martes, 8 de abril de 2014

El pensamiento ético-político de Juan Pablo II




José Ramón Garitagoitia Eguía
Licenciado en Derecho
Doctor en Ciencias Políticas

(Mercaba.org)

Con la perspectiva de los años transcurridos desde su elección, puede decirse que Juan Pablo II es uno de los protagonistas del siglo XX. El atractivo de su personalidad ha motivado la reflexión sobre su pensamiento ético-político. En el magisterio del Papa Wojtyla hay unas ideas-fuerza que contienen una toma de postura neta a favor del hombre, entendido de modo concreto, como persona, que no es algo sino alguien.
La opción consecuente por el hombre -que no es individuo aislado- implica la búsqueda del bien común, lo cual supone el apoyo a las comunidades naturales en las que -antes que en el Estado u otras sociedades de índole más bien jurídica- expresa libre y espontáneamente su ser personal y social. Las conclusiones son:
1º - La persona humana ocupa un lugar central en su pensamiento ético.
2º - En la comunicación con los demás el hombre se reconoce como sujeto de su acción, y a partir del acto de la persona se comprende la dinámica social, y no a la inversa.
3º - La persona existe dentro de un contexto social e histórico concreto, y son necesarios algunos principios que sirvan para orientar la acción en el respeto y promoción de la dignidad del hombre.
4º - El sentido de la sociedad política es el servicio a la persona.
5º - El Estado es un servicio de síntesis, de protección y de orientación de la sociedad civil.

EL PENSAMIENTO ÉTICO-POLÍTICO DE JUAN PABLO II*
José Ramón Garitagoitia Eguía
Una de las mayores paradojas de nuestro tiempo es que el hombre, que ha iniciado el período de la modernidad afirmando su propia madurez y autonomía, emprende la andadura del siglo XXI con miedo de sí mismo, asustado por lo que él mismo es capaz de hacer y asustado ante el futuro . En esta situación hemos llegado a un nuevo milenio en el que, favorecido por una auténtica cultura de la libertad, la humanidad debe aprender a vencer el miedo, y para ello recuperar un espíritu de esperanza y confianza. ¿De qué esperanza se trata? Como recordaba Juan Pablo II en su discurso ante la Asamblea General de la ONU, en 1995, no es un vano optimismo dictado por la confianza ingenua de que el futuro es necesariamente mejor que el pasado, sino la premisa de una acción responsable que tiene su apoyo en lo más íntimo de la conciencia del hombre. En palabras del primer Papa eslavo de la historia, "todo lo que empequeñece al hombre daña la causa de la libertad" . Hoy urge recuperar la visión de una unidad orgánica que abarque al hombre y toda la sociedad humana.
En todo lo que Karol Wojtyla ha dicho y escrito encontramos datos suficientes para afirmar que en su pensamiento hay dos cuestiones claramente presentes, y ambas conectan con las grandes aportaciones del Concilio Vaticano II. Una de estas cuestiones es su continua atención por el hombre. La otra gran cuestión es la de la unidad que debe lograrse entre la fe y la experiencia diaria. Desde los tiempos de juventud es constante su preocupación por mostrar la gran riqueza y dignidad que encierra en sí la persona humana. Lo que ha llamado la dimensión fundamental del hombre se encuentra presente de modo continuo en su pensamiento: una visión integral, que considera tanto su dimensión material como la dimensión espiritual, en la que pone el acento . Su interés por destacar, en toda su identidad, la verdad de la persona surge del esfuerzo por fundamentar la ética en un mundo dominado por el relativismo moral .

1. La actividad política como servicio del hombre
El magisterio de Juan Pablo II presenta una toma de postura neta a favor del hombre, entendido no genéricamente, a modo de naturaleza humana, sino de modo concreto. El Papa se pronuncia en favor de cada hombre, que debe ser respetado, defendido de sí mismo y del ambiente que le rodea, y confrontado con su verdadera imagen.
El hombre, entendido como persona, no es algo, sino alguien. Es ser único y centro del mundo creado, y no una función variable y relativa de la sociedad, del Estado, de ideologías, o de intereses particulares de grupos o individuos. En el universo visible sólo el hombre y su destino tienen naturaleza de fin. Los demás seres y realidades son únicamente medios que deben servir al ser humano. Como explicó con claridad en su primera intervención ante la ONU, en 1979, este hecho debe constituir un punto de referencia, un estímulo y una llamada para todos los que por algún título tratan cuestiones de humanidad; entre ellos quienes se dedican a la actividad política. En su trabajo no tratan sobre la idea de hombre, sino del hombre mismo. "Todos ustedes -dijo el Papa- son representantes de los hombres, prácticamente de todos los hombres del globo: hombres concretos, comunidades y pueblos, que viven la fase actual de su historia, y al mismo tiempo están insertos en la historia de la humanidad" .
Cada hombre tiene, en efecto, su propia subjetividad y dignidad; vive en una cultura concreta, tiene sus experiencias y aspiraciones, tensiones y sufrimientos, así como sus legítimas esperanzas. Es en esta relación donde encuentra su razón de ser toda la actividad política, la cual -en última instancia- procede del hombre, se ejerce mediante el hombre y es para el hombre. Si la actividad política es separada de esta fundamental relación y finalidad se convierte, en cierto modo, en fin en sí misma, y pierde gran parte de su razón de ser. Más aún, puede incluso ser origen de una alienación específica; puede resultar extraña al hombre, caer en contradicción con la humanidad misma. Cuando Wojtyla habla del derecho a la vida, a la integridad física y moral, al alimento, a la vivienda, a la educación, a la salud, al trabajo, a la responsabilidad compartida en la vida de la nación, está hablando de la persona humana, y trata de dar respuesta a cuestiones planteadas en la sociedad contemporánea. Destaca que la opción consecuente por el hombre -que no es nunca individuo aislado- implica la búsqueda del bien común, algo esencial en la actividad política. Esto supone el apoyo a las comunidades naturales, en las que -antes que en el Estado u otras sociedades de índole más bien jurídica- expresa libre y espontáneamente su ser personal y social.

Todo ser humano que habita en nuestro planeta es miembro de una sociedad civil, de una nación.
El objetivo de la actividad política es, por tanto, el bien común de la comunidad humana, lo que implica el deber de adoptar las decisiones y medidas que sean necesarias para lograr las condiciones de paz y justicia, seguridad y orden, que resulten adecuadas para que cada persona pueda vivir de acuerdo con su propia dignidad . Entre esas condiciones que se deben lograr se encuentran también las referentes al desarrollo intelectual y material. En todo caso, es condición esencial de la actividad política el que la persona tenga la posibilidad de tomar decisiones con libertad.
El orden moral penetra, de este modo, en las estructuras y en los estratos de la existencia de una nación como Estado, y en las estructuras y en los estratos de la existencia política, puesto que está vinculado al reconocimiento universal de la autoridad de la ley moral, que obliga tanto a los súbditos como a los gobernantes. Sólo partiendo de esa ley moral puede ser respetada, y reconocida universalmente, la dignidad de la persona humana. Tanto la ley moral como la ley humana son, de este modo, condición fundamental para el orden social . Por tanto, es a los responsables de la administración pública a quienes compete la toma de "opciones valientes para construir una sociedad más libre, democrática y justa" , lo que debe afrontarse tanto a nivel nacional como a escala mundial :

2. El sentido del Estado
El hombre nace en una familia, y de la mezcla de distintas familias, y de su convivencia en un lugar determinado, surge al cabo del tiempo un pueblo que ha creado su propia lengua y se rige por sus propias costumbres, constituyendo la comunidad de cultura. De un modo diferente, es la defensa del territorio, ya sea contra la agresión exterior o contra la anarquía económica y política interior, lo que está en el inicio de otras formas de sociedad política que han ido surgiendo en el curso de la historia, entre las que se encuentra el Estado. En junio de 1999 Juan Pablo II tuvo la oportunidad de intervenir ante la asamblea conjunta de diputados y senadores en el Parlamento polaco. "Hoy, en este lugar -dijo el Papa-, somos conscientes del papel esencial que en un Estado democrático desempeña un justo orden jurídico, cuyo fundamento debería ser siempre y en todas partes el hombre, sus inalienables derechos y los derechos de toda la comunidad, que es la nación" .
Una concepción equilibrada de Estado debe considerarlo como un servicio de síntesis, de protección y de orientación de la sociedad civil, a la que debe respetar. El Estado debe ser de derecho y, al mismo tiempo, un Estado social, que ofrezca a todos las garantías de una convivencia ordenada y asegure a los más débiles el apoyo que necesitan para no sucumbir a la prepotencia o a la indiferencia de los fuertes . El Estado tiene originariamente un componente ético esencial porque es ante todo un servicio al hombre. La competencia y obligación del poder político debe ser, en consecuencia, crear y potenciar las condiciones sociales que favorezcan el bien auténtico y completo de la persona, esté sola o asociada con otras personas, así como evitar cuanto se oponga u obstaculice a la expresión de su auténtica dimensión humana. Debe respetar a los individuos, y también a las familias y los grupos intermedios, garantizando el ejercicio de sus derechos y las legítimas libertades .

Un concepto de Estado así dibujado resulta comprometedor. La responsabilidad primordial para conseguirlo corresponde a los agentes del bien común en la comunidad política. A sus representantes se dirigió el Papa polaco en aquella histórica visita a la sede de las Naciones Unidas, en 1979, cuando todavía no había cumplido su primer aniversario en la Sede de Pedro. Según dijo, había ido hasta el corazón de la ONU para hablar en favor del hombre: "Pido disculpas por hablar de temas que a ustedes son ciertamente evidentes -dijo- pero no parece inútil hablar de ellos, porque una insidia muy frecuente en las actividades humanas es la eventualidad de que, al realizarlas, se pueden perder de vista las verdades más evidentes y los principios más elementales" . El Papa es consciente de que su misión consiste en defender al hombre hablando ante el mundo.
Estaban todavía recientes los acontecimientos que en los meses últimos de 1989 habían transformado la zona de influencia soviética al este del telón de acero. Juan Pablo II aprovechó su intervención anual al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede para hacer balance de lo ocurrido. Aquellas naciones que acababan de recobrar su libertad se enfrentaban con el difícil reto de reconstruir una sociedad civil, que debe actuar en el marco de un Estado de derecho. En su intervención ante el Cuerpo Diplomático, el Papa dibujó las características que lo definen: "Es necesario -señaló- que estas aspiraciones expresadas por los pueblos sean satisfechas por el Estado de derecho en cada nación europea. La neutralidad ideológica, la dignidad de la persona humana, fuente de derechos, la anterioridad de la persona en relación con la sociedad, el respeto de las normas jurídicas, democráticamente consensuadas, el pluralismo en la organización de la sociedad, son valores insustituibles sin los cuales no se puede construir con carácter estable una casa común al Este y al Oeste, accesible a todos y abierta al mundo" .

El sentido esencial del Estado consiste, por tanto, en el hecho de que la sociedad -y el pueblo que la compone- es soberana de la propia suerte. Es particularmente importante en nuestra época, en la que ha crecido en importancia la conciencia social de los hombres y con ella una correcta participación de los ciudadanos en la vida política, que debe tener siempre en cuenta las condiciones de cada pueblo y el vigor de la autoridad pública . Son cuestiones de capital importancia, tanto desde el punto de vista del progreso del hombre mismo como del desarrollo global de su humanidad. De una manera viva y directa -en ocasiones con acentos no privados de una cierta emotividad- Juan Pablo II desarrolla en diversos momentos de su ya largo magisterio ideas sencillas y profundas sobre la importancia de los grupos humanos primigenios -familia, comunidad local, etnias- para el verdadero y completo desarrollo de la persona. "Nosotros polacos -decía, por ejemplo, en 1979- sentimos de modo particularmente profundo el hecho de que la razón de ser del Estado es la soberanía de la sociedad, de la nación, de la patria. Lo hemos aprendido a lo largo de todo el arco de nuestra historia, y especialmente a través de las duras pruebas de los últimos siglos" . Son las mismas ideas que veinte años después, en junio de 1999, señalaría en su importante discurso ante el Sejm (Parlamento polaco). En ese intervalo la situación social y política de las patria había experimentado un cambio radical, pero el mensaje del Papa Wojtyla seguía siendo el mismo.

A partir de las libertades y derechos fundamentales que la sociedad política debe respetar y promover, tienden a desarrollarse otros derechos del hombre, considerado en tanto que ciudadano, miembro de la sociedad y, más ampliamente, en tanto que parte integrante de un entorno a humanizar. En esta perspectiva contemplamos los derechos civiles, que garantizan a la persona sus libertades individuales y obligan al Estado a no inmiscuirse en el campo de la conciencia individual, y los derechos políticos, que facilitan al ciudadano la participación activa en los asuntos públicos. No cabe duda de que entre los derechos fundamentales y los derechos civiles y políticos existe una interacción; mutuamente se condicionan. Cuando los derechos de los ciudadanos no son respetados, es casi siempre en detrimento de los derechos fundamentales del hombre . Los derechos civiles y políticos son de tal importancia que un Estado no puede privar a sus ciudadanos de tales derechos, tampoco con el pretexto de conseguir su progreso económico o social. Se puede comprobar la fecundidad de la noción de derecho humano mediante el desarrollo y la formulación, cada vez más precisa, de los derechos sociales y culturales. Se habla también de un derecho al desarrollo y al entorno, como parte de una tercera generación de derechos humanos que con frecuencia trata de exigencias difíciles de traducir en términos jurídicos. En el fondo, la reivindicación de estos derechos pone de manifiesto la conciencia que tiene la humanidad de interdependencia con la naturaleza. Es algo cada vez más presente en la mentalidad contemporánea que los recursos naturales, creados para todos pero limitados, deben ser protegidos.

3. Educar para la libertad

Juan Pablo II insiste en reclamar la libertad para individuos y naciones, y darle su auténtico contenido. Al mismo tiempo recuerda que "no vivimos en un mundo irracional o sin sentido" . Hay una lógica moral que ilumina la existencia humana y hace posible el diálogo entre los hombres y entre los pueblos. Esta lógica tiene mucho que ver con la relación esencial entre la libertad y la verdad del hombre.
El sistema político no tiene en sí mismo los criterios que permiten distinguir correctamente cuáles sean las formas más adecuadas para la satisfacción de las necesidades humanas. Por tanto, teniendo en cuenta que no todos los medios son igualmente adecuados para la formación de la personalidad madura, se hace necesaria una gran obra educativa y cultural, orientada a enseñar a los hombres a hacer un uso responsable de su libertad. La primera y esencial tarea de la cultura en general, y también de toda cultura en concreto, es la educación . Esta, por lo demás, no consiste sólo en la transmisión a las futuras generaciones de una síntesis concisa de las conquistas científicas y técnicas conseguidas sino que, además, "se debe realizar un esfuerzo similar, e incluso mayor, en el campo de la formación educativa, promoviendo la maduración de la personalidad de los jóvenes en su visión del mundo, en su sistema de valores y en sus relaciones personales" . Para contribuir con eficacia a esta finalidad, esa labor educativa debe tener como punto de referencia la verdad sobre el hombre. Es otra de las referencias constantes de su magisterio.
Una concepción reductiva del hombre se refleja inevitablemente en el empeño formativo, como muestra la experiencia del pasado reciente en algunos países en los que el lento, pero necesario, proceso educativo no recibió la debida atención. No debemos olvidar que el cometido principal de la educación consiste en que el hombre llegue a ser cada vez más hombre -que pueda ser más y no sólo que llegue a tener más-, lo cual supone enseñar al hombre a que a través de lo que tiene -de todo lo que posee- sepa ser más plenamente hombre . Para ello resulta necesario que el hombre sepa ser más no sólo con otros, sino también para los otros. La educación, en consecuencia, tiene una importancia fundamental para la sociedad, en lo que se refiere a la formación de las relaciones inter-humanas y sociales. La institución universitaria tiene un indudable protagonismo en esta tarea, en cuanto lugar rico en formación y en humanitas, al servicio de la calidad de vida, conforme a la verdad .

La madurez del individuo supone, ciertamente, un itinerario de crecimiento personal que el sujeto no puede delegar en los demás. Pero en ese camino no se le puede dejar sólo; hay que prepararlo y guiarlo para que realice sus opciones de manera responsable . Para un camino tan complejo y delicado no pueden bastar algunas enseñanzas morales impartidas por maestros o por los mismos padres . Los jóvenes viven en una familia concreta y en un determinado ambiente social; todo lo que sucede en su entorno influye en su personalidad: o fomenta el crecimiento hacia una madurez más plena, o por el contrario estorba su expansión interior y destruye su deseo natural de plenitud y felicidad .

Tomar como punto de partida la verdad, considerándola como lugar central del misterio del hombre, implica que no se puede vivir una vida verdaderamente humana de espaldas a ella. Debe ser reconocida y manifestada abiertamente. Por tanto, siendo que el hombre es un ser que vive en sociedad, la verdad tiene una dimensión social y pública. Una sociedad en la que se debilite la conciencia de la verdad del hombre pierde también el motivo para respetarlo: queda reducido a un objeto, similar a los otros objetos naturales, sobre los que se puede ejercer el dominio. El objeto de esta premura es el hombre en su "única e irrepetible realidad humana" , en toda su irrepetible realidad del ser y del obrar, del entendimiento y de la voluntad, de la conciencia y del corazón .
Existen diversas maneras de atentar contra la verdad del hombre en lo más profundo de su ser, en el campo de su conciencia. Sucede, por ejemplo, cuando la verdad es discriminada de la vida social. El conflicto que puede darse entre el poder civil y el hombre creyente no se plantea tanto en el ámbito interior (de la fe) -en tanto que verdad escondida en la intimidad del espíritu- como en el de la manifestación externa de esa verdad reconocida: de su testimonio social. En 1976 Karol Wojtyla denunciaba la actitud de quienes "pretenden enterrar a toda costa la verdad en las catacumbas; quienes intentan arrebatarle su dimensión de testimonio en la vida pública, es decir, la plena dimensión debida al hombre" .

"El hombre es, ante todo, un ser que busca la verdad y se esfuerza por vivirla y profundizarla en un diálogo continuo que implica a las generaciones pasadas y futuras" . Por contraste, en el mundo contemporáneo hay situaciones en las que se niega al hombre el derecho de dar testimonio de la verdad, y al mismo tiempo se le obliga a profesar lo que no corresponde -o incluso contradice abiertamente- sus más profundas convicciones, viéndose obligado a vivir en la mentira. En la vida social y política no faltan ejemplos de esta alienación del hombre que consiste en la privación de lo que constituye su humanidad. "Nuestro tiempo tiene especial necesidad de la verdad" , afirma el Papa en referencia a esta dimensión pública de la verdad. Ser libre exige poder dar testimonio de la verdad, y a la vez no puede consistir en el uso desenfrenado de la propia libertad, "puesto que todo esto afecta a la verdad de la fe y de la vida moral; a cuanto constituye el fundamento de la dignidad humana, verdadera o falsa, concebida en sentido justo o injusto" . Wojtyla no permanece insensible a todo lo que sirve al verdadero bien del hombre, y de modo consecuente no le resulta indiferente lo que le amenaza, por lo que denuncia "el escepticismo relativo a la existencia misma de una verdad moral y de una ley moral objetiva" . Es una actitud que se da con frecuencia en las instituciones culturales, que influyen en la opinión pública, y se trata también de una realidad común en muchas instituciones académicas, políticas y legales. Quienes procuran vivir de acuerdo con la ley moral pueden sentirse presionados por fuerzas que contradicen lo que en conciencia saben que es verdad .

4. La democracia, una empresa moral
Por lo que se refiere a los sistemas de organización política, el pontífice polaco es rotundo al afirmar que la democracia es -entre los que se han conocido a lo largo de la historia- el que mejor ha logrado integrar la participación de los ciudadanos. Señala que es una empresa moral, una prueba continua de la capacidad de un pueblo de gobernarse a sí mismo, para servir al bien común y al bien de cada ciudadano. Por tanto, la supervivencia de una democracia concreta no depende sólo de sus instituciones. En mayor o menor medida depende también del espíritu que inspira e impregna sus procedimientos legislativos, administrativos y judiciales. "El futuro de la democracia depende de una cultura capaz de formar a hombres y mujeres preparados para defender ciertas verdades y valore"" , y corre peligro cuando la política y la ley rompen toda conexión con la ley inscrita en el corazón humano.
En efecto, si no hay un modelo objetivo que ayude a decidir entre las diferentes concepciones del bien personal y común, entonces la política democrática se reduce a una lucha por el poder. Si el derecho constitucional y el poder legislativo no tienen en cuenta la ley moral objetiva, las primeras víctimas serán la justicia y la equidad, y esto porque se convierten en cuestiones de opinión personal. La democracia es fundamentalmente un ordenamiento, señala el pontífice, y como tal un instrumento, y no un fin . Su carácter moral no es automático, sino que depende de su conformidad con la ley moral a la que debe someterse, como cualquier otro comportamiento humano; esto es, depende de la moralidad de los fines que persigue y de los medios que utiliza para alcanzarlos . Para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una democracia saludable (entendida por tal aquella en la que se respete/promueva la dignidad del hombre), urge redescubrir la existencia de los valores humanos y morales esenciales y originarios, derivados de la verdad del ser humano, que son los que expresan y tutelan la dignidad de la persona. "Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover" .

Más allá de sus reglas, la democracia debe tener sobre todo un alma, que consiste en aquellos valores fundamentales sin los cuales "se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto" . En esta perspectiva, los regímenes democráticos corren el riesgo de organizarse según un sistema de reglas no suficientemente enraizadas en esos valores irrenunciables, que son tales porque se fundamentan en la esencia del hombre y constituyen la base de toda convivencia . De la respuesta que se dé en cada caso dependerá también el compromiso personal y social ante los grandes desafíos como son la paz y la justicia .

5. Subsidiariedad y solidaridad
La libertad es un valor fundamental en la sociedad, y Juan Pablo II destaca que el principio de subsidiariedad es esencial para respetar su ejercicio. Responde a un modo de entender la sociedad política según el cual ésta no debe sustituir a otras sociedades menores -o a los individuos- en aquellas tareas que son actuación del principio personalista, cuando pueden y quieren realizarlas por sí mismos. No es propio de una sociedad política que pretenda ser respetuosa con la dignidad del hombre -esto es: con la capacidad de conocer (inteligencia) y querer el bien (voluntad)- actuar de un modo que se elimine la potencialidad de bien de uno sólo de los ciudadanos, o se le ponga en una situación en la que sólo podrá actualizar esta potencialidad comportándose con un esfuerzo ético que resulte extraordinario.
El principio de subsidiariedad es, por tanto, el que define el marco de actuación de los agentes en la sociedad política, estableciendo un orden ético según el cual "una estructura social de orden superior no debe interferir en la vida interna de un grupo social de orden inferior, privándola de sus competencias, sino que más bien debe sostenerla en caso de necesidad y ayudarla a coordinar su acción con la de los demás componentes sociales, con miras al bien común" . La razón última es contribuir al bien común, que en éste caso coincide con el respeto y promoción del bien común de la libertad, puesto que sólo así se respeta -y en lo posible promueve- la dignidad de las personas, que tiene su expresión en la actuación libre. En esta cuestión encuentra su fundamento el juicio ético de algunas formas de la actuación social del Estado .

Además del principio general de respeto a la libertad, y todo lo que implica, también se debe contribuir de un modo positivo a la promoción del buen ejercicio de la libertad por parte de los demás (ya sean personas o naciones). El principio de la solidaridad, entendido como "determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común" , requiere llevarla a cabo mediante distintas formas de participación social y política. Todos los problemas que afectan al hombre están íntimamente relacionados. En la vida de las personas, igual que en la existencia de las naciones y en las relaciones internacionales, encontramos un vasto sistema de vasos comunicantes en el que los problemas de la cultura, de la ciencia y de la educación no se presentan desligados de otras cuestiones de la existencia humana.
Juan Pablo II no deja de insistir sobre lo que denomina principio elemental de sana organización política: "que los individuos, cuanto más indefensos están en una sociedad, tanto más necesitan el apoyo y el cuidado de los demás, y en particular la intervención de la autoridad pública" . Entre otros documentos, se ha referido al principio de solidaridad en la Encíclica Sollicitudo rei socialis . La validez de este principio, ya sea en el orden interno de cada nación, ya sea en el orden internacional, se demuestra como uno de los principios básicos de su concepción de la organización social y política.
Existe en el hombre lo que Juan Pablo II llama una dimensión fundamental , capaz de remover desde sus cimientos los sistemas que estructuran el conjunto de la humanidad y de liberar a la existencia humana, tanto individual como colectiva, de las amenazas que pesan sobre ella.

6. La ley civil y dignidad del hombre
Puesto que el protagonismo en el ejercicio de los derechos de la persona corresponde a la sociedad antes que al Estado, la actuación social del bien común de la libertad tiene prioridad desde el punto de vista ético. No obstante, el Estado también puede asumir directamente la responsabilidad de promover el bien común, con el fin de colmar las lagunas más importantes de la actividad privado-social y garantizar un funcionamiento ordenado. La ley es un instrumento del Estado para intervenir en el orden social. Su función consiste en "garantizar una ordenada convivencia social en la verdadera justicia para poder vivir una vida tranquila y apacible con dignidad" . Precisamente por esto, debe asegurar a todos los miembros de la sociedad el respeto de algunos derechos fundamentales que pertenecen originariamente a la persona, y que toda ley positiva debe reconocer y garantizar. Si a veces la autoridad pública puede renunciar a reprimir aquello que provocaría, de estar prohibido, un daño más grave, sin embargo, decíamos, nunca puede aceptar legitimar, como derecho de los individuos -aunque estos fueran la mayoría de los miembros de la sociedad-, la ofensa infligida a otras personas mediante la negación de un derecho suyo tan fundamental .

En la cultura democrática de nuestro tiempo se ha difundido ampliamente la opinión de que el ordenamiento jurídico debería limitarse a percibir y asumir las convicciones de la mayoría, y basarse sólo sobre lo que la mayoría misma reconoce y vive como moral. Se considera incluso que una verdad común y objetiva es inaccesible de hecho, por lo que el respeto de la libertad de los ciudadanos -que en un régimen democrático son considerados como verdaderos soberanos- exigiría que, a nivel legislativo, se reconozca la autonomía de cada conciencia individual y que, por tanto, al establecer normas que en cada caso son necesarias para la convivencia social se adecuen exclusivamente a la voluntad de la mayoría, cualquiera que sea. De este modo, se argumenta, todo político debería distinguir en su actividad entre el ámbito de la conciencia privada y el del comportamiento público.
En relación con esta cuestión se perciben dos tendencias, diametralmente opuestas en apariencia. Por un lado, los individuos reivindican para sí la autonomía moral más completa de elección y piden que el Estado no asuma ni imponga ninguna concepción ética, sino que trate de garantizar el espacio más amplio posible para la libertad de cada uno, con el único límite externo de no restringir el espacio de autonomía al que los demás ciudadanos también tienen derecho. Por otro lado se considera que, en el ejercicio de las funciones públicas y profesionales, el respeto de la libertad de elección de los demás obliga a cada uno a prescindir de sus propias convicciones para ponerse al servicio de cualquier petición de los ciudadanos, que las leyes reconocen y tutelan, aceptando como único criterio moral para el ejercicio de las propias funciones lo establecido por las mismas leyes. De este modo, la responsabilidad de la persona se delega en la ley civil, abdicando de la propia conciencia moral al menos en el ámbito de la acción pública. La raíz común de ambas tendencias es el relativismo ético que caracteriza muchos aspectos de la cultura contemporánea .

Un problema concreto de conciencia puede darse en los casos en los que un voto parlamentario resulte determinante para favorecer una ley menos injusta que otra en cuanto a sus efectos contrarios a la dignidad del hombre. Es el caso, por ejemplo, del trámite de una reforma de ley dirigida a restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de votación. Juan Pablo II señala que, en este caso, cuando no sea posible evitar o abrograr completamente una ley abortista, un parlamentario cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria para todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley, y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública. Obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien, se realiza un intento, legítimo por una parte y obligado por otra, de limitar los aspectos inicuos de la ley .

7. El bien común de la paz y las posibilidades del diálogo
El respeto de la libertad de los pueblos y naciones es condición necesaria para alcanzar el bien común de la paz. Las guerras surgen, y la destrucción golpea naciones y culturas enteras, cuando no se respeta la soberanía de un pueblo . El origen de toda guerra está en la injusticia que supone atentar contra los derechos del hombre, limitando la armonía del orden social. Después, una vez alterada esa armonía, su efecto repercute en todo el sistema de relaciones internacionales . Sin la voluntad de respetar la libertad de cada pueblo, de toda nación o cultura, y sin un consenso global a este respecto, resulta difícil crear condiciones de paz. Por parte de cada nación y de sus gobernantes esta voluntad de respeto a los demás supone un empeño consciente y público, que no pueda dar lugar a equívocos, a renunciar a las reivindicaciones que puedan causar daño a las demás naciones. Tal empeño supone rechazar toda doctrina que promueva cualquier tipo de supremacía nacional o cultural sobre las demás naciones. Junto a este empeño, y complementario a él, debe respetarse la marcha interna de las demás naciones, reconociendo la particular personalidad de cada uno de ellos en el seno de la familia humana, que se ve enriquecida con la aportación de cada pueblo.
La preparación de instrumentos jurídicos que garanticen este anhelo debe tener un lugar importante en el esfuerzo colectivo por mejorar las relaciones en el ámbito internacional. El respeto de la libertad de las naciones debe estar acompañado por la codificación progresiva de las aplicaciones que se derivan de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre (1948), que debe incluir el derecho de cada pueblo a ver respetadas sus tradiciones religiosas, tanto en el interior como por parte de las demás naciones . De igual modo, no puede dejarse de lado el derecho a tomar parte en el libre intercambio, ya sea en el ámbito religioso, cultural, científico o educativo .

En resumen, la mejor garantía del bien común de la libertad, y su realización efectiva en la comunidad internacional, descansa en la responsabilidad de las personas y de los pueblos, en los esfuerzos de cada uno, según su capacidad y dentro de su ambiente inmediato, por respetar/promover la dignidad de cada hombre; por garantizar su libertad . La libertad no es algo que se pueda regalar, sino que debe ser conquistada sin cesar, y este esfuerzo va unido al sentido de responsabilidad de cada uno . No es posible hacer libres a los hombres sin que, al mismo tiempo, se les haga más responsables y más conscientes de las exigencias del bien común. Por esto es necesario hacer surgir y reforzar un clima de confianza mutua entre los hombres y las naciones, sin el cual la libertad no puede desplegarse . A pesar de todo, en nuestro mundo es inevitable que existan conflictos, pero se deben afrontar mediante el diálogo. Es la única manera para resolver las diferencias entre las personas, y también entre grupos sociales, entre las fuerzas políticas dentro de una nación, y también entre los Estados, en seno la comunidad internacional.
La actitud de diálogo, y la necesidad de mantenerlo a costa de los esfuerzos que sean necesarios, es algo en lo que Juan Pablo II insiste como la única vía posible para mantener la paz, y esto a pesar de los posibles fracasos. Es necesario introducir pacientemente los mecanismos y las fases de diálogo donde quiera que la paz está amenazada -o comprometida- ya sea en las familias, en la sociedad, entre los países o entre los bloques de países . El Papa dedica el Mensaje para la jornada mundial de la paz de 1983 a desarrollar las condiciones del diálogo, así como su fundamento y las dificultades para su ejercicio. Hay quien pone en duda, no obstante, la misma posibilidad del diálogo, así como su eficacia, al menos cuando las posturas son tan tensas y en apariencia difícilmente conciliables que parece no dejan lugar a un acuerdo. Sin embargo, insiste Juan Pablo II, "el diálogo por la paz es posible, siempre es posible" . Es una convicción que no se basa en la fatalidad sino en la realidad; es fruto de considerar la naturaleza del hombre. "Todo hombre -creyente o no- (...) puede y debe mantener suficientemente la confianza en el hombre, en su capacidad de ser razonable, en su sentido del bien, de la justicia, de la equidad, en su posibilidad de amor fraterno y de esperanza, jamás pervertidos del todo, para apostar por el recurso del diálogo y de su reanudación posible" .

8. Los derechos de las naciones
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Toda nación está en su derecho de construir el propio futuro, proporcionando a las generaciones más jóvenes una educación adecuada. El derecho a la existencia del que son titulares todos los pueblos significa al mismo tiempo el derecho a la propia lengua y cultura, puesto que es a través de ambas como un pueblo expresa y promueve lo que podría llamarse su originaria soberanía espiritual. La historia se ha encargado de demostrar cómo, en circunstancias extremas, es precisamente el pertenecer a una misma cultura lo que permite a una nación sobrevivir a la pérdida de la propia independencia política y económica .
Al mismo tiempo que se afirma el derecho a la existencia, no debe olvidarse que aún cuando los derechos de la nación expresan las exigencias vitales de la particularidad, no es menos importante subrayar lo que constituye las exigencias propias de la universalidad, expresadas mediante la conciencia de los deberes que una naciones tienen con otras y con la humanidad entera . "El miedo a la diferencia, comenta Juan Pablo II, alimentado por resentimientos de carácter histórico y exacerbado por las manipulaciones de personajes sin escrúpulos, puede llevar a la negación de la humanidad misma del otro, con el resultado de que las personas entran en una espiral de violencia que nadie -ni siquiera los niños- se libra" .
Puesto que toda cultura es un esfuerzo de reflexión sobre el misterio del mundo, y en particular del hombre, de alguna manera es también el vehículo que expresa la dimensión trascendente de la vida humana. El respeto hacia la cultura de los otros pueblos y naciones se basa, por tanto, en el respeto por el esfuerzo que cada comunidad realiza para dar respuesta al problema de la vida humana. Querer ignorar la realidad de la diversidad -o, adoptando una postura más radical, tratar de anularla-, equivale a excluir la posibilidad de sondear las profundidades del misterio de la vida humana. Es así como la verdad sobre el hombre se constituye en el criterio válido para juzgar cualquier cultura, a la vez que cada cultura tiene algo que enseñar acerca de una u otra dimensión de aquella compleja verdad.

En definitiva, lejos de ser un impedimento para la armonía en la comunidad internacional la realidad de la diferencia entre las naciones, que algunos consideran tan amenazadora, puede llegar a ser, mediante el respetuoso diálogo, fuente de una comprensión más profunda del misterio de la existencia humana. Al mismo tiempo, en este horizonte de universalidad vemos surgir con fuerza ciertos particularismos étnico-culturales, que se presentan como una necesidad imperiosa de identidad y de supervivencia, como si de una especie de contrapeso a las tendencias homologadoras se tratase. Es éste un dato que no se debe pasar por alto, relegándolo a la categoría de simple residuo del pasado. En este punto, conviene señalar que hay una diferencia esencial entre lo que se entiende por nacionalismo y por sano patriotismo . Tanto los hombres -de modo especial los que ostentan alguna responsabilidad en la sociedad política- como los pueblos, deben poner los medios necesarios para evitar que algún nacionalismo exacerbado pueda llegar a proponer, con formas nuevas, las aberraciones del totalitarismo. Este compromiso es igualmente válido en el caso de que como fundamento del nacionalismo se asuma el mismo principio peligroso, como sucede en algunas manifestaciones del llamado fundamentalismo .

9. El nuevo orden internacional
De la misma manera que en el origen de una nación se encuentra la relación entre miembros de distintas familias y de profesiones diversas, que colaboran entre sí para la consecución de ciertos fines, la comunidad internacional surge de la relación entre distintas naciones . Un orden internacional basado en la promoción de la justicia y en la paz es hoy algo tan vitalmente necesario como claro imperativo moral. Debe ser válido para todos los pueblos y regímenes, más allá de ideologías y sistemas, de tal manera que junto al bien particular de una nación, y por encima de él, debe considerarse el bien común de la familia de naciones, por lo que toda contribución para alcanzarlo constituye un deber tanto ético como jurídico .

Al estudiar la evolución que ha experimentado en los últimos años la comunidad internacional se pueden apreciar algunas señales que ponen de manifiesto la determinación, tanto de las personas individuales como de los pueblos, para dar vida a un nuevo sistema de relaciones internacionales. Entre estas señales se encuentran, por una parte, una conciencia creciente de la necesidad de preservar la paz como valor universal; y por otra la creciente interdependencia entre los pueblos y las naciones del mundo . A medida que la civilización avanza se hace cada vez más evidente que los destinos de las naciones del mundo están relacionados entre si, y sólo pueden realizarse plenamente si todas las naciones persiguen la paz como valor universal . Esta forma de interrelación se expresa en una interdependencia que puede ser muy ventajosa, pero también destructiva. De ahí que la solidaridad y la cooperación a escala mundial deban ser consideradas como imperativos éticos que regulen las relaciones entre las naciones, y que llamen a la conciencia de los individuos y a la responsabilidad de todas las naciones. Todo esfuerzo por la paz a nivel internacional ha de recibir su eficacia de los principios de la convivencia pacífica .

Como una relación de causa-efecto, de unas relaciones internacionales teñidas de intereses particulares surge una paz precaria que presenta graves obstáculos al desarrollo . La paz que nace de esta concepción de las relaciones en la comunidad internacional sólo puede consistir en un arreglo, en un compromiso dictado por los principios de la Realpolitik. Y en cuanto arreglo tiende no tanto a resolver las tensiones mediante los principios de justicia y equidad, sino más bien "a arreglar las diferencias y los conflictos con objeto de mantener una especie de equilibrio que proteja todo aquello que redunde en interés de la parte dominante" .
Desde una perspectiva regional contemplamos como las naciones que forman Europa han ido comprendiendo que además del bien de los propios pueblos existe un bien común de la humanidad, que resulta violentamente pisoteado por la guerra. Esta reflexión sobre tan dramática experiencia les indujo a sostener que los intereses de una nación sólo podían ser alcanzados convenientemente en el contexto de la interdependencia solidaria con otros pueblos y a emprender el proceso de unidad en curso . "A quienes piensan que los bloques son algo inevitable nosotros les respondemos -afirma Juan Pablo II- que es posible, e incluso necesario, crear nuevos tipos de sociedad y de relaciones internacionales que aseguren la justicia y la paz sobre fundamentos estables y universales" . Pero hay una condición: "Ante todo, son los corazones y las actitudes de las personas los que tienen que cambiar, y esto exige una renovación" . La consecución y el mantenimiento de la paz incluye aspectos técnicos, pero exige actitudes personales. Una comunidad internacional entendida como fruto de las relaciones entre las naciones, que a su vez tienen a las relaciones entre los hombres como su elemento constitutivo, en el fondo debe estar construida sobre la verdad del hombre como su sólido fundamento.
El camino justo para forjar una sociedad internacional que esté al servicio de los hombres, en la que reinen una paz y una justicia sin fronteras entre todos los pueblos y continentes, no es otro que el camino de la solidaridad, del diálogo y de la fraternidad universal .

* * *
Los años no pasan en balde, y queda lejano aquel lunes de octubre de 1978 en el que Karol Wojtyla fue llamado a Roma, procedente de Cracovia. En el otoño de su vida, se hace quizá más grande la fuerza del testimonio de un hombre, siempre dispuesto a acudir allí donde su presencia es reclamada. "Existen varias estaciones en la vida -decía en Fátima el 13 de mayo del año 2000-; Si acaso sientes que llega el invierno -se dirigía a los enfermos-, quiero que sepas que esta no puede ser la última estación, porque la última será la primavera" .
Al escuchar estas palabras vinieron al recuerdo aquellas otras con las que cinco años antes había finalizado su discurso ante la ONU, en su 50º aniversario: "No debemos tener miedo al futuro -dijo entonces-. No debemos tener miedo al hombre (...). Tenemos en nosotros la capacidad de sabiduría y de virtud (...). Podemos construir en el siglo que está por venir y para el próximo milenio, una civilización digna de la persona humana, una verdadera cultura de la libertad" .
"¡Podemos y debemos hacerlo! -concluyó-. Y haciéndolo, podremos darnos cuenta de que las lágrimas de este siglo han preparado el terreno para una nueva primavera del espíritu humano" . Este es nuestro reto en los albores de un nuevo milenio.






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