerdotes y obispos incluidos, que están
enseñando que no existen pecados objetivos o que enseñan “algo diferente” a lo
que enseña la Iglesia. Hacía mucho tiempo que no se expresaba una censura tan
explícita contra los que venden sus opiniones como si fueran de la Iglesia.
“Acerca del modo de tratar las diversas situaciones
llamadas «irregulares», los Padres sinodales alcanzaron un consenso general,
que sostengo: «Respecto a un enfoque pastoral dirigido a las personas que han
contraído matrimonio civil, que son divorciados y vueltos a casar, o que
simplemente conviven, compete a la Iglesia revelarles la divina pedagogía de la
gracia en sus vidas y ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios
tiene para ellos”. “Ayudarles a alcanzar la plenitud del designio que Dios
tiene para ellos”, es decir ayudarles a avanzar hacia la santidad, por ejemplo
con la promesa de castidad matrimonial. En ningún momento se dice que hay que
darles la comunión.
Nº 298: “Los divorciados en nueva unión, por ejemplo,
pueden encontrarse en situaciones muy diferentes, que no han de ser catalogadas
o encerradas en afirmaciones demasiado rígidas sin dejar lugar a un adecuado
discernimiento personal y pastoral”. ¿Dónde está el problema con esta frase,
presentada como el referente de la supuesta apertura? Claro que hay situaciones
distintas, que el propio Papa enumera, y evidentemente que hay que hacer un
discernimiento pastoral, pero en ningún momento se dice que el resultado final
sea el del acceso a la comunión.
Nº 299: “Acojo las consideraciones de muchos Padres
sinodales, quienes quisieron expresar que «los bautizados que se han divorciado
y se han vuelto a casar civilmente deben ser más integrados en la comunidad
cristiana en las diversas formas posibles, evitando cualquier ocasión de
escándalo”. El Papa habla de las “diversas formas posibles”, no de las
“imposibles”, y por si hubiera dudas dice que hay que evitar el escándalo que
se produciría si esa integración -que es imprescindible- se hiciera mediante
las formas imposibles y no mediante las posibles.
En este mismo artículo, el Papa especifica cuáles son
las formas posibles: “Su participación puede expresarse en diferentes servicios
eclesiales: es necesario, por ello, discernir cuáles de las diversas formas de
exclusión actualmente practicadas en el ámbito litúrgico, pastoral, educativo e
institucional pueden ser superadas. Ellos no sólo no tienen que sentirse
excomulgados, sino que pueden vivir y madurar como miembros vivos de la
Iglesia, sintiéndola como una madre que les acoge siempre”. Es decir, se
refiere a “servicios eclesiales” y ni siquiera enumera éstos (ser padrinos,
lectores, acólitos, trabajar en una institución católica o incluso dar clases
de religión). No habla en absoluto ni siquiera mediante alusiones del acceso a
la comunión.
Nº 300: “No debía esperarse del Sínodo o de esta
Exhortación una nueva normativa general de tipo canónica, aplicable a todos los
casos. Sólo cabe un nuevo aliento a un responsable discernimiento personal y
pastoral de los casos particulares, que debería reconocer que, puesto que «el
grado de responsabilidad no es igual en todos los casos», las consecuencias o
efectos de una norma no necesariamente deben ser siempre las mismas. Los
presbíteros tienen la tarea de acompañar a las personas interesadas en el
camino del discernimiento de acuerdo a la enseñanza de la Iglesia y las orientaciones
del Obispo”. La alusión a que si el grado de responsabilidad en la ruptura es
distinto los efectos de la misma no deberían ser iguales, podría interpretarse
como un permiso para el cónyuge inocente de poder comulgar aun habiendo
contraído nuevo matrimonio, pero el Papa lo descarta desde el momento en que
afirma que el discernimiento personal debe hacerse según “la enseñanza de la
Iglesia”, la cual no ha cambiado, y según las orientaciones del Obispo, que
obviamente no pueden ir contra las enseñanzas de la Iglesia.
Por si acaso quedaban dudas, en ese mismo artículo, el
Papa añade: “La conversación con el sacerdote, en el fuero interno, contribuye
a la formación de un juicio correcto sobre aquello que obstaculiza la
posibilidad de una participación más plena en la vida de la Iglesia y sobre los
pasos que pueden favorecerla y hacerla crecer. Dado que en la misma ley no hay
gradualidad, este discernimiento no podrá jamás prescindir de las exigencias de
verdad y de caridad del Evangelio propuesto por la Iglesia”. El Papa no está
hablando, pues, del acceso automático a la comunión, sino de un proceso que
puede y debe llegar a esa meta, pero cuando se quiten los obstáculos que lo
impiden, por ejemplo, vuelvo a repetir, con la castidad matrimonial. No quedan
dudas sobre ello cuando se lee a continuación, en este mismo número: “Estas
actitudes son fundamentales para evitar el grave riesgo de mensajes
equivocados, como la idea de que algún sacerdote puede conceder rápidamente
«excepciones», o de que existen personas que pueden obtener privilegios
sacramentales a cambio de favores”.
Nº 301: “Ya no es posible decir que todos los que se
encuentran en alguna situación así llamada «irregular» viven en una situación
de pecado mortal, privados de la gracia santificante”. Eso no ha sido posible
decirlo nunca, porque nadie sabe lo que pasa detrás de las paredes de un hogar
o de un dormitorio. ¿Y si no tienen relaciones sexuales?, como por otro lado
sucede en parejas felizmente casadas por la Iglesia. Vivir en una situación
irregular no significa necesariamente vivir en pecado. Además, para que exista
éste deben cumplirse los tres requisitos clásicos que establece la moral
católica: materia grave, conocimiento de la norma y libertad para cumplirla.
Con frecuencia uno, dos o los tres no se cumplen, como sucede por ejemplo
cuando una persona no puede no tener relaciones sexuales con su cónyuge porque
se rompería esa unión y sería peor para los hijos que tiene con esa pareja. Es
a eso a lo que se refiere el Papa cuando dice que una persona “puede estar en
condiciones concretas que no le permiten obrar de manera diferente y tomar
otras decisiones sin una nueva culpa”.
Nº 302: Insistiendo en este concepto, de la más
clásica moral católica, el Papa cita el Catecismo: “La imputabilidad y la
responsabilidad de una acción pueden quedar disminuidas e incluso suprimidas a
causa de la ignorancia, la inadvertencia, la violencia, el temor, los hábitos,
los afectos desordenados y otros factores psíquicos o sociales” (nº 1735). Y
añade, refiriéndose al Catecismo: “En otro párrafo se refiere nuevamente a
circunstancias que atenúan la responsabilidad moral, y menciona, con gran
amplitud, «la inmadurez afectiva, la fuerza de los hábitos contraídos, el
estado de angustia u otros factores psíquicos o sociales” (nº 2352). Por esta
razón, concluye el Papa: “Un juicio negativo sobre una situación objetiva no
implica un juicio sobre la imputabilidad o la culpabilidad de la persona
involucrada”. El Santo Padre no hace concesiones a la condena que le merecen
las situaciones que él llama objetivas, pero deja el juicio sobre la persona
concreta a Dios, que es el que conoce lo que hay en el corazón de cada hombre.
Nº 304: “Es verdad que las normas generales presentan
un bien que nunca se debe desatender ni descuidar, pero en su formulación no
pueden abarcar absolutamente todas las situaciones particulares. Al mismo
tiempo, hay que decir que, precisamente por esa razón, aquello que forma parte
de un discernimiento práctico ante una situación particular no puede ser
elevado a la categoría de una norma. Ello no sólo daría lugar a una casuística
insoportable, sino que pondría en riesgo los valores que se deben preservar con
especial cuidado”. Siempre ha sido así: la Iglesia ha establecido las normas y
las ha defendido a costa incluso de su vida, pero luego las ha aplicado a los
casos concretos teniendo en cuenta las circunstancias. Por ejemplo, con la
indisolubilidad del matrimonio: la norma es clara, pero luego la aplicación a
un caso particular puede dar lugar a que un matrimonio sea declarado nulo.
Nº 305: “Por ello, un pastor no puede sentirse
satisfecho sólo aplicando leyes morales a quienes viven en situaciones
«irregulares», como si fueran rocas que se lanzan sobre la vida de las
personas”. Este es uno de los artículos que más se están citando para atacar a
los que defienden la validez del vínculo matrimonial y por lo tanto la
imposibilidad de que los divorciados vueltos a casar puedan recibir la
comunión. No entiendo por qué. No creo que haya sacerdotes que se sientan
“satisfechos” negando esa comunión. Para mí, y estoy seguro de que es así para
todos, es muy doloroso tener que decir que no, sobre todo cuando la persona
concreta es alguien muy querido o incluso de la familia.
“A causa de los condicionamientos o factores
atenuantes, es posible que, en medio de una situación objetiva de pecado —que
no sea subjetivamente culpable o que no lo sea de modo pleno— se pueda vivir en
gracia de Dios, se pueda amar, y también se pueda crecer en la vida de la gracia
y la caridad, recibiendo para ello la ayuda de la Iglesia. El discernimiento
debe ayudar a encontrar los posibles caminos de respuesta a Dios y de
crecimiento en medio de los límites”. El Papa insiste aquí en la diferencia
entre situación objetiva de pecado y situación subjetiva y por eso añade, en
las notas marginales, que la ayuda de la Iglesia “en ciertos casos, podría ser
también la ayuda de los sacramentos”. No entiendo por qué no se puede leer este
artículo no sólo desde la perspectiva de la imputabilidad subjetiva del pecado
cuando falta la libertad, por ejemplo, sino también desde la perspectiva de los
que viven la castidad o se esfuerzan seriamente por vivirla.
Nº 307: “Comprender las situaciones excepcionales
nunca implica ocultar la luz del ideal más pleno ni proponer menos que lo que
Jesús ofrece al ser humano. Hoy, más importante que una pastoral de los
fracasos es el esfuerzo pastoral para consolidar los matrimonios y así prevenir
las rupturas”. Creo que es la verdadera conclusión que el Papa quiere hacer de
su exhortación. Tengamos en cuenta las situaciones que viven los que han visto
como su proyecto de familia inicial se rompía, pero no olvidemos que el ideal
existe y debe ser presentado y que hay que ayudar a los que no han roto con ese
ideal a que no lo rompan.
Conclusión. Aunque haya frases o artículos del
documento que puedan ser interpretados en una clave rupturista con el
magisterio precedente de la Iglesia, no creo que sea honesto afirmar eso. El
Papa busca abrir las puertas de la Iglesia al máximo e intenta compadecerse del
que está sufriendo, porque eso es lo que haría el Señor. Eso no significa que
renuncie a la proclamación y defensa de las leyes morales o que, por la vía de
las excepciones, éstas vayan a ser dinamitadas. Se busca un equilibrio entre
ley y circunstancia personal. Eso se hace a través del discernimiento que es,
por otro lado, lo que se ha hecho siempre.
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