Una Iglesia de mitos es una Iglesia
utópica.
Manuel Ocampo Ponce
InfoCatólica, 27.04.16
La interpretación del mito y la Palabra es un tema que
ha estado produciendo funestas consecuencias en la Iglesia católica. Y es que
si para interpretar la Palabra partimos del realismo metafísico, el mito en
relación con la Revelación queda como la distinción entre la forma de expresión
mítica y su significado que es lo revelado como algo objetivo y que hay que
desvelar. Pero cuando intentamos comprender la Sagrada Escritura partiendo del
método fenomenológico existencialista y del marxismo, la Palabra acaba siendo
algo mitológico, sin valor objetivo tal como lo ha venido proponiendo desde
hace décadas el racionalismo. El método fenomenológico existencialista corrompe
el texto revelado entendiéndolo como algo meramente intersubjetivo.
En efecto, cuando la fenomenología existencialista,
que no pasa del fenómeno al fundamento, se aplica a la Sagrada Escritura,
corrompe el texto revelado bajo la fachada de una interpretación objetiva que
se reviste de erudición pero que es extremadamente mundana. Lo más grave de
todo esto, es que si partimos de que el mito es algo que subjetivamente se hace
objetivo, la Virginidad de María, la Transfiguración, la Ascensión, etc.,
quedan como algo “objetivo” pero que en realidad no sucedió como nos lo ha
presentado la Iglesia durante dos mil años. La Resurrección, la Ascensión,
Pentecostés… quedan como actos puramente interiores de los apóstoles y de los
escritores sagrados que se limitaron a exteriorizar por medio de un lenguaje
que objetiva una vivencia interior. El subjetivismo fenomenológico
existencialista, bajo la apariencia de ciencia escriturística
interdisciplinaria y refinada, trata de esconder el subjetivismo relativista
que vacía el contenido de misterio de la Palabra revelada.
Según esta perspectiva historicista y relativista de
la realidad, se desmitifica el Evangelio. La fenomenología existencialista
vuelve a promover los prejuicios positivistas contra el milagro, la Virginidad
de María y contra todas las verdades de la Sagrada Escritura. El problema más
grave es que dentro de la misma jerarquía y entre los intelectuales católicos,
hay muchos que están intentando acabar con todo lo que la Iglesia había
custodiado durante dos mil años.
Si avanzamos un poco más en las consecuencias de estos
planteamientos, encontramos personajes que afirman que la Iglesia es únicamente
una realidad provisional, algo que no está hecho todavía y que se va haciendo
sin lograr un fin en la línea del tiempo. El progreso humano se confunde con el
“progreso social” entendido como el “Reino de Dios”. Hay quienes han llegado a
afirmar que la Revelación y el ideal evangélico, es simplemente utópico porque
desde la perspectiva fenomenológica, el ideal del Evangelio no puede realizarse
en el tiempo y todo lo que trasciende al tiempo histórico es irreal y por lo
mismo utópico. Aquí habría que preguntarse ¿qué sentido tiene entonces que
Cristo se dirigiera al hombre si no existe la posibilidad de que todo lo que
nos anuncia en el Evangelio se realice?
Otra consecuencia es que para este profetismo
intramundano, interpretar significa praxis, hacer cosas, producir
acontecimientos. La interpretación surge de una praxis que se orienta a otra
praxis. No hay contemplación de una teoría sobre la praxis; no hay ortodoxia
sino orto-praxis, por eso no hay adhesión a los dogmas del Magisterio de la
Iglesia ni a las enseñanzas filosóficas, teológicas y morales que la Iglesia ha
promovido durante siglos, sino su adaptación a lo que emerge de una praxis que
consiste en el análisis de la realidad, de las situaciones y de los contextos.
Bajo esta perspectiva, los signos de los tiempos nos han de conducir hacia una
praxis transformadora de la realidad. El pecado personal no tiene sentido
porque se hace colectivo y social. Lo que la Iglesia había enseñado como misión
salvífica de los hombres para que alcanzaran la vida eterna, se convierte en un
proceso de “liberación” social para conducirnos hacia una nueva sociedad.
Esta visión racionalista del Evangelio es muy dañina
porque niega en el fondo que Cristo haya redimido a los hombres del pecado
rescatándolos del poder del demonio. Niega que la redención sea el perdón de
los pecados de cada uno de los hombres del que se sigue la redención de todos
porque para el racionalismo existencialista la salvación resulta ser impersonal
y colectiva.
Este espíritu provisional, exige cambios de
estructuras porque la Iglesia es entendida como una perpetua búsqueda temporal.
Por eso no puede mantenerse la estructura que la Iglesia tiene desde
Pentecostés y hay que modificar sus estructuras superando la idea de que la
Iglesia pueda ser una estructura de poder. Es necesario cambiar esencialmente
las estructuras de la Iglesia tales como su constitución jerárquica, el primado
del Papa, la infalibilidad, el carácter irreformable de sus definiciones, etc.,
porque todas estas estructuras son vistas como estructuras de poder opresor que
impiden los cambios de estructuras que se requieren.
Mediante distintos hechos y documentos, aunque con
cierta ambigüedad hoy podemos ver un proceso de desinstitucionalización de la
Iglesia a la par de la desmitificación del Evangelio. Y es que la “nueva
Iglesia”, se enfrenta así a la Iglesia institución. Por eso vemos toda clase de
hechos que demuestran que para esta “nueva Iglesia” es necesario proceder a
reemplazar a las autoridades visibles que en el ámbito de lo civil los
socialistas han denominado jerarquías paralelas.
Y es que lo que esta lógica expresa es una
eclesiología de base que establece un estado de asamblea que manifiesta la
comunidad, produciendo una democratización de la Iglesia en la que el obispo
puede pasar a ser un símbolo, los sacerdotes no se distingan de los seglares y
en la que desaparezcan los Seminarios. Por eso no es raro percatarse que bajo
esta perspectiva se requiere cambiar el modo de nombrar obispos además de que
las Encíclicas y demás documentos oficiales no pueden tener carácter
obligatorio mientras no sean consultadas por un sufragio universal, tal y como
se ha visto en los dos sínodos que antecedieron a la publicación de la
Exhortación Amoris laetitia.
Por todo lo anterior, el hecho de que se promueva que
una Exhortación no forma parte del Magisterio Ordinario, o que refleja
opiniones, etc., es lo que más conviene a esta forma de pensar; porque con esas
declaraciones, se avanza en el proceso de demolición de la Iglesia opresora
anterior.
Como hemos visto, bajo esta perspectiva, todos los
temas pasan a ser sujetos a consulta como la infidelidad, el adulterio, el
incesto, la homosexualidad que dejan de ser pecados si por votación se decide
que no lo son. En este caso, el Papa queda como un simple transcriptor que
expresa la opinión mayoritaria al escribir una Exhortación, una Encíclica o
cualquier documento que exprese que no son pecados sino resultados de
frustraciones, pasiones, problemas, incomprensiones y toda clase de
circunstancias. Es de este modo como la praxis acaba con la moral y continúa con
la demolición de la Iglesia jerárquica. Se trata del “sentido de la tierra” que
se refiere al nuevo absoluto que es el mismo hombre.
Lo que importan son las situaciones concretas a la
manera de la moral de situación propuesta por Jean Paul Sartre que acaba con la
Ética porque de cada situación irrepetible surge un obrar ético distinto y
relativo. No hay orden metafísico ni ley natural que regule los actos libres y
por eso no se puede hablar de pecado o de virtud sino de distintas situaciones
que acaban por anular la moralidad.
Bajo el esquema de un falso amor y de una falsa
misericordia, se fundamenta la moral en la conciencia individual, lo cual
significa la “liberación” de toda norma opresora impuesta por la Iglesia como
Institución o estructura de poder que se considera opresor. La intención y el
juicio de la conciencia individual son suficientes para una valoración moral.
Ya se pueden ver las consecuencias demoledoras de este
modo de pensar en el que se acaba por imponer una moral pública, política y
colectiva en la que la vida sacramental especialmente el sacramento de la
penitencia no tiene ningún sentido. La moral de situación y la ética marxista,
se recargan sobre la situación concreta con las circunstancias que alteran, modifican
y condicionan el acto libre pero no como lo había considerado la Ética realista
y la Teología moral realista de la Iglesia, que consistía en considerar la
situación concreta con sus circunstancias pero sin anular el acto libre
enfatizando que el hombre es constitutivamente libre con anterioridad a toda
situación.
La Teología moral de la Iglesia ha sostenido siempre
que la libertad y la moralidad están ontológicamente por encima de toda
situación. Que el hombre es capaz de conocer un orden ontológico que es la ley
natural y que es el fundamento del deber, es decir, de nuestras opciones
libres. Es verdad que los actos libres son actos morales en las situaciones y
desde las situaciones en que se realizan, pero en orden a un bien trascendente,
a una felicidad trascendente que depende de alcanzar el Bien objetivo. La buena
intención es parte del acto moral, pero no basta, se requiere la obra buena o
mala respecto a la observancia o no de la ley moral. Por eso la ética
subjetivista que deviene en este caso del marxismo y de la fenomenología
existencialista, produce resultados desastrosos cuando se pretende sustituir
con ella la moral cristiana. Una vez “liberados” de la ley moral natural, ya no
tienen sentido tampoco los mandamientos puesto que ya no pueden obligar en
conciencia. Cuando se introduce la moral de situación que es lo mismo que el
relativismo moral, ya no hay motivos para aceptar la moral de la Iglesia ni
para que se respete la ley moral natural.
Por todo lo anterior veo muy importante no quedarnos
en la superficialidad y en los hechos, sino que observemos sus causas y lo que
estas causas están produciendo para no ser confundidos y para comprender que lo
que la Doctrina que la Iglesia Católica ha defendido y promovido siempre no
puede ser demolido por ninguna ideología, situación o circunstancia.
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