Juan Manuel DE
PRADA, escritor
Nos advertía Chesterton que el mundo moderno está
invadido por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. ¿Y cómo se
vuelven locas las virtudes? Se vuelven locas cuando son aisladas unas de otras.
Así, por ejemplo, la caridad cristiana se convierte en una virtud loca cuando
se separa de la verdad; o, dicho más gráficamente, cuando las obras de
misericordia corporales se anteponen a las obras de misericordia espirituales.
Sobre este peligro ya nos alertaba Donoso Cortés,
quien profetizó que una Iglesia que se conformarse con atender las necesidades
corporales de los pobres acabaría siendo un instrumento al servicio del mundo,
que a la vez que presume de procurar bienestar a sus súbditos se preocupa
fundamentalmente de destruir sus almas. Una Iglesia que se desviviera por las
necesidades materiales de los hombres (dándoles alimento o asilo, por ejemplo)
y se despreocupara de asegurar la salvación de sus almas inmortales habría
dejado de ser Iglesia, para convertirse en instrumento del mundo, que por
supuesto aplaudiría a rabiar este activismo desnortado.
Para entender gráficamente los efectos de esta caridad
loca que aplaude el mundo conviene recurrir, antes que a ciertos teólogos
meapilas (que nos ofrecerán una versión almibarada de la caridad por completo
ajena al sentido último de esta virtud teologal), a la película Viridiana, del
comecuras Luis Buñuel, pues los comecuras son siempre mejores teólogos que los
meapilas.
En la película de Buñuel, la protagonista –sintiéndose culpable de la
muerte de su tío- renuncia a ser monja de clausura y, en su lugar, decide
acoger en su casa a un grupo de mendigos y vagabundos, a quienes brinda refugio
y alimento (obras de misericordia corporales), descuidando la salvación de sus
almas (obras de misericordia espirituales, que tal vez hubiese asegurado mucho
más eficazmente con su oración, en el convento de clausura). Inevitablemente,
los mendigos y vagabundos fingirán farisaicamente que la caridad loca y
activista de la mentecata Viridiana los ha hecho buenecitos, pero en cuanto se
les ofrezca la oportunidad, agredirán y robarán a su benefactora; y, a la vez
que perpetran diversos vandalismos, se encargarán también de burlarse
sacrílegamente de su fe, improvisando una cena orgiástica en la que parodian la
Última Cena.
Que es lo mínimo que se merece quien hace de la caridad un
activismo desnortado, metiendo al enemigo en casa. Y eso que Viridiana, en su
cultivo de una caridad loca, ni siquiera llega el pecado del exhibicionismo,
que hoy es el aderezo preferido de la caridad loca. Exhibicionismo que se
realiza ante las cámaras, en estremecedora y sacrílega burla de lo que Cristo
predicó en el Sermón de la Montaña: “Estad atentos a no hacer vuestra justicia
delante de los hombres para que os vean”; “Cuando des limosna, no sepa tu mano
izquierda lo que hace la derecha”, etcétera. Y es que toda la predicación de
Jesús es un combate sin tregua contra la ostentación de las virtudes (que,
cuando se ostentan, dejan de ser tales) y contra aquellos que han hecho de su
ostentación farisaica un modus vivendi.
La auténtica caridad cristiana mira primero por la
salvación del alma del necesitado; y una vez asegurada ésta, atiende sus
necesidades corporales. Es lo que hace San Pablo con Onésimo, el esclavo pagano
al que primero se encarga de convertir al cristianismo y bautizar; y al que,
una vez asegurada la salvación de su alma, envía a Filemón, para que lo acoja
en su casa. Invertir este proceso (o postergar sine die lo que San Pablo se
preocupó de hacer en primer lugar y sin dilación) es caridad loca que, por
supuesto, el mundo aplaudirá a rabiar.
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